Pero cuando llegó la 113ª noche

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Ella dijo:

La ví, sonriente, asomada en una ventana abierta en el piso alto. No intentaré pintarte su hermosura, porque mi lengua es demasiado torpe para ello. Sabe únicamente que apenas me hubo visto se puso el dedo índice entre los labios. Bajó después el dedo del corazón, lo unió al índice izquierdo, y se puso los dos entre los pechos. En seguida se metió dentro, cerró la ventana y desapareció.

Y completamente sorprendido, e inflamado por el deseo, por mucho que miré esperando ver de nuevo aquella aparición que me había arrebatado el alma, permaneció cerrada la ventana obstinadamente. Y no desesperé hasta que, después de haber estado aguardando en el banco hasta la puesta del sol, olvidando el contrato de casamiento y la novia, me cercioré de que decididamente era en vano aguardar. Entonces me levanté con el corazón muy apenado, y me dirigí hacia mi casa. Por el camino desdoblé aquel adorable pañuelo, cuyo perfume me había deleitado tan intensamente, y me creí en el Paraíso. Y cuando lo hube desdoblado del todo, vi que en una de las esquinas llevaba escritos estos versos, con una hermosa letra entrelazada:

¡He querido quejarme por medio de esta letra fina y complicada para que conozca la pasión de mi alma! ¡Porque toda letra es la huella del alma que la imagina!


Pero el amigo me dijo: "¿Por qué es tu letra tan fina y tan atormentada, que casi desaparece a mi vista?"


Y contesté: "¡Así estoy yo de atormentada! ¿Tan ingénuo eres que no has adivinado en ella un indicio de amor?"


Y en la otra esquina del pañuelo estaban escritos estos versos, en caracteres grandes y regulares:


¡Las perlas, el ámbar y el encendido rubor de las manzanas bajo las hojas celosas, apenas podrían decirte la claridad de sus mejillas debajo del bozo!


¡Y si buscaras la muerte, la encontrarías en las intensas miradas de sus ojos, cuyas víctimas son innumerables! ¡Pero si es la embriaguez lo que deseas, deja los vinos del copero! ¿No tienes las rojas mejillas del copero?


Entonces yo, ¡oh mi señor! me sentí enloquecido, y llegué a mi casa al caer la noche. Y encontré a la hija de mi tía, que estaba llorando; pero al verme se limpió rápidamente los ojos, se acercó a mí, y me ayudó a desnudarme. Y me interrogó dulcemente sobre el motivo de mi retraso, y me dijo que todos los convidados, los emires, los grandes mercaderes y los demás, lo mismo que el kadí y los testigos, me habían aguardado largo rato, pero que al no verme venir habían comido y bebido hasta la saciedad, y se habían ido todos, cada cual por su camino. Después añadió: "¡En cuanto a tu padre, se ha puesto muy furioso, y ha jurado que nuestro casamiento se aplazará hasta el año que viene! Pero ¡oh hijo de mi tío! ¿por qué has procedido de esa manera?"

Entonces le dije: "Ha ocurrido tal y cual cosa". Y le conté la aventura con pormenores. Enseguida cogió el pañuelo que le alargaba, y después de haber leído lo que en él estaba escrito, derramó abundantes lágrimas. Y dijo después: "¿Pero ella no te ha hablado?"

Yo contesté: "Sólo por señas, de las cuales nada he entendido, y cuya explicación quisiera que me dieses". Ella dijo: "¡Oh mi muy amado primo! si me pidieras hasta los ojos, no vacilaría en sacármelos para ti. Sabe, pues, que para devolver la tranquilidad a tu espíritu estoy dispuesta a servirte con toda abnegación, y a facilitarte un encuentro con esa mujer que tanto te preocupa, y que seguramente está enamorada de ti. Porque esas señas, cuyo misterio lo conocemos nosotras las mujeres, significan que te ama apasionadamente y que te cita para dentro de dos días. Los dedos colocados entre los dos pechos determinan el número dos, mientras que el dedo entre los labios indica que eres para ella lo mismo que su alma, que le da vida al cuerpo. Está, pues, seguro de que mi amor hacia ti ha de obligarme a todos los favores que pueda hacerte, y os pondré a ambos bajo mis alas, para que os protejan".

Le di las gracias por su abnegación y por sus buenos ofrecimientos, y me estuve dos días en casa aguardando la hora de la cita. Y estaba muy triste, y descansaba la cabeza en las rodillas de mi prima, que no dejaba de animarme y alentar mi corazón. Así es que, cuando se acercó la hora de la cita, mi prima se apresuró a ponerme el traje, y me perfumó con sus manos...


En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.


Pero cuando llegó la 114ª noche

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Ella dijo:

El hermoso Aziz prosiguió de este modo su historia:

Y me perfumó con sus manos, quemó benjuí para que aromase mi ropa, y me abrazó tiernamente, diciendo: "¡Oh mi muy amado primo! he aquí la hora. Ten ánimo, y vuelve a mí tranquilo y satisfecho. Pues yo deseo la paz de tu alma, y sólo seré dichosa con tu dicha. Vuelve pronto, pues, para contarme la aventura. ¡Y cuenta que habrá hermosos días para nosotros, y hermosas noches benditas!" Entonces, calmando los latidos de mi corazón y reprimiendo mis emociones, me despedí de mi prima y salí.

