Pero cuando llegó la 517ª noche

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Ella dijo:

"¡... Nuestro oído y nuestro espíritu te pertenecen! ¡Y henos ya impacientes por escucharte!" Entonces dijo el joven de la tez amarilla: "¡Sabed ¡oh señores! que procedo del país de Omán, donde mi padre era el mercader más importante entre los mercaderes del mar, y poseía en propiedad absoluta treinta navíos cuyo rendimiento anual era de treinta mil dinares. Y mi padre, que era un hombre ilustrado, me hizo aprender la escritura y también cuanto es preciso saber. Tras de lo cual, cuando se acercaba su última hora, me llamó y me hizo recomendaciones que escuché respetuosamente. Luego se lo llevó Alah y acogióle en su misericordia. ¡Ojalá le pluguiera prolongar vuestra vida, ¡oh huéspedes míos!

Pero algún tiempo después de la muerte de mi padre, cuyas riquezas todas poseía yo a la sazón, estaba un día en mi casa sentado entre mis invitados, cuando un esclavo me anunció que a la puerta se hallaba uno de mis capitanes marinos y me traía una cesta con primicias. Y le hice entrar y acepté su regalo, que, efectivamente, consistía en frutos desconocidos en nuestra tierra y del todo admirables en verdad. Y a mi vez le entregué yo cien dinares de oro para demostrarle el gusto que tenía en admitir su obsequio. Luego repartí aquellas frutas a mis invitados, y pregunté al capitán marino: "¿De dónde proceden estas frutas, ¡oh capitán!?" Me respondió: "¡De Bassra y de Bagdad!" Y al oír estas palabras, todos mis invitados empezaron a hacerse lenguas acerca de la tierra maravillosa de Bassra y de Bagdad, encantándome la vida que se hacía allí, la bondad de su clima y la urbanidad de sus habitantes; y no cesaban en sus elogios a este respecto, encareciendo unos las palabras de otro. Y tanto me exalté con todo aquello, que sin más ni más me levanté en aquella misma hora y en aquel instante, y sin poder reprimir mi alma, que deseaba ardientemente el viaje, vendí en subasta mis bienes y mis propiedades, mis mercancías y mis navíos, con excepción de uno solo que reservé para mi uso personal; mis esclavos y mis esclavas, y todo lo convertí en dinero, haciéndome así con una suma de un millar de millares de dinares, sin contar las joyas, las pedrerías y los lingotes de oro que tenía en mis cofres. Tras de lo cual, con mis riquezas reducidas de aquella manera a su peso más ligero, me embarqué en el navío que hube de reservarme, e hice que se diera a la vela para Bagdad.

"Y he aquí que Alah me escribió una travesía dichosa y llegué con mis riquezas sano y salvo a Bassra, donde tomé pasaje en otro navío, remontando el Tigris hasta Bagdad. Allá me informé del paraje que más me convendría habitar y me indicaron el barrio Karkh como el barrio mejor frecuentado y residencia habitual de los personajes importantes. Y fui a aquel barrio y alquilé en la calle Zaafarán una hermosa casa a la que mandé transportar mis riquezas y efectos. Tras de lo cual hice mis abluciones, y con el alma jubilosa y el pecho dilatado por encontrarme al fin en la ilustre Bagdad, cima de mis deseos y envidia de todas las ciudades, me vestí con mis vestiduras más hermosas y salí para pasearme a la ventura por las calles más frecuentadas.

"Precisamente era viernes aquel día, y todos los habitantes estaban con traje de fiesta y se paseaban como yo respirando el aire fresco que venía de las afueras. Y seguí a la muchedumbre y fui por donde ella iba. Y de tal suerte llegué a Karn-al-Sirat, término habitual de los paseantes de Bagdad. Y en aquel sitio, entre diversos edificios muy hermosos, vi una edificación más hermosa que las otras y cuya fachada daba al río. Y en el umbral de mármol vi sentado y vestido de blanco un viejo que era muy venerable de aspecto, con una barba blanca que le bajaba hasta la cintura dividiéndose en dos ramales iguales de filigrana de plata. Y le rodeaban cinco jóvenes bellos como lunas y perfumados, como él, con esencias escogidas.

"Entonces, conquistado por la hermosa fisonomía del anciano blanco y por la belleza de los jóvenes, pregunté a un transeúnte: "¿Quién es ese venerable jeique? ¿Y cuál es su nombre?"

