Historia de Abu-Kir Y Abu-Sir

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(Continuación)

Ella dijo:

¡... Pero he aquí lo referente a Abu-Sir, el barbero!

Despojado y robado por el tintorero, que se marchó después de encerrarle en la vivienda, permaneció tendido medio muerto durante tres días, al cabo de los cuales el portero del khan acabó por asombrarse de no ver salir a ninguno de los dos; y se dijo: "¡Acaso se hayan ido sin pagarme el importe del alquiler de la vivienda! ¡Quizás hayan muerto! ¡0 quién sabe si tal vez ocurrirá otra cosa!" Y se dirigió a la puerta de la vivienda, y encontró la llave de madera en el picaporte, que estaba cerrado con los dos pestillos; y oyó como un débil gemido dentro. Abrió entonces la puerta y entró, y vió al barbero acostado en la estera, amarillo y cambiadísimo; y le preguntó: "¿Qué tienes, hermano mío, para quejarte de ese modo? ¿Y qué ha sido de tu compañero?"

El pobre barbero contestó con voz muy débil: "¡Sólo lo sabe Alah! Hasta hoy estuve sin abrir los ojos. ¡No se desde cuándo estoy aquí! Pero tengo sed, y te ruego ¡oh hermano mío! que cojas la bolsa que cuelga de mi cinturón y vayas a comprarme algo para poder sostenerme".

El portero dió vueltas y más vueltas al cinturón; pero como no encontraba allí ningún dinero, comprendió que lo había robado el otro compañero, y dijo al barbero: "¡No te preocupes por nada!, ¡oh pobre! ¡Alah remunerará a cada cual con arreglo a sus obras! ¡Voy a ocuparme de ti y a cuidarte con mis ojos!" Y se apresuró a prepararle una escudilla llena de sopa, y se la llevó. Y le ayudó a tomarla, y le envolvió en una manta de lana, y le hizo sudar. Y se condujo así durante dos meses, sufragando todos los gastos del barbero, de modo que al cabo de este tiempo Alah otorgó la curación ayudado por él. Y Abu-Sir pudo entonces levantarse, y dijo al buen portero: "Si alguna vez me da poder para ello el Altísimo, sabré indemnizarte de cuanto gastaste en mí y agradecerte tus cuidados y bondades. Pero sólo Alah es capaz de remunerarte justamente con arreglo a tus méritos, ¡oh hijo predilecto!"

El viejo portero del khan le contestó: "¡Loor a Alah por tu curación, hermano mío! ¡Yo no obré contigo como obré más que por deseo del rostro de Alah el Generoso! Luego el barbero quiso besarle la mano; pero el otro se negó a ello protestando; y se despidieron invocando cada uno sobre otro todas las bendiciones de Alah.

Salió, pues, del khan el barbero, cargado con sus pertrechos usuales, y empezó a recorrer los zocos. Pero aquel día le esperaba su destino, que hubo de conducirle precisamente ante la tintorería de Abu-Kir, donde vió una enorme muchedumbre contemplando las telas coloreadas que estaban tendidas en cuerdas por delante de la tienda y maravillándose y lanzando tumultuosas exclamaciones. Y preguntó a un espectador: "¿De quién es esa tintorería? ¿Y a qué obedece ese tumulto?" El hombre a quien hubo de preguntar, le contestó: "¡Es la tienda de Abu-Kir, el tintorero del sultán! ¡El es quien tiñe las telas con esos colores admirables, valiéndose de procedimientos extraordinarios! ¡Es un gran sabio en el arte de la tintorería!"

Al oír estas palabras Abu-Sir se regocijó con toda el alma por la suerte de su compañero, y pensó: "¡Loor a Alah, que le ha abierto las puertas de las riquezas! ¡Te equivocabas ¡ya Abu-Sir! al pensar mal de tu antiguo compañero! ¡Si te abandonó y te olvidó, fué porque estaba muy ocupado en su trabajo! ¡Y si te cogió la bolsa, fué porque no tenía entre las manos nada con qué comprar colores! ¡Pero ahora verás cómo, en cuanto te haya reconocido, te recibe con cordialidad, acordándose de los servicios que le prestaste otras veces y del bien que le hiciste cuando estaba apurado! ¡Cómo se va a alegrar de verte!

Luego el barbero consiguió abrirse paso entre la muchedumbre y llegar a la puerta de la tintorería. Y miró al interior. Y vió a Abu-Kir tendido perezosamente en un diván alto, apoyándose en un montón de almohadones y con el brazo derecho encima de un cojín, y vestido con un traje parecido a los trajes de los reyes, y había delante de él cuatro jóvenes esclavos negros y cuatro jóvenes esclavos blancos ataviados suntuosamente; y de aquella manera, hubo de aparecérsele tan majestuoso como un visir y tan grande como un sultán. Y vió a los obreros, en número de diez, poniendo mano a la obra y ejecutando las órdenes que les daba su amo sólo por señas.

Entonces Abu-Sir avanzó un paso y se detuvo precisamente delante de Abu-Kir, pensando: "¡Esperaré a que pose sobre mí sus ojos para hacerle mi zalema! ¡Quién sabe si me saludará él primero y se arrojará a mi cuello para besarme y condolerse por mi enfermedad y consolarme!"

"... Pero, apenas se encontraron sus ojos y una mirada se cruzó con otra...


En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.



Y cuando llegó la 494ª noche

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Ella dijo:

"... Pero, apenas se encontraron sus ojos y una mirada se cruzó con otra, dió un salto el tintorero, exclamando: "¡Ah, malvado ladrón, cuántas veces te tengo prohibido que te pares delante de mi tienda! ¿Es que quieres mi ruina y mi deshonra? ¡Hola, vosotros! ¡Detenedle y apoderaos de él!

De modo que los esclavos blancos y los negros se precipitaron sobre el pobre barbero y le derribaron y le pisotearon; y hasta el propio tintorero se levantó, cogió un palo largo, y dijo: "¡Echadle de bruces!" Y le asestó doscientos palos en la espalda. Luego dijo: "¡Oh miserable harapiento! ¡Oh traidor! Como otro día vuelva a verte delante de mi tienda, te mandaré a presencia del rey, que te arrancará la piel y te empalará a la puerta de palacio! ¡Vete! ¡Que Alah te maldiga! ¡oh rostro de pez!" Entonces el pobre barbero muy humillado y dolorido por aquel trato, y con el corazón roto y el alma encogida, se alejó de allí a rastras y emprendió el camino del khan, llorando en silencio y perseguido por la rechifla de la muchedumbre amotinada contra él y por las maldiciones de los admiradores de Abu-Kir el tintorero.

Cuando llegó a su vivienda, se echó encima de la estera cuan largo era y se puso a reflexionar sobre lo que acababa de hacerle sufrir Abu-Kir; y se pasó toda la noche sin poder pegar los ojos de tan desgraciado y dolorido como se sentía. Pero por la mañana, frías ya las señales de los golpes, pudo lavarse y salir con intención de tomar un baño en el hammam para acabar de descansar y lavarse el cuerpo después de tanto tiempo como estuvo sin hacer sus abluciones durante la enfermedad. Preguntó, pues, a un transeúnte: "Hermano mío, ¿cuál es el camino del hammam?" El hombre contestó: "¿El hammam? ¿Qué es eso de hammam?" Abu-Sir dijo: "¡Pues el sitio donde va la gente a lavarse y a quitarse la suciedad y los filamentos que se forman en el cuerpo! ¡Es el lugar más delicioso del mundo!"

El hombre contestó: "¡Échate, entonces, al mar! ¡Allí es donde nos bañamos!" Abu-Sir dijo: "¡Pero si lo que deseo es un baño en el hammam!" El otro contestó: "No sabemos lo que quieres decir con eso de hammam. Nosotros, cuando queremos tomar un baño, nos vamos al mar; y hasta el rey, cuando quiere lavarse, hace como nosotros: se va a tomar un baño de mar".