Llegado a la callejuela sombría, fuí a sentarme en el banco, sintiendo que se había apoderado de mí una excitación inmensa.

Y apenas estuve allí, vi que se entreabría la ventana; y enseguida me pasó un vértigo por delante de los ojos, pero me rehice, miré hacia la ventana, y vi a la joven. Y al ver aquel rostro adorado, me tambaleé y caí temblando en el banco.

La joven seguía en la ventana, mirándome con toda la luz de sus ojos. Y tenía en la mano un espejo y un pañuelo rojo. Y sin decir palabra, se levantó las mangas y se descubrió los brazos hasta los hombros. Después abrió la mano, y extendiendo los dedos, se tocó los pechos. Luego alargó el brazo fuera de la ventana, empuñando el espejo y el pañuelo rojo; agitó el pañuelo tres veces, levantándolo y volviéndolo a bajar. Hizo ademán de retorcer el pañuelo y doblarlo; inclinó la cabeza hacia mí largo rato; después, retirándose rápidamente, cerró la ventana y desapareció. ¡Y esto fué todo! Y sin pronunciar ni una sola palabra.

Me dejó así, en una perplejidad extrema; y no sabía si quedarme o irme; y en la duda, estuve mirando a la ventana horas y más horas, hasta medianoche. Entonces, sintiéndome enfermo a fuerza de tanto pensar, me volví a casa y encontré a mi pobre prima esperando, con los ojos enrojecidos por las lágrimas y la cara llena de tristeza y resignación. Y falto de fuerzas, me dejé caer al suelo en un estado lamentable. Y mi prima, que se había apresurado a correr hacia mí, me recibió en sus brazos, y me besó en los ojos, y me los secó con una punta de la manga, y para calmar mi espíritu, me dió un vaso de jarabe perfumado con agua de flores; y acabó por interrogarme dulcemente sobre aquel retraso y sobre mi desesperación.

Entonces, aunque quebrantado por el cansancio, la puse al corriente de todo, refiriéndole los ademanes de la hermosa desconocida. Y mi prima dijo: "¡Oh Aziz de mi corazón! el significado que para mí tienen esas cosas, sobre todo lo de los cinco dedos y el espejo, es que la joven te enviará un mensaje dentro de cinco días a casa del tintorero de la calleja".

Entonces exclamé: "¡Oh hija de mi corazón! ¡ojalá sean verdaderas tus palabras! Pues he visto que en la esquina de la calleja existe efectivamente la tienda de un tintorero judío". Y después, sin poder resistir la ola de mis recuerdos, me puse a sollozar en el seno de mi prima, que para consolarme me colmó de palabras dulces y caricias encantadoras.

Y decía: "Piensa, ¡oh mi querido Aziz! que los enamorados sufren años y más años esperando, y tienen que resignarse, armándose de firmeza, y tú apenas si hace una semana que conoces los tormentos del corazón. Anímate, ¡oh hijo de mi tío! y prueba estos manjares, y bebe este vino que te ofrezco".

Pero yo, ¡oh mi joven señor! no pude tragar ni un bocado, ni un sorbo, y hasta perdí el sueño. La cara se me puso amarilla, y se desmejoraron mis facciones. Porque era la primera vez que sentía la pasión, y gozaba un amor amargo y misterioso.

Así es que durante los cinco días que estuve aguardando, enflaquecí hasta el extremo, y mi prima, muy afligida al verme de aquel modo, no me dejó ni un solo instante, y pasaba los días y las noches sentada a mi cabecera contándome historias de enamorados, y en vez de dormir, velaba a mi lado; y algunas veces la sorprendí secándose las lágrimas, que quería disimular.

Por fin, pasados los cinco días, me obligó a levantarme, y me calentó agua, y me hizo entrar en el hammam. Y después me vistió, y me dijo: "¡Ve a escape a la cita! ¡Y Alah te haga lograr lo que deseas, y con sus bálsamos te cure el alma!"

Me apresuré a salir, y corrí a casa del tintorero judío.

Pero aquel día era sábado, y el judío no había abierto la tienda. Me senté, a pesar de todo, delante de la puerta de la tienda, y estuve esperando hasta la oración y hasta que el sol se puso. Y como la noche avanzaba sin ningún resultado, me sobrecogió el temor y me decidí a volver a casa. Llegué como borracho, sin saber lo que hacía ni lo que decía. Y encontré a mi prima de pie, vuelta la cara hacia la pared, con un brazo apoyado en un mueble y una mano sobre el corazón. Y suspiraba unos versos muy tristes acerca del amor desgraciado.

Pero apenas se enteró de mi presencia, se secó los ojos y corrió a mi encuentro, procurando sonreír para ocultarme su dolor. Y me dijo: "¡Oh primo muy amado! ¡que Alah haga duradera tu felicidad! ¿Pero por qué en lugar de volver tan solo por las calles desiertas no has pasado toda la noche en casa de tu amante?"

