Y cuando llegó la 999ª noche

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Ella dijo:

... Y tras de hablar así, el viejo derviche respiró prolongadamente; luego añadió: "Pero debo decirte ¡oh frente de simpatía! que esa joven asilo del amor tiene el hígado achicharrado de tristeza; y sobre su corazón gravita una montaña de pena. Y la causa de ello es un sueño que ha tenido una noche, durmiendo. Y la ha dejado dolorida y desolada como el sumbul". Luego dijo: "Y ahora que para tu corazón han sido mis palabras la semilla del amor, Alah te guarde y te conduzca a la que está en tu destino. ¡Uassalam!".

Y tras de hablar así, el derviche se levantó y se fué por su camino. Y sólo con oír este discurso quedó ensangrentado el corazón del príncipe Jazmín; y le penetró la flecha del amor; y como Majnún enamorado de Leila, desgarró sus vestidos desde el cuello hasta la cintura, y prendido de los tirabuzones de cabellos de la encantadora Almendra, lanzó gritos y suspiros; y abandonando su rebaño, echó a andar, errabundo, ebrio sin vino, agitado, silencioso, aniquilado en el torbellino del amor. Porque si bien el broquel de la cordura resguarda de todas las heridas, no tiene eficacia contra el arco del amor. Y la medicina de opiniones y consejos no obraría en lo sucesivo sobre el espíritu del afligido por puro sentimiento. Y esto es lo referente al príncipe Jazmín.

Pero he aquí ahora lo relativo a la princesa Almendra.

Una noche, mientras dormía en la terraza del palacio de su padre, vió, que se aparecía ante ella, en un sueño enviado por los genn del amor, un joven más hermoso que el amante de Suleika, y que era, rasgo por rasgo, la imagen encantadora del príncipe Jazmín. Y a medida que se manifestaba a los ojos de su alma de virgen aquella visión de belleza, el hasta entonces despreocupado corazón de la joven se escurría de su mano y se tornaba en prisionero de los bucles ensortijados del joven. Y se despertó con el corazón agitado por la rosa de su sueño, y lanzando en la noche gritos como el ruiseñor, lavó su rostro con sus lágrimas. Y acudieron sus servidoras, muy emocionadas, y exclamaron al verla: "¡Por Alah! ¿qué desdicha hace derramar lágrimas a nuestra señora Almendra? ¿Qué ha pasado por su corazón durante su sueño? ¡Ay! he aquí que parece que ha emprendido el vuelo el pájaro de su inteligencia".

Y hubo gemidos y suspiros hasta la mañana. Y al despuntar la aurora se informó a su padre el rey y a su madre la reina de lo que pasaba. Y con el corazón abrasado, fueron a observar por sí mismos, y vieron que su encantadora hija tenía aspecto extraordinario y se hallaba en un estado singular. Estaba sentada, con los cabellos y las ropas en desorden, el rostro descompuesto, sin reparar en su cuerpo y sin atención para su corazón. Y a todas las preguntas que le hacían respondía sólo con el silencio, meneando la cabeza con pudor y sembrando así en el alma de su padre y de su madre la turbación y la desolación.

Entonces quedó decidido llamar a los médicos y a los sabios exorcistas, que lo pusieron todo a contribución para sacarla de su estado. Pero no obtuvieron ningún resultado; antes bien, ocurrió todo lo contrario. Al ver aquello, creyéronse obligados a recurrir a la sangría. Y vendándole un brazo, aplicaron la lanceta. Pero no salió de la vena encantadora ni una gota de sangre. Entonces desistieron de su tratamiento y renunciaron a la esperanza de curarla. Y se marcharon cariacontecidos y confusos.

Y transcurrieron unos días en aquella penosa situación, sin que nadie pudiese comprender o explicar el motivo de semejante cambio. Un día que la bella Almendra, la del corazón calcinado, estaba más melancólica que nunca, las mujeres de su séquito, para distraerla, la llevaron al jardín. Pero allí por donde paseaba los ojos no veía más que la faz de su bienamado: las rosas le ofrecían su color y el jazmín el olor de sus vestidos; el ciprés oscilante, su talle flexible, y el narciso, sus ojos. Y viendo las pestañas de él en las espinas, se las clavaba ella sobre el corazón.

Pero en seguida el verdor de aquel jardín hizo reverdecer un poco su corazón mustio; y el agua corriente que le hacían beber disminuyó la sequedad de su cerebro. Y las jóvenes de su séquito, que tenían la misma edad que ella, sentáronse en corro alrededor de aquella belleza, y empezaron por cantarle dulcemente un ghazal ligero en la clave musical menor y con el compás ramel lento.

Tras de lo cual, al verla más propicia, su doncella más querida se acercó a ella, y le dijo: "¡Oh señora nuestra Almendra! has de saber que, desde hace unos días, se encuentra en nuestras tierras un joven tañedor de flauta, venido del país de los nobles Hazara, y cuya melodiosa voz atrae al pájaro escapado de la razón, detiene el agua que corre y a la golondrina que vuela. Y ese joven real es blanco y rosado, y se llama Jazmín. Y en verdad que el lirio y la rosa se desvanecerían en su presencia. Porque su talle es un balanceo de ciprés, su rostro un tulipán fresco, sus cabellos hacen pensar en mil noches oscuras, su tez es ámbar rubio, sus pestañas dardos curvos, sus rasgados ojos dos narcisos, y dos alfónsigos sus labios encantadores. En cuanto a su frente, con su brillo avergüenza a la luna llena y le embadurna de azul el rostro. De su boquita con dientes de pedrería, con lengua de rosa, fluye un lenguaje tan dulce, que hace olvidar la caña de azúcar. Y tal como es, vivaracho e intrépido, resulta un ídolo de seducción para los ojos de los amantes".

