Y cuando llegó la 570ª noche

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Ella dijo:

"... Y el cargador echó a andar detrás de Califa con el arca a la espalda. Y mientras caminaba, se decía para su ánima Califa: "¡Ya no llevo encima ni oro, ni plata, ni cobre, ni siquiera el olor de semejante cosa! ¿Y cómo voy a arreglarme para pagar a este maldito cargador al llegar a casa? ¿Y qué necesidad tenía yo de cargador? ¿Y qué necesidad tenía yo tampoco de esta arca funesta? ¿Y quién pudo meterme en la cabeza la idea de comprarla? ¡Pero ha de ocurrir lo que está escrito! Por lo pronto, para salir de mi compromiso con este cargador, voy a hacerle correr y andar y perderse por las calles hasta que esté extenuado de fatiga. Entonces se parará por su voluntad y se negará a seguir. ¡Y me aprovecharé de su negativa para negarme a pagarle a mi vez y me echaré a la espalda el arca yo mismo!"

Y tras de imaginar de aquel modo su proyecto, lo puso en práctica inmediatamente. Empezó, pues, por ir de calle en calle y de plaza en plaza, y por hacer que el cargador diera vueltas con él por toda la ciudad, y así estuvo desde mediodía hasta la puesta del sol, de modo que el cargador estaba ya completamente extenuado y acabó por refunfuñar y murmurar, y se decidió a decir a Califa: "¡Oh amo mío! ¿dónde está tu casa?"

Y contestó Califa: "¡Por Alah, que ayer sabía yo aún dónde estaba, pero hoy lo he olvidado completamente! ¡Y heme aquí dedicado a buscar contigo donde se halle!"

Y dijo el cargador: "¡Pues dame mi salario y toma tu arca!"

Y dijo Califa: "¡Espera un poco todavía y anda despacio mientras yo ordeno mis recuerdos y reflexiono acerca del sitio en que está mi casa!" Luego, al cabo de cierto tiempo, como el cargador se pusiera a protestar entre dientes, le dijo: "¡Oh Zoraik! no llevo encima dinero para darte tu salario aquí mismo! ¡Porque me he dejado el dinero en casa, y se me ha olvidado cuál es mi casa!"

Y cuando el cargador se paraba, sin poder andar ya, e iba a dejar su carga, acertó a pasar un conocido de Califa, que le dió en el hombro, y le dijo: "¡Por Alah! ¿eres tú, Califa? ¿Y qué te trae por este barrio tan alejado de tu barrio? ¿Y qué lleva para ti este hombre?" Pero antes de que el consternado Califa tuviese tiempo de contestarle, el cargador Zoraik se encaró con el transeúnte consabido, y le preguntó: "¡Oh tío! ¿dónde está la casa de Califa?" El hombre contestó: "¡Por Alah! ¡Vaya una pregunta! ¡La casa de Califa está precisamente al otro extremo de Bagdad, en el khan ruinoso que hay junto al mercado del pescado en el barrio de los Rawssin!"

Y se marchó riendo.

Entonces Zoraik el cargador dijo a Califa el pescador: "¡Vamos, anda, oh miserable! ¡Ojalá no pudieras vivir ni andar!" Y le obligó a ir delante de él y a conducirle a su vivienda del khan ruinoso cercano al mercado del pescado. Y hasta que llegaron no cesó de injuriarle y de reprocharle su conducta, diciéndole: "¡Oh tú, rostro nefasto, así te cortara Alah el pan cotidiano en este mundo! ¡Cuántas veces no habremos pasado por delante de tu casa de desastre sin que hicieras el menor ademán para que me parase! ¡Anda, ayúdame ahora a descargarme de la espalda tu arca! ¡Y ojalá estuvieras pronto encerrado para siempre en ella !"

Y sin decir una palabra, Califa le ayudó a descargar el arca, y limpiándose con el dorso de la mano las gotas gordas de sudor que le caían de la frente, dijo Zoraik: "¡Ahora vamos a ver la capacidad de tu alma y la generosidad de tu mano en el salario que me corresponde por todas las fatigas que me has hecho soportar sin necesidad! ¡Y date prisa para que me vaya por mi camino!" Y le dijo Califa: "¡Claro que serás retribuido espléndidamente, compañero! ¿Quieres, pues, que te traiga oro o plata? ¡Escoge!"

Y contestó el cargador: "¡Tú sabrás mejor lo que conviene!"

Entonces Califa, dejando a la puerta al cargador con el arca, entró en su vivienda, y salió de ella enseguida llevando en la mano un formidable látigo con correas claveteadas cada una con cuarenta clavos agudos, capaces de derribar a un camello al primer golpe. Y se precipitó sobre el cargador con el brazo en alto y enarbolando el látigo, lo dejó caer sobre la espalda del otro, y comenzó de nuevo, de modo que el cargador empezó a aullar, y volviendo la espalda, pasó por delante de él, tapándose la cara con las manos, y desapareció por una esquina.

Libre así del cargador, que al fin y al cabo había cargado con el arca por propia iniciativa, Califa se creyó en el deber de arrastrar el arca aquella hasta su vivienda. Pero al oír aquel ruido, afluyeron los vecinos, y al ver el extraño atavío de Califa con el traje de raso cortado por las rodillas y el turbante, le dijeron: "¡Oh Califa! ¿de dónde sacaste ese traje y esa arca tan pesada?"

El contestó: "¡Me los ha dado mi criado y aprendiz que tiene el oficio de clarinete y se llama Harún Al-Raschid!..."


En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.



Y cuando llegó la 571ª noche

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Ella dijo:

¡... Me los ha dado mi criado y aprendiz, que tiene el oficio de clarinete y se llama Harún Al-Raschid!"

Al oír estas palabras, los habitantes del khan, vecinos de Califa, sintieron que el espanto les invadía el alma, y se dijeron unos a otros: "¡No conviene que nadie oiga hablar así a este insensato! ¡Pues si se enteran le va a prender la policía y le ahorcarán sin remisión! ¡Y destruirán completamente nuestro khan, y acaso también a nosotros por culpa suya, nos ahorquen a la puerta del khan o nos castiguen con algún castigo terrible!"

Y en extremo aterrados, le obligaron a guardarse la lengua en la boca, y para acabar antes, le ayudaron a llevar el arca a su vivienda y cerraron la puerta detrás de él.

Pero la vivienda de Califa era tan exigua, que el arca la llenaba por entero, exactamente como si estuviese hecha para embutirse allí. Y sin saber ya dónde meterse a pasar la noche, Califa se echó encima del arca cuan largo era, y de aquella manera se puso a reflexionar acerca de lo que le había ocurrido durante la jornada. Y se preguntó de pronto: "Pero, vamos a ver, ¿a qué espero para abrir el arca y enterarme de su contenido?" Y saltó sobre ambos pies y trabajó con las manos cuanto pudo para abrirla, pero en vano. Y se dijo: "¿Cómo se me turbaría la razón hasta el punto de decidirme a comprar esta arca que ni siquiera puedo abrir?" Y de nuevo intentó romper el candado y hacer saltar la cerradura, pero sin conseguirlo. Entonces se dijo: "¡Esperemos a mañana para ver cómo nos arreglamos!" Y otra vez se echó sobre el arca cuán largo era, y no tardó en dormirse, roncando a más y mejor.

Pero al cabo de una hora de hallarse allí, se despertó, sobresaltado de espanto, y dió con la cabeza en el techo de su vivienda. Porque acababa de sentir que se movía algo en el interior del arca. Y de improviso huyó de su cabeza el sueño en compañía de la razón, y exclamó: "¡Sin duda hay algún genni aquí dentro! ¡Loor a Alah, que me inspiró al no dejarme abrir la tapa! ¡Pues si la hubiera abierto, habría salido, abalanzándose a mí en medio de la oscuridad, y quién sabe lo que me hubieran hecho! ¡Y al fin y al cabo, ciertamente que no saldría yo ganando entonces!" Pero en el mismo instante en que formulaba de aquel modo su pensamiento de terror, redobló el ruido en el interior del arca, y llegó a oídos de Califa una especie de gemido. Entonces, en el límite del espanto, Califa buscó por instinto una lámpara para encender luz; pero se olvidaba de que la pobreza le impidió siempre tener lámpara, y mientras iba tanteando con las manos en las paredes de su vivienda, le rechinaban los dientes, y se decía: "¡Esto ya es terrible, completamente terrible!" Luego, como aumentaba su miedo, abrió la puerta y se precipitó fuera en medio de la noche, gritando con todas sus fuerzas:

"¡Socorro! ¡Oh habitantes del khan! ¡oh vecinos! ¡acudid! ¡socorro!"

