La Obra De Mardrus

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He aquí Las Mil Noches y una Noche, que ya no son aquellos buenos cuentos de niños, arreglados por Galland, en los cuales los visires llevaban cuellos de encaje a lo Luis XIV y las sultanas se arreglaban la cabellera cual Madame de Maintenon, sino otros cuentos más serios, más crueles y más intensos, traducidos literalmente del árabe por el doctor Mardrus y puestos en castellano por uno de nuestros grandes escritores. "Vosotros los que no habéis leído sino el antiguo arreglo -nos aseguran los entusiastas de la liberalidad- no conocéis estas mágicas historias". Pero los entusiastas de la tradición clásica contestan: "En la versión nueva hay más detalles, más literatura, más pecado y más lujo, es cierto. Lo que no hay es más poesía y más prodigio. Por cantar más, los árboles no cantan mejor, y por hablar con superior elocuencia, el agua no habla con mayor gracia. Todo lo estupendo que aquí vemos, las pedrerías animadas, las rocas que oyen, los odres llenos de ladrones, los muros que se abren, los pájaros que dan consejos, las princesas que se transforman, los leones domésticos, los ídolos que se hacen invisibles, todo lo feérique, en fin, estaba ya en el viejo e ingenuo libro. Lo único que el doctor Mardrus ha aumentado es la parte humana; es, decir, la pasión, los refinamientos y el dolor. La nueva Schehrazada es más artista. También es más psicóloga. Con detalles infinitos, explica las sensaciones de los mercaderes sanguinarios durante las noches de rapto y las locuras de los sultanes en los días de orgía. Pero no agrega un solo metro al salto del caballo de bronce, ni hace mayores las alas del águila Roc, ni da mejores talismanes a los príncipes amorosos, ni pone más pingües riquezas en las cavernas de la montaña. Y esto es lo que nos interesa".

Los que hablan así, se equivocan. Las "noches" de Galland eran obrillas para niños. Las "noches" de Mardrus son todo un mundo, son todo el Oriente, con sus fantasías exuberantes, con sus locuras luminosas, con sus orgías sanguinarias, con sus pompas inverosímiles ... Leyéndolas he respirado el perfume de los jazmines de Persia y de las rosas de Babilonia, mezclado con el aroma de los besos morenos ... Leyéndolas he visto el extraño desfile de califas y de mendigos, de verdugos, de cortesanos, de bandoleros, de santos, de jorobados, de tuertos y de sultanes, que atraviesa las rutas asoleadas, entre trapos de mil colores, haciendo gestos inverosímiles. Y como si todo hubiera sido un sueño de opio, ahora me encuentro aturdido, sin poderme dar una cuenta exacta de lo que en mi mente es recuerdo de escenas admiradas en Ceylán, en Damasco, en El Cairo, en Aden, en Beyrouth y lo que sólo he visto entre las páginas mardrusianas. Porque es tal la naturalidad, o, mejor dicho, la realidad de los relatos de Schehrazada, que verdaderamente puede asegurarse que no hay en la literatura del mundo entero una obra que así nos obsesione y nos sorprenda con su vida inesperada y extraordinaria.

¡Y pensar que al abrir la obra de Mardrus figuréme que iba sencillamente a encontrarme con Las mil y una noches, de Galland, que todos conocemos, un poco más completa sin duda, pero siempre con su añejo saborcillo de discreta galantería exótica!

"Entre esta traducción nueva y la traducción clásica -pensé- debe de haber la misma diferencia que entre la Biblia de San Jerónimo y la del rabino Zadock Khan, o entre la Ilíada de Hermosilla y la de Leconte de Lisle". Pero apenas hube terminado el primer capítulo, comprendí que acababa de penetrar en un jardín antes nunca visto.