Cuando Abu-Sir enteróse de que el hammam era desconocido por los habitantes de aquella ciudad y se convenció de que ignoraban la costumbre de los baños calientes y las operaciones del masaje, limpieza de filamentos y depilación, se dirigió al palacio del rey y pidió audiencia, siéndole concedida. Se presentó, pues, al rey, y después de besar la tierra entre sus manos e invocar sobre él las bendiciones, le dijo: "¡Oh, rey del tiempo! soy extranjero y barbero de profesión. Sé también ejercer otros oficios, especialmente el de estufista del hammam y masajista, aunque en mi país cada una de estas profesiones la ejerce un hombre distinto, que en toda su vida no hace otra cosa. Y hoy quise ir al hammam en tu ciudad, ¡pero nadie supo indicarme el camino, y nadie comprendió lo que significaba la palabra hammam! ¡Por cierto que es muy asombroso que una ciudad tan hermosa como la tuya carezca de hammams, cuando nada en el mundo hay tan excelente para embellecer y hacer las delicias de una ciudad! ¡En verdad ¡oh rey del tiempo! que el hammam es un paraíso de la tierra!" Al oír estas palabras, quedóse el rey extremadamente asombrado, y preguntó: "¿Podrás, entonces, explicarme qué es ese hammam de que me hablas? Porque no he oído hablar de él nunca". Entonces dijo Abu-Sir: "¡Has de saber ¡oh rey! que el hammam es un edificio construido de tal y cual manera, y se baña uno en él de tal y cual modo, y se experimentan allí tales y cuáles cosas!"

Y enumeró al detalle las cualidades, las ventajas y los placeres de un hammam bien acondicionado. Luego añadió: "¡Pero me saldrían pelos en la lengua antes de poder darte una idea exacta de lo que es un hammam y de sus goces! ¡Hay que experimentarlo para comprenderlo! ¡Y no será tu ciudad una ciudad verdaderamente perfecta hasta el día en que tenga un hammam!"

Al oír estas palabras de Abu-Sir, el rey se dilató de entusiasmo y se esponjó, y exclamó: "Bienvenido seas a mi ciudad, ¡oh hijo de gentes de bien...


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Y cuando llegó la 495ª noche

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Ella dijo:

El rey, lleno de entusiasmo, exclamó: "Bienvenido seas a mi ciudad, ¡oh hijo de gentes de bien!" Y con sus propias manos le puso un ropón de honor que no tenía igual, y le dijo: "¡Se te concederá cuanto quieras, y aún más! ¡Pero date prisa a construir un hammam, porque es grande mi impaciencia por verlo y disfrutarlo!"

Y le hizo don de un caballo magnífico, de dos negros, de dos mozos jóvenes, de cuatro adolescentes y de una casa espléndida. Y le trató más generosamente todavía que al tintorero, y puso a su disposición los mejores arquitectos, diciéndoles: "Es preciso que construyáis un hammam en el sitio que él mismo escoja!" Y Abu-Sir se puso al frente de los arquitectos, y recorrió con ellos toda la ciudad y acabó por encontrar un sitio que le pareció conveniente, dando orden de que levantaran el hammam allí. Y conforme a sus indicaciones, los arquitectos levantaron un hammam que no tenía par en el mundo, y lo adornaron con dibujos entrelazados y con mármoles de diversos colores y con un decorado extraordinario que arrebataba la razón. Y todo se hacía según las instrucciones de Abu-Sir. Y cuando se acabó la construcción, Abu-Sir hizo que pusieran en medio una gran piscina de alabastro transparente y otras dos de mármol precioso. Luego fue a buscar al rey, y le dijo: "¡Ya está preparado el hammam, pero me faltan aún los accesorios y utensilios!" Y el rey le dió diez mil dinares, apresurándose el barbero a emplearlos en comprar los diversos utensilios, tales como toallas de lino y de seda, esencias preciosas, perfumes, incienso y lo demás. Y puso cada cosa en su sitio, y no regateó nada para que hubiese profusión de todo. Después pidió al rey diez ayudantes vigorosos para que le auxiliaran en su trabajo; y al instante le dió el rey veinte mozos jóvenes, bien formados y hermosos como lunas, a los cuales se apresuró Abu-Sir a iniciar en el arte del masaje y del lavatorio, dándoles masajes y lavándoles, y haciéndoles que repitieran con él mismo las diferentes experiencias. Y cuando estuvieron duchos en tal arte, fijó él por fin el día de la inauguración del hammam y se lo avisó al rey.

Y aquel día hizo Abu-Sir que calentaran el hammam y el agua de las piscinas, y quemaran incienso y perfumes en los pebeteros, y dejaran correr el agua de las fuentes con un ruido tan admirable, que cualquier música parecería junto a aquel rumor un desconcierto. ¡En cuanto al gran salto de agua de la piscina central, era una maravilla incomparable y que sin duda había de producir un éxtasis en los espíritus! Y reinaba allá dentro en todo una limpieza y una frescura que desafiarían al candor del lirio y los jazmines.

Así es que cuando el rey, acompañado por sus visires y emires, franqueó la puerta principal del hammam, quedó agradablemente impresionado por ojos y nariz y oídos con el decorado encantador de aquel recinto, y los perfumes y la música del agua en los pilones de las fuentes. Y preguntó, muy maravillado: "¿Pero qué es esto?" Abu-Sir contestó: "¡Esto es el hammam! ¡Pero no has visto más que la entrada!" E hizo penetrar al rey en la primera sala y le hizo subir al estrado, donde le desnudó y le envolvió en toallas desde la cabeza hasta los pies, y le calzó altos zuecos de madera, y le introdujo en la segunda sala, donde le hizo sudar copiosamente. Entonces, ayudado por mozos jóvenes, le frotó las extremidades, valiéndose de guantes de crin, y le sacó, en forma de largos filamentos parecidos a gusanos, toda la suciedad interior acumulada en los poros de la piel; y se los mostró al rey, que hubo de asombrarse prodigiosamente. Luego le lavó con mucha agua y mucho jabón, y le hizo bajar después a la bañera de mármol llena de agua perfumada con esencia de rosas, donde le dejó algún tiempo para hacerle salir más tarde y lavarle la cabeza con agua de rosas y esencias preciosas. Luego le tiñó con henné las uñas de manos y pies, dándoles un color de aurora. Y mientras se efectuaban estos preparativos, ardían a su alrededor áloe y nad aromático, penetrándole con su suavidad.

Terminado aquello, el rey se sintió ligero como un pájaro y respiró con todos los abanicos de su corazón; y se le había puesto el cuerpo tan liso y tan firme, que al tocarlo con la mano producía un sonido armónico. ¡Pero cuál no fué su delicia cuando aquellos mozos jóvenes se pusieron a darle masaje en las extremidades con una dulzura y un ritmo tales, que le parecía que habíase convertido en laúd o en guitarra! Y sentía que le animaba un vigor sin igual, hasta el extremo de que estuvo a punto de rugir como un león. Y exclamó: "¡Por Alah, que en mi vida me noté más vigoroso! ¿Y es esto el hammam, ¡oh maestro barbero!?" Abu-Sir contestó: "¡Esto mismo es!, ¡oh rey del tiempo!" El rey dijo: "¡Por mi cabeza, que mi ciudad no fué una ciudad hasta después de la construcción de este hammam!" Y cuando subió al estrado para beber los sorbetes preparados con nieve machacada, luego que le secaron con toallas impregnadas de almizcle, preguntó a Abu-Sir...


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Y cuando llegó la 496ª noche

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Ella dijo:

"... luego que le secaron con toallas impregnadas en almizcle, preguntó a Abu-Sir: "¿Y cuánto crees que vale un baño así y a qué precio piensas que te lo paguen?" El barbero contestó: "¡Al precio que quiera el rey!" El rey dijo: "¡Me parece que un baño así no vale menos de mil dinares!"

E hizo que contaran mil dinares para Abu-Sir, y le dijo: "¡Y en adelante harás que pague mil dinares cada cliente que venga a tomar un baño en tu hammam!"

Pero contestó Abu-Sir: "Dispensa, ¡oh rey del tiempo! ¡Todos no son iguales! Unos son ricos y otros son pobres. Así, pues, si yo quisiera que cada cliente me diese mil dinares, no haría negocio con el hammam y tendría que cerrarlo, porque el pobre no puede pagar mil dinares por un baño".

El rey contestó: "¿Qué piensas hacer entonces?" El barbero contestó: "Dejaré que ponga precio la generosidad del cliente! ¡De tal suerte pagará cada cual con arreglo a sus medios y a la generosidad de su alma! Y el pobre no dará más que lo que pueda dar. ¡En cuanto a ese precio de mil dinares que señalaste, lo consideraré como un regalo del rey!" Y al oír estas palabras los emires y los visires aprobaron la conducta de Abu-Sir, y añadieron: "Verdad dice, ¡oh rey del tiempo! y habla con justicia. Porque tú ¡oh bien amado nuestro! crees que pueden obrar como tú todos".

