Y cuando llegó la 896ª noche

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Ella dijo:

"... Esas son puertas que no tienes tiempo de abrir. ¡Parte para Damasco, pues tal es para ti el decreto del Destino!" Y añadió: "Respecto a lo que pueda sobrevenir después de tu marcha, Alah proveerá".

Por consiguiente, Giafar el visir inclinó el oído a las palabras de su padre, y sin dilación ni tardanza, tomó consigo un saco que contenía mil dinares, se ciñó su cinturón y su espada, se despidió de su padre y de su hermano, montó en una mula, y sin hacerse acompañar por su esclavo ni por un servidor, se puso en camino para Damasco. Y viajó en línea recta a través del desierto, y no cesó de viajar hasta el décimo día, en que llegó a la llanura verde, El Marj, que está a la entrada de Damasco la regocijante.

Y vió el hermoso minarete de la Desposada, que emergía del verdor que lo circundaba, y estaba cubierto desde la base hasta lo más alto de tejas doradas; y los jardines regados por aguas corrientes, donde vivían los macizos de flores; y los campos de mirtos, y los montes de violetas, y los campos de laureles rosas. Y se detuvo a mirar toda aquella hermosura, escuchando a los pájaros cantores en los árboles. Y vió que era una ciudad cuyo igual no se había creado en la superficie de la tierra. Y miró a la derecha, y miró a la izquierda, y acabó por divisar a un hombre. Y se acercó a él y le dijo: "¡Oh hermano mío! ¿cuál es el nombre de esta ciudad?" Y el aludido contestó: "¡Oh mi señor! esta ciudad en los tiempos antiguos se llamaba Julag, y de ella es de quien habla el poeta en estos versos:


¡Me llamo Julag, y cautivo los corazones! ¡Por mí corren hermosas aguas, por mí y fuera de mí!


Jardín de Edén en la tierra y patria de todos los esplendores, ¡oh Damasco!


¡No olvidaré nunca tus bellezas, ni nada me gustará tanto como tú! ¡Y benditas sean tus terrazas y cuantas maravillas vivientes brillan en tus terrazas!


Y el hombre que recitó estos versos añadió: "También se llama Scham, o dicho de otro modo, Grano-de-Belleza, porque es el grano de belleza de Dios en la tierra".

Y Giafar experimentó un vivo placer en oír estas explicaciones. Y dió gracias al hombre, y se apeó de su mula, y la cogió de la brida para aventurarse con ella entre las casas y las mezquitas. Y se paseó lentamente, examinando una tras de otra las hermosas casas delante de las cuales paseaba. Y mirando así, divisó, al fondo de una calle bien barrida y regada, una casa magnífica en medio de un gran jardín. Y en el jardín vió una tienda de seda labrada, tapizada con hermosos tapices del Khorassán y ricas telas, y bien provista de cojines de seda, de sillas y de lechos para reposo. Y en medio de la tienda estaba sentado un joven como la luna cuando sale en su décimocuarto día. Y aparecía negligentemente vestido, sin llevar a la cabeza más que un pañuelo, y en el cuerpo más que una túnica de color de rosa. Y ante él había un grupo de personas atentas, y bebidas de todas las especies finas. Y Giafar se detuvo un momento a contemplar la escena, y quedó muy contento de lo que veía en aquel joven. Y al mirar más atentamente, divisó al lado del joven a una muchacha joven como el sol en un cielo sereno. Y tenía un laúd al pecho, como un niño en los brazos de su madre. Y lo tañía, cantando estos versos:


¡Pobres de los que tienen su corazón entre las manos de sus amados; porque, si quieren recuperarlo, lo encontrarán muerto!


¡Lo confiaron en manos de sus amados cuando lo sentían enamorado; y se vieron obligados a abandonarlos!


¡Pequeño, lo arrancan del fondo de sus entrañas! ¡Oh pájaro! repite: "¡Lo arrancaron pequeño!"


¡Lo mataron injustamente; el bienamado coquetea con su humilde enamorado!


¡Yo soy quien busca los efectos del amor, yo soy el amor, el hermano del amor y suspiro!


¡Ved al que el amor ha envejecido! ¡Aunque su corazón no haya cambiado, lo enterraron!


Y al oír estos versos y aquel canto, Giafar experimentó un placer infinito, y se le conmovieron los órganos con los acentos de aquella voz, y dijo: "¡Por Alah, qué hermoso!" Pero ya la joven había preludiado de otro modo, con el laúd en las rodillas, y cantaba estos versos:


¡Poseído por tales sentimientos, estás enamorado! ¡No hay de qué asombrarse, pues, si te amo yo!


¡Levanto hacia ti mi mano, pidiendo gracia y piedad para mi humildad! ¡Ojalá te muestres caritativo!


¡He pasado mi vida solicitando tu consentimiento; pero nunca tuve dentro de mí la sensación de que fueras caritativo!


¡Y a causa de la toma de posesión del amor, me he convertido en un esclavo, y tengo envenenado el corazón, y corren mis lágrimas!