Al trasladar al francés los cuentos árabes, el escritor del siglo XVII no se contentó, como Racine, con poner casacones versallescos y pelucas cortesanas a los héroes del libro original. De lo que es la palpitación formidable de la vida hizo unos cuantos apólogos morales. Así puede decirse que quien no ha leído la obra del doctor Mardrus no conoce ni vagamente las historias que hicieron olvidar durante tres años al rey de la India sus crueles designios. El título mismo no es idéntico en las dos versiones. Y no hay que decir, como algunos críticos castizos, que al traducir literalmente Las Mil Noches y Una Noche sólo ha cometido Mardrus un pleonasmo indigno de nuestras lenguas latinas. Ajustándose desde la cubierta al original, y dejando al rótulo exterior su carácter exótico, lo que de fijo se ha propuesto es demostrar que su respeto del texto es absoluto."

¿Qué eso os choca...? Pues abrid la obra y comenzad la lectura. Al cabo de unas cuantas páginas, el filtro oriental habrá obrado en vuestras imaginaciones, y os figuraréis que estáis oyendo a la hija del visir en persona.

¡Ah, traductores, traductores, he ahí el gran modelo, he aquí la pauta impecable de vuestro arte! Todos los detalles y todos los ritmos, todas las expresiones características y todas las violencias de lenguaje, todos los madrigales sutiles y todos los refranes populacheros están ahí. Ahí están los seres viviendo su propia vida en su propia atmósfera. Ahí está el alma del árabe, en fin. En un prólogo dirigido a sus amigos, el doctor Mardrus explica poéticamente su severo método.

"Yo ofrezco -dice-, desnudas, vírgenes, intactas y sencillas, para mis delicias y el placer de mis amigos, estas noches árabes, vividas, soñadas y traducidas sobre su tierra natal y sobre el agua. Ellas me fueron dulces durante los ocios en remotos mares, bajo un cielo ahora lejano.

Por eso las doy.

Sencillas, sonrientes y llenas de ingenuidad, como la musulmana Schehrazada, su madre suculenta que las dió a luz en el misterio; fermentando con emoción en los brazos de un príncipe sublime -lúbrico y feroz-, bajo la mirada enternecida de Alah, clemente y misericordioso.

Al venir al mundo fueron delicadamente mecidas por las manos de la lustral Doniazada, su buena tía, que grabó sus nombres sobre hojas de oro coloreadas de húmedas pedrerías y las cuidó bajo el terciopelo de sus pupilas hasta la adolescencia dura, para esparcirlas después, voluptuosas y libres, sobre el mundo oriental, eternizado por su sonrisa. Yo os las entrego tales como son, en su frescor de carne y de rosa. Sólo existe un método honrado y lógico de traducción: "la literalidad", una literalidad impersonal, apenas atenuada por un leve parpadeo y una ligera sonrisa del traductor.

Ella crea, sugestiva, la más grande potencia literaria. Ella produce el placer de la evocación. Ella es la garantía de la verdad..:"

Ya lo oís. Explicando su método personal, el ilustre escritor árabe (porque Mardrus nació en Siria) viene a dar a Europa la más admirable y la más útil enseñanza. Pero lo malo es que, para seguir su ejemplo fecundo, no basta con saber muy bien la lengua de que se traduce y la lengua en que se traduce.

Algo más es necesario, y este algo es la maravillosa comprensión de la poesía extranjera en lo que tiene de más peculiar y de más fresco. Además, es indispensable una libertad de lenguaje que no es frecuente.

"Hay en los libros de los países orientales cosas que nuestra decencia europea no admite y que es preciso velar", dicen los académicos.

En realidad, nadie tiene derecho a escamotear una sola frase, por ruda que sea, a un autor exótico. ¿Que las palabras escabrosas os chocan? ¿Que no os atrevéis a llamar al pan pan y al sexo sexo... ? Pues cerrad el libro y dejad en paz su poesía. En este punto, el buen señor Galland debe de haber tenido sorpresas muy desagradables durante su larga labor de adaptador, porque si hay cuentos que contienen desvergüenzas -adorables y lozanas desvergüenzas-, son los de Las Mil Noches y una Noche al lado de los cuales el Decamerón, de Bocacio, y el Heptomerón, de la reina de Navarra, y hasta las Damas Galantes, de Brantome, resultan simples discreteos de señoritas libertinas.