Luego añadió, mientras la princesa Almendra quedaba en el estupor de la alegría: "Y ese príncipe tañedor de flauta, para venir de su país al nuestro, ha debido franquear montañas y llanuras, ágil como el céfiro matinal y más ligero, y habrá surcado las aguas espantosas de los ríos desbordados, donde ni el mismo cisne está seguro, y cuyo solo aspecto da vértigos a las gallinas de agua y a los patos, asombrándolos. Y si ha sorteado tantas dificultades para llegar hasta aquí, es porque le ha determinado a ello un motivo oculto. Y ningún motivo que no sea el amor puede decidir a un príncipe joven a intentar semejante empresa".

Y tras de hablar así, la joven favorita de la princesa Almendra se calló, observando el efecto de su discurso en su señora. Y he aquí que la doliente hija del rey Akbar se irguió de pronto sobre ambos pies, dichosa y retozona. Y su rostro estaba iluminado por el fuego interior y se le salía por los ojos toda su alma embriagada. Y ni rastro quedaba ya de todo aquel mal misterioso que ningún médico había comprendido: las sencillas palabras de una jovenzuela, hablando de amor, lo habían hecho desvanecerse como humo.

Y rápida cual la gacela, entró ella en sus habitaciones, seguida por su favorita. Y cogió el cálamo de la alegría y el papel de la unión, y escribió al príncipe Jazmín, al joven raptor de su razón, al bienaventurado que ella había visto en sueños con los ojos de su alma, esta carta de alas blancas:


"Después de la alabanza al que, sin cálamo, ha trazado la existencia de las criaturas en el jardín de la belleza.


"¡Salud a la rosa de quien está quejoso el ruiseñor enamorado! "Cuando he oído mencionar tu hermosura, mi corazón se me ha escurrido de la mano.


"Cuando en sueños me has mostrado tu faz feérica, tanta impresión ha producido en mi corazón, que he olvidado a mi padre y a mi madre, y me he tornado en una extraña para mis hermanos. ¿Qué hemos de ser para nuestra familia cuando somos extraños para nosotros mismos?


"Ante ti, las bellezas son barridas como por un torrente, y las flechas de tus pestañas han punzado mi corazón de parte a parte.


"¡Oh! ven a mostrarme tu figura encantadora en sueños, a fin de que la vea yo con los ojos de mi cara, ¡oh tú, que estás instruido en las señales del amor y que debes saber que el verdadero camino del corazón es el corazón!


"Y sabe, por último, que eres el agua y la arcilla de mi esencia, que las rosas de mi lecho se han convertido en espinas, que el sello del silencio está en mis labios, y que he renunciado a pasearme indolentemente...


En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.



Y cuando llegó la 1000ª noche

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Ella dijo:

"... que el sello del silencio está en mis labios, y que he renunciado a pasearme indolentemente".


Y plegó las dos alas de la carta, deslizó en ella un grano de almizcle puro, y la entregó a su favorita. Y la joven la tomó, se la llevó a los labios y a la frente, se la puso sobre el corazón, y semejante a la paloma, fué al bosque donde tañía la flauta el príncipe Jazmín. Y le encontró sentado bajo un ciprés, con la flauta al lado y cantando este corto ghazal:

¿Qué diré al ver mi corazón? ¡Es la nube, el relámpago, el mercurio y el Océano ensangrentado!


¡Cuando termine la noche de la ausencia, nos reuniremos como el cisne y el río!


Y la joven, tras de besar la mano al príncipe Jazmín, le entregó la carta de su señora Almendra. Y la leyó y creyó volverse loco de alegría. Y no sabía ya si dormía o velaba. Y se le revolucionó el espíritu, y se le puso el corazón como una hornaza. Y cuando se calmó él un poco, la joven le indicó el medio de llegar hasta su señora, le dió las últimas instrucciones, y volvió sobre sus pasos.

Y a la hora indicada y en el momento favorable, el príncipe Jazmín, conducido por el ángel de la unión, emprendió el camino que llevaba al jardín de Almendra. Y consiguió penetrar en aquel lugar, trozo arrancado del paraíso. Y en aquel momento desaparecía el sol en el horizonte occidental y la luna mostraba su rostro tras los velos del Oriente. Y el joven de andares de cervatillo divisó el árbol que hubo de indicarle la joven, y subió a ocultarse entre sus ramas.

Y la princesa de andares de perdiz llegó al jardín con la noche. E iba vestida de azul y tenía en la mano una rosa azul. Y alzó su encantadora cabeza para mirar el árbol, temblando cual el follaje del sauce. Y en su emoción, aquella gacela no supo si el rostro aparecido entre las ramas era el de la luna llena o la faz brillante del príncipe jazmín. Pero he aquí que como una flor madurada por el deseo, o como un fruto caído por su propio peso precioso, el jovenzuelo de cabellos de violeta saltó de entre las ramas y cayó a los pies de la pálida Almendra. Y reconoció ella al que amaba con esperanza, y le encontró más hermoso que la imagen de su sueño. Y por su parte, el príncipe Jazmín vió que el derviche no le había engañado y que aquella luna era la corona de las lunas. Y ambos sintiéronse con el corazón unido por los lazos de la tierna amistad y del afecto real. Y su dicha fué tan profunda como la de Majnún y Leila, y tan pura como la de los antiguos amigos.

Y después de los besos dulcísimos y las expansiones de su alma encantadora, invocaron al Señor del perfecto amor para que jamás el firmamento tiránico hiciese llover sobre su ternura las piedras del disgusto ni descosiera la costura de su reunión.

Luego, para resguardarse en adelante del veneno de la separación, los dos amantes reflexionaron a solas, y pensaron que era preciso dirigirse sin tardanza al propio rey Akbar, quien, como amaba a su hija Almendra, no le rehusaba nada.

