Pero cuando llegó la 670ª noche

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Ella dijo:

"... Y también lo vió el mono. Y al punto dió un brinco y saltó al mar. Y se zambulló hasta el fondo del agua para salir al cabo de cierto tiempo, llevando en las manos y en la boca conchas llenas de perlas de tamaño y hermosura maravillosos. Y trepó al navío y entregó al jeique su pesca. Luego le hizo con la mano varias señas, que significaban: "¡Cuélgame algo al cuello!" Y el jeique le colgó al cuello un saco, y el mono saltó de nuevo al mar, y salió con el saco atestado de conchas llenas de perlas más gruesas y más hermosas que las anteriores. Luego volvió a saltar al mar varias veces seguidas, y cada vez iba a entregar al jeique el saco lleno de su pesca maravillosa.

¡Eso fue todo!

Y el jeique y todos los mercaderes estaban en el límite de la estupefacción. Y se decían: "¡No hay poder ni fuerza más que en Alah el Omnipotente! ¡Porque este mono posee secretos que no conocemos nosotros! ¡Pero todo se debe a la suerte de Abu-Mohammad-Huesos-Blandos, el hijo del ventosista!" Tras de lo cual se hicieron a la vela y abandonaron la isla de las perlas. Y después de una navegación excelente, arribaron a Bassra.

En cuanto echó pie a tierra, el jeique Muzaffar fue a llamar a nuestra puerta. Y preguntó desde dentro mi madre: "¿Quién es?" Y contestó él: "¡Soy yo! Abre, ¡oh madre de Abu-Mohammad! ¡Vuelvo de la China!" Y me gritó mi madre: "¡Levántate, Huesos-Blandos! ¡Ahí tienes al jeique Muzaffar, que vuelve de la China! ¡Ve a abrirle la puerta, y a saludarle y a desearle la bienvenida! ¡Y le preguntarás qué te ha traído, confiando en que, por mediación suya, te haya enviado Alah con qué atender a nuestras necesidades!" Y le dije: "Ayúdame a levantarme y a andar!" Y ella lo hizo así. Y enredándome los pies en la orla de mi ropón, me arrastré hasta la puerta, abriéndola.

Y entró en el vestíbulo el jeique Muzaffar seguido de sus esclavos, y me dijo: "¡La zalema y la bendición con aquel cuyos cinco dracmas han dado buena suerte a nuestro viaje! ¡He aquí, ¡oh hijo mío! lo que ese dinero te ha proporcionado!" E hizo poner en fila en el vestíbulo los sacos de perlas, me entregó el oro que le dieron los mercaderes, y me puso en la mano la cuerda con que estaba atado el mono. Luego me dijo: "¡Ahí tienes todo lo que te han proporcionado los cinco dracmas! ¡En cuanto a este mono, ¡oh hijo mío! no le maltrates, porque es un mono de bendición!" Y se despidió de nosotros y se marchó con sus esclavos.

Entonces ¡oh Emir de los Creyentes! me encaré con mi madre, y le dije: "¡Ya ves ¡oh madre mía! quién de nosotros tenía más razón! Tú me has torturado la vida, diciéndome todos los días: "¡Levántate, Huesos-Blandos, y trabaja!"

Y yo te decía: "¡Quién me ha creado, me hará vivir!" Y me contestó mi madre: "¡Tienes razón, hijo mío! ¡Cada cual lleva colgado al cuello su destino, y haga lo que haga, no escapará a él!"

Luego me ayudó a contar las perlas y a clasificarlas según su tamaño y su hermosura.

Y abandoné la holgazanería y la pereza, y empecé a ir todos los días al zoco para vender las perlas a los mercaderes. Y logré un beneficio inmenso, que me permitió comprar tierras, casas, tiendas, jardines, palacios y esclavos y esclavas y mozos jóvenes.

Y he aquí que el mono me seguía a todas partes, y comía de lo que yo comía y bebía de lo que yo bebía, y jamás me perdía de vista. Pero un día, estando yo sentado en el palacio que hice edificar para mí, el mono me hizo señas de que quería un tintero, un papel y un cálamo. Y le llevé las tres cosas. Y cogió el papel, poniéndoselo en la mano izquierda, como hacen los escribas, y cogió el cálamo, mojándolo en el tintero, y escribió: "¡Oh Abu-Mohammad! ¡ve a buscarme un gallo blanco! ¡Y ven a reunirte conmigo en el jardín!" Y cuando leí aquellas líneas, fui a buscar un gallo blanco, y corrí al jardín para dárselo al mono, a quien encontré con una serpiente entre sus manos. Y cogió el gallo y le azuzó hacia la serpiente. Y al punto empezaron a pelearse ambos animales, y el gallo acabó por vencer y matar a la serpiente. Luego, al revés de lo que hacen los gallos, la devoró por completo.

