Ella dijo:
"... Nos pone huevos que al precio corriente valen veinte dinares de oro cada uno. ¡Y quien los compra a ese precio es el mercader judío!" Y, efectivamente, el judío se dedicó a ir todos los días por el huevo recién puesto, pagándole los veinte dinares de oro al contado. Y el tañedor de clarinete no tardó en vivir con mucha holgura y en abrir una hermosa tienda de mercader en el zoco.
Y cuando tuvo edad para ir a la escuela su hijo, que había nacido el día de la llegada de la gallina, el antiguo tañedor de clarinete hizo construir a expensas suyas una hermosa escuela, y reunió en ella a los niños pobres para que aprendiesen a leer y escribir con su propio hijo. Y escogió para todos ellos un excelente maestro de escuela que se sabía de memoria el Korán, y podía recitárselo, incluso empezando por la última palabra y terminando con la primera.
Tras de lo cual resolvió ir en peregrinación al Hedjaz, y dijo a su esposa: "¡Ten cuidado de que el judío no se burle de ti y no te coja la gallina!"
Luego partió con la caravana de la Meca.
Algún tiempo después de la marcha del antiguo tañedor de clarinete, el judío dijo un día a la mujer: "Si te doy una maleta llena de oro, ¿me darás a cambio la gallina?" Ella contestó: "¿Cómo voy a hacerlo, ¡oh hombre! si me esposo, antes de partir, me ha recomendado que no te ceda más que los huevos?" El dijo: "Si se enfada, tú nada tienes que ver. Yo asumo la responsabilidad, y puede exigirme cuentas, que estoy en una tienda en medio del zoco".
Y le abrió la maleta, y le mostró el oro que contenía. Y la mujer se regocijó al ver tanto oro junto, y entregó la gallina al judío. Y la cogió él y la degolló acto seguido, y dijo a la mujer: "Límpiala y guísala que yo vendré por ella. Pero, como falte un pedazo, abriré el vientre a quien se lo haya comido, para sacárselo".
Y se marchó.
Y he aquí que a la hora de mediodía el hijo del tañedor de clarinete volvió de la escuela. Y vió que su madre retiraba de la lumbre una cacerola con la gallina y la ponía en un plato de porcelana y la cubría con una servilleta de muselina. Y su alma de colegial anheló vivamente comerse un trozo de aquella gallina tan hermosa. Y dijo a su madre: "Dame un poquito, madre mía". Ella le dijo: "¡Cállate! ¿acaso nos pertenece?"
Luego, como ella se ausentara un momento para hacer una necesidad, el muchacho levantó la servilleta de muselina, y de un solo mordisco, arrancó la curcusilla de la gallina y se la tragó, aunque estaba muy caliente. Y le vió una de las esclavas, y le dijo: "¡Oh amor mío! ¡qué desgracia y qué calamidad irremediable! ¡Huye de la casa, pues el judío, que va a venir por su gallina, te abrirá el vientre para sacarte la curcusilla que te has tragado!"
Y dijo el muchacho: "¡Es verdad, más vale que me marche que perder tan buena curcusilla!" Y montó en su mula y partió.
No tardó en ir por la gallina el judío, Y vió que faltaba la curcusilla. Y dijo a la madre. “Dónde está la curcusilla”.
Ella contestó: "Mientras salí para hacer una necesidad, mi hijo, a espaldas mías ha arrancado con sus dientes la curcusilla y se la ha comido". Y el judío exclamó: "¡Mal hayas! Yo te he dado mi dinero por esa curcusilla. ¿Dónde está el granuja de tu hijo, que voy a abrirle el vientre y a sacársela?" Ella contestó: "¡Ha huido de terror!"
Y el judío salió a toda prisa, y empezó a viajar por ciudades y pueblos, dando las señas del muchacho, hasta que le encontró en el campo, dormido. Y se acercó sigilosamente a él para matarle; pero el muchacho, que no dormía más que con un ojo, se despertó sobresaltado. Y el judío le gritó: "Ven aquí, ¡oh hijo de la clarinetera! ¿Quién te mandó comerte la curcusilla? Por ella he dejado una caja llena de oro, y he impuesto condiciones a tu madre. ¡Y ahora voy a llevar a cabo una de las condiciones, que es tu muerte!" Y el muchacho le contestó, sin inmutarse, "Vete, ¡oh judío! ¿No te da vergüenza hacer todo este viaje por una curcusilla de gallina? ¿Y no es una vergüenza mayor aún querer abrirme el vientre a causa de esa curcusilla?" Pero el judío contestó: "Yo sé lo que tengo que hacer". Y sacó del cinto su cuchillo para abrir el vientre al muchacho. Pero el chico cogió al judío con una sola mano, y le alzó en vilo y le tiró contra el suelo, moliéndole los huesos y dejándole más ancho que largo. Y el judío (¡maldito sea!) murió al instante.