Al oírla no pude contenerme; creí que mi prima se quería burlar de mí, y la rechacé con tal brusquedad, que fué a caer todo lo larga que era contra el ángulo de un diván, y se hizo en la frente una ancha herida, de donde empezó a correr la sangre a oleadas. Entonces mi pobre prima, lejos de irritarse por mi brutalidad, no pronunció ni una palabra de indignación, se levantó muy resignada, y fué a quemar un pedazo de yesca, aplicándosela sobre la herida. Y cuando se hubo vendado la frente con un pañuelo, limpió la sangre que manchaba el mármol, y como si nada hubiese pasado, se volvió hacia mí, sonriendo tranquila, y me dijo con la mayor dulzura...


En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y discreta como de costumbre, interrumpió su relato hasta el otro día.


Pero cuando llegó la 115ª noche

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Ella dijo:

Y como si nada hubiese pasado, se volvió hacia mí, sonriendo tranquila, y me dijo con la mayor dulzura: "¡Oh hijo de mi tío! estoy en el límite de la desolación por haberte apenado con palabras impertinentes. ¡Perdóname, y cuenta por favor lo que te haya pasado, para que yo vea si puedo poner remedio!"

Entonces le conté el contratiempo que había sufrido y que no sabía nada de la desconocida. Y Aziza dijo: "¡Oh Aziz de mis ojos! puedo anunciarte que conseguirás tu objeto, pues esto es una prueba a que te somete la joven para ver la fuerza de tu amor y tu constancia para con ella. ¡Así es que mañana irás a sentarte en el banco, y seguramente encontrarás una solución a gusto de tu deseo!"

Y dicho esto, me trajo mi prima una bandeja con manjares, pero yo la rechacé bruscamente, y la vajilla saltó por el aire y rodó por toda la alfombra. Fué mi modo de expresar que no quería comer ni beber. Mi pobre prima recogió cuidadosa y silenciosamente los cacharros que cubrían el suelo, limpió la alfombra, y volvió a sentarse al pie del diván en que yo estaba echado. Y durante toda la noche me estuvo abanicando, diciéndome palabras cariñosas con dulzura infinita. Y yo pensaba: "¡Qué locura es estar enamorado como lo estoy!" Por fin apareció la mañana, me levanté a toda prisa, y me fui a la calleja, debajo de la ventana de la joven.

Y apenas me había sentado en el banco, la ventana se abrió, y apareció ante mis ojos deslumbrados la cabeza deliciosa que era toda mi alma. Y me sonreía con todos sus dientes y con una sonrisa definitivamente sabrosa. Desapareció un momento, y volvió con un saco en la mano, un espejo, una maceta de flores y una linterna. Y primeramente metió el espejo en el saco, ató el saco, y lo tiró todo dentro de la habitación. Después, con un ademán incomparable, se soltó la cabellera, que cayó pesadamente sobre sus hombros, y se cubrió con ella un momento la cara. Enseguida colocó la linterna en el tiesto, en medio de las flores, lo volvió a coger todo y desapareció. La ventana se cerró del todo, y mi corazón voló con la joven. Y mi estado ya no era un estado.

Entonces, sabiendo de sobra lo inútil que era aguardar, me encaminé desolado hacia mi casa, donde encontré a mi pobre prima llorando y con la cabeza toda entrapajada, pues llevaba una venda en la frente para resguardarse la herida y otra alrededor de los ojos, enfermos por tantas lágrimas como había derramado durante mi ausencia y durante aquellos días de amargura. Y tenía la cabeza apoyada en una mano, y murmuraba muy despacio la armonía de estos versos:


Pienso siempre en ti, ¡oh Aziz! ¿A qué morada lejana has huído? Responde, ¡oh Aziz! ¿Dónde has encontrado morada, ¡oh viajero adorado!?


¡Piensa en mí a tu vez! ¡Sabe que, te impulse donde te impulse el Destino, celoso de mi dicha, no podrás encontrar el calor que te guarda este pobre corazón de Aziza!


¡Pero no me escuchas, Aziz, y te alejas! ¡Y he aquí que mis ojos te echan de menos, vertiendo lágrimas inagotables!


¡Apaga tu sed en la limpidez de un agua pura, pero deja que mi dolor beba la sal de estas tristes lágrimas, ocultas en mis órbitas profundas!


¡Llora, corazón mío, la ausencia del muy amado ... ! Pienso siempre en ti, ¡oh Aziz! ¿A qué morada lejana has huído? Responde, ¡Oh Asís!¿Dónde has encontrado morada, ¡oh viajero adorado!?


Terminados estos versos se volvió, y al verme quiso enseguida ocultar sus lágrimas, y vino hacia mí, y se estuvo de pie, sin poder hablar. Por fin dijo: "¡Oh primo mío! cuéntame qué ha ocurrido esta vez". Y le expliqué minuciosamente los misteriosos ademanes de la joven. Y Aziza dijo: "¡Regocíjate, ¡oh primo mío! pues verás logrados tus anhelos! Sabe que el espejo metido en el saco representa el sol que desaparece. Esta seña te invita a dirigirte mañana por la noche a su casa. La cabellera negra suelta y tapando la cara significa la noche cubriendo el mundo con sus tinieblas. Esta seña es una confirmación de la anterior. La maceta de flores significa que tienes que entrar en el jardín de la casa, situado detrás de la calleja, y en cuanto a la linterna encima de la maceta, indica claramente que cuando estés en el jardín debes dirigirte hacia donde veas una linterna encendida, y aguardar allí la llegada de tu amante". Pero yo, en el colmo de la decepción, exclamé: "¡Ya me has dado esperanzas demasiadas veces, que luego no se han cumplido! ¡Alah! ¡Alah! ¡Cuán desgraciado soy!"