Entonces el mono cogió al gallo, le arrancó todas las plumas, y las plantó una tras otra en el jardín. Después mató al gallo y con su sangre regó todas las plumas. Y cogió la molleja del gallo, la limpió y la puso en medio del jardín. Tras de lo cual...


En este momento de su narración, Schehrazada vio aparecer la mañana, y se calló discretamente.



Y cuando llegó la 671ª noche

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La pequeña Doniazada dijo a su hermana: "¡Oh hermana mía! ¡por favor, date prisa a decirnos qué hizo el mono de Abu-Mohammad después de plantar en el jardín las plumas del gallo y de regarlas con la sangre del gallo!" Y dijo Schehrazada: "¡De todo corazón amistoso!" Y continuó así:

"... Cogió la molleja del gallo, la limpió y la puso en medio del jardín. Tras de lo cual fué ante cada pluma, hizo crujir sus mandíbulas lanzando algunos gritos que no pude comprender y volvió a mí para dar un salto prodigioso que le alzó del suelo y le hizo desaparecer de mi vista por los aires. Y al mismo tiempo, en el jardín todas las plumas del gallo se convirtieron en árboles de oro con ramas y hojas de esmeraldas y aguamarinas que a manera de frutas ostentaban rubíes, perlas y toda clase de pedrerías. Y la molleja del gallo se convirtió en este pabellón maravilloso que me he permitido ofrecerte con tres árboles de mi jardín, ¡oh Emir de los Creyentes!

Entonces, rico ya con aquellos bienes inestimables, de los que cada piedra valía un tesoro, pedí en matrimonio a la hija del cherif de Bassra, descendiente de nuestro Profeta. Y cuando hubo visitado mi palacio y mi jardín, el cherif me concedió su hija. ¡Y ahora vivo con ella entre delicias y felicidades! ¡Y todo fué debido a que durante mi juventud tuve confianza en la generosidad sin límites del Retribuidor, que jamás abandona en la necesidad a sus creyentes!"

Cuando el califa Harún Al-Raschid hubo oído esta historia, maravillóse hasta el límite de la maravilla, y exclamó: "¡Los favores de Alah son ilimitados!" Y retuvo al lado suyo a Abu-Mohammad para que dictara a los escribas de palacio esta historia. Y no le dejó partir de Bagdad hasta verle colmado de honores y de regalos de una magnificencia igual a la de que su huésped había hecho alarde para con él.

¡Pero Alah es más generoso y más poderoso!


Cuando el rey Schahriar oyó esta historia, dijo a Schehrazada: "¡Oh Schehrazada! ¡me satisface esa historia por su moraleja!" Y Schehrazada dijo: "¡Está bien, ¡oh rey! pero nada es comparada con la que quiero contarte esta noche!"

Y dijo...



Historia del joven Nur y de la Franca Heroica

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Y dijo Schehrazada:

He llegado a saber, ¡oh rey afortunado! que en la antigüedad del tiempo y el pasado de la edad y del momento, había en el país de Egipto un hombre entre los notables, llamado Corona, que se pasó la vida viajando por tierra y por mar, por islas y desiertos, y por comarcas conocidas y desconocidas, sin temor ni peligros, ni fatigas, ni tormentos, y afrontando riesgos tan horribles, que con oírlos solamente, hasta a los niños se les pondrían blancos del todo los cabellos. Pero, rico ya, dichoso y respetado, el mercader Corona había renunciado a los viajes para vivir dentro de su palacio en la serenidad, sentado a su gusto en el diván y con la frente ceñida por su turbante de muselina blanca inmaculada. Y nada le faltaba para la satisfacción de sus deseos. Porque los palacios de reyes y sultanes no podían competir en magnificencia con los aposentos de él, con sus armarios y sus cofres, llenos de suntuosidades, de trajes de Mordín, de telas de Baalbeck, de sedas de Homs, de armas de Damasco, de brocatos de Bagdad, de gasas de Mossul, de mantos del Magreb y bordados de la India. Y poseía gran número de esclavos negros y esclavos blancos, mamelucos turcos, concubinas, eunucos, caballos de raza y mulas, camellos de la Bactriana y dromedarios de carrera, mozuelos de Grecia y de Siria, jovenzuelas de Circasia, eunucos pequeños de Abisinia, y mujeres de todos los países. Y por tanto, era sin duda alguna el mercader más satisfecho y más honrado de su tiempo.