Me contestaron: "¡Es el jeique Taher Abul-Ola, el amigo de la gente joven! ¡Y cuántos entran en su casa pueden comer, beber y divertirse con los jóvenes o las jóvenes que constantemente habitan en ella...


En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discreta.



Pero cuando llegó la 518ª noche

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Ella dijo:

"¡... Y cuantos entran en su casa pueden comer, beber y divertirse con los jóvenes o las jóvenes que constantemente habitan en ella!" Y al oír estas palabras, me dije, entusiasmado hasta el límite del entusiasmo: "¡Gloria a Quien me puso en el camino de ese jeique de buen augurio desde que desembarqué del navío, pues que no vine a Bagdad desde mi país más que para dar con un hombre como ése!" Y me adelanté hacia el anciano, y después de desearle la paz, le dije: "¡Oh mi señor, tengo algo que pedirte!" Y me sonrió cual sonreiría a su hijo un padre, y me contestó: "¿Y qué deseas?" Dije: "¡Deseo vivamente ser huésped tuyo esta noche!" Volvió a mirarme y contestó: "¡Con la amistad cordial y generosidad!"

Luego añadió: "Esta noche ¡oh hijo mío! me llegan unas jóvenes cuyo precio, por la velada, varía según sus méritos. Unas cuestan diez dinares por velada, otras veinte y otras llegan a costar cincuenta y cien dinares por velada. ¡Tú escogerás!" Contesté: "¡Por Alah, que quiero probar una de las que no cuestan más que diez dinares por velada! ¡Después, Alah Karim!"

Luego añadí: "¡He aquí trescientos dinares para un mes, porque una buena prueba exige un mes!"

Y conté los trescientos dinares y los pesé en la balanza que tenía a su lado. Entonces llamó a uno de los jóvenes que estaban allí y le dijo: "¡Conduce a tu amo!" Y el joven me cogió de la mano y me llevó primero al hammam de la casa, donde me dió un baño excelente y me prodigó los cuidados más atentos y más minuciosos. Tras de lo cual me condujo a un pabellón y llamó a una de las puertas.

"Y al punto abrió una joven de rostro risueño y lleno de buen augurio, que me acogió con gesto amable. Y le dijo el joven: "¡Te confío a tu huésped!" Y se retiró. Entonces me cogió ella de la mano que el joven acababa de entregarle, y me introdujo en una estancia de milagroso decorado, en el umbral de la cual nos recibieron dos esclavitas destinadas a su servicio y bonitas como estrellas. Y miré con más atención a su ama, la joven, y así me aseguré que verdaderamente era la luna llena. Me invitó entonces a sentarme y se sentó a mi lado, luego hizo una seña a las dos pequeñuelas, que al punto nos llevaron una bandeja grande de oro, en la cual se asentaban pollos asados, carnes asadas, codornices asadas, pichones asados y gallos salvajes asados. Y comimos hasta la saciedad. ¡Y en mi vida hube de gustar manjares más deliciosos que aquellos, ni beber bebidas más sabrosas que las que me sirvió ella cuando quitaron la bandeja de manjares, ni respirar flores más suaves, ni endulzarme con frutas, confituras y pastelerías tan extraordinarias! Y alardeó luego ella de tanta amabilidad, de tanto encanto y de tantas caricias voluptuosas, que pasé en su compañía el mes entero sin darme cuenta de cómo huían los días.

"Al terminarse el mes, fué en mi busca el esclavito y me llevó al hammam, de donde salí para ver al jeique blanco, y decirle: "¡Oh mi señor! ¡deseo una de las que cuestan veinte dinares por velada!" Me contestó: "¡Pesa el oro!" Y fui a mi casa a buscar el oro, y volví para pesarle seiscientos dinares por un mes de prueba con una joven de veinte dinares por velada. Y llamó él a uno de los jóvenes, y le dijo: "¡Conduce a tu amo!" Y el joven me llevó al hammam, donde me atendió mejor todavía que la primera vez, y luego me hizo penetrar en un pabellón cuya puerta estaba guardada por cuatro esclavitas que corrieron a prevenir a su ama en cuanto nos divisaron. Y se abrió la puerta y vi aparecer a una joven cristiana del país de los francos, mucho más bella que la primera y vestida más ricamente. Y me cogió ella de la mano, sonriéndome, y me introdujo en su estancia, que hubo de asombrarme por la riqueza de su decorado y de sus pinturas. Y me dijo: "¡Bien venido sea el huésped encantador...


