Pero cuando llegó la 900ª noche

siguiente anterior


Ella dijo:

"... Porque desde la infancia amaba a su esposo Ataf, que era el hijo de su tío, y sentía una ternura extremada por él.

En cuanto a Ataf, tras de dar aquella noticia a su tío, se apresuró a ir en busca de su huésped, y le dijo: "¡Oh hermano mío! he estado ocupándome de la joven divorciada, y Alah ha querido llevar a buen fin mi empresa. Regocíjate, pues, porque tu unión con ella será fácil ahora. Levántate y desecha tu tristeza y tu malestar". Y Giafar se levantó al punto, y desapareció su malestar, comió y bebió con apetito, y dió gracias a su Creador. Y Ataf le dijo entonces: "Ahora has de saber ¡oh hermano mío! que para que yo pueda intervenir más eficazmente todavía en la cosa, no conviene que el padre de tu amada, al cual voy a volver a hablar de tu matrimonio, sepa que eres un extranjero, y me diga: "¡Oh Ataf! ¿y desde cuándo los padres casan a sus hijas con hombres extranjeros a quienes no conocen?" Por eso mi propósito es que seas ventajosamente conocido por el padre de la joven. Y a tal fin, haré armar para ti, fuera de la ciudad, unas tiendas con hermosas alfombras, cojines, cosas suntuosas y caballos. Y sin que nadie sepa que sales de aquí, irás a habitar en esas hermosas tiendas, que serán tu campamento de viaje, y harás una entrada pomposa en nuestra ciudad. Y yo, por mi parte, tendré cuidado de difundir por toda la ciudad el rumor de que eres un gran personaje de Bagdad, ¡y hasta diré que eres Giafar Al-Barmaki en persona, y que vienes, de parte del Emir de los Creyentes, a visitar nuestra ciudad! Y el walí de Damasco, el kadí y el naieb, a quien yo mismo habré ido a informar de la llegada del visir Giafar, saldrán en persona a tu encuentro, y te harán sus zalemas y besarán la tierra entre tus manos. Y entonces dirás a cada uno las palabras que debes decir, y les tratarás con arreglo a su rango. Y también yo iré a visitarte a tu tienda, y nos dirás a todos: "¡Vengo a vuestra ciudad para cambiar de aires y encontrar una esposa de mi gusto! ¡Y como he oído hablar de la belleza de la hija del emir Amr, a ella es a quien quisiera tener por esposa!" Y entonces ¡oh hermano mío! no sucederá más que lo que anhelas".

Así habló el generoso Ataf al huésped de quien no conocía nombre ni posición, y que no era otro que Giafar Al-Barmaki con sus propios ojos. Y se conducía de tal suerte con él solo porque era su huésped y había probado el pan y la sal de su hospitalidad. Porque el generoso Ataf estaba dotado de un alma generosa y de sentimientos sublimes. Y antes de él jamás hubo sobre la tierra hombre que se le pudiese comparar, y después de él no lo habrá jamás tampoco.

Por lo que respecta a Giafar, cuando hubo oído aquellas palabras de su amigo, se irguió sobre ambos pies y cogió la mano de Ataf y quiso besársela; pero Ataf lo comprendió, y retiró vivamente su mano. Y Giafar continuó callando su nombre y ocultando a su huésped su alta condición de gran visir y cabeza de los Barmecidas y corona suya, dió gracias con efusión a su huésped, y pasó con él aquella noche, y se acostó en el mismo lecho que él. Y al día siguiente, al despuntar el alba, se levantaron ambos, e hicieron sus abluciones y recitaron sus plegarias de la mañana. Luego salieron juntos, y Ataf acompañó a su amigo hasta las afueras de la ciudad.

Tras de lo cual Ataf hizo preparar las tiendas y todo lo necesario, como caballos, camellos, mulas, esclavos, mamalik, cofres conteniendo toda clase de regalos para repartir y cajones conteniendo sacos de oro y plata. Y envió todo aquello fuera de la ciudad, secretamente, y fué en busca de su amigo, y le puso un traje de gran visir, de lo más suntuoso y de mucho valor. Y mandó que levantaran para él, en la tienda principal, un trono de gran visir, y le hizo sentarse allí. ¡Y no sabía que aquel a quien iba a llamar en lo sucesivo gran visir Giafar era en realidad el propio Giafar, hijo de Yahía el Barmecida! Y hecho y combinado aquello, envió esclavos mensajeros al naiab de Damasco para anunciarle la llegada de Giafar el gran visir, enviado en comisión por el califa.

Y en cuanto el naieb de Damasco se enteró de aquel acontecimiento, salió de la ciudad, acompañado por los notables de la ciudad de su autoridad y de su gobierno, y fué al encuentro del visir Giafar y besó la tierra entre sus manos, y le dijo: "¡Oh mi señor! ¿por qué no nos has informado antes de tu llegada bendita, a fin de que hubiésemos podido prepararte una recepción digna de tu rango?". Y Giafar contestó: "¡No hay para qué! Plegue a Alah favorecerte y aumentar tu buena salud; pero no he venido aquí más que con intención de cambiar de aires y visitar la ciudad. Y por cierto que voy a permanecer aquí muy poco tiempo, lo preciso para casarme. Porque me he enterado de que el emir Arar tiene una hija de noble raza, y deseo de ti que hables del asunto con su padre y que me la obtengas de él por esposa". Y el naieb de Damasco contestó: "Escucho y obedezco. Precisamente su esposo acaba de divorciarse de ella, porque desea ir al Hedjaz en peregrinación. Y en cuanto haya transcurrido el tiempo legal de la separación, no habrá ya ningún inconveniente para que se celebren los esponsales de Tu Honor".

Y se despidió de Giafar, y en aquella hora y en aquel instante fué en busca del padre de la joven, esposa divorciada del generoso Ataf, y le hizo ir a las tiendas y le dijo que el gran visir Giafar había manifestado deseos de casarse con su hija, que era de noble linaje. Y el emir Arar no pudo contestar más que con el oído y la obediencia.

Entonces Giafar dió orden de llevar los ropones de honor y el oro de los sacos y de que lo distribuyeran. E hizo ir al kadí y a los testigos, y les mandó extender sin tardanza el contrato de matrimonio. E hizo inscribir, como dote y viudedad de la joven, diez cofres de suntuosidades y diez sacos de oro. Y ordenó sacar los regalos, grandes y pequeños, y los hizo distribuir, con la generosidad de un Barmecida, a los concurrentes ricos y pobres, para que todo el mundo quedase contento. Y cuando estuvo escrito el contrato sobre una tela de raso, mandó llevar agua con azúcar, e hizo poner ante los invitados las mesas de manjares y de cosas excelentes. Y todo el mundo comió y se lavó las manos. Luego se sirvieron los dulces y las frutas y las bebidas refrescantes. Y cuando se dió fin a todo y se revisó el contrato, el naieb de Damasco dijo al visir Giafar: "¡Voy a preparar una casa para tu residencia y para recibir a tu esposa!"

