Y cuando llegó la 775ª noche

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Ella dijo:

"... ¡Gloria a Alah, que ha llevado al seno de las mujeres estériles el sentimiento de la maternidad, como ha infundido en el corazón de las gallinas desgraciadas el deseo de empollar los guijarros!

Y he aquí que al año siguiente la pobre madre privada tan impíamente del fruto de su fecundidad, parió, con permiso del Donador, otro hijo más hermoso que el anterior. Pero las dos hermanas espiaban el parto con ojos llenos de interés por fuera y de odio por dentro; y sin tener para su hermana y el recién nacido más piedad que la primera vez, se apoderaron del niño a escondidas y le echaron al canal en un cesto, como habían hecho con el mayor. Y exhibieron por todo el palacio un pequeño gato, proclamando que acababa de parirlo la sultana. Y la consternación entró en los corazones. Y sin duda alguna, en el límite de la vergüenza, el sultán habríase dejado llevar de la rabia y del furor si no practicase en su alma la virtud de la humildad ante los decretos de la insondable justicia. Y la sultana quedó sumida en la amargura y la desolación, y su corazón lloró todas las lágrimas de los dolores.

Pero viendo al niño, Alah, que vela por el destino de los pequeñuelos, le puso a la vista del intendente, que se paseaba a orillas del canal. Y como la vez primera, el intendente le salvó de las aguas, y se lo llevó a su esposa, que le quiso como si fuese su propio hijo, y le crió con los mismos cuidados que al primero.

Y he aquí que, a fin de que no fuesen frustrados siempre los deseos de Sus Creyentes, Alah puso la fecundidad en el vientre de la sultana, que parió por tercera vez. Pero entonces dió a luz una princesa. Y las dos hermanas, cuyo odio, lejos de saciarse, les había hecho proyectar la perdición irremisible de su hermana menor, hicieron sufrir a la niña el mismo trato. Pero fué recogida por el intendente de corazón compasivo, como los dos príncipes hermanos suyos, con los cuales se crió, educó y se vió atendida.

Pero aquella vez, cuando las dos hermanas, después de realizado su proyecto, exhibieron, en lugar de la niña recién nacida, una pequeña rata ciega, el sultán, a pesar de toda su magnanimidad, no pudo contenerse por más tiempo, y exclamó: "¡Alah maldice mi raza por culpa de la mujer con quien me he casado! ¡Escogí un monstruo para madre de mi posteridad! ¡Sólo la muerte podrá librar de él a mi morada!" Y pronunció la sentencia de muerte de la sultana, y mandó a su portaalfanje que cumpliera su misión. Pero cuando vió bañada en lágrimas ante él y presa de un dolor sin límites a la que su corazón había amado, el sultán sintió que se apoderaban de él una gran piedad. Y volviendo la cabeza, ordenó que la alejaran y la encerraran para el resto de sus días en una mazmorra en lo último del palacio. Y dejó de verla desde aquel momento, abandonándola a sus lágrimas. Y la pobre madre hubo de conocer todos los dolores de la tierra.

Y las dos hermanas gozaron todas las alegrías del odio satisfecho, y pudieron saborear sin amargura en adelante los manjares y reposterías que confeccionaban sus esposos.

Pasaron los días y los años con igual rapidez sobre la cabeza de los inocentes que sobre la cabeza de los culpables, llevando a unos y a otros lo que les tenía deparado su destino, y he aquí que cuando llegaron a la adolescencia los tres hijos adoptivos del intendente de los jardines, se convirtieron en un deslumbramiento de los ojos. Y se llamaban: el mayor Farid, el segundo Faruz y la niña Farizada, y era Farizada una sonrisa del cielo mismo. Sus cabellos eran de oro por un lado y de plata por otro; sus lágrimas, cuando lloraba, eran un gotear de perlas; sus risas, cuando reía, eran dinares de oro tintineantes, y sus sonrisas, botones de rosa abriendo en sus labios bermejos.

Por eso, cuantos se acercaban a ella, así su padre como su madre y sus hermanos, no podían por menos, cuando la llamaban por su nombre, diciendo: "¡Farizada!" de añadir: "¡la de sonrisa de rosa!"; pero lo más frecuente era que la llamasen sencillamente "La de sonrisa de rosa". Y todos se maravillaban de su belleza, de su sabiduría, de su amabilidad, de su destreza en los ejercicios cuando montaba a caballo para acompañar a sus hermanos en la caza, tirar con el arco y lanzar la barra o la azagaya; de la elegancia de sus maneras, de sus conocimientos en poesía y en ciencias ocultas y del esplendor de su cabellera, que era de oro por un lado y de plata por otro. Y al verla tan hermosa, a la par que tan perfecta, las amigas de su madre lloraban de emoción.

Y así fué como crecieron los pequeñuelos del intendente de los jardines del rey. Y aquel hombre no tardó en llegar a la última vejez, rodeado del afecto y del respeto de los niños y con los ojos refrescados por su hermosura. Y pronto precedióle en la misericordia del Retribuidor su esposa, que ya había vivido lo que le correspondía de vida. Y aquella muerte fué para todos ellos causa de tanto pesar y tanta pena, que el intendente no pudo determinarse a habitar por más tiempo en la casa donde la difunta fué el manantial de su serenidad y de su dicha. Y se arrojó a los pies del sultán y le suplicó que se dignase relevarle de las funciones que llevaba a cabo entre sus manos desde hacía largos años. Y el sultán, muy apenado por el alejamiento del servidor tan fiel, accedió a su petición con mucho sentimiento. Y no le dejó partir hasta que le hubo hecho don de un magnífico dominio próximo a la ciudad, con grandes dependencias de tierras laborables, de bosques y praderas, con un palacio ricamente amueblado, con un jardín de arte perfecto trazado por el propio intendente y con un parque de vasta extensión cercado por altas murallas y poblado con pájaros de todos colores y animales salvajes y domésticos.

Allá se fué aquel hombre de bien a vivir retirado con sus hijos adoptivos. Y allá, rodeado de sus cuidados afectuosos, finó en la paz de su Señor. ¡Alah le tenga en su compasión! Y le lloraron sus hijos adoptivos como jamás se lloró a padre alguno. Y se llevó con él, bajo la losa que no se abre, el secreto del nacimiento de los niños, del cual, por otra parte, sólo estaba enterado a medias.

Y en aquel dominio maravilloso continuaron viviendo los dos adolescentes en compañía de su hermana menor. Y como se les había hecho observar los principios de la honradez y la sencillez, no tenían otro anhelo ni otra ambición que continuar, durante toda su existencia, viviendo en aquella unión perfecta y en medio de aquella existencia tranquila.

Farid y Faruz iban de caza con frecuencia a los bosques y praderas que circundaban sus dominios. Y a Farizada la de sonrisa de rosa le gustaba sobre todo recorrer sus jardines. Y un día, cuando se disponía a ir allá, como tenía por costumbre, fueron sus esclavas a decirle que una buena vieja de rostro señalado por la bendición solicitaba la merced de descansar una hora o dos a la sombra de aquellos hermosos jardines. Y Farizada, cuyo corazón era tan compasivo como hermosa su alma y bello su rostro, quiso recibir por sí misma a la buena vieja. Y le ofreció de comer y beber, y le presentó una fuente de porcelana con hermosas frutas, reposterías, confituras secas y confituras en su jugo. Tras de lo cual la llevó a sus jardines, sabedora de que siempre es provechoso hacer compañía a las personas de experiencia y oír las palabras que dicta la sabiduría.

Y se pasearon juntas por los jardines. Y Farizada la de sonrisa de rosa ayudaba a andar a la buena vieja. Y llegadas que fueron ambas al árbol más hermoso de los jardines, Farizada la hizo sentarse a la sombra de aquel hermoso árbol. Y en el transcurso de la conversación acabó por preguntar a la vieja qué le parecía el sitio en que estaba y si lo encontraba de su agrado.