Pero el muchacho debía experimentar pronto los efectos de aquella curcusilla de gallina en su persona. Efectivamente, volvió sobre sus pasos para regresar a casa de su madre; pero se perdió en el camino y llegó a una ciudad en donde vió un palacio del rey, a la puerta del cual había colgadas cuarenta cabezas menos una. Y preguntó a la gente: "¿Por qué están colgadas ahí esas cabezas?" Le contestaron: "El rey tiene una hija muy fuerte en la lucha personal. Quien entre y la venza, se casará con ella; pero a quien no la venza, se le cortará la cabeza".
Entonces el muchacho entró sin vacilar al aposento del rey, y le dijo: "Quiero luchar con tu hija para medir mis fuerzas con las suyas". Y el rey le contestó: "¡Oh hijo mío! ¡si quieres hacerme caso, vete! ¡Cuántos hombres más fuertes que tú han venido y han sido vencidos por mi hija! Da lástima matarte".
A lo cual contestó el muchacho: "Quiero que me venza, que me corten la cabeza y que la cuelguen a la puerta". Y dijo el rey: "Está bien, escríbelo así y estampa tu sello en el papel". Y el muchacho lo escribió y lo selló.
Inmediatamente extendieron una alfombra en el patio interior, y la joven y el muchacho llegaron al terreno, y se cogieron uno a otro por en medio del cuerpo, y juntaron sus axilas. Y lucharon enlazados maravillosamente. Y pronto la cogía el muchacho y la derribaba en tierra, como se erguía ella, cual una serpiente, y le derribaba a su vez. Y continuó él derribándola y ella derribándole durante dos horas de lucha, sin que ninguno de los dos pudiera hacer que el adversario tocase con los hombros en el suelo. Entonces se enfadó el rey al ver que su hija no se distinguía aquella vez. Y dijo: "Basta por hoy. Pero mañana vendréis otra vez para luchar sobre el terreno".
Luego el rey los separó y volvió a sus habitaciones, y llamó a los médicos de palacio y les dijo: "Esta noche, mientras duerme, haréis aspirar bang narcótico al muchacho que ha luchado con mi hija; y cuando haya surtido efecto el narcótico, examinaréis su cuerpo para ver si lleva consigo un talismán que le hace tan resistente. Porque la verdad es que mi hija ha vencido a los más fuertes de todos los esforzados caballeros del mundo, y ha hecho morder el polvo a cuarenta menos uno de entre ellos. ¿Cómo, pues, no ha podido dar en tierra con un jovenzuelo cual ése? Tiene, por tanto, que ocultar él algo, y eso es lo que hay que descubrir. ¡Sin lo cual, caerá en falta vuestra ciencia y no tendré fe en vuestra asistencia, y os expulsaré de mi palacio y de mi ciudad!"
Así es que cuando llegó la noche y durmióse el muchacho, fueron los médicos a hacerle aspirar bang narcótico, y le amodorraron profundamente. Y examináronle el cuerpo punto por punto, golpeando encima como se golpea en las cubas, y acabaron por descubrir; dentro del pecho, envuelta en sus entrañas, la curcusilla de la gallina. Y buscaron sus tijeras e instrumentos, hicieron una incisión, y extrajeron del pecho del muchacho la curcusilla de la gallina. Luego recosieron el pecho, lo rociaron con vinagre heroico y lo dejaron en el estado en que se hallaba.
Por la mañana, el chico despertó del sueño narcótico, y notó que tenía cansado el pecho y que en general no gozaba ya de la misma robustez que antes. Porque se le habían ido las fuerzas con la curcusilla de la gallina, que estaba dotada de la virtud de hacer invencible al que la comiera. Y viéndose en estado de inferioridad para en lo sucesivo, no quiso exponerse a intentar una empresa peligrosa, y huyó por miedo a la que la joven luchadora le venciese y le matasen.
Y echando inmediatamente a correr, no se detuvo hasta que perdió de vista el palacio y la ciudad. Y se encontró a tres hombres que disputaban entre sí. Y les preguntó: "¿Por qué disputáis?" Le contestaron: "¡Por una cosa!" El les dijo: "¿Una cosa? ¿Cuál?" Le contestaron: "Tenemos esta alfombra que ves. A quien se ponga encima y la golpee con esta varita, pidiéndole que le lleve aunque sea a la cumbre de la montaña Kaf, la alfombra le transporta en un abrir y cerrar de ojos. ¡Y por poseerla nos disponíamos a matarnos en este momento!"