Y Giafar contestó: "No es posible. He venido aquí en comisión oficial del Emir de los Creyentes, y he de llevarme conmigo a mi esposa a Bagdad, donde solamente deberán tener lugar las ceremonias de las bodas". Y el padre de la desposada dijo: "Celebremos ya los desposorios, y parte cuando te plazca". Y Giafar contestó: "¡Tampoco puedo acceder a eso, porque primero es preciso que haga yo preparar el equipo de tu hija, y una vez que esté dispuesto y sólo entonces, partiré". Y el padre contestó: "¡No hay inconveniente!".

Y cuando estuvo dispuesto el equipo y todas las cosas se encontraron a punto, el padre de la desposada hizo sacar el palanquín y sentarse dentro a su hija. Y el convoy emprendió el camino de las tiendas, entre una muchedumbre. Y después de las despedidas por una y otra parte, se dió la señal de marcha. Y Giafar en su caballo y la desposada en el soberbio palanquín, emprendieron la ruta de Bagdad con un séquito numeroso y bien ordenado.

Y viajaron durante cierto tiempo. Y ya habían llegado al paraje llamado Tiniat el'lgab, que está a media jornada del camino de Damasco, cuando Giafar miró atrás y divisó en lontananza, por la parte de Damasco, a un jinete que galopaba hacia ellos. Y al punto mandó parar la caravana para ver de qué se trataba. Y cuando el jinete estuvo muy cerca de ellos, Giafar le miró, y he aquí que era Ataf el Generoso, que iba gritando: "No te detengas, ¡oh hermano mío!". Y se acercó a Giafar y le abrazó y le dijo: "¡Oh mi señor! no tengo ningún sosiego lejos de ti. ¡Oh hermano mío Abu'l-Hassán! más me hubiera valido no haberte visto ni conocido nunca, porque ahora no podré soportar tu ausencia". Y Giafar le dió las gracias y le dijo: "No he podido corresponder a todos los beneficios de que me has colmado. Pero ruego a Alah que facilite nuestra reunión para pronto y para no separarnos ya nunca. ¡Él es Todopoderoso, y puede lo que quiera!" Luego Giafar se apeó del caballo, e hizo extender un tapiz de seda, y se sentó al lado de Ataf. Y les sirvieron una bandeja con un gallo asado, pollos, dulces y otras cosas delicadas. Y comieron. Y les llevaron frutas secas, y confituras secas y dátiles maduros. Luego bebieron durante una hora de tiempo, y volvieron a montar en sus caballos. Y Giafar dijo a Ataf: "¡Oh hermano mío! cada viajero debe partir hacia su punto de destino".

Y Ataf le estrechó contra su pecho, y le besó entre ambos ojos y le dijo: "¡Oh hermano mío Abu'l-Hassán! no interrumpas el envío de tus cartas a nosotros y no prolongues tu ausencia a costa de nuestro corazón. Y tenme al corriente de cuanto te ocurra, de modo que me parezca que estoy cerca de ti". Y aún se dijeron otras palabras de adiós, y se despidieron uno de otro, y cada cual se fué por su camino. ¡Y he aquí lo referente al gran visir Giafar, de quien su amigo no sospechaba que fuese el propio Giafar, y a Ataf el Generoso!

He aquí ahora lo referente a la joven divorciada, nueva esposa de Giafar...


En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.



Y cuando llegó la 901ª noche

siguiente anterior


Ella dijo:

"... He aquí ahora lo referente a la joven divorciada, nueva esposa de Giafar. Cuando advirtió que los camellos y la caravana habían detenido su marcha, sacó la cabeza fuera de la litera, y vió a su primo Ataf sentado en tierra sobre el tapiz al lado de Giafar, y que ambos comían y bebían juntos y se decían adiós. Y dijo ella para sí: "¡Por Alah! ése es mi primo Ataf, y ese otro es el hombre que me vió a la ventana y sobre el cual hasta creo que dejé caer agua cuando regaba el jardín de mi ventana. Y sin duda alguna el amigo de mi primo es él. Se ha prendado de amor por mí y se ha lamentado por ello ante mi primo Ataf. Y me ha descripto, y ha descripto mi casa; y entonces la generosidad y la grandeza de alma de mi primo le han impulsado a divorciarse para que su amigo me tome por esposa". Y pensando de este modo, se puso a llorar sola en la litera, y a lamentarse por lo que les había ocurrido, por su separación de su primo, a quien amaba, de sus parientes y de su ciudad. Y recordó cuanto era y cuanto había sido.

Y de sus ojos cayeron lágrimas abrasadoras, mientras recitaba estos versos:


¡Lloro el recuerdo de los sitios que amaba y de las bellezas que he perdido! ¡Oh! ¡no censuréis al enamorado si un día se vuelve loco!


¡Porque los seres queridos habitan en esos sitios, en esos parajes! ¡Oh, loores a Alah! ¡cuán dulce es su habitación!


¡Alah proteja los días pasados entre nosotros, ¡oh queridos amigos míos! y ojalá nos reúna la dicha en la misma casa!


Y cuando acabó este recitado, lloró y se lamentó, y recitó aún: ¡Asombrado estoy de vivir todavía sin vosotros, en medio de todas las preocupaciones que nos abruman!


¡Deseo por vosotros, caros ausentes bienamados, que con vosotros quede mi corazón herido!


Tras de lo cual lloró y sollozó más aún, y no pudo por menos de recordar estos versos:


¡Venid, ¡oh vosotros a quienes he dado mi alma! ¡He deseado arrancarla de vosotros, pero no lo pude conseguir!


¡Y tú, apiádate del resto de una vida que te he sacrificado antes de que yo lance mi última mirada a la hora de la muerte!


¡Si os hubierais perdido todos, no me asombraría; mi asombro existiría si su destino perteneciese a otro!


¡Y he aquí lo referente a ella!

Pero he aquí ahora lo relativo al gran visir Giafar. En cuanto la caravana se puso en marcha otra vez, se acercó él al palanquín y dijo a la recién casada: "¡Oh señora del palanquín, el viaje nos ha matado!". Pero a estas palabras, ella le miró con dulzura y modestia, y contestó: "No debo hablarte, porque soy la prima-esposa de tu amigo y compañero Ataf, príncipe de la generosidad y de la abnegación. Si hay en ti el menor sentimiento humano, debes hacer por él lo que en su abnegación ha hecho él mismo por ti".