Dijo el rey: "¡Es posible! De todos modos, como este hombre es un extranjero y un pobre muy pobre, estamos obligados a tratarle con largueza y generosidad, máxime cuando dota a nuestra ciudad con este hammam como no le habíamos visto en nuestra vida, y gracias al cual nuestra ciudad ha adquirido una importancia y un lustre incomparables. ¡Pero desde el momento en que no podéis pagar a mil dinares el baño, según me decíais, os autorizo a que por esta vez no le paguéis cada uno nada más que cien dinares, dándole, además, un esclavo joven, un negro y una joven! ¡Y en lo sucesivo, puesto que así lo quiere él, cada cual le pagaréis lo que os permitan vuestros medios y la generosidad de vuestra alma!"

Contestaron: "¡Sin duda que así lo haremos muy gustosos!" Y cuando tomaron su baño en el hammam aquel día, pagó a Abu-Sir cada uno cien dinares de oro, un esclavo joven blanco, uno negro y una joven. Pero como el número de emires y altos dignatarios que después del rey tomaron su baño ascendía a cuarenta, Abu-Sir recibió cuarenta mil dinares, cuarenta jóvenes blancos, cuarenta negros y cuarenta mujeres jóvenes, y por parte del rey diez mil dinares, diez mozos jóvenes blancos, diez jóvenes negros y diez mujeres jóvenes como lunas.

Cuando recibió Abu-Sir todo aquel oro y aquellos regalos, se adelantó hacia el rey, y después de besar la tierra entre sus manos, dijo: "¡Oh rey afortunado! ¡oh rostro de buen augurio! ¡oh soberano de ideas justas y llenas de equidad! ¿en dónde voy a poder alojarme con todo este ejército de mozos blancos, de negros y de jóvenes?" El rey contestó: "Quise que te dieran todo eso para hacerte rico; porque he supuesto que acaso un día pienses en volver a tu patria junto a tu amada familia, deseando verla de nuevo; y entonces podrás abandonarnos con riquezas bastantes para vivir en tu casa con los tuyos al abrigo de la necesidad". El barbero contestó: "¡Oh rey del tiempo, que Alah te conserve próspero! ¡pero todos esos esclavos están bien para los reyes y no para mí, que no necesito nada de eso para comer pan y queso con mi familia! ¿Cómo voy a arreglarme para alimentar y vestir a este ejército de jóvenes blancos, de jóvenes negros y de mujeres jóvenes? ¡Por Alah, que no tardarían en comerse con sus dientes jóvenes toda mi ganancia y a mí mismo después de mi ganancia!"

El rey se echó a reír, y dijo: "¡Por mi vida, que estás en lo cierto! ¡Son ya un ejército poderoso y tú solo no lograrías mantenerles de ninguna manera! ¿Quieres vendérmelos a cien dinares cada uno para desembarazarte de ellos?" Abu-Sir contestó: "¡Te los vendo a ese precio!" Al punto el rey hizo llamar a su tesorero, que pagó íntegramente a Abu-Sir el precio de los ciento cincuenta esclavos; y a su vez el rey devolvió a su antiguo amo, como regalo, cada uno de aquellos esclavos. Y Abu-Sir dió las gracias al rey por sus bondades, y le dijo: "¡Haga Alah que descanse tu alma como tú hiciste que descansara el alma mía, salvándome de los dientes terribles de todos esos jóvenes ghuls glotones que sólo Alah podría dejar hartos!" Y el rey se echó a reír oyendo estas palabras, y mostróse aun más generoso con Abu-Sir; luego, seguido por los notables de su reino, salió del hammam y regresó a su palacio.

En cuanto a Abu-Sir, se pasó aquella noche en casa embutiendo el oro en sacos y precintando cada saco cuidadosamente. Y tenía para su tren de casa veinte negros, veinte mozos y cuatro esclavas jóvenes...


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Pero cuando llegó la 497ª noche

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Ella dijo:


"... veinte negros, veinte mozos y cuatro esclavas jóvenes.

Al día siguiente, hizo Abu-Sir que proclamaran por toda la ciudad los pregoneros públicos: "¡Oh criaturas de Alah, acudid todos a tomar un baño en el hammam del sultán! ¡No se pagará nada durante tres días!" Y durante tres días se agolpó en el establecimiento una multitud enorme que en vano deseaba tomar un baño en el hammam llamado hammam del Sultán. Pero al llegar la mañana del cuarto día el propio Abu-Sir se instaló detrás de la caja, en la puerta del hammam, y empezó a cobrar la entrada, cuyo precio se dejó a la buena voluntad de los que salían del baño. Y por la tarde había conseguido Abu-Sir llenar la caja con lo que le dieron los clientes, con asentimiento de Alah (¡exaltado sea!). Y de aquella manera comenzó a acumular los montones de oro que le deparaba su destino.

¡Eso fué todo!

Y la reina, que oyó a su esposo el rey hablar con entusiasmo de aquellos baños, determinó tomar uno como prueba. E hizo que previnieran de su intención a Abu-Sir, quien, para complacerla y atraerse también la clientela de las mujeres, consagró en adelante la mañana a los baños de hombres y la tarde a los baños de mujeres. Y por la mañana se ponía él mismo detrás de la caja para cobrar, mientras que por la tarde cedió aquel cuidado a una intendente que nombró para tal cargo. Y cuando la reina entró al hammam y hubo experimentado por sí misma los efectos deliciosos de aquellos baños conforme al método nuevo, quedó tan encantada, que resolvió volver todos los viernes por la tarde y no fué para Abu-Sir menos espléndida que el rey, que había adquirido la costumbre de ir todos los viernes por la mañana, pagando cada vez mil dinares de oro, sin perjuicio de los regalos.

Así es que Abu-Sir iba entrando de lleno en la vía de las riquezas, de los honores y de la gloria. ¡Pero no por eso se mostró menos modesto o menos honrado, sino al contrario! Continuó, como antes, mostrándose afable, sonriente y lleno de buenos modales con sus clientes y generoso con los pobres, de los que nunca quiso aceptar dinero. Y por cierto que aquella generosidad fué su salvación como se verá en el transcurso de esta historia. ¡Pues sépase desde ahora que le había de llegar su salvación por conducto de un capitán marino que un día se encontró falto de dinero y pudo, sin embargo, tomar un baño de lo más excelente sin tener que gastar nada. Y como, además, se le hizo refrescar con sorbetes y Abu-Sir en persona le acompañó hasta la puerta con todas las consideraciones posibles, el capitán se dedicó a pensar entonces de qué medios se valdría para probar su gratitud a Abu-Sir, bien con algún regalo o de otro modo! Y no tardó en hallar una ocasión favorable.

¡Y esto es lo referente al capitán marino!

En cuanto al tintorero Abu-Kir, acabó por oír hacerse lenguas de aquel hammam extraordinario, del cual se hablaba por toda la ciudad con admiración, diciendo: "¡Sin duda es como el paraíso en este mundo!"

Y resolvió ir a experimentar por sí mismo las delicias de aquel paraíso, el nombre de cuyo guardián ignoraba todavía. Se vistió, pues, con sus trajes más hermosos, montó en una mula ricamente enjaezada, se hizo preceder y seguir por esclavos armados de largas pértigas, y se encaminó al hammam. Llegado que fué a la puerta, notó el olor de la madera de áloe y el perfume del nad; y vió a la multitud de personas que entraban y salían, y a los que estaban sentados en los bancos esperando a su vez, dignatarios notables y pobres de los más pobres y humildes entre los humildes. Y entró entonces en el vestíbulo, y divisó a su antiguo compañero Abu-Sir sentado detrás de la caja, rollizo, fresco y sonriente. ¡Y le costó algún trabajo reconocerle, de tanto como se le habían llenado las antiguas cavidades de su cara con una grasa saludable y de tan brillante como tenía el color y mejorado el aspecto! Al ver aquello, aunque estaba muy sorprendido y contrariado, el tintorero fingió gran alegría, y con una temeridad extremada, avanzó hacia Abu-Sir, que ya habíase levantado en honor suyo, y le dijo con un tono de amistoso reproche: "¡Hola, Abu-Sir! ¿Es ésa la conducta de un amigo y el proceder de un hombre que conoce los buenos modales y la galantería? ¡Sabes que soy el tintorero titular del rey y uno de los personajes más ricos e importantes de la ciudad, y no eres para ir nunca a verme y a saber noticias mías! Y ni siquiera se te ha ocurrido preguntarte: "¿Qué habrá sido de mi antiguo camarada Abu-Kir?" "¡Y en vano pregunté por ti en todas partes y envié en tu busca a mis esclavos por todos lados, por khanes y por tiendas, pues ninguno pudo informarme acerca de tu persona ni ponerme sobre tu pista!"