El chico les dijo: "En vez de mataros mutuamente por la posesión de esa alfombra volante, tomadme por árbitro y dictaminaré con justicia entre vosotros". Y contestaron ellos: "Sé nuestro árbitro en este caso".
El muchacho les dijo: "Extended en tierra esa alfombra para que vea su longitud y su anchura". Y se puso en medio de la alfombra, y les dijo: "Voy a tirar una piedra con toda mi fuerza y echaréis a correr los tres juntos. Y el primero que la coja, se llevará la alfombra volante". Ellos le dijeron: "Está bien". Entonces cogió el muchacho una piedra y la tiró; y los tres echaron a correr detrás. Y mientras corrían, el chico golpeó la alfombra con la varita, diciéndole: "¡Transpórtame en línea recta en medio del patio del palacio real!" Y la alfombra ejecutó la orden en aquella hora en aquel instante, y dejó al hijo del tañedor del clarinete en el patio del palacio consabido en el sitio donde generalmente se efectuaban las luchas con la princesa.
Y el mozuelo exclamó: "¡Aquí está el luchador! ¡Que venga su vencedora!" Y en presencia de todos, bajó la joven al centro del patio, y se puso en la alfombra frente al muchacho. Y al punto golpeó él la alfombra con su varita, diciendo: "Vuela con nosotros hasta la cumbre de la montaña Kaf". Y la alfombra se elevó por los aires en medio del asombro general, y en menos tiempo del que se necesita para cerrar un ojo y abrirlo, los dejó en la cumbre de la montaña Kaf.
Entonces el mozuelo dijo a la joven: "¿Quién es el vencedor ahora? ¿La que me ha sacado del pecho la curcusilla de gallina o el que se ha apoderado de la hija del rey en medio de su palacio...?
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.
Ella dijo:
"... ¿Quién es el vencedor ahora? ¿La que me ha sacado del pecho la curcusilla de gallina, o el que se ha apoderado de la hija del rey en medio de su palacio?" Ella contestó: "¡Bajo tu protección! ¡Perdóname! Y si quieres conducirme otra vez al palacio de mi padre, me casaré contigo, diciendo: "¡Me ha vencido!" Y ordenaré a los médicos que vuelvan a meterte en el pecho la curcusilla de gallina". El dijo: "Está bien. Pero dice el proverbio: "¡Hay que amasar el barro cuando está blando!" Y antes de transportarte, quiero hacer contigo lo que sabes".
Ella dijo: "Está bien". Entonces la cogió y se echó encima de ella, y como la encontraba a punto, se dispuso a amasarla donde era necesario mientras estuviese blanda. Pero de repente le asestó ella un puntapié que le hizo rodar fuera de la alfombra.
Y golpeó la alfombra con la varita, diciendo: "¡Vuela, ¡oh alfombra! y transpórtame al palacio de mi padre!"
Y la alfombra echó a volar con ella en el mismo instante y la llevó al palacio. Y el hijo del tañedor de clarinete ambulante quedó solo en la cumbre de la montaña, expuesto a morir de hambre y de, sed, sin que dieran con sus huellas ni las hormigas. Y empezó a bajar la montaña, mordiéndose de rabia las manos. Y se estuvo bajando, sin parar, un día y una noche, y por la mañana llegó a la mitad de la montaña. Y para suerte suya, encontró allí dos palmeras que se doblaban bajo el peso de sus dátiles maduros.
Y he aquí que una de las dos palmeras tenía dátiles rojos, y la otra dátiles amarillos. Y el muchacho se apresuró a coger una rama de cada especie. Y como prefería los amarillos, empezó por comerse con delectación uno de aquellos dátiles amarillos. Pero al punto sintió en la cabeza una cosa que le arañaba la piel; y se llevó la mano al sitio de la cabeza donde le arañaba, y sintió que le salía con rapidez en la cabeza un cuerno que se enroscaba a la palmera. Y por más que quiso libertarse, quedó sujeto por el cuerno a la palmera. Entonces se dijo: "¡Muerte por muerte!, prefiero satisfacer antes mi hambre, y morir luego!" Y comenzó a comer dátiles rojos. Y he aquí que, en cuanto se comió uno de los rojos, sintió que el cuerno se desenroscaba de la palmera y que se quedaba libre su cabeza. Y en un abrir y cerrar de ojos, fué como si nunca hubiera existido el cuerno. Y ni rastros de él le quedaron en la cabeza.
Entonces se dijo el muchacho: "Está bien". Y se puso a comer dátiles rojos hasta que satisfizo su hambre. Luego se llenó el bolsillo de dátiles rojos y amarillos, y continuó viajando día y noche durante dos meses enteros, hasta que llegó a la ciudad de su adversaria, la hija del rey.