Cuando Giafar hubo oído estas palabras, se le turbó mucho el alma; pero comprendiendo lo difícil de la situación, dijo a la joven: "¡Oh tú! ¿eres verdaderamente su prima-esposa?"

Y ella dijo: "¡Sí! Yo soy la que viste a la ventana en tal día, cuando ocurrieron tales y cuales cosas y tu corazón se prendó de mí. Y se lo contaste todo. Y él se divorció. Y mientras expiraba el plazo legal, ha preparado cuanto me está causando tanta pena ahora. Y ya que te he explicado la situación, no te queda más remedio que conducirte como un hombre".

Cuando Giafar oyó estas palabras empezó a sollozar muy fuerte, diciendo: "De Alah procedemos y tornamos a Él. ¡Oh tú! He aquí que ahora estás prohibida para mí, y serás entre mis manos un depósito sagrado hasta que vuelvas al sitio que quieras indicar". Entonces dijo a uno de sus servidores: "Quedas encargado de la guardia de tu señora". Y así continuaron viajando día y noche, ¡y esto es lo referente a ellos!

Pero he aquí lo referente al califa Harún Al-Raschid.

En seguida de partir Giafar, se sintió a disgusto y lleno de pena por su ausencia. Y tuvo una gran impaciencia y le atormentó el deseo de volver a verle. Y se arrepintió de las condiciones irrealizables que le había impuesto, obligándolo con ello a errar por desiertos y soledades como un vagabundo y forzándolo a abandonar su comarca natal. Y despachó emisarios en todas direcciones para buscarle. Pero no pudo saber noticia alguna de él, y quedó disgustado por no tenerle junto a sí. Y le añoraba y le esperaba.

Y he aquí que, cuando Giafar estuvo próximo a Bagdad con su caravana, el califa se enteró de ello y se regocijó en el alma, y sintió que se le aligeraba el corazón y se le dilataba el pecho. Y salió a su encuentro, y en cuanto estuvo a su lado, le besó y le estrechó contra su seno. Y entraron juntos en palacio, y el Emir de los Creyentes hizo sentarse al lado suyo a su visir, y le dijo: "Ahora cuéntame tu historia, a partir del momento en que abandonaste este palacio, y todo lo que te ha sucedido durante tu ausencia".

Y Giafar le contó todo lo que le había sucedido desde el momento de su marcha hasta el de su regreso. Pero no hay ninguna utilidad en repetirlo. Y el califa se asombró mucho, y dijo: "¡Ualahí! me has causado mucha pena con tu ausencia. ¡Pero ahora tengo muchas ganas de conocer a tu amigo! Y en cuanto a la joven del palanquín, mi opinión es que inmediatamente debes divorciarte de ella y ponerla en camino, para que regrese acompañada de un servidor de confianza. Porque si tu compañero encuentra en ti un enemigo, se hará enemigo nuestro; y si encuentra en ti un amigo, se hará también amigo nuestro. Y le haremos venir entre nosotros, y le veremos, y tendremos el gusto de oírle y pasaremos el tiempo con él alegremente.

Un hombre así no es de despreciar, y de su generosidad sacaremos una enseñanza grande y otras muchas cosas útiles".

Y Giafar contestó: "Oír es obedecer". E hizo arreglar, para la joven consabida, una casa muy hermosa con un jardín delicioso; y puso a su disposición todo un séquito de esclavos y de servidores. Y además le envió tapices y porcelanas y todas las demás cosas de que podía tener necesidad. Pero nunca se acercó a ella ni trató de verla nunca. Y a diario le transmitía sus zalemas y palabras tranquilizadoras concernientes a su regreso y a su reunión con su primo. Y le dió mil dinares al mes para los gastos de su existencia. ¡Y esto es lo referente a Giafar, al califa y a la joven del palanquín!

¡Por lo que a Ataf respecta, las cosas sucedieron de modo muy distinto! En efecto, no bien se despidió de Giafar y desanduvo su camino, cuantos le tenían envidia se aprovecharon de los acontecimientos para combinar su perdición, embaucando al naieb de Damasco. Y dijeron al naieb: "¡Oh señor nuestro! ¿cómo es posible que no vuelvas tus ojos hacia Ataf? ¿No sabes que el visir Giafar era amigo suyo? ¿Y no sabes que Ataf ha echado a correr detrás de él para decirle adiós después de regresar nuestras gentes, y le ha acompañado hasta Katifa? ¿Y no sabes que Giafar le dijo entonces?: "¿No necesitas nada de mi, ¡oh Ataf!?". Y Ataf contestó: "Sí, necesito una cosa. Y es un edicto del califa por el cual sea destituído el naieb de Damasco". Y así se ha acordado y prometido entre ellos. Y lo más prudente que puedes hacer es invitarle a tu mantel para la comida de la mañana, antes de que él te invite al suyo para la comida de la noche. Porque el éxito estriba en la ocasión, y el asalto no aprovecha más que a quien lo da".

Y el naieb de Damasco les contestó: "Bien dicho. Traédmele, pues, inmediatamente". Y fueron a casa de Ataf, que descansaba tranquilamente, ignorando que pudiese nadie tramar contra él cosa alguna. Y se abalanzaron a él, armados de sables y garrotes, y le maltrataron hasta que estuvo cubierto de sangre. Y le arrastraron a la presencia del naieb. Y el naieb ordenó que saquearan su casa. Y sus esclavos, sus riquezas y toda su familia pasaron a manos de los saqueadores. Y Ataf preguntó "¿Cuál es mi crimen?". Y le contestaron: "¡Oh rostro de brea! ¿tan ignorante estás de la justicia de Alah (¡exaltado sea!) que atacas al naieb de Damasco, nuestro señor y nuestro padre, y crees que vas a poder dormir en paz después en tu casa?" Y se ordenó al porta alfanje que le cortara la cabeza en aquella hora y en aquel instante. Y el porta alfanje le desgarró un trozo del traje y le vendó los ojos. Y ya esgrimía el alfanje sobre su cuello, cuando uno de los emires que asistían a la ejecución se levantó y dijo: "¡Oh naieb! no te apresures tanto a hacer cortar la cabeza de este hombre. Porque la precipitación es un consejo del Cheitán, y dice el proverbio: "Sólo consigue su propósito el que alberga a la paciencia en su corazón, mientras el error es patrimonio de quien se precipita".

