Y cuando llegó la 952ª noche

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Ella dijo:

... Y el príncipe se puso al telar, y tejió un pañuelo espléndido, dibujando en la trama el palacio y el jardín de su padre.

Y el hombre cogió los dos pañuelos y subió al aposento del rey y le dijo: "¿Cuál de estos dos pañuelos es obra mía y cuál es obra de tu hijo?". Y el rey, sin vacilar, mostró con el dedo el de su hijo, señalando el hermoso dibujo del palacio y del jardín, y dijo: "¡Este es obra tuya y el otro es también obra tuya!" Pero el tejedor exclamó: "Por los méritos de tus gloriosos antecesores, ¡oh rey! que el pañuelo más hermoso es obra de tu hijo, y éste, el feo, es obra mía".

Entonces el rey, maravillado, nombró al tejedor jeique de todos los jeiques de las corporaciones, y le despidió contento. Tras de lo cual dijo a su esposa: "Coge el pañuelo obra de nuestro hijo, y ve a enseñárselo a la hija del sultán de los puerros, diciéndole: "Mi hijo tiene el oficio de tejedor en seda".

Y la madre del príncipe cogió el pañuelo y fué a ver a la joven, y le enseñó el pañuelo, repitiéndole las palabras del rey. Y la joven se maravilló del pañuelo, y dijo: "Ahora me casaré con tu hijo".

Y los visires del rey cogieron al Kadí y fueron a hacer el contrato de matrimonio. Y se celebraron las bodas. Y el príncipe penetró en la jovenzuela del país de los puerros, y tuvo de ella hijos que todos llevaban en los muslos la marca del puerro. Y cada uno de ellos aprendió un oficio. Y vivieron todos contentos y prosperando.

¡Pero Alah es más sabio!"


Luego dijo el sultán Baibars: "Esa historia de la hija del sultán de los puerros me ha gustado por su hermosa moraleja. Pero ¿no hay entre vosotros nadie que tenga todavía que contarme algo?" Entonces avanzó otro capitán de policía, que era el undécimo, y se llamaba Salah Al-Din. Y después de besar la tierra entre las manos del sultán Baibars, dijo: "¡He aquí mi historia!"



Historia contada por el undécimo capitán de policía

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"Una vez le aconteció a un sultán que le naciera un hijo al mismo tiempo que una yegua de raza de las caballerizas reales echaba al mundo un potro. Y dijo el rey: "El potro que ha salido está escrito en la suerte de mi hijo recién nacido, y le pertenece en propiedad".

Cuando el niño se hizo mayor y avanzó en edad, murió su madre: y el mismo día murió la madre del potro.

Y pasaron los días, y el sultán se casó con otra mujer, a quien escogió entre las esclavas de palacio. Y llevaron al muchacho a la escuela, sin velar ya por él y sin quererle. Y cada vez que el huérfano de madre volvía de la escuela, entraba a ver a su caballo, le acariciaba, le daba de comer y de beber y le contaba sus penas y su abandono. Y he aquí que la esclava con quien el sultán se había casado tenía un amante que era un médico judío (¡maldito sea!). Y para entrevistarse se veían muy apurados ambos, precisamente a causa de la presencia de aquel huérfano de madre en el palacio. Y se preguntaron: "¿Qué hacer?" Y reflexionaron sobre el particular y decidieron envenenar al joven príncipe.

Por lo que a él respecta, cuando volvió de la escuela fué a ver a su caballo, como de ordinario. Y le encontró llorando. Y le dijo: acariciándole: "¿Por qué lloras, caballo mío?". Y el caballo le contestó: "Lloro porque vas a perder la vida". El príncipe preguntó: "¿Y quién quiere que pierda yo la vida?". El caballo contestó: "La mujer de tu padre y ese maldito médico judío" El príncipe preguntó: "¿Cómo es eso?" El caballo dijo: "Te han preparado un veneno que han extraído de la piel de un negro. Y te lo echarán en la comida. Ten cuidado de no probarla"

Y el caso es que, cuando el joven príncipe subió al aposento de la mujer de su padre, ella le puso delante la comida. Y él cogió la comida y a su vez la puso delante del gato de la mujer del rey, que maullaba por allí. Y antes de que pudiese impedirlo su ama, el gato se tragó la comida y murió inmediatamente. Y el príncipe se levantó y salió sin decir nada.