Cuando se terminó el canto de este poema, avanzó Giafar cada vez más, dominado por el placer que sentía al oír y al mirar a la joven que cantaba. Y de pronto le advirtió el joven, que estaba tendido en la tienda, y se incorporó a medias, y llamó a uno de sus jóvenes esclavos, y le dijo: "¿Ves a ese hombre que está ahí, en la entrada, frente a nosotros?" Y el muchacho dijo: "¡Sí!" Y dijo el joven: "Debe ser un extranjero, pues veo en él las huellas del viaje. Corre a buscarle y guárdate bien de ofenderle". Y el chico contestó: "¡Con gusto y alegría!" Y se apresuró a ir en busca de Giafar -que ya le había visto acercarse- y le dijo: "¡En el nombre de Alah, ¡oh mi señor! por favor, ten la generosidad de venir a ver a nuestro amo!" Y Giafar franqueó la puerta con el mozalbete, y al llegar a la entrada de la tienda entregó su mula a los diligentes esclavos, y traspuso el umbral. Y el joven ya estaba erguido sobre ambos pies en honor suyo; y avanzó hacia él extendiendo mucho las dos manos, y le saludó como si le conociera de siempre, y después de dar gracias a Alah por habérsele enviado, cantó:


¡Bien venido seas, ¡oh visitante! ¡Nos alegras con tu presencia y nos haces revivir con esta unión!


¡Por tu rostro juro que vivo cuando apareces y muero cuando desapareces!

Y tras de cantar esto en honor de Giafar, le dijo: "Dígnate sentarte, ¡oh mi dulce señor! ¡Y loores a Alah por tu feliz arribo!" Y recitó la plegaria del envío de Alah, y continuó así su canto:


¡Si de antemano hubiéramos estado prevenidos de tu llegada, a tus pies hubiéramos extendido por alfombra la pura sangre de nuestros corazones y el terciopelo negro de nuestros ojos!


¡Porque tu sitio está por encima de nuestros párpados!


Y cuando hubo acabado este canto, se acercó a Giafar, le besó en el pecho, exaltó sus virtudes, y le dijo: "¡Oh mi señor! ¡este día es un día feliz, y si no fuese ya de fiesta, yo habría hecho que lo fuese para dar gracias a Alah!" Y al punto se agruparon entre sus manos los esclavos; y les dijo él: "¡Traednos lo que ya está dispuesto!" Y llevaron las bandejas de manjares, de viandas y de todas las demás cosas excelentes, y el joven dijo a Giafar: "¡Oh mi señor! los sabios dicen: "¡Si te invitan, satisface tu alma con lo que tengas ante ti!" Pero si hubiésemos sabido que ibas a favorecernos hoy con tu llegada, te hubiéramos servido la carne de nuestros cuerpos y sacrificado nuestros hijos pequeños". Y Giafar contestó: "¡Echo, pues, mano a los manjares, y comeré hasta que me sacie!" Y el joven se puso a servirle con su propia mano los trozos más delicados y a conversar con él con toda cordialidad y con todo gusto. Luego les llevaron el jarro y la jofaina, y se lavaron las manos. Tras de lo cual el joven hizo pasar a Giafar a la sala de bebidas, donde dijo a la joven que cantara. Y ella cogió el laúd, lo templó, lo apoyó sobre su seno, y tras de tararear un instante, cantó:


¡Se trata de un visitante cuya llegada ha sido respetada por todos, más dulce que el ingenio y la esperanza de consumo!


¡Esparce ante el alba las tinieblas de sus cabellos, y el alba no aparece por vergüenza!


¡Y cuando mi destino quiso matarme, le pedí protección; y su llegada hizo revivir un alma a quien reclamaba la muerte!


¡Me he tornado en esclava del Príncipe de los Enamorados, y mi sino se reduce ya a estar bajo la dominación del amor!


Y Giafar se sintió poseído de una alegría excesiva, igual a la de su joven huésped. Sin embargo, no cesaba de preocuparle lo que le había ocurrido con el califa. Y su rostro y su actitud denotaban esta preocupación, que no pasó inadvertida a los ojos del joven, el cual notó que estaba inquieto, asustado, pensativo y con incertidumbre por algo. Y por su parte, Giafar comprendió que el joven se había dado cuenta de su estado y que por discreción se reprimía para no preguntarle la causa de su turbación. Pero el joven acabó por decirle: "¡Oh mi señor! escucha lo que han dicho los sabios:

¡No te asustes ni te aflijas por las cosas que deben suceder, sino, antes bien, levanta la copa de este vino, veneno que ahuyenta las preocupaciones y los fastidios!


¿No ves cómo unas manos pintaron hermosas flores en los ropajes de la bebida?

¡El fruto de la rama de vid, los lirios y los narcisos, y la violeta y la flor rayada de Nemán!


¡Si te asalta el fastidio, mécele para que se adormezca entre licores, flores y favoritas!


Luego dijo a Giafar: "No te oprimas ni contraigas el pecho, ¡oh mi señor!" Y dijo a la joven: "¡Canta!" Y ella cantó. Y Giafar, que se deleitaba con aquellos cánticos y estaba maravillado de ellos, acabó por decir: "No cesemos de regocijarnos con el canto y las palabras hasta que cierre el día y venga la noche con las tinieblas...


En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.



Pero cuando llegó la 897ª noche

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Ella dijo:

"... No cesemos de regocijarnos con el canto y las palabras hasta que cierre el día y venga la noche con las tinieblas".

