Pero cuando llegó la 840ª noche

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Ella dijo:

... Y pasé de mala manera toda aquella noche de mi destino, como si hubiese estado en medio de torturas en la prisión del Meda o del Deilamita.

Así es que, en cuanto llegó el alba, me apresuré a huir de la cámara de mis bodas y a correr al hammam para purificarme del contacto de aquella esposa de horror. Y después de hacer mis abluciones con arreglo a lo que establece para los casos de impureza el ceremonial del Ghosl, me dejé llevar del sueño un poco. Tras de lo cual me reintegré a mi tienda y me senté allí con la cabeza víctima del vértigo, ebrio sin haber bebido vino.

Y al punto mis amigos y los mercaderes que me conocían y los particulares más distinguidos del zoco comenzaron a presentarse a mí, unos separadamente y otros de dos en dos, o de tres en tres, o varios a la vez, e iban a felicitarme y a ofrecer sus respetos. Y me decían: "¡Bendición! ¡bendición! ¡bendición! ¡La alegría sea contigo! ¡la alegría sea contigo!" Y me decían otros: "¡Eh, vecino! ¡no sabíamos que érais tan poco espléndido! ¿Dónde está el festín, dónde están las golosinas, dónde están los sorbetes, dónde están los pasteles, dónde están los platos de halawa, dónde está tal cosa, dónde está tal otra? ¡Por Alah, vamos a creer que los encantos de tu joven esposa te han turbado el cerebro y te han hecho olvidar a tus amigos y perder la memoria de tus obligaciones elementales! ¡Pero no te importe! ¡Y que la alegría sea contigo! ¡que la alegría sea contigo!

Y yo, ¡oh mi señor! sin poder darme exacta cuenta de si se burlaban de mí o me felicitaban realmente, no sabía qué actitud adoptar, y me contentaba con hacer algunos gestos evasivos y contestar con palabras sin alcance. Y sentía que se me atascaba de rabia reconcentrada la nariz y que mis ojos estaban próximos a romper en lágrimas de desesperación.

Y de tal suerte duró mi suplicio desde por la mañana hasta la hora de la plegaria de mediodía, y ya se habían ido a la mezquita la mayor parte de los mercaderes o dormían la siesta, cuando he aquí que, a algunos pasos de mí, surge la joven del perfecto amor, la verdadera, la que era autora de mi desventura y causa de mis torturas. Y avanzaba hacia mí sonriendo en medio de sus cinco esclavas, y se inclinaba blandamente, y se contoneaba de derecha a izquierda voluptuosamente, con sus colas y sus sedas, flexible como una tierna rama de ban en medio de un jardín de olores. Y estaba ataviada más suntuosamente aún que el día anterior, y tan emocionantes eran sus andares, que, para verla mejor, los habitantes del zoco se pusieron en fila a su paso. Y con un aire infantil entró ella en mi tienda, y me dirigió la más graciosa zalema, y me dijo, sentándose: "¡Sea para ti este día una bendición, ¡oh mi señor Ola-Ed-Din, y que Alah sostenga tu bienestar y tu dicha y lleve al colmo tu contento! ¡Y que la alegría sea contigo! ¡la alegría contigo!"

En cuanto la oí, ¡oh mi señor! fruncí las cejas y mascullé maldiciones en mi corazón. Pero cuando vi con qué audacia se divertía ella conmigo y cómo iba a provocarme después de perpetuar su hazaña, no pude contenerme más tiempo; y toda mi grosería de antaño, de cuando era virtuoso, afluyó a mis labios; y estallé en injurias, diciéndole: "¡Oh caldera llena de pez! ¡oh cacerola de betún! ¡olla de perfidia! ¿qué te hice para que me tratases con esa negrura y me sumieras en un abismo sin salida? ¡Alah te maldiga y maldiga el instante de nuestro encuentro y ennegrezca tu rostro para siempre, ¡oh desvergonzada!"

Pero ella, sin conmoverse lo más mínimo, contestó sonriendo: "Pues qué, ¡oh estúpido! ¿has olvidado ya tus incorrecciones para conmigo, y tu desprecio por mi oda en verso, y el mal trato que hiciste sufrir a mi mensajera, la negrita, y las injurias que le dirigiste, y el puntapié con que la gratificaste, y los improperios que me transmitiste por conducto suyo?" Y tras de hablar así, la joven recogió sus velos y se levantó para partir.

Pero yo ¡oh mi señor! comprendí que no había recolectado más que lo que sembré, y sentí todo el peso de mi brutalidad pasada, y qué cosa tan odiosa de todo punto era la virtud áspera, y qué cosa tan detestable era la hipocresía de la religiosidad.

Y sin más tardanza me arrojé a los pies de la joven del perfecto amor, y le supliqué que me perdonara, diciéndole: "¡Estoy arrepentido! ¡estoy arrepentido! ¡en verdad que estoy de lo más arrepentido!"

Y le dije palabras tan dulces y tan enternecedoras como gotas de lluvia en un desierto ardoroso. Y acabé por decidirla a quedarse; y se dignó dispensarme, y me dijo: "¡Por esta vez te perdonaré, pero no vuelvas a empezar!" Y exclamé besándole la orla de su traje y cubriéndome con ella la frente: "¡Oh mi señora! ¡estoy bajo tu salvaguardia y soy tu esclavo que espera su liberación de lo que tú sabes por conducto tuyo!" Y ella me dijo sonriendo: "Ya he pensado en ello. ¡Y lo mismo que supe cogerte en mis redes sabré sacarte de ellas!" Y exclamé: "¡Yalah! ¡yalah! ¡date prisa! ¡date prisa!"

Entonces me dijo: "Atiende bien a mis palabras y sigue mis instrucciones. ¡Y podrás verte desembarazado de tu esposa sin trabajo!" Y me incliné: "¡Oh rocío! ¡oh refresco!" Y continuó ella: "¡Escucha! Levántate y ve al pie de la ciudadela en busca de los saltimbanquis, titiriteros, charlatanes, bufones, danzantes, funámbulos, bailarines, conductores de monos, exhibidores de osos, tamborileros, clarinetes, flautines, timbaleros y demás farsantes, y te concertarás con ellos para que sin tardanza vayan a buscarte al palacio del Jeique al-Islam, padre de tu esposa. Y cuando lleguen estarás sentado tomando refrescos con él en las gradas del patio. Y en cuanto entren te felicitarán y se congratularán, exclamando: "¡Oh hijo de nuestro tío! ¡oh sangre nuestra! ¡oh vena de nuestros ojos! ¡compartimos tu alegría en este bendito día de tus bodas! En verdad, ¡oh hijo de nuestro tío! que nos alegramos por ti del rango a que has llegado. Y aun cuando te avergüences de nosotros, tenemos el honor de pertenecerte; y aun cuando, olvidándote de tus parientes, nos eches, y aun cuando nos despidas, no te dejaremos, porque eres hijo de nuestro tío, sangre nuestra y vena de nuestros ojos".

Y entonces tú aparentarás estar muy confuso ante la divulgación de tu parentesco con tales individuos, y para librarte de ellos empezarás a repartirles a puñados dracmas y dinares. Y al ver aquello el Jeique al-Islam te preguntará, sin duda alguna; y le contestarás bajando la cabeza: "Es preciso que diga la verdad, puesto que están ahí mis parientes para traicionarme. Mi padre era, en efecto, un bailarín, exhibidor de osos y de monos, y tal es la profesión de mi familia y su origen. Pero más tarde el Retribuidor abrió para nosotros la puerta de la fortuna, y hemos adquirido la consideración de los mercaderes del zoco y de su síndico".

Y el padre de tu esposa te dirá: "Así, pues, ¿eres un hijo de bailarín de la tribu de los funámbulos y de los cabalgadores de monos?" Y contestarás: "No hay medio de que yo reniegue de mi origen y de mi familia por amor a tu hija y en honor suyo. ¡Porque la sangre no reniega de la sangre ni el arroyo de su manantial!" Y te dirá él, sin duda alguna: "En ese caso ¡oh joven! ha habido ilegalidad en el contrato de matrimonio, ya que nos has ocultado tu abolengo y tu origen. ¡Y no conviene que sigas siendo esposo de la hija del Jeique al-Islam, jefe supremo de los kadíes, que se sienta en la alfombra de la ley, y que es un cherif y un saied cuya genealogía se remonta a los padres del apóstol de Alah! Y no conviene que su hija, por muy olvidada que se halle en cuanto a los beneficios del Retribuidor, esté a merced del hijo de un titiritero".