En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discreta.



Y cuando llegó la 519ª noche

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Ella dijo:

"¡... Bien venido sea el huésped encantador!" Y después de servirme manjares y bebidas aun más extraordinarias que la primera vez, como tenía hermosa voz y sabía acompañarse con instrumentos armónicos, quiso embriagarme más todavía de lo que ya estaba, y cogiendo un laúd persa, cantó:


"¡Oh suaves perfumes de las tierras en que se alza Babilonia, llevad con la brisa un mensaje a mi bien amado!


¡Lejos, en lugares encantados, habita la que lleva la turbación al alma de los amantes, y los inflama sin concederles el don que aplaca los deseos!


Por lo que a mí respecta, ¡oh mis señores! me pasé el mes entero con esta hija de los francos, y he de confesaros que la encontré infinitamente más experta en movimientos que mi primera amante. Y en verdad que comprobé no había pagado a un precio exagerado las delicias que me hizo experimentar desde el primer día hasta el trigésimo.

Así es que cuando volvió por mí el joven para llevarme al hammam, no dejé de ir en busca del jeique blanco y de cumplimentarle, por la elección llena de acierto que hacía de sus jóvenes, y le dije: "¡Por Alah, ¡oh jeique! que quiero habitar siempre en tu generosa casa, donde se encuentra la alegría de los ojos, las delicias de los sentidos y el encanto de una sociedad escogida!"

Y el jeique quedó muy satisfecho de mis alabanzas, y para demostrarme su contento, me dijo: "Esta noche ¡oh huésped mío! es para nosotros una noche de fiesta extraordinaria; y sólo tienen derecho a tomar parte en esa fiesta los clientes distinguidos de mi casa. Y la llamamos la noche de las Visiones espléndidas. ¡No tienes, pues, más que subir a la terraza y juzgar por tus propios ojos!"

Y di las gracias al anciano y subí a la terraza.

"Y he aquí que la primera cosa que advertí, una vez que estuve en la terraza, fué una gran cortina de terciopelo que dividía la terraza en dos partes. Y detrás de esta cortina, iluminados por la luna, estaban tendidos sobre hermoso tapiz, uno junto a otro, dos bellos jóvenes, una joven y su amante, que se besaban con los labios en los labios. Y a la vista de la joven y de su belleza sin igual, me quedé aturdido y maravillado, y permanecí mucho tiempo mirándola sin respirar, no sabiendo ya dónde me encontraba. Por fin logré salir de mi inmovilidad, y como no podía estar tranquilo mientras no supiese quién era ella, descendí de la terraza y corrí en busca de la joven con quien acababa de pasar un mes de amor; y le conté lo que venía de ver. Y notó ella el estado en que yo me hallaba, y me dijo:

"¿Pero qué necesidad tienes de preocuparte por esa joven?"

Contesté: "¡Por Alah, que me ha arrebatado la razón y la fe!"

Ella me dijo sonriendo: "¿Deseas, entonces, poseerla?"

Contesté: "¡Tal es la aspiración de mi alma, porque en mi corazón reina esa joven!"

Ella me dijo: "¡Pues bien, sabe que esa joven es la propia hija de nuestro amo el jeique Taher Abul-Ola, y todas somos esclavas a sus órdenes!

¿Sabes cuánto cuesta pasar con ella una noche?" Contesté: "¿Cómo he de saberlo?" Ella me dijo: "¡Quinientos dinares de oro! Es una fruta digna de la boca de los reyes". Contesté: "¡Ualah! ¡Dispuesto estoy a gastar toda mi fortuna por poseerla, aunque no sea más que una velada!" Y dejé transcurrir toda aquella noche sin pegar un ojo de tanto como trabajó mi espíritu pensando en ello.

"Así es que al día siguiente me apresuré a ponerme mis ropas más hermosas, y ataviado como un rey, me presenté al jeique Taher, padre de la joven, y le dije: "¡Deseo a aquella cuya noche es de quinientos dinares!" Me contestó: "¡Pesa el oro!" Y al punto le pesé el precio de las treinta noches, que hacía un total de quince mil dinares.

Y los cogió, y dijo a uno de los mozos: "Conduce a tu amo al lado de tu ama". Y el mozo me llevó consigo, y me hizo entrar en un aposento tal, que jamás mis ojos jamás habían visto semejante en belleza y en riqueza sobre la faz de la tierra. Y vi a la joven, sentada perezosamente con un abanico en la mano, y de improviso se me quedó estupefacto de admiración el espíritu, ¡oh mis huéspedes honorables...