Y la mujer del rey y el judío se preguntaron: "¿Quién se lo ha podido decir?" Y se contestaron; "nadie, excepto su caballo". Entonces dijo la mujer: "Está bien". Y fingió ponerse mala, y el rey hizo ir al maldito judío, que era su médico, para que examinase a la reina. Y la examinó el judío, y dijo: "Su remedio consiste en un corazón de potro de una yegua de raza, de tal y cual color". Y dijo el rey: "No hay en mi reino más que un potro que reúna esas condiciones, y es el potro de mi hijo huérfano de madre". Y cuando el muchacho volvió de la escuela, le dijo su padre. "Tu tía la reina está enferma, y no hay para ella otro remedio que el corazón de tu potro hijo de la yegua de raza". El muchacho contestó: "No hay inconveniente. Pero ¡oh padre mío! todavía no he montado ni una sola vez en mi potro. Quisiera montarle antes, y en cuanto lo haga, le degollarán y le sacarán el corazón". Y dijo el rey: "Está bien". Y el joven príncipe montó en su caballo ante toda la corte, y le lanzó a galope por el meidán. Y galopando de tal suerte, desapareció a los ojos de los hombres. Y echaron a correr jinetes detrás de él, pero no le encontraron.

Y así llegó a otro reino que el de su padre, acercándose al jardín del rey de aquel reino. Y el caballo le dió un mechón de sus crines y un pedernal, y le dijo: "Si me necesitas, quema una de esas crines, y al punto estaré a tu lado. Ahora vale más que me retire, ante todo porque tengo que comer, y además, para no importunarte en tus encuentros con tu destino". Y se besaron y se separaron.

Y el joven príncipe fué en busca del jardinero mayor, y le dijo: "Soy extranjero aquí. ¿Me tomarás a tu servicio?" El jardinero le contestó: "Está bien. Precisamente necesito una persona que guíe al buey que da vueltas a la noria de regar". Y el joven príncipe fué a la noria y se puso a guiar al buey del jardinero.

Aquel día se paseaban por el jardín las hijas del rey, y la más joven vió al muchacho que guiaba al buey de la noria. Y el amor se albergó en su corazón. Y sin exteriorizar nada, dijo ella a sus hermanas: "Hermanas mías, hasta cuándo vamos a estar sin maridos? ¿Acaso nuestro padre quiere dejarnos agriar? Se nos va a revolver la sangre". Y sus hermanas le dijeron: "¡Es verdad! Vamos camino de agriarnos, y se nos va a revolver la sangre". Y se reunieron y fueron las siete en busca de su madre, y le dijeron: "¿Nos va a dejar agriarnos en su casa nuestro padre? Se nos va a revolver la sangre. ¿O va a buscarnos por fin maridos que impidan cosa tan terrible?".

Entonces la madre fué en busca del rey, y le habló en este sentido. Y el rey hizo pregonar públicamente que todos los jóvenes de la ciudad debían pasar por debajo de las ventanas del palacio, porque las princesas tenían que casarse. Y todos los jóvenes pasaron por debajo de las ventanas del palacio. Y cada vez que le gustaba uno a una de las hermanas, tiraba ella sobre él su pañuelo. Y de tal suerte encontraron esposo de su agrado seis de ellas, y se mostraron satisfechas.

Pero la hija pequeña no tiró su pañuelo sobre nadie. Y advirtieron de ello al rey, que dijo: "¿No queda nadie más en la ciudad?". Le contestaron: "No queda más que un muchacho pobre que da vueltas a la noria del jardín". Y dijo el rey: "A pesar de todo, es preciso que venga, aunque sé que no va a escogerlo mi hija". Y fueron a buscarle, y le llevaron debajo de las ventanas del palacio. Y he aquí que sobre él cayó recto el pañuelo de la joven. Y la casaron con él. Y el rey, padre de la joven, cayó enfermo de pena.

Y se congregaron los médicos y le recetaron, como régimen y remedio, que bebiera leche de osa contenida en un odre de piel de osa virgen. Y dijo el rey: "Fácil es. Tengo seis yernos que son heroicos jinetes, y no se parecen en nada al maldito del séptimo, que es el boyero de la noria. ¡Id a decirles que me traigan esa leche!".

Entonces los seis yernos del rey montaron en sus hermosos caballos y salieron en busca de la consabida leche de osa. Y el muchacho casado con la hija menor montó en un mulo cojo y salió también mientras se burlaba de él todo el mundo. Y cuando llegó a un paraje retirado, golpeó el pedernal y quemó uno de los pelos. Y apareció su caballo, y se besaron. Y el muchacho le pidió lo que tenía que pedirle.

Al cabo de cierto tiempo volvieron de su expedición los seis yernos del rey, llevando consigo un odre de piel de osa lleno de leche de osa. Y se lo entregaron a la reina, madre de sus esposas, diciéndole: "¡Lleva esto a nuestro tío el rey!". Y la reina llamó con las manos, y subieron los eunucos, y les dijo: "Dad esta leche a los médicos para que la examinen". Y los médicos examinaron la leche, y dijeron: "Es leche de osa vieja, y está en un odre de piel de osa vieja. Sólo nocivo puede ser para la salud del rey".

