Pero cuando llegó la 108ª noche

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Ella dijo:

Y sobre el tal trono estaba sentado el rey Zahr-Schah, rodeado de los principales personajes del reino y de los guardias que inmóviles aguardaban sus mandatos.

El visir sintió entonces que la inspiración iluminaba su espíritu y que la elocuencia le desataba la lengua en palabras sabrosas. Y con un donoso ademán, se volvió hacia el rey e improvisó estas estrofas en honor suyo:


Al verte, me ha abandonado mi corazón para volar hacia ti, !y hasta el sueño ha huído de mis ojos, dejándome entregado a mis torturas!


¡Oh corazón mío, ya que estás con él, quédate donde estás! ¡Te abandono a él aunque seas lo que más quiero y lo que más necesito!


¡Ningún descanso más agradable a mis oídos que la voz de aquellos que saben cantar las alabanzas de Zahr-Schah, rey de todos los corazones!


Y después de haberle mirado, auque sea una vez, con eso sería rico para siempre.


¡Oh todos vosotros los que rodeáis a este rey tan magnífico! Sabed que si alguno dijera que conocía a un rey superior a Zarh-Schah, mentiría y no sería un verdadero creyente.


Y habiendo acabado de recitar este poema, el visir se calló, sin decir nada más. Entonces el rey Zahr-Schah le mandó acercarse al trono, y le hizo sentar a su lado, y le sonrió cariñoso, y conversó con él afablemente durante un buen rato, demostrándole su amistad y su simpatía. Después mandó poner la mesa en honor del visir, y todo el mundo se sentó a comer y beber hasta saciarse. Entonces quiso el rey quedarse solo con el visir, y todos salieron, excepto los principales chambelanes y el gran visir del reino.

Y el visir del rey Soleimán se puso de pie, se inclinó ceremoniosamente, y dijo: "¡Oh gran rey, lleno de munificencia! ¡Vengo hacia ti para un asunto cuyo resultado para todos nosotros estará lleno de bendiciones, de frutos dichosos y de prosperidad! El objeto de mi misión es pedirte en matrimonio tu hija, llena de estimación y gracia, de nobleza y modestia, para mi señor y corona sobre mi cabeza, el rey Soleimán-Schah, sultán glorioso de la Ciudad Verde y de las montañas de Ispahán. Y a este efecto, vengo hacia ti trayendo ricos regalos y cosas suntuosas, para demostrarte el entusiasmo con que desea mi señor poder llamarte su suegro. Quisiera saber de tu boca si compartes igualmente ese deseo, y si le quieres otorgar el objeto de sus ansiedades".

Cuando el rey Zahr-Schah oyó este discurso del visir, se levantó y se inclinó hasta el suelo. Y los chambelanes y los emires llegaron hasta el límite del asombro al ver al rey manifestar tanto respeto a un simple visir. Pero el rey siguió de pie delante del visir, y le dijo: "¡Oh visir, dotado de tacto, de sabiduría, de elocuencia y de grandeza! escucha lo que voy a decirte:

¡Me considero como un simple súbdito del rey Soleimán-Schah, y me parece el mayor honor poderme contar entre los miembros de su familia! ¡De modo que mi hija ya no es en adelante más que una esclava entre sus esclavas, y desde este mismo instante es su cosa y su propiedad! ¡Y tal es mi respuesta a la demanda del rey Soleimán-Schah, soberano de todos nosotros, señor de la Ciudad Verde y de las montañas de Ispahán!".

E inmediatamente mandó llamar a los kadíes y a los testigos, que redactaron el contrato de casamiento de la hija del rey Zahr-Schah con el rey Soleimán-Schah. Y el rey, muy dichoso, se llevó el contrato a los labios, y recibió las felicitaciones y los votos de los kadíes y los testigos, colmando a todos de sus favores. Dió grandes fiestas para honrar al visir, y grandes diversiones públicas que dilataron el corazón y la vista de todos los habitantes. Y repartió víveres y regalos, lo mismo a los pobres que a los ricos. Después dispuso los preparativos para la marcha, y escogió las esclavas de su hija: griegas, turcas, negras,y blancas. Y mandó construir para ella un gran palanquín de oro macizo con incrustaciones de perlas y de pedrería, y lo mandó colocar a lomo de diez mulos bien alineados.