En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discreta.



Y cuando llegó la 520ª noche

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Ella dijo:

"... y de improviso se me quedó estupefacto de admiración el espíritu, ¡oh mis huéspedes honorables! ¡Porque era ella verdaderamente cual la luna en su décimocuarto día, y sólo con el modo que tuvo de corresponder a mi zalema, acabó de arrebatarme la razón a causa del tono de su voz, más melodiosa que los acordes del laúd; y toda ella era hermosa, y graciosa y simétrica por todos lados, en verdad! Y sin ninguna duda a ella se refieren estos versos del poeta:


¡La hermosa! ¡Si apareciese en medio de los infieles, abandonarían por ella sus ídolos y la adorarían como a única divinidad!


¡Si sobre el mar se mostrara ella desnuda por completo, sobre el mar de olas amargas y saladas, se endulzaría el mar con la miel de su boca!


¡Si desde Oriente se mostrara a algún monje cristiano de Occidente, es seguro que el monje abandonaría el Occidente y volverá hacia Oriente sus miradas!


¡Pero yo que la vi en la oscuridad iluminada por sus ojos, me grité a mí mismo: “¡Oh noche! ¿Qué veo? ¿Es una aparición ligera que me engaña, o es una virgen intacta que reclama un copulador?"


Y vi que al oír estas palabras, apretaba con su mano la flor que tiene en medio, y me decía suspirando con tristes y dolorosos suspiros:

"¡Los dientes hermosos, para parecer lo bastante hermosos, necesitan que se los frote con el tallo aromático! ¡Y el zib es a las vulvas hermosas lo que a los dientes jóvenes es el tallo aromático. ¡Oh musulmanes, ayudadme! ¿Es que no hay en vosotros un zib Superior que sepa tenerse en pie?"


¡Entonces sentí que mi zib crujía en sus coyunturas y me levantaba la túnica para adquirir un impulso triunfante! ¡Y en su lenguaje dijo a la bella: "¡Hele aquí! ¡Hele aquí!"


¡Entonces rasgué sus velos! ¡Pero ella tuvo miedo, y me dijo: "¿Quién eres?" Contesté: "¡Un valiente cuyo zib erguido acaba de responder a tu llamamiento!"


¡Y la asalté sin más tardanza, y mi zib, poderoso como un brazo la Apuntaba triunfalmente entre los muslos!


¡De modo que cuando acabé de meter el tercer clavo, me dijo ella: "¡Más adentro, ¡oh valiente! más adentro!" Y contesté: "¡Más adentro, ¡oh dueña mía! ¡más adentro! ¡Ya llegó!"


"Y he aquí que la deseé la paz, y correspondió ella a mi deseo, lanzándome miradas de una languidez acerada, y me dijo: "¡Amistad, comodidad y generosidad al huésped!" Y me cogió de la mano, ¡oh mis señores! y me hizo sentarme junto a ella; y entraron unas jóvenes de senos hermosos y nos sirvieron en bandejas los refrescos de bienvenida y frutas exquisitas, conservas selectas y un vino delicioso como no se bebe más que en los palacios de los reyes; y nos ofrecieron rosas y jazmines, mientras a nuestro alrededor exhalaban sus suaves perfumes los arbustos odoríferos y los áloes que ardían en los pebeteros. Después una de las esclavas le llevó un estuche de raso, del cual extrajo ella un laúd de marfil, que templó, y cantó estos versos:


¡No bebas el vino más que cuando te lo brinde la mano de un tierno jovenzuelo; pues si el vino produce embriaguez, el jovenzuelo hace mejorar el vino!


¡Porque el vino no procura delicias a quien lo bebe, a menos que el copero tenga mejillas en que brillen puras rosas, cándidas y frescas!


"Y he aquí ¡oh huéspedes míos! que me enardecí tras estos preludios, y mi mano se tornó audaz, y mis ojos y mis labios la devoraban; y le encontré cualidades tan extraordinarias de saber y belleza, que no solamente me pasé con ella el mes que había pagado, sino que seguí pagándole a su padre el anciano blanco un mes tras de otro mes, y así sucesivamente durante un largo transcurso de tiempo, hasta que, a causa de aquellos dispendios considerables, no me quedó ni un solo dinar de todas las riquezas que había traído conmigo del país de Omán, mi patria. Y al pensar entonces en que muy pronto me vería forzado a separarme de ella, no pude impedir que corrieran mis lágrimas a ríos por mis mejillas, y no supe distinguir ya el día de la noche...