Entonces, tras de reflexionar una hora de tiempo, la vieja levantó la cabeza y contestó: "En verdad ¡oh mi señora! que me he pasado la vida recorriendo las tierras de Alah, a lo ancho y a lo largo, y nunca descansé en un sitio más delicioso. ¡Pero, ¡oh mi señora! ya que eres única en al tierra, como la luna y el sol lo son en el cielo, quisiera que tuvieses en este hermoso jardín, a fin de que también fuese único en su especie, las tres cosas incomparables que le faltan!" Y Farizada la de sonrisa de rosa quedó extremadamente asombrada al saber que a su jardín le faltaban tres cosas incomparables, y dijo a la vieja: "¡Por favor, mi buena madre, date prisa a decirme, para que yo lo sepa, cuáles son esas tres cosas incomparables que ignoro!" Y contestó la vieja: "¡0h mi señora! para corresponder a la hospitalidad que acabas de ejercer con corazón tan compasivo para una vieja desconocida, voy a revelarte la existencia de esas tres cosas".

Se calló un instante todavía; luego dijo:

"Has de saber, pues, ¡oh mi señora! que, si en estos jardines se hallara la primera de esas tres cosas incomparables, vendrían a mirarla todos los pájaros de estos jardines, y al verla, cantarían a coro. Porque ruiseñores y pinzones, alondras y currucas, jilgueros y tórtolas, ¡oh mi señora! y todas las especies infinitas de los pájaros, reconocerían la supremacía de su hermosura. ¡Y es ¡oh mi señora! Bulbul el-Hazar, el Pájaro que habla!

"Si tuvieras en tus jardines la segunda de esas cosas incomparables, ¡oh mi señora! la brisa que hace cantar a los árboles de estos jardines se detendría para escucharla; y los laúdes y las arpas y las guitarras de estas moradas verían romperse sus cuerdas. Porque la brisa que hace cantar a los árboles de los jardines, los laúdes y las arpas y las guitarras ¡oh mi señora! reconocen la supremacía de su hermosura. ¡Y es el Árbol que canta! Pues ni la brisa en los árboles, ¡oh mi señora! ni los laúdes, ni las arpas, ni las guitarras producen una armonía comparable al concierto de las mil bocas invisibles que hay en las hojas del Árbol que canta.

"Y si tuvieras en tus jardines la tercera de estas cosas incomparables, ¡oh mi señora! todas las aguas de estos jardines detendrían su rumoroso curso y la contemplarían. Porque todas las aguas, las de la tierra y las de los mares, las de los jardines, reconocen la supremacía de su hermosura. ¡Y es el Agua Color de Oro! Pues si en un estanque vacío ¡oh mi señora! se vierte solamente una gota de esa agua, se hincha y crece, multiplicándose en surtidores de oro, y no cesa de brotar y caer, sin que el estanque se desborde nunca. Y con esa agua toda de oro y transparente como el topacio transparente, es con la que gusta de aplacar su sed Bulbul el-Hazar, el Pájaro que habla; y en esa agua toda de oro y tan fresca como fresco es el topacio, es en la que gustan de remojarse las mil bocas invisibles del Árbol de hojas cantarinas...


En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.



Y cuando llegó la 776ª noche

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Ella dijo:

"... las mil bocas invisibles del Árbol de hojas cantarinas".

Y tras de hablar así, añadió la vieja: "¡Oh mi señora, oh princesa! si tuvieras en tus jardines esas cosas maravillosas, exaltarían tu belleza, ¡oh propietaria de una cabellera de esplendor!"

Cuando Farizada la de sonrisa de rosa hubo oído estas palabras de la vieja, exclamó: "¡Oh rostro de bendición, madre mía, cuán admirable es todo eso! ¡Pero no me has dicho en qué lugar se hallan esas tres cosas incomparables!" Y contestó la vieja, incorporándose para marcharse: "¡Oh mi señora! esas tres maravillas, dignas de tus ojos, se encuentran en un paraje situado hacia los confines de la India. Y el camino que allá conduce pasa precisamente por detrás de este palacio que habitas. Si quieres, pues, enviar allí a alguno para que te las busque, no tienes más que decirle que siga ese camino durante veinte días, y al vigésimo día pregunte al primer transeúnte con quien se encuentre: «¿Dónde están el Pájaro que habla, el Árbol que canta y el Agua Color de Oro?» Y el transeúnte no dejará de informarle acerca del particular. ¡Y pluguiera a Alah remunerar tu alma generosa con la posesión de esas cosas creadas para tu belleza! Uassalam, ¡oh bienhechora, oh bendita!"

Y tras de hablar así, la vieja acabó de envolverse en sus velos, y se retiró murmurando bendiciones.

Ya había desaparecido la anciana, cuando Farizada, vuelta del ensueño en que teníala sumida la revelación de aquellas cosas tan extraordinarias, quiso llamarla de nuevo y correr en pos de ella para pedirle informes más precisos acerca del lugar que las encubría y de los medios para llegar allí. Pero al ver que era demasiado tarde, se puso a repetir palabra por palabra las escasas indicaciones que había oído, a fin de no olvidarse de nada. Y con ello sentía crecer en su alma el deseo irresistible de poseer o solamente de ver tales maravillas, por mucho que procurara no pensar más en ellas. Y empezó a recorrer entonces las avenidas de sus jardines y los rincones familiares que le eran tan queridos; pero le parecieron exentos de encanto y pletóricos de aburrimiento; y encontró inoportunas las voces de sus pájaros, que saludaban al pasar.

Y Farizada la de sonrisa de rosa se puso muy triste y lloró caminando por las avenidas. Y las lágrimas que derramaba dejaban en la arena tras ella un reguero de gotas de sus ojos cuajadas en perlas.

Entretanto regresaron de la caza sus hermanos Farid y Faruz, y como no encontraron a su hermana Farizada en el bosque de los jardines, donde, por lo general, esperaba su vuelta, apenáronse por aquella negligencia y dedicáronse a buscar a la joven. Y sobre la arena de las avenidas vieron las perlas cuajadas de sus ojos, y se dijeron: "¡Oh qué triste está nuestra hermana! ¿Y qué motivo de pena habrá anidado en su alma para hacerla llorar así?" Y siguieron sus huellas, guiados por las perlas de las avenidas, y la hallaron bañada en lágrimas en el fondo de la espesura. Y corrieron a ella y la besaron y la acariciaron para calmar su alma querida. Y le dijeron: "¡Oh hermana Farizada! ¿dónde están las rosas de tu alegría y el oro de tu buen humor? Respóndenos, ¡oh hermana!"

Farizada les sonrió, porque les quería; y en sus labios nació de pronto un leve botón de rosa enrojecido; y les dijo: "¡Oh hermanos míos!" Y no se atrevió a decir más, muy avergonzada de su primer deseo. Y ellos le dijeron: "¡Oh Farizada la de sonrisa de rosa, oh hermana nuestra! ¿qué emociones desconocidas turban así tu alma? ¡Cuéntanos tus penas, si es que no dudas de nuestro cariño!" Y Farizada, decidiéndose por fin a hablar, les dijo: "¡Oh hermanos míos! ¡ya no me gustan mis jardines!" Y rompió a llorar, y de sus ojos desbordaron las perlas. Y como ellos callaron, inquietos y entristecidos por noticia tan grave, les dijo: "¡Oh! ¡ya no me gustan mis jardines! ¡Les falta el Pájaro que habla, el Árbol que canta y el Agua Color de Oro!"

Y dejándose arrastrar de pronto por la intensidad de su deseo, Farizada contó sin interrupción a sus hermanos la visita de la buena vieja, y con acento excitado en extremo, les explicó en qué consistía la excelencia del Pájaro que habla, del Árbol que canta y del Agua Color de Oro.