Y tú replicarás: "¡Está bien! ¡está bien, ya entendí! tu hija es mi esposa legal y cada cabello suyo vale mil vidas. ¡Y por Alah, que no me separaré de ella aun cuando me dieras los reinos del mundo!" Pero poco a poco te dejarás persuadir, y cuando se pronuncie la palabra divorcio consentirás, a regañadientes, en separarte de tu esposa. Y por tres veces pronunciarás, en presencia del Jeique al-Islam y dos testigos, la fórmula del divorcio. Y de tal suerte, desligado, volverás a buscarme aquí. ¡Y Alah arreglará lo que haya que arreglar!"

Entonces yo, al oír este discurso de la joven del perfecto amor, sentí que se me dilataban los abanicos del corazón, y exclamé: "¡Oh reina de la inteligencia y de la belleza! ¡heme aquí dispuesto a obedecerte por encima de mi cabeza y de mis ojos ...


En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.



Y cuando llegó la 841ª noche

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Ella dijo:

"... al oír este discurso de la joven del perfecto amor, sentí que se me dilataban los abanicos del corazón, y exclamé: "¡Oh reina de la inteligencia y de la belleza! ¡heme aquí dispuesto a obedecerte por encima de mi cabeza y de mis ojos!" Y tras de despedirme de ella dejándola en mi tienda, fui a la plaza que hay al pie de la ciudadela y me puse al habla con el jefe de la corporación de titiriteros, saltimbanquis, charlatanes, bufones, danzantes, funámbulos, bailarines, conductores de monos, exhibidores de osos, tamborileros, clarinetes, flautines, pífanos, timbaleros y demás farsantes; y me concerté con aquel jefe para que me ayudara en mi proyecto, prometiéndole una remuneración considerable. Y habiendo obtenido de él promesa de su concurso, le precedí en el palacio del Jeique al-Islam, padre de mi esposa, al lado del cual subí a sentarme en el estrado del patio.

Y no llevaría una hora de plática con él, bebiendo sorbetes, cuando de improviso, por la puerta principal que había yo dejado abierta, hizo su entrada, precedida por cuatro saltimbanquis que marchaban a la cabeza, y por cuatro funámbulos que caminaban con la punta de los dedos gordos de los pies, y por cuatro titiriteros que andaban con las manos, en medio de una algazara extraordinaria, toda la tribu tamborileante, ululante, galopante, aullante, danzante, gesticulante y abigarrada de la payasería que había sentado sus reales al pie de la ciudadela. Y estaban todos: los conductores de monos con sus animales, los exhibidores de osos con sus mejores ejemplares, los bufones con sus oropeles, los charlatanes con sus gorros altos de fieltro y los instrumentistas con sus ruidosos instrumentos, que producían una algarabía inmensa. Y se pusieron en fila por orden en el patio, los monos y los osos en medio, y cada cual haciendo lo suyo. Pero de pronto resonó un violento golpe de tabbl, y todo el estrépito cesó por ensalmo. Y el jefe de la tribu se adelantó hasta las gradas del palacio, y en nombre de todos mis parientes congregados me arengó con voz magnífica, deseándome prosperidad y larga vida y soltándome el discurso que yo le había enseñado.

Y, efectivamente, ¡oh mi señor! todo pasó como había previsto la joven. Porque el Jeique al-Islam, al tener, por boca del propio jefe de la tribu, la explicación de aquella barahúnda, me pidió su confirmación. Y yo aseguré que, en efecto, era primo, por parte de padre y de madre, de todos aquellos individuos, y que yo mismo era hijo de un titiritero conductor de monos; y le repetí todas las palabras del papel que me había enseñado la joven, y que ya conoces, ¡oh rey del tiempo! Y el Jeique al-Islam, poniéndose muy demudado y muy indignado, me dijo: "No puedes permanecer en la casa y en la familia del Jeique al-Islam, pues temo que te escupan al rostro y te traten con menos miramientos que a un perro cristiano o a un puerco judío".

Y empecé por responder: "¡Por Alah, que no me divorciaré de mi esposa aunque me ofrezcas el reino del Irak!" Y el Jeique al-Islam, que sabía bien que el divorcio a la fuerza estaba prohibido por la Schariat, me llamó aparte y me suplicó, con toda clase de palabras conciliadoras, que consintiera en aquel divorcio, diciéndome: "¡Vela mi honor y Alah velará el tuyo!"

Y acabé por condescender a aceptar el divorcio, y pronuncié ante testigos, refiriéndome a la hija del Jeique al-Islam: "¡La repudio una vez, dos veces, tres veces, la repudio!" Esta es fórmula del divorcio irrevocable. Y tras de pronunciarla, a insistentes requerimientos del propio padre, me encontré al mismo tiempo exento del tributo del rescate y de la viudedad y libre de la más espantosa pesadilla que ha pesado nunca sobre el pecho de un ser humano.

Y sin perder tiempo en saludar al padre de la que durante una noche fué mi esposa, salí corriendo, sin mirar atrás, y llegué sin aliento a mi tienda, donde seguía esperándome la joven del perfecto amor. Y con su más dulce lenguaje me deseó ella la bienvenida, y con toda la cortesía de sus modales me felicitó por el éxito, y me dijo: "Ahora ha llegado el momento de nuestra unión. ¿Qué te parece, ¡oh mi señor!?" Y contesté: "¿Será en mi tienda o en tu casa?"

Y ella sonrió y me dijo: "¡Oh pobre! ¿pero acaso no sabes cuánto tiene que cuidar su persona una mujer para hacer las cosas como es debido? ¡Habrá de ser en mi casa!" Y contesté: "Por Alah, ¡oh soberana mía! ¿desde cuándo los lirios van al hammam y la rosa al baño? Mi tienda es lo bastante grande para que quepas en ella, lirio o rosa. Y si ardiera mi tienda quedaría mi corazón". Y me contestó ella riendo: "¡Verdaderamente, prosperas! ¡Y hete aquí curado de tus antiguas maneras, tan ordinarias! Y sabes devolver un cumplimiento perfectamente". Y añadió: "Ahora levántate, cierra tu tienda y sígueme".

Yo, que no esperaba más que estas palabras, me apresuré a contestar: "Escucho y obedezco". Y saliendo de la tienda el último, la cerré con llave, y seguí a diez pasos de distancia al grupo formado por la joven y sus esclavas. Y de tal suerte llegamos ante un palacio cuya puerta se abrió al acercarnos. Y en cuanto entramos fueron a mí dos eunucos y me rogaron que les acompañara al hammam. Y decidido a hacerlo todo sin pedir explicaciones, me dejé conducir por los eunucos al hammam, donde me hicieron tomar un baño para limpieza y para frescura. Tras de lo cual, vestido con ropas finas y perfumado con ámbar chino, fui conducido a los aposentos interiores, donde me esperaba, perezosamente tendida en un lecho de brocato, la joven de mis deseos y del perfecto amor.