No te apresures, pues, a poner en peligro el cuello de este hombre, porque quizá no sean más que unos embusteros los que han hablado mal de él. Y nadie se halla exento de envidia. Así, pues, ten paciencia, porque acaso más tarde te arrepentirás de haberle quitado la vida injustamente.

¿Y quién sabe lo que sucedería si el visir Giafar se entera del trato que has hecho sufrir a su amigo y compañero? ¡Y entonces es cuando tu cabeza no estará segura sobre tus hombros...


En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.



Pero cuando llegó la 902ª noche

siguiente anterior


Ella dijo:

"¡... Y entonces es cuando tu cabeza no estará segura sobre tus hombros! ".

Cuando el naieb de Damasco oyó estas palabras, salió de su sueño y levantó la mano, y detuvo el alfanje que tan de cerca amenazaba la vida de Ataf. Y ordenó que solamente se encarcelase a Ataf y se le echase una cadena al cuello. Y a pesar de sus gritos y súplicas, le arrastraron a la cárcel de la ciudad y le encadenaron por el cuello, como había sido ordenado. Y Ataf se pasaba las noches y los días llorando, poniendo Alah por testigo y suplicándole que le librara de su aflicción y de sus desdichas. Y vivió tres meses de aquella manera.

Una noche entre las noches se despertó, se humilló ante Alah, y recorrió su prisión hasta donde le permitía su cadena. Y observó que estaba solo en su prisión y que el carcelero que la víspera le había llevado el pan y el agua se había olvidado de cerrar la puerta detrás de él. Y por la puerta entreabierta penetraba un débil resplandor. Y al ver aquello, Ataf sintió de pronto que se le henchían los músculos de una fuerza extraordinaria, y alzando los ojos en dirección al cielo de Alah, hizo un gran esfuerzo y de primera intención rompió la cadena que le sujetaba. Y a tientas, con mil precauciones, se aventuró por los recovecos de la cárcel dormida, y acabó por encontrarse ante la propia puerta que daba a la calle. Y no le costó trabajo encontrar la llave, colgada en un rincón. Y abriendo sin hacer el menor ruido, salió a la calle y se perdió en la noche. Y las tinieblas de Alah le protegieron hasta por la mañana. Y no bien se abrieron las puertas de la ciudad, salió él, mezclándose con la muchedumbre, y apresuró su marcha en dirección a Alepo. Y después de largas caminatas, llegó sin contratiempo a la ciudad de Alepo y entró en la mezquita principal. Y se encontró allí con un grupo de extranjeros que se disponían de modo manifiesto a partir. Y les preguntó adónde iban. Y le contestaron: "¡A Bagdad!" Y al punto exclamó Ataf: "¡Y yo con vosotros!" Y ellos le dijeron: "¡Esa es la tierra a que pertenecen nuestros cuerpos; pero nuestra subsistencia está al lado de Alah solamente!". Y partieron con Ataf entre ellos. Y al cabo de veinte días de camino llegaron a la ciudad de Kufa; y prosiguieron el viaje hasta llegar a Bagdad: Y Ataf vió una ciudad con grandes edificios, y elegante, y rica en palacios magníficos que ascendían hasta el cielo, y en deleitables jardines; y contenía por igual a sabios y a ignorantes, a pobres y a ricos, a buenos y a malos. Y entró él en la ciudad con su traje de pobre, con un turbante sucio y desgarrado a la cabeza, y una barba inculta y cabellos demasiado largos. Y era lamentable su condición. Y franqueó la puerta de la primera mezquita que encontró. Y hacía dos días que no había comido. Y estaba sentado en un rincón, descansando y reflexionando tristemente, cuando entró en la mezquita un vagabundo, de la especie de los vagabundos que mendigan a las puertas de Alah, y fué a sentarse precisamente enfrente de él. Y se descargó un zurrón viejo que llevaba al hombro, y lo abrió y sacó un pan, luego un pollo, luego otro pan, luego confituras, luego una naranja, luego aceitunas, luego pasteles de dátiles y luego un cohombro. Y el hambriento Ataf veía con sus ojos y olía con su nariz. Y el vagabundo se puso a comer y Ataf a mirarle cómo engullía con calma aquella comida que se diría la del propio mantel de Issa, (Jesús) hijo de Miriam (Maria) (¡con ambos la paz y la bendición de Alah!) Y Ataf, que no solamente no había comido desde hacía dos días, sino que ni siquiera se había hartado ninguna vez desde hacía cuatro meses, dijo para sí: "¡Por Alah, que me tomaría un bocado de ese excelente pollo, y un pedazo de ese pan, y por lo menos una raja de ese cohombro delicioso!". Y tanto le salía a los ojos el deseo del pan y del pollo y del cohombro, que el vagabundo le miró. Y torturado por su hambre extremada, Ataf no pudo por menos de llorar. Y el vagabundo movió la cabeza contemplándole, y cuando hubo tragado el bocado de cosas buenas que a la sazón le llenaba la boca, tomó la palabra y dijo: "¿Por qué ¡oh padre de la barba sucia! haces como los extranjeros y como los perros famélicos, que piden con la mirada el pedazo que se come su amo? ¡Por la protección de Alah, que aun cuando viertas lágrimas bastantes para alimentar el Yaxarte, el Bactros, y el Dajlah, y el Eufrates, y el río de Bassra, y el río de Antioquía, y el Oronto, y el Nilo de Egipto, y el mar salado, y la profundidad de todos los océanos, no te cederé ni un trozo de lo que como. Pero si quieres comer pollo blanco, y pan caliente, y cordero tierno, y todas las confituras y pasteles de Alah, no tienes más que llamar en la casa del gran visir Giafar, hijo de Yahia el Barmecida. Porque ha recibido en Damasco la hospitalidad de un hombre llamado Ataf, y en recuerdo suyo y en honor suyo prodiga así sus beneficios; y no se levanta ni se acuesta sin hablar de él".

Cuando Ataf oyó estas palabras al vagabundo del zurrón bien provisto, alzó los ojos al cielo y dijo: "¡Oh Tú, cuyos designios son impenetrables, he aquí que de nuevo prodigas Tus beneficios sobre Tu servidor!".

Y recitó estos versos:


¡Confía tus asuntos al Creador en cuanto los veas embrollados! ¡Luego siéntate con tus penas y desecha tus pensamientos!