Y se puso debajo de las ventanas del palacio, y empezó a pregonar: "¡Dátiles tempranos y maduros, dátiles! ¡Dedos de princesas, dátiles! ¡Compañía de los jinetes, dátiles!"
Y la hija del rey oyó el pregón del vendedor de dátiles tempranos, y dijo a sus doncellas: "Bajad pronto a comprar dátiles a ese vendedor y escogedlos bien frescos, ¡oh jóvenes!" Y bajaron ellas a comprar dátiles, sin que se les dejara, dada su rareza, en menos de un dinar a cada uno. Y compraron dieciséis por dieciséis dinares, y subieron a dárselos a su ama.
Y la hija del rey observó que eran dátiles amarillos, los que más le gustaban precisamente. Y se comió los dieciséis, uno tras de otro, en el tiempo justo para llevárselos a la boca. Y dijo: "¡Oh corazón mío, cuán deliciosos son!" Pero apenas había pronunciado estas palabras, sintió una fuerte desazón, picándole en dieciséis sitios distintos de la cabeza. Y se llevó inmediatamente la mano a la cabeza, y sintió que le agujereaban el cuero cabelludo dieciséis cuernos en dieciséis sitios distintos y simétricos. Y ni tiempo de gritar había tenido, cuando ya los dieciséis cuernos se habían desarrollado, y de cuatro en cuatro habían ido a clavarse en la pared fuertemente.
Al ver aquello, y a los gritos penetrantes que ella se puso a lanzar a coro con sus doncellas, acudió el padre, jadeando, y preguntó: "¿Qué ocurre?" Y las doncellas le contestaron: "¡Oh amo nuestro! Alzamos los ojos y hemos visto que de repente salían esos dieciséis cuernos en la cabeza de nuestra ama, e iban a clavarse de cuatro en cuatro en la pared, como lo estás viendo".
Entonces el padre congregó a los médicos más hábiles, los que habían extraído del pecho del mozuelo la curcusilla de gallina. Y llevaron sierras para serrar los cuernos; pero no podían serrarse. Y emplearon otros medios, pero sin obtener resultado y sin lograr curarla. Entonces el padre recurrió a procedimientos extremos, y mandó gritar por la ciudad a un pregonero: "¡Quien dé a la hija del sultán un remedio que la libre de los dieciséis cuernos, se casará con ella y será designado para la sucesión al trono!"
¿Y qué sucedió?
Pues que el hijo del tañedor de clarinete, que sólo esperaba aquel momento, entró al palacio y subió al aposento de la princesa, diciendo: "Yo haré que le desaparezcan los cuernos". Y en cuanto estuvo en su presencia, cogió un dátil rojo, lo partió en pedazos, y lo puso en la boca de la princesa. Y en el mismo instante se separó de la pared un cuerno, y a ojos vistas, se fué encogiendo y acabó por desaparecer enteramente de la cabeza de la joven.
Al ver aquello, todos los presentes, con el rey a la cabeza, prorrumpieron en gritos de alegría, y exclamaron: "¡Oh, qué gran médico!". Y dijo él: "¡Mañana haré desaparecer el segundo cuerno!" Entonces le retuvieron en el palacio, donde estuvo dieciséis días, haciendo desaparecer cada día un cuerno, hasta que la libró de los dieciséis cuernos.
Así es que el rey, en el límite de la maravilla y de la gratitud, hizo extender al punto el contrato de matrimonio del mozalbete con la princesa. Y se celebraron las bodas, con regocijos e iluminaciones.
Luego llegó la noche de la penetración.
Y he aquí que, en cuanto el mozuelo entró con su esposa en la cámara nupcial, le dijo: "Y ahora, ¿quién de nosotros dos es el vencedor? ¿La que me quitó del pecho la curcusilla de gallina y me robó la alfombra mágica, o el que hizo crecer dieciséis cuernos en una cabeza y los hizo desaparecer en nada de tiempo?".
Y ella le dijo: "¿Pero eres tú? ¡Ah, efrit!
El le contestó: "¡Sí, soy yo, el hijo del tañedor de clarinete!" Ella le dijo: "¡Por Alah! ¡me has vencido!".
Y ambos se acostaron juntos, y demostraron una fuerza igual y una potencia igual. Y llegaron a ser rey y reina. Y vivieron todos juntos en plena felicidad y en perfecta dicha.
"¡Y ésta es mi historia!"
