Pero cuando llegó la 927ª noche

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Ella dijo:

"... Al ver aquello, le preguntó Ishak, muy sorprendido y emocionado: "¡Oh preciosa joven! ¿por qué se entristece tu alma y hace llorar a tus ojos? ¿Y quién eres, ¡oh tú a quien no conozco!?"

Y la joven bajó los ojos sin contestar, e Ishak comprendió que no quería hablar en público. Y tras de consultar con la mirada al califa intrigado, hizo correr la cortina que aislaba de la esclava la almoneda de los compradores, y dijo dulcemente: Tal vez ahora quieras explicarte con todo desahogo y libertad".

Y la joven, en cuanto se vió sola con Ishak, se levantó el velo del rostro con un gesto lleno de gracia, y apareció como era en verdad, muy hermosa, blanca cual la luna nueva, con un bucle negro en cada sien, una nariz recta y pura como el nácar transparente, una boca tallada en pulpa de granadas maduras, y un mentón adornado por una sonrisa. Y en aquel rostro libertado del velo se rasgaban unos grandes ojos negros hasta amenazar a las sienes con pasar de ellas.

Y tras de mirarla un momento sin hablar, Ishak le dijo más dulcemente todavía: "Habla ¡oh joven! con toda confianza". Entonces dijo ella, con una voz semejante a la voz del agua en las fuentes: "La duración de la espera y el tormento de mi espíritu han hecho que ya no se me reconozca, y las lágrimas que he vertido han lavado de su frescura a mis mejillas. Y no abre ninguna de las rosas de antaño". E Ishak sonrió Y dijo, interrumpiéndola: "Y desde cuándo ¡oh joven! florecen las rosas sobre la faz de la luna llena? ¿Y por qué tratas de rebajar con tus palabras tu propia belleza?" Ella contestó: "¿A qué podrá aspirar una belleza que hasta ahora no vivió más que para sí misma? ¡Oh mi señor! desde hace meses pasaban los días en este depósito de esclavos, ingeniándome yo, a cada nueva almoneda, por encontrar un pretexto para que no se me vendiera; porque siempre esperaba tu llegada y mi entrada en tu escuela de música, cuya fama se ha extendido hasta las llanuras de mi país".

Y mientras ella hablaba de este modo, entró su propietario el mercader. E Ishak le preguntó: "¿Qué precio pones a la jovenzuela? Y ante todo, ¿cuál es su nombre?" Y el jeique contestó: "¡Respecto a su nombre, ¡oh mi señor! la llamamos Tohfa Al-Kulub, Obra Maestra de los Corazones! Porque ningún otro apelativo, en verdad, le va tan bien. En cuanto a su precio, debo decirte que ha sido discutido muchas veces entre los ricos aficionados que se presentaban con frecuencia, seducidos por sus ojos, y yo. Por lo menos, vale diez mil dinares. Y debo advertir, a fin de que lo sepas, que ella es la que hasta ahora ha impedido a los compradores llevar más adelante sus negociaciones. Porque cada vez que yo le hacía ver, a petición suya, el rostro de los que se presentaban a comprar, ella me contestaba, sabiendo que no la vendería sin su consentimiento: "¡Este me disgusta por tal y cual motivo, y con este otro no congeniaría nunca a causa de esto y de aquello!" Y de tal modo ha acabado por alejar de ella completamente a los compradores ordinarios y desalentar a los extraños. Porque todos acabaron por saber de antemano que encontraría en ellos algún grave defecto e imperfección, y les contó, sin omitir un detalle, cuanto había pasado. Y por eso la honradez me fuerza a no pedirte como precio de esta joven esclava más que la suma de diez mil dinares, con la que apenas cubro gastos". E Ishak sonrió, y dijo: "¡Oh jeique! añade aún dos veces diez mil dinares y quizás obtenga ella entonces el precio conveniente".

Y tras de hablar así ante el mercader asombrado, añadió: "Es preciso que hoy mismo conduzcan a la joven a mi morada, a fin de que se te cuente el precio convenido entre nosotros". Y le dejó, después de sonreír a la conmovida joven, y fué en busca del califa y sus demás acompañantes. Y los encontró en el límite de la impaciencia, y les contó, sin omitir un detalle, cuanto había pasado. Y salieron todos juntos del depósito de esclavos para proseguir su paseo a capricho de su mutuo destino.

En cuanto a la jovenzuela Obra Maestra de los Corazones, su amo el viejo jeique se apresuró a conducirla, en aquella hora y en aquel instante, al palacio de Ishak, y a percibir los treinta mil dinares en que convinieron como precio de compra. Luego se marchó por su camino.

Entonces las pequeñas esclavas de la casa se agruparon en torno de ella, y la condujeron al hammam, donde le dieron un baño delicioso, y la vistieron, la peinaron y la cubrieron de adornos de todas clases, como collares, sortijas, pulseras de brazo y de tobillos, velos bordados de oro y pectorales de plata. Y la hermosa palidez de su rostro brillante y terso era cual la luna del mes de Ramadán por encima del jardín de un rey.

Cuando el maestro Ishak vió a la jovenzuela Obra Maestra de los Corazones con aquel nuevo esplendor, más conmovida y más conmovedora que una recién casada en el día de sus bodas se felicitó de la adquisición que había hecho y dijo para sí: "¡Por Alah! que cuando esta jovencita haya pasado algunos meses en mi escuela y se perfeccione más todavía en el arte del laúd y del canto, y cuando, merced al júbilo de su corazón, haya acabado de recobrar su belleza nativa, será para el harén del califa una adquisición insigne; porque esta joven no es una hija de Adán, sino una hurí selecta, en verdad".

Y dió las órdenes oportunas para que se pusiera a disposición de ella cuanto era necesario a sus estudios de armonía, y recomendó que no se descuidase nada, para que la estancia en el palacio de la música le fuese agradable de todo punto. Y así se hizo. Y de tal suerte, se allanó todo para la jovenzuela, el camino del arte y de la belleza.