Después fué a casa de un mercader de papel y le pidió por caridad un trozo de papel y el préstamo de un cálamo sólo por el tiempo preciso para escribir unas palabras. Y el mercader accedió a darle lo que le pedía. Y Ataf escribió lo que sigue:

"¡De parte de tu hermano Ataf, a quien Alah conoce! Quien posea el mundo no se enorgullezca, porque día llegará en que se vea arruinado y permanezca solo en el polvo con su amargo destino. Si me vieras, no me reconocerías por mi pobreza y mi miseria, pues los reveses del tiempo, el hambre, la sed y un largo viaje han reducido mi alma y mi cuerpo al estado de inanición. Y mira por dónde te encuentro al llegar aquí. ¡Y la paz sea contigo!".

Luego dobló el papel y devolvió el cálamo a su propietario, dándole muchas gracias. Y preguntó dónde estaba la casa de Giafar. Y cuando se la indicaron, se detuvo y se quedó de pie ante la puerta a cierta distancia. Y los guardias de la puerta le vieron así, de pie y sin pronunciar una palabra, y tampoco le hablaron. Y cuando ya empezaba a sentirse muy azorado por aquella situación, pasó junto a él un eunuco vestido con un traje magnífico y con cinturón de oro. Y Ataf se le aproximó y le besó la mano y le dijo: "¡Oh mi señor! el enviado de Alah (¡con Él la plegaria y la paz!) ha dicho: "El intermediario de una buena acción vale tanto como el que hace la buena acción, y el que la hace se halla entre los bienaventurados de Alah en el cielo" Y el eunuco preguntó: "¿Y qué necesitas?". Ataf dijo: "Deseo de tu bondad que lleves este papel al dueño de esa casa, diciéndole: "Tu hermano Ataf está a la puerta".

Cuando el eunuco hubo oído estas palabras, montó en cólera y los ojos se le salieron de la cabeza, y gritó: "¡Oh descarado embustero! ¿cómo pretendes ser hermano del visir Giafar?" Y con un bastón de oro que llevaba en la mano golpeó a Ataf en el rostro. Y brotó la sangre del rostro de Ataf, que cayó al suelo cuan largo era, porque la fatiga, el hambre y las lágrimas le habían debilitado en extremo.

Pero, como dice el Libro: "Alah ha puesto el instinto de la bondad en el corazón de ciertos esclavos, lo mismo que ha puesto el instinto de la maldad en el de los otros". Así es que un segundo eunuco, que veía desde lejos lo que pasaba, se acercó al primero, lleno de cólera y de indignación por lo que acababa de hacer, y movido a piedad por Ataf. Y el primer eunuco le dijo: "¿No has oído que pretende ser hermano del visir Giafar?". Y el segundo eunuco le contestó: "¡Oh mal hombre, hijo de la maldad, esclavo de la maldad! ¡oh maldito! ¡oh cochino! ¿Acaso Giafar es uno de nuestros profetas? ¿No es un perro de la tierra como nosotros? Todos los hombres son hermanos, que tienen por padre y por madre a Adán y Eva, y ha dicho el poeta:


¡Los hombres, por comparación, son todos hermanos! ¡Su padre es Adán y su madre es Eva!

"Y la diferencia que hay entre unos y otros sólo estriba en la mayor o menor bondad de los corazones".


Y tras de hablar así se inclinó sobre Ataf y le incorporó y le hizo sentarse, y secó la sangre que le corría por la cara y le lavó y sacudió el polvo de la ropa, y le preguntó: "¡Oh hermano mío! ¿qué es lo que deseas?". Y Ataf contestó: "Solamente deseo que lleven a Giafar este papel y lo entreguen entre sus manos". Y el servidor de corazón compasivo cogió el papel de manos de Ataf y entró en la sala donde se hallaba el gran visir Giafar el Barmecida, en medio de sus oficiales, de sus parientes y de sus amigos, sentados unos a su derecha y otros a su izquierda. Y todos bebían y recitaban versos, y se regocijaban con música de laúdes y de cánticos deliciosos. Y el visir Giafar; con la copa en la mano, decía a los que les rodeaban: "¡Oh vosotros todos los que os reunís aquí! la ausencia de los ojos no impide ver la presencia en el corazón. Y nada puede hacerme que no piense en mi hermano Ataf ni hable de él. Es el hombre más magnífico de su tiempo y de su edad. Me ha regalado caballos, esclavos jóvenes blancos y negros, muchachas y hermosas telas, y cosas suntuosas, en cantidad bastante para constituir la dote y la viudedad de mi esposa. Y si no se hubiese conducido así, habría perecido yo, sin duda, y estaría perdido sin remedio. ¡Fué mi bienhechor sin saber quién era yo, y se mostró generoso sin la menor mira de provecho o interés!".

Cuando el excelente servidor hubo oído estas palabras de su señor, se regocijó en el alma, y avanzó e inclinó su cuello y su cabeza ante él, y le presentó el papel. Y Giafar lo cogió, y habiéndolo leído, quedó tan trastornado que parecía que había bebido veneno. Y ya no supo qué hacer ni qué decir. Y cayó de bruces, teniendo todavía en la mano la copa de cristal y el papel. Y la copa se rompió en mil pedazos y le hirió profundamente en la frente. Y corrió su sangre, y de su mano se escapó el papel. Cuando el servidor vió aquello, se apresuró a poner pies en polvorosa por miedo a las consecuencias. Y los amigos del visir Giafar levantaron a su señor y le restañaron la sangre. Y exclamaron: "¡No hay recurso ni fuerza más que en Alah el Altísimo, el Todopoderoso! Estos malditos están siempre afligidos del mismo carácter: turban la vida de los reyes en sus placeres e interrumpen su buen humor. ¡Por Alah, que quien ha escrito este papel merece sencillamente ser arrastrado a casa del walí para que le aplique quinientos palos y le meta en la cárcel!".

Y acto seguido, los esclavos del visir salieron a la busca del que había escrito el papel. Y Ataf evitó la pesquisa, diciendo: "Es mío, ¡oh mis señores!". Y se apoderaron de él y le arrastraron a presencia del walí, y pidieron para él quinientos palos. Y el walí se los concedió. Y además hizo escribir en las cadenas de Ataf: "Cadena perpetua". ¡Así se portaron con Ataf el Generoso! Y de nuevo le arrojaron a un calabozo, donde estuvo aún dos meses, y donde se perdieron y borraron sus huellas.

Y al cabo de estos dos meses le nació un niño al Emir de los Creyentes Harún Al-Raschid, quien, con tal motivo, ordenó que se distribuyesen limosnas y se hiciesen dádivas a todo el mundo, y que se libertase de cárceles y calabozos a los presos. Y entre los que se soltaron se encontró Ataf el Generoso.