Y dejando a su bienamado entre los árboles, la suplicante Almendra fué en busca de su padre el rey, y con las manos juntas, le dijo: "¡Oh meridiano de ambos mundos! tu servidora viene a hacerte una petición". Y su padre, extremadamente asombrado, a la vez que encantado, la levantó con sus manos y la estrechó contra su pecho, y le dijo: "En verdad ¡oh Almendra de mi corazón! que debe ser tu petición de urgencia extrema, ya que no vacilas en abandonar tu lecho en medio de la noche para venir a rogarme que te la conceda. Sea lo que sea, ¡oh luz de los ojos! explícate sin temor, confiándote a tu padre". Y tras de vacilar unos instantes, la gentil Almendra levantó la cabeza y pronunció ante su padre un hábil discurso, diciendo: "¡Oh padre mío! dispensa a tu hija que venga a esta hora de la noche a turbar el sueño de tus ojos.

Pero he aquí que he recobrado las fuerzas de la salud, después de un paseo nocturno, con mis doncellas, por la pradera. Y vengo a decirte que he notado que nuestros rebaños de bueyes y de ovejas están mal cuidados y mantenidos de mala manera. Y he pensado que si yo encontrara un servidor digno de tu confianza te lo presentaría, y tú le encargarías de guardar nuestros rebaños. Pues bien; por una feliz casualidad, al instante he encontrado a ese hombre activo y diligente. Es joven, bien intencionado, dispuesto a todo, y no teme fatigas ni penas; porque la pereza y la indolencia están a varias parasangas de él. Encárgale, pues, ¡oh padre mío! de nuestros bueyes y de nuestras ovejas".

Cuando el rey Akbar hubo oído el discurso de su hija, se asombró hasta el límite del asombro, y permaneció un momento con los ojos muy abiertos. Luego contestó: "¡Por vida mía! nunca he oído decir que se contratara a media noche a los pastores de rebaños. Es la primera vez que nos sucede semejante cosa. Sin embargo, ¡oh hija mía! en vista del placer que proporcionas a mi corazón con tu curación súbita, accedo gustoso a tu demanda y acepto para pastor de nuestros rebaños al joven consabido. No obstante, quisiera verle con los ojos de mi cara antes de confiarle esas funciones".

En cuanto oyó estas palabras de su padre, la princesa Almendra voló en alas de la alegría hacia el bienaventurado Jazmín, y cogiéndole de la mano, le condujo al palacio. Y dijo al rey: "Aquí tienes ¡oh padre mío! a este pastor excelente. Su báculo es sólido y su corazón firme". Y el rey Akbar, que estaba dotado de sagacidad, fácilmente advirtió que el joven que le presentaba su hija Almendra no era de la especie de los que guardan rebaños. Y en lo profundo de su alma quedó lleno de perplejidad. Sin embargo, para no apenar a su hija Almendra, no quiso ponerse pesado ni insistir sobre esos detalles, que tenían su importancia. Y la amable Almendra, que adivinaba lo que pasaba por el espíritu de su padre, le dijo con voz pronta ya a conmoverse y juntando las manos: "Lo externo ¡oh padre mío! no siempre es indicio de lo interno. Y te aseguro que este joven es un pastor de leones". Y de buen o mal grado, el padre de Almendra, por contentar a aquella amable y encantadora criatura, puso en sus propios ojos el dedo del consentimiento, y a media noche nombró al príncipe Jazmín pastor de sus rebaños...


En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente, como de costumbre.

Y su hermana, la tierna Doniazada, que se había convertido en una adolescente deseable en todos sentidos, y que, de día en día y de noche en noche, se volvía más encantadora y más bella y más desarrollada y más comprensiva y más silenciosa y más atenta, se incorporó a medias en la alfombra en que estaba acurrucada, y le dijo: "¡Oh Schehrazada, hermana mía! ¡cuán dulces y sabrosas y regocijantes y deliciosas son tus palabras!"

Y Schehrazada le sonrió y la besó, y le dijo: "Sí, querida mía; pero ¿qué es eso comparado con lo que sigue y que voy a contar la próxima noche, si es que no está cansado de oírme nuestro señor, este rey bien educado y dotado de buenos modales?".

Y el sultán Schahriar exclamó: "¡Oh Schehrazada! ¿qué estás diciendo? ¿cansado yo de oírte? ¡Si tú instruyes mi espíritu y calmas mi corazón! Puedes, pues, indudablemente, decirnos mañana la continuación de esa historia deliciosa, e incluso puedes, si no estás fatigada, proseguirla esta misma noche. ¡Porque, en verdad, que deseo saber lo que les va a ocurrir al príncipe Jazmín y a la princesa Almendra!"

Y Schehrazada, con su habitual discreción, no quiso abusar del permiso, y sonrió y dió las gracias, sin decir nada más aquella noche.

Y el rey Schahriar la estrechó contra su corazón, y se durmió a su lado hasta el día siguiente. Entonces se levantó y salió a presidir su sesión de justicia. Y vió llegar a su visir, padre de Schehrazada, llevando al brazo, como tenía por costumbre, el sudario destinado a su hija, a quien cada mañana esperaba ver condenada a muerte, en vista del juramento del rey concerniente a las mujeres. Pero Schahriar, sin decirle nada a este respecto, presidió el diwán de la justicia. Y entraron los oficiales y los dignatarios y los querellantes. Y juzgó, y nombró para empleos, y destituyó, y ultimó los asuntos pendientes, y dió órdenes, hasta el fin de la jornada. Y el visir, padre de Schehrazada y de Doniazada, cada vez se acercaba más al límite de la perplejidad y del asombro.

En cuanto al rey Schahriar, cuando levantó la sesión y terminó el diwán, se apresuró a volver a sus habitaciones, junto a Schehrazada.



Pero cuando llegó la 1001ª noche

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Y cuando el rey Schahriar acabó su cosa acostumbrada con Schehrazada, la joven Doniazada dijo a su hermana: "Por Alah sobre ti, ¡oh hermana mía! si no tienes sueño, apresúrate a contarnos la continuación de la tierna historia del príncipe Jazmín y de la princesa Almendra". Y Schehrazada acarició los cabellos de su hermana, y dijo: "¡De todo corazón amistoso, y como homenaje debió a este rey magnánimo, señor nuestro".