Cuando la hubieron escuchado, sus hermanos llegaron al límite del asombro, y le dijeron: "¡Oh bienamada hermana nuestra! calma tu alma y refresca tus ojos. Porque aunque esas cosas estuvieran en la inaccesible cima de la montaña Kaf, iríamos a conquistarlas para ti. Pero para facilitar nuestras pesquisas, ¿podrás decirnos solamente en qué lugar nos es posible encontrarlas?" Y Farizada, muy ruborosa de haber expresado así su primer deseo, les explicó lo que sabía con respecto al paraje en que debían hallarse aquellas cosas Y añadió: "¡Eso, y nada más, es cuanto sé!" Y exclamaron a la vez ambos hermanos: "¡Oh hermana nuestra! ¡vamos a partir en busca de esas cosas!" Pero ella les gritó asustada: "¡Oh, no! ¡oh, no! ¡No partáis!"

Farid, el mayor, dijo: "Tu deseo está por encima de nuestra cabeza y de nuestros ojos, ¡oh Farizada! Pero a quien corresponde realizarlo es sólo a mí, que soy el mayor. ¡Todavía está ensillado mi caballo, y me conducirá sin cansarse a los confines de la India, donde se hallan esas tres maravillas, que he de traerte, si Alah quiere!" Y encaróse con su hermano Faruz, y le dijo: "Tú, hermano mío, te quedarás aquí para velar por nuestra hermana durante mi ausencia. ¡Porque no conviene que la dejemos completamente sola en la casa!" Y corrió en aquel mismo instante en busca de su caballo, saltó a lomos del bruto, e inclinándose, besó a su hermano Faruz y a su hermana Farizada, la cual le dijo toda desolada: "¡Oh hermano mayor! por favor abandona ese viaje lleno de peligros, y apéate del caballo. ¡Antes que sufrir con tu ausencia prefiero no ver ni poseer nunca al Pájaro que habla, al Árbol que canta y al Agua Color de Oro!" Pero Farid le dijo, volviéndola a besar: "¡Oh hermana mía! desecha tus temores, pues mi ausencia no será de larga duración, y con ayuda de Alah no me ocurrirá ningún contratiempo ni nada enfadoso en este viaje. ¡Y además, con objeto de que no te atormente la inquietud durante mi ausencia, toma este cuchillo que te confío!" Y se sacó del cinturón un cuchillo que tenía el mango incrustado con las primeras perlas vertidas por los ojos de Farizada en la niñez, y sé lo entregó, diciendo: "Este cuchillo ¡oh Farizada! te dará cuenta de mi estado. Sácalo de la vaina de cuando en cuando, y examina la hoja. Si la ves tan limpia y brillante como está en este momento, será prueba de que sigo con vida y lleno de salud; pero si la ves empañada y mohosa, has de saber que me ha ocurrido un grave contratiempo o que estoy cautivo; y si ves que gotea sangre, ¡ten la certeza de que ya no me cuento entre los vivos! ¡Y en ese caso, tú y mi hermano invocaréis para mí la compasión del Altísimo!" Dijo, y sin querer escuchar más, partió al galope de su caballo por el camino que conducía a la India.

Durante veinte días y veinte noches viajó por soledades en que no había más presencia que la de la hierba verde y la de Alah. Y al vigésimo día de su viaje llegó a cierta pradera al pie de una montaña.

Y en aquella pradera había un árbol. Y a la sombra de aquel árbol estaba sentado un jeique muy viejo. Y el rostro de aquel jeique tan viejo desaparecía por completo bajo sus largos cabellos, bajo los mechones de sus cejas y bajo los pelos de una barba que era prodigiosa y blanca como la lana recién cardada. Y sus brazos y sus piernas eran de una delgadez extremada. Y sus manos y sus pies terminaban en uñas de una longitud extraordinaria Y con la mano izquierda desgranaba un rosario, en tanto que la mano derecha la tenía inmóvil a la altura de su frente, con el índice levantado, con arreglo al rito, para atestiguar la Unidad del Altísimo. Y era, a no dudar, un viejo asceta retirado del mundo quién sabe desde qué tiempos desconocidos.

Y como precisamente él era el primer hombre con quien se encontraba en aquel vigésimo día de su viaje, el príncipe Farid echó pie a tierra, y teniendo su caballo de la brida avanzó hasta el jeique, y le dijo: "La zalema contigo, ¡oh santo hombre!" Y el anciano le devolvió su zalema, pero con una voz tan apagada por el espesor de su bigote y de su barba, que el príncipe Farid no pudo percibir más que palabras ininteligibles.

Entonces el príncipe Farid, que sólo se había detenido para pedir informes sobre lo que iba a buscar tan lejos de su país, se dijo: "¡Es preciso que le entienda!" Y sacó de su zurrón de viaje unas tijeras, y dijo al jeique: "¡Oh venerable tío! ¡permíteme que te preste algunos cuidados, de los cuales no has tenido tiempo de ocuparte por ti mismo, sumido como estás sin cesar en pensamientos de santidad!" Y como el viejo jeique no opusiera negativa ni resistencia, Farid empezó a cortarle y a arreglar a su antojo la barba, el bigote, las cejas, los cabellos y las uñas, de modo y manera que el jeique quedó con ello rejuvenecido en veinte años por lo menos. Y tras de prestar este servicio al anciano, le dijo, como es costumbre entre los barberos: "¡Que te sirva de frescura y de delicia!"

Cuando el viejo jeique sintióse de tal suerte aliviado de cuanto le abrumaba el cuerpo, se mostró en extremo satisfecho, y sonrió al viajero. Luego le dijo, con voz más clara ya que la de un niño: "Alah haga descender sobre ti sus bendiciones ¡oh hijo mío! por el beneficio que este anciano te debe. ¡También yo, quienquiera que seas, ¡oh viajero de bien! estoy dispuesto a ayudarte con mis consejos y con mi experiencia!" Y Farid apresuróse a contestarle: "Vengo desde muy lejos en busca del Pájaro que habla, del Árbol que canta y del Agua Color de Oro. ¿Puedes decirme, pues, en qué lugar me será posible encontrarlos? ¿0 acaso no sabes nada de esas cosas?"

Al oír estas palabras del joven viajero, el jeique cesó de desgranar su rosario, de tan emocionado como se hallaba. Y no contestó. Y Farid le preguntó: "Mi buen tío ¿por qué no hablas? ¡Para que no se enfríe aquí mi caballo, date prisa a decirme si sabes lo que te pregunto o si no lo sabes!" Y acabó el jeique por decirle: "Ciertamente, ¡oh hijo mío! conozco el lugar en que se encuentran esas tres cosas y el camino que allá conduce. ¡Pero tan grande es a mis ojos el servicio que me has prestado, que no puedo decidirme a exponerte, en cambio, a los peligros terribles de semejante empresa!" Luego añadió: "¡Ah! ¡hijo mío, mejor será que te apresures a volver sobre tus pasos y a regresar a tu país!" Y dijo Farid, lleno de arrestos: "Mi buen tío, indícame únicamente el camino que tengo que seguir, y no te preocupes de lo demás. ¡Porque Alah me ha dotado de brazos que saben defender a su propietario!" Y preguntó con lentitud el jeique: "¿Pero cómo van a defenderte contra lo Invisible, ¡oh hijo mío! máxime cuando Los de lo Invisible son millares y millares?"

Farid meneó la cabeza y contestó: "No hay fuerza ni poder más que en Alah el Exaltado, ¡oh venerable jeique! ¡Al cuello llevo mi destino, y si lo rehuyera me perseguiría! ¡Dime, pues, ya que lo sabes, qué tengo que hacer! ¡Y con ello harás que te quede muy reconocido!"

Cuando el Anciano del Árbol vió que no podía disuadir de su propósito al joven viajero, metió la mano en un saco que llevaba colgado a la cintura y extrajo de él una bola de granito rojo...


En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.