Cuando Ataf se vió libre de la prisión, débil, hambriento, arruinado y desnudo, alzó sus miradas al cielo y exclamó: "¡Gracias te sean dadas, Señor, en toda circunstancia!" Y sollozó y dijo: "Sin duda he sufrido todo esto a causa de alguna falta cometida por mí en el pasado, pues Alah me ha favorecido con sus mejores beneficios y yo le he correspondido con la desobediencia y la rebeldía. ¡Pero le suplico que me perdone, aunque haya ido demasiado lejos en el libertinaje y en mi abominable conducta!".

Luego recitó estos versos:

¡Oh Dios! ¡el adorador hace lo que no debería hacer; es pobre y depende de ti!

¡En los placeres de la vida, se olvida; y como lo hace por ignorancia, perdónale sus culpas!


Y todavía vertió algún llanto más y dijo para sí: "¿Qué voy a hacer ahora? Si parto para mi país tan débil como estoy, moriré antes de llegar; y si, por suerte mía, llego, no habrá ninguna seguridad para mi vida, a causa del naieb; y si me quedo aquí entre los mendigos, mendigando yo también, ninguno de ellos me admitirá en la corporación, ya que nadie me conoce; y no podré proporcionarme a mí mismo la menor ayuda ni la menor utilidad. Por eso, lo que voy a hacer es abandonar mi destino al Dueño de los destinos...

En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana y se calló discretamente.



Pero cuando llegó la 903ª noche

siguiente anterior


Ella dijo:

"... Por eso, lo que voy a hacer es abandonar mi destino al Dueño de los destinos.

He aquí que todo se vuelve contra mí y todo sale al contrario de lo que yo esperaba.

Y el poeta estaba en lo cierto cuando decía:


¡Oh amigo! ¡he corrido a través del mundo, de Oriente a Occidente! ¡Pero todo lo que encontré fueron penas y fatigas!


¡He tratado a los hombres de la época! ¡Pero no he encontrado ni un amigo agradable ni mi igual!


Y de nuevo lloró y exclamó: "¡Oh Dios! ¡dame la virtud de la paciencia! Tras de lo cual se levantó y se dirigió a una mezquita, entrando en ella. Y allí se quedó hasta la tarde. Y aunque aumentaba su hambre, dijo: "Por Tu magnanimidad y Tu majestad, Señor, juro que no pediré nada a nadie más que a Ti". Y se quedó en la mezquita, sin tender la mano a ningún creyente, hasta la caída de la noche Y entonces salió, diciendo: "Conozco la frase del Profeta (¡con Él la bendición y la paz de Alah!) que dice: "Alah te dejaría dormir en el santuario; pero tú debes abandonarlo a Sus adoradores, porque el santuario se hizo para la plegaria y no para el sueño". Y anduvo algún tiempo por las calles, y acabó por llegar a una construcción en ruinas, donde entró para pasar la noche y dormir. Y tropezó en la oscuridad y cayó de bruces. Y notó que había caído sobre el mismo obstáculo que le había hecho tropezar. Y vió que era un cadáver de un hombre recientemente asesinado. Y a su lado estaba, en el suelo, el cuchillo del asesinato.

Y ante aquel descubrimiento, Ataf se levantó vivamente, con sus andrajos cubiertos de sangre. Y allí permaneció inmóvil, perplejo y sin saber qué partido tomar, diciéndose: "¿Me quedaré o huiré?" Y mientras estaba en aquella situación acertaron a pasar por delante de la entrada de la ruina el walí y sus agentes de policía, y Ataf les gritó "¡Venid a ver esto!" Y entraron ellos con sus antorchas y se encontraron con el cuerpo del asesinado, y con el cuchillo al lado suyo, y con el desdichado Ataf de pie a la cabecera del cadáver y manchados de sangre sus andrajos. Y le gritaron: "¡Oh miserable! ¡tú eres quien le ha matado!" Y Ataf no dió respuesta alguna. Entonces se apoderaron de él, y el walí dijo: "Amarradle y arrojadle al calabozo hasta que demos cuenta del asunto al gran visir Giafar. Y si Giafar ordena su muerte, le ejecutaremos".

E hicieron como habían dicho.

En efecto, al día siguiente, el hombre encargado de los escritos escribió a Giafar una comunicación concebida así: "Entramos en una ruina y nos encontramos en ella a un hombre que había matado a otro. Y le interrogamos, y con su silencio declaró que era el autor del asesinato. ¿Cuáles son, pues, tus órdenes?". Y el visir les ordenó que le condenaran a muerte. Y en consecuencia, sacaron a Ataf de la prisión, le arrastraron a la plaza donde se ahorcaba y se cortaban cabezas, arrancaron una tira de sus andrajos y le vendaron con ella los ojos. Y le entregaron al porta alfanje. Y el porta alfanje preguntó al walí: "¿Le corto el cuello, ¡oh mi señor!?". Y el walí contestó: "¡Córtaselo!". Y el porta alfanje blandió su hoja bien afilada, que brilló y lanzó chispas en el aire; y la hizo voltear, y ya la bajaba para hacer saltar la cabeza, cuando se dejó oír un grito detrás de él: "¡Detén tu mano!". Y aquella era la voz del gran visir Giafar, que volvía de paseo. Y el walí se puso ante él, y besó la tierra entre sus manos. Y Giafar le preguntó: "¿Por qué hay aquí tanta gente?". Y el walí contestó: "Porque se procedía a la ejecución de un joven de Damasco, al que encontramos ayer en unas ruinas, y que a todas nuestras preguntas, repetidas por tres veces, ha contestado con el silencio en lo que afecta al asesinado, hombre de sangre noble".

Y dijo Giafar: "¡Oh! ¿cómo va a venir de Damasco hasta aquí un hombre para arriesgarse en semejante empresa? ¡Ualahí, eso no es posible!". Y ordenó que llevaran a su presencia al hombre. Y cuando el hombre estuvo entre sus manos, Giafar no le reconoció, porque la fisonomía de Ataf había cambiado y su buena cara y su buen aspecto se habían desvanecido.

Y Giafar le preguntó: "¿De qué país eres, ¡oh joven!?". Y el otro contestó: "¡Soy un hombre de Damasco!". Y Giafar preguntó: "¿De la ciudad misma o de los pueblos que la rodean?".