Y he aquí que de nuevo subieron los eunucos al aposento de la reina, y le entregaron otro odre, diciendo: "¡Este odre de leche nos lo acaba de entregar un adolescente que va a caballo y es más hermoso que el ángel Harut! ". Y la reina les dijo: "Llévaselo a los médicos para que lo examinen". Y los médicos examinaron continente y contenido, y dijeron: "He aquí lo que buscábamos. Es leche de osa joven en una piel de osa virgen". Y se la dieron a beber al rey, que curó en aquella hora y en aquel instante, y dijo: "¿Quién ha traído este remedio?". Le contestaron: "Un adolescente que venía a caballo, y es más hermoso que el ángel Harut". El rey dijo: "Que vayan a entregarle de mi parte el anillo del reino y que le hagan sentarse en mi trono. Luego me levantaré y haré divorciarse a mi hija menor del mozo de la noria.

Y la casaré con ese adolescente que me ha hecho volver del país de la muerte". Y se ejecutaron sus órdenes.

Luego se levantó el rey y se vistió y fué a la sala del trono. Y cayó a los pies del hermoso adolescente sentado en el trono, y se los besó. Y vió junto a él a su hija menor sonriendo. Y le dijo: "¡Bien, hija mía! ¡Ya veo que te has divorciado del mozo de la noria, y que has fijado libremente tu elección en este adolescente, que es más hermoso que el ángel Harut". Y ella le dijo: "Padre mío, el mozo de la noria, el adolescente que te ha traído la leche de osa virgen y el que ahora está sentado en el trono del reino no son más que una sola y misma persona".

Y el rey quedó asombrado al oír estas palabras, y se encaró con el adolescente real, y le preguntó: "¿Es verdad lo que dice?". El interpelado contestó: "¡Sí, es verdad! ¡Y si no me quieres por yerno, fácil es remediarlo, porque tu hija todavía está virgen!". Y el rey le besó y le estrechó contra su corazón. Luego hizo celebrar sus nupcias con la joven. Y al llegar la penetración, el adolescente se portó tan bien, que impidió para siempre a su joven esposa agriarse y tener la sangre revuelta.

Tras de lo cual regresó con ella al reino de su padre a la cabeza de un ejército numeroso. Y se encontró con que su padre había muerto, y que la mujer de su padre dirigía los asuntos de reino, de acuerdo con aquel maldito médico judío. Entonces los hizo prender a ambos, y los empaló encima de una hoguera. Y se consumieron en el palo. ¡Y se acabó lo concerniente a ellos!

¡Loores a Alah, que vive sin consumirse nunca!".


Y el sultán Baibars, al oír esta historia del capitán Salah Al-Din, dijo: "¡Qué lástima que no quede ya nadie que me cuente historias parecidas a ésta!". Entonces avanzó el duodécimo capitán de policía, llamado Nassr Al-Din, quien, tras de los homenajes al sultán Baibars, dijo: "Yo no he dicho nada todavía, ¡oh rey del tiempo! ¡Y por cierto que después de mí nadie dirá ya nada, porque nada habrá que decir ya!". Y Baibars se puso contento, y dijo: "¡Da lo que tienes!". Entonces dijo el capitán:



Historia contada por el duodécimo capitán de policía

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"Se cuenta -pero ¿hay otra ciencia que la de Alah?- que había en la tierra un rey. Y este rey estaba casado con una reina estéril. Un día fué a ver al rey un maghrebín, y le dijo: "Si te doy un remedio para que tu mujer conciba y para cuando quiera ¿me darás tu primer hijo?" Y el rey contestó: "Está bien, te le daré". Entonces el maghrebín dió al rey dos confites, uno verde y otro rojo, y le dijo: "Tú te comerás el verde, y tu mujer se comerá el rojo. Y Alah hará lo demás". Luego se marchó.

Y el rey se comió el confite verde, y dió el confite rojo a su mujer, que se lo comió. Y quedó encinta y parió un hijo, al que llamaron Mahomed (¡sea la bendición con este nombre!). Y el niño empezó a crecer y a desarrollarse, inteligente en las ciencias y dotado de hermosa voz.

Después la reina parió un segundo hijo, al que llamaron Alí, y que empezó a criarse torpe e inhábil para todo. Tras de lo cual aún quedó ella encinta, y parió un tercer hijo, llamado Mahmud, que empezó a crecer y a desarrollarse idiota y estúpido.

Al cabo de diez años, el maghrebín fué a ver al rey y le dijo: "Dame a mi hijo". Y dijo el rey: "Está bien". Y fué al aposento de su esposa, y le dijo: "Ha venido el maghrebín a pedirnos nuestro hijo mayor". Y ella contestó: "¡Jamás! Démosle a Alí el torpe". Y dijo el rey: "Está bien". Y llamó a Alí el torpe, le cogió de la mano, y se lo dió al maghrebín, que se lo llevó y se fué.