Al oír Abu-Sir estas palabras, bajó con gran tristeza la cabeza, y contestó: "¡Ya Abu-Kir! ¿es que olvidaste el trato que me hiciste sufrir cuando fui a verte y los golpes que me propinaste y el oprobio con que me cubriste delante de gente, llamándome ladrón, traidor y miserable?"

Y Abu-Kir se puso muy serio, y exclamó: "¿Qué dices? ¿Acaso eras tú aquel hombre a quien pegué?"

El barbero repuso: "¡Claro que era yo!" Abu-Kir entonces empezó a jurar con mil juramentos que no le había reconocido, diciendo: "¡Sin duda te confundí con otro, con un ladrón que ya hubo de intentar no se cuántas veces escamotearme mis telas! ¡Estabas tan delgado y tan amarillo, que me fué imposible reconocerte!"

Luego empezó a lamentarse por su acto y a dar palmadas diciendo: "¡No hay recurso ni poder más que en Alah el Glorioso, el Exaltado! ¿Cómo pude equivocarme de aquella manera? Pero la culpa es principalmente tuya por no haberme revelado tu nombre cuando me reconociste diciéndome: "¡Yo soy tu amigo!" máxime estando yo aquel día completamente distraído y fuera de mis casillas a causa del trabajo que sobre mí pesaba. ¡Por Alah sobre ti, te ruego, pues, ¡oh hermano mío! que me perdones y te olvides de aquello, que estaba escrito en nuestro Destino!"

Abu-Sir contestó: "¡Que Alah te perdone, oh compañero mío! porque aquello fué, efectivamente; un designio secreto del Destino, ¡y la reparación está en Alah!" El tintorero dijo: "¡Perdóname del todo!"

El barbero contestó: "¡Libre Alah tu conciencia como te libro yo de la culpa! ¿Qué podemos nosotros contra los designios tomados desde el fondo de la eternidad? ¡Entra, pues, al hammam. quítate la ropa y toma un baño que esté para ti lleno de delicias y de frescura...


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Y cuando llegó la 498ª noche

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Ella dijo:

"... y toma un baño que esté para ti lleno de delicias y de frescura!" Y le preguntó Abu-Kir: "¿Y de dónde te vino esta felicidad?"

El otro contestó: "¡Quién te abrió las puertas de la prosperidad me las abrió también!" Y le contó su historia desde el día en que por orden de Abu-Kir le apalearon. Pero no tiene la menor utilidad repetirla. Y Abu-Kir le dijo: "Es extremada mi alegría por saber el favor de que gozas con el rey. Voy a obrar de manera que aumente este favor, contando al rey que eres mi amigo de siempre".

Pero el antiguo barbero repuso: "¿De qué vale la intervención de las criaturas en los designios del Destino? ¡Sólo Alah tiene en sus manos los favores y las desgracias! ¡Por lo pronto, lo que debes hacer es desnudarte y entrar en el hammam a disfrutar los beneficios del agua y la limpieza!" Y le condujo por sí mismo a la sala reservada, y con sus propias manos le frotó, le jabonó, le dió masaje y le arregló por completo, sin querer encargar de ello a ninguno de sus ayudantes. Luego le hizo subir al estrado de la sala fría, y él mismo le sirvió sorbetes y reconfortantes, con tantos miramientos, que todos los clientes habituales estaban absortos al ver a Abu-Sir en persona hacer aquel oficio y rendir aquellos honores excepcionales al tintorero, cuando de ordinario sólo el rey gozaba de semejantes distinciones.

Habiendo llegado el momento de marcharse, Abu-Kir quiso ofrecer algún dinero a Abu-Sir, quien se negó a aceptarlo, diciendo: "¿No te da vergüenza ofrecerme dinero, cuando soy tu camarada y no hay ninguna diferencia entre nosotros?"

Abu-Kir dijo: "¡Bueno! pero en compensación, déjame darte un consejo que te será de gran utilidad. Admirable es este hammam; pero aun le falta una cosa para que sea completamente maravilloso". Abu-Sir preguntó: "¿Y cuál es esa cosa?" El otro dijo: "¡La pasta depilatoria! Porque he notado que, después de afeitar la cabeza a tus clientes, para los pelos de las demás partes del cuerpo te sirves de la navaja también o de las pinzas. ¡Pero nada vale lo que una pasta depilatoria cuya receta conozco y voy a dártela de balde!"

Abu-Sir contestó: "Sin duda tienes razón, ¡oh camarada mío! ¡No deseo más que me enseñes la receta de la mejor pasta depilatoria!" Abu-Kir dijo: "¡Hela aquí! Toma arsénico amarillo y cal viva, machaca las dos cosas, añadiéndolas un poco de aceite, echa un poco de almizcle para quitar el olor desagradable, y mete la pasta que se forme en un tarro de barro para utilizarla en el momento oportuno. ¡Y yo te respondo del éxito de la operación, sobre todo cuando vea el rey que se le caen los pelos como por encanto, sin que le golpeen ni le froten, y que debajo aparece su piel completamente blanca!" Y tras de dar esta receta a su antiguo compañero, Abu-Kir salió del hammam y a toda prisa se dirigió a palacio.

Cuando llegó ante el rey y le hubo presentado sus respetos entre las manos del monarca, le dijo: "Vengo para aconsejarte, ¡oh rey del tiempo!"

El rey dijo: "¿Y qué consejo vas a darme?" Abu-Kir contestó: "¡Loores a Alah, que hasta hoy te ha librado de las manos de ese perverso, de ese enemigo del trono y de la religión, de ese Abu-Sir, dueño del hammam!"

El rey preguntó, muy asombrado: "¿De qué se trata?" Abu-Kir dijo: "¡Has de saber ¡oh rey del tiempo! que si por desgracia vuelves a entrar en el hammam, estarás perdido sin remedio!"

El rey dijo: "¿Y por qué?" Con los ojos llenos de terror fingido y con un ademán de espanto, silbó Abu-Kir: "¡Por el veneno! Ha preparado para ti una pasta compuesta de arsénico amarillo y de cal viva, que sólo con aplicarla al pelo de la piel lo quema como fuego. Y te brindará su pasta, diciéndote: "¡Nada mejor que esta pasta para pacer desaparecer los pelos del trasero con comodidad y sin golpearte en el trasero!" ¡Y aplicará la pasta en el trasero de nuestro rey y le hará morir envenenado por esa parte, que es la parte más dolorosa de todas! ¡Porque ese dueño del hammam no es otro que un espía pagado por el rey de los cristianos para arrancar así el alma de nuestro rey! ¡Y me apresuré a venir a avisarte, porque por encima de mí están los beneficios que te debo!"

Al oír estas palabras del tintorero Abu-Kir, el rey sintió que le invadía un terror intenso, de modo que se estremeció y se le encogió el trasero, como si ya hubiese surtido sus efectos el veneno ardiente. Y dijo al tintorero: "Voy Ya al hammam con mi gran visir para confirmar tu aserto. ¡Pero hasta entonces guarda el secreto de la cosa cuidadosamente!" Y llamó a su gran visir y se fué con él al hammam.

Ya allí, como de costumbre, Abu-Sir introdujo al rey en la sala reservada y quiso friccionarle y lavarle; pero le dijo el rey: "¡Empieza por mi gran visir!" Y se encaró con el gran visir, y le dijo: "¡Échate!" Y el gran visir, que estaba muy rollizo y era peludo como una cabra, vieja contestó: "¡Escucho y obedezco!" Y se echó en el mármol y se dejó frotar, jabonar y lavar bien. Tras de lo cual dijo Abu-Sir al rey: "¡Ah rey del tiempo! ¡he encontrado una droga poseedora de tales virtudes depilatorias, que no hay navaja que la iguale para hacer desaparecer los pelos de abajo!"

El rey dijo: "¡Ensaya esa droga en los pelos de abajo de mi gran visir...