No bien nos quedamos solos me dijo ella: "Ven aquí, ven, ¡oh estúpido! ¡Por Alah, que se necesita ser un tonto hasta el último límite de la tontería, para haber rehusado hace tiempo una noche como ésta! Pero, para no azorarte, no te recordaré el pasado". Y yo, ¡oh mi señor a la vista de aquella joven toda desnuda ya, y tan blanca y tan fina, y de la riqueza de sus partes delicadas, y de la gordura de su trasero rollizo, y de la excelente calidad de sus diversos atributos, sentí que en mí se reparaban todos mis yerros anteriores y retrocedí para saltar. Pero ella me retuvo con un gesto y una sonrisa, y me dijo:

"Antes del combate, ¡oh Jeique! es preciso que yo sepa si conoces el nombre de tu adversario. ¿Cómo se llama?" Y contesté: "¡La fuente de las gracias!" Ella dijo: "¡No!" Yo dije: "¡El padre de la blancura!" Ella dijo: "¡No!" Yo dije: "¡El pasto dulce!" Ella dijo: "¡No!" Yo dije :"¡El sésamo descortezado!" Ella dijo: "¡No!" Yo dije: "¡La albahaca de los puentes!" Ella dijo: "¡No!" Yo dije: "¡El mulo terco!" Ella dijo: "¡No!" Yo dije: "Pues, por Alah, ¡oh mi señora! que no conozco ya más que un nombre, y es el último: ¡el albergue de mi padre Mansur!" Ella dijo: "¡No!" Y añadió "¡Oh estúpido! ¿qué te han enseñado entonces los sabios teólogos y los maestros de gramática?" Yo dije: "¡Nada absolutamente!" Ella dijo: "¡Pues escucha! He aquí algunos de sus nombres: el estornino mudo, el carnero gordo, la lengua silenciosa, el elocuente sin palabras, la rosca adaptable, la grapa a la medida, el mordedor rabioso, el sacudidor infatigable, el abismo magnífico, el pozo de Jacob, la cuna del niño, el nido sin huevo, el pájaro sin plumas, el pichón sin mancha, el gato sin bigotes, el pollo sin voz y el conejo sin orejas".

Y habiendo acabado de adornar de este modo mi entendimiento y de aclarar mi juicio, me tomó de pronto entre sus piernas y sus brazos, y me dijo: "¡Yalah! ¡yalah oh infeliz! sé rápido en el asalto, y pesado en el descenso, y ligero en el peso, y fuerte en el abrazo, y nadador de fondo, y tapón hermético, y saltador sin tregua. Porque el detestable es el que se levanta una vez o dos veces para sentarse luego, y el que alza la cabeza para bajarla, y el que se pone de pie para caer. Brío, pues, ¡oh valiente!" Y yo ¡oh mi señor! contesté: "¡Oye, por tu vida, ¡oh mi señora! procedamos con orden, procedamos con orden!" Y' añadí: "¿Por quién vamos a empezar?" Ella contestó: "A tu gusto. ¡oh truhán!" Yo dije: "¡Entonces vamos a dar primero su comida al estornino mudo!" Ella dijo: "Ya está esperando! ¡ya está esperando!"

Entonces ¡oh mi señor sultán! dije a mi niño: "¡Satisface al estornino!" Y el niño contestó con el oído y la obediencia, y fué pródigo y generoso en la pitanza del estornino mudo, que, de repente, empezó a expresarse en el lenguaje de los estorninos, diciendo: "¡Alah aumente tu hacienda! ¡Alah aumente tu hacienda!


Y dije al niño: "¡Haz ahora una zalema al carnero gordo, que está esperando!" Y el niño hizo al carnero consabido la zalema más profunda. Y el carnero contestó en su lenguaje: "¡Alah aumente tu hacienda! ¡Alah aumente tu hacienda!"


Y dije al niño: "¡Habla ahora a la lengua silenciosa!" Y el niño frotó su dedo contra la lengua silenciosa, que al punto contestó con armoniosa voz: "¡Alah aumente tu hacienda! ¡Alah aumente tu hacienda!"


Y dije al niño: "¡Domestica al mordedor rabioso!" Y el niño se puso a acariciar con muchas precauciones al mordedor consabido, y lo hizo de modo que salió de sus fauces sin daño y sin rabia, y el mordedor, satisfecho de su valor y de su obra, le dijo: "¡Te rindo homenaje! ¡vaya una pócima que me has dado!"


Y dije al niño: "¡Llena el pozo de Jacob, ¡oh tú!, más paciente que Jacob!" Y el niño contestó al punto: "¡Que me traga! ¡que me traga!" Y el pozo consabido se llenó sin fatiga ni objeción y quedó tapado herméticamente.


Y dije al niño: "¡Calienta al pájaro sin plumas!" Y el niño contestó como el martillo al yunque; y el pájaro, caliente, contestó: "¡Ya echo humo! ¡ya echo humo!"


Y dije al niño: "¡Oh excelente! ¡da de comer ahora al pollo sin voz!" Y el excelente muchacho no dijo que no, y dió de comer con profusión al pollo consabido, que se puso a cantar, diciendo: "¡Bendición! ¡bendición!


Y dije al niño: "No te olvides de este buen conejo sin orejas, y sácale de su sueño, ¡oh padre de vista sin par!" Y el niño, siempre despierto, habló al conejo, por más que éste no tenía orejas, y le dió tan buenos consejos, que hubo de exclamar el aludido: "¡Qué maravilla! ¡qué maravilla...


En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.



Pero cuando llegó la 842ª noche

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Ella dijo:


... Y el niño, siempre despierto, habló al conejo, por más que éste no tenía orejas, y le dió tan buenos consejos, que hubo de exclamar el aludido: "¡Qué maravilla! ¡qué maravilla!"

Y continué, ¡oh mi señor! alentando al niño a conversar de aquel modo con su adversario, cambiando cada vez de motivo de conversación, y haciéndole aludir a cada tributo, tomando y dando, sin olvidar al gato sin bigotes, ni al pichón sin mancha, ni a la cuna, que estaba muy caliente, ni al nido sin huevo, que estaba nuevecito, ni a la grapa a la medida, que encajó sin arañarse, ni al abismo magnético, donde se sumergió oblicuamente para permanecer púdico, e hizo pedir gracia a la propietaria, diciendo: "¡Abdico! ¡Abdico! ¡Ah! ¡qué garrote!", ni a la rosca adaptable, de la que salió más invulnerable y más considerable, ni, por último, al albergue de mi padre Mansur, más caliente que un horno, y del que salió más gordo y más pesado que una cotufa.

Y no cejamos en la lucha, ¡oh mi señor sultán! hasta la aparición de la mañana, en que hubimos de recitar la plegaria e ir al baño.

Y cuando salimos del hammam y nos reunimos para la comida de la mañana la joven del perfecto amor me dijo: "Por Alah, ¡oh truhán! que verdaderamente has sobresalido, y me favoreció la suerte que me hizo recuperarte. Ahora hay que hacer lícita nuestra unión. ¿Qué te parece? ¿Quieres seguir conmigo con arreglo a la ley de Alah, o quieres renunciar para siempre a volver a verme?" Y contesté: "Antes sufrir la muerte roja que no volver a regocijarme con ese rostro de blancura, ¡oh mi señora!" Y ella me dijo: "¡En ese caso, sean con nosotros el kadi y los testigos!" Y mandó llamar acto seguido al kadí y a los testigos y redactar sin tardanza nuestro contrato de matrimonio. Tras de lo cual tomamos juntos nuestra primera comida, y esperamos a hacer la digestión y evitar todo peligro de dolor de vientre, para recomenzar nuestros escarceos y diversiones y unir la noche con el día.

Y durante treinta noches y treinta días ¡oh mi señor! viví aquella vida con la joven del perfecto amor, cepillando lo que había que cepillar, limando lo que había que limar y rellenando lo que había que rellenar, hasta que un día, víctima de una especie de vértigo, se me escapó el decir a mi contrincante: "¡No sé a qué obedece; pero ¡por Alah! que no puedo clavar hoy el duodécimo clavo!" Y exclamó ella: "¿Cómo? ¿cómo dices? ¡Pues si precisamente el duodécimo es el más necesario! ¡Los demás no valen!" y le dije: "Imposible, imposible".

Entonces ella se echó a reír, y me dijo: "¡Necesitas reposo! ¡Ya te lo daremos!" Y no oí más, porque me abandonaron las fuerzas, ¡ya sidi! y rodé por el suelo como un burro sin ronzal.

Y cuando volví de mi desvanecimiento me vi encadenado en este maristán, en compañía de estos dos honorables jóvenes, camaradas míos. E interrogados los celadores, me dijeron: "¡Es para que reposes! ¡es para que reposes!" Y por tu vida, ¡oh mi señor! que ya me noto muy reposado y reanimado, y pido a tu generosidad que arregle mi reunión con la joven del perfecto amor. En cuanto a decir su nombre y su calidad, está más allá de mis conocimientos. Y te he contado todo lo que sabía".