Y anduvo con él por los caminos, en medio del calor, hasta mediodía. Luego le preguntó: "¿No tienes hambre ni sed?". Y el muchacho contestó: "¡Por Alah, vaya una pregunta! ¿Cómo quieres que después de media jornada pasada sin comer ni beber, no tenga hambre ni sed?". Entonces el maghrebín hizo: "¡Hum!". Y cogió al chico de la mano y se lo llevó a su padre, diciéndole: "Este no es mi hijo". Y el rey le preguntó "¿Y cuál es tu hijo?". El otro contestó: "Déjamelos ver a los tres y yo cogeré a mi hijo". Entonces el rey llamó a sus tres hijos. Y el maghrebín extendió la mano y cogió a Mahomed, el mayor, que era precisamente el inteligente, el dotado de hermosa voz. Luego se marchó.

Y caminó con él media jornada, y le dijo: "¿Tienes hambre? ¿Tienes sed?". Y el Avispado contestó: "Si tú tienes hambre o sed, yo también tendré hambre y sed". Y el maghrebín le besó, y le dijo: "Muy bien dicho, Avispado. Verdaderamente, eres mi hijo".

Y le condujo a su país, en el fondo del Maghreb, y le hizo entrar en un jardín, donde le dió de comer y de beber. Tras de lo cual le llevó un libro mágico, y le dijo: "Lee en este libro". Y el muchacho cogió el libro y lo abrió; pero no supo descifrar ni una palabra siquiera. Y el maghrebín se enfadó, y le dijo: "¿Cómo? ¿eres mi hijo, y no sabes descifrar este libro mágico? Por Gogg y Magogg, y por el fuego de los astros giratorios, que como en un mes de treinta días no te sepas de memoria este libro entero, te cortaré el brazo derecho" Luego le dejó y salió del jardín.

Y el muchacho cogió el libro y se aplicó en su lectura durante veintinueve días. Pero, al cabo de este tiempo, aún no sabía cómo había que ponerlo para leerlo. Entonces se dijo: "Ya que no me queda más que un día, muerto por muerto voy a ir a pasearme al jardín antes que continuar agujereándome los ojos sobre este libro mágico".

Y se adelantó profundamente entre los árboles del jardín, y de pronto vió delante de él a una joven colgada por los cabellos. Y se apresuró a liberarla. Y ella le besó, y le dijo: "Soy una princesa caída en poder de ese maghrebín. Y me ha colgado porque no me he aprendido de memoria el libro mágico". Entonces dijo él: "También yo soy hijo de rey. Y el maghrebín me ha dado el libro mágico para que me lo aprenda de memoria en treinta días; y no falta para mi muerte más que el día de mañana". Y dijo la joven: "Voy a enseñarte el libro mágico; pero, cuando venga el maghrebín, dile que no te lo has aprendido".

"Acto seguido sentóse ella al lado de él, le besó mucho y le enseñó el libro mágico...


En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.



Pero cuando llegó la 953ª noche

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Ella dijo:

"Acto seguido, sentóse ella al lado de él, le besó mucho y le enseñó el libro mágico. Luego le dijo: "Es preciso que me cuelgues como estaba". Y él obedeció:

Y llegó el maghrebín al final del trigésimo día, y dijo al muchacho: "Recita el libro mágico". El chico contestó: "¿Cómo voy a recitarlo si no he descifrado ni una palabra?" Y el maghrebín al punto le cortó el brazo derecho, y le dijo: "Todavía tienes un plazo de treinta días. Si al cabo de ese tiempo no te sabes el libro mágico, haré volar tu cabeza". Luego se marchó.

Y el muchacho fué en busca de la joven por entre los árboles, llevando en su mano izquierda su brazo derecho cortado. Y la libertó. Y ella le dijo: "Aquí tiene tres hojas de una planta que he encontrado, mientras el maghrebín la está buscando desde hace cuarenta años a fin de completar su conocimiento de los capítulos de la magia. Aplícatelas en los muñones de tu brazo, y sanará". Y así lo hizo el muchacho. Y se le quedó el brazo como estaba antes.

Hecho lo cual, la joven frotó otra hoja, leyendo el libro mágico. Y al instante salieron de la tierra dos camellos de carrera, y se arrodillaron para recibirlos. Y dijo ella al muchacho: "Volvamos cada cual a casa de nuestros padres. ¡Después irás tu al palacio de mi padre, que está en tal paraje y en tal país, a pedirme en matrimonio!".

Y le besó amablemente. Y tras de su recíproca promesa, cada cual se marchó por su lado.

Y Mahomed llegó a casa de sus padres al galope formidable de su camello. Pero no les dijo nada de lo que le había sucedido. Solamente entregó el camello al eunuco mayor, diciéndole: "Ve a venderle en el mercado de las acémilas; pero ten cuidado de no vender la cuerda que lleva al hocico". Y el eunuco cogió al camello por la cuerda, y fué al mercado de las acémilas.