Pero el bien más preciado y la cosa más espléndida que poseía el mercader Corona, lo constituía su propio hijo, joven de catorce años, que era indiscutiblemente, y con mucho, más hermoso que la luna en su décimocuarto día. Pues nada, ni la lozanía de la primavera, ni los ramajes flexibles del árbol ban, ni la rosa en su cáliz, ni el alabastro transparente, igualaba a la delicadeza de su adolescencia feliz, a la soltura de sus andares, a los tiernos colores de su rostro y a la blancura pura de su cuerpo encantador. Y por cierto que, inspirado en sus perfecciones, le ha cantado así el poeta:


¡Mi joven amigo, que tan hermoso es!, me ha dicho: "¡Oh poeta! ¡te falta elocuencia!" Yo le digo: "¡Oh mi señor! ¡la elocuencia nada tiene que hacer en nuestro caso! ¡Tú eres el rey de la belleza, y en ti es todo igualmente perfecto!


¡Pero -si se me permite tener una preferencia- ¡oh, qué hermosa es en tu mejilla esa mancha negra, gota de ámbar sobre una mesa de mármol blanco! ¡Y he aquí los alfanjes de tus pupilas, que declaran la guerra a los indiferentes!"


Y ha dicho otro poeta:


¡En el rumor de un combate, pregunté a los que se mataban: "¿Por qué vertéis esa sangre?" Me dijeron: "¡Por los hermosos ojos del adolescente!"


Y ha dicho un tercero:


¡Por sí mismo viene él a visitarme, y al verme todo conmovido y turbado, dice: "¿Qué te pasa? ¿Qué te pasa?" Yo le digo: "¡Aleja las flechas de tus ojos adolescentes!"


Y ha dicho otro:


¡Lunas y gacelas vienen a competir con él en encantos y en belleza; pero yo les digo: "¡Oh gacelas! ¡huid pronto y no os comparéis con ese cervatillo! ¡Y vosotras, ¡oh lunas! absteneos! ¡Son inútiles todos vuestros esfuerzos!"


Y ha dicho otro:


¡Esbelto jovenzuelo! ¡Lo negro de su cabellera y la blancura de su frente sumen respectivamente al mundo en la noche y en el día!


¡Oh! ¡No despreciéis el grano de belleza de su mejilla! ¡No es hermosa en su rojo esplendor la tierna anémona más que a causa de la gota negra que adorna su corola!


Y ha dicho otro:


¡Al contacto de su rostro, se purifica el agua de la belleza! ¡Y sus párpados suministran a los arqueros flechas para traspasar el corazón de sus enamorados! Pero loadas sean tres perfecciones; ¡su belleza, su gracia y mi amor!


¡Sus ropas ligeras dibujan los contornos de sus graciosas nalgas, cual nubes transparentes dejan divisar la dulce imagen de la luna! Loadas sean estas tres perfecciones: ¡sus ropas ligeras, sus graciosas nalgas y mi amor!


¡Negras son las pupilas de sus ojos, negra la mancha que adorna su mejilla, y también negras mis lágrimas! ¡Loadas sean por su perfecta negrura!


¡Su frente, las facciones tan finas de su rostro y mi cuerpo consumido por su amor, se asemejan al final del cuarto creciente de la luna: ellas, por su brillo, y mi cuerpo consumido, por la forma. ¡Loadas sean sus perfecciones!


¡Aunque están empapadas con mi sangre, no han envejecido sus pupilas y siguen siendo suaves como el terciopelo! ¡Loadas sean por tres veces sus pupilas!


¡El día de nuestra unión aplacó él mi sed con la pureza de sus labios y de su sonrisa! ¡Ah! ¡yo le doy, en cambio, para que use de ella a discreción, mis bienes, mi sangre y mi vida! ¡Y loados sean por siempre sus labios puros y su sonrisa!