Y a continuación ordenó el joven a los esclavos que fueran a buscar caballos. Y obedecieron al punto los esclavos; y ofrecieron al huésped de su señor una yegua de reyes. Y ambos saltaron a lomos de sus monturas, y se dedicaron a recorrer Damasco y a mirar el espectáculo de los zocos y de las calles, hasta que llegaron ante una fachada brillantemente iluminada y decorada con linternas de todos colores; y delante de una cortina había una lámpara grande de cobre cincelado que colgaba de una cadena de oro. Y dentro de la morada había pabellones rodeados de estatuas maravillosas y conteniendo todas las especies de aves y todas las variedades de flores; y en medio de todos aquellos pabellones había una sala con cúpula y ventanas de plata. Y el joven abrió la puerta de la tal sala. Y apareció ésta como un hermoso jardín del paraíso, animado por los cantos de los pájaros y los perfumes de las flores y el susurrar de los arroyos. Y la sala entera resonaba con los diversos lenguajes de aquellos pájaros, y estaba alfombrada con alfombras de seda y bien provista de cojines de brocado y plumas de avestruz. Y también contenía un número incalculable de toda clase de objetos suntuosos y de artículos de precio, y estaba perfumada por el olor de las flores y de las frutas; y encerraba un número inconcebible de cosas magníficas, como platos de plata, vasos de plata, copas preciosas, pebeteros y provisiones de ámbar gris, polvo de áloe y frutas secas.

En una palabra, era como aquella morada descripta en estos versos del poeta:

¡La casa era perfectamente espléndida, y brillaba con todo el resplandor de su magnificencia!


Y cuando Giafar se hubo sentado, el joven le dijo: "¡Con tu llegada, ¡oh señor e invitado mío! han descendido del cielo sobre nuestra cabeza un millar de bendiciones!" Y aún le dijo otras cosas amables, y le preguntó por fin: "¿Y cuál es el motivo a que debemos el honor de tu llegada a nuestra ciudad? ¡Aquí encuentras familia y holgura con toda cordialidad!"

Y Giafar contestó: "Yo soy ¡oh mi señor! soldado de profesión, y mando una compañía de soldados. Y soy oriundo de la ciudad de Bassra, de donde vengo en este momento. Y la causa de mi llegada aquí es que, no pudiendo pagar al califa el tributo que le debo, me he asustado por mi vida, y he emprendido la fuga, cabizbajo, con terror. Y no he cesado de correr por llanuras y desiertos hasta que el Destino me ha conducido hasta ti". Y el joven dijo: "¡Oh llegada bendita! ¿Y cuál es tu nombre?" El aludido contestó: "Mi nombre es como el tuyo, ¡oh mi señor!" Y al oír esto, el joven sonrió y dijo, risueño: "¡Oh mi señor! ¡entonces te llamas Abul´Hassán! Pero te ruego que no tengas ninguna opresión de pecho ni ninguna turbación de tu corazón". Y dió orden para que los sirvieran. Y les llevaron bandejas llenas de todas clases de cosas delicadas y deliciosas; y comieron y quedaron satisfechos. Tras de lo cual se levantó la mesa y se les llevó el jarro y la jofaina. Y se lavaron las manos, y fueron a la sala de las bebidas, que estaba llena de flores y frutas. Y el joven habló a la joven, refiriéndose a la música y al canto. Y ella los encantó a ambos y los deleitó con la perfección de su arte; y hasta la morada y sus muros se conmovieron y agitaron. Y Giafar, en el paroxismo de su entusiasmo, se quitó la ropa y la arrojó a lo lejos después de hacerla trizas. Y el joven le dijo: "¡Ualahí! ¡ojalá sea efecto del placer esa desgarradura, y no efecto del sentimiento y de la pena! Y Alah aleje de nosotros la amargura del enemigo". Luego hizo señas a uno de sus esclavos, quien al punto llevó a Giafar ropas nuevas que costaban cien dinares, y le ayudó a ponérselas. Y el joven dijo a la joven: "¡Cambia el tono del laúd!" Y ella cambió el tono y cantó estos versos:


¡Mi mirada celosa está clavada en él! ¡Y si mira él a otro, me tortura!


¡Doy fin a mis deseos y a mi canto, gritando!: "¡Mi amistad hacia ti durará hasta que la muerte se albergue en mi corazón!"


Y terminado este cántico, de nuevo Giafar se despojó de sus ropas, gritando. Y el joven le dijo: "¡Ojalá mejore Alah tu vida y haga que su principio sea su fin y que su fin sea su principio!" Y los esclavos volvieron a poner a Giafar otras ropas más hermosas que las primeras. Y la joven ya no dijo nada durante una hora de tiempo, en tanto que charlaban los dos hombres. Luego el joven dijo a Giafar: "Escucha ¡oh mi señor! lo que el poeta ha dicho del país adonde te ha conducido el Destino, para dicha nuestra, en este día bendito".

Y dijo a la joven: "Cántanos las palabras del poeta referente al valle nuestro que en la antigüedad se llamaba valle de Rabwat".

Y la joven cantó:

¡Oh generosidad de nuestra noche en el valle de Rabwat, adonde lleva sus perfumes el delicado céfiro!


¡Es un valle cuya hermosura es como un collar: lo rodean árboles y flores!

¡Sus campos están tapizados con flores de todas las variedades, y los pájaros vuelan por encima de ellas!