Entonces se presentó un vendedor de haschisch que quiso comprar el camello. Y tras de largos debates y regateos, se lo compró al eunuco por un precio muy módico, pues generalmente los eunucos no conocen el oficio de la venta y de la compra. Y para rematar el negocio, le vendió con la cuerda.

Y el vendedor de haschisch llevó al camello ante su tienda, y lo dejó admirar por sus clientes acostumbrados, los comedores de haschisch. Y fué en busca de un cubo de agua para dar de beber al camello, poniéndoselo delante, en tanto que los haschachín miraban, riendo hasta el fondo del gaznate. Y el camello metió sus dos patas delanteras en el cubo. Y entonces el vendedor de haschisch le pegó, gritándole: "Recula, ¡oh alcahuete!". Y al oír esto, el camello levantó sus otras dos patas, y se sumergió de cabeza en el agua del cubo, y no volvió a aparecer.

Al ver aquello, el vendedor de haschisch se golpeó las manos una contra otra y se puso a gritar: "¡Oh musulmanes! ¡socorro! ¡que el camello se ha ahogado en el cubo! ". Y mientras gritaba así, mostraba la cuerda que se le había quedado en las manos.

Y se reunió gente de todos los puntos del zoco, y le dijeron: "Cállate, ¡oh hombre! ¡estás loco! ¿Cómo va a ahogarse un camello en un cubo?" El vendedor de haschisch le contestó: "¡Marchaos! ¿Qué hacéis aquí? Os digo que se ha ahogado de cabeza en el cubo. ¡Y aquí está su cuerda, que se me ha quedado en las manos! Preguntad a los honorables que están sentados en mi casa, a ver si digo la verdad o si miento". Pero los mercaderes sensatos del zoco le dijeron: "Tú y los que están en tu casa no sois más que haschachín sin crédito".

Mientras disputaban de tal suerte, el maghrebín, que había advertido la desaparición del príncipe y de la princesa, fué presa de un furor sin límites, y se mordió un dedo y se lo arrancó, diciendo: "¡Por Gogg y por Magogg, y por el fuego de los astros giratorios, que los atraparé, aunque estén en la séptima tierra!". Y corrió primero a la ciudad del Avispado; y entró precisamente en el fragor de la disputa entre los haschachín y las gentes del zoco. Y oyó hablar de cuerda y de camello y de cubo que había servido de mar y de tumba; y se acercó al vendedor de haschisch y le dijo: "¡Oh padre! ¡si has perdido tu camello, estoy dispuesto a indemnizarte de él, por Alah! Dame lo que de él te queda, o sea esa cuerda, y te daré lo que te ha costado, más cien dinares de propina para ti". Y quedó ultimado el trato en aquella hora y en aquel instante. Y el maghrebín cogió la cuerda del camello, y se marchó, saltando de alegría.

Y he aquí que aquella cuerda tenía el poder de atraer. Y el maghrebín no necesitó más que mostrársela de lejos al joven príncipe, para que éste fuese al punto por sí mismo a engancharse la cuerda a su propia nariz. Y en seguida quedó convertido en camello de carrera, y se arrodilló ante el maghrebín, que se le montó al lomo.

Y el maghrebín le guió en dirección a la ciudad donde habitaba la princesa. Y pronto llegaron al pie de los muros del jardín que rodeaba el palacio del padre de la joven. Pero en el momento en que el maghrebín manejaba la cuerda para que se arrodillase el camello y apearse, el Avispado pudo atrapar la cuerda con los dientes, y la cortó por la mitad. Y el poder que tenía la cuerda se destruyó con aquel corte.

Y el Avispado, para escapar del maghrebín, se convirtió en una granada grande, y bajo aquella forma, fué a colgarse de un granado en flor. Entonces el maghrebín entró a ver al sultán, padre de la princesa, y después de las zalemas y cumplimientos, le dijo: "!Oh rey del tiempo! vengo a pedirte una granada, porque la hija de mi tío está encinta, y su alma desea vivamente una granada. Y ya sabes el pecado que se comete al no satisfacer los antojos de una mujer encinta". Y el rey se asombró de la petición, y contestó: "¡Oh hombre! la estación actual no es la estación de las granadas, y los granados de mi jardín no han florecido hasta ayer". El maghrebín dijo: "Oh rey del tiempo! ¡si no hay granadas en tu jardín córtame la cabeza!".

Entonces el rey llamó a su jardinero mayor, y le preguntó: "¿Es verdad ¡oh jardinero! que hay ya granadas en mi jardín?". Y el jardinero contestó: "¡Oh mi señor! ¿es la estación de las granadas la estación actual?". Y el rey se encaró con el maghrebín, y le dijo: "Vaya, has perdido la cabeza...