Cuando el sultán Mahmud y su visir, el antiguo sultán-derviche, oyeron esta historia del segundo joven, se maravillaron hasta el límite de la maravilla del orden y de la claridad con que les había sido contada. Y el sultán dijo al joven: "¡Por vida mía! que aunque no hubiese sido ilícito el motivo de tu prisión, yo te habría libertado después de oírte". Y añadió: "¿Podrías conducirnos al palacio de la joven?" El interpelado contestó: "¡A ojos cerrados podría!" Entonces el sultán y el visir y el chambelán, que era el antiguo loco primero, se levantaron; y el sultán dijo al joven, después de hacer caer sus cadenas: "¡Precédenos en el camino que conduce a casa de tu esposa!" Y ya se disponían a salir los cuatro, cuando el tercer joven, que aún tenía las cadenas al cuello, exclamó: "¡Oh señores míos! ¡por Alah sobre todos nosotros, escuchad mi historia antes de marcharos, porque es tan extraordinaria como las de mis dos compañeros!"

Y le dijo el sultán: "Refresca tu corazón y calma tu espíritu, porque no tardaremos en volver".

Y anduvieron, precedidos del joven, hasta llegar a la puerta de un palacio, a la vista del cual exclamó el sultán: "¡Alahu akbar! ¡Confundido sea Eblis el Tentador! Porque este palacio ¡oh amigos míos es la morada de la tercera hija de mi tío el difunto sultán! Y nuestro destino es un destino prodigioso. ¡Loores a Quien reúne lo que estaba separado y reconstituye lo que estaba disuelto!" Y penetró en el palacio, seguido de sus acompañantes, e hizo anunciar su llegada a la hija de su tío, que se apresuró a presentarse entre sus manos.

¡Y he aquí que, efectivamente, era la joven del perfecto amor! Y besó la mano al sultán, esposo de su hermana, y se declaró sumisa a sus órdenes. Y el sultán le dijo: "¡Oh hija del tío! te traigo a tu esposo, este excelente mozo, a quien nombro ahora mismo mi segundo chambelán, y que en lo sucesivo será mi comensal y mi compañero de copa. Porque conozco su historia y el equívoco pasado que ha tenido lugar entre vosotros dos. Pero en adelante no se repetirá la cosa ya, porque está él ahora descansado y reanimado".

Y la joven contestó: "¡Escucho y obedezco! ¡Y desde el momento que está bajo tu salvaguardia y tu garantía, y que me aseguras que está restablecido, consiento en vivir de nuevo con él!" Y el sultán le dijo: "Gracias te sean dadas, ¡oh hija del tío! ¡Me quitas del corazón un peso muy grande!" Y añadió: "Permítenos solamente llevárnosle por una hora de tiempo. ¡Porque tenemos que escuchar juntos una historia que debe ser de lo más extraordinaria!" Y se despidió de ella y salió con el joven, convertido en su segundo chambelán, con su visir y con su primer chambelán.

Y cuando llegaron al maristán fueron a sentarse en su sitio frente al tercer joven que estaba en ascuas esperándoles, y que, con la cadena al cuello, comenzó al punto en estos términos su historia:



Historia del tercer loco

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"Has de saber, ¡oh mi soberano señor! y tú, ¡oh visir de buen consejo! vosotros, honrados chambelanes, antiguos compañeros míos de cadena, sabed que mi historia no tiene ninguna relación con las que se acaban de contar, porque si mis dos compañeros han sido víctimas de unas jóvenes, a mí me ha ocurrido una cosa muy distinta. Ya comprobaréis mi aserto por vosotros mismos.

Es el caso ¡oh señores míos! que era yo un niño todavía cuando mi padre y mi madre fallecieron en la misericordia del Retribuidor. Y fuí recogido por vecinos misericordiosos, pobres como nosotros, que no podían gastar en mi instrucción por no tener lo necesario, y me dejaban vagabundear por las calles, con la cabeza al aire y las piernas desnudas, sin tener por todo vestido más que media camisa de cotonada azul. Y no debía ser yo repugnante a la vista, porque los transeúntes que me veían recocerme al sol, a menudo se paraban para exclamar: "¡Alah preserve del mal de ojo a este niño! Es tan hermoso como un trozo de luna". Y a veces algunos de ellos me compraban halawa con garbanzos o caramelo amarillo y flexible, de ese que se estira como un bramante, y al dármelo me acariciaban en la mejilla, o me pasaban la mano por la cabeza, o me tiraban cariñosamente del mechón que tenía yo en medio de mi cráneo pelado. Y yo abría una boca enorme y me tragaba de un bocado toda la confitura. Lo cual hacía prorrumpir en exclamaciones admirativas a los que me miraban y abrir lo ojos con envidia a los pilluelos que jugaban conmigo. Y de tal suerte llegué a los doce años de edad.

Un día entre los días había yo ido con mis camaradas habituales a buscar nidos de gavilán y de cuervo en los tejados de las casas ruinosas, cuando divisé dentro de una choza recubierta con ramajes de palmera, en el fondo de un patio abandonado, la forma indecisa e inmóvil de un ser vivo. Y como sabía que los genn y los mareds frecuentan las casas desiertas, pensé: "¡Este es un mared!" Y poseído de espanto, bajé a escape del tejado de la ruina y quise echar a correr para distanciarme de aquel mared. Pero de la choza salió una voz muy dulce, que me llamó, diciendo: "¿Por qué huyes, hermoso niño? ¡Ven a probar la sabiduría! Ven a mí sin miedo. No soy ni un genn ni un efrit, sino un ser humano que vive en la soledad y en la contemplación. Ven, hijo mío, que te enseñaré la sabiduría...


En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.



Y cuando llegó la 843ª noche

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Ella dijo:

"... Ven, hijo mío, y te enseñaré la sabiduría". Y retenido de pronto en mi fuga por una fuerza irresistible, volví sobre mis pasos y me dirigí a la choza, en tanto que la voz dulce continuaba diciéndome: "¡Ven, hermoso niño, ven!" Y entré en la choza y vi que la forma inmóvil era un viejo muy anciano que debía tener un número incalculable de años. Y a pesar de su mucha edad, su rostro era como el sol. Y me dijo: "Bienvenido sea el huérfano que viene a heredar mi enseñanza!" Y me dijo aún: "Yo seré tu padre y tu madre". Y me cogió de la mano y añadió: "Y tú serás mi discípulo". Y tras de hablar así me dió el beso de paz, y me hizo sentarme a su lado, y comenzó al instante mi instrucción. Y quedé subyugado por su palabra y por la hermosura de su enseñanza; y por ella renuncié a mis juegos y a mis camaradas. Y fué él para mí un padre y una madre. Y le demostré un respeto profundo, una ternura extremada y una sumisión sin límites. Y transcurrieron cinco años, durante los cuales adquirí una instrucción admirable. Y mi espíritu se alimentó con el pan de la sabiduría.

Pero ¡oh mi señor! toda sabiduría es vana si no se siembra en un terreno cuyo fondo sea propicio. Porque se borra al primer roce del rastrillo de la locura, que rae la capa fértil. Y debajo sólo quedan la sequía y la esterilidad.

Y pronto había de experimentar yo por mí mismo la fuerza de los instintos victoriosos de los preceptos.

Un día, en efecto, habiéndome enviado mi maestro, el viejo sabio, a mendigar nuestra subsistencia en el patio de la mezquita, me dediqué a esta tarea; y después de ser favorecido con la generosidad de los creyentes, salí de la mezquita y emprendí el camino de nuestro retiro. Pero por el camino ¡oh mi señor! me crucé con un grupo de eunucos en medio de los cuales se contoneaba una joven tapada, cuyos ojos tras el velo me parecieron encerrar el cielo todo. Y los eunucos iban armados de largas pértigas, con las cuales daban en el hombro a los transeúntes para alejarles del camino seguido por su señora. Y por todos lados oía yo murmurar a la gente: "¡La hija del sultán! ¡la hija del sultán!"

Y volví al lado de mi maestro ¡oh mi señor! con el alma emocionada y el cerebro en desorden.