Un día entre los días, habiéndose dispersado por los jardines que les estaban reservados sus compañeras las jóvenes tañedoras de laúd y de guitarra, y hallándose el palacio de la música completamente vacío de sus jóvenes lunas, la jovenzuela Obra Maestra de los Corazones se levantó del diván en que descansaba, y entró sola en la sala de clase. Y se sentó en su sitio, y se puso el laúd contra el pecho, con el gesto del cisne que se mete la cabeza bajo el ala. Y había recobrado por entero su belleza, sin estar como antes pálida y desmadejada. Así, en una platabanda, en la segunda primavera, la anémona reemplaza al narciso de mejillas descoloridas por la muerte del invierno. Y de tal suerte, era una seducción para los ojos, un encanto para los corazones y un cántico de alegría para quien la había modelado.

Y completamente sola, hizo cantar a su laúd, sacándole del seno de madera una serie de preludios que hubiesen embriagado a la más refractaria de las criaturas. Luego volvió al primer tono, con un arte que superaba a los trinos y gorjeos de las aves canoras. Porque, en verdad, en cada uno de sus dedos había oculto un milagro.

Y nadie, ciertamente, sospechaba que en el palacio de Ishak el propio maestro tuviese en aquella joven su igual y aun su superior. Porque desde el día en que la emoción había hecho temblar en el depósito de esclavas las manos y la voz de la maravillosa jovenzuela, no había vuelto ella a tener ocasión de cantar en público, sin hacer, como sus compañeras, más que escuchar las enseñanzas de Ishak y tocar y cantar luego, pero no sola, sino a coro con todas las alumnas. Así, pues, cuando hubo hecho expresar a la madera armoniosa del laúd todas las voces de los pájaros que poblaron antaño el árbol de donde salió él, levantó la cabeza y dejó caer de sus labios, cantando, estos versos del poeta...


En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.



Pero cuando llegó la 928ª noche

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Ella dijo:

"... Así, pues, cuando hubo hecho expresar a la madera armoniosa del laúd todas las voces de los pájaros que poblaron antaño el árbol de donde salió él, levantó la cabeza y dejó caer de sus labios, cantando, estos versos del poeta:


¡Cuando el alma desea a la que es la única compañera posible, nada podrá hacerla retroceder, ni siquiera el Destino!


¡Oh tú, que me torturaste hasta destrozar para siempre mi corazón! ¡Toma mi vida entera y haz de ella propiedad tuya, pues que sólo la languidez que tu ausencia me produce logrará abatirme y hacerme morir!


Me has dicho, riendo: "¡Yo sola sabré curar el mal que sufres, y del que ningún médico ha sabido librarte; y una sola de mis miradas bastará como remedio para tu estado doliente!"


¿Cuánto tiempo todavía ¡oh cruel! vas a estar chanceándote de mi herida? ¿Acaso no ha creado el Señor a nadie más que a mí, sobre la tierra inmensa, para servir de blanco a las azagayas de tus burlas?


Mientras ella cantaba, Ishak, que desde por la mañana estaba con el sultán, había regresado, sin mandar a los servidores que anunciasen su llegada. Y desde el vestíbulo de su casa oyó aquella voz milagrosa y tan dulce, que cantaba como la brisa de prima mañana cuando saluda a las palmeras, y más reconfortante para el espíritu del oyente que el aceite de almendras para el cuerpo del luchador.

Y quedó Ishak tan conmovido por los acentos de aquella voz unida al acompañamiento del laúd, y que sin duda alguna sólo podía ser una voz entre las voces de la tierra, a no ser que se tratase de un efluvio llegado de los acordes edénicos, que no pudo por menos de lanzar un grito estridente de sobresalto a la par que de admiración. Y la joven cantarina Tohfa oyó aquel grito, y acudió, llevando todavía en las manos el laúd. Y halló a su amo Ishak apoyado en la pared del vestíbulo, con una mano sobre el corazón, tan pálido y tan emocionado, que tiró ella el laúd y corrió a él, llena de ansiedad, exclamando: "Sean contigo las gracias del Altísimo, ¡oh mi señor! y la liberación de todo mal. ¡Ojalá no tengas ninguna indisposición ni molestia!" Y reponiéndose, Ishak preguntó en voz baja: "¿Eras tú ¡oh Tohfa! quien tocaba y cantaba en la sala vacía?" Y la joven se turbó y enrojeció y no supo qué respuesta dar a una pregunta cuyo motivo no comprendía. Pero como insistiera Ishak, temió ella contrariarle si seguía callando, y contestó: "¡Ay! ¡oh mi señor! ¡era tu servidora Tohfa!" Y al oír aquello, Ishak bajó la cabeza y dijo: "¡Ha llegado el día de la confesión! ¡Oh Ishak de alma orgullosa, que te creías el primero de tu siglo en voz y en armonía, no eres más que un esclavo desprovisto de todo talento, en presencia de esa joven hija del cielo!"

Y en el límite de la emoción, cogió la mano de la jovenzuela y se la llevó con respeto a los labios y después a la frente. Y Tohfa se sintió desfallecer, y a pesar de todo, tuvo fuerzas para retirar vivamente la mano, exclamando: "El nombre de Alah sobre ti, ¡oh mi señor! ¿Desde cuándo el amo ha de besar la mano de la esclava?" Pero él contestó con toda humildad: "¡Cállate!, ¡oh Obra Maestra de los Corazones! ¡oh la primera de las criaturas! ¡cállate! Ishak ha encontrado su maestro, aunque hasta el presente pensó que no tenía igual. Pues juro por el Profeta (¡con Él la plegaria y la paz!), juro que hasta el presente creí que no tenía igual, y ahora mi arte, al lado del tuyo, no es más que un dracma al lado de un dinar. ¡Oh Tohfa! eres la excelencia misma. Y en esta hora y en este instante, voy a conducirte ante el Emir de los Creyentes Harún Al-Raschid. Y cuando chispee sobre ti su mirada, serás una princesa entre las mujeres, como ya eres una reina entre las criaturas de Dios. Y así se consagrarán tu arte y tu belleza. Loores y loores, pues, a ti ¡oh mi soberana Obra Maestra de los Corazones! ¡Y solamente pido a Alah que, cuando tu maravilloso destino te haya sentado en el sitio escogido del palacio del Emir de los Creyentes, no ahuyentes de ti el recuerdo de tu esclavo Ishak el vencido!"