En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.



Pero cuando llegó la 954ª noche

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Ella dijo:

... Y el rey se encaró con el maghrebín, y le dijo: "Vaya, has perdido la cabeza". Pero el maghrebín contestó: "¡Oh rey! antes de hacer volar mi cabeza, da al jardinero orden de que vaya a mirar los granados". Y dijo el rey: "Está bien". E hizo una seña al jardinero para que fuera a ver en los árboles si había o no granadas tempranas. Y el jardinero bajó al jardín, y en un granado vió una granada tan gorda que no tenía igual entre todas las granadas conocidas. Y la cogió, y fué a llevársela al rey.

Y el rey cogió la granada y se asombró prodigiosamente; y no supo si guardarla para sí o entregársela a aquel hombre que la reclamaba para su mujer, atormentada por los antojos propios del embarazo.

Y dijo al visir: "¡Oh visir mío! ¡quisiera comerme esta granada tan hermosa! ¿Qué te parece?" Y el visir le contestó: "¡Oh rey! si no se hubiese encontrado la granada, ¿no habrías cortado la cabeza al maghrebín?". El rey dijo: "¡Claro que sí!" Y el visir dijo: "Entonces, la granada le pertenece por derecho".

Y el rey entregó por su propia mano la granada al maghrebín, pero, en cuanto la tocó el maghrebín, la granada estalló, y todos los granos saltaron y se esparcieron en todas las direcciones. Y el maghrebín se dedicó a recogerlos uno a uno hasta el último, que había caído en un agujerito, al pie del trono del rey. En aquel grano se escondía la vida de Mahomed el Avispado. Y el maghrebín estiró el cuello hacia aquel grano, y tendió la mano para cogerlo y aplastarlo. Pero de pronto salió del grano un puñal, y clavó su hoja cuan larga era en el corazón del maghrebín. Y murió éste al instante, escupiendo con su sangre su alma descreída.

Y el joven príncipe Mahomed apareció con su hermosura, y besó la tierra entre las manos del rey. Y en aquel preciso momento entró la joven, y dijo: "He aquí al joven que desató del árbol mis cabellos cuando estaba yo colgada". Y dijo el rey: "Ya que este joven es quien te ha desatado, no puedes dejar de casarte con él". Y dijo la joven: "Está bien". Y se celebró su boda como era debido. Y su noche fué bendita entre todas las noches.

Y desde entonces vivieron juntos, contentos y prosperando, y tuvieron una descendencia de hijos e hijas. Y se acabó.

"¡Gloria al Solo, al único que no tiene fin ni principio!".


Así habló el duodécimo capitán de policía, que se llamaba Nassr Al-Din. Y era el último. Y el sultán Baibars se tambaleó al oír el relato; y su contento llegó a los límites extremos. Y para demostrar a sus capitanes de policía el gusto que sentía, les nombró a todos chambelanes de palacio, con emolumentos de mil dinares al mes por cuenta del tesoro del reino. Y los tuvo como compañeros de copa, y no se separó de ellos ni en tiempo de guerra ni en tiempo de paz. Sea con todos ellos la misericordia del Altísimo!


Después Schehrazada sonrió y se calló. Y el rey Schahriar le dijo: "¡Oh Schehrazada! ¡qué cortas son ahora las noches, que no me permiten escuchar por más tiempo las palabras de tu boca!". Y dijo Schehrazada: "Sí, ¡oh rey! Pero creo que, a pesar de todo, esta noche todavía puedo, siempre que me lo permitas, contarte una historia que deja muy atrás a todas las que has oído". Y el rey Schahriar dijo: "Claro que puedes comenzar, Schehrazada, pues no dudo de que la historia sea admirable".


Entonces dijo Schehrazada:



Historia de la rosa marina y de la joven china

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Cuentan ¡oh rey del tiempo! que, en un reino entre los reinos del Scharkistán -¡pero Alah el Exaltado es más sabio!- había un rey llamado Zein El-Muluk, célebre en los horizontes, y hermano de los leones en bravura y generosidad. Joven aún, había tenido ya dos hijos dotados de cualidades, cuando, por efecto de la bendición de su Señor y de la bondad del Repartidor, le nació un tercer hijo, niño insigne, cuya belleza disipaba las tinieblas, como una luna de catorce noches. Y a medida que aumentaban sus tiernos años, sus ojos, copas de embriaguez, turbaban a los más cuerdos con los dulces destellos de sus miradas; cada una de sus pestañas brillaba como la hoja curva de un puñal; los bucles de sus cabellos de almizcle negro mareaban los corazones como el nardo; sus mejillas estaban lozanas, sin afeites, y daban vergüenza en todos sentidos a las mejillas de las vírgenes; sus sonrisas tentadoras eran dardos: su porte era noble y delicado a la vez; la comisura izquierda de sus labios estaba adornada de una manchita redondeada con arte; y su pecho blanco y liso era como una tableta de cristal, y albergaba un corazón despierto y arrojado.