Y mi prima, más cariñosa que de costumbre, no escaseó las palabras dulces y consoladoras. Pero no se atrevió a moverse ni a darme de comer ni de beber, por temor a mis accesos de impaciencia demasiado expresivos.

Sin embargo, al anochecer del día siguiente me decidí a intentar la aventura, animado por Aziza, que me daba tantas pruebas de su desinterés y del sacrificio absoluto de su persona, mientras que en secreto lloraba todas sus lágrimas.

Me levanté, tomé un baño, y siempre ayudado por Aziza me puse mi traje más hermoso. Pero antes de dejarme salir, Aziza me echó una mirada de desolación, y con voz llorosa me dijo: "¡Oh hijo de mi tío! toma este grano de almizcle y perfúmate los labios. Y cuando hayas visto a tu amante, y hayas logrado tu deseo, prométeme que le recitarás los versos que voy a decirte". Y me echó los brazos al cuello y sollozó un gran rato. Entonces le juré recitarlos. Y Aziza, tranquilizada, me recitó los versos, y me obligó a repetirlos antes de marcharme, aunque yo no comprendía su intención ni su alcance futuro:


¡Oh vosotros los enamorados! Decidme, ¡por Alah! ¿si el amor habitara siempre en el corazón de su víctima, dónde estaría su redención...?


Después me alejé rápidamente, y llegué al jardín, cuya puerta encontré abierta, y en el fondo había una linterna encendida, hacia la cual me dirigí a través de las sombras.

Y al llegar al sitio en que estaba la luz, me aguardaba una gran sorpresa, pues encontré un maravilloso salón con un cúpula de marfil y de ébano, iluminada por inmensos candelabros de oro y grandes lámparas de cristal colgadas del techo con cadenas doradas. En medio de la sala había una fuente con incrustaciones y dibujos admirables, y la música del agua al caer daba una nota de frescura. Al lado del tazón de la fuente, sobre un grande escabel de nácar, había una bandeja de plata cubierta con un pañuelo de seda, y sobre la alfombra estaba una vasija barnizada, cuyo esbelto cuello sostenía una copa de oro y de cristal.

Entonces, ¡oh mi joven señor! lo primero que hice fué levantar el pañuelo de seda que tapaba la bandeja de plata. ¡Y qué cosas tan deliciosas había allí! ¡Aun las están viendo mis ojos! Efectivamente, había allí...


En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, e interrumpió su relato hasta el otro día.


Y cuando llegó la 116ª noche

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Ella dijo:

Efectivamente, había allí cuatro pollos asados, dorados y olorosos, sazonados con especias finas; había cuatro grandes tazones, que contenían: el primero mahallabia(1) perfumada con naranja y con alfónsigos partidos y canela; el segundo, pasas maceradas, perfumadas discretamente con rosas; el tercero, ¡oh el tercero! Baklawa(2) hojaldrada y dividida en rombos de una sugestión infinita; el cuarto, katayefs(3) de jarabe espeso, prontos a estallar por lo generosamente rellenos.

En la otra mitad de la bandeja veíanse mis frutas predilectas: higos arrugados por la madurez, cidras, limones, uvas frescas y plátanos. Y entre una y otra cosa destacábanse las flores: rosas, jazmines, tulipanes, lirios y narcisos.

Me animé al ver todo esto hasta el límite de la animación, y alejé mis pesares para dar sólo morada a la alegría. Pero me preocupaba el no ver rastro de criatura viviente entre las criaturas de Alah. Y como no veía ni criada ni esclava que viniera a servirme no me atrevía a probar nada, y aguardé pacientemente a que viniera la amada de mi corazón; pero pasó la primera hora, y ¡nada! después la segunda y la tercera, y ¡nada tampoco! Entonces empecé a sentir violentamente la tortura del hambre, pues llevaba mucho tiempo sin comer, a causa de los pasados desencantos; pero ahora que me cercioraba del éxito, me volvió el apetito, por la gracia de Alah, y se lo agradecí a mi pobre Aziza, que me lo había predicho, explicándome con exactitud el misterio de aquellas señas.

Así, pues, no pudiendo resistir más el hambre, me arrojé sobre los adorables katayefs, que prefería a todo, y quién sabe cuántos deslicé en mi garganta, pues parecían amasados con perfumes del Paraíso por los dedos diáfanos de las huríes. Después arremetí contra los rombos crujientes de la jugosa baklawa, y me comí todos los que me deparó mi buena suerte; luego me tragué toda la copa de la blanca mahallabia salpicada de alfónsigos partidos, y no pudo ser más fresca para mi corazón; me decidí en seguida por los pollos, y me comí uno, o dos, o tres, o cuatro, pues estaba muy sabiamente hecho el relleno oculto en su cavidad, sazonado con granos ácidos de granada, después de lo cual me dirigí hacia las frutas para endulzarme, y acaricié mi paladar seleccionando ampliamente entre todas ellas.

Acabé la comida gustando una, dos, tres o cuatro cucharadas de granos dulces de granada, y glorifiqué a Alah por sus beneficios.

Puse fin a todo extinguiendo la sed en la vasija barnizada, sin utilizar la copa, que estaba de sobra.