¡Cuando sus árboles nos ven sentados debajo, nos arrojan por sí mismos sus frutos!


¡Y mientras cambiamos sobre el césped las copas desbordantes de la charla y de la poesía, el valle es generoso con nosotros y su céfiro nos trae lo que las flores nos envían.


Cuando la joven hubo acabado de cantar, Giafar se despojó de sus ropas por tercera vez. Y el joven se levantó, y le besó en la cabeza, e hizo que le pusieran otra vestidura. Porque aquel joven, como se verá, era el hombre más generoso y el más magnífico de su tiempo, y la largueza de su mano y la alteza de su alma eran por lo menos tan grandes como las de Hatim, jefe de la tribu de Thay. Y continuó charlando con él acerca de los acontecimientos de aquellos días y utilizando otros motivos de conversación y contando anécdotas y hablando de las obras maestras de la poesía. Y le dijo: "¡Oh mi señor! no apesadumbres tu espíritu con cavilaciones y preocupaciones". Y Giafar le dijo: "¡Oh mi señor! he abandonado mi país sin tomarme tiempo para comer ni beber. Y lo he hecho con intención de divertirme y de ver mundo. Pero si Alah me concede el regreso a mi país, y mi familia, mis amigos y mis vecinos me interrogan y me preguntan dónde he estado y qué he visto, les diré los beneficios con que me has favorecido y los favores que has amontonado sobre mi cabeza en la ciudad de Damasco, en el país de Scham. Y les contaré lo que he visto por acá y lo que he visto por allá, y les dedicaré hermosos discursos y charlas instructivas acerca de todo aquello con que se enriquezca mi espíritu junto a ti en la ciudad". Y el joven contestó: "¡Me refugio en Alah ¡contra las ideas de orgullo! El es el Único generoso". Y añadió: "¡Estarás conmigo el tiempo que quieras, diez años o más, lo que gustes! Porque la casa es tu casa, con su dueño y con lo que contiene".

Y entretanto, como la noche avanzaba, entraron los eunucos y dispusieron para Giafar un lecho delicado en el sitio de honor de la sala. Y extendieron un segundo lecho al lado del de Giafar. Y se fueron después de disponerlo todo y ponerlo todo en orden. Y Giafar el visir, al ver aquello, dijo para sí: "¡Por lo visto, mi huésped es soltero! Y por eso han dispuesto su lecho al lado del mío. Creo que podré aventurar una pregunta". Y efectivamente, aventuró la pregunta, interrogando a su huésped: "¡Oh mi señor! ¿eres soltero o casado?" Y el joven contestó: "¡Casado!, ¡oh mi señor!" Y Giafar replicó a esto: "¿Por qué, pues, si estás casado, vas a dormir al lado mío, en lugar de entrar en tu harén y de acostarte como los hombres casados?" Y el joven contestó: "Por Alah, ¡oh mi señor! No va a echar a volar el harén con su contenido y ya tendré más tarde tiempo de ir a acostarme allá. Pero ahora sería en mí incorrecto y grosero y descortés dejarte solo para ir a acostarme en mi harén, tratándose de un hombre como tú, de un visitante, ¡de un huésped de Alah! ¡Una acción así sería contraria a la cortesía y a los deberes de hospitalidad! ¡Y mientras tu presencia ¡oh mi señor! se digne favorecer esta casa, no reposaré mi cabeza en mi harén, ni me acostaré allí, y obraré de este modo hasta que nos despidamos tú y yo en el día que te convenga y elijas, cuando quieras volver en paz y seguridad a tu ciudad y a tu país!" Y Giafar dijo para sí: "¡Qué cosa tan prodigiosa y tan excesivamente maravillosa!" Y durmieron juntos aquella noche.

Y al día siguiente muy de mañana, se levantaron y fueron al hammam, donde ya el joven -que, en realidad, se llamaba Ataf el Generoso- había enviado para uso de su huésped un envoltorio con vestidos magníficos. Y después de tomar el más delicioso de los baños, montaron en caballos espléndidos que se encontraron ensillados ya a la puerta del hammam, y se dirigieron al cementerio para visitar la tumba de la Dama, y pasaron todo aquel día recordando las vidas de los hombres y sus muertes. Y continuaron viviendo de tal suerte, a diario visitando tan pronto un sitio como otro, y durmiendo de noche juntos, de la manera consabida, y así en el transcurso de cuatro meses...

En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.



Pero cuando llegó la 898ª noche

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Ella dijo:

"... Y continuaron viviendo de tal suerte, a diario visitando tan pronto un sitio como otro, y durmiendo de noche juntos, de la manera consabida, y así en el transcurso de cuatro meses.