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Y cuando llegó la 499ª noche

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Ella dijo:

"¡... Ensaya esa droga en los pelos de abajo de mi gran visir!" Y Abu-Sir cogió el tarro de barro, sacó de él un pedazo como una almendra de la pasta consabida, y lo extendió, sólo por vía de ensayo, sobre el bajo vientre del gran visir. Y fué tan prodigioso el efecto depilatorio de la droga, que ya no dudó el rey de que se trataba de un veneno terrible. Y temblando de ira ante aquel espectáculo, se encaró con los mozos del hammam, y les gritó: "¡Detened a ese miserable!" y les señaló con el dedo a Abu-Sir, a quien la sorpresa dejó mudo y como atontado. Luego el rey y el visir se vistieron a toda prisa, haciendo entrega de Abu-Sir a los guardias de afuera y regresaron al palacio.

Allí el rey hizo llamar al capitán del puerto y de los navíos, y le dijo: "Vas a apoderarte del traidor que se llama Abu-Sir, y cogiendo un saco de cal viva, en la cual le meterás, lo arrojarás al mar bajo las ventanas de mi palacio. ¡Y de tal manera ese miserable morirá de dos muertes a la vez, ahogado y abrasado!"

El capitán contestó: "¡Escucho y obedezco!"

Y he aquí que el capitán del puerto y de los navíos era precisamente el capitán marino que desde tiempo atrás estaba en deuda con Abu-Sir. Se apresuró, pues, a ir en busca de Abu-Sir al calabozo, y le sacó de allí para embarcarle en una nave y conducirle a una isla situada no lejos de la ciudad y donde pudo al fin hablarle libremente. Le dijo: "¡Oh amigo mío! no olvido las consideraciones que me guardaste, y quiero devolverte bien por bien. ¡Cuéntame, pues, qué te ha ocurrido con el rey y el crimen que cometiste para perder sus favores y merecer la muerte cruel a que te ha condenado!" Abu-Sir contestó: "¡Por Alah, ¡oh hermano mío! te juro que soy inocente de toda culpa y que jamás hice nada para merecer semejante castigo!" El capitán dijo: "¡Entonces, seguramente debes tener enemigos que te han calumniado ante el rey! ¡Porque todo hombre que vive dichoso y a quien favorece el Destino, tiene siempre alguien que le envidia! ¡Pero nada temas! Aquí, en esta isla, estás seguro. Bienvenido seas pues, y tranquilízate.

Pasarás el tiempo pescando hasta que yo logre embarcarte para tu país. ¡Ahora voy a hacer ante el rey el simulacro de tu muerte!" Y Abu-Sir besó la mano del capitán marino, que le dejó para ir al punto a coger un saco lleno de cal viva y a ponerse debajo de las ventanas del palacio del rey que daban al mar.

Precisamente estaba el rey en una ventana, esperando la ejecución de su orden; y llegado que fué debajo de las ventanas, el capitán alzó la vista para que el rey diera la señal de la ejecución. Y el rey sacó el brazo por la ventana y con el dedo le hizo seña de que arrojara el saco al mar. Y se ejecutó aquello inmediatamente. Pero en el mismo momento el rey, que había hecho con la mano un ademán brusco, dejó caer al agua un anillo de oro que para él era tan preciado como su alma. Porque aquel anillo que había caído al mar era un anillo talismánico encantado del que dependían la autoridad y el poderío del rey y que servía de freno para mantener respetuosos al pueblo y al ejército; pues cuando el rey quería dar orden de que se ejecutara a un culpable, no tenía más que levantar la mano en uno de cuyos dedos se encontraba el anillo, y al punto brotaba de él un relámpago súbito que derribaba por tierra al culpable muerto de repente, separándole la cabeza de los hombros.

Así es que cuando el rey vió caer su anillo al mar, no quiso hablar de ello a nadie y guardó el secreto más profundo acerca de su pérdida, sin lo cual le hubiera resultado imposible mantener más tiempo en el temor y la obediencia a sus súbditos. ¡Y esto es lo referente al rey!

En cuanto a Abu-Sir, una vez que se quedó solo en la isla, cogió una red de pesca que le había dado el capitán marino, y para distraerse de sus torturadores pensamientos y proporcionarse el sustento, se puso a pescar en el mar. Y después de arrojar su red y esperar un momento, la retiró y la encontró llena de peces de todos colores y de todos tamaños. Y se dijo: "¡Por Alah, mucho tiempo hacía que no comía yo pescado! ¡Voy a coger uno y a darlo para que me lo frían a los dos pinches de que me ha hablado el capitán".

En efecto, el capitán del puerto y de los navíos estaba también encargado de suministrar todos los días pescado fresco para la cocina del rey; y como aquel día no pudo atender por sí mismo a su pesca, se lo había encargado a Abu-Sir, y le había hablado de dos pinches que irían allá para que les entregase lo que pescara con destino al rey. Y la primera redada favoreció a Abu-Sir con aquella pesca numerosa. Empezó, pues, antes de entregar su pesca a los dos mozos que estaban para llegar, por escoger para sí mismo el pez más gordo y más hermoso; y sacó de su cinturón el cuchillo grande que guardaba allí, y atravesó con él de parte a parte las branquias del pez que coleaba. ¡Pero no se sorprendió poco al ver salir, ensartado por la punta del cuchillo, un anillo de oro que el pez había devorado sin duda!

Al ver aquello, aunque ignoraba las virtudes temibles de tal anillo talismánico, que era precisamente el que se le salió del dedo al rey cayendo al mar...


En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discreta.



Pero cuando llegó la 500ª noche

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Ella dijo:

"... Al ver aquello, aunque ignoraba las virtudes temibles de tal anillo talismánico, que era precisamente el que se le salió del dedo al rey cayendo al mar, y sin que diese gran importancia a la cosa, Abu-Sir cogió el anillo que le correspondía por derecho propio y se lo puso en un dedo.

En aquel momento llegaron los dos mozos abastecedores de la cocina del rey, y le dijeron: "¡Oh pescador! ¿Puedes decirnos que le ha pasado al capitán del puerto que a diario nos entrega el pescado destinado al rey? ¡Hace ya mucho tiempo que le esperamos! ¿Por qué lado se ha ido?" Abu-Sir contestó, extendiendo la mano hacia ellos: "¡Se fué por aquel lado!" Pero en el mismo momento saltaron de sus hombros las cabezas de los dos mozos y rodaron por el suelo con sus propietarios.

Era el relámpago lanzado por el anillo que llevaba Abu-Sir quien acababa de matar a los dos mozos abastecedores.

Al ver caer privados de vida a ambos mozos, se preguntó Abu-Sir: "¿Quién pudo hacer saltar así sus cabezas?" Y miró a su alrededor por todos lados, al aire y a sus pies; y ya empezaba a temblar de terror, pensando en el poder oculto de los genios malhechores, cuando vió llegar al capitán marino. Y éste, aunque todavía estaba lejos, divisó al propio tiempo los dos cuerpos inertes en el suelo con las cabezas respectivas junto a ellos, y también el anillo ostentado por Abu-Sir, que brillaba al sol. Y al primer golpe de vista comprendió lo que acababa de pasar. Así es que se apresuró a gritarle para ponerse en salvo: "¡Oh hermano mío! ¡No muevas la mano en que llevas el anillo de oro, o soy, muerto! ¡Por favor no la muevas!"

Al oír estas palabras, que acabaron de sorprenderle y de dejarle perplejo, Abu-Sir se inmovilizó completamente, a pesar de las ganas que tenía de correr al encuentro del capitán marino, el cual, llegado que fué junto a él, se arrojó a su cuello, y dijo: "Cada hombre lleva colgado al cuello su destino. ¡El tuyo supera con mucho al del rey! ¡Pero cuéntame cómo ha llegado a ti este anillo, y yo te contaré después las virtudes que tiene!" Y Abu-Sir contó al capitán marino toda la historia, la cual sería inútil repetir. Y el capitán, maravillado, le relató a su vez las virtudes temibles del anillo, y añadió: "Ahora está en salvo tu vida y en peligro la del rey. ¡Puedes acompañarme sin temor a la ciudad y hacer caer a una seña del dedo en que llevas el anillo las cabezas de tus enemigos y hacer saltar de entre sus hombros la del rey!" Y embarcó a Abu-Sir consigo en una nave y llevándole a la ciudad, le condujo al palacio, presentándole al rey.