En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente



Pero cuando llegó la 521ª noche

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Ella dijo:

"... no pude impedir que corrieran mis lágrimas a ríos por mis mejillas, y no supe distinguir ya el día de la noche. Y al verme así bañado en lágrimas, me dijo ella: "¿Por qué lloras?"

Yo dije: "¡Oh dueña mía! porque no tengo dinero, y ha dicho el poeta:


¡La penuria nos hace extranjeros en nuestras propias moradas, y el dinero nos da una patria en el extranjero!


¡Por eso ¡oh luz de mis ojos! lloro temiendo verme separado de ti por tu padre!"

Ella me dijo: "Has de saber, sin embargo, que cuando uno de los clientes de la casa se arruina en la casa, mi padre acostumbra a darle hospitalidad durante tres días más con toda la largueza deseable y sin privarle de ninguno de los agasajos habituales, tras de lo cual le ruega que se vaya y no vuelva a aparecer por la casa! ¡En cuanto a ti, querido mío, como en mi corazón hay para ti un amor grande, no tengo ningún temor por eso, pues encontré un medio de retenerte aquí todo el tiempo que quieras, ¡lnschalah! Porque en mis propias manos tengo toda mi fortuna personal, y mi padre ignora la inmensidad de su cuantía. Así es que todos los días te daré un saco con quinientos dinares, importe de una velada; y se lo entregarás a mi padre, diciéndole: "¡En adelante te pagaré las veladas día por día!" Y mi padre aceptará esa condición, creyéndote solvente; y según acostumbra, vendrá a entregarme esa suma que me corresponde; y yo te la daré de nuevo, a fin de que le pagues otra velada; ¡y obraremos así mientras quiera Alah y no te aburras tú conmigo!"

"Entonces ¡oh huéspedes míos! me sentí ligero como los pájaros en mi alegría, y le di las gracias y le besé la mano; luego viví con ella durante un año en aquel estado de cosas, como el gallo en el gallinero.

"Pero al cabo de este tiempo quiso la suerte nefasta que en un acceso de cólera mi bien amada se enfureciera con una de sus esclavas y le pegase dolorosamente; y la esclava exclamó: "¡Por Alah, que te maltrataré el corazón como tú me has maltratado!" Y al instante corrió en busca del padre de mi amiga, y se lo reveló todo desde el principio hasta el fin.

"Cuando el viejo Taher Abul-Ola oyó el discurso de la esclava, saltó sobre sus pies y corrió a buscarme, mientras yo, al lado de mi amiga, me disponía a entregarme a diversos escarceos de primera calidad, ignorante todavía de lo que pasaba, y me gritó él: "¡Hola, amigo!" Contesté: "A tus órdenes, ¡oh tío mío!" Me dijo él: "Nuestra costumbre aquí; cuando un cliente se arruina, es albergar durante tres días a ese cliente sin privarle de nada. ¡Pero tú te estás aprovechando escandalosamente de nuestra hospitalidad hace ya un año, comiendo, bebiendo y copulando a tu antojo!"

Luego se encaró con sus esclavos, y les gritó: "¡Echad de aquí a ese hijo de perra!" Y se apoderaron de mí, y completamente desnudo, me plantaron en la puerta, poniéndome en la mano diez monedas pequeñas de plata y dándome un capote viejo remendado y hecho jirones para que cubriera mi desnudez. Y me dijo el jeique blanco: "¡Vete! ¡no quiero hacer que te den una paliza ni injuriarte! ¡Pero date prisa a desaparecer, porque si tienes la desgracia de permanecer aún en Bagdad, nuestra ciudad, va a chorrear tu sangre por encima de tu cabeza!"

"Entonces ¡oh huéspedes míos! me vi obligado a salir a despecho de mi nariz, sin saber adónde encaminarme por esta ciudad que yo no conocía, aunque habitase en ella desde hacía quince meses. ¡Y sentí que sobre mi corazón se abatían pesadamente todas las calamidades del mundo y sobre mi espíritu la desesperación, las tristezas y las preocupaciones!" Y dije para mi ánima: "¿Es posible que yo, que vine aquí cruzando los mares con mil millares de dinares de oro y además el importe de la venta de mis treinta navíos, haya podido gastar toda esta fortuna en la casa de ese calamitoso viejo de betún, para salir ahora de ella completamente desnudo y con el corazón roto y el alma humillada? ¡Pero no hay recurso ni poder más que en Alah el Glorioso, el Altísimo!"