Cuando el sultán Baibars hubo oído esta historia del capitán Nizam Al-Din, exclamó "Ualahí, ¡no sé si decir que ésta es la historia más hermosa que oí!" Entonces avanzó el noveno capitán de policía, que se llamaba Gelal Al-Din; y besó la tierra entre las manos del sultán Baibars, y dijo: "Inschalah, ¡oh rey del tiempo! la historia que voy a contarte te gustará indudablemente". Y dijo:
"Había una mujer que, a pesar de todos los asaltos, no concebía ni paría. Así es que un día se levantó e hizo su plegaria al Retribuidor, diciendo: "¡Dame una hija, aunque deba morir con el olor del lino!"
Y al hablar así del olor del lino, quería pedir una hija, aunque fuese tan delicada y tan sensible como para que el olor anodino del lino la incomodase hasta el punto de hacerla morir.
Y el caso es que concibió y parió, sin contratiempo, a la hija que Alah hubo de darle, y que era tan hermosa como la luna al salir, y pálida como un rayo de luna, y como él delicada. Y la llamaron Sittukhán.
Cuando ya era mayor y tenía diez años de edad, el hijo del sultán pasó por la calle y la vió asomada a la ventana. Y en el corazón se le albergó el amor por ella; y se fué malo a casa.
Y se sucedieron los médicos ante él, sin dar con el remedio que necesitaba. Entonces, enviada por la mujer del portero, subió a verle una vieja, que le dijo después de mirarle: "¡Oh! ¡estás enamorado o tienes un amigo a quien amas!" El contestó: "Estoy enamorado". Ella le dijo: "Dime de quién, y seré un lazo entre tú y ella". El dijo: "De la bella Sittukhán". Ella contestó: "Refresca tus ojos y tranquiliza tu corazón, que yo te la traeré".
Y la vieja se marchó, y encontró a la joven tomando el fresco a su puerta. Y después de las zalemas y cumplimientos, le dijo: "¡La salvaguardia con las hermosas como tú, hija mía! Las que se te parecen y tienen dedos tan bonitos como los tuyos deberían aprender a tejer lino. Porque no hay nada más delicioso que un huso en dedos fusiformes". Y se marchó.
Y la joven fué a casa de su madre, y le dijo: "Llévame, madre mía, a casa de la maestra". La madre le preguntó: "¿Qué maestra?" La joven contestó: "La maestra del lino". Y su madre contestó: "¡Cállate! El lino es peligroso para ti. Su olor es pernicioso para tu pecho. Si lo tocas, morirás". Ella dijo: "No, no moriré". E insistió y lloró de tal manera, que su madre la envió a casa de la maestra del lino.
Y la joven estuvo allá todo un día aprendiendo a hilar lino. Y todas sus compañeras se maravillaron de su belleza y de la hermosura de sus dedos. Y he aquí que se le metió en un dedo, entre la carne y la uña, una brizna de lino. Y cayó ella al suelo, sin conocimiento.
Y la creyeron muerta, y enviaron recado a casa de su padre y de su madre, y les dijeron: "¡Venid a llevaros a vuestra hija, y que Alah prolongue vuestros días, pues ha muerto!"
Entonces su padre y su madre, cuya única alegría era ella, se desgarraron las vestiduras, y azotados por el viento de la calamidad, fueron, con el sudario, a enterrarla. Pero he aquí que pasó la vieja, y les dijo: "Sois personas ricas, y resultaría un oprobio para vosotros enterrar a esa joven en el polvo". Ellos preguntaron: "¿Y qué vamos a hacer?" Ella dijo: "Construidle un pabellón en medio del río. Y la acostaréis en un lecho dentro de ese pabellón. E iréis a verla todos los días que lo deseéis".
Y le construyeron un pabellón de mármol, sostenido por columnas, en medio del río. Y lo rodearon de un jardín alfombrado de césped. Y pusieron a la joven en un lecho de marfil, dentro del pabellón, y se marcharon llorando.
¿Y qué aconteció?
Pues que la vieja fué al punto en busca del hijo del rey, que estaba enfermo de amor, y le dijo: "Ven a ver a la joven. Te espera, acostada en un pabellón, en medio del río".
Entonces se levantó el príncipe y dijo al visir de su padre: "Ven conmigo a dar un paseo". Y salieron ambos, precedidos de lejos por la vieja, que iba enseñando al príncipe el camino. Y llegaron al pabellón de mármol, y el príncipe dijo al visir: "Espérame a la puerta. No tardaré".
Luego entró en el pabellón. Y encontró a la joven muerta. Y se sentó a llorarla, recitando versos alusivos a su belleza. Y le cogió la mano para besársela, y vió aquellos dedos tan finos y tan bonitos. Y mientras la admiraba, observó en uno la brizna de lino entre la uña y la carne. Y le chocó la brizna de lino, y la arrancó delicadamente.