Y cuando llegó la 777ª noche

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Ella dijo:

"...Cuando el Anciano del Árbol vió que no podía disuadir de su propósito al joven viajero, metió la mano en un saco que llevaba colgado de la cintura y extrajo de él una bola de granito rojo. Y ofreció esta bola al viajero, diciéndole: "Ella te conducirá donde tiene que conducirte. Monta a caballo y arrójala delante de ti. Rodará y tú la seguirás hasta el paraje en que se pare. Entonces echarás pie a tierra y atarás tu caballo por la brida a esta bola, y el animal no se moverá del sitio en que le dejes hasta tu vuelta. Y treparás a esa montaña cuya cima se divisa desde aquí. Y a tu paso verás por todas partes grandes piedras negras, y oirás voces que no son las voces de los torrentes ni las de los vientos en los abismos, sino voces de Los de lo Invisible. Y te gritarán palabras que hielan la sangre de los hombres. Pero no las escuches. Porque si vuelves la cabeza, para mirar detrás de ti mientras te llaman tan pronto de cerca como de lejos, en el mismo instante te convertirás en una piedra negra semejante a las piedras negras de la montaña; pero si resistiendo a esa llamada llegas a la cima, encontrarás allí una jaula, y en la jaula al Pájaro que habla. Y le dirás «La zalema contigo, ¡oh Babul el-Hazar! ¿Dónde está el Árbol que canta? ¿Dónde está el Agua Color de Oro?» Y el Pájaro que habla te responderá: «¡Uassalam!"

Y tras de hablar así, el jeique lanzó un profundo suspiro. Y nada más.

Entonces Farid apresuróse a montar a caballo; y con todas sus fuerzas arrojó ante sí la bola. Y la bola de granito rojo rodó, rodó, rodó. Y al caballo de Farid, que era un relámpago entre los corredores, le costaba trabajo seguirla por entre las breñas que franqueaba, las zanjas que saltaba y los obstáculos que salvaba. Y continuó la bola rodando así, con una velocidad no interrumpida, hasta que tropezó con los primeros peñascos de la montaña. Entonces se detuvo.

Y el príncipe Farid se apeó del caballo, y enrolló la brida en la bola de granito. Y el caballo se inmovilizó sobre sus cuatro patas, y no se meneó más que si estuviese clavado al suelo.

Al punto el príncipe Farid comenzó a escalar la montaña. Y en un principio no oyó nada. Pero a medida que iba subiendo veía cubrirse el suelo de bloques de basalto negro que semejaban figuras humanas petrificadas. Y no sabía que eran los cuerpos de los jóvenes señores que le precedieron en aquellos lugares de desolación Y de pronto dejóse oír entre las rocas un grito, cual jamás en su vida lo había oído el príncipe, y que fué seguido de otros gritos, a derecha y a izquierda, que nada tenían de humano. Y no eran los aullidos de los vientos salvajes en las soledades, ni los mugidos de las aguas de los torrentes, ni el ruido de las cataratas que se despeñan en los abismos, pues eran las voces de Los de lo Invisible. Y decían unas: "¿Qué quieres? ¿Qué quieres?" Y decían otras: "¡Detenedle! ¡Matadle!" Y decían otras: "¡Empujadle! ¡Tiradle!" Y se burlaban de él otras, gritando: "¡Huy! ¡Huy! ¡Joven! ¡Joven! ¡Huy! ¡Huy! ¡Huy! ¡Ven! ¡Ven!"

Pero el príncipe Farid continuó subiendo constantemente, sin dejarse engañar por aquellas voces. Y tan numerosas y tan terribles hiciéronse las voces bien pronto, y su aliento le pasaba a veces tan cerca del rostro al joven, y resultaba tan espantoso aquel estrépito a derecha y a izquierda, por delante y por detrás, y eran tan amenazadoras, y tan apremiante hacíase su llamamiento, que, a pesar suyo el príncipe Farid tuvo una vacilación, y olvidando la advertencia del Anciano del Árbol, volvió la cabeza al sentir el aliento más fuerte de una de las veces. Y en el mismo momento resonó un espantoso aullido lanzado por millares de voces y seguido de un silencio prolongado. Y el príncipe Farid quedó convertido en piedra de basalto negro.

Y al pie de la montaña sucedióle lo propio al caballo, que hubo de quedar convertido en bloque informe. Y la bola de granito rojo de nuevo emprendió, rodando, el camino del Árbol del Anciano.

Y he aquí que aquel día, como tenía por costumbre, la princesa Farizada sacó el cuchillo de la vaina, que llevaba constantemente al cinto. Y se puso pálida y temblorosa al ver la hoja, limpia y brillante todavía la víspera, toda empañada y enmohecida entonces. Y desplomándose en los brazos del príncipe Faruz, que acudió al llamarle ella, exclamó: "¡Ah! ¿dónde estás, hermano mío? ¿Por qué te dejé partir? ¿Qué ha sido de ti en esos países extranjeros? ¡Desgraciada de mí! ¡Oh culpable Farizada, ya no te quiero!" Y los sollozos la sofocaban e hinchaban su pecho. Y el príncipe Faruz, no menos afligido que su hermana, se puso a consolarla; luego le dijo: "Lo pasado, pasado, ¡oh Farizada! pues todo lo que está escrito debe ocurrir. Ahora me toca a mí ir en busca de nuestro hermano, y traerte, al mismo tiempo, las tres cosas que han ocasionado el cautiverio a que debe estar él reducido en este momento. Y exclamó Farizada, suplicante: "No, no, por favor, no partas, si ha de ser para ir en busca de lo que ha deseado mi alma insaciable ¡Oh hermano mío! ¡si te ocurriera algún contratiempo moriría yo!" Pero estas quejas y lágrimas no disuadieron de su resolución al príncipe Faruz. Y montó a caballo, y después de decir adiós a su hermana le dió un rosario de perlas hecho con las segundas lágrimas que lloró Farizada en la niñez, y le dijo: "¡Si estas perlas ¡oh Farizada! cesaran de correr unas tras otras entre tus dedos y pareciera que estaban pegadas, sería señal de que había yo sufrido la misma suerte que nuestro hermano!" Y Farizada, muy triste, dijo, besándole: "¡Haga Alah, ¡oh bienamado hermano mío! que no sea así! ¡Y ojalá regreses a la morada con nuestro hermano mayor!" Y el príncipe Faruz emprendió a su vez el camino que conducía a la India.

Y al vigésimo día de su viaje encontró al Anciano del Árbol, que estaba sentado, como le había visto el príncipe Farid, con el índice de la mano derecha alzado a la altura de su frente. Y después de las zalemas, el anciano, al ser interrogado, informó al príncipe de la suerte de su hermano e hizo cuanto pudo para disuadirle de su propósito. Pero, al ver que de nada servía su insistencia, le entregó la bola de granito rojo. Y ésta le condujo al pie de la montaña fatal.

Y el príncipe Faruz se aventuró resueltamente por la montaña, y a su paso alzáronse las voces, pero él no las escuchaba. Y no respondía a las injurias, a las amenazas y a los llamamientos. Y había ya llegado a la mitad de su ascensión, cuando de pronto oyó gritar tras él: "¡Hermano mío! ¡hermano mío! ¡no huyas de mí!" Y olvidando toda prudencia, Faruz se volvió al oír esta voz, y al instante quedó convertido en bloque de basalto negro.

Y desde su palacio, Farizada, que ni de día ni de noche abandonaba el rosario de perlas, y sin cesar pasaba las cuentas entre sus dedos, advirtió que no obedecían al movimiento que les imprimía ella, y vió que estaban pegadas unas a otras. Y exclamó: "¡Oh pobres hermanos míos, víctimas de mis caprichos! ¡iré a reunirme con vosotros!" Y reconcentró en sí misma todo su dolor, y sin perder el tiempo en lamentaciones inútiles se disfrazó de caballero, se armó, se equipó, y partió a caballo, emprendiendo igual camino que sus hermanos.