Después se puso en marcha toda la comitiva. Y el palanquín parecía, a la claridad de la mañana, un gran palacio entre los palacios de los genios, y la joven, cubierta con sus velos, semejaba una hurí entre las más bellas huríes del Paraíso.

Y el rey Zahr-Schah acompañó a la comitiva durante tres parasanges. Después se despidió de su hija, del visir y de los que le acompañaban, y se volvió a su ciudad en el colmo de la alegría, lleno de confianza en lo futuro.

En cuanto al visir y a la comitiva...


En este momento de su narración, Schehrazada vió aparacer la mañana, y discretamente, aplazó su relato para el otro día.


Y cuando llegó la 109ª noche


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Ella dijo:

En cuanto al visir y a la comitiva, viajaron sin ningún contratiempo, y llegados a tres jornadas de la Ciudad Verde, enviaron un correo para que los anunciara al rey Soleimán-Schah.

Cuando el rey supo la llegada de su esposa, se estremeció de placer, y dió un hermoso traie de honor al correo anunciante. Y mandó a todo su ejército que fuera al encuentro de la reina con los estandartes desplegados, y los pregoneros públicos invitaron a toda la ciudad a formar parte de la comitiva, de modo que no quedasen en las casas ni una sola mujer, ni una sola doncella, ni siquiera una sola anciana, aunque estuviese caduca o imposibilitada por la edad.

Y nadie dejó de salir al encuentro de la novia. Y cuando toda la gente llegó alrededor del palanquín, se acordó que la entrada en la ciudad se verificaría por la noche con gran pompa.

Así, pues, en cuanto llegó la noche, los notables de la ciudad mandaron iluminar por su cuenta todas las calles y el camino que llevaba hasta el palacio del rey. Y formaron en dos hileras a lo largo del camino, y los soldados cubrieron la carrera, formados a derecha e izquierda, y en todo el trayecto resplandecieron en el aire límpido las iluminaciones, los tambores hicieron sonar sus redobles más profundos, las trompetas cantaron en voz alta, las banderas ondearon por encima de las cabezas, los perfumes ardieron en los pebeteros por calles y plazas, y los jinetes justaron con lanzas y azagayas. Y por en medio de todos, precedida de negros y mamalik y seguida por sus esclavas, pasó la recién casada, con el magnífico vestido que le había dado su padre, y así llegó al palacio de su esposo el rey Soleimán.

Entonces las esclavas desataron a los mulos, y entre los gritos de alegría que lanzaban el pueblo y el ejército, cogieron en hombros el palanquín y lo transportaron hasta la puerta reservada.

En seguida las doncellas y la servidumbre ocuparon el lugar de las esclavas, e hicieron entrar a la novia en su aposento. Y en el acto se iluminó el aposento con la claridad de sus ojos, y palidecieron las luces ante la hermosura de su rostro. Y en medio de todas aquellas mujeres, parecía la luna entre las estrellas o la perla solitaria en medio del collar.

Después las doncellas y las sirvientas salieron de la habitación y se formaron en dos filas, desde la puerta hasta el fin del corredor, luego de haber acostado a la joven en la gran cama de marfil enriquecida con perlas y pedrería. Y el rey Soleimán, atravesando la doble hilera formada por estas estrellas vivas, penetró en la habitación y llegó hasta la cama de marfil donde se tendía la joven, toda adornada y perfumada. Y Alah incitó en aquel momento una gran pasión en el corazón del rey y le dió el amor de aquella virgen. Y el rey la poseyó, y se deleitó en la felicidad, olvidando en aquel lecho,entre muslos y brazos, todos los pesares de su impaciencia y su ansia de amor.

El rey permaneció durante todo un mes en el aposento de su esposa, sin dejarla un solo instante, por lo muy íntima y adecuada con su temperamento que era aquella unión. Y la dejó preñada desde la primera noche. Después de lo cual fué a sentarse en el trono de su justicia, y se ocupó en los asuntos del reino para el bien de sus súbditos, y llegada la noche, no dejaba de visitar el aposento de su esposa, y así hasta el noveno mes.