Y de una vez olvidé las máximas de mi maestro, y mis cinco años de sabiduría, y los preceptos de la renunciación. Y mi maestro me miró tristemente, en tanto que lloraba yo. Y nos pasamos toda la noche uno junto a otro sin pronunciar una palabra. Y por la mañana, tras de besarle la mano, como tenía por costumbre, le dije: "¡Oh padre mío y madre mía, perdona a tu indigno discípulo! Pero es preciso que mi alma vuelva a ver a la hija del sultán, aunque no sea más que para posar en ella una sola mirada! Y mi maestro me dijo: "¡Oh hijo de tu padre y de tu madre! ¡oh niño mío! ya que tu alma lo desea, verás a la hija del sultán! ¡Pero piensa en la distancia que hay entre los solitarios de la sabiduría y los reyes de la tierra! ¡Oh hijo de tu padre y de tu madre, alimentado con mi ternura! ¿olvidas cuán incompatible es la sabiduría con el trato de las hijas de Adán, sobre todo cuando son hijas de reyes? ¿Y has renunciado, por lo visto, a la paz de tu corazón? ¿Y quieres que muera yo persuadido de que a mi muerte desaparecerá el último observante de los preceptos de la soledad? ¡Oh hijo mío! ¡nada tan lleno de riqueza como la renunciación, y nada tan satisfactorio como la soledad!" Pero yo contesté: "¡Oh padre mío y madre mía! si no veo a la princesa, aunque no sea más que para posar en ella una sola mirada, moriré".

Entonces, al ver mi tristeza y mi aflicción, mi maestro, que me quería, me dijo: "Hijo. ¿Satisfaría todos tus deseos una mirada que posases en la princesa?" Y contesté: "¡Sin duda alguna!" Entonces mi maestro se acercó a mí suspirando, frotó el arco de mis cejas con una especie de ungüento, y en el mismo instante desapareció parte de mi cuerpo y no quedó visible de mi persona más que la mitad de un hombre, un tronco dotado de movimiento. Y mi maestro me dijo: "Transpórtate ahora a la ciudad. Y allá esperarás así lo que ansías". Y contesté con el oído y la obediencia, y me transporté en un abrir y cerrar de ojos a la plaza pública, donde, en cuanto llegué, me vi rodeado de una muchedumbre innumerable. Y todos me miraban con asombro. Y de todos lados acudían para contemplar a un ser tan singular que sólo tenía de hombre la mitad y que se movía con tanta rapidez. Y en seguida cundió por la ciudad el rumor de tan extraño fenómeno, y llegó hasta el palacio en que vivía la hija del sultán con su madre. Y ambas desearon satisfacer su curiosidad para conmigo, y enviaron a los eunucos para que me cogieran y me llevaran a presencia suya. Y fui conducido al palacio e introducido en el harén, donde la princesa y su madre satisficieron su curiosidad para conmigo, mientras yo miraba. Tras de lo cual hicieron que me cogieran los eunucos, y me transportaran al sitio de que me sacaron. Y con el alma más atormentada que nunca y el espíritu más trastornado regresé a la choza de mi maestro.

Y me le encontré acostado en la estera, con el pecho oprimido y la tez amarilla, como si estuviese en agonía. Pero tenía yo entonces demasiado ocupado el corazón para atormentarme por él. Y me preguntó con voz débil: "¿Has visto ¡oh hijo mío! a la hija del sultán?" Y contesté: "Sí, pero ha sido peor que si no la hubiera visto. ¡Y en adelante no podrá tener reposo mi alma si no consigo sentarme junto a ella y saciar mis ojos del placer de mirarla!" Y me dijo él, lanzando un profundo suspiro: "¡Oh bienamado discípulo mío! ¡cómo tiemblo por la paz de tu corazón! ¡Ah! ¿qué relación podrá existir jamás entre los de la Soledad y los del Poder?" Y contesté: "¡Oh padre mío! mientras no descanse mi cabeza junto a la suya, mientras no la mire y no toque con mi mano su cuello encantador, me creeré en el límite extremo de la desdicha y moriré de desesperación".

Entonces mi maestro, que me quería, inquieto por mi razón a la vez que por la paz de mi corazón, me dijo, mientras le sacudían dolorosamente las boqueadas: "¡Oh hijo de tu padre y de tu madre! -oh niño que llevas en ti la vida y olvidas cuán turbadora y corruptora es la mujer! vete a satisfacer todos tus deseos; pero como último favor te suplico que caves aquí mi tumba y me sepultes sin poner ninguna piedra indicadora del lugar en que yo repose. Acércate, hijo mío, para que te dé el medio de lograr tus propósitos".

Y yo ¡oh mi señor! me incliné sobre mi maestro, que me frotó los párpados con una especie de kohl en polvo negro muy fino, y me dijo: "¡Oh antiguo discípulo mío! hete aquí hecho invisible para los ojos de los hombres, gracias a las virtudes de este kohl. ¡Y que la bendición de Alah sea sobre tu cabeza y te preserve, en la medida de lo posible, de las emboscadas de los malditos que siembran la confusión entre los elegidos de la Soledad!"

Y tras de hablar así, mi venerable maestro quedó como si no hubiera existido nunca. Y me apresuré a enterrarle en una fosa que cavé en la choza donde había él vivido. ¡Alah le admita en Su misericordia y le dé un sitio escogido! Tras de lo cual me apresuré a correr al palacio de la hija del sultán.

Y he aquí que, como yo era invisible a todos los ojos, entré en el palacio sin ser notado, y prosiguiendo mi camino penetré en el harén y fui derecho al aposento de la princesa. Y la encontré acostada en su lecho, durmiendo la siesta, y sin llevar encima por todo vestido más que una camisa de tisú de Mossul. Y yo, que en mi vida había tenido todavía ocasión de ver la desnudez de una mujer, ¡oh mi señor! fui presa de una emoción que acabó de hacerme olvidar todas las sabidurías y todos los preceptos. Y exclamé: "¡Alah! ¡Alah!"

Y lo hice en voz tan alta, que la joven entreabrió los ojos, lanzando un suspiro, despierta a medias y dando media vuelta en su lecho. Pero aquello fué todo, felizmente. ¡Y yo ¡oh mi señor! vi entonces lo inexpresable! Y quedé asombrado de que una joven tan frágil y tan fina poseyese un trasero tan gordo. Y muy maravillado, me aproximé más, sabiendo que era invisible, y muy dulcemente puse el dedo en aquel trasero para tentarle y satisfacer aquel deseo de mi corazón. Y observé que era rollizo y duro y mantecoso y granulado. Pero no volvía de la sorpresa en que me había sumido su volumen, y me pregunté: "¿Para qué tan gordo? ¿para qué tan gordo?" Y tras de reflexionar acerca del particular, sin dar con una respuesta satisfactoria, me apresuré a ponerme en contacto con la joven. Y lo hice con precauciones infinitas para no despertarla. Y cuando me pareció que había pasado el primer momento de peligro me aventuré a hacer algún movimiento. Y poco a poco, poco a poco, el niño que tú sabes ¡oh mi señor! entró en juego a su vez. Pero se guardó mucho de ser grosero y de utilizar en modo alguno procedimientos reprobables; y también él se limitó a entablar conocimiento con lo que no conocía. Y nada más ¡oh mi señor! Y a ambos nos pareció que, para ser la primera vez, habíamos visto lo bastante para formar juicio.

Pero he aquí que, en el momento mismo en que iba a levantarme, el Tentador me impulsó a pellizcar a la joven, precisamente en medio de una de aquellas asombrosas redondeces cuyo volumen me tenía perplejo, y no pude resistir a la tentación, y ya ves, pellizqué a la joven en medio de aquella redondez. Y (¡alejado sea el Maligno!) fué tan viva la impresión que experimentó ella, que saltó del lecho, despierta ya del todo, lanzando un grito de espanto, y llamó a su madre a grandes voces...


En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.



Pero cuando llegó la 844ª noche

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Ella dijo:

... fué tan viva la impresión que experimentó ella, que saltó del lecho, despierta ya del todo, lanzando un grito de espanto, y llamó a su madre a grandes voces.

Al oír las señales de alarma de su hija y sus gritos de terror y sus voces pidiendo socorro, acudió la madre enredándose los pies en la ropa y seguida de cerca por la vieja nodriza de la joven y por los eunucos. Y la joven continuaba gritando, llevándose la mano al sitio de su pellizco: "¡En Alah me refugio del Cheitán lapidado!"