Y al punto la joven salió de su desmayo...
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.
Ella dijo:
... Y al punto la joven salió de su desmayo, y se incorporó a medias, y sonrió al joven príncipe, y le dijo: "¿Dónde estoy?" Y él la estrechó contra sí, y contestó: "¡Conmigo!" Y la besó, y se acostó con ella. Y permanecieron juntos cuarenta días y cuarenta noches en el límite de la satisfacción.
Luego se despidió él de ella, diciéndole: "Me voy, porque el visir de mi padre está esperando a la puerta. Le llevaré al palacio y volveré". Y bajó en busca del visir. Y salió con él y atravesó el jardín. Y salieron a su encuentro rosas blancas y jazmines. Y le conmovió aquel encuentro, y dijo al visir: "¡Mira! ¡Las rosas y los jazmines blancos tienen la blancura de las mejillas de Sittukhán! ¡Oh visir! ¡espera tres días más para que vaya yo a ver por segunda vez las mejillas de Sittukhán!"
Y subió, y se quedó tres días con Sittukhán, admirando sus mejillas, que eran como las rosas blancas y los jazmines. Luego bajó y se reunió con el visir, y continuó su paseo por el jardín en pos de la salida. Y salió a su encuentro el algarrobo de largos frutos negros. Y le conmovió mucho aquel encuentro, y dijo al visir: "¡Mira! ¡Las algarrobas son largas y negras como las cejas de Sittukhán! ¡oh visir! ¡espera aquí tres días más para que vaya yo a ver por segunda vez las cejas de Sittukhán!"
Y subió, y se quedó tres días con ella, admirando sus hermosas cejas, largas y negras como dos algarrobas en la rama.
Luego bajó a reunirse con el visir, y continuó con él sus paseos por el jardín en pos de la salida. Y le salió al encuentro una fuente corriente que tenía un surtidor hermoso y solitario. Y le conmovió aquel encuentro, y dijo al visir: "¡Mira! ¡El surtidor de la fuente es como el talle de Sittukhán! ¡oh visir! ¡espera aquí tres días más para que vaya yo a ver por segunda vez el talle de Sittukhán!"
Y subió, y se quedó tres días con ella, admirando su talle, que se parecía al surtidor de la fuente.
Luego bajó a reunirse con el visir para continuar con él su paseo por el jardín en pos de la salida. Pero he aquí que, cuando la joven vió a su enamorado subir por tercera vez en seguida de bajar, se dijo "Voy a ir ahora a ver por qué se va y vuelve en seguida". Y bajó del pabellón y se quedó detrás de la puerta que daba al jardín, para verle partir. Y el príncipe, al volverse, la vió asomar la cabeza por la puerta.
Y retrocedió hasta ella, que estaba pálida y triste, y le dijo: "¡Sittukhán, Sittukhán! ¡ya no te veré más! ¡oh! ¡nunca más!" Y se marchó y salió con el visir para no volver más.
Entonces Sittukhán se dedicó a vagar por el jardín, llorando por sí misma y sintiendo no haber muerto realmente. Y mientras vagaba de aquel modo, vió que algo brillaba sobre el agua. Y lo recogió y vió que era un sortija soleimánica. Y frotó la cornalina grabada que estaba engarzada en ella, y al punto le dijo la sortija: "Heme aquí a tus órdenes. Habla, ¿qué quieres?" La joven contestó: "¡Oh sortija de Soleimán! deseo de ti un palacio al lado del palacio del príncipe que me ha amado, y dame una belleza mayor que mi belleza". Y la sortija le dijo: "¡Cierra los ojos y ábrelos!" Y la joven cerró los ojos, y cuando los abrió, se encontró en un palacio magnífico erigido al lado del palacio del príncipe. Y se miró en el espejo, y quedó maravillada de su propia belleza.
Y fué a acodarse a la ventana en el momento en que pasaba por allá el príncipe a caballo. Y la vió sin reconocerla, y se fué enamorado. Y llegó al aposento de su madre, y le dijo: "¡Madre mía! ¿tienes alguna cosa muy hermosa para llevársela de regalo a la dama que se ha instalado en el nuevo palacio? ¿Y no podrías decirle al mismo tiempo: "¿Cásate con mi hijo?" Y su madre la reina le dijo: "Tengo dos piezas de brocado real. Iré a llevárselas y le haré la petición". El príncipe le dijo: "Está bien. Llévaselas".