Y prosiguió la historia en estos términos:

... y a media noche nombró al príncipe Jazmín pastor de sus rebaños.

Y, desde entonces, el príncipe Jazmín ejerció exteriormente el oficio de pastor e interiormente se ocupaba de amor. Y por el día llevaba a pastar a los bueyes y a las ovejas hasta una distancia de tres o cuatro parasangas; y al oscurecer los llamaba con los sones de su flauta y los volvía a los establos del rey. Y por la noche habitaba el jardín en compañía de su bienamada Almendra, rosa de la excelencia. Y esta era su ocupación constante.

Pero ¿quién puede afirmar que la dicha más oculta permanecerá siempre al abrigo de las miradas envidiosas de los censores?

En efecto, la atenta Almendra tenía costumbre de hacer llegar a manos de su amigo, en el bosque, la bebida y la comida necesarias. Y un día, aquella imprudente del amor fue, a escondidas, a llevarle por sí misma una bandeja de golosinas tan deliciosas como sus labios de azúcar, frutas, nueces y alfónsigos, todo cuidadosamente colocado en hojas de plata. Y le dijo, ofreciéndole aquellas cosas: "¡Que sea para ti dulce y de fácil digestión este alimento que conviene a tu boca delicada! ¡Oh papagayo de lenguaje dulce y que no debiera comer más que azúcar!". Dijo, y desapareció como el alcanfor.

Y cuando aquella almendra sin corteza desapareció como el alcanfor, el pastor Jazmín se dispuso a probar aquellas golosinas preparadas por los dedos de la hija del rey. Entonces vió acercarse a él al propio tío de su bienamada, un anciano hostil y malintencionado, que se pasaba los días abominando de todo el mundo e impidiendo a los músicos tocar y a los cantores cantar. Y cuando llegó junto al joven, le miró con los ojos torvos de la desconfianza, y le preguntó qué tenía allí, delante de sí, en la bandeja del rey. Y Jazmín, que no era desconfiado, creyó que el anciano tenía gana de comer. Y abrió su corazón, generoso como la rosa de otoño, y le regaló toda la bandeja de golosinas.

Y el calamitoso anciano se retiró al punto para ir a enseñar aquellas golosinas y aquella bandeja al padre de Almendra, el rey Akbar, que era su propio hermano. Y de tal suerte le dió la prueba de las relaciones entre Almendra y Jazmín.

Y el rey Akbar, al enterarse de aquello, llegó al límite de la cólera, y llamando a su hija, le dijo: "¡Oh vergüenza de tus padres! ¡has arrojado el oprobio sobre nuestra raza! Hasta este día nuestra morada estuvo libre de malas hierbas y de las espinas de la vergüenza. Pero tú me has lanzado el nudo corredizo de la trapisonda y me has cogido en él. Y con los modales mimosos que para mí tenías, has velado la lámpara de mi inteligencia. ¡Ah! ¿qué hombre podrá decir que está a salvo de las estratagemas de las mujeres? Y el Profeta bendito (con El la plegaria y la paz) ha dicho, hablando de ellas: "¡Oh creyentes! ¡tenéis enemigos en vuestras esposas y en vuestras hijas! Son defectuosas en cuanto afecta a la razón y a la religión. Han nacido torcidas. Las reprenderéis, y a las que os desobedezcan las pegaréis". ¿Cómo voy a tratarte, pues, ahora que tan inconvenientemente has obrado con un extranjero, guardián de rebaños, cuya unión no conviene a hijas de reyes? Dime si debo hacer volar de un tajo de mi espada tu cabeza y la suya y abrasar vuestra noble existencia en el fuego de la muerte". Y como ella llorase, añadió él: "Retírate en seguida de mi presencia, y ve a enterrarte detrás de la cortina del harén. Y no vuelvas a salir de allí sin mi permiso".

Y tras de castigar de tal suerte a su hija Almendra, el rey Akbar dió orden de hacer desaparecer al guardián de los rebaños. Y he aquí que en las cercanías de la ciudad había un bosque, terrible refugio de animales espantosos. Y los hombres más bravos se sentían poseídos de temor al oír pronunciar el nombre de aquella selva, y se quedaban paralizados y con los pelos de punta. Y allá, la mañana parecía noche, y la noche era semejante a la llegada siniestra de la Resurrección. Y entre otros animales espantosos, había allí dos cerdos-gamos que eran el horror de los cuadrúpedos y de las aves, y que a veces hasta llegaban a sembrar la devastación en la ciudad.

Y los hermanos de la princesa Almendra, por orden del rey, enviaron al infortunado Jazmín a aquel lugar de desgracia, con la intención de hacerle perecer. Y el joven, sin sospechar lo que le esperaba, condujo allá sus bueyes y sus ovejas. Y entró en aquella selva a la hora en que aparecía en el horizonte el astro de dos cuernos y cuando el etíope de la noche volvía el rostro para ponerse en fuga. Y dejando pacer a los animales a su antojo, se sentó en una piedra blanca que había tirado en tierra, y cogió su flauta, manantial de embriaguez.

Y he aquí que, guiados por el olfato, los dos terribles cerdos-gamos llegaron de repente al claro donde estaba Jazmín, rugiendo a imitación de la nube cargada de truenos. Y el príncipe de mirada dulce los acogió con los sones de su flauta, y los inmovilizó con el encanto de su ejecución. Luego, lentamente, se levantó y salió de la selva, acompañado por los dos espantosos animales, uno a su derecha y otro a su izquierda, y seguido por todo el rebaño. Y de tal suerte llegó bajo las ventanas del rey Akbar. Y todo el mundo le vió y quedó sumido en el asombro.

Y el príncipe Jazmín hizo entrar en una jaula de hierro a los dos cerdos-gamos y se los ofreció al padre de Almendra en calidad de homenaje. Y ante aquella hazaña, el rey llegó al límite de la perplejidad, y retiró su mano de la condenación de aquel león de héroes.