Y su madre y la vieja nodriza le preguntaron al mismo tiempo: "¿Qué ocurre? ¿qué ocurre? ¿Y por qué te llevas la mano al honorable? ¿Y qué tiene el honorable? ¿Y qué le ha sucedido al honorable? ¡Enséñanos el honorable!" Y la nodriza se encaró con los eunucos, lanzándoles una mirada atravesada, y les gritó: "¡Retiraos un poco!" Y los eunucos se alejaron, maldiciendo entre dientes a la vieja calamitosa.

¡Eso fué todo! y yo veía sin ser visto, merced al kohl de mi difunto maestro. (¡Que Alah le tenga en su gracia!)

El caso es que, al sentirse acosada por las preguntas apremiantes que en un instante le hicieron su madre y su nodriza, alargando el cuello para ver qué era la cosa, la joven, ruborosa y dolorida, acabó por pronunciar: "¡Es esto! ¡es esto! ¡el pellizco! ¡el pellizco!" Y las dos mujeres miraron y vieron en el honorable la huella roja y ya hinchada de mi pulgar y de mi dedo del corazón. Y retrocedieron asustadas y en extremo indignadas, exclamando: "¡Oh maldita! ¿quién te ha hecho eso? ¿quién te ha hecho eso?" Y la joven se echó a llorar, diciendo: "¡No lo sé! ¡no lo sé!" Y añadió: "¡Me han pellizcado mientras soñaba que me comía un cohombro muy gordo!" Y al oír estas palabras, las dos mujeres se inclinaron al mismo tiempo, y miraron detrás de las cortinas y debajo de las tapicerías y del mosquitero; y como no encontraron nada sospechoso, dijeron a la joven: "¿Estás bien segura de que no te has pellizcado tú misma durmiendo?"

Ella contestó: "¡Antes me moriría que pellizcarme tan cruelmente!"

Entonces dió su opinión la vieja nodriza, diciendo: "No hay recurso ni poder más que en Alah el Altísimo, el Omnipotente. ¡Quien ha pellizcado a nuestra hija es un innombrable entre los innombrables que pueblan el aire! Y ha debido entrar aquí por esa ventana abierta, y al ver a nuestra hija con el honorable al aire no ha podido resistir al deseo de pellizcarla ahí mismo. Y eso es lo que ha pasado por lo visto". Y tras de hablar así corrió a cerrar la ventana y la puerta, y añadió: "Antes de poner a nuestra hija una compresa de agua fresca y vinagre es preciso que nos apresuremos a ahuyentar al Maligno. Y no hay más que un medio eficaz, y consiste en quemar en la estancia estiércol de camello. Porque el estiércol de camello es incompatible con el olor de los genn, de los mareds y de todos los innombrables. ¡Y yo sé las palabras que hay que pronunciar al tiempo de esa fumigación!"

Y al punto gritó a los eunucos agrupados detrás de la puerta: "¡Traednos pronto un cesto con estiércol de camello!"

Y en tanto que los eunucos iban a ejecutar la orden, la madre se acercó a su hija, y le preguntó: "¿Estás segura ¡oh hija mía! de que el Maligno no te ha hecho nada más? ¿Y no has sentido nada que indique lo que quiero decirte?"

La joven dijo: "¡No sé!" Entonces la madre y la nodriza bajaron la cabeza y examinaron a la joven. Y vieron ¡oh mi señor! que, conforme te dije, todo estaba en su sitio y que no había ninguna huella de violencia por delante ni por detrás. Pero la nariz de la maldita nodriza, que era perspicaz, le hizo decir: "¡He sentido en nuestra hija el olor de un genni macho!" Y gritó a los eunucos: "¿Dónde está el estiércol, ¡oh malditos!?" Y en aquel momento llegaron los eunucos con el cesto; y se apresuraron a pasárselo a la vieja por la puerta entreabierta un instante.

Entonces, después de quitar las alfombras que cubrían el suelo, la vieja nodriza derramó el estiércol del cesto en las baldosas de mármol y le prendió fuego. Y no bien se elevó el humo se puso a murmurar sobre el fuego palabras desconocidas, trazando en el aire signos mágicos.

Y he aquí que el humo del estiércol quemado, que llenaba el aposento, atacó a mis ojos de una manera tan insoportable que se me llenaron de agua, y me vi obligado a secármelos repetidamente con los bajos de mi ropa. Y no se me ocurrió ¡oh mi señor! que, con esta maniobra, me iba quitando el kohl, cuyas virtudes me hacían invisible y del que había tenido la imprevisión de no llevarme un buen repuesto antes de la muerte de mi maestro.

Y efectivamente, oí que las tres mujeres lanzaron de pronto tres gritos simultáneos de espanto, señalando con el dedo el sitio donde yo estaba: "¡Ahí está el efrit! ¡ahí está el efrit! ¡ahí está el efrit!" Y pidiendo socorro a los eunucos, que al punto invadieron la habitación y se arrojaron sobre mí y quisieron matarme. Pero les grité con la voz más terrible que pude: "¡Si me hacéis el menor daño llamaré en mi ayuda a mis hermanos los genn, que os exterminarán y harán que se derrumbe este palacio sobre la cabeza de sus habitantes!"

Entonces se atemorizaron y se contentaron con sujetarme. Y me gritó la vieja: "¡Los cinco dedos de mi mano izquierda en tu ojo derecho y los cinco dedos de mi otra mano en tu ojo izquierdo!" Y yo le dije: "¡Cállate, ¡oh hechicera maldita! o llamo a mis hermanos los genn, que te dejarán más ancha que larga!" Entonces ella tuvo miedo y se calló. Pero fué para exclamar al cabo de un momento: "Como es un efrit no podemos matarle. ¡Pero podemos encadenarle para el resto de sus años!"

Y dijo a los eunucos: "Cogedle y conducidle al maristán, y echadle una cadena al cuello, y remachad la cadena en el muro. ¡Y decid a los celadores que, si le dejan escapar, su muerte será segura!"

Y al punto, ¡oh mi señor! me trajeron los eunucos, alargándoseme la nariz, y me metieron en este maristán, donde encontré a mis dos antiguos compañeros, que ahora son tus honorables chambelanes. ¡Y tal es mi historia! Y tal es ¡oh mi señor sultán! el motivo de mi encarcelamiento en esta prisión de locos y de esta cadena que llevo al cuello. Y ya te he contado todo de cabo a rabo, y por eso espero de Alah y de ti ser absuelto de mis errores, y que tu bondad me libre de estos cerrojos para llevarme adonde sea, pero quitándome esta argolla. Y lo mejor sería que yo llegara a ser el esposo de la princesa por quien estoy loco. ¡Y el Altísimo está por encima de nosotros!"

Cuando el sultán Mahmud hubo oído esta historia se encaró con su visir, el antiguo sultán-derviche, y le dijo: "¡Ve ahí como ha enlazado el Destino los acontecimientos de nuestra familia! ¡Porque la princesa de quien está enamorado este joven es la última hija del difunto sultán, padre de mi esposa! Y ya no nos queda por hacer más que dar a este suceso la continuación correspondiente".

Y se encaró con el joven, y le dijo: "¡En verdad que tu historia es una historia asombrosa, y aunque no me hubieras pedido en matrimonio a la hija de mi tío, yo te la habría concedido para demostrarte el contento que me producen tus palabras!" E hizo caer sus cadenas al instante, y le dijo: "En lo sucesivo serás mi tercer chambelán; y voy a dar las órdenes para la celebración de tus desposorios con la princesa cuyas ventajas conoces ya".

Y el joven besó la mano del generoso sultán. Y salieron del maristán todos y se presentaron en el palacio, donde se dieron grandes fiestas y grandes regocijos públicos con motivo de las dos reconciliaciones anteriores y del matrimonio del joven con la princesa. Y todos los habitantes de la ciudad, pequeños y grandes, fueron invitados a tomar parte en los festines, que debían durar cuarenta días y cuarenta noches, en honor del matrimonio de la hija del sultán con el discípulo del sabio y de la reunión de aquellos a quienes la suerte había desunido.

Y vivieron todos en las delicias íntimas y las alegrías de la amistad hasta la inevitable separación".