Interrogado por un repórter cuando publicaba los primeros capítulos de su traducción en las revistas, el doctor Mardrus explicó con llaneza su manera de obrar y de pensar en tal particular. He aquí sus palabras:

"Los pueblos primitivos llaman las cosas por su nombre, y no encuentran nunca condenable lo que es natural, ni licenciosa la expresión de lo natural. (Entiendo por pueblos primitivos todos aquellos que aun no tienen una mancha en la carne o en el espíritu y que vinieron al mundo bajo la sonrisa de la Belleza...) Además, la literatura árabe ignora totalmente ese producto odioso de la vejez espiritual: la intención pornográfica. Los árabes ven todas las cosas bajo el aspecto hilarante. Su sentido erótico sólo conduce a la alegría. Y ellos ríen de todo corazón como niños, allí donde un puritano gemiría de escándalo".

Oyendo esto, el repórter, que estaba enterado por los profesores de la escuela de lenguas orientales de la "imposibilidad" de decir en una literatura "culta" las enormidades que se encuentran en los textos árabes, murmuró:

-Hay quienes apuestan que no se atreverá usted a conservar su literalidad hasta el fin-.

-Ya lo verá usted- terminó Mardrus sonriendo.

Y, en efecto, hemos visto que, con su ingenua valentía, ha llegado a la última página maravillosa sin velar un solo cuadro libre, sin desteñir una sola expresión atrevida, sin atenuar una sola situación erótica. Así, la leyenda de que el libro que antes se consideraba como un entretenimiento de niños es una obra atrevida, comienza a formarse, y acabará, sin duda, por impedir que la gente timorata lo lea. Pero esto, lejos de apenarnos a los que consideramos Las Mil Noches y una Noche como la mayor maravilla del ingenio humano, debe regocijarnos íntimamente. Pues, en realidad, un poema como éste no es para todo el mundo. Desde luego, no es para la burguesía. Ni es tampoco para las señoritas educadas en los conventos. No es, en suma, sino el alma del árabe.

¿Y sabéis lo que es el árabe, vosotros que lo veis en las viñetas de El último Abencerraje?

El divino Mardrus os lo dice en estas líneas: "El árabe, ante una música compuesta de notas de cañas y flautas, ante un lamento de kanoun, un canto de muezzin o de almea, un cuento subido de color, un poema de aliteraciones en cascadas, un perfume sutil de jazmín, una danza de flor movida por la brisa, un vuelo de pájaro o la desnudez de ámbar y perla de una abultada cortesana de formas ondulosas y ojos de estrella, responde en sordina o a toda voz con un ¡ah ¡ah! ... largo, sabiamente modulado, extático ,arquitectónico. Y esto se debe a que el árabe no es más que un instintivo; pero afinado, exquisito.

Ama la línea pura y la adivina con su imaginación cuando es irreal. Pero es parco en palabras y sueña... sueña".

Ahora que ya sabéis lo que vais en él a hallar, abrid el libro...

E. Gómez Carrillo.



Los Editores al Público

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Ningún libro tan conocido y menos conocido que esta famosa colección de novelas, monumento literario del pueblo árabe.

Con el título de Las mil y una noches circula desde hace siglos un libro que todos aceptan como una obra completa, y nada menos cierto. Las mil y una noches publicadas hasta el presente, se componen de unos cuantos cuentos nada más, entresacados de la monumental obra árabe y traducidos tímidamente para que puedan servir de libro de recreo a los niños, por sus relatos maravillosos.

Novelas humanas, exuberantes de pasión, fueron convertidas por el siglo XVI en infantiles relatos.

La grande obra imaginativa de los cuentistas semitas ha permanecido ignorada hasta nuestros días. Es el doctor Mardrus el que por primera vez la dió a conocer al público de Europa con una traducción completa y fiel de las Alf lailah oua lailah (Mil Noches y una noche), que hoy damos al público en lengua española.

El lector encontrará las famosas novelas palabra por palabra, tal como las crearon sus autores. El texto árabe ha cambiado simplemente de caracteres: su alma es la misma.