Y Tohfa contestó, con los ojos llenos de lágrimas: "¡Oh mi señor! ¿cómo he de olvidarte a ti, que eres la fuente de toda la fortuna y hasta la fuerza de mi corazón?" E Ishak le tomó la mano y le hizo jurar sobre el Libro que no le olvidaría. Y añadió: "¡Sí, por cierto! tu destino es un destino maravilloso, y en tu frente veo marcado el deseo del Emir de los Creyentes. Déjame, por tanto, rogarte que cantes en presencia del califa lo que hace un momento cantabas para ti sola, cuando yo te oía detrás de la puerta, contándome ya en el número, de los predestinados".

Y cuando obtuvo esta promesa de la joven, le dijo todavía: "¡Oh Obra Maestra de los Corazones! ¿puedes ahora, como último favor, decirme a qué sucesión de acontecimientos misteriosos se debe el que una reina se halle mezclada en el número de esclavas que se venden y se compran, cuando sería imposible valuar su rescate, aunque se acumularan ante ella todos los tesoros ocultos de las minas y todas las riquezas subterráneas y marinas que Alah el Altísimo ha metido en el corazón de los elementos?"

Y a estas palabras, Tohfa sonrió y dijo: "¡Oh mi señor! la historia de tu servidora Tohfa es una historia extraña, y su caso es muy sorprendente; porque si se escribiera con agujas en el ángulo interior del ojo, serviría de enseñanza al lector atento. Y un día cercano, si Alah quiere, te contaré esta historia, que es la de mi vida y de mi llegada a Bagdad. Pero por hoy bástete saber que soy presa de un maghrebín, y que he vivido entre maghrebines". Y añadió: "¡Estoy entre tus manos, pronta a seguirte al palacio del Emir de los Creyentes!"

E Ishak, que era de carácter reservado y delicado, se guardó bien de insistir para enterarse de más, y levantándose, dió una palmada, y ordenó a las esclavas que acudieron que prepararan la ropa de salir de su señora Tohfa. Y al punto abrieron ellas los grandes cofres de ropa, y sacaron una porción de maravillosos trajes rayados de seda de Nishabur, perfumados con esencias volátiles, y ligeros al tacto y a la vista. Y también sacaron de las arquillas de alhajas un surtido de joyas agradables de mirar. Y vistieron a su señora, la jovenzuela, con siete trajes superpuestos, de colores diferentes, y la sembraron de pedrerías, y la dejaron semejante a un ídolo chino.

Y terminados aquellos cuidados, se pusieron al lado suyo y la sostuvieron a derecha y a izquierda, en tanto que otras jóvenes se encargaban de llevar los bajos orlados de las colas. Y salieron con ella de la escuela de música, precedidos de Ishak, que abría la marcha con un negrito portador del laúd milagroso.

Y llegó el cortejo al palacio del califa, y entró en la sala de espera. E Ishak se apresuró a ir primero a presentarse solo ante el califa, y le dijo, tras de los homenajes debidos y rendidos: "¡He aquí ¡oh Emir de los Creyentes! que conduzco hoy entre tus manos una jovenzuela única entre las más bellas, un don escogido, un milagro de su creador, un tránsfuga del paraíso, maestra mía y no discípula mía, la maravillosa cantarina Tohfa, Obra Maestra de los Corazones!"

Y Al-Raschid sonrió y dijo: "¿Y dónde está esa obra maestra, ¡oh Ishak! ? ¿Será acaso la joven a quien apenas vi un día en el depósito de esclavos, pues permanecía invisible y velada a los ojos del comprador?" Y contestó Ishak: "Esa misma es, ¡oh mi señor! ¡Y por Alah, que está más fresca a la vista que la mañana fresca, y es más armoniosa al oído que el cántico del agua en los guijarros!"

Y Al-Raschid contestó: "Entonces, ¡oh Ishak! no tardes más en hacer entrar a la mañana y a la que está más fresca que la mañana. Y no nos prives por más tiempo de la música del agua y de la que es más armoniosa que la música del agua. Porque, en verdad, que la mañana jamás debe estar oculta, ni el agua cesar de cantar...


En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.



Pero cuando llegó la 929ª noche

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Ella dijo:

"... no tardes más en hacer entrar a la mañana, y a la que está más fresca que la mañana. Y no nos prives por más tiempo de la música del agua y de la que es más armoniosa que la música del agua. Porque, en verdad, que la mañana jamás debe estar oculta, ni el agua cesar de cantar".

Y salió Ishak para ir en busca de Tohfa, mientras el califa se asombraba en el alma de verle alabar por primera vez, y con tanta vehemencia, a una cantarina. Y dijo a Giafar: "¿No es prodigioso ¡oh visir! que Ishak se exprese con tanta admiración acerca de otro que no sea él mismo? Ve ahí lo que me deja asombrado hasta el límite del asombro". Y añadió: "Pero vamos a ver de qué se trata".