Y Ataf contestó: "¡Ualahí! ¡oh mi señor! de la propia ciudad de Damasco, en donde he nacido". Y Giafar preguntó: "¿Conociste, por casualidad, allí a un hombre reputado por su generosidad y su mano abierta, que se llamaba Ataf?". Y el condenado a muerte contestó: "¡Le he conocido cuando tú eras amigo suyo y vivías con él en tal casa, en tal calle y en tal barrio, ¡oh mi señor! y cuando ambos ibais a pasearos juntos por los jardines! ¡Le he conocido cuando te casaste con su prima-esposa! ¡Le he conocido cuando os despedisteis en el camino de Bagdad y cuando bebisteis en la misma copa!" Y Giafar contestó: "¡Sí, es cierto cuanto dices con respecto a Ataf Pero ¿qué ha sido de él después de separarse de mí?" Y el otro contestó: "¡Oh mi señor! ¡le ha perseguido el Destino y le ha ocurrido tal y cual cosa!". Y le hizo el relato de cuanto le había ocurrido desde el día de su separación en el camino que conducía a Bagdad hasta el momento en que el porta alfanje iba a cercenarle el cuello.

Y recitó estos versos:


¡El tiempo ha hecho de mí su víctima, mientras tú vives en la gloria! ¡Los lobos tratan de devorarme, y he aquí que llegas tú, el león!


¡Apagas la sed de cualquier sediento que se presenta! ¿Es posible que tenga yo sed, siendo tú siempre nuestro refugio?


Y cuando hubo recitado estos versos, gritó: "¡Oh mi señor Giafar, te reconozco!". Y gritó también: "¡Soy Ataf!". Y Giafar, por su parte, se irguió sobre ambos pies, lanzando un grito estridente, y se precipitó en los brazos de Ataf. Y tanta fué la emoción de ambos, que perdieron el conocimiento por unos instantes. Y cuando volvieron en sí se besaron y se interrogaron mutuamente acerca de lo que les había sucedido, desde el principio hasta el fin. Y aún no habían acabado de hacerse confidencias, cuando se dejó oír un grito penetrante; y se volvieron y vieron que había sido lanzado por un jeique que se adelantaba diciendo: "¡No es humano lo que hace!". Y le miraron, y vieron que el tal jeique era un anciano que tenía la barba teñida con henné y la cabeza cubierta con un pañuelo azul. Y al verle, Giafar le mandó avanzar y le preguntó qué quería. Y el jeique de la barba teñida exclamó: "¡Oh hombres! ¡alejad del alfanje al inocente! ¡Porque el crimen que se le imputa no es un crimen cometido por él, y el cadáver del joven asesinado no es obra suya, y él nada tiene que ver con eso! ¡Porque yo mismo soy el único matador!"

Y Giafar el visir le dijo: "Entonces ¿eres tú quien le ha matado?" El aludido contestó: "¡Sí!" El visir preguntó: "¿Y por qué le has matado? ¿Es que no albergas en tu corazón el temor de Alah, ya que de tal suerte matas a un hijo de sangre noble, a un Haschimita?". Y el jeique contestó: "Ese joven a quien habéis encontrado muerto era propiedad mía, y le había criado yo mismo. Y todos los días tomaba dinero mío para sus gastos. Pero, en vez de serme fiel, iba a divertirse tan pronto con el llamado Schumuschag como con el llamado Nagisch, y con Ghasis, y con Ghubar, y con Ghouschir, y con muchos otros libertinos; se pasaba los días con ellos, abandonándome. Y todos se envanecían en mis barbas de haberle poseído, hasta Odis el basurero y Abu-Butrán el zapatero remendón.

"Y mis celos aumentaban a diario. Y por más que le predicaba e intentaba disuadirle de obrar así, él no aceptaba ningún consejo ni ninguna reprimenda; por fin, aquella noche lo sorprendí con el llamado Schumuschag el mondonguero; y al ver aquello, el mundo se ennegreció ante mi rostro, ¡y en las mismas ruinas donde le sorprendí le maté! Y con ello me libré de todos los tormentos que me ocasionaba. ¡Y tal es mi historia!".

Luego añadió: "Y he guardado silencio hasta hoy. Pero al saber que iban a ejecutar a un inocente en lugar del culpable, no he podido callar mi secreto, y he venido para sacar al inocente de debajo del alfanje. Y heme aquí ante vosotros. Herid mi nuca y tomad vida por vida! ¡Pero antes libertad a ese joven inocente que no tiene que ver nada en este asunto!".

Y Giafar, al oír estas palabras del jeique, reflexionó un instante, y dijo: "¡El caso es dudoso! ¡Y en la duda, se debe alejar la mano! ¡Oh jeique! ¡vete en la paz de Alah, y séate perdonado tu crimen!". Y le despidió.

Tras de lo cual cogió a Ataf de la mano, y le estrechó de nuevo contra su pecho, y le condujo al hammam. Y cuando el arruinado Ataf se refrescó y restauró, fué con él al palacio del califa. Y entró a ver al califa y besó la tierra entre sus manos, y dijo: "Ahí está ¡oh Emir de los Creyentes! Ataf el Generoso, el que ha sido mi huésped en Damasco, quien me ha tratado con tantos miramientos, tanta bondad y tanta generosidad, y quien me ha preferido a su propia alma". Y Al-Raschid dijo: "¡Tráemele inmediatamente!". Y Giafar le condujo tal y como estaba, débil, extenuado y temblando de emoción todavía. Y sin embargo, Ataf no dejó de rendir sus homenajes al califa, de la mejor manera y con el lenguaje más elocuente. Y Al-Raschid suspiró al verle, y le dijo: "¡En qué estado te hallo!, ¡oh pobre!". Y Ataf se echó a llorar; e invitado por Al-Raschid, contó toda su historia, desde el principio hasta el fin. Y mientras él la contaba, Al-Raschid lloraba y sufría, así como el desolado Giafar.

Y he aquí que, entretanto, entró el jeique de la barba teñida, que había sido indultado por Giafar. Y el califa se echó a reír al verle.

Luego rogó a Ataf el Generoso que se sentara, y le hizo repetir su historia. Y cuando Ataf hubo acabado de hablar, el califa miró a Giafar y le dijo: "¡Cuéntame ¡oh Giafar! lo que piensas hacer por tu hermano Ataf!" Y Giafar contestó: "Por lo pronto, le pertenece mi sangre y soy su esclavo. Además, tengo para él cofres que contienen tres millones de dinares de oro, y otros tantos millones en caballos de raza, mozalbetes, esclavos negros y blancos, jóvenes de todos los países y todo género de suntuosidades. Y se quedará con nosotros para que nos regocijemos con su compañía". Y añadió: "¡Por lo que respecta a su prima-esposa, es cosa a tratar entre yo y él!".

Y el califa comprendió que había llegado el momento de dejar juntos a los dos amigos; y les permitió salir. Giafar condujo a Ataf a su casa, y le dijo: "¡Oh hermano mío Ataf! has de saber que la hija de tu tío, que te ama, está intacta, y que no he visto descubierto su rostro desde el día de nuestra separación...