Y cuando, absorto en tan aflictivos pensamientos, llegué a orillas del Tigris, vi un navío que iba a salir con rumbo a Bassra. Y me embarqué a bordo de aquel navío, ofreciendo mis servicios como marinero al capitán, con el fin de pagar de alguna manera mi pasaje. Y de tal suerte llegué a Bassra.

"Allá me dirigí al zoco sin tardanza, porque me torturaba el hambre, y fui advertido...


En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discreta.



Y cuando llegó la 522ª noche

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Ella dijo:

"... Allá me dirigí al zoco sin tardanza, porque me torturaba el hambre, y fui advertido por un vendedor de especias, que se acercó vivamente a mí y se me arrojó al cuello besándome, y se me dió a conocer como un antiguo amigo de mi padre; luego me interrogó acerca de mi estado. Y le conté cuanto me había sucedido, sin omitir un detalle. Y me dijo: "¡Ualah! ¡no son de un hombre sensato esos actos!

Pero ahora, puesto que lo pasado ya ha pasado, ¿qué piensas hacer?" Contesté: "¡No sé!"

El me dijo: "¿Quieres quedarte conmigo? Y como sabes escribir, ¿quieres registrar las entradas y salidas de mis abastos y percibir como salario un dracma de plata diario, además de tu alimento y tu bebida?" Y acepté dándole gracias, y viví con él en calidad de escriba de entradas y salidas de las ventas y compras. Y estuve con aquel empleo en su casa el tiempo suficiente para ahorrar la suma de cien dinares.

"Entonces alquilé por mi cuenta un pequeño local a orillas del mar, a fin de aguardar allí la llegada de algún navío cargado con mercancías de lugares lejanos, de las cuales compraría con mi dinero las necesarias para hacer un acopio bueno que vendería en Bagdad, adonde quería volver con la esperanza de hallar ocasión de ver a mi amiga. "

Quiso la suerte que un día llegara de parajes lejanos un navío cargado con las mercancías que yo deseaba; y me uní a otros mercaderes, encaminándome al navío, y subí a bordo. Y he aquí que del fondo del navío salieron dos hombres, sentándose en dos sillas e instalando ante nosotros sus mercancías. ¡Y qué mercancías! ¡Y qué deslumbramiento de los ojos! ¡No vimos allá nada más que joyas, perlas, coral, rubíes, ágatas, jacintos y pedrerías de todos colores! Y entonces uno de ambos hombres se encaró con los mercaderes de tierra, y les dijo: "¡Oh asamblea de mercaderes, hoy no se va a vender todo esto, porque todavía estoy fatigado del mar; no lo saqué más que para daros una idea de lo que será la venta de mañana!" Pero los mercaderes le apremiaron de tal modo, que se avino a comenzar inmediatamente la venta, y el pregonero se puso a pregonar la tasa de las pedrerías, especie por especie. Y los mercaderes empezaron a aumentar sus pujas uno tras de otro hasta que el primer saco de pedrerías alcanzó el precio de cuatrocientos dinares. En aquel momento, el propietario del saco, que en otro tiempo me había conocido en mi país cuando mi padre estaba a la cabeza del comercio de Omán, se encaró conmigo, y me preguntó: "¿Por qué no dices nada ni pujas sobre la tasa, como los demás mercaderes?"

Contesté: "¡Por Alah, ¡Oh mi amo! que en este mundo ya no tengo más bienes que la suma de cien dinares!" Y al decir estas palabras, me quedé muy confuso, y de mis ojos gotearon lágrimas. Y al ver aquellas, el propietario del saco dió una palmada y exclamó, lleno de sorpresa: "¡Oh omaní! ¿cómo de una fortuna tan inmensa no te quedan más que cien dinares?" Y luego me miró con conmiseración y participó de mis penas; después se encaró de pronto con los mercaderes, y les dijo: "Sed testigos de que vendo a este joven por la suma de cien dinares un saco con todas las gemas, metales y objetos preciosos que contiene, aunque sé que su valor real pasa de mil dinares. ¡Es, pues, un regalo que le hago de mí para él!"