Y en la última noche de este noveno mes sintió la reina los dolores de parto, se sentó en la silla parturienta, y al amanecer, Alah le facilitó el parto, y la reina dió a luz un varón marcado con la señal de la suerte y la fortuna.

En cuanto supo el rey la noticia de este nacimiento, se dilató su pecho hasta el límite de la dilatación, y se alegró con una gran alegría, e hizo regalos de gran riqueza al anunciador. Después corrió hacia el lecho de su esposa, y cogiendo en brazos al niño le besó entré los dos ojos, se maravilló de su hermosura, y vió cuán perfectamente le cuadraban estos versos del poeta:


¡Desde que nació, le otorgó Alah la gloria y el límite de las alturas, y le hizo levantarse como un astro nuevo!


¡Oh nodrizas de hechos espléndidos y delicados, no le acostumbréis a la curva de vuestra cintura! ¡Porque su única cabalgadura será el lomo firme de los leones y de los caballos encabritados!


¡Oh nodrizas de leche muy dulce y muy blanca, apresuraos a destetarle! ¡Porque la sangre de sus enemigos será para él la bebida más deliciosa!


Entonces las criadas y nodrizas cuidaron del recién nacido, y las comadres le cortaron el cordón, y le alargaron los ojos con kohl negro. Y como había nacido de un hijo de reyes y de una reina hija de reinas, y era tan hermoso y tan magnífico, le llamaron Diadema.


En este momento de su narración, Schehrazada vio aparecer la mañana, y se calló discretamente.


Pero cuando llegó la 110ª noche


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Ella dijo:

Le llamaron Diadema. Y se crió entre besos y en el seno de las más bellas. Y transcurrieron los días, y transcurrieron los años, y el niño llegó a los siete años de edad.

Entonces su padre, el rey Soleimán-Schah, mandó llamar a los maestros más sabios y les ordenó que le enseñaran la caligrafía, las bellas letras y el arte de portarse, así como las reglas de la sintaxis y de la jurisprudencia. Y a leer el Libro Sublime.

Y aquellos maestros de la ciencia permanecieron con el niño hasta que llegó a los catorce años. Entonces, como había aprendido todo cuanto su padre deseaba que aprendiese, fué juzgado digno de un traje de honor. Y el rey lo sacó de las manos de los sabios y lo confió a un maestro de equitación, que le enseñó a montar a caballo, y a justar con la lanza y la azagaya, y a cazar el gamo con el gavilán Y el príncipe Diadema llegó a ser en poco tiempo el caballero más cumplido, y era tan perfectamente hermoso, que cuando salía a pie o a caballo hacía condenarse a cuantos le miraban.

Cuando cumplió los quince años eran tales sus encantos, que los poetas le dedicaron las odas más apasionadas, y los más castos y más puros de los labios sintieron que el corazón se les deshacía y el hígado se les destrozaba por el encanto mágico que había en él. Y he aquí uno de los poemas que un poeta enamorado había compuesto por amor a sus ojos:


¡Besarlo es embriagarse con el almizcle de que está perfumada toda su piel! ¡Abrazarlo es sentir doblarse su cuerpo, como se dobla una rama bañada de brisa y de rocío!


¡Besarlo es embriagarse sin probar ningún vino! ¡Bien lo sé yo, en quien fermenta por las noches el vino almizclado de su saliva!


¡La misma Belleza, al despertarse por la mañana, se mira al espejo y se reconoce vasalla suya! ¡Oh locura mía! ¿cómo podrán los corazones librarse de su belleza?


¡Por Alah! ¡Si logro vivir de este modo viviré con su quemadura en mi corazón! ¡Pero si llegase a morir por su amor,será mi última dicha!


¡Y todo esto cuando sólo tenía quince años de edad! ¡Pero cuando llegó a los diez y ocho, ya fué otra cosa! Entonces un bozo juvenil aterciopeló el grano rosado de sus mejillas; el ámbar negro puso un lunar en la blancura de su barbilla, y perturbó todos los juicios, y arrebató todos los ojos, como dice el poeta:


¡Su mirada! ¡Acercarse al fuego sin quemarse no es cosa tan asombrosa como su mirada! ¿Cómo estoy todavía vivo, ¡oh encantador! cuando paso mi vida ante tus ojos?