Pero los hermanos de la enamorada Almendra no quisieron deponer su rencor, y para impedir que su hermana se uniera con el joven, idearon casarla a disgusto con su primo, el hijo del tío calamitoso. Porque decían: "Hay que atar el pie a esa loca con la cuerda resistente del matrimonio. Y entonces se olvidará de su insensato amor". Y sin más ni más, organizaron la procesión nupcial, y contrataron a músicos y cantarinas, a clarinetes y tamborileros.

Y mientras aquellos tiranos vigilaban así las ceremonias de aquel matrimonio opresor, la desolada Almendra, vestida, mal de su grado, con ropas espléndidas y atavíos de oro y perlas, que pregonaban en ella una recién casada, estaba sentada en un elegante lecho de gala, recubierto de paños brocados de oro, semejante a la flor en el arbusto, pero con la tristeza y el abatimiento a su lado, con el sello del mutismo en los labios, silenciosa como el lirio, inmóvil como el ídolo. Y con la apariencia de una joven muerta a manos de vivos, su corazón palpitaba como el gallo a quien degüellan, su alma estaba vestida con un vestido de crepúsculo, su seno estaba desgarrado por la uña del dolor, y su espíritu efervescente pensaba en los ojos negros del cuervo de arcilla que iba a ser su compañero de lecho. Y se hallaba en la cúspide del Cáucaso de las penas.

Pero he aquí que el príncipe Jazmín, invitado con los demás servidores a las bodas de su señora, le dió, con un simple cruce de ojos, una esperanza libertadora de las ataduras del dolor. Porque ¿quién no sabe que con simples miradas los amantes pueden decirse veinte cosas de las que nadie tiene la menor idea?

Así es que, cuando llegó la noche y se introdujo a la princesa Almendra, como recién casada, en la cámara nupcial, solamente entonces el Destino mostró su faz dichosa a los amantes y vivificó su corazón con los ocho olores. Y la bella Almendra, aprovechándose al instante de la soledad en que la habían dejado en aquella habitación donde iba a penetrar su primo, salió sin ruido con sus vestiduras de oro, y emprendió el vuelo hacia Jazmín el bienaventurado. Y aquellos dos amantes benditos se cogieron de la mano, y más ligeros que el céfiro rosado, desaparecieron y se desvanecieron como el alcanfor.

Y desde entonces nadie pudo encontrar sus huellas, y nadie oyó hablar de ellos ni del lugar de su retiro. Porque, en la tierra, solamente algunos entre los hijos de los hombres son dignos de dicha, de seguir el camino que lleva a la dicha y de acercarse a la casa en que se esconde la dicha.

Gloria por siempre y loores múltiples al Retribuidor, Dueño de la alegría, de la inteligencia y de la dicha. ¡Amín!



Conclusión

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Y tras contar así esta historia, añadió Schehrazada: "Y ésta es ¡oh rey afortunado! la tierna historia del príncipe Jazmín y de la princesa Almendra. Y la he contado como llegó a mí: ¡Pero Alah es más sabio!". Luego se calló.

Entonces exclamó el rey Schahriar: "¡Oh Schehrazada! ¡cuán espléndida es esa historia! ¡Oh! ¡qué admirable es! Me has instruído, ¡oh docta y discreta! y me has hecho ver los acontecimientos que les sucedieron a otros que yo, y considerar atentamente las palabras de los reyes y de los pueblos pasados, y las cosas extraordinarias o maravillosas o sencillamente dignas de reflexión que les ocurrieron. Y he aquí en verdad, que, después de haberte escuchado durante estas mil noches y una noche, salgo con un alma profundamente cambiada y alegre y embebida del gozo de vivir. Así, pues, ¡gloria a quien te ha concedido tantos dones selectos, ¡oh bendita hija de mi visir! ha perfumado tu boca y ha puesto la elocuencia en tu lengua y la inteligencia detrás de tu frente!'.

Y la pequeña Doniazada se levantó por completo de la alfombra en que estaba acurrucada, y corrió a arrojarse en los brazos de su hermana, y exclamó: "¡Oh Schehrazada, hermana mía! ¡cuán dulces y encantadoras y deliciosas e instructivas y emocionantes y sabrosas en su frescura son tus palabras! ¡Oh! ¡qué hermosas son tus palabras, hermana mía!".

Y Schehrazada se inclinó hacia su hermana, y, al besarla, le deslizó al oído algunas palabras que sólo oyó ésta. Y al punto la chiquilla desapareció, como el alcanfor.

Y Schehrazada se quedó sola, durante unos instantes, con el rey Schahriar. Y cuando se disponía él, en el límite del contento, a recibir en sus brazos a su maravillosa esposa, he aquí que se abrieron las cortinas y reapareció Doniazada, seguida de una nodriza que llevaba a dos gemelos colgados de sus senos, en tanto que un tercer niño marchaba a cuatro pies detrás de ella.

Y Schehrazada, sonriendo, se encaró con el rey Schahriar, y le puso delante a los tres pequeñuelos, después de estrecharlos contra su pecho, y con los ojos húmedos de lágrimas le dijo: "¡Oh rey del tiempo! he aquí a los tres hijos que en estos tres años te ha deparado el Retribuidor por mediación mía".

Y mientras el rey Schahriar besaba a sus hijos, penetrado de una alegría indecible y conmovido hasta el fondo de sus entrañas, Schehrazada continuó: "Tu hijo mayor tiene ahora dos años cumplidos, y estos dos gemelos no tardarán en tener un año de edad. (¡Alah aleje de los tres el mal de ojo!)"