Y al cabo de algunos instantes, precedida por Ishak, que le llevaba delicadamente de la mano, entró la jovenzuela. Y sobre ella chispeó la mirada del Emir de los Creyentes. Y se le conmovió el espíritu ante la gracia de ella; y se le regocijaron los ojos con aquellos andares encantadores que hacían pensar en la seda flotante de los cendales. Y en tanto que él la contemplaba, inclinóse ella entre sus manos y se levantó el velo del rostro. Y apareció como la luna en su décimocuarta noche, pura, deslumbradora, blanca y serena. Y aunque estaba turbada por hallarse en presencia del Emir de los Creyentes, no se olvidó de lo que le exigían los buenos modales, la cortesía y la educación, y con voz a ninguna otra parecida, saludó al califa, diciendo: "La zalema sobre ti, ¡oh descendiente del más noble entre los hijos de los hombres! ¡oh posteridad bendita de nuestro señor Mahomed (¡con Él la plegaria, la paz y las gracias escogidas!), redil y asilo de los que van por el camino de la rectitud, íntegro justiciero de los tres mundos! La zalema sobre ti de parte de la más sumisa y de la más deslumbrada de tus esclavas".

Y al oír estas palabras dichas con un acento tan delicioso, Al-Raschid se dilató y se holgó, y exclamó: "¡Maschalah! ¡oh molde de la perfección!" Y la miró aún más atentamente, y creyó volverse loco de alegría. Y Giafar y Massrur también creyeron volverse locos de alegría. Luego Al-Raschid se levantó de su trono y descendió hacia la jovenzuela, y se acercó a ella, y muy dulcemente le echó sobre el rostro su velillo de seda: lo que significaba que para en lo sucesivo pertenecía a su harén y que cuanto ella era se hundía para en lo sucesivo en el misterio prescrito a las elegidas de los Creyentes.

Tras de lo cual la invitó a sentarse, y le dijo: "¡Oh Obra Maestra de los Corazones! En verdad que eres un don escogido. Pero ¿no podrías con tu venida, que ilumina la morada, hacer entrar la armonía en el palacio? ¡Nuestro oído te pertenece, como nuestra vista!" Y Tohfa tomó el laúd de manos del pequeño esclavo negro, y se sentó al pie del trono del califa para preludiar al punto de una manera que conmovería al oído más refractario. Y el milagro de sus dedos era una realidad más emocionante que la garganta de los pájaros. Luego, en medio de respiraciones contenidas, dejó cantar en sus labios estos versos del poeta:


¡Cuando, en los límites del horizonte, sale de su lecho la joven luna y se encuentra de pronto con el rey de púrpura que se acuesta, muy avergonzada de que se le haya sorprendido sin el velo del rostro, esconde su palidez tras de una leve nube!


¡Espera a que el brillante emir haya desaparecido, para continuar su paseo por el tranquilo cielo de la tarde!


¡Si la reina no ha podido sobreponerse a su terror ante la proximidad del rey, ¿cómo podría una joven, sin morir al instante, sostener la mirada de su sultán?!


Y Al-Raschid miró a la joven con amor, complacencia y dulzura, y quedó tan encantado de sus dones naturales, de la hermosura de su voz y de la excelencia de la ejecución y de su canto, que descendió del trono y fue a sentarse junto a ella en la alfombra, y le dijo: "¡Oh Tohfa! ¡Por Alah, que verdaderamente eres un don escogido!" Luego se encaró con Ishak, y le dijo: "En verdad, ¡oh Ishak! que no has sido justo en tu apreciación de esta maravilla, no obstante todo lo que nos has dicho. Porque no temo aventurar que a ti mismo te supera incontestablemente. Y estaba escrito que nadie más que el califa debía hacerle justicia". Y Giafar exclamó: "¡Por vida de tu cabeza, ¡oh mi señor que dices bien! ¡Esta jovenzuela arrebata la razón!" Y dijo Ishak: "En verdad, ¡oh Emir de los Creyentes! que no dejo de reconocerlo, máxime cuando, al oírla por primera vez, sentí en seguida que todo mi arte y lo que Alah me había repartido de talento no eran ya nada a mis propios ojos. Y exclamé: "¡Oh Ishak! ¡hoy es para ti el día de la confesión!"

Y dijo el califa: "Entonces, está bien".

Luego rogó a Tohfa que recomenzara el mismo cántico. Y al oírla de nuevo, prorrumpió en exclamaciones de placer y se tambaleó. Y dijo a Ishak: "¡Por los méritos de mis antepasados! me has traído un presente que vale el imperio del mundo". Después, sin poder dominar su emoción, y no queriendo aparecer demasiado expansivo ante sus acompañantes, el califa se levantó y dijo a Massrur, el eunuco: "¡Oh Massrur! levántate y conduce a tu señora Tohfa al aposento de honor del harén. Y ten cuidado de que no carezca de nada". Y el castrado porta alfanje salió llevándose a Tohfa. Y con los ojos húmedos, el califa la miró alejarse con su andar de gacela, sus atavíos y sus trajes rayados. Y dijo a Ishak: "Va vestida con gusto. ¿De dónde le vienen esos trajes como no los he visto semejantes en mi palacio?" Y dijo Ishak: "Le vienen de tu esclavo, en vista de tus generosidades sobre mi cabeza, ¡oh mi señor! Constituyen un presente que procede de ti y se han hecho por mediación mía. Pero ¡por vida tuya! nada son todos los presentes del mundo comparados con su belleza". Y el califa, que jamás caía en falta de munificencia, se encaró con Giafar y le dijo: "¡Oh Giafar! ! ¡da en seguida a nuestro fiel Ishak cien mil dinares por cuenta del tesoro y entrégale diez ropones de honor del guardarropa selecto!"

Luego, con el rostro transfigurado, y libre de todo género de preocupaciones el espíritu, Al-Raschid dirigióse al aposento reservado adonde Tohfa fué conducida por el portaalfanje. Y entró en el cuarto de la joven, diciendo: "La seguridad contigo, ¡oh Obra Maestra de los Corazones!" Y se acercó a ella, y la tomó en sus brazos, recatándose tras el velo del misterio. Y se encontró con una virgen pura, intacta como la perla marina recién cogida. Y disfrutó de ella.