Orígenes y fechas

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Las Mil Noches y una Noche es una colección de cuentos populares. Dos documentos, el uno del siglo IX y el otro a del siglo X, establecen que este monumento de la literatura imaginativa árabe ha tenido por modelo una colección persa titulada Hazar Afsanah. De este libro, hoy perdido, ha sido tomado el argumento de Las Mil Noches y una Noche, o sea el artificio de la sultana Schehrazada, así como una parte de sus historias. Los cuentistas populares que ejercitaron su inventiva y su facundia sobre estos temas, los fueron transformando a gusto de la religión, las costumbres y el espíritu árabes, así como a gusto de su fantasía. Otras leyendas que no eran de origen persa y otras puramente árabes se fueron incrustando con el tiempo en el repertorio de los cuentistas. El mundo musulmán sunnita todo entero, desde Damasco a El Cairo y de Bagdad a Marruecos, se reflejó al fin en el espejo de Las Mil Noches y una Noche. Estamos, pues, en presencia, no de una obra consciente, de una obra de arte propiamente dicha, sino de una obra cuya formación lenta se aprecia por conjeturas diversas y que se expanden en pleno folklore islamita. Obra puramente árabe, sin embargo, a pesar de su origen pérsico, y que traducida en persa, turco e indostánico se esparció por todo el Oriente.

Querer asignar a la forma definitiva de muchas de estas historias un origen, una fecha, fundándose en consideraciones lingüísticas, es empresa difícil, pues se trata de un libro que no tiene autor conocido, y copiado y recopiado por escribas dispuestos a hacer intervenir su dialecto natal en el dialecto de los manuscritos que les servían de originales, acabó por ser un receptáculo confuso de todas las formas del árabe. Por varias consideraciones sacadas principalmente de la historia comparada de la civilización, la crítica actual parece haber llegado a imponer cierta cronología a esta masa de cuentos.

He aquí lo que la crítica supone:

Son tal vez en su mayor parte del siglo X los trece cuentos que se encuentran en casi todos los textos (en el sentido filológico de la palabra de las Alf lailah oua lailah; a saber:

Historias

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I. Del rey Schahriar y de su hermano el rey Schahzaman que es la que sirve de Introducción;

II. Del mercader y el efrit;

III. Del pescador y el genio;

IV. Del mandadero y las tres doncellas;

V. De la mujer despedazada, las tres manzanas y el negro Rihan;

VI. Del visir Nureddin;

VII. Del sastre, el jorobado, etc.;

VIII. De Nar Al-Din y Anís Al-Djalis;

IX. De Ghamin ben Ayoub;

X. De Alí ben Bakkar y Shams Al-Nahar;

XI. De Kamar Al-Zaman;

XII. Del caballo de ébano; y

XIII. De Djounar, hijo del mar.


La historia de Sinbad el Marino y la del rey Djiliad son, según dicha crítica, anteriores al siglo X. La gran masa de los cuentos restantes se sitúan entre los siglos X y XVI. La historia de Kamar Al-Zaman y la de Maarouf son del XVI.

Manuscritos y ediciones árabes

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Existen como "textos" de las Alf lailah oua lailah varias ediciones impresas y manuscritos. Estos manuscritos concuerdan mal entre ellos. Unos son fragmentarios; otros más completos, pero sin llegar a comprender la obra entera, y todos ellos difieren en cuanto a redacción, extensión y unidad de la fábula.

Antes del siglo XIX no había aparecido ninguna edición crítica ni en Europa ni en Oriente. Las principales ediciones que se han publicado a partir de 1814 son:


1. La edición (inacabada) del cheikh El Yemeni, publicada en Calcuta: dos volúmenes, 1814-1818;

2. La edición Ha-Hbicht, publicada en Breslau: doce volúmenes, 1825-1843;

3. La edición Mac Noghten, publicada en Calcuta: cuatro volúmenes, 1830-1842;

4. La edición de Boulak, publicada en El Cairo: dos volúmenes, 1835;

5. Las ediciones de Ezbékieh, publicadas en El Cairo;

6. La edición de los Padres Jesuitas de Beyrouth, cuatro volúmenes;

7. La edición de Bombay; cuatro volúmenes.


Todas estas ediciones, aunque algunas de ellas son notables por su mérito, resultan incompletas, pues no contienen la totalidad de los cuentos árabes como en la obra de Mardrus.