En aquel momento el rey tenía sesión en su diwán y estaba rodeado por la muchedumbre de sus visires, emires y consejeros; y aunque se hallaba repleto de preocupaciones y de rabia hasta lo último a causa de la pérdida de su anillo, no se atrevía a divulgar la cosa ni a mandar que se hicieran en el mar pesquisas para encontrarlo, por miedo a que se regocijaran con su calamidad los enemigos del trono. Pero cuando vió entrar a Abu-Sir, ya no abrigó ninguna duda acerca de su proyectada pérdida, y exclamó: "¡Ah miserable! ¿cómo pudiste salir del fondo del mar y escapar a la muerte por ahogo y por combustión?" Abu-Sir contestó: "¡Oh rey del tiempo, Alah es el más grande!"

Y contó al rey cómo le había salvado el capitán marino, que le estaba agradecido por un baño gratuito, cómo encontró el anillo y cómo, sin saber el poder de tal anillo, había causado la muerte de los dos mozos abastecedores. Luego añadió: "¡Y ahora ¡oh rey! vengo a devolverte este anillo en prueba de gratitud por los beneficios que te debo y para demostrarte que, si tuviese alma de criminal, ya me hubiera servido de este anillo para exterminar a mis enemigos y matar a su rey! ¡Y te suplico que, para corresponderme, examines con más atención ese crimen que se me imputa y por el cual, aunque estoy ignorante de él, me condenaste, y que me hagas perecer con torturas si resulto verdaderamente criminal!"

Diciendo estas palabras, Abu-Sir se sacó del dedo el anillo y se lo entregó al rey, que apresuróse a ponérselo, respirando aliviado y contento, y sintiendo que le volvía al cuerpo el alma. Se irguió sobre sus pies entonces y echó los brazos al cuello de Abu-Sir, diciéndole: "¡Oh hombre! ¡ciertamente eres la flor de las personas bien nacidas! Te ruego que no me guardes rencor y me perdones el mal que te hice y el perjuicio que te causé! En verdad que jamás me hubiese devuelto este anillo otro que no fueras tú!"

El barbero contestó: "¡Oh rey del tiempo! ¡si verdaderamente anhelas que descargue tu conciencia, no tienes más que decirme por fin qué crimen se me imputaba, y quién me atrajo tu cólera y tu odio!" El rey dijo: "¡Ualah! ¿para qué? Estoy seguro ahora de que se te acusó injustamente. Pero puesto que deseas saber el crimen que se te atribuía, escucha: ¡El tintorero Abu-Kir me ha dicho tal y cual cosa!" Y le contó todo aquello de que hubo de acusarle el tintorero con motivo de la pasta depilatoria experimentada en los pelos de abajo del gran visir...


En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana y se calló discreta.



Y cuando llegó la 501ª noche

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Ella dijo:

"... la pasta depilatoria experimentada en los pelos de abajo del gran visir. Y contestó Abu-Sir, con lágrimas en los ojos: "¡Ualah, oh rey del tiempo! ni conozco al rey de los nazarenos ni en mi vida hollé el suelo del país de los nazarenos. ¡He aquí la verdad!" Y contó al rey cómo el tintorero y él se habían comprometido con un juramento, después de la lectura de la Fatiha del Libro, a ayudarse mutuamente; cómo partieron juntos, y todas las jugarretas y todas las malas pasadas de que le hizo víctima el tintorero, incluso la paliza que le obligó a sufrir y la receta de la pasta depilatoria que él mismo le había dado. Y añadió: "Sin embargo, ¡oh rey! aplicada a la piel esa pasta depilatoria es una cosa infinitamente excelente; y no es venenosa más que al comerla. ¡En mi tierra, hombres y mujeres se sirven sólo de eso, en lugar de la navaja, para hacer desaparecer cómodamente los pelos de abajo! ¡En cuanto a las malas pasadas que me jugó y al trato que me hizo sufrir, no tendrá el rey más que llamar al portero del khan y a los aprendices de la tintorería para comprobar la verdad de mis asertos anteriores!"

Y por complacer a Abu-Sir, pues por su parte él estaba seguro de todo, hizo llamar al portero del khan y a los aprendices; y después del interrogatorio, todos confirmaron las palabras del barbero, agravándo más con sus revelaciones la conducta deshonrosa del tintorero.

Tras de lo cual, gritó el rey a los guardias: "¡Que me traigan al tintorero sin nada a la cabeza, descalzo y con las manos atadas a la espalda!" Y al punto corrieron los guardias a invadir el almacén del tintorero, que a la sazón estaba ausente. Le buscaron, pues, en su casa, donde hubieron de encontrarle sentado saboreando el goce de los placeres tranquilos y soñando sin duda alguna con la muerte de Abu-Sir. Y he aquí que se precipitaron sobre él, quién dándole puñetazos en la nuca, quién puntapiés en el trasero, quién cabezazos en el vientre, y le pisotearon y le quitaron la ropa, excepto la camisa, y descalzo, sin nada a la cabeza y con las manos atadas a la espalda, le arrastraron hasta el trono del rey.

Abu-Kir vió a Abu-Sir sentado a la diestra del rey, y al portero del khan de pie en la sala, con los aprendices de la tintorería a ambos lados. ¡En verdad que lo vió todo! Y el terror le obligó a cagarse y hacer lo que hizo en medio de la sala del trono, porque comprendió que estaba perdido sin remedio. Pero ya el rey le decía, mirándole atravesado: "¡No puedes negar que está ahí tu antiguo compañero, el pobre a quien robaste, maltrataste, abandonaste, pegaste, echaste, injuriaste, acusaste e hiciste morir, en suma!" Y el portero del khan y los aprendices de la tintorería levantaron las manos, y exclamaron: "¡Sí, por Alah! no puedes negar nada de eso ¡Nosotros somos testigos ante Alah y ante el rey!"

El rey dijo: "¡Lo niegues o lo declares, no dejarás de sufrir el castigo escrito por el Destino!" Y gritó a sus guardias: "¡Lleváosle, arrastradle de los pies por toda la ciudad, encerradle luego en un saco lleno de cal viva y tiradle al mar, a fin de que muera de muerte doble, por combustión y por asfixia!" Entonces exclamó el barbero: "¡Oh rey del tiempo! te suplico que aceptes mi intercesión en favor suyo, porque yo le perdono cuanto me hizo!" Pero le dijo el rey: "¡Si tú le perdonas sus crímenes contra ti, yo no le perdono sus crímenes contra mí!" Y una vez más gritó a sus guardias: "¡Lleváosle y ejecutad mis órdenes!"

Entonces los guardias se apoderaron del tintorero Abu-Kir, le arrastraron de los pies por toda la ciudad, pregonando sus fechorías, y acabaron por encerrarle en un saco lleno de cal viva y le tiraron al mar. ¡Y murió ahogado y abrasado!

En cuanto a Abu-Sir, le dijo e rey: "¡Oh Abu-Sir, ahora quiero que me pidas cuanto anheles, y al instante te será concedido!" Abu-Sir contestó: "¡Solamente pido al rey que me envíe a mi patria, porque en adelante me será penoso vivir alejado de los míos, y no tengo ganas de quedarme aquí!"

Aunque muy contrariado por su marcha, pues deseaba nombrarle gran visir en lugar del rollizo y peludo que llenaba este cargo, el rey le hizo preparar un gran navío que llenó de esclavos de ambos sexos y de ricos presentes, y le dijo al despedirse de él: "¿No quieres, entonces, ser mi gran visir?" Y Abu-Sir contestó: "¡Quisiera volver a mi país!" Entonces no insistió más el rey, y se alejó el navío con Abu-Sir y sus esclavos en dirección a Iskandaria.

Y he aquí que Alah les asignó un viaje feliz, y tocaron en Iskandaria con buena salud. Pero, apenas habían desembarcado, uno de los esclavos vió en la playa un saco que el mar arrojó a tierra. ¡Lo abrió Abu-Sir y descubrió dentro el cadáver de Abu-Kir que habían arrastrado hasta allí las corrientes! Y Abu-Sir le hizo inhumar cerca de allí, a la orilla del mar, y le erigió un monumento funerario que convirtióse en un lugar de peregrinación, para cuya conservación dedicó Abu-Sir bienes inalienables; e hizo grabar en la puerta del edificio esta inscripción mural:

¡Abstente del mal! ¡Y no te embriagues con el sorbo amargo de la maldad! ¡El malo acaba siempre por caer vencido!

¡Ve el Océano flotar en su superficie cosas del desierto, en tanto que las perlas reposan tranquilas en las arenas submarinas!


En las regiones serenas, está escrito sobre las páginas transparentes del aire: “!Quien siembre el bien, recogerá el bien! ¡porque toda cosa vuelve a su origen!"