Y al vigésimo día se encontró con el viejo jeique sentado debajo del árbol al borde del camino. Y le saludó con respeto, y le dijo: "¡Oh santo anciano, padre mío! ¿no has visto pasar, con intervalos de veinte días, a dos señores jóvenes y hermosos que buscaban el Pájaro que habla, el Árbol que canta y el Agua Color de Oro?" Y el anciano contestó: "¡Oh mi señora Farizada, la de sonrisa de rosa! les he visto y les enseñé el camino. ¡Pero ¡ay! les han detenido en su empresa Los de lo Invisible, como antes que a ellos les sucedió a tantos otros señores!"

Al ver que el santo hombre la llamaba por su nombre, Farizada llegó al límite de la perplejidad, y el anciano le dijo: "¡Oh dueña del esplendor! no te engañaron quienes te han hablado de las tres cosas incomparables en cuya busca vinieron tantos príncipes y señores. ¡Pero no te han dicho los peligros que hay que arrostrar para intentar una aventura tan singular como la que tú persigues!" E hizo saber a Farizada todo lo que se exponía al ir en busca de sus hermanos y de las tres maravillas. Y Farizada dijo: "¡Oh santo hombre! ¡mi alma interior está toda turbada por tus palabras, porque es muy asustadiza! ¿Pero cómo voy a retroceder, si se trata de encontrar a mis hermanos? ¡Oh santo hombre! escucha el ruego de una hermana amante, e indícame los medios para librarles del encanto!" Y contestó el viejo jeique: "¡Oh Farizada, hija de rey! he aquí la bola de granito que te pondrá sobre su pista. Pero no podrás librarles hasta que te hayas apoderado de las tres maravillas. Y ya que expones tu alma sólo a causa del amor de tus hermanos, y no impulsada por el deseo de conquistar lo imposible, lo imposible será esclavo tuyo. Porque has de saber que ninguno entre los hijos de los hombres puede resistir al llamamiento de las voces de lo Invisible. Por eso, para vencer a lo Invisible, hay que prevenirse de maña contra ello, pues la fuerza es suya. ¡Y la maña de los hijos de los hombres vencerá a todas las fuerzas de lo Invisible!"

Cuando hubo hablado así, el Anciano del Árbol entregó la bola de granito rojo a Farizada; luego se sacó del cinturón una vedija de lana, y dijo: "¡Con esta ligera vedija de lana ¡oh Farizada! vencerás a todos Los de lo Invisible!" Y añadió: "Inclina hacia mí la gloria de tu cabeza, ¡oh Farizada !" Y ella inclinó hacia el Anciano su cabeza con cabellos de oro por un lado y de plata por otro. Y dijo el Anciano: "¡Con esta ligera vedija triunfe la hija de los hombres de las fuerzas de los que están en los aires y de todas las emboscadas de lo Invisible!" Y partiendo en dos la vedija, metió a Farizada cada mechón en una oreja, y con la mano le hizo seña de partir. Y Farizada dejó al Anciano, y arrojó con ímpetu la bola en dirección a la montaña.

Y cuando hubo llegado a las primeras rocas, y echado pie a tierra avanzó hacia la altura, y a su paso las voces alzáronse de entre los bloques de basalto negro con una algarabía espantosa. Pero ella apenas oía un vago rumor, sin entender ninguna palabra y sin percibir ningún llamamiento, y por consiguiente no experimentaba temor alguno. Y subió sin detenerse, aun cuando era muy delicada y sus pies no habían hollado nunca más que la fina arena de las avenidas. Y llegó sin desfallecer a la cima de la montaña. Y en medio de la explanada que había en la cumbre advirtió delante de ella una jaula de oro sobre un pedestal de oro. Y vió en la jaula al Pájaro que habla.

Y Farizada se dirigió a él, y echó mano a la jaula, exclamando: "¡Pájaro! ¡Pájaro! ¡Ya te tengo! ¡Ya te tengo! ¡Y no te escaparás!" Y al propio tiempo se quitó, arrojándolos lejos de sí, los tapones de lana inútiles a la sazón, que la habían hecho sorda a los llamamientos y a las amenazas de lo Invisible. Porque ya habían muerto todas las voces de lo Invisible y dormía en la montaña un gran silencio.

Y del seno de aquel gran silencio, en la transparente sonoridad, se elevó la voz del Pájaro que habla...


En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.



Y cuando llegó la 779ª noche

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Ella dijo:

"...Y del seno de aquel gran silencio, en la transparente sonoridad, se elevó la voz del Pájaro que habla. Y con todas las armonías que atesoraba en sí, decía cantando en su lengua de pájaro:


¿Cómo, cómo?
¡Oh Farizada, Farizada,
La de sonrisa de rosa!
¡Ah, ah! - ¡Ah, ah!
¿Cómo podré
Tener ganas
¡Oh noche! ¡Los ojos!
de escapar?
¡Ah, ah! - ¡Oh noche!
¡Yo sé, yo sé
Mejor que tú, mejor que tú
Quién eres, quién eres,
Farizada, Farizada!
¡Ah, ah! - ¡Ah, ah!
¡Los ojos! ¡oh noche! ¡Los ojos!
Mejor que tú, sé yo
Quién eres, quién eres,
Quién eres, quién eres,
Farizada, Farizada!
¡Los ojos! ¡los ojos! ¡los ojos!
¡Farizada, Farizada!
¡Tu esclavo soy,
Tu esclavo fiel,
Farizada, Farizada!

Así cantó ¡oh laúdes! el Pájaro que habla. Y Farizada, entusiasmada hasta el límite del entusiasmo, olvidó con ello sus penas y fatigas; y cogiendo la palabra al milagroso Pájaro que acababa de declararse esclavo suyo, se apresuró a decirle: "¡Oh Bulbul el-Hazar, oh maravilla del aire! ¡si eres mi esclavo, demuéstralo, demuéstralo!"

Y para responder, cantó Bulbul:


¡Farizada, Farizada,
ordena, ordena!
¡Porque oírte, porque oírte, porque oírte,
para mí es obedecerte!

Entonces Farizada le dijo que tenía que pedirle varias cosas, y empezó por rogarle que primero le indicara dónde se encontraba el Árbol que canta. Y Bulbul le dijo con sus cánticos que se dirigiera a la otra vertiente de la montaña. Y Farizada se dirigió a la vertiente opuesta a la que había franqueado, y miró. Y vió en medio de aquella vertiente un árbol tan inmenso, que hubiera podido su sombra cobijar todo un ejército. Y se asombró ella con toda su alma, y no supo cómo tenía que arreglarse para desarraigar y llevarse el tal árbol. Y Bulbul, que veía su perplejidad, le expresó, cantando, que no tenía necesidad de desarraigar el añoso árbol, sino que bastaba con cortar la rama más pequeña y plantarla en donde le pareciera, viéndola al punto echar raíces y convertirse en un árbol tan hermoso como el que veía. Y Farizada dirigióse al Árbol, y oyó el canto que se exhalaba de él. ¡Y comprendió que se hallaba en presencia del Árbol que canta! Porque ni la brisa en los jardines de Persia, ni los laúdes indios, ni las arpas de Siria, ni las guitarras de Egipto, produjeron jamás una armonía comparable al concierto de las mil bocas invisibles que había en las hojas de aquel Árbol músico.

Y cuando Farizada, repuesta ya del entusiasmo en que la había sumido aquella música, cogió una rama del Árbol que canta, regresó al lado de Bulbul y le rogó que le indicara dónde estaba el Agua Color de Oro. Y el Pájaro que habla le dijo que se dirigiera hacia Occidente y fuera a mirar detrás de la roca azul que vería allí. Y Farizada se dirigió hacia Occidente, y vió una roca de turquesa tenue. Y echó a andar por aquel lado, y detrás de la roca de turquesa tenue vió surgir un minúsculo arroyuelo semejante a oro en fusión. Y aquel agua, toda de oro, del arroyuelo emanado por la roca de turquesa, era más admirable todavía por ser transparente y fresca como el agua misma de los topacios.

Y en la roca, dentro de una cavidad, había un ánfora de cristal. Y Farizada cogió el ánfora y la llenó de agua espléndida. Y regresó al lado de Bulbul, con el ánfora de cristal al hombro y en la mano la rama cantarina.