Y desde aquel día Tohfa ocupó un alto puesto en el corazón del califa, hasta el punto de no poder soportar él ni por un solo instante la ausencia de la joven. Y acabó por ponerse entre las manos de ella todos los asuntos del reino. Porque había observado que se trataba de una mujer inteligente. Y ella tenía, para sus gastos habituales, doscientos mil dinares al mes y cincuenta esclavos a su servicio, de día y de noche. Y con los regalos y cosas de valor que poseía hubiera podido comprar todo el país del Irak y las tierras del Nilo.

Y de tal manera se incrustó el amor de aquella joven en el corazón del califa, que no quiso él fiar a nadie su custodia. Y cuando salía de verla, se guardaba la llave del aposento reservado. E incluso un día en que cantaba ella delante de él, sintió él tal acceso de exaltación, que hizo ademán de besarle la mano. Pero retrocedió de un salto, y al hacer aquel brusco movimiento, rompió su laúd. Y lloró. Y Al-Raschid, muy emocionado en extremo, le secó las lágrimas, y con voz tembloroso le preguntó por qué lloraba, y exclamó: "¡Haga Alah, ¡oh Tohfa! que jamás caiga de uno solo de tus ojos la gota de una lágrima!" Y Tohfa dijo: "¿Quién soy yo ¡oh mi señor! para que pretendas besar mi mano? ¿Quieres, por lo visto, que Alah y su Profeta (¡con Él la plegaria y la paz!) me castiguen por ello y hagan desvanecerse mi felicidad? ¡Porque nadie en el mundo gozó de semejante honor!" Y Al-Raschid quedó muy satisfecho de su respuesta, y le dijo: "Ahora que sabes ¡oh Tohfa! el verdadero puesto que ocupas en mi espíritu, no volveré a intentar lo que tanto te ha emocionado. Refresca, pues, tus ojos, y sabe que no amo a nadie más que a ti, y que moriré amándote". Y Tohfa cayó a los pies del califa y le rodeó las rodillas con sus brazos. Y el califa la levantó y la besó, y le dijo: "Tú sola eres reina para mí.

Y estás incluso por encima de Sett Zobeida, la hija de mi tío".

Un día, Al-Raschid había ido de caza, y Tohfa hallábase sola en su pabellón, sentada a la luz de un candelabro de oro que la iluminaba con sus velas perfumadas. Y leía ella un libro. Y de pronto cayó en sus rodillas una manzana olorosa. Y la joven levantó la cabeza y vió, en la parte de fuera, a la persona que había lanzado la manzana. Y era Sett Zobeida. Y Tohfa se levantó a toda prisa, y después de hacer respetuosas zalemas, dijo: "¡Oh señora mía, dispénsame! ¡Por Alah, que si yo hubiera estado en libertad de acción, todos los días habría ido a rogarte que admitieras mis servicios de esclava! ¡Que Alah no nos prive nunca de tus pasos!" Y Zobeida entró en el aposento de la favorita, y se sentó junto a ella. Y tenía el rostro triste y preocupado. Y dijo: "¡Oh Tohfa! conozco tu gran corazón, y no me sorprenden tus palabras. Porque la generosidad es en ti un don natural. ¡Por vida del Emir de los Creyentes! no tengo costumbre de salir de mis habitaciones y de ir a visitar a las esposas y favoritas del califa, mi primo y esposo. Pero hoy vengo a exponerte la situación humillante por la que atravieso desde tu entrada en el palacio. Sabe, en efecto, que estoy completamente abandonada, y me veo reducida a la condición de concubina seca. Porque el Emir de los Creyentes ya no viene a verme y ni siquiera pide noticias mías".

Y se echó a llorar. Y Tohfa lloró con ella y estuvo a punto de desmayarse. Y Zobeida le dijo: "He venido, pues, a dirigirte una súplica, es que obres de manera que Al-Raschid me conceda una noche al mes solamente, a fin de que no me vea por completo reducida a la condición de esclava".

Y Tohfa besó la mano a la princesa, y le dijo: "¡Oh corona de mi cabeza! ¡oh señora mía! con toda el alma anhelo que el califa pase todo el mes y no una noche contigo, a fin de que se reconforte tu corazón, y sea perdonada yo, que con mi llegada fui la causa de tu pena. Y ojalá un día no sea yo más que una esclava entre tus manos de reina y de señora".

Entretanto, Al-Raschid regresó de la caza, y se dirigió inmediatamente al pabellón de su favorita. Y Sett Zobeida, viéndole desde lejos, se apresuró a huir, después de que Tohfa le hubo prometido su intervención. Y Al-Raschid entró y se sentó sonriendo, e hizo sentarse a Tohfa sobre sus rodillas. Luego comieron y bebieron juntos, y se desnudaron. Y sólo entonces habló Tohfa de Sett Zobeida, y le suplicó que calmara su corazón y pasara con ella la noche. Y sonrió él y dijo: "Ya que tan urgente es mi visita a Sett Zobeida, debiste ¡oh Tohfa! hablarme de ello antes de que nos desnudáramos".

Pero ella contestó:

"Lo hice así, para dar la razón al poeta, que ha dicho:


¡Ninguna suplicante deberá presentarse velada: porque intercede mejor la que intercede completamente desnuda!"

Y cuando Al-Raschid oyó aquello, se contentó y estrechó a Tohfa contra su pecho. Y pasó lo que pasó. Tras de lo cual hubo de dejarla para hacer lo que ella le pedía con respecto a Sett Zobeida. Y cerró la puerta con llave, y se marchó.

¡Y esto es lo referente a él!

En cuanto a Tohfa, lo que le sucedió desde aquel instante es tan prodigioso y asombroso, que debe narrarse lentamente.


En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.



Pero cuando llegó la 930ª noche

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Ella dijo:

"... En cuanto a Tohfa, lo que le sucedió desde aquel instante es tan prodigioso y asombroso, que debe narrarse lentamente.