¡Sus mejillas! ¡Si sus transparentes mejillas están aterciopeladas, no es de bozo como todas las demás, sino de seda exquisita y dorada!


¡Su boca! ¡Hay algunos que vienen a preguntarme ingenuamente donde está el elixir de la vida, y por qué tierra corre el elixir de vida y su manantial!


Y yo les digo: ¡Conozco el elixir de la vida y su manantial! ¡Es la boca de un joven esbelto y dulce, un gamo joven con el cuello tierno e inclinado, un adolescente de cintura flexible!


¡Es el labio húmedo de mi amigo, delgado y vivo, joven de dulces labios de un rojo oscuro!


Pero todo esto cuando tenía diez y ocho años, pues cuando alcanzó la edad de hombre, el príncipe Diadema llegó a ser tan admirablemente hermoso, que fué un ejemplo citado en todos los países musulmanes, a lo largo y a lo ancho. Y así, el número de sus amigos y de sus íntimos fué tan considerable; y cuantos le rodeaban querían verle reinar en el país como reinaba en los corazones.

En esta época, el príncipe Diadema se apasionó por la cacería y por las expediciones por bosques y selvas, a pesar del terror que sus constantes ausencias inspiraban a su padre y a su madre. Y un día mandó a sus esclavos que prepararan provisiones para diez días, y partió con ellos para una cacería a pie y con galgos. Y anduvieron durante cuatro días, hasta que llegaron por fin a una comarca abundante en caza, cubierta de bosques habitados por toda clase de animales silvestres y regada por una multitud de fuentes y arroyos.

Y el príncipe Diadema dió la señal para que comenzase la caza. Se tendió la amplia red de cuerda alrededor de un gran espacio, y los ojeadores irradiaron de la circunsferencia al centro, llevándose por delante a todos los animales enloquecidos, empujándolos de este modo hacia el centro. Y en persecución de los animales difíciles de ojear, se soltaron las panteras, los perros y los halcones. Y la cacería con galgos dió un gran número de gacelas, y de toda clase de caza. Y fué una gran fiesta para las panteras de caza, los perros y halcones.

Una vez terminada la caza, el príncipe Diadema se sentó a orillas de un río para descansar un rato. Después repartió la caza entre sus amigos, reservando la mejor parte a su padre el rey Soleimán. Y enseguida se acostó en aquel sitio hasta por la mañana.

Al despertar, se encontraron con que había acampado allí una gran caravana llegada por la noche, y vieron salir de las tiendas y bajar hacia el río para hacer sus abluciones a un gran número de gente, esclavos negros y mercaderes. Entonces el príncipe Diadema envió a uno de sus hombres para que se enterase de quiénes eran y de su país y condición.

Y el correo volvió, y transmitió al príncipe Diadema lo que le había dicho aquella gente: "Somos mercaderes que hemos acampado aquí, atraídos por el verdor de este bosque y por esos arroyos deliciosos. Sabemos que nada tenemos que temer, porque estamos en las tierras seguras del rey Soleimán, cuya sabiduría de gobierno es conocida en todas las comarcas y tranquiliza a todos los viajeros. ¡Y le traemos como regalo gran número de cosas bellas y de mucho valor, sobre todo para su hijo, el admirable príncipe Diadema!".

Y el príncipe Diadema exclamó: "¡Por Alah! Si esos mercaderes me traen tan hermosas cosas, ¿por qué no vamos a buscarlas? Así pasaremos alegremente la mañana". Y el príncipe, seguido de sus amigos los cazadores, se dirigió hacia las tiendas de la caravana.

Cuando los mercaderes vieron llegar al príncipe y adivinaron quién era, acudieron a su encuentro, le invitaron a entrar en sus tiendas, y le levantaron en su honor una magnífica tienda de raso rojo con figuras multicolores, representando flores y pájaros, alfombrada de sedas de la India y brocados de Cachemira. Y colocaron un precioso almohadón sobre una maravillosa alfombra de seda, cuyo borde estaba enriquecido con varias filas de esmeraldas. Y el príncipe se sentó en esta alfombra, se apoyó en el almohadón, y pidió a los comerciantes que le enseñaran sus mercaderías. Y habiéndole enseñado los comerciantes todas sus mercaderías, eligió lo que más le agradaba, y a pesar de que se resistían, les obligó a aceptar su precio, pagándoles con largueza.