La edición de los Jesuitas de Beyrouth merece especial mención por las considerables amputaciones del texto, dislocado y expurgado para hacer desaparecer todas las licencias imaginativas, escenas escabrosas y libertades verbales de los cuentistas árabes.



Las traducciones europeas

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La más antigua e importante fue la que hizo Galland y que se publicó en París (1704-1717). Este libro, con el título de Las mil y una noches, es el único que hasta nuestros días ha conocido el gran público.

La obra de Galland es un ejemplo curioso de la deformación que puede sufrir un texto pasando por el cerebro de un literato del siglo de Luis XIV. Esta adaptación, hecha para uso de la corte, fué expurgada de todo atrevimiento y meticulosamente filtrada para que no quedase en ella ni una partícula de la sal original.

Considerada simplemente como adaptación, es escandalosamente incompleta, pues comprende apenas la cuarta parte de los cuentos originales. Los cuentos que forman las otras tres partes de "El libro de Las Mil Noches y una Noche" que ahora damos al público, no han sido hasta el presente conocidos.

Además, los deformes cuentos de la adaptación de Galland fueron por éste amputados y expurgados de todos los versos, poemas y citas de poetas. Los sultanes y visires, así como las beldades de la Arabia y la India, se expresan lo mismo que los cortesanos y damas de peluca blanca en los palacios de Versalles y Marly. En una palabra: esta adaptación incompleta y deforme que durante dos siglos ha mantenido al público en una mentira digna de menos fortuna, nada tiene que ver con el verdadero texto de los cuentos árabes.

De las ediciones posteriormente publicadas en Europa nada hemos de decir. Son reimpresiones de la obra de Galland, indigna de su notoriedad y traducida, sin embargo, a todos los idiomas.



El Doctor Mardrus y su Obra

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El doctor J. C. Mardrus es quien acometió hace algunos años la empresa de dar a conocer al público europeo, con toda su frescura original, la magna obra del Oriente. Mardrus es árabe de nacimiento y francés de nacionalidad. Nació en Siria, hijo de una noble familia de musulmanes del Cáucaso que por haberse opuesto a la dominación rusa tuvieron que trasladarse a Egipto. Muchos de los cuentos que años después había de fijar para siempre con su pluma de traductor artista, los escuchó de niño en el regazo de las domésticas mahometanas o en las calles estrechas y sombreadas de El Cairo. Después de haber estudiado la medicina y viajado mucho por los mares Pérsico e Indico como médico de navío, sintió el propósito de condensar para siempre la grande obra literaria de su raza, conocida sólo en fragmentos y con irritantes amputaciones. A esta empresa enorme ha dedicado gran parte de su vida, escribiendo los relatos oídos en las plazas de El Cairo, los cafés de Damasco y de Bagdad o los aduares de Yemen, joyas literarias, mantenidas únicamente por la tradición oral y que podían perderse. Como los poemas de los rapsodas que después figuraron bajo el nombre de Homero; como el Romancero del Cid y como todas las epopeyas populares, el gran poema árabe es de diversos autores, según ya hemos dicho, y distintos pueblos han colaborado en él a través de los siglos. Los cuentos sobrevivían sueltos, guardados por la memoria de los cuentistas populares y la pluma de los escribas públicos. El doctor Mardrus tuvo que peregrinar por todo el Oriente (Egipto, Asia Menor, Persia, Indostán), anotando viejos relatos y adquiriendo manuscritos, hasta completar en sus menores detalles la célebre obra. La frescura original, la ingenuidad de los primeros autores, han sido respetadas por Mardrus, pero realzándolas y adornándolas con su maestría de artista moderno. El doctor Mardrus es un notable escritor y la celebridad literaria le acompaña doblemente en su hogar, pues está casado con la exquisita novelista francesa Lucía Delarue-Mardrus.

Para su trabajo le han servido de base las ediciones egipcias más ricas en expresiones de árabe popular, pero las ha enriquecido considerablemente con nuevos cuentos y escenas, sacados de la tradición oral y de los valiosos manuscritos adquiridos en sus viajes.