Y los vecinos, que en su mayoría dormían tranquilamente, se despertaron muy sobresaltados y fueron a él, en tanto que las mujeres asomaban por las puertas entreabiertas sus cabezas a medio velar. Y le preguntaron todos: "¿Pero qué te ocurre, ¡oh Califa!?" El contestó: "¡Pronto, dadme pronto una lámpara, porque han venido a visitarme los genn!"

Y los vecinos se echaron a reír, y uno de ellos, a pesar de todo, acabó por darle una lámpara. Y Califa cogió la lámpara y volvió a su casa algo más reanimado. Pero cuando se inclinaba sobre el arca, oyó de repente una voz que decía: "¡Ah! ¿dónde estoy?" Y más espantado que nunca, lo abandonó todo y se precipitó fuera como un loco, gritando de nuevo: "¡Oh vecinos! ¡Socorredme!" Y los vecinos le dijeron: "¡Oh maldito Califa! ¿pero qué calamidad te ocurre? ¿Acabarás de molestarnos?" El contestó: "¡Oh buenas gentes, el genni está en el arca! ¡Se mueve y habla!" Ellos le preguntaron: "¡Oh embustero! ¿y qué dice el genni?"

El contestó: "Me ha dicho: «¿dónde estoy?»" Los vecinos le contestaron, riendo: "¡Pues en el infierno, sin duda, oh maldito! ¡Ojalá no disfrutes de sueño nunca hasta tu muerte! ¡Has puesto en movimiento a todo el khan y a todo el barrio! ¡Cómo no te calles, bajaremos a molerte los huesos!" Y aunque estaba medio muerto de terror, Califa se decidió a volver una vez más a su vivienda, y haciendo acopio de todo su valor, cogió un pedrusco y rompió la cerradura del arca, e hizo saltar a golpes la tapa.

Y vió echada dentro, lánguida y con los párpados entreabiertos, a una joven hermosa como una hurí y brillante de pedrerías. ¡Era Fuerza-de-los-Corazones! Y al sentirse libre, y respirando a plenos pulmones el aire fresco, se despertó del todo, y cesaron completamente los efectos adormecedores del bang.

¡Y allí estaba ella pálida y hermosa y verdaderamente deseable!

Al advertir aquello, el pescador, que en su vida había visto al descubierto, no sólo una belleza semejante, sino ni siquiera una mujer vulgar, cayó de hinojos ante ella, y le preguntó: "¡Por Alah, oh mi señora! ¿quién eres?...


En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.



Y cuando llegó la 572ª noche

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Ella dijo:

"... cayó de hinojos ante ella, y le preguntó: "¡Por Alah; oh mi señora! ¿quién eres?"

Ella abrió los ojos, unos ojos negros de pestañas curvadas, y dijo: "¿Dónde está jazmín? ¿Dónde está Narciso?"

Aquellos eran los nombres de dos esclavas jóvenes que tenía a su servicio en el palacio. Y creyendo Califa que le preguntaba por el jazmín y por el narciso, contestó: "¡Por Alah, ¡oh mi señora! que en este momento no tengo aquí más que algunas flores secas de henné!''

Y al oír aquella respuesta y aquella voz, la joven recobró por completo el sentido, y abriendo sus ojos cuán grandes eran, preguntó: "¿Quién eres? ¿Y dónde estoy?"

Y lo dijo con una voz más dulce que el azúcar, acompañada de un encantador movimiento de la mano. Y Califa, que en el fondo tenía un alma delicadísima, conmovióse mucho con lo que veía y oía, y contestó: "¡Oh mi señora, oh verdaderamente bellísima! ¡soy Califa el pescador, y te encuentras en mi casa precisamente!"

Y preguntó Fuerza-de-los-Corazones: "¿Entonces es que ya no estoy en el palacio del califa Harún Al-Raschid?" El pescador contestó: "¡No, por Alah, estás en mi casa, en esta vivienda que es un palacio desde que te aloja! ¡Y la venta y la compra te ha hecho esclava mía, pues te he comprado hoy mismo, con tu arca, en pública subasta, por cien dinares y un dinar! ¡Y te transporté a mi casa, dormida en esta arca! ¡Y no supe tu presencia hasta que me asustaron tus movimientos de antes! ¡Y ahora me doy cuenta de que mi estrella asciende bajo auspicios felices, por más que anteriormente fuese tan rastrera y nefasta!"

Al oír estas palabras, Fuerza-de-los-Corazones sonrió, y dijo: "¿Así es que me has comprado en el zoco sin verme, ¡oh Califa!?" Y contestó él: "¡Sí, por Alah, sin suponer siquiera tu presencia!" Entonces comprendió Fuerza-de-los-Corazones que cuanto le ocurrió había sido tramado contra ella por Sett Zobeida, e hizo que el pescador le contara cuánto hubo de sucederle, desde el principio hasta el fin

Y estuvo charlando de aquel modo con él hasta por la mañana. Entonces le dijo ella: "¡Oh Califa! ¿no tienes nada de comer? ¡Porque siento mucha hambre!"

El pescador contestó: "¡No tengo nada de comer ni de beber, nada absolutamente! ¡Y ya hace dos días, por Alah, que no me he llevado nada a la boca!"

Ella preguntó: "¿Tienes encima algún dinero, por lo menos?"

El pescador dijo: "¿Dinero? ¡oh mi señora! ¡Alah me conserve esta arca, en cuya compra invertí mi última moneda, impulsado por mi destino y mi curiosidad! ¡Y heme aquí en la miseria!"

Al oír estas palabras, se echó a reír la joven, y le dijo: "¡A pesar de todo, sal para traerme algo de comer, pidiéndoselo a los vecinos, que no te negarán!

¡Porque los vecinos se deben a sus vecinos!"

Entonces se levantó Califa y salió al patio del khan, y en medio del silencio del amanecer, se puso a gritar: "¡Oh habitantes del khan! ¡oh vecinos! ¡he aquí que el genni del arca me pide de comer ahora! ¡Y no tengo a mano nada para dárselo!"

Y los vecinos, que temían aquella voz y que al mismo tiempo le tenían lástima a causa de su pobreza, bajaron a verle, quién llevándole medio pan que había sobrado de la comida de la víspera, quién un trozo de queso, quién un cohombro, quién un rábano.

Le pusieron todo aquello en el faldón de su traje recortado; y subieron a sus casas. Y contento del acopio hecho, Califa volvió a su vivienda, y colocó todo aquello entre las manos de la joven, diciéndole: "¡Come, come!"

Ella se echó a reír, y dijo: "¿Cómo voy a comer, si no tengo una vasija o un jarro en qué beber? ¡Se me detendrían en el gaznate los bocados, y moriría entonces!"

Y contestó Califa: "¡Lejos de ti el mal, oh perfectamente bella! ¡Ahora mismo voy a traerte, no un jarro, sino una cuba!"

Y saliendo al patio del khan, gritó con sus pulmones: "¡Oh vecinos! ¡oh habitantes del khan!" Y de todas partes salieron voces irritadas que le insultaron, y le dijeron: "¿Pero qué quieres todavía, ¡oh maldito!?"

El contestó: "¡El genni del arca pide de beber ahora!" Y los vecinos bajaron hasta donde él estaba, quién llevándole un jarro, quién un ánfora, quién una vasija, quién una cuba; y lo cogió él, llevando un recipiente en cada mano, otro a la cabeza en equilibrio y otro debajo del brazo, y se apresuró a llevárselo todo a Fuerza-de-los-Corazones, diciéndole: "¡Te traigo lo que anhela tu alma! ¿Deseas algunas cosa más?"