¿Qué pasó durante aquella noche ... ? Sólo sé que por la mañana, al despertarme los rayos de sol, estaba tendido, no en las alfombras magníficas, sino sobre el mármol desnudo, y tenía sobre el vientre un poco de sal y un puñado de polvo de carbón. Me levanté enseguida, me sacudí, miré a derecha e izquierda, pero no vi rastro de criatura viviente alrededor. Así es que mi perplejidad fué tan grande como mi emoción. Y me enfurecí contra mí mismo, arrepintiéndome de lo débil de mi carne y de mi escasa resistencia contra la fatiga. Y me encaminé tristemente hacia casa, donde encontré a mi pobre Aziza, que se lamentaba humildemente y recitaba llorando estos versos:


¡La brisa danzarina se levanta y viene hacia mí a través de la pradera! ¡Antes de que su caricia se pose en mis cabellos, me lo anuncia su perfurne!


¡Oh brisa suave, ven a mí! ¡Las aves cantan! ¡Toda pasión seguirá su destino!


¡Si yo pudiera, ¡oh amor! cogerte en mis brazos, como el amante aprisiona contar su pecho la cabeza de su amada...!


¡Endulza con tu aliento la amargura de esta alma, que se sumerge en el dolor!


Después de partir tú, ¡oh Aziz! ¿qué alegrías me quedarán en este mundo, y qué gusto le encontraré en adelante a la vida?


¿Quién me dirá si el corazón de mi amado está como mi corazón, abrasado por la llama del amor?


Al verme Aziza se levantó rápidamente, se secó las lágrimas, y me dirigió palabras muy dulces, ayudándome a quitarme la ropa. Y después de olfatearla, me dijo: "¡Por Àlah! ¡Oh hijo de mi tío! no son éstos los perfumes que deja en la ropa el contacto de una mujer adorada. ¡Cuéntame lo que haya ocurrido!"

Y me apresuré a satisfacerla.

Entonces, muy preocupada, exclamó: "¡Por Alah! ¡Oh Aziz! ya no estoy tranquila; temo que esa desconocida te haga pasar grandes disgustos. Sabe que la sal echada en tu piel significa que te encuentra muy soso, por haberte dejado dominar por el sueño. Y el carbón significa que Alah ennegrezca tu cara, porque es mentira tu amor.

Así, ¡oh amado Aziz! esa mujer, en vez de ser amable contigo y despertarte, ha tratado con desprecio a su huésped, haciéndole saber que sólo servía para comer y para dormir. ¡Líbrete Alah del amor de esa mujer sin misericordia y sin corazón!"

Y al oír estas palabras me golpeé el pecho, y exclamé: "¡Yo soy el único culpable! porque ¡por Alah! tiene razón esa mujer, pues los verdaderos enamorados no duermen. ¿Y qué podré hacer ahora, ¡oh hija de mi tío!? ¡Dímelo!"

Y como mi pobre prima Aziza me quería de veras, llegó al límite del enternecimiento al verme tan apesadumbrado...


En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y discretamente, aplazó su relato hasta el otro día.


Y cuando llegó la 117ª noche

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Ella dijo al rey Schahriar:

He llegado a saber, ¡oh rey afortunado! que el visir Dandán prosiguió de este modo la historia del hermoso Aziz:

Y como mi pobre prima Aziza me amaba de veras, llegó al límite del enternecimiento al verme tan apesadumbrado. Y contestó: "¡Sobre mi cabeza y sobre mis ojos! Pero ¡oh Aziz! ¡cuánto mejor sería que yo te ayudase! pero no puedo salir, porque estando próxima a casarme tengo que permanecer en casa. Sin embargo, desde el momento que no puedo ser un lazo de unión entre ambos, te aconsejaré con mis palabras. Vuelve esta noche al mismo sitio, ¡y resiste a la tentación del sueño! Y para lograrlo evita el comer, pues el alimento entumece los sentidos y los afloja.

Cuida de no dormirte, y verás llegar a tu amada al promediar la noche. ¡Alah te tenga bajo su protección y te defienda de las perfidias!"

Deseé con toda mi alma que viniese la noche cuanto antes, y cuando me disponía a salir me detuvo Áziza un momento para decirme: "Te encargo que cuando la joven te haya concedido lo que deseas, no olvides recitarle la estrofa que te he enseñado". Y yo contesté: "Escucho y obedezco".

Y salí de la casa.

Llegué al jardín, y encontré el salón magníficamente iluminado, con las bandejas cargadas de manjares, pasteles, frutas y flores. Y apenas el perfume de las flores, y de los manjares, y de todas aquellas delicias me llegó a la nariz, no se pudo contener mi alma, y comí de todo hasta hartarme, y bebí hasta la dilatación completa de mi vientre. Me sentí muy alegre, empecé a parpadear, y queriendo vencer el sueño traté de abrirme los ojos con los dedos, pero fué en vano.