Y los mercaderes, estupefactos, dieron fe de lo que veían y oían; y el mercader me entregó el saco con cuanto contenía, y hasta me regaló el tapiz y la silla en que estaba sentado. Y le di las gracias por su generosidad, y bajé a tierra y me dirigí al zoco de los joyeros.

"Allí alquilé una tienda y me puse a vender y a comprar y a realizar todos los días una ganancia bastante apreciable. Y he aquí que, entre los objetos preciosos guardados en el saco, había un trozo de concha roja, de un rojo oscuro, que, a juzgar por los caracteres talismánicos grabados en sus dos caras y que parecían patas de hormiga, debía ser algún amuleto fabricado por un artífice muy versado en el arte de los amuletos. Pesaría media libra, y yo ignoraba su uso especial y su precio. Así es que lo hice pregonar varias veces en el zoco; pero no ofrecieron por ello al pregonero más de diez o quince dracmas. Y a pesar de todo, no quise cederlo por un precio tan módico, y en previsión de una ocasión excelente, dejé el trozo de concha en un rincón de mi tienda, donde duró un año.

"Pero un día en que estaba yo sentado en mi tienda, vi entrar...


En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discreta.



Y cuando llegó la 523ª noche

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Ella dijo:

"... Pero un día en que estaba yo sentado en mi tienda, vi entrar a un extranjero que me deseó la paz y que, al divisar el trozo de concha, a pesar del polvo que lo cubría, exclamó: "¡Loado sea Alah! ¡Por fin encuentro lo que buscaba!" Y cogió el trozo de concha, se lo llevó a los labios y a la frente, y me dijo: "¡Oh mi señor! ¿quieres venderme esto?" Contesté: "¡Sí que quiero!" Preguntó: "¿Qué precio tiene?" Dije: "¿Cuánto ofreces?" Contestó: "¡Veinte dinares de oro!" Y al oír estas palabras, creí que se burlaba de mí el extranjero, de tan considerable como me pareció la suma ofrecida; y le dije con acento muy desabrido: "¡Vete por tu camino!" Entonces creyó que yo encontraba escasa la suma, y me dijo: "¡Te ofrezco cincuenta dinares!" Pero yo, cada vez más convencido de que se reía de mí, no solamente no quise contestarle, sino que ni siquiera le miré e hice como que no notaba su presencia ya, con objeto de que se fuese. Entonces me dijo: "¡Mil dinares!"

"¡Eso fué todo! Y yo ¡oh huéspedes míos! no contesté; y él se sonreía ante mi silencio pletórico de furor concentrado, y me decía: "¿Por qué no quieres contestarme?" Y acabé por responderle otra vez: "¡Vete por tu camino!" Entonces se puso a aumentar miles y miles de dinares hasta que me ofreció veinte mil dinares. ¡Y yo no contestaba!

"¡Eso fué todo!

Y atraídos por tan extraño regateo, los transeúntes y los vecinos se agruparon a nuestro alrededor en la tienda y en la calle, y murmuraban de mí en alta voz y hacían ademanes de desaprobación para conmigo, diciendo: "¡No debemos permitirle que pida más por ese miserable trozo de concha!" Y decían otros: "¡Ualah! ¡cabeza dura, ojos vacíos! ¡Como no le ceda el trozo de concha, le echaremos de la ciudad!"

Y yo aun no sabía lo que querían de mí. Así es que para acabar pregunté al extranjero: "¿Quieres, por fin, decirme si vas a comprar de verdad o si te burlas?" Contestó él: "¿Y quieres tú vender de verdad o burlarte?" Yo dije: "¡Vender!"

Y dijo él: "Entonces, como último precio, te ofrezco treinta mil dinares! ¡Y concluyamos ya la venta y la compra! Y entonces me encaré con los circunstantes, y les dije: "¡Os pongo por testigos de esta venta! ¡Pero antes tiene que explicarme el comprador lo que pretende hacer con este trozo de concha!"

Contestó él: "¡Rematemos primero el trato, y luego te diré las virtudes y la utilidad de este objeto!" Contesté: "¡Te lo vendo!" El dijo: "¡Alah es testigo de lo que decimos!" Y sacó un saco lleno de oro, me contó y me pesó treinta mil dinares, cogió el amuleto, se lo metió en el bolsillo, lanzando un gran suspiro, y me dijo: "¿Quedamos en que ya está vendido del todo?" Contesté: "¡Está vendido del todo!" Y se encaró él con los circunstantes, y les dijo: "¡Sed testigos de que me ha vendido el amuleto y por él ha cobrado el precio convenido de treinta mil dinares!"