Ella dijo: "¡No, los dones de Alah son numerosos!"

Dijo él: "¡Entonces, ¡oh mi señora! dirígeme a tu vez tu palabra tan dulce, y cuéntame tu historia, pues no la conozco!"

Entonces Fuerza-de-los-Corazones miró a Califa, sonrió, y dijo: "¡Sabe, pues, ¡oh Califa! que mi historia se resume en dos palabras! ¡Los celos de mi rival, El-Sett Zobeida, la propia esposa del califa Harún Al-Raschid, me sumieron en esta situación de que tú me salvaste, felizmente para tu destino! ¡Porque soy Fuerza-de-los-Corazones, la favorita del Emir de los Creyentes! ¡Por lo que a ti respecta, tu dicha está asegurada en adelante!"

Y Califa le preguntó: "¿Pero ese Harún es el mismo a quien enseñé el arte de la pesca? ¿Es ese espantajo que vi en palacio, sentado en una silla muy grande?" Ella contestó: "¡El mismo precisamente!"

Dijo él: "¡Por Alah, que en mi vida encontré un tañedor de clarinete ni un bribón mayor! ¡No sólo me ha robado ese miserable de cara abotargada, sino que me ha dado un dinar después de administrarme cien palos! ¡Como vuelva a encontrarle le destrozo con este palo!"

Pero Fuerza-de-los-Corazones le dijo, imponiéndole silencio: "¡Deja de usar ese lenguaje inconveniente, porque en la nueva situación en que vas a encontrarte necesitas ante todo abrir los ojos de tu espíritu y cultivar la cortesía y los buenos modales! ¡Y entonces, cuando pases por tu piel el cepillo de la galantería, ¡oh Califa! te convertirás en un ciudadano de alto rango y en un personaje dotado de distinción y de delicadeza...


En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.



Y cuando llegó la 573ª noche

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Ella dijo:

"¡... Y entonces, cuando pases por tu piel el cepillo de la galantería, ¡oh Califa! te convertirás en un ciudadano de alto rango y en un personaje dotado de distinción y de delicadeza!"

Cuando Califa hubo oído estas palabras de Fuerza-de-los-Corazones, sintió que dentro de él se operaba una súbita transformación, y se le abrían los ojos del espíritu, y se le ensanchaba la comprensión de las cosas, y se afinaba su inteligencia. ¡Y fué para bien suyo todo aquello! ¡Qué verdad es que las almas finas ejercen una influencia grande sobre las almas groseras! Así, pues, en las palabras dulces de Fuerza-de-los-Corazones, el pescador Califa, insensato y brutal hasta entonces, se convertía por momentos en un elegante ciudadano, dotado de modales excelentes y de elocuente lengua.

En efecto, cuando Fuerza-de-los-Corazones hubo de indicarle de aquel modo la conducta que tenía que seguir, sobre todo en el caso de que le llamaran otra vez a presencia del Emir de los Creyentes, el pescador Califa contestó: "¡Por encima de mi cabeza y de mis ojos! ¡Tus advertencias ¡oh señora mía! son mi norma de conducta, y tu benevolencia es la sombra en que me complazco! ¡Escucho y obedezco! ¡Alah te colme con sus bendiciones y satisfaga tus menores deseos! ¡He aquí entre tus manos al más abnegado de tus esclavos, a Califa el pescador, obediente y lleno de cortesía para con tus méritos!"

Luego añadió: "¡Habla, oh mi señora! ¿Qué puedo hacer para servirte?" Ella contestó: "¡Oh Califa! solamente necesito un cálamo, un tintero y una hoja de papel". Y Califa apresuróse a correr a casa de un vecino, que le procuró aquellos diversos objetos; y se los llevó a Fuerza-de-los-Corazones, que en seguida escribió una larga misiva al hombre de negocios del califa, al mismo joyero Ibn Al-Kirnas, que en otro tiempo la había comprado y ofrecido como regalo al califa. Y en aquella carta le ponía al corriente de cuanto hubo de acaecerle, y le explicaba que se encontraba en la vivienda del pescador Califa, a quien pertenecía en virtud de la venta y la compra. Y dobló la misiva y se la entregó a Califa, diciéndole: "¡Toma esta misiva y vé a entregársela en el zoco de los joyeros a lbn Al-Kirnas, el hombre de negocios del califa, cuya tienda conoce todo el mundo! ¡Y no olvides mis recomendaciones con respecto a los buenos modales y al lenguaje!" Y Califa contestó con el oído y la obediencia, cogió la misiva, llevándosela a los labios y a la frente luego, y se apresuró a correr al zoco de los joyeros, en donde preguntó por la tienda de Ibn Al-Kirnas, la cual le indicaron. Y se acercó a la tienda, y con muy escogidas maneras se inclinó ante el joyero y le deseó la paz.

Y el joyero correspondió a su deseo, pero a todo esto, sin mirarle apenas, y le preguntó: "¿Qué quieres?" Y por toda respuesta, Califa le entregó la misiva. Y el joyero la cogió con la punta de los dedos y la dejó a su lado en la alfombra, sin leerla ni siquiera abrirla, pues creía que se trataba de una instancia en demanda de limosna, y que Califa era un mendigo. Y dijo a uno de sus servidores: "¡Dale medio dracma!"

Pero Califa rechazó dignamente aquella limosna, y dijo al joyero: "¡No pido limosna! ¡Sólo te ruego que leas la esquela!" Y el joyero recogió la misiva, la desdobló y la leyó; y de improviso la besó y se la llevó a la cabeza respetuosamente, e invitó a sentarse a Califa, y le preguntó: "¡Oh hermano mío! ¿dónde está tu casa?"

El pescador contestó: "En tal barrio y tal calle y tal khan". El joyero dijo: "¡Perfectamente!" Y llamó a sus dos empleados principales y les dijo: "Conducid a este honorable a la tienda de mi cambista Mohsén, a fin de que le dé mil dinares de oro. ¡Después traedle aquí lo más pronto posible!" Y los dos empleados condujeron a Califa a casa del cambista, al cual dijeron: "¡Oh Mohsén, da a este honorable mil dinares de oro!" Y el cambista pesó los mil dinares de oro y se los entregó a Califa, que volvió con ambos empleados a la tienda de Ibn Al-Kirnas; y le halló montado en una mula magníficamente enjaezada, rodeado de cien esclavos vestidos con ricos trajes. Y el joyero le indicó otra mula no menos hermosa, y le dijo que se montara en ella y le siguiera. Pero dijo Califa: "¡Por Alah, ¡oh mi señor! que en mi vida monté en una mula, y no sé ir a caballo ni en asno!" Y el joyero le dijo: "¡No importa! ¡Pues aprenderás hoy!"

Y dijo Califa: "¡Tengo miedo de que me tire al suelo y me rompa las costillas!" El joyero contestó: "¡No tengas miedo y monta!" Y dijo Califa: "¡En el nombre de Alah!" Y de un salto se montó en la mula, pero colocándose al revés, y le cogió la cola en vez de la brida. Y la mula, que era en exceso cosquillosa, se estremeció y empezó a revolcarse, dando con él en tierra sin tardanza. Y Califa se levantó dolorido, y dijo: "¡Bien sabía yo que nunca podré ir de otro modo que sobre mis pies!"

¡Pero ésta fué la última de las tribulaciones de Califa! ¡Y en lo sucesivo su destino había de conducirlo resueltamente por el camino de las prosperidades...


En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.



Pero cuando llegó la 574ª noche

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Ella dijo:

"¡... Pero ésta fué la última de las tribulaciones de Califa! Y en lo sucesivo su destino había de conducirle resueltamente por el camino de las prosperidades!

En efecto, el joyero dijo a dos de sus esclavos: "¡Conducid al hammam a este amo vuestro que aquí veis, y decid que le den un baño de primera calidad! ¡Y llevadle después a mi casa, adonde iré a buscarle!" Y se marchó solo a la vivienda de Califa en busca de Fuerza-de-los-Corazones para llevársela a su casa también.