Pero, al cabo de este tiempo, el alma de Giafar se tornó triste y abatido su espíritu; y un día entre los días se sentó y lloró. Y al verle bañado en lágrimas, Ataf el Generoso le interrogó diciéndole: "Alah aleje de ti la aflicción y la pena, ¡oh mi señor! ¿Por qué te veo llorar? ¿Y qué es lo que te produce pena? Si tienes pesadumbre en el corazón, ¿por qué no me revelas el motivo que te lo apesadumbra y te amarga el alma?" Y Giafar contestó: "¡Oh mi señor! ¡me siento con el pecho en extremo oprimido, y quisiera andar al azar por las calles de Damasco, y también quisiera calmar mi espíritu con la contemplación de la mezquita de los Ommiadas!" Y Ataf el Generoso contestó: "¿Y quién puede impedírtelo, ¡oh hermano mío!? ¿No eres libre de ir a pasearte por donde quieras y a refrescar tu alma como desees para que tu pecho se dilate y tu espíritu se esparza y regocije? ¡En verdad ¡oh hermano mío! que todo eso es una nimiedad, una verdadera nimiedad!" Y ya se levantaba Giafar para salir, cuando su huésped le detuvo para decirle: "¡Oh mi señor! ten la bondad de esperar un momento, a fin de que nuestros criados te ensillen una hacanea". Pero Giafar contestó: "¡Oh amigo mío! prefiero ir a pie; porque el hombre que va a caballo no puede divertirse mirando y observando lo que hay en torno suyo, sino que es la gente quien se divierte mirándole y observándole". Y Ataf el Generoso le dijo: "¡Sea! ¡pero déjame al menos, darte este saco de dinares para que puedas hacer dádivas por el camino y distribuir el dinero a la multitud, tirándoselo a puñados!" Y añadió: "Ahora puedes ir a pasearte. ¡Y ojalá te calme eso el espíritu, y te apacigüe, y te haga volver a nosotros alegre y contento!"

A continuación Giafar admitió de su generoso huésped un saco de trescientos dinares, y salió de la morada, acompañado por los votos de su amigo. Y echó a andar lentamente, pensando en la condición que le había impuesto el califa, y muy desesperado de no encontrar ninguna solución y de que ninguna aventura le hubiese permitido todavía adivinar la cosa y encontrar al hombre que pudiese adivinarla; y de tal suerte llegó ante la magnífica mezquita, y subió los treinta peldaños de mármol de la puerta principal, y contempló con admiración los hermosos azulejos, los dorados, las pedrerías y los mármoles magníficos que la adornaban por doquiera, y los hermosos estanques en que había un agua tan pura que no se veía. Y se recogió y rezó su plegaria y escuchó el sermón, y permaneció allí hasta mediodía, sintiendo que a su alma descendía una gran frescura y le calmaba el corazón.

Luego salió de la mezquita, e hizo dádivas a los mendigos de la puerta, recitando estos versos:


¡He visto las bellezas acumuladas en la mezquita de lulag, y en sus murallas está explicada la significación de la belleza!


¡Si el pueblo frecuenta las mezquitas, dile que su puerta de entrada siempre está abierta de par en par!


Y cuando abandonó la hermosa mezquita, continuó su paseo por los barrios y las calles, mirando y observando, hasta que llegó ante una casa espléndida, de apariencia señorial, adornada de ventanas de plata con marcos de oro que arrebataban la razón y con cortinas de seda en cada ventana. Y frente a la puerta había un banco de mármol cubierto con un tapiz. Y como Giafar ya se sentía cansado de su paseo, se sentó en aquel banco, y se puso a pensar en sí mismo, en su propio estado, en los acontecimientos últimos y en lo que pudo pasar en Bagdad durante su ausencia. Y he aquí que de pronto se separó la cortina de una de las ventanas, y una mano muy blanca, seguida de su propietaria, apareció con una pequeña regadera de oro. Y aquella mujer, que era como la luna llena, tenía unas miradas que arrebataban la razón y un rostro que carecía de hermano. Y permaneció un momento regando sus flores, que estaban en jardineras sobre las ventana, flores de albahaca, de jazmín doble, de clavel y de alelí. Y mientras regaba ella con su mano las flores olorosas, sus gracias se mostraban llenas de equilibrio, de simetría y de armonía. Y al verla, se sintió Giafar con el corazón herido de amor. Y se irguió sobre ambos pies y se inclinó hasta el suelo ante ella. Y cuando la joven acabó de regar sus plantas, miró a la calle y advirtió a Giafar, que estaba inclinado hasta el suelo. Y en un principio tuvo intención de cerrar su ventana y desaparecer. Luego reaccionó, y asomándose desde el alféizar, dijo a Giafar: "¿Es tu casa esta casa?" Y contestó él: "No, por Alah ¡oh mi señora! la casa no es mi casa; ¡pero el esclavo que hay a su puerta es tu esclavo! ¡Y espera tus órdenes!" Y ella dijo: "Pues si esta casa no es tuya, ¿qué haces ahí, y por qué no te vas?" Y contestó: "¡Porque me he parado aquí, ya setti, para componer en tu honor unos versos!" Y ella preguntó: "¿Y qué dices de mí en tus versos, ¡oh hombre!?"

Y al punto recitó Giafar este poema, que improvisó:


¡Apareció ella envuelta en un traje blanco, con miradas y párpados de maravilla!

Y le dije: "¡Ven, ¡oh única! ven sin otra zalema que la de tus ojos! ¡Contigo seré dichoso, hasta en mi corazón dichoso!


¡Bendito sea El que ha vestido con rosas tus mejillas! ¡El puede crear sin obstáculo lo que quiera!


¡Blanco es tu traje, como tu mano y como tu destino; y es blanco sobre blanco, y blanco sobre blanco!