Después mandó a los esclavos que recogiesen las compras, y se disponía a montar para proseguir la caza, cuando de pronto vió delante de él, entre los mercaderes, a un joven...


En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y con su acostumbrada discreción, aplazó el relato para el día siguiente.


Y cuando llegó la 111ª noche


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Ella dijo:

Cuando de pronto el príncipe Diadema vió delante de él, entre los mercaderes, a un joven de una sorprendente hermosura, de una intensa palidez, vestido con un magnífico traje y muy bien portado. Aquel rostro, tan pálido y tan bello, hablaba de una gran tristeza, la ausencia de un padre, de una madre o de un amigo muy querido.

Y el príncipe Diadema no quiso marcharse sin saber quién era aquel hermoso joven hacia el cual se sentía atraído. Y se aproximó a él, le deseó la paz, y le preguntó quién era y por qué estaba tan triste. Y el hermoso joven, al oír esta pregunta, sólo pudo decir estas palabras: "¡Soy Aziz!" Y rompió en sollozos de tal manera, que cayó desmayado.

Cuando volvió en sí, el príncipe Diadema le dijo: "¡Oh Aziz! sabe que soy tu amigo. Dime, pues, el motivo de tus penas". Pero el joven Aziz, por toda respuesta, apoyó los codos en el suelo, y cantó estos versos:


¡Evitad la mirada mágica de sus ojos, pues nadie se escapa de su órbita!


¡Los ojos negros son terribles cuando miran lánguidamente porque atraviesan los corazones como los atraviesa el acero de las espadas más afiladas!


¡Y sobre todo, no escucheis la dulzura de su voz, pues como si fuera un vino hecho de fuego, trastorna el juicio a los más razonables!.


¡Si la conocieseis! ¡Son tan dulces sus miradas! ¡Si su cuerpo de seda tocara el terciopelo, lo eternizaría de dulzura!


¡Cuán noble es la distancia entre su tobillo apretado por la pulsera de oro y sus ojos cercados de kohl negro!


¡Ah! ¿En dónde está el aroma delicado de sus vestidos perfumados, de su aliento que sabe a esencia de rosas?


Cuando el príncipe Diadema oyó esta canción, no quiso insistir más por el momento, y dijo: "¡Oh Aziz! ¿por qué no me has enseñado tus mercancías como los demás mercaderes?" El otro contestó: "¡Oh mi señor! mis mercancías no merecen que las compre el hijo de un rey".

Pero el hermoso Diadema dijo al hermoso Aziz: "¡Por Alah! ¡De todos modos quiero que me las enseñes!" Y obligó al joven Aziz a sentarse en la alfombra de seda, a su lado, y a presentarle, pieza por pieza, todas sus mercancías. Y el príncipe Diadema, sin examinar las bellas telas, se las compró todas, y le dijo: "Ahora, ¡oh Aziz! si me contases el motivo de tus penas... Te veo con los ojos llenos de lágrimas y con el alma llena de aflicción. Ahora bien; si alguien te persigue sabré castigar a tus opresores; y si tienes deudas, pagaré de todo corazón tus deudas. Porque he aquí que me siento atraído hacia ti, y mis entrañas arden por causa tuya".

Pero el joven Aziz, al oír estas palabras, se sintió de nuevo ahogado por los sollozos, v no pudo hacer más, que cantar estas estrofas:


!La presunción de tus ojos negros alargados con kohl azul!


¡La esbeltez de tu cintura recta sobre tus caderas ondulantes!


¡El vino de tus labios y la miel de tu boca! ¡La curva de tus pechos y la brosla que los florece!


¡Esperarte es más dulce para mi corazón que lo es para el condenado la esperanza del indulto! ¡Oh noche!


Y el príncipe Diadema, después de esta canción, quiso distraer al joven y se puso a examinar una por una las hermosas telas y las sederías. Pero de pronto cayó de entre las telas un trozo de seda brocada, que el joven Aziz se apresuró a recoger y lo dobló temblando, poniéndoselo bajo la rodilla. Y exclamó:


¡Oh Aziza, mi muy amada! ¡Más fáciles que tú son de alcanzar las estrellas de las Pléyades!