Al público

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Ahora sólo nos resta desear al lector que experimente el mismo placer que el gran novelista Stendhal, el cual deseaba olvidar dos cosas: Don Quijote y los maravillosos relatos de Las Mil Noches y una Noche, para experimentar todos los años la voluptuosidad de leerlos por vez primera. Debemos hacer al público una leal declaración. Este libro no es para niños y mujeres. La moral de los árabes es distinta de la nuestra: sus costumbres son otras. Su carácter primitivo les hace ver como cosas naturales lo que para otros pueblos es motivo de escándalo. El amor lo cubren de pocos velos y su vida social está basada en la poligamia.

Además, este libro es un libro antiguo y los escrúpulos morales cambian con los siglos. Sirva de ejemplo nuestra propia literatura, en la que los más grandes autores del Siglo de Oro aparecen usando con naturalidad palabras que hoy se consideran inmorales y nadie se atreve a repetir.

Y empieza, lector, a recrearte en este incomparable poema novelesco, que unas veces hace reír y otras conmueve: armonioso conjunto de aventuras caballerescas, aventuras de amor y aventuras burlescas; escenas de erotismo, escenas de muerte, sublimes abnegaciones, vicios orientales, desordenadas fantasías y sutiles burlas del cuentista árabe para los seres celestes que intervienen en sus relatos deslumbradores.



Una palabra del traductor a sus amigos

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Yo ofrezco desnudas, vírgenes, intactas y sencillas, para mis delicias y el placer de mis amigos, estas noches árabes vividas, soñadas y traducidas sobre su tierra natal y sobre el agua.

Ellas me fueron dulces durante los ocios en remotos mares, bajo un cielo ahora lejano.

Por eso las doy.

Sencillas, sonrientes y llenas de ingenuidad, como la musulmana Schehrazada, su madre suculenta que las dió a luz en el misterio; fermentando con emoción en los brazos de un príncipe sublime -lúbrico y feroz-, bajo la mirada enternecida de Alah, clemente y misericordioso. Al venir al mundo fueron delicadamente mecidas por las manos de la lustral Doniazada, su buena tía, que grabó sus nombres sobre hojas de oro coloreadas de húmedas pedrerías y las cuidó bajo el terciopelo de sus pupilas hasta la adolescencia dura, para esparcirlas después, voluptuosas y libres, sobre el mundo oriental, eternizado por su sonrisa.

Yo os las entrego tales como son, en su frescor de carne y de rosa. Sólo existe un método honrado y lógico de traducción: la literalidad, una literalidad impersonal, apenas atenuada por un leve parpadeo y una ligera sonrisa del traductor. Ella crea, sugestiva, la más grande potencia literaria. Ella produce el placer de la evocación. Ella es la garantía de la verdad. Ella es firme e inmutable, en su desnudez de piedra. Ella cautiva el aroma primitivo y lo cristaliza. Ella separa y desata... Ella fija.

La literalidad encadena el espíritu divagador y lo doma, al mismo tiempo que detiene la infernal facilidad de la pluma. Yo me felicito de que así sea; porque ¿dónde encontrar un traductor de genio simple, anónimo, libre de la necia manía de su renombre...?

Las dificultades del idioma original, tan duras para el traductor académico, que ve en las obras la letra antes que el espíritu, se convierten entre los dedos del amoroso balbuceo oriental en espirales tan bellas, que muchas veces no se atreve a desenlazarlas por miedo a que pierdan su originalidad.

¡En cuanto a la acogida que tendrán estas joyas orientales...! El Occidente, amanerado y empalidecido por la asfixia de sus convencionalismos verbales, tal vez fingirá susto y asombro al oír el franco lenguaje -gorjeo simple, sonoro y juvenil -de estas muchachas sanas y morenas, nacidas en las tiendas del desierto, que ya no existen.

Entienden poco de malicia las huríes.

Y los pueblos primitivos, dice el Sabio, llaman las cosas por su nombre y no encuentran nunca condenable lo que es natural, ni licenciosa la expresión de lo natural. (Entiendo por pueblos primitivos todos aquellos que aún no tienen una mancha en la carne o en el espíritu, y que vinieron al mundo bajo la sonrisa de la Belleza).