Finalmente, ha dicho un poeta, entre otros mil que le han cantado:


¡Por los arcos abovedados que resguardan sus ojos, y por sus ojos, que disparan los dardos encantadores de sus visuales;


Por sus formas delicadas; por la cortante cimitarra de sus miradas; por la suprema elegancia de su porte; por el color de su negra cabellera;


Por sus ojos lánguidos que arrebatan el sueño y dictan la ley en el imperio del amor;


Por los bucles de sus cabellos, comparables a escorpiones, que clavan en los corazones dardos de desesperación;


Por las rosas y los lirios que florecen en sus mejillas; por los rubíes de sus labios, en que brilla la sonrisa; por sus dientes de perlas deslumbrantes;


Por el suave olor de sus cabellos; por los ríos de vino y de miel que fluyen de su boca cuando habla;


Por la rama de su talle flexible; por su andar ligero; por su grupa fastuosa, que tiembla cuando anda o cuando está en reposo;


Por la seda de su piel de albaricoque; por las gracias y la elegancia que acompañan a sus pasos;

Por la afabilidad de sus maneras, el sabor de sus palabras, la nobleza de su nacimiento y la cuantía de su fortuna;


¡Por todos estos raros dones, juro que el sol de mediodía es menos resplandeciente que su rostro; que la luna nueva no es más que una recortadura de sus uñas; que el olor del almizcle es menos dulce que su aliento, y que la brisa embalsamada roba el perfume de su cabellera!


Y he aquí que un día en que el admirable joven, hijo de Corona el mercader, estaba sentado en la tienda de su padre, algunos jóvenes amigos suyos fueron a charlar con él, y le propusieron...

En este momento de su narración, Schehrazada vio aparecer la mañana, y se calló discretamente.



Y cuando llegó la 672ª noche

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Ella dijo:

"... Y he aquí que un día en que el admirable joven, hijo de Corona el mercader, estaba sentado en la tienda de su padre, algunos jóvenes amigos suyos fueron a charlar con él, y le propusieron ir a pasearse a un jardín de la propiedad de uno de ellos, y le dijeron: "¡Oh Nur, ya verás qué hermoso es ese jardín!" Y les contestó Nur: "¡Está bien! Pero antes tengo que pedir permiso a mi padre". Y fué a pedir a su padre el tal permiso. Y el mercader Corona no puso dificultades, y además de conceder a Nur la autorización, le dió una bolsa llena de oro para que no fuese a expensas de sus camaradas.

Entonces Nur y los jóvenes montaron en mulas y asnos, y llegaron a un jardín que encerraba cuanto puede halagar los ojos y endulzar la boca. Y entraron por una puerta abovedada, hermosa cual la puerta del Paraíso, formada por listas alternadas de mármoles de color y sombreada por parras trepadoras cargadas de uvas rojas y negras, blancas y doradas, como ha dicho el poeta:


¡Oh racimos de uvas llenas de vinos, deliciosas cual sorbetes y vestidas de negro como cuervos!


¡Brillando entre las sombrías hojas, parecéis tiernos dedos femeninos frescamente teñidos de henné;


Y de todas maneras nos embriagáis: ¡Si colgáis de las cepas con gracia, nos arrebatáis el alma con vuestra hermosura; si descansáis en el fondo del lagar, os transformáis en una miel embriagadora!


Y cuando entraron, vieron encima de aquella puerta abovedada estos versos grabados en hermosos caracteres azules:


¡Ven, amigo! ¡si quieres disfrutar de la hermosura de un jardín, ven a mirarme!


¡Tu corazón olvidará sus penas al fresco contacto de la brisa que constantemente corre por mis avenidas, a la vista de las flores que me visten con sus lindos ropajes y sonríen en sus mangas de pétalos!


¡El cielo generoso riega con abundancia mis árboles de ramas inclinadas bajo el peso de sus frutos! ¡Y cuando los ramajes se balanceen bailando entre los dedos del céfiro, verás a las Pléyades arrojarles, entusiasmadas, el oro líquido y las perlas de las nubes a manos llenas!

¡Y si fatigado de jugar con los ramajes, el céfiro los abandona para acariciar la onda de los arroyos que corren a su encuentro, le verás dejarlos en seguida para ir a besar en la boca a mis flores!