En cuanto a Califa, los dos esclavos le condujeron al hammam, en donde no había puesto los pies él en su vida, y se lo confiaron al mejor masajista y a los mejores bañeros, que al punto se dedicaron a lavarle y a frotarle. ¡Y le sacaron de la piel y de los cabellos una porción de suciedades de todas clases, y piojos y chinches de todas las variedades! Y le arreglaron y le refrescaron, y después de secarle, le vistieron con un suntuoso traje de seda que habían ido a comprar a toda prisa ambos esclavos. Y ataviado de tal modo, le condujeron a la morada de su amo lbn Al-Kirnas, que ya estaba allí de vuelta con Fuerza-de-los-Corazones.

Y al entrar en la sala principal de la casa, Califa vió a la joven sentada en un hermoso diván y rodeada por una muchedumbre de servidoras y esclavas que se apresuraban a servirla. Y por cierto que a la misma puerta de la casa, al divisarle el portero, se apresuró a levantarse en honor suyo y a besarle la mano respetuosamente. Y todo aquello sumía en el mayor asombro a Califa. Pero no lo demostró por temor de parecer mal educado. E incluso cuando todo el mundo se agrupó a su alrededor para decirle: "¡Sea delicioso tu baño!", supo contestar con urbanidad y elocuencia; y al herirle en los oídos, sus propias palabras le maravillaban y le halagaban agradablemente.

De modo que cuando estuvo en presencia de Fuerza-de-los-Corazones, se inclinó ante ella y esperó a que ella le dirigiese primero la palabra. Y Fuerza-de-los-Corazones levantóse en honor suyo y le cogió de la mano, y le hizo sentarse a su lado en el diván. Luego le presentó un tazón lleno de sorbete de azúcar perfumado con agua de rosas; y lo tomó y lo bebió despacio, sin hacer ruido con la boca, y para mostrar mejor su educación, lo vació sólo a medias, en lugar de tomárselo todo y meter luego el dedo para rebañar, como hubiese hecho antes, sin duda. Y hasta dejó el tazón en la bandeja sin romperlo, y pronunció con palabra muy elocuente la fórmula de cortesía que entre la gente bien educada se pronuncia cuando se ha aceptado algo de comer o de beber: "¡Ojalá dure siempre, la hospitalidad de esta casal" Y Fuerza-de-los-Corazones le contestó, encantada: "¡que tu vida dure otro tanto!" Y después de regalarle con un festín excelente, le dijo: "¡Ahora ¡oh Califa! ha llegado el momento de que muestres toda tu inteligencia y tus méritos! ¡Por tanto, escúchame bien, y no olvides lo que escuches!

Desde aquí vas a ir al palacio del Emir de los Creyentes, y pedirás una audiencia, la cual te será concedida, y después de los homenajes que se deben al califa, le dirás: "¡Oh Emir de los Creyentes, te ruego que me otorgues un favor como recuerdo de la enseñanza que te di!" ¡Te lo otorgará de antemano! Y le dirás: ¡Deseo que me hagas el honor de ser mi invitado esta noche!" ¡Eso es todo! ¡Y ya veremos si acepta o no!"

Entonces se levantó Califa y salió acompañado por un séquito numeroso de esclavos puestos a su servicio, y vestido con un traje de seda que valdría muy bien mil dinares. Y de tal modo, aparecía en su plenitud la belleza nativa de sus facciones, ¡y estaba asombrado!

Porque dice el proverbio:


"¡Pon magníficos vestidos a una caña, y la caña resultará una recién casada!"


Cuando llegó a palacio fué advertido desde lejos por el jefe eunuco Sándalo, que se quedó estupefacto de aquella transformación, y corrió con toda la fuerza de sus piernas a la sala del trono, y dijo al califa: "¡Oh Emir de los Creyentes, no sé lo que pasa! ¡pero el caso es que Califa el pescador se ha convertido en rey! ¡Porque he aquí que viene vestido con un traje que valdrá muy bien mil dinares, y acompañado por un cortejo espléndido!"

Y dijo el califa. "¡Hazle entrar!"

Así, pues, Califa fué introducido en la sala del trono, donde se hallaba Harún Al-Raschid en medio de su gloria. Y el pescador se inclinó como sólo saben inclinarse los más grandes de entre los emires, y dijo: "La paz sobre ti, ¡oh Comendador de los Creyentes, oh califa del Dueño de los Tres Mundos, defensor del pueblo de los fieles y de nuestra fe! ¡Alah el Altísimo prolongue tus días y honre tu reino y exalte tu dignidad y la eleve hasta el rango más alto!"

Y al ver y oír todo aquello, el califa llegó al límite de la maravilla. Y no podía comprender por qué camino había llegado tan rápidamente a Califa la fortuna.

Y preguntó a Califa: "¿Me dirás, ante todo, ¡oh Califa! de dónde sacaste esas ropas tan hermosas?"

El pescador contestó: "De mi palacio, ¡oh Emir de los Creyentes!" El califa preguntó: "¿Pero tienes un palacio, ¡oh Califa!?"

El pescador contestó: "Tú lo has dicho, ¡oh Emir de los Creyentes! ¡Y precisamente vengo a invitarte para que esta noche lo ilumines con tu presencia! Eres, pues, mi invitado". Y Al-Raschid, cada vez más estupefacto, acabó por sonreír, y preguntó: "¿Tu invitado? ¡Sea! ¿Pero lo soy yo solo o yo y todos los que están conmigo?" El pescador contestó: "Tú y todos los que quieras llevar contigo...


En este momento de su narración, Schehrazada vió que aparecía la mañana, y se calló discretamente.



Y cuando llegó la 575ª noche

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Ella dijo:

"¡... Tú y todos los que quieras llevar contigo!" Y Harún miró a Giafar, y Giafar se acercó a Califa, y le dijo: "Seremos tus huéspedes esta noche, ¡oh Califa! ¡Así lo desea el Emir de los Creyentes!" Y Califa, sin añadir una palabra más, besó la tierra entre las manos del califa, y después de dar a Giafar las señas de su nueva morada, volvió junto a Fuerza-de-los-Corazones, a la cual dió cuenta del éxito de su empresa.

En cuanto al califa, se había quedado muy perplejo, y dijo a Giafar: "¿Cómo puedes explicarte, ¡oh Giafar! esta transformación tan repentina de Califa, el mísero villano de ayer, en un ciudadano tan fino y tan elocuente, y en rico entre los emires y mercaderes más ricos?" Y contestó Giafar: "¡Sólo Alah, ¡oh Emir de los Creyentes! conoce los recodos del camino que el Destino sigue!"

Y cuando fué de noche, el califa montó a caballo, y acompañado de Giafar, de Massrur y de algunos íntimos, se presentó en la morada adonde le invitaron. Y al llegar a ella, vió que, desde la entrada hasta la puerta de recepción, estaba el suelo cubierto de hermosos tapices de valor, y los tapices estaban sembrados de flores de todos colores. Y advirtió al pie de la escalera a Califa, que le esperaba sonriendo, y que se apresuró a tenerle el estribo para ayudarle a bajar del caballo. Y le deseó la bienvenida, inclinándose hasta el suelo, y le introdujo, diciendo: "¡Bismilah!"

Y el califa se encontró en una sala grande, alta de techo, suntuosa y rica, en medio de la cual había un trono cuadrado de oro macizo y de marfil, erguido sobre cuatro pies de oro, y en el cual le rogó Califa que se sentara. Y al punto entraron con inmensas bandejas de porcelana unos coperos jóvenes como lunas, que les presentaron copas preciosas llenas de cocimientos de almizcle puro, helados, refrescantes y deliciosos. Después entraron otros mozos jóvenes, vestidos de blanco y más hermosos que los anteriores, sirviéndoles manjares de colores admirables, patos rellenos, pollos, corderos asados, y toda clase de aves asadas. Luego entraron otros esclavos blancos, jóvenes y encantadores, de cintura ceñida y elegante, que levantaron los manteles y sirvieron las bandejas de bebidas y dulces. ¡Y coloreábanse los vinos en vasos de cristal y en tazones de oro enriquecidos con pedrerías! Y cuando corrieron entre las manos blancas de los coperos, exhalaron un aroma no parecido a ningún otro, de modo que en verdad podían aplicárseles estos versos del poeta:


¡Copero, échame de ese vino añejo, y échaselo también a mi camarada, que es este niño al que amo!