Luego, como quisiera ella retirarse, a pesar de estos versos, exclamó él: "Aguarda, por favor, ¡oh mi señora! ¡He aquí otros versos que he compuesto, dedicados a tu fisonomía y a tu expresión!" Y ella dijo: "¿Y qué dices de mi expresión y de mi fisonomía?" Y él recitó estos versos:


¿Ves aparecer su cara, que, a pesar del velo, brilla tanto como la luna en el horizonte?


¡Su esplendor alumbra la sombra de los templos en donde se la adora, y el sol entra en tinieblas cuando ella pasa!


¡Su frente eclipsa a la rosa y su mejilla a la manzana! ¡Y su mirada expresiva conmueve al pueblo y le encanta!


¡Por ella, si un mortal la viese, sería víctima del amor y se abrasaría en los fuegos del deseo!


Cuando la joven hubo oído esta improvisación, dijo a Giafar: "¡Muy bien! ¡Pero estas palabras me gustan más que tú!" Y le lanzó una ojeada que le traspasó, y cerró la ventana y desapareció vivamente. Y Giafar el visir se estuvo quieto en el banco, anhelando y esperando que la ventana se abriese por segunda vez y le permitiese dirigir una segunda mirada a la admirable joven. Y cada vez que quería él levantarse para marcharse, su instinto le decía: "¡Siéntate!" Y no cesó de conducirse así hasta que llegó la noche. Entonces se levantó, con el corazón prendado, y volvió a casa de Ataf el Generoso. Y se encontró con que el propio Ataf le esperaba a la puerta de su casa, en el umbral, y exclamaba al verle: "¡Oh mi señor! ¡me has tenido hoy excesivamente desolado con tu ausencia! Y eran para ti mis pensamientos, a causa de la larga espera y de la tardanza de tu regreso". Y se le echó sobre el pecho y le besó entre los ojos. Pero Giafar no contestaba nada y estaba distraído. Y Ataf le miró y leyó en su rostro muchas palabras, encontrándole, efectivamente, muy cambiado de color y amarillo e inquieto. Y le dijo: "¡Oh mi señor! ¡veo demudada tu cara y trastornado tu espíritu!" Y Giafar contestó: "¡Oh mi señor! desde el momento en que te he dejado hasta el presente, he sufrido un violento dolor de cabeza y un ataque nervioso, porque esta noche he dormido sobre una oreja. ¡Y en la mezquita no oía nada de las plegarias que recitaban los creyentes! ¡Y es lastimoso mi estado y lamentable mi condición!"

Entonces Ataf el Generoso cogió de la mano a su huésped y le condujo a la sala donde por lo general se complacían en charlar. Y los esclavos llevaron las bandejas de manjares para la comida de la noche. Pero Giafar no pudo comer nada, y levantó la mano. Y el joven le preguntó: "¿Por qué, ¡oh mi señor! levantas la mano y la alejas de los manjares?" Y el otro contestó: "Porque me pesa la comida de esta mañana y me impide cenar. ¡Pero no tiene importancia eso, pues creo que una hora de sueño hará que pase la cosa, y mañana no habrá nada en mi estómago!"

En vista de aquello, Ataf mandó hacer el lecho de Giafar más temprano que de costumbre, y Giafar se acostó con el espíritu muy deprimido. Y se echó encima la manta, y se puso a pensar en la joven, en su belleza, en su elegancia, en su apostura, en sus proporciones felices y en cuanto el Donador (¡glorificado sea!) le había concedido de belleza, de magnificencia y de esplendor. Y con ello olvidó todo lo que le había sucedido en los días de su pasado, lo ocurrido con el califa, la condición impuesta, su familia, sus amigos y su país. Y era tanto el zumbar de sus pensamientos, que sintióse poseído de vértigo y se le quedó el cuerpo molido. Y no cesó de dar vueltas y vueltas con fiebre en su lecho hasta por la mañana. Y estaba como cualquiera que se hubiese perdido en el mar del amor.

Y cuando llegó la hora en que tenían costumbre de levantarse, Ataf se levantó el primero y se inclinó sobre él y le dijo: "¿Cómo va tu salud?" Mis pensamientos han sido para ti esta noche. Y he notado que en toda la noche has gustado del sueño". Y Giafar contestó: "¡Oh hermano mío! ¡no me siento bien, y estoy desesperado!"


En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.



Y cuando llegó la 899ª noche

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Ella dijo:

"¡... Oh hermano mío! ¡no me siento bien, y estoy desesperado!" Al oír estas palabras, Ataf el Generoso, el Excelente, se emocionó hasta el límite extremo de la emoción, y al punto envió un esclavo blanco en busca de un médico. Y el esclavo blanco fué a toda prisa a cumplir su misión, y no tardó en volver con el mejor médico de Damasco y el más hábil de los médicos de su tiempo.