Cuando hubieron franqueado aquella puerta, vieron al guarda del jardín sentado bajo el enrejado de parras trepadoras y hermoso cual el ángel Rizán, que guarda los tesoros del Paraíso. Y se levantó en honor suyo, y fue a ellos, y tras de las zalemas y los deseos de bienvenida, les ayudó a descender de sus monturas, y quiso servirles por sí mismo de guía para mostrarles con todos sus detalles las bellezas del jardín. Y pudieron así admirar las claras aguas que serpenteaban entre las flores y las abandonaban con pena, las plantas cargadas de perfumes, los árboles fatigados de tanta fruta, los pájaros cantores, los boscajes de flores, los arbustos de especies, todo cuanto convertía a aquel jardín en una parte suelta de los jardines edénicos. Pero lo que les encantaba por encima de toda ponderación, era el espectáculo, a ningún otro parecido, de los árboles frutales milagrosos, cantados respectivamente por todos los poetas, como atestiguan entre mil estos diversos poemas:


Las granadas

¡Deliciosas, de corteza pulida, granadas entreabiertas, caras de rubíes encerradas en membranas de plata, sois gotas cuajadas de una sangre virginal!


¡Oh granadas de piel fina, senos de adolescentes erguidas que adelantaran el pecho en presencia de los machos!


¡Cúpulas! ¡cuando os miro, aprendo arquitectura, y si os como, sano de todas las enfermedades!


Las manzanas

¡Bellas de rostro exquisito, ¡oh manzanas dulces y almizcladas! sonreís al mostrar en vuestros colores rojos y amarillos, respectivamente, la tez de un amante dichoso y la de un amante desdichado; y en vuestro doble rostro unís el rubor a un amor sin esperanza!


Los albaricoques

Albaricoques de almendras sabrosas, ¿quién podrá poner en duda vuestra excelencia? ¡Cuando estáis sin granar aún, sois flores semejantes a estrellas, y cuando sois frutas maduras entre el follaje, redondas y completamente de oro, se os tomaría por minúsculos soles!


Los higos

¡Oh blancos, oh negros, oh higos bienvenidos a mis bandejas! ¡me gustáis tanto como las blancas vírgenes de Grecia, tanto como las ardientes hijas de Etiopía!


¡Oh amigos míos predilectos! estáis tan seguros de los deseos tumultuosos que me asaltan a vuestra vista, que tomáis una actitud descuidada, ¡oh perezosos!


¡Tiernos amigos, arrugados ya por las desilusiones en las ramas altas que os balancean a merced de todos los vientos, sois dulces y olorosos como la flor seca de la manzanilla!


¡Y entre todos vuestros hermanos, sólo vosotros ¡oh jugosas! sabéis dejar brillar, en el momento del deseo, la gota de jugo hecha con miel y sol!


Las peras

¡Oh jóvenes, todavía vírgenes y un tanto ácidas al paladar! ¡oh sinaíticas, oh jónicas, oh aleppinas!


¡Vosotras que, balanceándoos sobre vuestras espléndidas caderas y colgadas de un tallo tan fino, esperáis a los amantes que os comerán sin duda!

¡Oh peras! amarillas o verdes, gordas o alargadas, de dos en dos en las ramas o solitarias,


¡Siempre sois deseables y exquisitas para nuestro paladar, ¡oh aguanosas, oh buenas, que nos reserváis nuevas sorpresas cada vez que tocamos vuestra carne!


Los alberchigos

¡Resguardamos con el bozo nuestras mejillas para que no nos azote el aire fuerte o cálido! ¡Por todas nuestras caras somos de terciopelo y estamos rojos y redondos por haber rodado durante mucho tiempo entre sangre de vírgenes!


¡Por eso son exquisitos nuestros matices y es nuestra piel tan delicada! ¡Prueba, pues, nuestra carne y muerde en ella clavando bien tus dientes; pero no toques al hueso que tenemos por corazón: ¡te envenenaría!


Las almendras

¡Me dijeron: "Vírgenes tímidas, nos envolvemos en nuestros triples mantos verdes, como las perlas en sus conchas!


¡Y aunque somos muy dulces por dentro, y tan exquisitas para quien sabe vencer nuestra resistencia, queremos ser amargas y duras en apariencia mientras somos jóvenes!


¡Pero, cuando avanzamos en edad, no somos ya tan rigurosas! ¡Estallamos entonces, y nuestro corazón, intacto y blanco, se ofrece con su frescura al caminante!"


Y exclamé: "¡Oh almendras cándidas, oh pequeñuelas que cabéis todas juntas en la palma de mi mano, oh gentiles!