Y así fué como Farizada la de sonrisa de rosa poseyó las tres cosas incomparables.

Y dijo a Bulbul: "¡Oh el más hermoso! todavía me queda por hacerte un ruego. ¡Y para que accedieras a él vine desde tan lejos en busca tuya!" Y como el Pájaro la invitase a hablar, dijo ella con temblorosa voz: "¡Mis hermanos, ¡oh Bulbul! mis hermanos!"

Cuando Bulbul oyó estas palabras se mostró muy preocupado. Porque sabía que no le era posible luchar con Los de lo Invisible y sus encantamientos, y que incluso él estaba siempre sometido a ellos. Pero pronto pensó que, puesto que la suerte había hecho triunfar a la princesa, podía en adelante sin temor servirla con exclusión de sus antiguos amos.

Y en respuesta, cantó:


¡Con gotas, con gotas, con gotas
Del Agua del ánfora de cristal,
¡Oh Farizada, oh Farizada!
Con gotas, con gotas, con gotas,
Riega, ¡oh rosa, oh rosa!
Riega, ¡oh rosa, oh rosa!
Con gotas, con gotas, con gotas,
¡Oh Farizada, oh Farizada!

Y Farizada cogió con una mano el ánfora de cristal y con la otra la jaula de oro de Bulbul y la rama cantarina, y empezó a bajar por la vereda. Y en cuanto encontraba una piedra de basalto negro la rociaba con algunas gotas de Agua Color de Oro. Y la piedra adquiría vida y se convertía en hombre. Y como no dejó pasar ninguna sin hacer lo propio, recuperó de tal suerte a sus hermanos.

Y Farid y Faruz, libertados así, corrieron a besar a su hermana. Y todos los señores, a quienes ella había sacado de su sueño de piedra, fueron a besarle la mano. Y se declararon esclavos suyos. Y bajaron a la llanura todos juntos y de nuevo montaron en sus caballos cuando Farizada les hubo librado del encanto también. Y se encaminaron al lugar en que estaba el Árbol del Anciano. Pero el Anciano ya no estaba en la pradera, y el Árbol ya no estaba tampoco en la pradera. Y como Farizada le interrogase, contestó Bulbul con voz que se tornó grave de pronto: "¿Para qué quieres ver otra vez al Anciano, ¡oh Farizada!? Ha prestado a la hija de los hombres la enseñanza que encierra la vedija de lana que triunfa de las voces malas, de las voces odiosas, de las voces inoportunas y de todas las voces que turban el alma íntima y la impiden llegar a las cumbres. Y al igual que el maestro queda oscurecido por su enseñanza, el Anciano del Árbol ha desaparecido cuando te ha transmitido su sabiduría, ¡oh Farizada! Y en lo sucesivo no se adueñarán de tu alma los males que afligen a la mayoría de los hombres. Porque ya no entregarás tu alma a los acontecimientos exteriores, que sólo existen para quien se ocupa de ellos. ¡Y has aprendido a conocer la serenidad, que es madre de todas las bienandanzas!"

Así se expresó el Pájaro que habla, en el paraje donde se alzaba antes el Árbol del Anciano. Y todos se maravillaron de la belleza de su lenguaje y de la profundidad de sus pensamientos.

Y el grupo que servía de cortejo a Farizada continuó su camino. Pero pronto empezó a disminuir, pues cuando uno tras otro encontraban el camino por donde habían llegado, los señores librados del encanto por Farizada iban a reiterarle la expresión de su gratitud, y besándole la mano se despedían de ella y de sus hermanos. Y en la noche del vigésimo día la princesa Farizada y los príncipes Farid y Faruz llegaron con seguridad a su morada.

En cuanto echaron pie a tierra Farizada se apresuró a colgar la jaula en un boscaje de su jardín. Y no bien Bulbul hubo lanzado la primera nota de su voz, todos los pájaros acudieron a mirarle, y al verle le saludaron a coro. Porque risueñores y pinzones, alondras y currucas, jilgueros y tórtolas, y todas las especies infinitas de los pájaros que habitan en los jardines, reconocieron al instante la supremacía de su hermosura. Y en voz alta y en voz baja, a manera de almeas, acompañaron con su gorjeo aquellas melopeas solitarias. Y siempre que daba fin a un trino bien hecho, manifestaban su entusiasmo con aclamaciones llenas de armonía en el lenguaje de las aves.

Y Farizada se acercó al estanque grande de alabastro, donde tenía costumbre de mirarse los cabellos, que eran de oro por un lado y de plata por otro, y vertió en él una gota del agua contenida en el ánfora de cristal. Y la gota de oro se hinchó y creció y se multiplicó en chispeantes surtidores, y no cesó de brotar y caer, llevando una frescura de gruta marina al aire incandescente.

Y con sus propias manos plantó Farizada la rama del Árbol que canta. Y al punto echó raíces la rama, y en unos instantes se convirtió en un árbol tan hermoso como aquel de donde fué cogida. Y se exhaló de él un canto tan lindo, que ni la brisa de los jardines de Persia, ni los laúdes indios, ni las arpas de Siria, ni las guitarras de Egipto podrían producir aquella celeste armonía. Y para escuchar a las mil bocas invisibles de las hojas musicales detuvieron su rumoroso curso los arroyos, callaron sus voces hasta las aves, y recogió sus sedas la brisa vagabunda de las avenidas.

Y en la morada recomenzó una vida con días de dichosa monotonía. Y Farizada reanudó sus paseos por los jardines, deteniéndose largas horas a charlar con el Pájaro que habla, a escuchar al Árbol que canta y a mirar al Agua Color de Oro. Y Farid y Faruz se entregaron a sus partidas de caza y a sus cabalgatas.

Pero un día, en la selva, al pasar por una vereda tan estrecha que no pudieron separarse a tiempo, ambos hermanos se encontraron con el sultán, que estaba cazando...


En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.



Y cuando llegó la 780ª noche

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Ella dijo:

"... Pero un día, en la selva, al pasar por una vereda tan estrecha que no pudieron separarse a tiempo, ambos hermanos se encontraron con el sultán, que estaba cazando. Y a toda prisa apeáronse de los caballos y se prosternaron con la frente en tierra. Y el sultán, en el límite de la sorpresa al ver en aquella selva a dos jinetes que no conocía y vestidos tan ricamente como los de su séquito, tuvo curiosidad por verles la cara, y les dijo que se levantaran. Y se pusieron de pie ambos hermanos, y se mantuvieron entre las manos del sultán en una actitud llena de nobleza que cuadraba maravillosamente con su aspecto respetuoso. Y al sultán le conmovió su hermosura, y estuvo algún tiempo admirándoles sin hablar y considerándoles desde la cabeza hasta los pies. Luego les preguntó quiénes eran y dónde vivían. Porque su corazón sentíase atraído hacia ellos y se había emocionado. Y contestaron: "¡Oh rey del tiempo! somos hijos de tu difunto esclavo el antiguo intendente de los jardines. ¡Y vivimos cerca de aquí, en la casa que debemos a tu generosidad!" Y el sultán se alegró mucho de conocer a los hijos de su fiel servidor; pero le asombró que no se hubiesen presentado en palacio hasta aquel día para formar parte de su séquito. Y contestaron: "¡Oh rey del tiempo! ¡perdónanos porque hasta el día nos hayamos abstenido de presentarnos entre tus generosas manos; pero tenemos una hermana, la menor de nosotros, que es la última recomendación de nuestro padre y por la cual velamos con tanto cariño que no podemos pensar en abandonarla!" Y el sultán quedó en extremo conmovido de aquella unión fraternal, y cada vez se felicitó más por su encuentro, diciéndose: "¡Jamás hubiese creído que existieran en mi reino jóvenes tan cumplidos y tan desprovistos de ambición a la vez!" Y sintió un deseo irresistible de visitarles en su morada para refrescarse mejor los ojos con su contemplación. Y así se lo manifestó en seguida a ambos jóvenes, que respondieron con el oído y la obediencia, y se apresuraron a darle escolta. Y el príncipe Farid pronto tomó la delantera para advertir a su hermana Farizada la llegada del sultán.