Entonces me dije: "Voy a echarme un poco, el tiempo preciso para descansar la cabeza en el almohadón, y nada más. ¡Pero no dormiré!" Y enseguida cogí un almohadón, y apoyé en él la cabeza. Pero he aquí que me desperté al día siguiente cuando amanecía, y me vi tendido, no en la sala espléndida, sino en una miserable habitación que probablemente serviría para los palafreneros. Y sobre mi vientre tenía un hueso de pata de carnero, una pelota, huesos de dátiles y granos de algarrobas; y junto a esto, a mi lado, dos dracmas y un cuchillo. Entonces me levanté lleno de confusión, sacudí aquella basura, y enfurecido con lo que me sucedía, sólo recogí el cuchillo. Inmediatamente me dirigí a mi casa, donde encontré a la pobre Aziza, que recitaba estas estrofas:


¡Lágimas de mis ojos! ¡Habeis destrozado mi corazón y aniquilado mi cuerpo!


¡Y mi amigo es cada vez más cruel! ¿Pero no es dulce sufrir por el amigo cuando es tan hermoso!


¡Oh amado Aziz! ¡Has llenado de pasión mi alma, y has abierto en ella abismos de dolor!


Entonces, lleno de despecho, le llamé bruscamente la atención, dirigiéndole dos o tres injurias. Pero lo soportó con paciencia, se secó los ojos, vino hacia mí, me echó los brazos al cuello, y me estrechó con toda su fuerza contra su corazón, mientras que yo trataba de rechazarla, y me dijo: "¡Oh mi pobre Aziz! ya veo que también te has dormido esta noche".

Y como no podía más, me dejé caer sobre la alfombra lleno de rabia, y tiré a lo lejos el cuchillo. Aziza cogió entonces un abanico, se sentó a mi lado, y comenzó a abanicarme, diciéndome que todo se arreglaría. Y a instancias suyas, le enumeré todo lo que había encontrado sobre mi cuerpo al despertarme.

Y le dije: "¡Por Alah! explícame qué significa todo eso". Y ella contestó: "¡Ah Aziz mío! ¿No te había encargado que para evitar el sueño resistieras a la tentación de comer?"

Pero yo le interrumpí: "Explícame el significado de esas cosas". Y ella dijo: "Sabe que la pelota representa..."


En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y aplazó su relato discretamente.


Pero cuando llegó la 118ª noche

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Ella dijo:

"Sabe que la pelota representa que tu corazón, a pesar de hallarte en casa de tu amada, vaga por el aire, por tu poco fervor; los huesos de dátiles quieren decir que estás desprovisto de sabor como éstos, pues la pasión, que es la pulpa del corazón, falta por completo a tus amores; los granos de algarrobo, que, es el árbol de Ayub, (El Job de la Biblia) padre de la paciencia, sirven para recordarte esa virtud, tan preciosa para los enamorados; en cuanto al hueso de pata de carnero, verdaderamente no tiene explicación".

Pero yo volví a interrumpir: "¡Oh Aziza! olvidas el cuchillo y los dos dracmas". Y Aziza, temblando, me dijo: "¡Oh Aziz! tengo miedo por tu suerte. Los dos dracmás simbolizan sus dos ojos. Y con eso quiere decirte:

"¡Juro por mis dos ojos que si volvieses aquí y te durmieras, te degollaría con un cuchillo!"

¡Oh hijo de mi tío! ¡cuánto miedo me causa todo esto, y no tengo otro consuelo que mis sollozos!"

Entonces mi corazón se compadeció de su dolor, y le dije: "¡Por mi vida sobre ti, o hija de mi tío! ¿cómo podríamos remediar este mal? ¡Ayúdame a salir de esta desventura!"

Y ella contestó: "¡Es preciso que te conformes con mis palabras y que las obedezcas, porque si no, nada haremos". Y yo dije: "¡Escucho y obedezco! ¡Lo juro por la cabeza de mi padre!"

Entonces Aziza, confiada en mi promesa, me abrazó, y me dijo: "Pues bien; he aquí mi plan. Tienes que dormir aquí todo el día, y de ese modo no te tentará el sueño esta noche. Y cuando despiertes, te daré de comer y beber. Y así no tendrás que temer nada". Y en efecto, Aziza me obligó a acostarme, y se puso a darme masaje, y bajo la influencia de aquel masaje tan delicioso, no tardé en dormirme; y al despertar cuando ya anochecía, la encontré sentada a mi lado, haciéndome aire con el abanico. Y adiviné que había estado llorando, pues su ropa estaba empapada de lágrimas. Entonces Aziza se apresuró a darme de comer, y ella misma me ponía los pedazos en la boca, y yo no tenía más que tragarlos, y así hizo hasta que me quedé completamente harto.

Después me dió una taza de azufaifas(4) con agua de rosas y azúcar, un refresco excelente. Enseguida me lavó las manos, me las limpió con una servilleta perfumada con almizcle, y me roció con agua de rosas. Enseguida me trajo un magnífico ropón, me lo puso, y me dijo: "¡Si Alah quiere, esta noche será para ti la noche de tus delicias!" Y al acompañarme hasta la puerta, añadió: "Y sobre todo, no olvides mi encargo". Yo pregunté: "¿Qué encargo es ése" Y ella dijo: "¡Oh Aziz! la estrofa que te he enseñado".