Y tal fué el fin de Abu-Kir el tintorero y la entrada de Abu-Sir en la vida dichosa y sin preocupaciones en lo sucesivo. ¡Y por eso a la bahía en que se enterró al tintorero se le llamó bahía de Abu-Kir! ¡Gloria al que vive en Su Eternidad y por Su Voluntad hace correr los días en invierno y verano!


Luego dijo Schehrazada: "Y he aquí ¡oh rey afortunado! todo cuanto llegué a saber de esta historia". Y exclamó Schahriar: "¡Por Alah, que es edificante la tal historia! ¡Por eso tengo ahora deseos de que me cuentes una o dos o tres anécdotas morales!" Y dijo Schehrazada: "¡Son las que mejor conozco!"

En aquel momento, vió aparecer la mañana, y se calló discreta.



Anécdotas morales del Jardín Perfumado

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Ella dijo:

"Las anécdotas morales ¡oh rey afortunado! son las que mejor conozco. Voy a contarte una o dos o tres entresacadas del Jardín perfumado". Y el rey Schahriar dijo: "¡Pues date prisa a empezar, porque siento que esta noche me invade el alma un gran fastidio! ¡Y no estoy seguro de conservarte hasta mañana la cabeza sobre los hombros!"

Y Schehrazada dijo, sonriendo: "¡Helas aquí! Pero te prevengo ¡oh rey afortunado! que estas anécdotas, aunque son de lo más morales, pueden pasar por anécdotas libertinas a los ojos de la gente grosera y de criterio estrecho". Y dijo el rey Schahriar: "¡No te detenga ese temor, Schehrazada! Sin embargo, si crees que esas anécdotas morales no pueden ser oídas por esta pequeñuela que te escucha acurrucada a tus pies en la alfombra, dile que ya, se vaya. ¡Por cierto que aún no sé que hace aquí esta pequeñuela!"

Al oír del rey semejantes palabras, la pequeña Doniazada, temiendo que la echasen, se arrojó en los brazos de su hermana mayor, que la besó en los ojos, la oprimió contra su pecho y la tranquilizó el alma querida. Luego encaróse con el rey Schahriar y dijo: "¡A pesar de todo, creo que puede quedarse, porque no es reprensible hablar de las cosas situadas debajo de la cintura, ya que todas las cosas son limpias y puras para las almas limpias y puras!"

Y dijo al punto:



Los tres deseos

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He llegado a saber ¡oh rey afortunado! que cierto hombre de buenas intenciones se pasó toda su vida en espera de la noche milagrosa que promete el Libro a los creyentes dotados de fe ardiente, esa noche llamada noche de las Posibilidades de la Omnipotencia, en que el hombre piadoso ve realizarse sus menores deseos. Y he aquí que una noche de las últimas noches del mes de Ramadán, aquel hombre, después de haber ayunado estrictamente todo el día, sintióse tocado por las gracias divinas, y llamó a su esposa y le dijo: "¡Escúchame, mujer! Esta noche me noto en estado de pureza ante el Eterno, y seguramente va a ser para mí la noche de las Posibilidades de la Omnipotencia.

Como sin duda van a ser atendidos por el Retribuidor todos mis ruegos y deseos, te llamo para consultarte de antemano acerca de las peticiones que debo hacer, porque estimo bueno tu consejo, y con frecuencia fueron provechosas para mí tus opiniones. ¡Inspírame, pues, sobre los deseos que he de formular!" La esposa contestó: "¡Oh hombre! ¿a cuántos deseos tienes derecho?" El dijo: "¡A tres!" Ella dijo: "¡Ya puedes, entonces, exponer a Alah el primero de los tres deseos. Bien sabes que la perfección del hombre y sus delicias residen en su virilidad y que el hombre no puede ser perfecto siendo casto, eunuco o impotente. Por consiguiente, cuanto más considerable sea el zib del hombre mayor será su virilidad y tendrá más probabilidades de encaminarse por la vía de la perfección. Prostérnate, pues, humildemente ante la faz del Altísimo, y di: "¡Oh Bienhechor! ¡oh Generoso! haz que engorde mi zib hasta la magnificencia!"

Apenas hubo formulado tal deseo, se sintió atendido con exceso en aquella hora y aquel instante. Porque al punto vió el santo hombre que se le inflaba el zib y se le ponía magnífico, hasta el extremo que se le hubiera tomado por un calabacino descansando entre dos calabazas gordas. Y era tan considerable el peso de todo aquello, que obligaba a su propietario a sentarse cuando se le levantaba y a levantarse cuando se acostaba.

Así es que la esposa se aterró tanto al ver aquello, que hubo de emprender la fuga cuantas veces la llamó para hacer pruebas el santo hombre. Y exclamaba: "¿Cómo quieres que me preste a ninguna prueba con esa herramienta cuyo solo impulso es capaz de perforar rocas de parte a parte?"

Y el pobre hombre acabó por decirle: "¡Oh muy execrable! ¿qué debo hacer con esto ahora? Tú tienes la culpa ¡oh maldita!" Ella contestó: "¡El nombre de Alah sobre mí y alrededor de mí! Reza por el Profeta, ¡oh anciano de ojos vacíos! ¡Pues por Alah!, que no tengo necesidad de todo eso, ni tampoco te dije que pidieras tanto! ¡Ruega, pues, al cielo que te lo disminuya! ¡Ese ha de ser tu segundo deseo!"

El santo hombre alzó entonces los ojos al cielo, y dijo: "¡Oh Alah! te suplico que me libres de esta embarazosa mercancía y me evites la molestia que me proporciona!" Y al punto se quedó liso el vientre de aquel hombre, sin más señal de zib y de compañones que si fuera un joven impúber.

Pero no le satisfizo aquella desaparición completa, ni tampoco a su esposa, que empezó a dirigirle invectivas y a reprocharle que la hubiera privado para siempre de lo que la correspondía. Así es que llegó al extremo la pena del santo hombre, y dijo a su esposa: “! Tu tienes la culpa de todo esto, obra de tus consejos insensatos! ¡Oh mujer falta de juicio! Yo tenía derecho a formular tres deseos ante Alah, y podía escoger a mi sabor lo que mejor me pareciera de los bienes de este mundo y del otro. Y he aquí que ya me fueron concedidos dos de mis deseos y estamos como si no hubiera pasado nada. ¡Y me encuentro peor que antes! ¡Pero como todavía tengo derecho a formular mi tercer deseo, voy a pedir a mi Señor que me reintegre lo que yo poseía en un principio!"

Y se lo rogó a su Señor, que atendió su deseo. ¡Y se quedó él con lo que antes poseía!


La moraleja de esta anécdota es que hay que contentarse con lo que se tiene.


Luego dijo Schehrazada:



El mozalbete y el masajista del hammam

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Cuentan ¡oh rey afortunado! que cierto masajista del hammam tenía de ordinario entre su clientela a los hijos de los notables y de los ciudadanos más ricos, porque el hammam donde ejercía su oficio era el mejor acreditado de toda la ciudad. Y he aquí que un día entró en la sala en que esperaba él a los bañistas un mozalbete todavía virgen de pelos, pero muy rollizo y abundante en redondeces por todas partes a la vez; y aquel mozuelo era muy hermoso de rostro; y era el propio hijo del gran visir de la ciudad. Así es que el masajista alegróse de poder dar masaje al dulce cuerpo de aquel joven delicado, y se dijo para su ánima: "¡He aquí un cuerpo en que la grasa puso por doquiera cojines sedosos! ¡Qué abundancia de formas, y qué rollizo está!" Y le ayudó a echarse en el mármol tibio de la sala caliente y empezó a friccionarle con un cuidado especial. Y cuando llegó cerca de los muslos, se quedó en el límite de la estupefacción al notar que el zib del mozo aquel, tan metido en carnes apenas alcanzaba el volumen de una avellana...


En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discreta.



Y cuando llegó la 503ª noche

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Ella dijo:

"... se quedó en el límite de la estupefacción al notar que el zib del mozo aquél, tan metido en carnes apenas alcanzaba el volumen de una avellana. Y al ver aquello, se puso a lamentarse con toda su alma y a golpearse las manos una contra otra, dejando bruscamente de darle masaje.