Y Farizada, que no tenía costumbre de recibir gente, no supo cómo comportarse para hacer dignamente los honores de su casa al sultán. Y en esta perplejidad, no halló nada mejor que ir a consultar a su amigo Bulbul, el pájaro que habla. Y le dijo: "¡Oh Bulbul! el sultán nos ha hecho el honor de venir a ver nuestra casa, y debemos obsequiarle. ¡Date prisa en decirme cómo podremos corresponder de manera que salga contento de nuestra casa!" Y contestó Bulbul: "¡Oh mi señora! Inútil es que la cocinera prepare bandejas y bandejas de manjares. Porque no hay más que un plato que convenga hoy al sultán, y es preciso servírselo. ¡Y es un plato de cohombros rellenos de perlas!" Y Farizada quedó asombrada, y creyendo que al Pájaro se le había trabado la lengua, exclamó: "¡Pájaro! ¡Pájaro! ¡No sabes lo que dices! ¡Cohombros rellenos de perlas! ¡Pero si eso es un guiso nunca oído! ¡Si el rey nos hace el honor de asistir a una comida en nuestra casa, sin duda es para comer y no para tragar perlas! ¡Por lo visto, quieres decir "un plato de cohombros con relleno de arroz!, ¡oh Bulbul!" Pero el Pájaro que habla exclamó, impaciente: "¡Nada de eso! ¡Nada de eso! ¡Nada de eso! ¡Nada de eso! ¡Relleno de perlas, de perlas, de perlas! ¡Pero no de arroz, no de arroz, no de arroz!"

Y Farizada, que tenía plena confianza en el milagroso Pájaro, se apresuró a dar orden a la vieja cocinera de preparar el plato de cohombros con perlas. Y como no faltaban perlas en la morada, no fué difícil encontrarlas en una cantidad lo bastante grande para preparar el plato.

Entretanto hizo su entrada en el jardín el sultán, acompañado del príncipe Faruz. Y Farid, que le esperaba en el umbral, le tuvo el estribo y le ayudó a echar pie a tierra. Y Farizada la de sonrisa de rosa, con el rostro velado por primera vez (pues se lo había recomendado Bulbul), fué a besarle la mano. Y el sultán quedó en extremo conmovido de su gracia y de la pureza de jazmín que exhalaba toda ella, y al pensar en su vejez sin posteridad, lloró. Luego dijo, bendiciéndola: "¡Quien deja posteridad no muere! ¡Alah te conceda ¡oh padre de tan hermosos hijos! un sitio escogido a Su diestra entre los Bienaventurados!" Después añadió, posando de nuevo sus miradas en Farizada, inclinada: "¡Y tú, ¡oh hija de mi servidor, oh tallo perfumado! condúcenos a algún sombrajo delicioso que nos resguarde del calor!"

Y precedido por la temblorosa Farizada, y seguido de ambos hermanos el sultán echó a andar en pos de la frescura.

!Y lo primero que hirió los ojos del sultán Khosrú Schah fue el surtidor de Agua Color de Oro. Y se detuvo un momento a mirarlo con admiración, y exclamó: "¡Agua maravillosa, la que tanto complace a la vista!" Y se adelantó para contemplarla más de cerca, y de pronto percibió el concierto del Árbol que canta. Y prestó oído entusiasmado a aquella música que caía del cielo, y estuvo largo rato escuchándola. Luego exclamó. "¡Oh! ¡jamás oí semejante música!" Y cuando, para escucharla mejor, avanzaba en la dirección por donde creía encontraría, he aquí que la música cesó, y un gran silencio adormeció todo el jardín. Y del seno de aquel gran silencio se elevó la voz del Pájaro que habla, y con un cántico solitario, brillante y entusiasta. Y decía: "¡Bienvenido -el sultán- Khosrú Schah! ¡Bienvenido! ¡bienvenido! ¡bienvenido!" Y tras la última nota emitida por aquella voz que encantaba el aire todo el coro de pájaros contestó en su lenguaje: "¡Bienvenido! ¡bienvenido! ¡bienvenido!"

Y el sultán Khosrú Schah quedó maravillado de todo aquello, y su alma, ya tan conmovida por cuanto había sentido en tan poco tiempo, llegó a una ternura sin límites. Y exclamó él: "¡He aquí la casa de la dicha! ¡Oh! daría mi poderío y mi trono por habitar con vosotros, ¡oh hijos de mi intendente!" Luego, cuando se disponía a interrogar a Farizada y a sus hermanos acerca de la procedencia de aquellas maravillas, de que no llegaba a darse cuenta exacta, le enseñaron el Árbol que canta y el Pájaro que habla. Y Farizada le dijo: "¡En cuanto a la procedencia de estas maravillas, es una historia que contaré a nuestro amo el sultán cuando descanse!"

E invitó al sultán a sentarse bajo el boscaje mismo que servía de cobijo a Bulbul, y adonde acababan de servir la comida en una bandeja grande. Y el sultán se sentó bajo el boscaje en el sitio de honor. Y en un plato de oro le ofrecieron los cohombros con perlas.

Y el sultán, a quien, por cierto, le gustaban mucho los cohombros rellenos, cuando los vió en el plato, que por sí misma le ofrecía Farizada, se emocionó con aquella atención que no esperaba. Pero no tardó en llegar al límite del asombro al ver que, en vez de estar rellenos, como es corriente, con arroz y alfónsigos, los cohombros estaban condimentados con perlas. Y dijo a Farizada y a sus hermanos: "¡por vida mía! ¡qué novedad en el condimento de los cohombros! ¿y desde cuándo reemplazan las perlas al arroz y a los alfónsigos?" y ya estaba Farizada a punto de soltar el plato y huir llena de confusión, cuando el Pájaro que habla, levantando la voz, llamó al sultán por su nombre, diciéndole: "¡Oh amo nuestro Khosrú Schah!" Y el sultán alzó la cabeza hacia el Pájaro, que continuó con voz grave:

"¡Oh amo nuestro Khosrú Schah! ¿Y desde cuándo pueden convertirse en animales al nacer los hijos de un sultán de Persia? ¡Si antaño ¡oh rey del tiempo! creíste cosa tan increíble, no tienes derecho a asombrarte de cosa tan sencilla como la de hoy!" Luego añadió: "¡Acuérdate ¡oh amo nuestro! de las palabras que hace veinte años oíste una noche en cierta morada humilde! ¡Si las olvidaste, ¡oh amo nuestro! permite al esclavo de Farizada que te las repita!"

Y con voz semejante a la dulce habla de las vírgenes, el Pájaro dijo: "¡Oh hermanas mías! ¡cuando yo sea la esposa del sultán le daré una posteridad bendita! ¡Porque los hijos que Alah hará nacer de nuestra unión serán de todo punto dignos de su padre; y la hija que refrescará nuestros ojos será una sonrisa del cielo mismo! ¡Sus cabellos serán de oro por un lado y de plata por otro; sus lágrimas, cuando llore, serán perlas; sus risas, dinares de oro, y sus sonrisas, botones de rosa!"

Al oír estas palabras, el sultán escondió la cabeza entre las manos y empezó a sollozar. Y su antiguo dolor se hizo más vivo que en los días amargos del pasado. Y todos los pensamientos acumulados en el fondo de su alma desesperada afluyeron a su corazón de pronto, y lo desgarraron.

Pero en seguida se elevó de nuevo la voz de Bulbul, cantarina de alegría. Y decía: "¡Levanta tus velos, ¡oh Farizada! ante tu padre!"