Y añadió: "Sin duda, te acordarás ¡oh rey del tiempo! de que estuve indispuesta veinte días entre las seiscientas sesenta y nueve noches y las setecientas. Pues entonces precisamente fué cuando di a luz a estos dos gemelos, cuyo alumbramiento me ha fatigado mucho más que el de su hermano mayor, el año anterior. Porque tan poco molesta estuve en mi primer parto, que pude continuarte sin interrupción la historia, empezada a la sazón, de la Docta Simpatía".

Y tras de hablar así, se calló.

Y el rey Schahriar, que estaba en el límite extremo de la emoción, paseaba sus miradas de la madre a los hijos y de los hijos a la madre, y no podía pronunciar ni una sola palabra.

Entonces, después de besar a los niños por vigésima vez, la tierna Doniazada se encaró con el rey Schahriar y le dijo: "Y ahora, ¡oh rey del tiempo! ¿vas a hacer cortar la cabeza a mi hermana Schehrazada, madre de tus hijos, dejando así huérfanos de madre a estos tres reyezuelos que ninguna mujer podrá amar y cuidar con el corazón de una madre?"

Y el rey Schahriar dijo, entre dos sollozos, a Doniazada: "Calla, ¡oh niña! y estate tranquila". Luego, logrando dominar un poco su emoción, se encaró con Schehrazada y le dijo: "¡Oh Schehrazada! ¡por el Señor de la piedad y de la misericordia, que ya estabas en mi corazón antes del advenimiento de nuestros hijos! Porque supiste conquistarme con las cualidades de que te ha adornado tu Creador y te he amado en mi espíritu porque encontré en ti una mujer pura, piadosa, casta, dulce, indemne de toda trapisonda, intacta en todos sentidos, ingenua, sutil, elocuente, discreta, sonriente y prudente. ¡Ah! ¡Alah te bendiga, y bendiga a tu padre y a tu madre y tu raza y tu origen!"

Y añadió: "¡Oh Schehrazada! Esta noche, que es la miliunésima, a contar del momento en que te vi por vez primera, es para nosotros una noche más blanca que el rostro del día". Y así diciendo, se levantó y la besó en la cabeza.

Y Schehrazada cogió entonces la mano de su esposo el rey, y se la llevó a los labios, al corazón y a la frente, y dijo: "¡Oh rey del tiempo! te suplico que llames a tu viejo visir, a fin de que su razón se tranquilice por lo que a mí respecta y se regocije en esta noche bendita".

Y el rey Schahriar mandó al punto llamar a su visir, quien, persuadido de que aquella era la noche fúnebre escrita en el destino de su hija, llegó llevando al brazo el sudario destinado a Schehrazada. Y el rey Schahriar se levantó en honor suyo, y le besó entre ambos ojos, y le dijo: "¡Oh padre de Schehrazada! ¡oh visir de posteridad bendita! he aquí que Alah ha elegido a tu hija para salvación de mi pueblo; y por mediación de ellas, ha echo entrar en mi corazón el arrepentimiento". Y tan trastornado de alegría quedó el padre de Schehrazada al ver y oír aquello, que se cayó desmayado. Y acudieron a auxiliarle, y le rociaron con agua de rosas, y le hicieron recobrar el conocimiento. Y Schehrazada y Doniazada fueron a besarle la mano. Y él las bendijo. Y pasaron aquella noche juntos entre transportes de alegría y expansiones de dicha.

Y el rey Schahriar se apresuró a enviar correos rápidos en busca de su hermano Schahzamán, rey de Samarkanda Al-Ajam. Y el rey Schahzamán contestó con el oído y la obediencia, y se apresuró a ir al lado de su hermano mayor, que había salido a su encuentro, a la cabeza de un magnífico cortejo, en medio de la ciudad enteramente adornada y empavesada, en tanto que en los zocos y en las calles se quemaban incienso, alcanfor sublimado, áloe, almizcle indio, nadd y ámbar gris, y los habitantes se teñían frescamente las manos con henné y el rostro con azafrán, y los tambores, las flautas, los clarinetes, los pífanos, los platillos y los tímpanos hacían resonar el aire como en los días de fiestas mayores.

Y después de las expansiones propias del encuentro, y mientras se daban regocijos y festines enteramente a costa del tesoro, el rey Schahriar llamó aparte a su hermano el rey Schahzamán, y le contó cuanto en aquellos tres años le había sucedido con Schehrazada, la hija del visir. Y le dijo en resumen todo lo que de ella había aprendido y oído en máximas, palabras hermosas, historias, proverbios, crónicas, chistes, anécdotas, rasgos encantadores, maravillas, poesías y recitados. Y le habló de su belleza, de su cordura, de su elocuencia, de su sagacidad; de su inteligencia, de su pureza, de su piedad, de su dulzura, de su honestidad, de su ingenuidad, de su discreción y de todas las cualidades de cuerpo y alma con que la había adornado su Creador. Y añadió: "¡Y ahora es mi esposa legítima y la madre de mis hijos!"

¡Eso fué todo!

Y el rey Schahzamán se asombraba prodigiosamente y se maravillaba hasta el límite de la maravilla. Luego dijo al rey Schahriar: "¡Oh hermano mío! siendo así, yo también quiero casarme. Y tomaré a la hermana de Schehrazada, a esa pequeñuela cuyo nombre no conozco. Y así seremos dos hermanos carnales casados con dos hermanas carnales". Luego añadió: "Y de ese modo, con dos esposas seguras y honradas, olvidaremos nuestra desgracia anterior. Pues, por lo que respecta a la antigua calamidad consabida, empezó por alcanzarme a mí el primero; después, por causa mía, te alcanzó a ti a tu vez. Y si no se hubiese descubierto mi desgracia, no te hubieras tú enterado, ni por asomo, de la tuya. ¡Ay! ¡oh hermano mío! en estos tres últimos años lo he pasado muy mal. Jamás pude gustar realmente el amor. Porque, siguiendo tu ejemplo, cada noche tomaba a una muchacha virgen, y por la mañana mandaba matarla, para hacer expiar a la raza de las mujeres la calamidad que nos había alcanzado a ambos. Pero ahora también quiero seguir el ejemplo que me das, y casarme con la segunda hija de tu visir".