Y la madre del príncipe fué a la joven, y le dijo: "Hija mía, acepta este regalo, porque mi hijo desea casarse contigo". Y la joven llamó a su negra, y le dijo: "Toma estas dos piezas de brocado y haz con ellas rodillas para fregar las baldosas". Y la reina, enfadada, se fué en busca de su hijo, que le preguntó: "¿Qué te ha dicho, madre mía?" Ella contestó: "¡Ha dado a la esclava las dos piezas de brocado de oro y le ha ordenado que con ellas haga rodillas para fregar la casa!" El joven le dijo: "Te lo suplico, madre mía, ¿no tienes algo más precioso que puedas llevarle? Porque estoy enfermo de amor por sus ojos". La madre le dijo: "Tengo un collar de esmeraldas sin tara ni mácula". El príncipe le dijo: "Está bien. Pues llévaselo".
Y la madre del príncipe subió a ver a la joven, y le dijo: "Acepta de nosotros este regalo, hija mía, que mi hijo desea casarse contigo". Y la joven contestó: "Tu regalo queda aceptado, ¡oh señora!" Y llamó a la esclava y le dijo: "¿Han comido los pichones o todavía no?" La esclava contestó: "Todavía no, "¡ya setti!" La joven le dijo: "¡Entonces toma estos granos de esmeralda y dáselos a los pichones para que coman y se refresquen con ellos!"
Al oír estas palabras, la madre del príncipe dijo a la joven: "¡No nos humilles, hija mía! Te ruego solamente que me digas si quieres casarte con mi hijo o no". Ella contestó: "Si quieres que me case con tu hijo, dile que se haga pasar por muerto, envuélvele en siete sudarios, condúcele por la ciudad, y di a las gentes que no le entierren en más sitio que en el jardín de mi palacio".
Y la madre del príncipe dijo: "Está bien. Voy a exponer tus condiciones a mi hijo".
Y fué a decir a su hijo: "¡No puedes figurarte lo que pretende! Exige que, si quieres casarte con ella, te hagas pasar por muerto, que se te envuelva en siete sudarios, que se te conduzca por la ciudad con cortejo fúnebre y que te lleven a su casa para enterrarte. Y entonces se casará contigo". Y él contestó: "¿No es nada más que eso, madre mía? Entonces, desgarra tus vestiduras, grita y di: "¡Ha muerto mi hijo!"
Y la madre del príncipe se desgarró las vestiduras, y gritó con voz tan aguda como lamentable: "¡Qué calamidad la mía! ¡ha muerto mi hijo!"
Entonces, al oír el grito, todas las gentes del palacio acudieron y vieron al príncipe tendido en tierra como los muertos, y a su madre en un estado lamentable. Y cogieron el cuerpo del difunto, lo lavaron y lo metieron en siete sudarios. Luego se congregaron los lectores del Korán y los jeiques, y salieron en cortejo delante del cuerpo, cubierto de chales preciosos. Y después de conducir por toda la ciudad al muerto, fueron a depositarlo en el jardín de la joven, con arreglo a sus deseos. Allí lo dejaron, y se marcharon por su camino.
Cuando no quedó ya nadie en el jardín, la joven, que en otro tiempo había muerto a consecuencia de una brizna de lino, y que por sus mejillas se parecía a las rosas blancas y a los jazmines, por sus cejas a las algarrobas en la rama y por su talle al surtidor de la fuente, se inclinó sobre el príncipe amortajado con los siete sudarios. Y cuando le hubo quitado el séptimo sudario, le dijo: "¿Cómo? ¿eres tú? ¡Conque tu pasión por las mujeres te ha llevado a dejarte amortajar con siete sudarios!"
Y el príncipe quedó lleno de confusión, y se mordió un dedo, y se lo arrancó de vergüenza. Y ella le dijo: "Pase por esta vez". "Y vivieron juntos, amándose y deleitándose"
Y al oír esta historia, el sultán Baibars dijo al capitán Gelal Al-Din: "¡Ualahi, ua telahi, me parece que esto es lo más admirable que he oído!".
Entonces avanzó entre las manos del sultán Baibars el décimo capitán de policía, que se llamaba Helal Al-Din, diciendo: "¡Tengo que contar una historia que es hermana mayor de las anteriores!"
Y dijo:
"Había una vez un rey que tenía un hijo llamado Mohammad. Y el tal hijo dijo un día a su padre: "Quiero casarme". Y su padre le contestó: "Está bien. Espera a que vaya tu madre a los harenes para ver las jóvenes casaderas que hay y hacer la petición en tu nombre". Pero el hijo del rey dijo: "No, padre mío; quiero buscar novia con mis propios ojos, viendo a la joven". Y el rey contestó: "Está bien".
Entonces montó el joven en su caballo, que era hermoso como un animal feérico, y salió de viaje.