Y Farizada, que no sabía desobedecer la voz de su amigo, se levantó los velos. Y con ellos se desprendió la banda que sujetaba su cabellera. Y el sultán, al ver aquello, se incorporó con los brazos en alto, dando un grito horrible. Y le gritó la voz de Bulbul: "Es tu hija, ¡oh rey!" Porque por un lado eran de oro los cabellos de la joven y por el otro lado eran de plata; y en sus párpados había dos perlas de júbilo, y en su boca un botón de rosa.

Y en el mismo momento miró el rey a los dos hermanos, que eran hermosos. Y se reconoció en ellos. Y le gritó la voz de Bulbul: "Son tus hijos, ¡oh rey!"

Y mientras el sultán Khosrú Schah permanecía aún inmóvil de emoción, el Pájaro que habla le contó rápidamente, así como a sus hijos, su verdadera historia, desde el principio hasta el fin, sin olvidar ni un detalle. Pero no hay utilidad en repetirla.

Y antes de que acabara su relato, el sultán y sus hijos, reunidos unos en brazos de otros, mezclaban ya sus lágrimas y sus besos. ¡Loores a Alah, el Magno, el Insondable, que reúne después de separar!

Y cuando se repusieron un poco de su emoción, el sultán dijo: "¡Oh hijos míos, vamos a toda prisa en busca de vuestra madre!" Pero ¡oh oyentes míos renunciemos a describir lo que pasó cuando la pobre madre, que vivía solitaria en el fondo de su mazmorra, volvió a ver a su esposo el sultán, y se reconoció madre de Farizada la de sonrisa de rosa y de sus hermanos los dos jóvenes espléndidos. Y sean dadas gracias Alah, cuya bondad es infinita y cuya justicia no defrauda nunca; a Alah, que hizo morir de rabia, en el día del triunfo, a las dos hermanas envidiosas, y que deparó las más prolongadas delicias y la vida llena de dicha al rey Khosrú Schah, a su esposa la sultana, al hermoso príncipe Farid, al hermoso príncipe Faruz y al hermosa princesa Farizada, hasta que llegó la Separadora de amigos y la Destructora de sociedades. Y gloria a Aquel que en su eternidad no conoce la mudanza.

Y es ésta la maravillosa historia de Farizada la de sonrisa de rosa. ¡Pero Alah es más sabio!


Cuando Schehrazada hubo contado esta historia, la pequeña Doniazada exclamó: "¡Oh hermana mía! ¡cuán dulces y encantadoras y frescas y sabrosas son tus palabras! ¡Y qué admirable es esa historia!"

Y dijo el rey Schahriar: "¡Es verdad!"

Y Doniazada creyó ver humedecidos los ojos del rey, y dijo al oído de Schehrazada: "¡Oh hermana mía! ¡veo como una lágrima en el ojo izquierdo del rey y como otra lágrima en su ojo derecho!"

Schehrazada miró al rey con una mirada furtiva, sonrió, y dijo, besando a la pequeñuela: "¡Ojalá no experimente el rey menos placer en oír la historia de Kamar y de la experta Halima!" Y dijo el rey Schahriar: "¡No conozco esa historia, Schehrazada, y ya sabes que la aguardo y la deseo!"

Ella dijo: "¡Si Alah quiere, y si el rey me lo permite, la empezaré mañana". Y el rey Schahriar, que se acordaba de la parábola de la verdadera ciencia, se dijo: "¡Tendré paciencia hasta mañana para oír esa historia!".


En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.


La pequeña Doniazada exclamó: "¡Oh hermana mía Schehrazada! ¡por Alah sobre ti, date prisa a contarnos la Historia de Kamar y de la experta Halima!"

Y dijo Schehrazada:



Historia de Kamar y de la experta Halima

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Cuentan que, en la antigüedad del tiempo -¡pero Alah es más sabio!-, existía un mercader muy estimado, que se llamaba Abd el-Rahmán, y a quien Alah el Generoso había favorecido con una hija y un hijo. Dió el nombre de Estrella-de-la-Mañana a la niña, en vista de su perfecta belleza, y de Kamar al niño, por ser éste absolutamente como la luna. Pero cuando crecieron, el mercader Abd el-Rahmán, al ver cuántos encantos y perfecciones les había concedido Alah, tuvo por ellos un miedo infinito al mal de ojo de los envidiosos y a las argucias de los corrompidos, y los encerró en su casa, hasta la edad de catorce años, sin permitirles ver a nadie, más que a la vieja esclava, que les cuidaba desde niños. Pero un día en que, contra su costumbre, el mercader Abd el-Rahmán parecía predispuesto a expansiones, su esposa, madre de los niños, le dijo: "¡Oh padre de Kamar! he aquí que nuestro hijo Kamar acaba de llegar a su nubilidad, y en adelante puede comportarse como los hombres. Pero tú no has reparado en ello. ¿Es una muchacha o un muchacho? Di".

Y el mercader Abd el-Rahmán, extremadamente asombrado, le contestó: "¡Un muchacho!" Ella dijo: "En ese caso, ¿por qué te obstinas en tenerle oculto a los ojos de todo el mundo, como si fuese una muchacha, y no le llevas contigo al zoco, y le haces sentarse junto a ti en la tienda para que empiece a conocer gente y la gente le conozca, y sepa así, por lo menos, que tienes un hijo capaz de sucederte y de llevar a buen fin los negocios de venta y compra? De no ser así, cuando termine tu larga vida (¡pluguiera a Alah concedértela sin fin!) ninguno sospechará la existencia de tu heredero, quien, por más que diga a la gente: "¡Soy hijo del mercader Abd el-Rahmán!", verá que le contestan con una incredulidad indignada y justificada: "¡No te hemos visto nunca! ¡Y nunca oímos decir que el mercader Abd el-Rahmán hubiese dejado hijos ni nada que de lejos o de cerca se pareciese a un hijo!" ¡Y entonces ¡oh calamidad sobre nuestra cabeza! el gobierno vendrá a incautarse de tus bienes y privará a tu hijo de lo que le corresponde!" Y tras de hablar así, con mucha animación, continuó en el mismo tono: "¡Y lo mismo ocurre con nuestra hija Estrella-de-la-Mañana! ¡Yo quisiera darla a conocer a nuestras relaciones, en espera de que sea pedida en matrimonio por la madre de algún joven de su condición, y podamos, a nuestra vez, regocijarnos con sus esponsales! ¡Porque el mundo ¡oh padre de Kamar! se compone de vida y de muerte, e ignoramos cuál será el día de nuestro destino!"

Al oír estas palabras de su esposa, el mercader Abd el-Rahmán reflexionó una hora de tiempo; luego levantó la cabeza, y contestó: "¡Oh hija del tío! nadie puede rehuir el destino atado a su cuello. ¡Pero bien sabes que, si guardé así a nuestros hijos en la casa, fué sólo porque temía por ellos al mal de ojo! ¿A qué, pues, reprocharme mi prudencia y olvidar mi solicitud?" Ella dijo: "¡Alejado sea el Maligno, el Maléfico! Ruega al Profeta, ¡oh jeique!" El dijo: "¡La bendición de Alah sea con El y con todos los suyos!" Ella insistió: "Y ahora pon tu confianza en Alah, que sabrá resguardar a nuestro hijo de las malas influencias y del ojo nefasto. ¡Y por cierto que aquí tienes el turbante de seda blanca de Mossul que he confeccionado para Kamar, y en el cual he tenido cuidado de coser el estuche de plata que guarda el rollito de versículos santos, preservador de todo maleficio! ¡Puedes, por tanto, llevarte hoy sin escrúpulos a Kamar para hacerle visitar el zoco y enseñarle por fin la tienda de su padre!" Y sin esperar el asentimiento de su esposo, fué a buscar al muchacho, a quien ya se había cuidado de vestir con sus mejores ropas, y le condujo entre las manos de su padre, que se dilató y se esponjó a su vista, y murmuró "¡Maschalah! ¡El nombre de Alah sobre ti y alrededor de ti! ¡ya Kamar!" Luego, convencido por su esposa, se levantó, le cogió de la mano, y salió con él...


En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.

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