¡Vuestra verde pelusa es la mejilla todavía imberbe de mi amigo; sus grandes ojos alargados están en las dos mitades de vuestro cuerpo, y sus uñas toman su linda forma a vuestra pulpa!


¡Hasta la infidelidad en vosotras se torna cualidad, porque vuestro corazón, tan a menudo doble y compartido, permanece blanco a pesar de todo, al igual de la perla engastada en un trozo de jade!"


Las azufaifas

¡Mira las azufaifas, colgadas de las ramas en racimos con cadenas de flores, como campanillas de oro que besaron los tobillos de las mujeres!


¡Son los frutos del árbol Sidrah que se yergue a la diestra del trono de Alah! ¡Bajo su sombra reposan las huríes! ¡Su madera sirvió para construir las tablas de Moisés; y al pie suyo brotan los cuatro maravillosos manantiales del Paraíso!


Las naranjas

¡Cuando el céfiro sopla sobre la colina, las naranjas se mecen en sus ramas, y ríen con gracia entre el zumbido de sus flores y sus hojas!


¡Parecéis mujeres que un día de fiesta adornan sus cuerpos jóvenes con hermosos trajes de brocato de oro rojo!, ¡oh naranjas!


¡Sois flores por el olor y frutas por el sabor! ¡Y aunque sois globos de fuego, encerráis la frescura de la nieve! ¡Nieve maravillosa que no se derrite en medio del fuego! ¡Maravilloso fuego sin llama y sin calor!


Y si contemplo vuestra piel luciente, ¿me es posible no pensar en mi amiga, la joven de lindas mejillas, cuyo trasero de oro está también granulado?


Las cidras

¡Las ramas de los citroneros se abaten hacia tierra, cargadas con sus riquezas!


¡Y entre las hojas, los pebeteros de oro de las cidras exhalan perfumes que levantan el corazón, y emanaciones que devuelven el alma a los agonizantes!


Los limones

¡Mira estos limones que empiezan a madurar! ¡Es nieve que se tiñe con colores de azafrán; es plata que se convierte en oro; es la luna que se torna en sol!


¡Oh limones, bolas de crisólito, senos de vírgenes, alcanfor puro! ¡Oh limones! ¡Oh limones...!


Los plátanos

¡Plátanos de formas atrevidas, carne mantecosa como un pastel;


¡Plátanos de piel lisa y dulce, que dilatáis los ojos de las jóvenes;


¡Plátanos! ¡Cuando os deslizáis por nuestros gaznates, no herís nuestros órganos satisfechos de sentiros!


¡Ora colguéis del tallo poroso de vuestra madre, pesados cual lingotes de oro,


¡Ora maduréis lentamente en nuestros techos, ¡oh pomos llenos de oro!


¡Siempre sabéis complacer nuestros sentidos! ¡Y entre todas las frutas, sólo vosotros estáis dotados de un corazón compasivo, ¡oh consoladores de viudas y de divorciadas!


Los dátiles

¡Somos los hijos sanos de las palmeras, los beduínos de carne morena! ¡Crecemos escuchando a la brisa tocar sus flautas entre nuestras cabelleras!


¡Desde la infancia, nuestro padre el sol nos ha alimentado con su luz; y durante mucho tiempo nos hemos amamantado en los púdicos pechos de nuestra madre!


¡Somos los preferidos del pueblo libre que levanta sus tiendas espaciosas y no conoce los vestíbulos de los ciudadanos;


¡El pueblo de veloces yeguas, de camellas flacas, de vírgenes arrebatadoras, de generosa hospitalidad y de sólidas cimitarras!


¡Y quien ha disfrutado del reposo a la sombra de nuestras palmas, anhela oírnos murmurar sobre su tumba!


Y tales son, entre millares, algunos de los poemas dedicados a las frutas. Pero se necesitaría toda una vida para decir los versos dedicados a flores como las que encerraba aquel maravilloso jardín: jazmines, jacintos, lirios acuáticos, mirtos, claveles, narcisos y rosas en todas sus variedades.

Pero ya el guarda del jardín había conducido a los jóvenes, por entre las avenidas, a un pabellón hundido en medio del verdor. Y les invitó a entrar allí para descansar, y les hizo sentarse en almohadones de brocato alrededor de un estanque de agua, rogando al joven Nur que se colocara en medio de ellos. Y para que se refrescara el rostro, le ofreció un abanico de plumas de avestruz, en el cual había inscrito este verso...

En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.

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