En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana y se calló discretamente.



Pero cuando llegó la 904ª noche

siguiente anterior


Ella dijo:

"¡... Oh hermano mío Ataf! has de saber que la hija de tu tío, que te ama, está intacta, y que no he visto descubierto su rostro desde el día de nuestra separación. Y he aquí que me he desligado de ella, y me he divorciado en honor tuyo; y he anulado nuestro contrato. Y en el mismo estado en que se hallaba te devuelvo el precioso depósito que pusiste entre mis manos".

Y así lo hizo. Y Ataf y su prima se reunieron con la misma ternura y el mismo afecto que antes.

Pero en cuanto al naieb de Damasco, que había sido el autor de todos los sufrimientos de Ataf, el califa mandó emisarios, que le arrestaron, y le rodearon de cadenas, y le arrojaron a un calabozo. Y allí quedó hasta nueva orden.

Y Ataf pasó en Bagdad varios meses, disfrutando de una dicha perfecta, al lado de su prima, y al lado de su amigo Giafar, y en la intimidad de Al-Raschid. Y bien hubiera querido pasarse toda la vida en Bagdad; pero de Damasco le llegaron numerosas cartas de sus parientes y de sus amigos, que le suplicaban volviera a su país, y pensó que tenía el deber de hacerlo. Y fué a pedir el beneplácito al califa, que le concedió la autorización, no sin pena y suspiros amistosos. Y no quiso, empero, dejarle partir sin darle pruebas duraderas de su benevolencia. Y le nombró walí de Damasco, y le dió todas las insignias de su cargo. E hizo que le acompañara una escolta de jinetes, de mulos y de camellos cargados con regalos magníficos. Y así fué escoltado Ataf hasta Damasco.

Y toda la ciudad se iluminó y empavesó con motivo del regreso de Ataf, el más generoso de los hijos de la ciudad. Porque Ataf era querido y respetado por todas las clases populares, y sobre todo por los pobres, que habían llorado siempre su ausencia.

Pero, volviendo al naieb, llegó un segundo decreto del califa condenándole a muerte por sus injusticias. Pero el generoso Ataf intercedió en favor suyo ante Al-Raschid, que se limitó entonces a conmutarle la pena de muerte por la de destierro de por vida.

En cuanto al libro mágico en que el califa había leído las cosas que le habían hecho reír y llorar, no se habló más de él. Porque Al Raschid, con la alegría de volver a ver a su visir Giafar, no se acordó ya de las cosas pasadas. Y Giafar, que por su parte, no había logrado adivinar el contenido de aquel libro ni encontrar hombre capaz de adivinarlo, se guardó mucho de iniciar conversación a este respecto. Y por cierto que no hay ninguna utilidad en saber semejante cosa, ya que desde entonces vivieron todos con dicha, tranquilidad y amistad sin mácula, y gozando de todos los placeres de la vida hasta la llegada de la Destructora de alegrías y Constructora de tumbas, la que está mandada por el Dueño de los destinos, el Único Viviente, el Misericordioso para sus creyentes.


"Y esto es ¡oh rey afortunado! -continuó Schehrazada- lo que nos han transmitido los narradores acerca de Ataf el Generoso, que habitaba en Damasco. Pero su historia no puede compararse de cerca ni de lejos con la que me reservo contarte, si mis palabras no han pesado en tu espíritu".

Y Schahriar contestó: "¿Qué dices, ¡oh Schehrazada!? Esa historia me ha instruido y me ha ilustrado y me ha hecho reflexionar. Y heme aquí dispuesto a escucharte como el primer día".



Historia espléndida del príncipe diamante

siguiente anterior


A la condesa Jacques de Chabannes La Palite.

Y dijo Schehrazada:

Se cuenta en los libros de las gentes perfectas, sabios y poetas que abrieron el palacio de su inteligencia a los que van a tientas por la pobreza -¡loores múltiples y escogidos al que sobre la tierra ha dotado de excelencia a ciertos hombres, lo mismo que ha colocado en el firmamento el sol, tragaluz de la casa de Su gloria, y en el borde del cielo la aurora, antorcha de la sala nocturna de Su belleza; que ha vestido a los cielos con un manto de raso húmedo y a la tierra con un manto de verdor brillante; que ha adornado los jardines con sus árboles y los árboles con sus trajes verdes; que ha dado a los sedientos los manantiales de hermosas aguas, a los borrachos la sombra de las viñas, a las mujeres su hermosura, a la primavera las rosas, a las rosas la sonrisa, y para celebrar a las rosas, la garganta cantarina del ruiseñor; que ha puesto a la mujer ante los ojos del hombre, y el deseo en el corazón del hombre, joyel en medio de la piedra!; se cuenta, repito, que en un reino entre los grandes reinos había un rey magnífico, cada paso del cual era una felicidad, con esclavas que constituían la fortuna y la dicha, y el cual superaba a Khosroes-Anuschirwán en justicia y a Hatim-Tai en generosidad.

Y aquel rey de frente serena se llamaba Schams-Schah, y tenía un hijo de maneras exquisitas y de hechizos encantadores, semejante en belleza a la estrella Canopea cuando brilla sobre el mar.

Y aquel príncipe jovenzuelo, que se llamaba Diamante, fué un día en busca de su padre, y le dijo: "¡Oh padre mío! hoy está triste mi alma por vivir en la ciudad, y desea que vaya yo de caza y de paseo para recrearnos. Si no, el fastidio hará que me desgarre hasta abajo las vestiduras".

Cuando el rey Schams-Schah hubo oído estas palabras de su hijo, se apresuró, movido del gran cariño que por él sentía, a dar las órdenes oportunas para la cacería y el paseo en cuestión. Y los montoneros y los halconeros prepararon los halcones, y los palafreneros ensillaron a los caballos de montaña. Y el príncipe Diamante se puso a la cabeza de una brillante tropa de jóvenes de complexión robusta, y se encaminó con ellos a los lugares en donde anhelaba cazar para disipar su hastío.

Y cabalgando entre el tumulto heroico, acabó por llegar al pie de una montaña que tocaba al cielo con su cima. Y al pie de la tal montaña había un árbol corpulento; y al pie de tal árbol corría un arroyo; y en el tal arroyo bebía un gamo, con la cabeza inclinada hacia el agua. Y Diamante, entusiasmado al ver aquello, mandó a sus gentes que detuvieran sus caballos y le dejaran ir solo a la busca y captura de aquella presa. Y con todo el ímpetu de su corcel, se lanzó sobre el hermoso animal salvaje...


En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.

siguiente anterior