Y el médico, que era un gran sabio, se acercó a Giafar, que estaba tendido en su lecho, con los ojos perdidos, y le miró al rostro, y le dijo: "¡No te turbes a mi vista, y que el don de la salud sea contigo! ¡Dame la mano!" Y le cogió la mano, y le tomó el pulso, y vió que todo estaba en su sitio, y no había ninguna molestia, ni sufrimiento, ni dolor, y que las pulsaciones eran fuertes y las intermitencias eran regulares. Y al observar todo esto, comprendió la causa del mal y que el enfermo estaba enfermo de amor. Y no quiso hablar de su descubrimiento al enfermo delante de Ataf. Y para hacer las cosas con elegancia y discreción, cogió un papel y escribió su prescripción. Y puso cuidadosamente aquel papel debajo de la cabeza de Giafar, diciéndole: "¡El remedio está bajo tu cabeza! Te he recetado una purga. Si la tomas, te curarás". Y tras de hablar así, el médico se despidió de Giafar para ir a visitar a sus demás enfermos, que eran numerosos. Y Ataf le acompañó hasta la puerta, y le preguntó: "¡Oh señor! ¿qué tiene?"

Y contestó el otro: "Ya lo he puesto en el papel". Y se marchó.

Y Ataf volvió junto a su huésped, y le encontró acabando de recitar este poema:


¡Un médico viene a mí un día, y me coge la mano y me toma el pulso! Pero le digo: "¡Deja mi mano, porque el fuego está en mi corazón!"


Y me dice: "¡Bebe jarabe de rosas después de mezclarlo bien con el agua de la lengua! ¡Y no se lo digas a nadie!"


Y contesto: "¡Conozco mucho el jarabe de rosas: es el agua de las mejillas que me han destrozado el corazón!"


"Pero ¿cómo podré procurarme el agua de la lengua? ¿Y cómo podré refrescar el fuego ardiente que se alberga dentro de mí?"


Y él me dice: "¡Estás enamorado!" Yo le digo: "¡Sí!" Y él contesta: "¡El único remedio para eso es tener aquí al objeto de tu amor!"


Y Ataf, que no había oído el poema y no había cogido más que el último verso, sin comprenderlo, se sentó a la cabecera del lecho e interrogó a su huésped acerca de lo que había dicho y recetado el médico.

Y Giafar contestó: "¡Oh hermano mío! me ha escrito un papel que está ahí, debajo de la almohada". Y Ataf sacó el papel de debajo de la almohada, y lo leyó. Y encontró estas líneas trazadas de mano del médico:


"¡En el nombre de Alah el Curador, maestro de las curaciones y de los regímenes buenos! ¡He aquí lo que hay que tomar con la ayuda y la bendición de Alah! Tres medidas de esencia pura de la amada mezcladas con un poco de prudencia y de temor a ser espiado por los envidiosos; además, tres medidas de excelente unión clasificada con un grano de ausencia y de alejamiento; además, dos pesas de afecto puro y de discreción sin mezcla con la madera de la separación; hacer una mixtura de ello con un poco de extracto de incienso de besos, dados en los dientes y en el centro; dos medidas de cada variedad, más cien besos dados en las dos hermosas granadas consabidas, cincuenta de los cuales deben ser endulzados pasando por los labios, como hacen las palomas, y veinte como lo hacen los pajarillos; además, dos medidas iguales de movimientos de Alepo y de suspiros del Irak; además, dos okes de puntas de lenguas en la boca y fuera de la boca, bien mezcladas y trituradas; después poner en un crisol tres dracmas de granos de Egipto, adicionándoles grasa de buena calidad, haciéndolo cocer en el agua del amor y el jarabe del deseo sobre un fuego de leña de placer en el retiro del ardor; tras de lo cual se decantará el total en un diván bien mullido, y se añadirán dos okes de jarabe de saliva, y se beberá en ayunas durante tres días. Y al cuarto día, en la comida de mediodía, se tomará una raja de melón del deseo, con leche de almendras y zumo de limón del acuerdo, y por último, con tres medidas de buena maniobra de muslos. Y acabar con un baño en beneficio de la salud. ¡Y la zalema!"


Cuando Ataf el Generoso hubo acabado la lectura de esta receta, no pudo por menos de reír y dar palmadas. Luego miró a Giafar, y le dijo: "¡Oh hermano mío! este médico es un gran médico y su descubrimiento un gran descubrimiento. ¡He aquí que ha averiguado que estás enfermo de amor!" Y añadió "Dime, pues, cómo y de quién te has enamorado". Pero Giafar, cabizbajo, no dió respuesta alguna ni quiso pronunciar ninguna palabra. Y Ataf se apenó mucho por el silencio que el otro guardaba y había guardado con él, y se afligió mucho por su falta de confianza, y le dijo: "¡Oh hermano mío! ¿no eres para mí más que un amigo? ¿no estás en mi casa como el alma en el cuerpo? ¿Y no hay entre tú y yo cuatro meses pasados en la ternura, la camaradería, la charla y la amistad pura? ¿Por qué, pues, ocultarme tu estado? ¡Por lo que a mí respecta, estoy muy entristecido y asustado de verte solo y sin guía en asunto tan delicado! Porque eres un extranjero en esta capital, y yo soy un hijo de la ciudad, y puedo ayudarte con eficacia, y disipar tu turbación y tu inquietud. ¡Por mi vida, que te pertenece, y por el pan y la sal que hay entre nosotros, te suplico que me reveles tu secreto!" Y no cesó de hablarle de tal suerte, hasta que le decidió a hablar. Y Giafar levantó la cabeza, y le dijo: "No te ocultaré por más tiempo el motivo de mi turbación, ¡oh hermano mío! Y en lo sucesivo no censuraré ya a los enamorados que enferman de inquietud y de impaciencia. ¡Porque he aquí que me ha sucedido una cosa que jamás pensé que me sucedería, no, jamás! Y no sé lo que eso va a traerme, porque mi caso es un caso embarazoso y complicado con pérdida de la vida!"