¿Adonde iré sin ti? ¿Cómo he de soportar tu ausencia, que me abruma, cuando apenas puedo con el peso de mi traje?


Y el príncipe, al ver aquel movimiento del bello Aziz y al oír sus últimos versos, se quedó extremadamente sorprendido, llegando al límite de la expectación. Y exclamó...


En este momento de su narración, Schehrazada, la hija del visir, vió acercarse la mañana, y discretamente, no quiso abusar del permiso otorgado.

Entonces su hermana, la joven Doniazada, que había oído toda aquella historia conteniendo la respiración, exclamó desde el sitio en que estaba acurrucada: "¡Oh hermana mía! ¡Cuán dulces, cuán gentiles y cuán deliciosas al paladar y sabrosas en su frescura son tus palabras! ¡Y cuán encantador es ese cuento, y cuán admirables sus versos!"

Y Schehrazada le sonrió, y le dijo: "¡Sí, hermana mía! ¿Pero qué es eso comparado con lo que os contaré la noche próxima, si aun estoy viva por merced de Alah y voluntad del rey?"

Y el rey Schahriar dijo para sí: "¡Por Alah! No la mataré sin haber oído la continuación de su historia, que es una historia maravillosa y sorprendente, por todo extremo".

Después cogió a Schehrazada en brazos. Y pasaron el resto de la noche entrelazados hasta el día. Luego de lo cual marchó el rey Schahriar a la sala de su justicia; y el diwán se llenó de la multitud y de los visires, emires, chambelanes, guardias y servidores de palacio. Y el gran visir llegó también, llevando debajo del brazo el sudario para su hija Schehrazada, a la cual creía ya muerta. Pero el rey nada le dijo sobre esto, y siguió juzgando, concediendo empleos, destituyendo, gobernando y despachando los asuntos pendientes, y así hasta el fin del día. Después se levantó el diwán, y el rey entró en su palacio. Y el visir se quedó muy perplejo llegando al límite más extremo del asombro.

Pero cuando llegó la noche, el rey Schahriar fué a buscar a Schehrazada, y no dejó de hacer con ella su cosa acostumbrada.


Pero cuando llegó la 112ª noche


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Y en cuanto se terminó la cosa, la joven Doniazada se levantó de la alfombra, y dijo a Schehrazada:

"¡Oh hermana mía! te ruego que sigas esa bella historia del hermoso príncipe Diadema y Aziz y Aziza, que al pie de los muros de Constantinia contaba el visir al rey Daul'makán".

Y Schehrazada sonriendo a su hermana Doniazada, le dijo: "¡La contaré de todo corazón y como homenaje debido! ¡Pero no sin que me lo permita este rey bien educado y dotado de buenos modales!"

Entonces el rey Schahriar, que no podía dormir por la impaciencia con que aguardaba el relato, contestó: "¡Puedes hablar!"


Y Schehrazada dijo:

He llegado a saber, ¡oh rey afortunado! que el príncipe Diadema exclamó: "¡Oh Aziz! ¿Por qué ocultas esa tela?"

Y Aziz respondió: "¡Oh señor! precisamente por esto no quería mostrarte mis mercancías. ¿Qué haré ahora?" Y lanzó un suspiro con toda su alma. Pero tanto insistió el príncipe Diadema, y tan afables eran sus palabras, que el joven Aziz acabó por decir:

"Sabe, ¡oh mi señor! que la historia de este doble pedazo de tela es bien extraña, y está llena de recuerdos muy dulces para mí. Pues los encantos de aquellas que entregaron estas dos telas nunca se borrarán de mis ojos. La que me dió la primera tela se llamaba Aziza. ¡En cuanto a la otra, su nombre me es muy amargo de pronunciar en este momento! Porque fué ella con su propia mano la que me hizo lo que soy. Pero como ya he empezado a hablarte de estas cosas, voy a contarte los pormenores. Seguramente te encantarán, y servirán de lección a quienes los oigan con respeto".

Después el joven Aziz sacó el doble pedazo de tela que había ocultado bajo de la rodilla, y lo desdobló sobre la alfombra en donde estaban sentados. Y el príncipe Diadema vio que los dos pedazos eran distintos: en uno estaba bordado, con hilos de oro rojo e hilos de seda de todos colores, una gacela; y en el otro pedazo había también una gacela, pero bordada con hilo de plata, y llevaba al cuello un collar de oro rojo, del cual colgaban tres piedras de crisolito oriental.