Cuando el rey Schahriar oyó estas palabras de su hermano se tambaleó de alegría, y se levantó en aquella hora y en aquel instante, y fué en busca de su esposa Schehrazada, y la puso al corriente de lo que acababan de hablar él y su hermano. Y así fué como le notificó que el rey Schahzamán se hacía novio oficial de su hermana Doniazada.

Y Schehrazada contestó: "¡Oh rey del tiempo! damos nuestro consentimiento, pero con la condición expresa de que tu hermano el rey Schahzamán habite en adelante con nosotros. Porque ni por una hora podría yo separarme de mi hermana pequeña. Yo soy quien la ha educado; y ella no puede dejarme, como yo no puedo dejarla. Por tanto, si tu hermano acepta esta condición, desde este instante mi hermana es su esclava. Si no, nos quedamos con ella.

Entonces el rey Schahriar fué en busca de su hermano, con la respuesta de Schehrazada. Y el rey de Samarkanda exclamó: "Por Alah, ¡oh hermano mío! que ésa era precisamente mi intención. ¡Porque tampoco yo podría ya separarme de ti, aunque sólo fuera una hora! En cuanto al trono de Samarkanda, Alah le escogerá y le enviará a quien quiera. Pues, por mi parte, no pienso en reinar allá más, y no me moveré de aquí".

Al oír estas palabras, el rey Schahriar no tuvo límites para su alegría y contestó: "¡Eso es lo que yo anhelaba! ¡Loado sea Alah, ¡oh hermano mío! que por fin nos ha reunido después de larga separación!"

Y acto seguido se envió a buscar al kadí y a los testigos. Y se extendió el contrato de matrimonio del rey Schahzamán con Doniazada, la hermana de Schehrazada. Y así fué como se casaron los dos hermanos con las dos hermanas.

Y entonces fué cuando los regocijos y las iluminaciones llegaron a su apogeo, y durante cuarenta días y cuarenta noches toda la ciudad comió y bebió y se divirtió a costa del tesoro.

En cuanto a los dos hermanos y a las dos hermanas, entraron en el hammam, y se bañaron con agua de rosas y con agua de flores y con agua de sauce aromático y con agua perfumada de almizcle, y se quemó a sus pies madera de aigle y de áloe.

Y Schehrazada peinó y trenzó los cabellos de su hermana menor, y los roció de perlas. Luego le puso un traje de tela antigua del tiempo de los Khosroes, brochada de oro rojo, y adornada aparte del tejido, con bordados que representaban, en sus colores naturales, animales ebrios y aves desfallecidas. Y le puso al cuello un collar feérico. Y así bajo los dedos de su hermana, Doniazada quedó más hermosa que pudiera estar nunca la esposa de Iskandar el de los Dos Cuernos.

Así es que cuando los dos reyes salieron del hammam y se sentaron en sus tronos respectivos, el cortejo de la recién casada, compuesto por esposas de emires y dignatarios, se formó en dos filas inmóviles, una a la derecha y otra a la izquierda de ambos tronos. Y las dos hermanas hicieron su entrada, sosteniéndose una a otra, semejantes a dos lunas en una noche de luna llena.

Entonces avanzaron hacia ellas las más nobles entre las damas presentes. Y cogieron de la mano a Doniazada, y después de quitarle los trajes que llevaba, la pusieron un traje de raso azul, de un tinte ultra marino, que arrebataba la razón. Y quedó ella como lo describiera el poeta en estos versos:


¡Se adelanta vestida con un traje azul ultramarino, y creeríasela un fragmento arrancado del azul de los cielos!


¡Sus ojos son sables famosos, y bajo sus párpados tiene miradas llenas de hechicería!


¡Sus labios son una colmena de miel, sus mejillas un parterre de rosas y su cuerpo una corola de jazmín!


¡Al ver la finura de su talle y su encantadora grupa redondeada en la tranquilidad, se la confundiría con el tallo del bambú clavado en un montículo de movible arena!


Y su esposo el rey Schahzamán se levantó y descendió a mirarla el primero. Y cuando la hubo admirado así vestida, volvió a subir a su trono. Y Schehrazada, ayudada por las damas del cortejo, puso a su hermana un traje de seda color de albaricoque. Luego la besó, y la hizo pasar por delante del trono del esposo. Y así, más encantadora que con su primer traje, era de todo punto la que ha descrito el poeta:


¡La luna de verano en medio de una noche de invierno no es más hermosa que tu llegada, ¡oh joven!


Las trenzas sombrías de tus cabellos, que te entorpecen los talones, y las bandas de tinieblas que te ciñen la frente, me hacen decirte: ¡Ensombreces la aurora con el ala de la noche!" Pero me contestas: "¡No! ¡no! ¡es una simple nube que oculta la luna!"


Y el rey Schahzamán descendió a mirar a Doniazada, la recién casada, y la admiró por todos lados. Y tras de disfrutar así el primero con la contemplación de su belleza, volvió a sentarse al lado de su hermano Schahriar. Y Schehrazada, después de besar a su hermana pequeña, le quitó su traje color de albaricoque y la vistió con una túnica de terciopelo granate, y la puso como dice de ella el poeta en estas dos estrofas.


¡Te contoneas ¡oh llena de gracia! en tu túnica granate, ligera como la gacela; y a cada uno de tus movimientos tus párpados nos lanzan flechas mortales!


¡Astro de belleza, tu aparición llena de gloria los cielos y las tierras, y tu desaparición extendería tinieblas sobre la faz del Universo!


Y de nuevo Schehrazada y las damas de honor hicieron a la desposada dar la vuelta a la sala lentamente y a pasos contados. Y cuando Schahzamán la hubo considerado y se hubo maravillado, la hermana mayor la vistió con un traje de seda amarillo limón, rayado con dibujos a lo largo. Y la besó y la estrechó contra su pecho. Y Doniazada era exactamente aquella de quien el poeta había dicho:


¡Aparece como la luna llena en la serenidad de las noches, y sus miradas hechiceras alumbran nuestro camino!