Y al cabo de diez días de viajar, encontró a un hombre sentado en un campo y ocupado en cortar puerros, mientras su hija, una jovenzuela, los ataba. Y el príncipe, después de las zalemas, se sentó junto a ellos, y dijo a la joven: "¿Tienes un poco de agua?" Ella contestó: "La tengo". El dijo: "Dámela a beber". Y ella se levantó y le trajo el cantarillo. Y bebió él.
Y he aquí que le gustó la joven, y dijo al padre: "¡Oh jeique ¿me darás en matrimonio a esta hija tuya?" El jeique contestó: "Somos tus servidores". Y el príncipe le dijo: "Está bien, ¡oh jeique! Quédate aquí con tu hija, mientras yo regreso a mi país a buscar lo necesario para la boda, y vuelvo".
Y el príncipe Mohammad fué a ver a su padre, y le dijo: "¡Me he hecho novio de la hija del sultán de los puerros!" Y su padre le dijo: "¿Es que los puerros tienen ahora un sultán?"
El joven contestó:
"¡Sí, y quiero casarme con su hija!" Y el rey exclamó: "¡Loores a Alah, ¡oh hijo mío! que ha dado un sultán a los puerros!" Y añadió: "Ya que te gusta la hija, espera por lo menos a que vaya tu madre al país de los puerros para ver el puerro padre, y a la puerra madre, Y a la puerra hija".
Y dijo el príncipe Mohammad: "Está bien".
Y su madre fué, pues, al país del padre de la joven, y se encontró con que la que su hijo le había dicho que era la hija del sultán de los puerros era una jovenzuela de todo punto encantadora y hecha verdaderamente para ser esposa de un hijo de rey. Y le plugo en extremo; y la besó, y le dijo: "¡Querida, soy la reina madre del príncipe a quien has visto, y vengo para casarte con él!" Y la joven dijo: "¿Cómo? ¿tu hijo es hijo del rey?" La reina contestó: "¡Sí, mi hijo es hijo del rey, y yo soy su madre!" Y la joven dijo: "Entonces no me casaré con él". La reina preguntó "¿Y por qué?" La joven le dijo: "¡Porque no me casaré más que con un hombre de oficio!"
Entonces la reina se marchó enfadada, y dijo a su esposo: "¡La joven del país de los puerros no quiere casarse con nuestro hijo!" El rey preguntó: "¿Por qué?". La reina dijo: "Porque no quiere casarse más que con un hombre que tenga en la mano un oficio''. El rey dijo: "Tiene razón". Pero el príncipe cayó enfermo al saberlo.
Entonces el rey se levantó y mandó buscar a todos los jeiques de las corporaciones; y cuando estuvieron todos entre sus manos, dijo al primero, que era el jeique de los carpinteros: "¿En cuánto tiempo enseñarías tu oficio a mi hijo?". El otro contestó: "Nada más que en dos años, pero no en menos". El rey dijo: "Está bien. ¡Échate a un lado!". Luego se encaró con el segundo, que era el jeique de los herreros, y le dijo: "¿En cuánto tiempo enseñarías tu oficio a mi hijo?". El otro contestó: "Necesito un año, día tras día". El rey le dijo: "Está bien. ¡Échate a un lado!" Y de tal suerte interrogó a todos los jeiques de las corporaciones, que exigieron unos un año, otros dos, y otros tres o hasta cuatro años. Y no sabía el rey por cuál decidirse, cuando vió que detrás de todos alguien saltaba y se inclinaba, y hacía señas con los ojos y con el dedo alzado. Y le llamó, y le preguntó: "¿Por qué te estiras y te agachas?" El aludido contestó: "Para hacerme notar por nuestro amo el sultán, pues soy pobre, y los jeiques de las corporaciones no me han advertido de su llegada aquí. Y yo soy tejedor, y enseñaré mi oficio a tu hijo en una hora de tiempo".
Entonces el rey despidió a todos los jeiques de las corporaciones, y retuvo al tejedor, y le llevó seda de diferentes colores y un telar, y le dijo: "Enseña tu arte a mi hijo". Y el tejedor se encaró con el príncipe, que se había levantado, y le dijo: "¡Mira! yo no voy a decirte: "¡Hazlo de este modo, y hazlo de este otro!", no; yo te digo: "¡Abre tus ojos y observa! Y mira cómo van y vienen mis manos". Y en nada de tiempo el tejedor tejió un pañuelo, en tanto que el príncipe le miraba atentamente. Luego dijo a su aprendiz. "Acércate ahora y haz un pañuelo como éste". Y el príncipe se puso al telar, y tejió un pañuelo espléndido, dibujando en la trama el palacio y el jardín de su padre...
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.