Al ver estas gacelas, tan maravillosamente bordadas, exclamó el príncipe: "¡Gloria a Aquel que pone tanto arte en el alma de sus criaturas!" Y después, dirigiéndose al hermoso joven, prosiguió:"¡Oh Aziz! te ruego que me cuentes tu historia con Aziza y con la dueña de esta segunda gacela".

Y el hermoso Aziz dijo al príncipe:

"Sabe, ¡oh príncipe Diadema! que mi padre era uno entre los grandes mercaderes, y no tenía más hijos que yo. Pero yo tenía una prima que se había criado conmigo en casa de mi padre, porque el suyo había fallecido.

Pero antes de morir, mi tío había hecho prometer a mi padre y a mi madre que nos casarían cuando llegáramos a la edad conveniente. Así es que nos dejaban juntos; y de este modo llegamos a aficionarnos el uno al otro. Y de noche nos hacían dormir en la misma cama, sin separarnos un momento. Claro es que nosotros no caímos entonces en los inconvenientes que pudiera tener todo aquello, aunque de todos modos, mi prima era más advertida que yo en tales asuntos, y más instruída y hasta más experta, pues lo conocí más adelante, al pensar en su manera de enlazarme con sus brazos y de apretar los muslos al dormirse junto a mí.

A todo eso, como acabábamos de cumplir la edad requerida, mi padre dijo a mi madre: "Este año tenemos que casar a nuestro hijo Aziz con su prima Aziza". Y se puso de acuerdo con ella acerca del día en que se redactaría el contrato, y enseguida se puso a hacer los preparativos para la ceremonia; y fué a invitar a los parientes y amigos, diciéndoles: "El viernes próximo después de la oración, vamos a redactar el contrato de matrimonio de Aziz con Aziza". Y mi madre fué a avisar por su cuenta a todas las mujeres que conocía y a sus parientes. Y para recibir a los convidados como es debido, mi madre y las criadas de la casa lavaron cuidadosamente el salón, hicieron brillar los mármoles de su pavimento, y tendieron las alfombras, y adornaron las paredes con hermosas telas y con tapices labrados con oro, que guardaban encerrados en los arcones. En cuanto a mi padre, fué a encargar los pasteles y dulces, y dispuso con todo esmero las grandes bandejas para las bebidas. Y antes de la hora señalada para recibir a los convidados, me envió mi madre al hammam para que me bañase, y vino un esclavo detrás de mí con un traje nuevo, el mejor de entre los trajes nuevos que había de ponerme después de bañarme.

Fui, pues, al hammam, y terminado el baño, me puse el suntuoso traje consabido, que estaba tan poderosamente perfumado, que los transeúntes se detenían para saborear su aroma en el aire. Y me dirigí hacia la mezquita para asistir a la plegaria que aquel día de viernes había de preceder a la ceremonia, pero por el camino me acordé de un amigo al cual se me había olvidado invitar. Y empecé a andar muy de prisa para no retrasarme, pero con la precipitación acabé por extraviarme por una callejuela que no conocía. Y como estaba humedecido de sudor por el baño caliente y por el traje nuevo, cuya tela era muy rígida, aproveché la frescura de la calleja para descansar en un banco empotrado en la pared. Antes de sentarme saqué del bolsillo un pañuelo bordado de oro, y lo extendí debajo de mí. Y el sudor seguía cayéndome de la frente, por lo muy intenso del calor; y como no tenía nada con que limpiármelo, pues el pañuelo estaba debajo de mí, lo sentí mucho, y este tormento activaba más todavía la transpiración. Y me disponía a levantar el faldón de mi traje nuevo para secarme los goterones que me surcaban las mejillas, cuando vi caer, ligero como la brisa, un pañuelo blanco de seda, cuyo perfume habría curado a un enfermo. Sólo con su vista se refrescó mi alma. Me apresuré a recogerlo, miré hacia arriba para ver de dónde habría caído, y mis ojos se encontraron con los ojos de una joven, la misma que había de darme esta primera gacela bordada. La ví...


En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.

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