¡Pero si me acerco, para calentarme al fuego de sus ojos, me rechazan dos centinelas: sus dos senos erectos y duros como la piedra!


Y Schehrazada la paseó, a pasos lentos, por delante de los dos reyes y de todos los invitados. Y el recién casado se aproximó a mirarla muy de cerca y volvió a subir a su trono, encantado. Y Schehrazada la besó largamente, le cambió sus vestidos y le puso un traje de raso verde brochado de oro y sembrado de perlas. Y le arregló simétricamente los pliegues, y le ciñó la frente con una ligera diadema de esmeraldas. Y Doniazada, aquella rama de ban alcanforada, dió la vuelta a la sala, sostenida por su querida hermana. Y fué un encanto. Y no ha mentido el poeta cuando ha dicho de ella:


¡Las hojas verdes ¡oh joven! no velan de manera más encantadora la flor roja de la granada, que te vela a ti tu verde túnica!


Y le dije: "¿Cuál es el nombre de ese vestido, ¡oh joven!?" Ella me dijo: "No tiene nombre: es mi camisa".


Y exclamé: "¡Qué maravillosa es tu camisa, que nos traspasa el hígado! ¡En adelante la llamaré la camisa punzadora del corazón!"

Luego Schehrazada cogió a su hermana por el talle, y se encaminó lentamente con ella, entre las dos filas de invitadas y ante los dos reyes, a los aposentos interiores. Y la desnudó y la preparó y la acostó y le recomendó lo que tenía que recomendarle. Después la besó llorando, porque era la primera vez que se separaba de ella una noche. Y Doniazada lloró también, besando mucho a su hermana. Pero como iban a verse por la mañana, tomaron su dolor con paciencia, y Schehrazada se retiró a sus habitaciones.

Y aquella noche fué para los dos hermanos y las dos hermanas la continuación de la mil y una noches, por la alegría, la felicidad y la blancura. Y se convirtió en efemérides de una era nueva para los súbditos del rey Schahriar.

Y cuando llegó la mañana posterior a aquella noche bendita, y los dos hermanos, al salir del hammam, se reunieron de nuevo con las dos hermanas bienaventuradas, y así que los cuatro estuvieron juntos, el visir, padre de Schehrazada y de Doniazada, pidió permiso para entrar, y fué introducido al punto. Y ambos se levantaron en honor suyo; y sus dos hijas fueron a besarle la mano. Y deseó él larga vida a sus yernos, y les pidió órdenes para el día.

Pero le dijeron: "¡Oh padre nuestro! queremos que en adelante seas tú el que tenga que dar órdenes, sin recibirlas nunca. Por eso, de común acuerdo, te nombramos rey de Samarkanda Al-Ajam" Y dijo Schahzamán: "Sí, pues he renunciado a la realeza". Y Schahriar dijo a su hermano: "Pero es a condición ¡oh hermano mío! de que me ayudes en los asuntos de mi reino, aceptando el compartir conmigo la realeza, para lo cual gobernaremos por turno, yo un día y tú otro día". Y Schahzamán dió a su hermano mayor la respuesta que convenía, diciendo: "Escucho y obedezco".

Entonces las dos hermanas se arrojaron al cuello de su padre el visir, que las besó y besó a los tres hijos de Schehrazada, y se despidió tiernamente de todos. Luego partió para su reino, a la cabeza de una escolta magnífica. Y Alah le escribió la seguridad, y le hizo llegar sin contratiempo a Samarkanda Al-Ajam. Y se regocijaron con su llegada los habitantes de Samarkanda. Y reinó sobre ellos con toda justicia, y fué un gran rey entre los reyes. Y esto es lo referente a él.

Pero en cuanto al rey Schahriar, se apresuró a llamar a los escribas más hábiles de los países musulmanes y a los analistas más renombrados, y les dió orden de escribir cuanto le había sucedido con su esposa Schehrazada, desde el principio hasta el fin, sin omitir un solo detalle.

Y pusieron manos a la obra, y de tal suerte escribieron con letras de oro treinta volúmenes, ni uno más ni uno menos. Y llamaron a esta serie de maravillas y de asombros: El libro de las mil noches y una noche.

Luego, por orden del rey Schahriar, sacaron un gran número de copias fieles, que difundieron por los cuatro costados del Imperio para que sirvieran de enseñanza a las generaciones.

Respecto al manuscrito original, lo depositaron en el armario de oro del reino, bajo la custodia del visir del tesoro.

Y el rey Schahriar y su esposa la reina Schehrazada, aquella bienaventurada, y el rey Schahzamán y su esposa Doniazada, aquella encantadora, vivieron entre delicias, felicidades y alegrías durante años y años, con días más admirables que los anteriores y noches más blancas que el rostro de los días, hasta la llegada de la Separadora de amigos, la Destructora de palacios y la Constructora de tumbas, ¡la Inexorable, la Inevitable!

Y tales son las historias espléndidas llamadas Mil Noches y Una Noche, con lo que en ellas hay de cosas extraordinarias, enseñanzas, maravillas, prodigios, asombros y belleza.

Pero Alah es más sabio. Y sólo El puede discernir en todo ello lo que es verdad y lo que no es verdad. ¡El es el Omnisciente!

¡Loores y gloria, hasta el fin de los tiempos al que permanece intangible en Su eternidad, cambia a Su antojo los acontecimientos, y no experimenta ningún cambio, al Dueño de lo Visible y de lo Invisible, al Único Viviente! ¡Y la plegaria y la paz y las más escogidas bendiciones para el elegido por el supremo Potentado de ambos mundos, para nuestro señor Mahomed, Príncipe de los Enviados, joya del Universo¡ ¡Pidámosle un dichoso y bienaventurado!

Fin