Llegué al jardín, entré en la sala, y me senté sobre las riquísimas alfombras. Y como estaba harto, miré indiferente las bandejas, y me puse a velar hasta la medianoche. Y no veía a nadie, ni oía ningún ruido. Y me pareció entonces que aquella noche era la más larga del año. Pero tuve paciencia, y aguardé un poco más. Y cuando habían transcurrido las tres cuartas partes de la noche, y empezaban a cantar los gallos, comenzó el hambre a torturarme, y poco a poco se hizo tan fuerte, que no podía resistir la tentación de la bandeja, y de pronto me puse de pie, quité el paño, comí hasta la saciedad, y bebí un vaso, y después dos, y hasta diez.

Me sentí dominado por un gran sopor, pero me defendí enérgicamente, me enderecé, y moví la cabeza en todos sentidos. Y he aquí que cuando iba a rendirme el sueño oí un rumor de risas y sedas. Y apenas había tenido tiempo de incorporarme y lavarme las manos y la boca, vi que el gran cortinaje del fondo se levantaba. Y entró ella, sonriente y rodeada de diez esclavas jóvenes, hermosas como estrellas. Y era la propia luna. Estaba vestida con una falda de raso verde, bordada de oro rojo. Y sólo para darte una idea de ella, ¡oh mi joven señor! te diré los versos del poeta:


¡Hela aquí! ¡La joven magnífica de mirada arrogante! ¡A través del vestido verde, sin botones, se tienden alegres los pechos espléndidos! ¡Su cabellera está destrenzada!


Y si deslumbrado le pregunto su nombre, me dice: ¡soy la que abrasa los corazones en un fuego inmortal!"


Y si le hablo de los tormentos de amor, me contesta:”! Soy la roca sorda y el azur sin eco! ¡Oh joven candoroso! ¿Se queja alguien de la sordera de la roca y de la sordera del azur?”


Y entonces le digo: "¡Oh mujer! ¡Si tu corazón es la roca, sabe que mis dedos, como en otro tiempo los de Moisés, harán brotar do roca la limpidez de un manantial!"


Cuando le recité estos versos, sonrió y me dijo: "¡Está muy bien! Pero ¿cómo has logrado vencer el sueño?" Y contesté: "¡La brisa que te ha traído ha vivificado mi alma!"

Entonces se volvió hacia sus esclavas, les guiñó el ojo, y se alejaron en seguida, dejándonos completamente solos en la sala. Y ella vino a sentarse muy cerca de mí, me alargó su pecho, y me echó los brazos al cuello muy efusivamente. Yo me precipité entonces sobre su boca, y le chupé el labio superior, y ella me chupó el inferior. La cogí después por la cintura, y ambos rodamos juntos por la alfombra. Me deslicé entonces entre la delicada abertura de sus piernas, y le desabroché toda la ropa. Y empezamos a retozar, cambiando besos y caricias, pellizcos y mordiscos, alzamientos de muslos y de piernas y brincos locos por toda la sala. De tal modo, que acabó por caer extenuada en mis brazos, muerta de deseo.

Y aquella noche fue una noche muy dulce para mi corazón, y una gran fiesta para mis sentidos, según dice el poeta:


¡Alegre fué para mí la noche, la más deliciosa entre todas las noches de mi destino! ¡La copa no dejó un instante de verse llena!


Aquella noche dije al sueño: "¡Vete, ¡oh sueño! que mis párpados no te desean!" Y dije a las piernas y a los muslos de plata: "¡Acercaos!"


Al llegar la mañana, cuando quise despedirme de mi amor, me detuvo y me dijo: "Aguarda un momento. Tengo que revelarte una cosa".


En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.



Y cuando llegó la 119ª noche

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Ella dijo:

Áziz continuó de este modo su historia:

Me detuvo y me dijo: "Aguarda un momento. Tengo que revelarte una cosa". Entonces, un poco sorprendido, me senté de nuevo a su lado; y ella desdobló un pañuelo, sacó de él esta tela cuadrada en que está bordada esa primera gacela que ves delante de ti, ¡oh mi joven señor! y me la entregó, diciéndome: "Guarda esto con el mayor cuidado. Lo ha bordado una joven, muy amiga mía, y que es princesa de las Islas del Alcanfor y del Cristal. Este bordado ha de ser para ti de gran importancia. ¡Y te recordará siempre a la que te ha hecho este obsequio!" Y en el límite del asombro, le di expresivamente las gracias y me despedí de ella; pero estupefacto con lo que me sucedía, olvidé recitarle la estrofa que me había enseñado Aziza.

Al llegar a casa, encontré a mi pobre prima tendida en el lecho, como que estaba enferma, pero al verme hizo un esfuerzo para levantarse, y con los ojos arrasados en lágrimas, se arrastró hasta mí, me besó en el pecho, y me apretó largo rato contra su corazón. Y me dijo: "¿Le has recitado la estrofa?"

Y yo, muy confuso, hube de contestarle: "La he olvidado por causa de esta gacela que ves aquí bordada". Y desdoblé la tela. Entonces Aziza no pudo contenerse más, y rompió en sollozos, recitando entre lágrimas estos versos:


¡Ah mi pobre corazón! ¡Te han enseñado que el cansancio acornpaña a la pasión, y que la ruptura es el término de toda amistad!


Y añadió: "¡Oh mi adorado Aziz! el mayor favor que te pido es que no olvides recitarle esta estrofa". Y yo dije: "Repítemela, porque casi la he olvidado". Y la repitió, y yo la recordé muy bien entonces. Y llegada la noche, me dijo: "¡He aquí la hora! ¡Guíete Alah con su ayuda!"