"Y tal es ¡oh rey afortunado! -continuó Schehrazada- la historia complicada del Adulterino simpático, que era sultán, y que se convirtió en derviche errante para ser elegido visir luego por Mahmud el sultán, y de lo que le sucedió con su amigo y con los tres jóvenes encerrados por locos en el maristán. ¡Pero Alah es más grande, y más generoso, y más sabio!" Después añadió, sin interrumpirse: "¡Pero no creas que esta historia es más admirable o más instructiva que las Palabras bajo las noventa y nueve cabezas cortadas!"

Y el rey Schahriar exclamó: "¿Cuáles son esas palabras, Schehrazada, y esas cabezas cortadas, de las que nada sé?"


Y dijo Schehrazada:



Palabras bajo las noventa y nueve cabezas cortadas

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Se cuenta -¡pero Alah sabe distinguir lo real de lo irreal y diferenciarlo infaliblemente!- que, en la antigüedad del tiempo, había, en una ciudad entre las ciudades de los Rums (cristianos) antiguos, un rey de alto rango y de señalado mérito, señor de vidas y haciendas, de fuerzas y ejércitos. Y este rey tenía en más aprecio que a sus tesoros todos, a un hijo adolescente que era perfectamente hermoso. Y el tal adolescente, hijo de rey, no sólo era hermoso a la perfección, sino que estaba dotado de una sabiduría que maravillaba a la tierra. Y por cierto que esta historia no será más que la confirmación de sabiduría tan admirable y de la belleza del joven príncipe.

Y para poner a prueba sus cualidades, Alah el Altísimo hizo que el tiempo se volviera hacia el lado nefasto, para los días del rey y de la reina, padre y madre del joven. Y rey y reina, que había llegado al colmo del poderío y de las riquezas, despertáronse un día en su palacio vacío, más pobres y más miserables que los mendigos en el camino de la generosidad. Porque nada es más fácil para el Altísimo que hacer desplomarse los tronos más sólidos y hacer que los animales rapaces y las aves nocturnas habiten los palacios...


En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.



Y cuando llegó la 845ª noche

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Ella dijo:

... y más miserables que los mendigos en el camino de la generosidad. Porque nada es más fácil para el Altísimo que hacer desplomarse los tronos más sólidos y hacer que los animales rapaces y las aves nocturnas habiten los palacios.

Y he aquí que, ante aquel revés ofensivo del Destino y aquel golpe inesperado de la suerte, el joven sintió que el corazón se le templaba como la plancha humeante en el agua, y tomó a su cargo la tarea de levantar el ánimo de sus padres y de sacarles del estado en que se hallaban. Y dijo al rey pobre: "¡Oh padre mío! por Alah, dime si quieres inclinar tu oído hacia tu hijo, que desea hablarte". Y contestó el rey levantando la cabeza: "¡Oh hijo mío! ¡ya que eres el elegido de la inteligencia, habla y te obedeceremos!" Y dijo el joven: "Levántate, ¡oh mi señor! y partamos para las tierras de que ignoro hasta el nombre. Pues ¿a qué lamentarse ante lo irreparable cuando todavía somos dueños del presente? ¡En otros sitios encontraremos una vida nueva y alegrías renovadas!" Y el viejo rey contestó: "¡Oh admirable hijo mío, piadoso y lleno de deferencia! tu consejo es una inspiración del Dueño de la Sabiduría. ¡Y sea para Alah y para ti el cuidado de este asunto!"

Entonces se levantó el joven, y después de prepararlo todo para el viaje, cogió a su padre y a su madre de la mano y salió con ellos al camino del Destino. Y viajaron cruzando llanuras y desiertos, y no cesaron de andar hasta que llegaron a la vista de una ciudad grande y bien construída. Y el joven dejó a su padre y a su madre descansando a la sombra de las murallas, y entró solo en aquella ciudad. Y los transeúntes a quienes preguntó le informaron de que aquella ciudad era la capital de un sultán justo y magnánimo que hacía honor a reyes y sultanes. Entonces combinó él su plan y su proyecto, y al punto se volvió al lado de sus padres, a los cuales dijo: "Tengo intención de venderos al sultán de esta ciudad, que es un gran sultán. ¿Qué os parece, ¡oh padres míos!? Y contestaron ellos: "¡Oh hijo nuestro! tú sabes mejor que nosotros lo que conviene y lo que no conviene, porque el Altísimo ha puesto la ternura en tu corazón y en tu espíritu toda la inteligencia. Y no podemos por menos de obedecerte con seguridad y confianza, pues hemos puesto nuestra esperanza en Alah y en ti, ¡oh hijo nuestro! ¡Y todo lo que a ti te parezca bien será de nuestro agrado!" Y de nuevo cogió el joven de la mano a sus viejos padres y se encaminó con ellos al palacio del sultán. Y les dejó en el patio del palacio y pidió que le introdujeran en la sala del trono para hablar al rey. Y como tenía un aspecto noble y hermoso, al punto fué introducido en la sala de audiencias. Y presentó sus homenajes al sultán, quien, cuando le miró, comprendió que, a no dudar, era hijo de grandes de la tierra, y le dijo: "¿Qué deseas, ¡oh joven esclarecido!?" Y el joven, tras de besar por segunda vez la tierra entre las manos del rey, contestó: "¡Oh mi señor! Traigo conmigo un cautivo, piadoso y temeroso del Señor, un modelo de honradez y de pundonor; y también traigo conmigo una cautiva, agradable de carácter, y dulce de maneras, y graciosa de lenguaje, y llena de todas las cualidades requeridas para esclava. Y ambos han conocido días mejores, y ahora se hallan perseguidos por el Destino. Por eso deseo venderlos a Tu Alteza, a fin de que sean servidores entre tus pies y esclavos a tu disposición, como los tres somos bienes inmobiliarios tuyos".

Cuando el rey hubo oído de labios del joven estas palabras, pronunciadas con delicioso acento, le dijo: "¡Oh joven sin par, que vienes a nos, caído del cielo acaso! siendo de tu propiedad los dos cautivos de que me hablas, no pueden por menos de complacerme. ¡Date prisa, pues, a ir a buscarlos, con objeto de que yo los vea y te los compre!" Y el joven volvió junto a su padre el rey pobre y junto a su madre la reina pobre, y cogiendo de las manos a ambos, que se prestaron a obedecerle, los llevó a presencia del rey.

Y el rey, a la primera mirada que echó al padre y a la madre del joven, se maravilló hasta el límite de la maravilla, y dijo: "Si éstos son esclavos, ¿cómo serán los reyes?" Y les preguntó: "¿Sois esclavos ambos y propiedad de este hermoso joven?" Y contestaron ellos: "Somos, en verdad, esclavos suyos y propiedad suya en todos sentidos, ¡oh rey del tiempo!" Entonces el rey se encaró con el joven, y le dijo: "Fija tú mismo el precio que te convenga para la venta de estos dos cautivos, que no tienen igual en la morada de los reyes". Y dijo el joven: "¡Oh mi Señor! no hay tesoro que pueda indemnizarme de la pérdida de estos dos cautivos. Por eso no te los cederé a peso de oro ni de plata, sino que los dejaré entre tus manos en depósito hasta el día que designe la suerte. Y como precio de esta cesión temporal no quiero pedirte más que una cosa, tan preciosa en su género como lo son ambos entre las criaturas de Alah. En efecto, por la cesión del cautivo te pido el caballo más hermoso de tus cuadras, completamente ensillado, embridado y enjaezado, y por la cesión de la cautiva te pido un equipo como el que llevan los hijos de los reyes. Y pongo por condición que el día en que te devuelva el caballo y el equipo me devuelvas tú a los dos cautivos, que habrán sido una bendición para ti y para tu reino". Y contestó el sultán: "¡Sea como deseas!" Y en aquella hora y en aquel instante hizo que sacaran de las caballerizas y dieran al joven el caballo más hermoso que hubiese relinchado bajo la mirada del sol, un alazán tostado, de nasales palpitantes, de ojos a flor de cabeza, que venteaba el aire y golpeaba el suelo, pronto a la carrera y al vuelo. E hizo sacar del vestuario y entregárselo al joven, que se lo puso en seguida, el equipo más hermoso que llevó nunca un caballero en los torneos de justadores. Y estaba tan hermoso con todo ello el nuevo jinete, que el rey exclamó: "Si quieres quedarte conmigo, ¡oh caballero! te colmaré de beneficios!" Y dijo el joven: "Que Alah aumente el resto de tus días ¡oh rey del tiempo! Pero no se encuentra aquí mi destino. Y es preciso que vaya yo a buscarlo donde me espera".