Cuando Tohfa se encontró sola en su aposento, volvió a coger el libro, y continuó su lectura. Luego, sintiéndose un poco cansada; tomó el laúd y se puso a tocar para ella. Y lo hizo tan bien, que bailaron de gusto hasta las cosas inanimadas.

Y de pronto sintió instintivamente que algo inusitado pasaba en su habitación, alumbrada en aquel momento por la luz de las velas. Y se volvió y vió, en medio del cuarto, a un viejo que bailaba en silencio. Y bailaba un baile extático, como no lo podría bailar jamás ningún ser humano.

Y Tohfa sintióse escalofriada de espanto. Porque las ventanas y las puertas estaban cerradas y las salidas estaban celosamente guardadas por los eunucos. Y no se acordaba de haber visto nunca en el palacio la cara de aquel extraño anciano. Así es que se apresuró a pronunciar mentalmente la fórmula del exorcismo: "¡Me refugio en Alah el Altísimo contra el Lapidado!" Y se dijo: "Claro que no voy a demostrar que me he dado cuenta de la presencia de este ser extraño. ¡Lo mejor será que continúe tañendo, y suceda lo que Alah quiera!" Y sin interrumpir su música, tuvo fuerzas para continuar el aire comenzado, pero sus dedos temblaban sobre el instrumento.

Y he aquí que, al cabo de una hora de tiempo, el jeique bailarín dejó de bailar, se acercó a Tohfa, y besó la tierra entre sus manos, diciendo: "Lo has hecho muy bien, ¡oh la más exaltada de Oriente y de Occidente! ¡Ojalá nunca el mundo se vea privado de tu vista y de tus perfecciones! ¡Oh Tohfa! ¡oh Obra Maestra de los Corazones! ¿no me conoces?" Y exclamó ella: "¡No, por Alah, no te conozco! Pero me parece que eres un genni del país de Gennistán. ¡Alejado sea el Maligno!"

Y contestó él, sonriendo: "Verdad dices, ¡oh Tohfa! Soy el jefe de todas las tribus del Gennistán, ¡soy Eblis!"

Y Tohfa exclamó: "¡El nombre de Alah sobre mí y alrededor de mí! ¡Me refugio en Alah!"

Pero Eblis le cogió la mano, la besó y se la llevó a los labios y a la frente, y dijo: "No temas nada, ¡oh Tohfa! porque desde hace mucho tiempo, eres mi protegida y la bienamada de la joven reina de los genn, Kamariya, que es en cuanto a belleza entre las hijas de los genn lo que tú misma eres entre las hijas de Adán. Sabe, en efecto, que desde hace mucho tiempo vengo con ella a visitarte todas las noches sin que tú lo sospeches y a admirarte sin que lo sepas. Porque nuestra encantadora reina Kamariya está enamorada de ti hasta la locura y no jura más que por tu nombre y por tus ojos. Y cuando viene aquí y te ve mientras estás dormida, se derrite de deseo y se muere por tu belleza. Y el tiempo transcurre para ella lánguidamente, excepto por la noche cuando viene en busca tuya y disfruta de tu contemplación sin que tú la veas. Vengo, pues, a ti en calidad de mensajero a contarte sus penas y la languidez que la invade lejos de ti, y a decirte de su parte y de mi parte que, si quieres, te conduciré al Gennistán, en donde se te elevará a la categoría más alta entre los reyes de los genn. Y gobernarás nuestros corazones, como aquí gobiernas los corazones de los hijos de los hombres. Y he aquí que hoy las circunstancias se prestan maravillosamente a tu viaje. Porque vamos a celebrar las bodas de mi hija y la circuncisión de mi hijo. Y la fiesta se iluminará con tu presencia; y los genn se conmoverán con tu llegada, y te querrán todos para reina suya. Y residirás entre nosotros mientras quieras. Y si no te gusta el Gennistán y no te amoldas a nuestra vida, que es una vida de continuos festejos, aquí hago ahora juramento de traerte al sitio de donde te saque, sin insistencias ni dificultades".

Y cuando hubo oído este discurso de Eblis (¡confundido sea!), la espantada Tohfa no se atrevió a rehusar la proposición por miedo a complicaciones diabólicas. Y contestó que sí con un movimiento de cabeza. Y al punto Eblis cogió con una mano el laúd que le confió Tohfa, y la cogió a ella misma con la otra mano, diciendo: "¡Bismilah!" Y conduciéndola de aquel modo, abrió las puertas sin ayuda de llaves, y caminó con ella hasta llegar a la entrada de los retretes. Porque los retretes, y en ocasiones los pozos y las cisternas, son los únicos parajes de que se sirven los genn de debajo de tierra y los efrits para llegar a la superficie de la tierra. Y por este motivo es por lo que no entra en los retretes ningún hombre sin pronunciar la fórmula del exorcismo y sin refugiarse en Alah con el espíritu. Y así como salen por las letrinas, los genn vuelven a sus dominios por el mismo sitio. Y no se conoce excepción de esta regla ni abolición de esta costumbre.

Así es que cuando la espantada Tohfa se vió delante de los retretes con el jeique Eblis, se le turbó la razón. Pero Eblis se puso a charlar para aturdirla, y bajó con ella al seno de la tierra por el ancho agujero de las letrinas. Y franqueando sin contratiempos aquel pasadizo difícil, otra vez se encontraron al aire libre, bajo el cielo. Y a la salida del subterráneo les esperaba un caballo ensillado, sin dueño ni conductor. Y el jeique Eblis dijo a Tohfa: "¡Bismilah, ¡oh mi señora!" Y sosteniendo los estribos, la hizo sentarse en el caballo, cuya silla tenía un respaldo grande. Y se instaló ella lo mejor que pudo, y el caballo al punto se agitó debajo de ella como una ola, y de improviso abrió en la noche unas alas inmensas. Y se elevó con ella por los aires, mientras el jeique Eblis volaba a su lado por propio impulso. Y tanto miedo hubo de dar todo aquello a la joven, que se desmayó en la silla.