Oh precioso vino! ¿qué, nombre digno de tus virtudes te daré? ¡Te llamaré "licor de la recién casada!"


Así es que el califa, más maravillado cada vez, dijo a Giafar: "¡Oh Giafar! ¡por vida de mi cabeza, que no sé lo que debo admirar más aquí, si la magnificencia de esta recepción o las maneras refinadas, exquisitas y nobles de nuestro huésped! ¡En verdad que no llega a tanto mi entendimiento!"

Pero Giafar contestó: "¡Cuanto estamos viendo nada es en comparación de lo que puede hacer todavía Quien no tiene más que decir a las cosas: «¡Sed, para que sean! ¡De todos modos, ¡oh Emir de los Creyentes! lo que yo admiro especialmente en Califa es la seguridad de su palabra y su sabiduría consumada! ¡Y eso me parece una señal de su buen destino! ¡Porque Alah, cuando distribuye sus dones a los humanos, concede sabiduría a aquellos que su deseo elige entre todos, y les otorga con preferencia los bienes de este mundo!"

Entretanto, volvió Califa, que se había ausentado un momento, y tras nuevos deseos de bienvenida, dijo al Califa: "¿Quiere el Emir de los Creyentes permitir a su esclavo que le presente una cantarina tañedora de laúd para encantar las horas de su noche? ¡Porque en este momento no hay en Bagdad cantarina más experta ni música más hábil!"

Y contestó el califa: "¡Claro que te está permitido!" Y Califa se levantó, y entró a ver a Fuerza-de-los-Corazones, y le dijo que había llegado el momento.

Entonces Fuerza-de-los-Corazones, que ya estaba toda ataviada y perfumada, no tuvo más que envolverse en su gran izar y echarse por la cabeza y por el rostro el ligero velillo de seda para estar dispuesta a presentarse.

Califa la cogió de la mano, y velada de aquel modo la introdujo en la sala, emocionándose los circunstantes a la vista de sus andares reales.

Y cuando ella hubo besado la tierra entre las manos del califa, que no podía adivinar quién fuese, se sentó no lejos de él, templó las cuerdas de su laúd, y preludió con una ejecución que arrebató en un éxtasis a todo el auditorio.

Luego cantó:


¿Devolverá el tiempo a nuestro amo aquellos a quienes amamos?

¡Ah! dulce unión de los amantes, ¿volveré a saborearte?"


¡Oh encanto de las noches en la morada amorosa! ¡oh encanto de mis noches! ¿Viviría yo aún sin esperarte?


Al oír de nuevo aquella voz cuyos acentos le eran tan conocidos...


En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.



Y cuando llegó la 576ª noche

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Ella dijo:

"... Al oír de nuevo aquella voz, cuyos acentos le eran tan conocidos, el califa, emocionado en un grado de intensidad extraordinaria, se puso muy pálido, y cuando se exhalaron las últimas palabras del canto, cayó desvanecido. Y todo el mundo se agrupó a su alrededor, prodigándole grandes cuidados. Pero Fuerza-de-los-Corazones llamó a Califa, y le dijo: "¡Di a todos que se retiren por un momento a la sala contigua, y nos dejen solos!" Y Califa rogó que se retiraran a los invitados, con el fin de que Fuerza-de-los-Corazones tuviese libertad para prodigar al califa los cuidados necesarios. Y cuando abandonaron los demás la sala, Fuerza-de-los-Corazones arrojó lejos de sí, con un movimiento rápido, el izar que la envolvía y el velillo que le tapaba el rostro, y apareció vestida con un traje semejante por completo a los que vestía en el palacio, cuando el califa la acompañaba. Y se acercó a Al-Raschid, que seguía tendido sin movimiento, y se sentó junto a él, y le roció con agua de rosas y le hizo aire con un abanico, y acabó por reanimarle.

Y el califa abrió los ojos, y al ver al lado suyo a Fuerza-de-los-Corazones, estuvo a punto de desmayarse por segunda vez; pero se apresuró ella a besarle las manos, sonriendo y con lágrimas en los ojos; y el califa exclamó en el límite de la emoción: "¿Estamos en el día de la Resurrección, y se despiertan en sus tumbas los muertos, o es que estoy soñando?"

Y contestó Fuerza-de-los-Corazones: "¡Oh Emir de los Creyentes, ni estamos en el día de la Resurrección, ni sueñas! ¡Porque soy Fuerza-de-los-Corazones, y estoy viva! ¡Y mi muerte sólo ha sido un simulacro!" Y en pocas palabras le contó desde el principio hasta el fin cuanto le había ocurrido. Luego añadió: "Y toda la felicidad que nos viene ahora, se la debemos a Califa el pescador!"

Al oír aquello, Al-Raschid tan pronto lloraba y sollozaba como reía de gusto. Y cuando acabó de hablar ella, la estrechó entre sus brazos, y la besó en los labios durante mucho tiempo, apretándola contra su pecho. ¡Y no pudo pronunciar una palabra! Y así permanecieron ambos durante una hora.

Entonces Califa se levantó, y dijo: "¡Por Alah, ¡oh Emir de los Creyentes! ahora no creo harás que me azoten!" Y el califa, repuesto ya del todo, se echó a reír, y le dijo: "¡Oh Califa! ¡cuanto yo pudiera hacer por ti en lo sucesivo, no será nada en comparación de lo que te debemos! Sin embargo, ¿quieres ser mi amigo y gobernar una provincia de mi imperio?" Y contestó Califa: "¿Puede el esclavo rehusar las ofertas de su amo magnánimo?" Entonces Al-Raschid le dijo: "Pues bien, Califa, no solamente quedas nombrado gobernador de provincia con emolumentos de diez mil dinares al mes, ¡sino que deseo que la propia Fuerza-de-los-Corazones escoja para ti a su gusto, entre las jóvenes de palacio y las hijas de los emires y de los notables, una joven que será tu esposa! ¡Y yo mismo me encargo de su ropa y de la dote que tú has de aportar a su padre! ¡Y en adelante quiero verte todos los días, y tenerte en los festines a mi lado y en primera fila entre mis íntimos! ¡Y poseerás un tren de casa digno de tus funciones y de tu rango, y todo aquello que pueda desear tu alma!"

Y Califa besó la tierra entre las manos del califa. ¡Y tuvo toda esta dicha y muchas otras felicidades más! Y dejó de ser soltero, y vivió años y años con la joven esposa que hubo de escogerle Fuerza-de-los-Corazones, y que era la más bella y la más modesta de las mujeres de su tiempo.

¡Así fué!

¡Gloria al que otorga sus favores a las criaturas y reparte a su arbitrio alegrías y felicidades!


Luego dijo Schehrazada: "¡Pero no creas ¡oh rey afortunado! que esta historia es más admirable o más maravillosa que la que te reservo para acabar esta noche!" Y exclamó el rey Schahriar: "En verdad ¡oh Schehrazada! que no dudo ya de tus palabras. ¡Pero dime pronto el nombre de esa historia que tenías reservada para esta noche! ¡Pues debe ser extraordinaria, si es más admirable que la de Califa el pescador!" Y Schehrazada sonrió y dijo: "Sí, ¡oh rey! Esa historia se llama Las...



Las aventuras de Hassan Al-Bassri

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Y Schehrazada dijo al rey Schahriar:

Has de saber, ¡oh rey afortunado! que la historia maravillosa que voy a contarte tiene un origen extraordinario que es preciso que te revela antes de empezar; de otro modo no sería fácil comprender cómo llegó hasta mí.

En efecto, en los años y las edades de hace mucho tiempo, había un rey entre los reyes de Persia y del Khorassán, que tenía bajo su dominación al país de la India, de Sindh y de la China, así como a los pueblos que habitan al otro lado del Oxus en las tierras bárbaras. Se llamaba el rey Kendamir. Y era un héroe de valor indomable y un jinete muy brioso que sabía manejar la lanza, y le apasionaban los torneos, las cacerías y las cabalgatas guerreras; pero prefería mucho más que ninguna cosa la conversación con gente agradable y personas instruídas, y en los festines concedía el sitio de honor junto a él a los poetas y a los narradores.