Y tras de hablar así dijo adiós a sus padres, se despidió del rey y partió al galope de su alazán. Y atravesó llanuras y desiertos, ríos y torrentes, y no cesó de viajar mientras no hubo llegado a la vista de otra ciudad mayor y mejor construida que la primera.

En cuanto entró en aquella ciudad se alzó a su paso un murmullo de extrañeza, y cada uno de sus pasos fué acogido con exclamaciones de sorpresa y de compasión. Y oía que decían unos: "¡Qué lástima para su juventud! ¿Por qué viene un jinete tan hermoso a exponerse a la muerte sin motivo?" Y decían otros: "¡Será el centésimo! ¡será el centésimo! ¡Es el más hermoso de todos! ¡Es un hijo de rey!" Y decían otros: "¡Un joven tan tierno no podrá tener éxito donde han fracasado tantos sabios!" Y el murmullo y las exclamaciones aumentaban conforme avanzaba él por las calles de la ciudad. Y acabó por hacerse tan densa la aglomeración en torno suyo y delante de él, que no pudo hacer avanzar a su caballo sin riesgo de atropellar a algún habitante. Y muy perplejo, se vió obligado a detenerse, y preguntó a los que le obstruían el camino: "¿Por qué ¡oh buenas gentes! impedís que un extranjero y su caballo vayan a reposar de sus fatigas? ¿Y por qué me rehusáis hospitalidad tan unánimemente?".

Entonces salió de en medio de la muchedumbre un anciano, que se adelantó hacia el joven, cogió de la brida al caballo, y dijo: "¡Oh hermoso joven! ¡ojalá te resguarde Alah de la calamidad! Que nadie puede evitar su destino, puesto que llevamos el destino atado al cuello, ningún hombre sensato podrá negarlo nunca; pero que en medio de una juventud en flor vaya alguien a arrojarse en la muerte, sin más ni más, es cosa que se halla en el dominio de la demencia. ¡Te suplicamos, pues, y yo te lo suplico en nombre de todos los habitantes, ¡oh noble extranjero! que vuelvas sobre tus pasos y no expongas tu alma así a una perdición sin remedio!" Y contestó el joven: "¡Oh venerable jeique! ¡no entro en esta ciudad con intención de morir! ¿Cuál es, pues el acontecimiento singular que parece amenazarme, y cuál es ese peligro de muerte que voy a correr?" Y contestó el anciano: "Pues bien; si es cierto, como acaban de indicarnos tus palabras, que ignoras la calamidad que te espera en caso de seguir este camino, ¡voy a revelártela!" Y en medio del silencio de la muchedumbre, dijo: "Has de saber ¡oh hijo de reyes! ¡oh hermoso joven sin par en el mundo! que la hija de nuestro rey es un princesa joven que, a no dudar, es la más bella entre todas las mujeres de este tiempo. Y he aquí que ha resuelto no casarse más que con el que responda de manera satisfactoria a todas las preguntas que ella le haga; pero a condición de que la muerte será el castigo de quien no pueda adivinar su pensamiento o deje pasar una pregunta sin contestarla como es debido. Y ya ha hecho cortar de tal suerte la cabeza a noventa y nueve jóvenes, todos hijos de reyes, de emires o de grandes personajes, entre los cuales había algunos que estaban instruídos en todas las ramas de los conocimientos humanos. Y la tal hija de nuestro rey habita de día en lo alto de una torre que domina la ciudad, y desde cuya altura hace las preguntas a los jóvenes que se presentan para resolverlas. ¡Así, pues, ya estás advertido! ¡Y por Alah sobre ti, ten piedad de tu juventud y apresúrate a volver con tu padre y tu madre, que te quieren, no vaya a ocurrir que la princesa oiga hablar de tu llegada y te haga llamar a su presencia! Y Alah te preserve de toda desgracia, ¡oh hermoso joven!"

Al oír estas palabras del anciano, el joven hijo de rey contestó: "Junto a esa princesa es donde me espera mi destino. ¡Oh vosotros todos! ¡indicadme el camino!" Entonces se exhalaron de toda aquella muchedumbre suspiros y gemidos, quejas y lamentos. Y alrededor del joven se alzaron gritos que decían: "¡Va a la muerte! ¡va a la muerte! ¡Es el centésimo! ¡es el centésimo!" Y se puso en marcha con él toda la marejada de circunstantes. Y le escoltaron miles de personas que habían cerrado sus tiendas y dejado sus ocupaciones por seguirle. Y de tal suerte avanzó por el camino que conducía a su destino.

Y no tardó en llegar a la vista de la torre, y en la terraza de aquella torre divisó a la princesa, que estaba sentada en su trono, revestida de la púrpura real y rodeada de sus esclavas jóvenes, vestidas de púrpura como ella. Y del rostro de la princesa, cubierto asimismo con un velo rojo, no se distinguían más que dos gemas sombrías, que eran los ojos, semejantes a dos lagos negros alumbrados por dentro. Y circundando toda la terraza, colgadas a igual distancia unas de otras por debajo de la princesa, se balanceaban las noventa y nueve cabezas cortadas.

Entonces el joven príncipe paró su caballo a alguna distancia de la torre, de manera que pudiese ver a la princesa y ser visto por ella, oír y ser oído. Y ante aquel espectáculo se acalló todo el tumulto de la muchedumbre. Y en medio de aquel silencio se hizo oír la voz de la princesa, que decía: "Puesto que eres el centésimo, ¡oh temerario joven! será porque sin duda estás pronto a responder a mis preguntas". Y el joven, orgullosamente erguido en su caballo, contestó: "Pronto estoy, ¡oh princesa!"

Y se hizo más completo el silencio, y dijo la princesa: "¡Empieza entonces por decirme sin vacilar, ¡oh joven! después de posar tus ojos en mí y en las que me rodean, a quién me asemejo y a quién se asemejan ellas, sentadas en lo alto de la torre!"

Y después de posar los ojos en la princesa y en las que la rodeaban, el joven contestó sin vacilar:

"¡Oh princesa! tú te asemejas a un ídolo, y las que te rodean se asemejan a las servidoras del ídolo. Y también te asemejas al sol, y las que te rodean a los rayos del sol. Y asimismo te asemejas a la luna, y esas jóvenes a las estrellas que sirven de cortejo a la luna. ¡Y por último, te comparo con el mes de Nissán, que es el mes de las flores, y a todas esas jóvenes con las flores que vivifica él con su aliento!"

Cuando la princesa hubo oído esta respuesta, que la muchedumbre había acogido con un murmullo de admiración, se mostró satisfecha, y dijo: "Has acertado, ¡oh joven! y tu primera respuesta no merece la muerte. Pero ya que has resuelto mi primera pregunta, comparándonos, a mí y a estas jóvenes, primero con un ídolo y con las servidoras del ídolo y con las estrellas que dan cortejo a la luna, y por último, con el mes de Nissán y con las flores que nacen en el mes de Nissán, no te haré preguntas demasiado complicadas ni demasiado difíciles de resolver. Y por lo pronto, voy a exigirte que me digas al pie de la letra lo que significan estas palabras:

"Da a la desposada de Occidente el hijo del rey de Oriente, y nacerá de ellos un niño que será sultán de las caras hermosas".

Y el joven, sin vacilar un instante, contestó: "¡Oh princesa! esas palabras encierran todo el secreto de la piedra filosofal, y quieren decir místicamente lo que sigue:

"Haz corromper con la humedad que viene de Occidente la tierra sana adámica que viene de Oriente, y de esta corrupción se engendrará el mercurio filosófico, que es todopoderoso en la Naturaleza, y que engendrará el sol, y el oro hijo del sol, y la luna, y la plata hija de la luna, y que convertirá los guijarros en diamantes...


En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.

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