Cuando el joven vió al masajista presa de semejante pena y con el rostro demudado por la desesperación, le dijo: "¿Qué te sucede, ¡oh masajista! para lamentarte así con toda tu alma y golpearte las manos una contra otra?" El masajista contestó: "¡Ay mi señor! ¡mi desesperación y mis lamentaciones son por ti! ¡Porque veo que te aflige la mayor desgracia que le puede ocurrir a un hombre! Eres joven, rollizo y hermoso, y posees cuantas perfecciones de cuerpo y de rostro y cuantos beneficios dispensa el Retribuidor a sus elegidos. ¡Pero precisamente careces del instrumento de delicias, sin el cual no se es hombre ni se está dotado de la virilidad que da y recibe! ¿Sería vida la vida sin el zib y todas sus consecuencias? "Al oír estas palabras, el hijo del visir bajó la cabeza tristemente, y contestó: "¡Tienes razón, tío mío! ¡Y precisamente acabas de hacerme pensar en lo que constituye mi único tormento! Si tan pequeña es la herencia de mi venerado padre, yo sólo tengo la culpa, por no haberme cuidado de hacerla prosperar hasta hoy. ¿Cómo quieres, en efecto, que el cabrito llegue a ser potente manteniéndose lejos de las cabras incendiarias o que el árbol se desarrolle sin que se le riegue? ¡Hasta hoy me mantuve lejos de las mujeres, y todavía no vino ningún deseo a despertar a mi niño en su cuna! ¡Pero ya creo que es hora de que se despierten los dormidos y de que el pastor se apoye en su báculo!"

Al oír este discurso del hijo del visir, dijo el masajista del hammam: "Pero, ¿cómo hará el pastor para apoyarse en su báculo, no siendo éste mayor que una falange del dedo meñique?" El mozalbete contestó: "Para eso, mi buen tío, cuento con tu generosa voluntad. Vas a ir al estrado en que dejé mi ropa, y cogerás la bolsa que hay en mi cinturón; y con el oro que contiene irás a buscar para mí una joven capaz de iniciar el desarrollo que deseamos. ¡Y con ella haré mi primer ensayo!" El masajista fué al estrado, cogió la bolsa y salió del hammam en busca de la joven consabida.

En el camino se dijo: "¡Ese pobre mozo se imagina que un zib es una pasta de caramelo blando que se desarrolla más cuanto más se la toca! ¿Es posible creer que el cohombro se hace cohombro de la noche a la mañana o que el plátano madura antes de llegar a ser plátano?" Y riéndose de la aventura, fue al encuentro de su esposa; y le dijo: "¡Oh madre de Alí! has de saber que acabo de dar masaje en el hammam a un joven hermoso como la luna llena. Es hijo del gran visir y reúne todas las perfecciones, ¡pero el pobre no tiene un zib como el de los demás hombres! Lo que posee apenas tiene el tamaño de una avellana. Y como yo me lamentaba por su juventud, me ha dado esta bolsa llena de oro a, fin de que procure una joven capaz de desarrollarle en un instante la pobre herencia que obtuvo de su venerable padre; ¡porque el infeliz se imagina que así va a erigirse su zib en un instante desde el primer ensayo! Yo entonces he pensado que más valía que todo este oro se quedase en casa; y vengo a tu encuentro para decirte que me acompañes al hammam, donde harás el simulacro de prestarte al ensayo sin consecuencias del pobre mozalbete. ¡No hay ningún inconveniente en la cosa! ¡Y hasta podrás pasar una hora riéndote de él, sin ningún peligro ni temor!

Y yo os vigilaré a los dos desde fuera, y haré como que os protejo contra la curiosidad de los bañistas".

Al oír estas palabras de su esposo, la joven contestó con el oído y la obediencia, y se levantó, y se atavió y se vistió con sus trajes más hermosos. Por lo demás, aun sin atavíos ni adornos, podía hacer que se volvieran hacia ella todas las cabezas y arrebatar todos los corazones, porque era la más bella entre las mujeres de su tiempo...


En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discreta.



Y cuando llegó la 504ª noche

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Ella dijo:

...porque era la más bella entre las mujeres de su tiempo.

El masajista fué, pues, con su esposa y la introdujo en la estancia donde se hallaba el joven hijo del visir, que esperaba siempre echado sobre el mármol de la sala caliente; y el otro hubo de dejarlos solos y salió para apostarse fuera con objeto de impedir a los importunos que asomaran la cabeza por la puerta. Y dijo a su mujer y al joven que cerraran por dentro la tal puerta.

Cuando la joven vió al joven, quedó encantada de su belleza de luna; y a él le ocurrió lo mismo.

Y se dijo ella: "¡Qué lástima que no tenga lo que poseen los demás hombres! ¡Porque es verdad lo que me ha contado mi esposo; ¡apenas lo tiene del tamaño de una avellana!"

Pero al contacto de la joven empezó a conmoverse el niño que dormía entre los muslos del joven; y como era sólo de una pequeñez aparente y de los que estando de sueño entran por completo en el regazo de su padre, comenzó a sacudir su modorra. ¡Y he aquí que surgió de pronto comparable al de un burro o de un elefante, y mayor y más potente en verdad!

Y al ver aquello, la esposa del masajista lanzó un grito de admiración y se arrojó al cuello del joven, que la cabalgó como un gallo triunfante. Y en una hora de tiempo, la penetró por primera vez, y así sucesivamente hasta la décima vez, en tanto que ella se agitaba tumultuosa y gemía y se movía locamente.

¡Eso fué todo!

Y tras del enrejado de madera de la puerta, el masajista estaba viendo toda la escena, y por temor al oprobio público no se atrevía a hacer ruido o a tirar la puerta. ¡Y limitábase a llamar en voz baja a su esposa, que no le contestaba! Y le decía: "¡Oh madre de Alí! ¿a qué esperas para salir? ¡El día avanza y dejaste olvidado en casa al pequeñuelo, que espera la teta!" Pero ella continuaba holgándose debajo del joven, y decía, entre risas y jadeos: "¡No, por Alah! en adelante no daré teta a otro pequeñuelo que a este niño!"

Y le dijo el hijo del visir: "¡Sin embargo, podrías ir a tetarle un instante para volver enseguida!" Ella contestó: "¡Antes me sacarán del cuerpo el alma que decidirme a dejar huérfano de madre ni una sola hora a mi nuevo niño!"

Así es que cuando el pobre masajista vió que se le escapaba de tal suerte su esposa y que con tal descaro se negaba a volver con él, fué tanta su desesperación y sintió celos tan rabiosos, que subió a la terraza del hammam y arrojóse desde allí, estrellándose la cabeza contra la calle. Y murió.


Esta historia prueba que el prudente no debe fiarse de las apariencias.


Pero -continuó Schehrazada- la anécdota que voy a contarte todavía demostrará mejor cuán engañosas son las apariencias y qué peligroso es dejarse guiar por ellas.



Hay líquidos y líquidos

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He llegado a saber ¡oh rey afortunado! que un hombre entre los hombres se prendó en extremo de una joven bella y encantadora. Pero esta joven, que era un modelo de gracia y de perfecciones, estaba casada con un hombre al que amaba y del cual era amada. Y como, además, era casta y virtuosa, el hombre que estaba enamorado de ella no podía encontrar medio de seducirla. Y como ya hacía mucho tiempo que cansaba su paciencia sin resultado se le ocurrió valerse de alguna estratagema para vengarse de ella o vencer su desvío.

El esposo de aquella joven tenía en su casa como servidor de confianza a un joven a quien había educado desde la infancia y que guardaba la casa en ausencia de los amos. Así es que el despechado enamorado fué en busca de aquel joven y trabó amistad con él, haciéndole diversos regalos y colmándole de agasajos, hasta el punto de que el joven acabó por sentir hacia él verdadera devoción y por obedecerle sin restricción en todo.

Cuando le pareció que era oportuno, el enamorado le dijo un día al joven: "¡Oh amigo, quisiera visitar hoy la casa de tu amo cuando hayan salido tu amo y tu ama!" El otro contestó: "¡Bueno!" Y cuando su amo se marchó a la tienda y su ama salió para ir al hammam, fué él en busca de su amigo, le cogió de la mano, e introduciéndole en la casa le hizo visitar todas las habitaciones y ver cuanto había en ellas. Pero el hombre, que estaba firmemente resuelto a vengarse de la joven, había ya preparado la mala pasada que quería jugar. Así, pues, cuando llegó al dormitorio, se acercó al lecho y vertió en él el contenido de un frasco que tuvo cuidado de llenar de clara de huevo. E hizo la cosa tan discretamente, que el joven no advirtió nada. Tras de lo cual salió de la vivienda el otro y se marchó por su camino...


En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discreta.

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