¡Pero hay más aún! cuando un extranjero, tras de aceptarle su hospitalidad y experimentar los efectos de su esplendidez y de su generosidad, le relataba algún cuento desconocido todavía para el monarca o alguna historia hermosa, el rey Kendamir le colmaba de favores y de beneficios, y no le enviaba a su país hasta que había satisfecho sus menores deseos, y hacía que le acompañara durante todo el viaje un cortejo espléndido de jinetes y esclavos a sus órdenes. En cuanto a sus narradores habituales y a sus poetas, les trataba con las mismas consideraciones que a sus visires y a sus emires. Y de aquel modo, el palacio habíase convertido en morada grata de cuantos sabían construir versos, ordenar odas o hacer revivir con su palabra el pasado y las cosas muertas.

Así, pues, no hay por qué asombrarse de que, al cabo de cierto tiempo, el rey Kendamir hubiese oído todos los cuentos conocidos de los árabes, de los persas y de los indos, y los conservase en su memoria con los pasajes más hermosos de los poetas y las enseñanzas de los analistas versados en el estudio de los pueblos antiguos. De modo que, después de recapitular cuanto sabía, no le quedó nada que aprender ni nada que escuchar.

Cuando se vió en aquel estado, se sintió poseído de una tristeza extremada y sumido en una gran perplejidad. Entonces, sin saber ya cómo ocupar sus ocios habituales, se encaró con su jefe eunuco, y le dijo:

"¡Vete en seguida en busca de Abu-Alí!" Abu-Alí era el narrador favorito del rey Kendamir; y era tan elocuente y tenía tan altas dotes, que podía hacer durar un cuento un año entero sin interrumpirlo y sin cansar ni una sola noche la atención de sus oyentes. Pero, como todos sus compañeros, había agotado ya su saber y sus recursos de elocuencia, y desde hacía mucho tiempo se encontraba falto de historias nuevas.

El eunuco se apresuró, pues, a buscarle y a introducirle en el aposento del rey. Y el rey le dijo: "¡He aquí ¡oh padre de la elocuencia! que agotaste tu saber y te encuentras falto de historias nuevas! ¡Sin embargo, te hice venir, porque es absolutamente necesario que, a pesar de todo, relates un cuento extraordinario y desconocido para mí, y tal como no hube de oírle! Porque ahora me gustan más que nunca las historias y el relato de las aventuras. Así es que, como logres encantarme con las palabras hermosas que me harás oír, yo corresponderé regalándote inmensas tierras de las que serás el amo, y fortalezas y palacios, con un firmán que te libre de todo género de cuotas y tributos; y también te nombraré mi gran visir y te haré sentarte a mi derecha; y gobernarás a tu arbitrio, con autoridad plena y entera, en medio de mis vasallos y de los súbditos de mis reinos. ¡Y si lo anhelas, incluso te legaré el trono después de mi muerte, y, mientras yo esté vivo, te pertenecerá cuanto me pertenezca! ¡Pero si tu destino es lo bastante nefasto para que no puedas satisfacer el deseo que acabo de expresarte, y que supone para mi alma mucho más que poseer la tierra entera, desde ahora puedes ir a despedirte de tus parientes y decirles que te espera el palo!"

Al oír estas palabras del rey Kendamir, el narrador Abu-Alí comprendió que estaba perdido irremisiblemente, y repuso: "¡Escucho y obedezco!" Y bajó la cabeza, con el rostro muy pálido, presa de una desesperación sin remedio. Pero al cabo de cierto tiempo, levantó la cabeza, y dijo: "¡Oh rey! tu ignorante esclavo, antes de morir, pide una gracia a tu generosidad!"

Y preguntó el rey: "¿Y qué es ello?" El otro dijo: "Que le concedas sólo un plazo de un año para permitirle encontrar lo que le pides. ¡Y si pasado ese plazo no encuentra el cuento consabido, o, si, aunque le encuentre, no es el más hermoso, el más maravilloso y el más extraordinario que haya llegado a oídos de los hombres, sufriré, sin amargura en mi alma, el suplicio del palo!"

Al oír estas palabras, el rey Kendamir se dijo: "¡Muy largo es ese plazo! ¡Y ningún hombre sabe si ha de vivir aún el día siguiente!" Luego añadió: "¡No obstante, es tan grande mi deseo de oír una historia más, que te concedo ese plazo de un año; pero es con la condición de que no te muevas de tu casa durante todo ese tiempo!" Y el narrador Abu-Alí besó la tierra entre las manos del rey, y se apresuró a regresar a su casa.

Ya en ella, tras de reflexionar mucho rato, llamó a cinco de sus jóvenes mamalik, que sabían leer y escribir, y que, además, eran los más sagaces, los más abnegados y los más distinguidos de entre sus servidores todos, y a cada uno de ello le entregó cinco mil dinares de oro. Luego les dijo: "¡Os eduqué y cuidé y alimenté en mi casa para cuando llegara un día como éste! ¡A vosotros incumbe, pues, socorrerme y ayudarme a salir de entre las manos del rey!"

Ellos contestaron: "Ordena, ¡oh amo nuestro! ¡Nuestras almas te pertenecen, y te serviremos de rescate!" El dijo: "¡Escuchad! ¡Cada uno de vosotros partirá para los países extranjeros por los diferentes caminos de Alah! Recorred todos los reinos y todas las comarcas de la tierra en busca de los sabios, las personas sagaces, de los poetas y de los narradores más célebres! ¡Y preguntadles, a fin de transmitírmela, si conocen la Historia de las Aventuras de Hassán Al-Bassri! ¡Y si, por un favor del Altísimo, la conoce alguno de ellos, rogadle que os la cuente y os la escriba a cualquier precio! ¡Porque sólo merced a esa historia podréis salvar a vuestro amo del palo que le espera!"

Luego encaróse con cada uno de ellos en particular, y dijo al primer mameluco: "¡Tú iras por los países de las Indias y del Sindh y por las comarcas y provincias que de ellos dependen!" Y dijo al segundo: "¡Tú irás por Persia y China y por los países limítrofes!" Y dijo al tercero: "¡Tú recorrerás el Khorassán y sus dependencias!" Y dijo al cuarto: "¡Tú explorarás todo el Maghreb de oriente a occidente!" Y dijo al quinto: "¡En cuanto a ti, ¡oh Mobarak! visitarás el país de Egipto y la Siria...


En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.



Pero cuando llegó la 577ª noche

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Ella dijo:

"... En cuanto a ti, ¡oh Mobarak! visitarás el país de Egipto y la Siria!"

Así habló a sus cinco abnegados mamalik el narrador Abu-Alí. Y les escogió para la partida un día de bendición, y les dijo: "¡Partid en este día bendito! ¡Y volved con la historia de que dependerá mi redención!" Y se despidieron ellos de él, y se dispersaron en cinco direcciones diferentes.

Pero, al cabo de once meses, los cuatro primeros regresaron uno tras de otro muy desencantados, y dijeron a su amo que, a pesar de las más exactas pesquisas por los países lejanos que acababan de recorrer, el destino no les había puesto sobre la pista del narrador o del sabio que anhelaban, y no habían encontrado por ninguna parte, ni en las ciudades ni en las tiendas ni en el desierto, más que narradores y poetas vulgares, cuyas historias eran universalmente conocidas; pero en cuanto a las aventuras de Hassán Al-Bassri, ¡ninguno las conocía!

Al oír estas palabras, el pecho del viejo narrador Abu-Alí se oprimió hasta el límite de la opresión, y ante su rostro se ennegreció el mundo. Y exclamó: "¡No hay recurso ni fuerza más que en Alah el Omnipotente! ¡Al presente veo bien que en el libro del Ángel está escrito que me espera en el palo mi destino!" E hizo sus preparativos y su testamento antes de morir con aquella muerte de brea.

¡Y he aquí lo referente a él!