Y cuando, gracias al aire fuerte que se había levantado, volvió ella de su desmayo, se vió en una vasta pradera tan llena de flores y de frescura, que se creería contemplar un traje ligero teñido de hermosos colores. Y en medio de aquella pradera se alzaba un palacio con torres altas, que se erguían en el aire, y flanqueado de ciento ochenta puertas de cobre rojo. Y en el umbral de la puerta principal se hallaban los jefes de los genn, vestidos con hermosas vestiduras. Y cuando aquellos jefes divisaron al jeique Eblis, gritaron todos: "¡Ahí viene Sett Tohfa!" Y en cuanto se paró el caballo ante la puerta, se agruparon todos en torno de la joven, la ayudaron a echar pie a tierra, y la llevaron al palacio besándole las manos. Y dentro del palacio vió ella una sala formada por cuatro salas sucesivas, que tenía paredes de oro y columnas de plata, una sala capaz de hacer salir pelos en la lengua al que tratara de describirla. Y en el fondo se veía un trono de oro rojo incrustado de perlas marinas. Y la hicieron sentarse con gran pompa en aquel trono. Y los jefes de los genn formáronse en las gradas del trono, en derredor suyo y a sus pies. Y por el aspecto eran semejantes a los hijos de Adán, salvo dos de ellos, que tenían una cara espantosa. Porque cada uno de ambos no tenía más que un ojo abierto a lo largo en medio de la cabeza, y colmillos saledizos, como los de los cerdos salvajes.

Y cuando cada cual ocupó su sitio con arreglo a su categoría y todo el mundo quedó tranquilo, vióse avanzar a una reina joven, graciosa y bella, cuya faz era tan brillante que iluminaba la sala en torno suyo. Y detrás de ella iban otras tres jóvenes feéricas, contoneándose a más y mejor. Y llegadas que fueron ante el trono de Tohfa, la saludaron con una graciosa zalema. Y la joven reina, que marchaba a la cabeza, subió luego las gradas del trono, a la vez que las bajaba Tohfa. Y cuando estuvo frente a Tohfa, la reina la besó repetidamente en las mejillas y en la boca.

Aquella reina era precisamente la reina de los genn, la princesa Kamariya, la que estaba enamorada de Tohfa. Y las otras tres eran sus hermanas; y una de ellas se llamaba Gamra, la segunda Scharara y la tercera Wakhirna.

Y tan dichosa sentíase Kamariya de ver a Tohfa, que no pudo por menos de volver a levantarse de su sitial de oro para ir a besarla una vez más y a estrecharla contra su seno, acariciándole las mejillas.

Y al ver aquello, el jeique Eblis se echó a reír, y exclamó: "¡Vaya un grupo! ¡Sed amables, y cogedme entre vosotras dos!"


En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.



Y cuando llegó la 931ª noche

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Ella dijo:

... Y al ver aquello, el jeique Eblis se echó a reír, y exclamó: "¡Vaya un grupo! ¡Sed amables, y cogedme entre vosotras dos!" Y una gran carcajada recorrió la asamblea de los genn. Y también se rió Tohfa. Y la bella Kamariya le dijo: "¡Oh hermana mía! te amo, y los corazones son tan profundos, que no pueden tener por testigos más que a las almas. Y mi alma es testigo de que yo te amaba ya antes de haberte visto". Y por no parecer mal educada, Tohfa contestó: "¡Por Alah! también tú me eres cara, ya setti Kamariya. Y me he tornado en esclava tuya desde que te he visto". Y Kamariya le dió gracias, y la besó más, y le presentó a sus tres hermanas, diciendo: "Estas están casadas con nuestros jefes". Y Tohfa hizo un saludo apropiado a cada una de ellas. Y ellas fueron por turno a inclinarse ante Tohfa.

Tras de lo cual entraron los esclavos de los genn con el bandejón de los manjares, y pusieron el mantel. Y la reina Kamariya invitó a Tohfa a sentarse con ella y sus hermanas en torno a la bandeja, en medio de la cual había grabado estos versos:


Estoy hecha para llevar manjares de todas clases; La generosidad es lo que soporto; comed, pues, sin dejar nada, de lo que traigo.


Las manos de los más poderosos vienen a hacerme señas; Que cada cual de vosotros me designe cuál es su preferencia insigne.


Merezco que tan gran honor se me asigne, a causa de los manjares que ostento.


Cuando leyeron estos versos, tocaron a los manjares. Pero Tohfa no comía con apetito, porque estaba preocupada con la contemplación de aquellos dos jefes de los genn, que tenían un rostro repulsivo. Y no pudo por menos de decir a Kamariya: "¡Por vida tuya, ¡oh hermana mía! que mis ojos no pueden ya sufrir la vista de ese que está ahí y de ese otro que está a su lado! ¿Por qué son tan horribles, y quiénes son?" Y Kamariya se echó a reír y contestó: "¡Oh mi señora! ése es el jefe Al-Schisbán, y ese otro es el magno Maimún, el portaalfanje. Si te parecen feos, es porque, a causa de su orgullo, no han querido hacer como todas nosotras y como todos los genn, cambiando su forma prístina por la de seres humanos. Porque has de saber que todos los jefes que estás viendo, en su estado normal, son semejantes a esos dos en la forma, y en el aspecto; pero hoy, para no asustarte, han tomado la apariencia de hijos de Adán, para que te familiarices con ellos y estés a gusto". Y Tohfa contestó: "¡Oh mi señora! en verdad que no puedo mirarlos. ¡Sobre todo, qué espantoso es ese Maimún! ¡Le tengo miedo verdaderamente! ¡Sí, me dan mucho miedo esos dos gemelos!" Y Kamariya no pudo por menos de echarse a reír a carcajadas. Y Al-Schisbán, uno de los dos jefes de cara espantable la vió reír y le dijo: "¿A qué vienen esas risas, ¡oh Kamariya!?"