Además, la literatura árabe ignora totalmente ese producto odioso de la vejez espiritual: la intención pornográfica. Los árabes ven todas las cosas bajo el aspecto hilarante. Su sentido erótico sólo conduce a la alegría. Y ríen de todo corazón, como niños, allí donde un puritano gemiría de escándalo.

Todo artista que ha vagabundeado por Oriente y cultivado con amor los bancos calados de los adorables cafés populares en las verdaderas ciudades musulmanas y árabes; el viejo Cairo con sus calles llenas de sombra, siempre frescas; los zocos de Damasco, Sana del Yemen, Mascata o Bagdad; todo aquel que ha dormido en la estera inmaculada del beduíno de Palmira, que ha partido el pan y saboreado la sal fraternalmente en la soledad gloriosa del desierto, con Ibn Rachid, el suntuoso, tipo neto del árabe auténtico, o que ha gustado la exquisitez de una charla de simplicidad antigua con el puro descendiente del Profeta, el cherif Hussein ben Ali ben Aoun, emir de la Meca santa, ha podido notar la expresión de las pintorescas fisonomías reunidas. Un sentimiento único domina a toda la asistencia: una hilaridad loca. Ella flamea con vitales estallidos ante las palabras gruesas y libres del heroico cuentista público que en el centro del café o de la plaza gesticula, mima, se pasea o brinca para dar mayor expresión a su relato en medio de los espectadores risueños... Y se apodera de vosotros la general embriaguez suscitada por las palabras y los sonidos imitativos, el humo del tabaco que hace soñar, la esencia afrodisíaca que parece flotante en el espacio, el sub-olor discreto del haschich, último regalo de Alah a los hombres... Y os sentís navegantes aéreos en la frescura de la noche.

Allí nadie aplaude. Ese gesto bárbaro, inarmónico y feroz, vestigio indiscutible de razas ancestrales y antropófagas que danzaban en torno del poste de colores de la víctima y del cual ha hecho Europa un signo de la horrible alegría burguesa amontonada bajo el gas o la electricidad de las salas públicas, es completamente desconocido.

El árabe, ante una música compuesta de notas de cañas y flautas, ante un lamento de kanoun, un canto de muezzin o de almea, un cuento subido de color, un poema de aliteraciones en cascadas, un perfume sutil de jazmín, una danza de flor movida por la brisa, un -vuelo de pájaro o la desnudez de ámbar y perla de una abultada cortesana de formas ondulosas y ojos de estrella, responde en sordina o a toda voz con un ¡ah! ¡ah!... largo, sabiamente modulado, extático, arquitectónico.

Y esto se debe a que el árabe no es más que un instintivo; pero afinado, exquisito. Ama la línea pura y la adivina con su imaginación cuando es irreal.

Pero es parco en palabras y sueña... sueña. Y ahora, amigos míos...

Yo os prometo, sin miedo de mentir, que el telón va a levantarse sobre la más asombrosa, la más complicada y la más espléndida visión que haya alumbrado jamás sobre la nieve del papel el frágil útil del cuentista.

Doctor J. C. Mardrus.



¡Aquello que quiera Alah!

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¡En el nombre de Alah el clemente, el misericordioso!

¡La alabanza a Alah, amo del Universo! ¡Y la plegaria y la paz para el príncipe de los enviados, nuestro señor y soberano Mohamed!

Y, para todos los tuyos, la plegaria y la paz siempre unidas esencialmente hasta el día de la recompensa.

¡Y después... ! que las leyendas de los antiguos sean una lección para los modernos, a fin de que el hombre aprenda en los sucesos que ocurren a otros que no son él. Entonces respetará y comparará con atención las palabras de los pueblos pasados y lo que a él le ocurra y se reprimirá.

Por esto ¡gloria a quien guarda los relatos de los primeros como lección dedicada a los últimos!

De estas lecciones han sido entresacados los cuentos que se llaman Mil noches y una noche, y todo lo que hay en ellos de cosas extraordinarias y de máximas.

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