Y le contó lo que le había ocurrido: cómo se había sentado en el banco de mármol, se había abierto la ventana enfrente de él y había aparecido una joven, la más bella de su tiempo, que había regado el jardín de su ventana. Y añadió: "¡Ahora mi corazón tumultuoso está agitado de amor por ella, que ha cerrado súbitamente su ventana después de lanzar una sola ojeada a la calle en donde yo estaba, y la ha cerrado tan de prisa como si hubiese sido vista al descubierto por un extraño. Y heme aquí ya incapaz de nada e imposibilitado de comer y de beber a causa de la excesiva excitación y del ardor de amor en que estoy por ella; y ha truncado mi sueño la fuerza de mi deseo por ella que se ha albergado en mi corazón". Y añadió: "Y tal es mi caso, ¡oh hermano mío Ataf! y ya te he contado cuanto me ha ocurrido, sin ocultarte nada".

Cuando el generoso Ataf oyó las palabras de su huésped y comprendió su alcance, bajó la cabeza y reflexionó una hora de tiempo. Porque acababa de descubrir, sin género de duda, en vista de todos los detalles e indicios oídos y de la descripción de la casa, de la ventana y de la calle, que la joven consabida no era otra que su propia esposa, la hija de su tío, a la cual amaba y de la cual era amado, y que habitaba en una casa separada, con sus esclavas y sus servidores. Y dijo para sí: "¡Oh Ataf! ¡no hay recurso ni poder más que en Alah el Altísimo, el Magno, pues venimos de Alah y a Él volveremos!" Y su generosidad y su grandeza de alma tomaron al punto una decisión, y pensó: "No seré semejante en mi amistad al que construyere sobre arena y sobre agua, y por el Dios magnánimo, que serviré a mi huésped con mi alma y mis bienes!"

Y así pensando, con rostro sonriente y tranquilo, se encaró con su huésped, y le dijo: "¡Oh hermano mío! calma tu corazón y refresca tus ojos, porque pongo sobre mi cabeza el llevar a buen fin tu asunto en el sentido que deseas. Conozco, en efecto, a la familia de la joven de quien me has hablado, y que es una mujer divorciada de su marido hace unos días. Y desde esta hora y este instante voy a ocuparme de tu asunto. Por lo que a ti respecta, ¡oh hermano mío! espera mi regreso con toda tranquilidad y ponte contento". Y aún le dijo otras palabras para calmarle, y salió de su casa.

Y fué a la casa donde vivía su esposa, la joven que había visto Giafar, y entró en la sala de los hombres sin cambiar de traje y sin dirigir la palabra a nadie, y llamó a uno de los pequeños eunucos, y le dijo: "¡Ve a casa de mi tío, padre de tu señora, y dile que venga"! Y el eunuco se apresuró a ir a casa del suegro y a llevarle a casa de su amo.

Y Ataf se levantó en honor suyo para recibirle, y le abrazó, y le hizo sentarse, y le dijo: "¡Oh tío mío! ¡todo es para bien! Sabe que, cuando Alah envía sus beneficios a sus servidores, les enseña al mismo tiempo el camino que tienen que seguir. Y he aquí que he encontrado mi camino, porque mi corazón se inclina hacia la Meca y anhela ir a visitar la casa de Alah y besar la piedra negra de la Kaaba santa, además de ir a El-Medinah a visitar la tumba del Profeta (¡con Él la plegaria, la paz, las gracias y las bendiciones!). Y he resuelto visitar en este año esos lugares santos, e ir a ellos en peregrinación, para volver hecho un perfecto hajj. Por eso no conviene dejar tras de mí ataderos, deudas ni obligaciones, ni nada que pueda proporcionarme preocupaciones, pues ningún hombre sabe si será amigo de su destino al día siguiente. ¡Y por eso ¡oh tío! te llamo para entregarte el acta de divorcio de tu hija, esposa mía!"

Cuando el tío del generoso Ataf, padre de su esposa, hubo oído estas palabras y comprendido que Ataf quería divorciarse, quedó extremadamente conmovido, y exagerando en su espíritu la gravedad del caso, dijo: "¡Oh Ataf, hijo mío! ¿qué te obliga a recurrir a semejantes procedimientos? ¡Si vas a partir dejando aquí a tu esposa, por muy larga que sea tu ausencia y por mucha duración que le des, no por eso dejará tu esposa de ser esposa tuya y dependencia tuya y propiedad tuya! Nada te obliga a divorciarte, ¡oh hijo mío!" Y Ataf contestó, mientras de sus ojos rodaban lágrimas: "¡Oh tío mío! ¡he hecho ese juramento, y lo que está escrito debe ocurrir!"

Y el padre de la joven, consternado con estas palabras de Ataf, sintió entrar la desolación en su corazón. Y la joven esposa de Ataf se quedó como muerta al saber esta noticia, y su estado fué un estado lamentable, y su alma nadó en la noche, en la amargura y en el dolor, porque desde la infancia amaba a su esposo Ataf, que era el hijo de su tío, y sentía una ternura extremada por él...


En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana y se calló discretamente.

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