Y el rey Zein El-Muluk, en el límite de la dicha, hizo ir a adivinos y astrólogos para que sacasen el horóscopo de aquel niño. Y éstos agitaron la arena, y trazaron las figuras astrológicas, y pronunciaron las fórmulas principales de la adivinación. Tras de lo cual dijeron al rey: "La suerte de este niño es fausta y su estrella le asegura una dicha infinita. Pero también está escrito en su destino que si tú, su padre, llegas a mirarle en la época de su adolescencia, perderás la vista al punto".

Al oír este discurso de los adivinos y de los astrólogos, el mundo se ennegreció ante el rostro del rey. Y mandó retirar de su presencia al niño, y ordenó a su visir que le llevara, así como a su madre, a un palacio alejado, de modo que jamás pudiese encontrarle en su camino. Y el visir contestó con el oído y la obediencia, y ejecutó puntualmente la orden de su amo.

Y pasaron años y años. Y el hermoso vástago del jardín del sultanato, que había recibido de su madre cuidados de una delicadeza perfecta, verdeó de salud, de virtud y de belleza.

Pero como jamás puede borrarse lo escrito por el Destino, el joven príncipe Nurgihán montó un día en su corcel y se lanzó al bosque de caza. Y el rey Zein El-Muluk también había salido aquel día a cazar gamos. Y quiso la fatalidad que, no obstante toda la inmensidad de aquella selva, pasara él junto a su hijo. Y sin reconocerle, se posó en el joven su mirada. Y al instante desapareció de sus ojos la facultad de ver. Y el rey hubo de tornarse prisionero del reino de la noche. Y comprendiendo entonces que su ceguera se debía al encuentro con el joven jinete, y que aquel joven jinete no podía ser más que su hijo, dijo llorando: "De ordinario los ojos del padre que mira a su hijo se tornan más luminosos. Pero los míos han cegado para siempre por voluntad de la suerte".

Tras de lo cual hizo convocar en su palacio a los médicos más eminentes del siglo, y a los que en el saber superaban a lbn-Sina, y los consultó acerca del modo de curar su ceguera. Y todos, después de concertarse e interrogarse, convinieron en declarar al rey que aquella ceguera no era curable por los procedimientos ordinarios. Y añadieron: "El único remedio que te queda para recobrar la vista es tan difícil de obtenerse, que resulta preferible no pensar en él siquiera. Porque se trata de la rosa marina cultivada por la joven de China...


En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.



Pero cuando llegó la 955ª noche

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Ella dijo:

"... Porque se trata de la rosa marina cultivada por la joven de China".

Y explicaron al rey que, en el lejano interior del país de China, había una princesa, hija del rey Firuz-Schah, que en su jardín tenía el único arbusto de aquella rosa marina conocido, cuya virtud curaba los ojos y devolvía la vista, incluso a los ciegos de nacimiento.

Y el rey Zein El-Muluk, al oír estas palabras de sus médicos, hizo proclamar por los pregoneros, en todo su reino, que quien le llevara la rosa marina de la joven de China tendría en recompensa la mitad de su Imperio. Y luego aguardó el resultado, llorando como Jacob, consumiéndose como Job y empapándose en la sangre de su corazón separado en dos lóbulos.

Y he aquí que, entre los que partieron para el país de China en busca de la rosa marina, estaban los dos hijos mayores de Zein El-Muluk. Y también partió el joven príncipe Nurgihán. Porque habíase dicho: "Voy a probar en la piedra de toque del peligro, el oro de mi destino. Y ya que soy el causante involuntario de la ceguera de mi padre; justo es que por curarle exponga mi vida".

Y el príncipe Nurgihán, aquel sol del cuarto cielo, montó en su corcel, ágil como el viento, a la hora en que la luna, viajera montada en el negro palafrén de la noche, había vuelto las riendas hacia Oriente.

Y viajó durante días y meses, atravesando llanuras y desiertos, y soledades donde no había otra presencia que la de Alah y la de la hierba salvaje. Y acabó por llegar a una selva sin límites, más negra que el espíritu del ignorante, y tan oscura, que no se podía en ella distinguir la noche del día ni ver la diferencia entre lo blanco y lo negro. Y Nurgihán, cuyo brillante rostro iluminaba por sí solo las tinieblas; avanzaba con corazón de acero por aquella selva de árboles que, en ciertos parajes, ostentaban, a manera de frutos, cabezas de seres animados que se ponían a bromear y a reír y caían al suelo, en tanto que, en otras ramas, se abrían crujiendo unas frutas que parecían pucheros de barro, y dejaban escapar de su cavidad pájaros con ojos de oro.