Pero respecto al quinto mameluco, que se llamaba Mobarak, he aquí que recorrió todo el país de Egipto y una parte notable de Siria, sin hallar huella de lo que buscaba. Y ni siquiera los narradores famosos de El Cairo pudieron informarle acerca del particular, aunque su saber superara al entendimiento. ¡Más aún! ¡Ni siquiera oyeron hablar nunca a su padres o a sus abuelos, narradores como ellos, de la existencia de aquella historia! Así es que el joven mameluco tomó el camino de Damasco, aunque no esperaba poder realizar satisfactoriamente aquella empresa.

Y he aquí que, en cuanto llegó a Damasco, se sintió poseído por el encanto de su clima, de sus jardines, de sus aguas y de su magnificencia. Y su entusiasmo habría llegado a los límites extremos si él no tuviese el espíritu tan preocupado por su misión irrealizable. Y como era tarde, recorría las calles de la ciudad en busca de algún khan donde pasar la noche, cuando al volver de los zocos vio una muchedumbre de cargadores, barrenderos, arrieros, cavadores, mercaderes y aguadores, así como otras muchas personas, que corrían presurosos en una misma dirección todo lo más de prisa posible. Y se dijo: "¿Quién sabe dónde irá toda esta gente?"

Cuando se disponía a correr con ellos, le empujó con violencia un joven que acababa de tropezar enganchándose el pie en las orlas de su traje a causa de su precipitación en la marcha. Y el mameluco le ayudó a levantarse, y después de secarle la espalda, le preguntó: "¿Adónde vas de esta manera? ¡Te veo muy preocupado y lleno de impaciencia, y no sé qué pensar al ver también a los demás haciendo lo que tú!" El joven le contestó: "Advierto que eres un extranjero, ya que así ignoras el motivo de nuestra carrera. Pues has de saber que, por mi parte, quiero ser uno de los primeros en llegar allá lejos, a la sala abovedada en que se halla el jeique Ishak Al-Monabbi, el narrador sublime de nuestra ciudad, el que cuenta las historias más maravillosas del mundo. ¡Y como siempre tiene fuera y dentro una gran muchedumbre de oyentes, y los que llegan los últimos no pueden disfrutar como es debido de la historia contada, te ruego que dispenses ahora mi prisa por dejarte!"

Pero el joven mameluco se cogió a la ropa del habitante de Damasco, y le dijo: "¡Oh hijo de gentes de bien! te suplico que me lleves contigo a fin de que encuentre un buen sitio cerca del jeique Ishak. ¡Porque yo también anhelo vivamente oírle, y por él precisamente es por quien vengo de mi lejano país!" Y contestó el joven: "¡Sígueme, pues, y corramos!" Y empujando a derecha y a izquierda a las gentes pacíficas que entraban a sus casas, se abalanzaron a la sala donde celebraba sus sesiones el jeique Ishak Al-Monabbi.

Y he aquí que, al entrar en aquella sala de techo abovedado del que descendía una frescura dulce, Mobarak divisó, sentado en un sillón en medio del círculo silencioso de cargadores, mercaderes, notables, aguadores y demás, a un venerable jeique de rostro señalado por la bendición, de frente aureolada de esplendor, que hablaba con una voz grave, continuando la historia que hubo de comenzar hacía más de un mes ante sus oyentes fieles. Pero la voz del jeique no tardó en animarse contando las hazañas insuperables de su guerrero. Y de pronto levantóse de su asiento, sin poder ya contener su vehemencia, y empezó a recorrer la sala de un extremo a otro entre sus oyentes, haciendo voltear el alfanje del guerrero cortador de cabezas y destrozando en mil añicos a los enemigos. ¡Mueran los traidores! ¡Y sean malditos y abrasados en el fuego del infierno! ¡Y Alah preserve al guerrero! ¡Ya está preservado! ¡Pero no! ¿Dónde están nuestras espadas, dónde están nuestros palos para volar a su socorro? ¡He aquí! ¡Sale triunfante de la refriega, aplastando a sus enemigos, derribados con ayuda de Alah! ¡Así, pues, gloria al Todopoderoso, dueño de la valentía! ¡Y vaya ahora el guerrero a la tienda en que le espera la enamorada, y que las bellezas diversas de la joven le hagan olvidar los peligros corridos por ella! ¡Y loores a Alah, que ha creado a la mujer para que ponga bálsamo en el corazón del guerrero y fuego en sus entrañas!

Como el jeique Ishak ponía fin a la sesión con aquellas palabras esa tarde, los oyentes se levantaron en el límite del éxtasis, y repitiendo las últimas palabras del narrador, salieron de la sala. Y el mameluco Mobarak, maravillado de arte tan admirable, se acercó al jeique Ishak, y después de besarle la mano, le dijo: "¡Oh mi señor, soy un extranjero, y deseo pedirte una cosa...


En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.



Y cuando llegó la 578ª noche

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Ella dijo:

"¡... Oh mi señor, soy un extranjero, y deseo pedirte una cosa!" Y el jeique le devolvió su zalema, y contestó: "¡Habla! El extranjero no es para nosotros extranjero. ¿Qué te hace falta?" El otro contestó: "¡Vengo desde muy lejos a ofrecerte un regalo de mil dinares de oro de parte de mi amo el narrador Abu-Alí del Khorassán! ¡Porque te considera el maestro de todos los narradores de este tiempo, y quiere probarte así su admiración!"

El jeique Ishak contestó: "¡Ciertamente, nadie sabrá ignorar la fama del ilustre Abu-Alí del Khorassán! Acepto, pues, de todo corazón amistoso el regalo de tu amo, y quisiera en cambio enviarle alguna cosa por mediación tuya. ¡Dime, pues, lo que más le gusta, a fin de que mi regalo le agrade más aún!"

Al oír estas palabras tanto tiempo esperadas, el mameluco Mobarak se dijo: "¡Heme aquí al cabo de mis deseos! ¡Y éste será mi último recurso!" Y contestó: "Alah te colme con sus bendiciones, ¡oh mi señor! ¡Pero los bienes de este mundo son numerosos sobre la cabeza de Abu-Ali, que no desea más que una cosa, y es adornar su espíritu con lo que no conoce! ¡Así es que me ha enviado a ti para pedirte por favor que le enseñes algún cuento nuevo con el que pueda endulzar los oídos de nuestro rey! ¡Por ejemplo, nada podría conmoverle más que saber por ti, si acaso la conoces, la historia que se llama las Aventuras de Hassan Al-Bassri".

El jeique contestó: "¡Por encima de mi cabeza y de mis ojos! ¡tu deseo será satisfecho, y con creces, porque conozco esa historia, y por cierto que soy el único narrador que la conoce sobre la faz de la tierra! Y razón tiene en buscarla tu amo Abu-Alí, pues sin duda es una de las historias más extraordinarias que existen, y en otro tiempo me la contó un santo derviche, muerto ya, que la sabía por otro derviche, muerto ya, que la sabía por otro derviche, muerto también. Y para hacer honor a la generosidad de tu amo, no solamente voy a contártela, sino a dictártela con todos sus detalles desde el principio al fin. ¡Sin embargo, para esta donación, de mi parte pongo una condición expresa que te comprometerás, por juramento, a cumplir si quieres tener esa copia!"

El mameluco contestó: "¡Estoy dispuesto a aceptar todas las condiciones, aun poniendo en peligro mi alma!"

El narrador dijo: " Pues bien, como esta historia es de las que no se cuentan a cualquiera, y no está hecha para todo el mundo, sino sólo para personas escogidas, vas a jurarme, en nombre tuyo y en el de tu amo, que jamás dirás una palabra de ella a cinco clases de personas: las ignorantes, porque su espíritu grosero no sabría estimarla; los hipócritas, que se asustarían al oírla; los maestros de escuela, incapaces y atrasados, que no la comprenderían; los idiotas, porque son como los maestros de escuela y los engreídos, que no podrían sacar de ella una enseñanza provechosa".

Y exclamó el mameluco: "¡Lo juro ante la faz de Alah y ante ti! ¡oh mi señor!" Luego se desciñó el cinturón y extrajo de él un saco que contenía mil dinares de oro, y se lo entregó al jeique Ishak. El jeique, a su vez, le presentó un tintero y un cálamo, y le dijo: "¡Escribe!"