Al llegar al jardín entré en la sala, y encontré a mi amante que me estaba esperando. Y en seguida me cogió, me besó, me hizo tenderme en su regazo, y después de haber comido y bebido muy bien, nos poseímos plenamente. Y es inútil detallar nuestros transportes, que duraron hasta por la mañana. Entonces no olvidé recitarle la estrofa de Aziza:


¡Oh vosotros los enamorados! Decidme, ¡por Alah! ¿si elamor habitara siempre en el corazón de su víctima, dónde estaría su redención...?


No podría expresarte, ¡oh mi señor! la emoción que estos versos causaron a mi amiga; tan grande fué, que su corazón, que ella decía ser tan duro, se derritió en su pecho, y lloró abundantemente, mientras improvisaba esta estrofa:


¡Honor a la rival de alma magnánima! ¡Sabe todos los secretos,y los guarda silenciosamente! ¡Sale perjudicada en el reparto, y se calla sin murmurar! ¡Conoce el admirable valor de la paciencia!


Entonces aprendí cuidadosamente esta estrofa para repetírsela a Aziza. Y cuando de vuelta a mi casa encontré a mi prima tendida sobre los colchones, y junto a ella a mi madre, me apresuré a sentarme a su lado. Y la pobre Aziza tenía en el rostro una gran palidez; y parecía desmayada. Levantó dolorosamente los ojos hacia mí, y no pudo hacer ningún movimiento.

Entonces mi madre, muy severamente, me dijo: "¿No te da vergüenza, ¡oh Aziz! ? ¿Está bien abandonar así a la prometida?" Y Aziza cogió entonces las manos de mi madre, y se las besó. Después hizo un gran esfuerzo, y acabó por preguntarme: "¡Oh hijo de mi tío! ¿olvidaste mi encargo?" Y yo dije: "¡Tranquilízate, Aziza! Le he recitado la estrofa, y la ha conmovido hasta el límite de la emoción, de tal manera, que me ha recitado esta otra". Y le repetí los versos consabidos. Y Aziza, al oírlos, lloró en silencio, y murmuró estas palabras del poeta:


¡Quien no sabe guardar el secreto, ni practicar la paciencia, no tiene que hacer más que desear la muerte!

¡He pasado la vida entera en la renunciación! ¡Y moriré privada de las palabras del amigo! ¡Cuando muera, trasmitid mi saludo a la que fue la desgracia de mi vida!


Después añadió: "¡Oh hijo de mi tío! te ruego que cuando vuelvas a ver a tu enamorada, le repitas estas estrofas. ¡Y séate la vida dulce y fácil, ¡oh mi amado Aziz!"

Al llegar la noche, volví al jardín, según costumbre, y encontré a mi amiga, que me estaba esperando en la sala; y nos sentamos uno al lado del otro, nos pusimos a comer y a beber, y nos solazamos de diversos modos. Después nos acostamos enseguida y permanecimos entrelazados hasta la mañana. Entonces, recordando la promesa, le recité a mi amiga las dos estrofas.

Y apenas las hubo oído, lanzó un gran grito, y retrocediendo asustada, exclamó: "¡Por Alah! ¡La persona que ha dicho esos versos, debe de haber muerto seguramente a estas horas!" Y añadió: "Deseo, por consideración a ti, que esa persona no sea pariente tuya, ni hermana, ni prima. Porque te repito que seguramente pertenece ya al mundo de los muertos".

Y yo exclamé: "¡Es mi prometida, la propia hija de mi tío!" Y ella repuso: "¿Por qué mientes de este modo? ¡Eso no puede ser verdad! ¡Si fuese tu prometida, la querrías como es debido!" Yo repetí: "¡Es mi prometida, la propia hija de mi tío!"

Y ella contestó: "¿Y por qué me lo ocultaste? ¡Por Alah! ¡Nunca le habría arrebatado su novio, si me hubiera enterado de estos lazos! ¡Qué desgracia tan grande! Pero dime: ¿ha sabido nuestros encuentros de amor?" Y contesté: "¡Los ha sabido! ¡Y ha sido ella quien me explicaba las señas que me hacías! ¡Y a no ser por ella, nunca habría podido llegar hasta ti! ¡Y gracias a sus buenos consejos y a su buena dirección, he podido lograr lo que tanto deseaba!"

Entonces exclamó: "Pues bien; ¡tú eres la causa de su muerte! ¡Plegue a Alah que no maltrate tu juventud, como tú has maltratado la de tu pobre prometida! ¡Ve pronto a ver lo que ha pasado!"

Entonces me apresuré a salir, muy alarmado con aquella mala nueva. Y al llegar a la esquina de la calleja donde está nuestra casa, oí unos gritos muy amargos de mujeres que se lamentaban. Y al preguntar a las que entraban y salían, una de ellas me dijo: "¡Han encontrado muerta a Aziza detrás de la puerta de su cuarto!"

Me precipité dentro de casa, y la primera persona que encontré fué mi madre, que exclamó: "¡Eres el causante de su muerte ante Alah! ¡El peso de su sangre pesará sobre tu cuello! ¡Ah hijo mío! ¡qué prometido tan fatal has sido para la pobre Aziza!"


En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.

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