Y he aquí que de pronto se encontró frente a frente con un viejo genni, semejante a una montaña, sentado en el tronco de un enorme algarrobo. Y le abordó con la zalema, e hizo salir de la caja de rubíes de su boca algunas palabras que se asimilaron al espíritu del genni como el azúcar a la leche. Y el genni, conmovido por la hermosura de aquella tierna planta del jardín de la elevación, le invitó a descansar junto a él. Y Nurgihán se apeó del caballo, y tomó de su alforja un pastel de manteca derretida con azúcar y harina flor, y se lo ofreció, en prueba de amistad, al genni, que lo aceptó y sólo tuvo con ello para un bocado. Y quedó tan satisfecho de aquel alimento, que saltó de alegría, y dijo: "Este alimento de los hijos de Adán me da más gusto que si me hubiesen regalado el azufre rojo que sirve de piedra al anillo de nuestro señor Soleimán. Y estoy tan entusiasmado, ¡por Alah! que si cada pelo mío se convirtiera en cien mil lenguas, y cada una de esas lenguas se dedicara a alabarte, aún no expresaría yo la gratitud que por ti siento. Pídeme, pues, en cambio, cuanto quieras, y lo cumpliré sin tardanza. De no hacerlo así, mi corazón parecería un plato que cayera desde lo alto de una terraza y se rompiera en añicos".

Y Nurgihán dió gracias al genni por sus amables palabras, y le dijo: "¡Oh jefe de los genn y corona suya! ¡oh guardián celoso de esta selva! puesto que me permites formular un deseo, helo aquí. Sencillamente pídote que me hagas llegar sin tardanza ni dilación, al reino del rey Firuz-Schah, donde cuento con coger la rosa marina de la joven de China".

Al oír estas palabras, el genni guardián de la selva lanzó un frío suspiro, se golpeó la cabeza a dos manos, y perdió el conocimiento. Y Nurgihán le prodigó los cuidados más delicados; pero, al ver que no daban resultado, le puso en la boca otro pastel de manteca derretida con azúcar y harina en flor. Y al punto recuperó la sensibilidad el genni, que salió de su desmayo, y conmovido todavía por el pastel y la demanda, dijo al joven príncipe: "¡Oh mi señor! la rosa marina de que hablas, y cuya dueña es una joven princesa de China, está guardada por genn aéreos que día y noche se dedican a impedir que ningún pájaro vuele en torno a ella, que no deterioren su corola las gotas de lluvia y que el sol no la queme con su lumbre. Por tanto, no veo manera de arreglarme, una vez que te haya transportado al jardín donde ella vive, para burlar la vigilancia de esos guardianes aéreos que están enamorados de ella. ¡En verdad que mi perplejidad es una perplejidad grande! Pero dame ya otro de esos excelentes pasteles que tanto bien me han hecho. Y quizás sus cualidades ayuden a mi cerebro a dar con la coyuntura que anhelo. Porque es preciso que cumpla mi promesa para contigo, haciéndote lograr la rosa de tus deseos".

Y el príncipe Nurgihán se apresuró a dar el pastel consabido al genni guardián de la selva, quien, tras de hacerlo desaparecer en el abismo de su gaznate, hundió su cabeza en su capucha de la reflexión. Y de repente alzó la cabeza, y dijo: "El pastel ha surtido efecto. Móntate en mi brazo y emprendamos vuelo hacia la China. Porque ya he dado con el medio de burlar la vigilancia de los guardianes aéreos de la rosa. Y consiste en arrojarles uno de esos asombrosos pasteles de manteca derretida con azúcar y harina de flor".

Y el príncipe Nurgihán, que empezó por inquietarse al ver que se desmayaba el genni de la selva, se tranquilizó y holgó; y reverdeció como el jardín y floreció como el botón de rosa. Y contestó: "No hay inconveniente".

Entonces el genni de la selva acomodó al príncipe en su brazo izquierdo y se puso en camino, con dirección al país de la China, resguardando de los rayos del sol al hijo de Adán con su brazo derecho. Y devorando en su vuelo la distancia, de aquel modo llegó sin contratiempo, gracias a la seguridad, encima de la capital del país de China. Y soltó dulcemente al príncipe a la entrada de un jardín maravilloso, que no era otro que el jardín donde vivía la rosa marina. Y le dijo: "Puedes entrar con el corazón tranquilo, porque voy a distraer a los guardianes de la rosa con el pastel que me has dado para ellos. Luego me encontrarás esperándote aquí mismo, dispuesto a conducirte adonde quieras".

Y acto seguido el hermoso Nurgihán dejó a su amigo el genni y penetró en el jardín. Y vió que aquel jardín, fragmento destacado del alto paraíso, surgía ante sus ojos tan hermoso como un crepúsculo granate...


En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.

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