Y se puso a dictarle palabra por palabra toda la historia de las Aventuras de Hassan Al-Bassri, tal como le fué transmitida por el derviche. Y aquel dictado duró siete días y siete noches sin interrupción. Tras de lo cual el mameluco volvió a leer al jeique lo que había escrito, y aquél rectificó diversos pasajes y corrigió las faltas ortográficas. Y en el límite de la alegría, el mameluco Mobarak besó la mano al jeique, y después de decirle adiós, se apresuró a emprender el camino del Khorassán. Y, como la dicha le tornaba ligero, no invirtió en llegar más que la mitad del tiempo que de ordinario necesitaban las caravanas.

He aquí que sólo faltaban diez días para que expirase el año fijado como plazo por el rey, y para que se levantase delante de la puerta de palacio el palo que sería el suplicio de Abu-Alí. Y se había desvanecido por completo la esperanza en el alma del infortunado narrador, y había congregado éste a todos sus parientes y a sus amigos para que le ayudasen a soportar con menos terror la hora espantosa que le esperaba. Y de improviso, en medio de las lamentaciones, hizo su entrada el mameluco Mobarak, blandiendo el manuscrito, y se acercó a su amo, y después de besarle la mano, le entregó las hojas preciosas, la primera de las cuales ostentaba en letras grandes el título: Historia de las aventuras de Hassan Al-Bassri.

Al ver aquello, el narrador Abu-Alí se levantó y abrazó a su mameluco, y le hizo sentarse a su diestra, y se quitó sus propios trajes para ponérselos a él, y le colmó de muestras de honor y de beneficios; luego, tras de haberle libertado, le dió como regalo diez caballos de raza noble, cinco yeguas, diez camellos, diez mulas, tres negros y dos mozos jóvenes. Tras de lo cual cogió el manuscrito que le salvaba la vida, y lo copió de nuevo él mismo en letras de oro sobre un papel magnífico con su caligrafía más hermosa, poniendo anchos espacios entre las palabras, de manera que la lectura se hiciese grata y fácil. Y empleó en aquel trabajo nueve días enteros, tomándose apenas tiempo para pegar los ojos o comer un dátil. Y el décimo día, a la hora señalada para su empalamiento, puso el manuscrito en una arquilla de oro y subió a ver al rey...


En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.



Y cuando llegó la 579ª noche

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Ella dijo:

"... Y el décimo día, a la hora señalada para su empalamiento, puso el manuscrito en una arquilla de oro y subió a ver al rey.

Al punto el rey Kendamir reunió a sus visires, a sus emires y a sus chambelanes, así como a los poetas y a los sabios, y dijo a Abu-Alí: "¡La palabra de los reyes debe difundirse! ¡Léenos, pues, esa historia prometida! ¡Y a mi vez, no olvidaré yo lo que se convino entre nosotros en un principio!"

Abu-Alí sacó de la arquilla de oro el maravilloso manuscrito, y desenrolló la primera hoja y comenzó su lectura. Y desenrolló la segunda hoja, y la tercer hoja y muchas hojas más, y continuó leyendo en medio de la admiración y de la maravilla de toda la asamblea. ¡Y fué tan extraordinario el efecto producido en el rey, que no quiso éste levantar la sesión aquel día! Y allí se comió, se bebió, y se volvió a comenzar; y así hasta el final.

Entonces el rey Kendamir, entusiasmado hasta el límite del entusiasmo, y seguro para en lo sucesivo de que nunca más tendría un instante de aburrimiento, puesto que en su mano poseía semejante historia, se levantó en honor de Abu-Alí, y le nombró acto seguido gran visir suyo, destituyendo de su cargo al antiguo, y después de haberle puesto su propio manto real, le donó como propiedad hereditaria una provincia entera de su reino con sus ciudades, villas y fortalezas y le retuvo a su lado como compañero íntimo y confidente. Luego le hizo guardar la arquilla con el manuscrito precioso en el armario de los papeles para sacarlo después y que le leyeran la historia cuantas veces se presentara a las puertas de su alma el fastidio.


"Y ésa es precisamente ¡oh rey afortunado! -continuó Schehrazada- la historia maravillosa que voy a poder contarte, gracias a una copia exacta que ha llegado hasta mí".


Se cuenta -¡pero Alah es más sabio y más prudente y más bienhechor!- que, en los años que se presentaron y transcurrieron hace mucho tiempo, había en la ciudad de Bassra un joven que era el más gracioso, el más hermoso y el más delicado entre todos los mozos jóvenes de su tiempo. Y se llamaba Hassán (Hermoso), y verdaderamente nunca nombre alguno había convenido de manera tan perfecta a un hijo de los hombres.

Y el padre y la madre de Hassán le querían con un amor grande, porque no le tuvieron hasta los días de su extrema senilidad, y fué merced al consejo de un sabio lector de libros mágicos, que les hizo comer las partes situadas entre la cabeza y la cola de una serpiente de la calidad de las serpientes grandes, según prescripción de nuestro señor Soleimán (¡con El la paz y la plegaria!). Y he aquí que, al llegar el término fijado, Alah el que todo lo oye, el que todo lo ve, decretó la admisión del mercader, padre de Hassán, en el seno de Su Misericordia y el mercader murió en la paz de su Señor (¡Alah le tenga siempre en Su piedad!).

De tal suerte encontrose el joven Hassán como único heredero de los bienes de su padre. Pero como estaba mal educado por sus padres, que le habían querido mucho, se apresuró a frecuentar el trato de los jóvenes de su edad, y en su compañía no tardó en comerse en festines y en disipaciones las economías de su padre. Y ya no le quedó nada entre las manos. Entonces su madre, que tenía un corazón compasivo, no pudo sufrir el verle triste, y con su propia parte de herencia, le abrió en el zoco una tienda de orfebrería.

Y he aquí que la belleza de Hassán pronto atrajo hacia la tienda, con asentimiento de Alah, las miradas de todos los transeúntes; y no atravesaba el zoco ninguno que no se parase ante la puerta para contemplar la obra del Creador y maravillarse de ella. Y de tal suerte se convirtió la tienda de Hassán en centro de una aglomeración continua de mercaderes, de mujeres y de niños que reuníanse allá para verle manejar el martillo de orfebre y admirarle a su antojo.

Y he aquí que, un día entre los días, estando Hassán sentado en el interior de su tienda, y mientras fuera aumentaba la acostumbrada aglomeración, acertó a pasar por allí un persa de larga barba blanca y gran turbante de muselina blanca. Su rostro y su modales indicaban desde luego que era un notable y un hombre de importancia. Y tenía en la mano un libro antiguo. Y se detuvo delante de la tienda y se puso a mirar a Hassán con atención sostenida. Luego acercóse más a él, y dijo de manera que fuese oído: "¡Por Alah! ¡Excelente orfebre!" Y empezó a mover la cabeza con los signos más evidentes de una admiración sin límites. Y permaneció allí quieto hasta que los transeúntes se dispersaron para la plegaria de la tarde.

Entonces entró en la tienda y saludó a Hassán, que le devolvió la zalema con gran ternura, y le dijo: "¡En verdad, hijo mío, que eres un joven muy agraciado! Y como yo no tengo hijos, quisiera adoptarte, a fin de enseñarte los secretos de mi arte, único en el mundo, y que millares y millares de personas me suplicaron inútilmente que les enseñara. Y ahora mi alma y la amistad que nació en mi alma por ti me impulsan a revelarte lo que hasta hoy oculté cuidadosamente, para que después de mi muerte seas tú el depositario de mi ciencia. De tal suerte pondré entre tú y la pobreza un obstáculo infranqueable, y te libraré de ese trabajo fatigoso del martillo y de ese oficio poco lucrativo, indigno de tu persona encantadora, ¡oh hijo mío! y que ejerces en medio del polvo, del carbón y de la llama!" Y contestó Hassán: "¡Por Alah! ¡oh mi venerable tío! que sólo deseo ser tu hijo y el heredero de tu ciencia! ¿Cuándo quieres, pues, comenzar a iniciarme?" El persa contestó: "¡Mañana!" Y levantándose en seguida, cogió con su dos manos la cabeza de Hassán y le besó. Luego salió sin añadir una palabra más...


En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.

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