Y ella le habló en una lengua que no podría entender ningún oído de hijo de Adán, y le explicó lo que Tohfa había dicho con respecto a él y con respecto a Maimún. Y el maldito Al-Schisbán, en vez de enfadarse, se echó a reír con una risa tan prodigiosa, que al pronto se creería que había irrumpido en la sala una tempestad violenta.

Y terminó la comida en medio de la risa general de los jefes de los genn. Y cuando todo el mundo se lavó las manos, llevaron los frascos de vinos. Y el jeique Eblis se acercó a Tohfa, y dijo: "¡Oh mi señora! regocijas esta sala y la iluminas y la embelleces con tu presencia. Pero ¿a qué exaltación no llegaríamos reinas y reyes, si quisieras hacernos oír algo tocado por tu laúd, acompañándolo con tu voz? Porque he aquí que ya la noche abrió sus alas para marcharse, y no tardará mucho tiempo en hacerlo. Antes, pues, de que nos deje, favorécenos, ¡oh Obra Maestra de los Corazones!"

Y Tohfa contestó: "¡Oír es obedecer!"

Y cogió el laúd y lo tañó maravillosamente, hasta el punto de que a todos los que la escuchaban les pareció que el palacio bailaba con ellos, como un navío anclado, lo cual era efecto de la música.

Y cantó ella estos versos:


¡La paz sea con todos vosotros, que habéis jurado guardarme fidelidad!


¿No habíais dicho que me encontraría con vosotros, ¡oh vosotros los que os encontráis conmigo!?


¡Os haré reproches con una voz más dulce que la brisa de la mañana, más fresca que el agua pura cristalizada!


¡Porque tengo destrozados mis párpados, fieles a las lágrimas, por más que la sinceridad esencial de mi alma es un remedio para los que la ven!, ¡oh amigos míos!


Y al oír estos versos y su música, los jefes de los genn llegaron al éxtasis del gozo. Y aquel perverso y feo Maimún se entusiasmó tanto, que se puso a bailar con un dedo metido en el culo.

Y el jeique Eblis dijo a Tohfa: "¡Por favor, cambia de tono, porque al entrar en mi corazón el placer ha detenido mi sangre y mi respiración!" Y la reina Kamariya se levantó y fué a besarla entre ambos ojos, diciéndole: "¡Oh frescura del alma! ¡Oh corazón de mi corazón!" Y la conjuró para que tañera más.

Y Tohfa contestó: "¡Oír es obedecer!" Y cantó esto, con acompañamiento:


¡A menudo, cuando aumenta la languidez, consuelo a mi alma con la esperanza!


¡Maleables como la cera serán las cosas difíciles, si tu alma conoce la paciencia; y cuando está lejos se acercará, si te resignas!


Y fué cantando con tan hermosa voz, que todos los jefes de los genn se pusieron a bailar. Y Eblis se acercó a Tohfa, y le besó la mano y le dijo: "¡Oh maravillosa! ¿sería abusar de tu generosidad pedirte un nuevo cántico?" Y Tohfa contestó: "¿Por qué no me lo pide Sett Kamariya?" Y al punto acudió la joven reina, y besando ambas manos a Tohfa, le dijo: "¡Por mi vida sobre ti, canta otra vez!" Y Tohfa dijo: "¡Por Alah! tengo la voz cansada de cantar; pero, si quieres, os diré, sin cantarlos, sino recitándolos con su ritmo, los cantos del céfiro, de las flores y de las aves. Y para empezar, os diré primero el canto del céfiro".

Y dejó a un lado su laúd, y en medio del silencio de los genn, y bajo la sonrisa entusiasmada de las jóvenes reinas de los genn, dijo: "He aquí el Canto del céfiro:


Soy el mensajero de los amantes; llevo los suspiros de los que se lamentan a causa del amor.


Transmito con fidelidad los secretos de los enamorados, y repito las palabras como las he oído.


Soy tierno para los viajeros del amor. Ante ellos, mi aliento se torna más dulce, y me desahogo en mimos y lagoterías.


Amoldo mi conducta a la del amante. Si es bueno, le acaricio con un soplo aromático; pero si es malo, le molesto con un soplo inoportuno.


Cuando mi inquietud agita el follaje, el que ama no puede contener los suspiros. Y en cuanto mi murmullo le acaricia, dice sus penas al oído de su dueña.


Mi esencia se compone de dulzura y ternura, y soy como un laúd en el aire incandescente.


Si soy inquieto, no es por efecto de un capricho vano, sino por seguir a mis hermanas las estaciones en sus cambios y en su curso.


Se me cree útil, cuando solamente soy encantador. En la estación de primavera, soplo desde el Norte, fertilizando así los árboles y haciendo la noche comparable al día.


En la estación cálida, parte de Oriente mi carrera para favorecer a los frutos y vestir a los árboles con su hermosura plena.


En otoño, vengo del Sur para que mis bienamados los frutos lleguen a su perfección y maduren convenientemente.


En invierno, por fin, parte de Occidente mi carrera. Y de tal suerte, alivio a mis amigos los árboles del peso fatigoso de sus frutos, y seco las hojas por conservar la vida de las hermosas ramas.


Yo soy quien hace conversar a las flores con las flores, quien mece las mieses, quien otorga a los arroyos sus cadenas argénteas.


Yo soy quien fecunda a la palmera, quien revela a la amante los secretos del corazón que ella ha inflamado, y es mi aliento perfumado quien anuncia al peregrino del amor que se acerca a la tienda de su bienamada.


"Y ahora, si queréis, ¡oh señores míos y señoras mías! -continuó Tohfa-, os diré el Canto de la Rosa...


En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.

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