Después se encaró conmigo, y con un acento de conmiseración y de ironía extremada, me dijo: "¡Oh pobre! ¡por Alah, que si hubieras sabido tener tacto en esta venta retardándola más, habría llegado yo a pagarte por este amuleto no treinta mil ni cien mil dinares, sino mil millares de dinares, cuando no más!"

"Y he aquí ¡oh huéspedes míos! que al oír estas palabras y verme de tal modo defraudado en aquella suma fabulosa por culpa de mi poco olfato, sentí operarse un gran trastorno dentro de mí; y la revolución que se efectuó en mi cuerpo de pronto hizo que se me subiera a la cara este color amarillo que conservo desde entonces y que os ha llamado la atención, ¡oh huéspedes míos! "Me quedé alejado un momento, y luego dije al extranjero: "¿Puedes decirme ahora las virtudes y la utilidad de ese trozo de concha?"

Y el extranjero me contestó:

"Has de saber que el rey de la India tiene una hija a la que quiere mucho y la cual no tiene par en belleza sobre la faz de la tierra; ¡pero le aquejan violentos dolores de cabeza! Así es que su padre el rey, con objeto de hallar remedios y medicamentos capaces de aliviarla, congregó a los mejores escribas de su reino y a los hombres de ciencia y a los adivinos; pero ninguno de ellos consiguió ahuyentarle de la cabeza los dolores que la torturaban...


En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discreta.



Y cuando llegó la 524ª noche

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Ella dijo:

"... pero ninguno de ellos consiguió ahuyentarle de la cabeza los dolores que la torturaban. Entonces yo, que presencié la asamblea, dije al rey: "¡Oh rey, yo conozco a un hombre, llamado Saadalah el Babilonio, que no tiene igual ni superior sobre la faz de la tierra en el conocimiento de tales remedios! ¡Así, pues, envíame a verle, si lo juzgas conveniente!" El rey me contestó: "¡Vé a verle!" Yo dije: "¡Dame mil millares de dinares y un trozo de concha roja de un rojo oscuro! ¡Y además un regalo!" Y el rey me dió cuanto le pedía, y me marché de la India con rumbo al país de Babilonia. Y allí pregunté por el sabio Saadalah, y me guiaron a él; y me presenté a él y le entregué cien mil dinares y el regalo del rey; luego le di el trozo de concha, y después de explicarle el objeto de mi misión, le rogué que me preparara un amuleto contra los dolores de cabeza. Y el sabio de Babilonia empleó siete meses enteros en consultar los astros, ¡y transcurridos aquellos siete meses, acabó por encontrar un día propicio para trazar sobre el trozo de concha estos caracteres talismánicos y llenos de misterio que ves en las dos caras de este amuleto que me has vendido! Y cogí este amuleto, volví junto al rey y se lo entregué.

"Y he aquí que el rey entró en el aposento de su querida hija, y la encontró sujeta por cuatro cadenas a las cuatro esquinas de la estancia, como la tenían siempre, conforme a las instrucciones recibidas, con el fin de que en las crisis de dolor no pudiese matarse tirándose por la ventana. Y en cuanto puso el amuleto en la frente de su hija, se encontró ella curada en aquella hora y en aquel instante. Y al ver aquello, el rey se regocijó hasta el límite del regocijo, y me colmó de ricos presentes y me retuvo a su lado entre sus íntimos. Y curada milagrosamente de aquel modo, la hija del rey engarzó el amuleto en su collar y ya no lo abandonó.

Pero un día en que la princesa se paseaba en barca, jugando con sus compañeras, una de ellas hizo un falso movimiento, rompió el hilo del collar y dejó caer el amuleto al agua. Y desapareció el amuleto. Y en el mismo momento volvió la Posesión a apoderarse de la princesa, y de nuevo se sintió ella poseída por el Posesor terrible, que le ocasionó dolores de cabeza tan violentos, que le privaron de razón.

"Al saber esta noticia, la pena del rey superó a toda ponderación; y me llamó y me comisionó nuevamente para que fuese a ver al jeique Saadalah el Babilonio, a fin de que fabricase otro amuleto. Y me puse en marcha. Pero, al llegar a Babil, supe que había muerto el jeique Saadalah.

"Y desde entonces, acompañado por diez personas que me ayudan en mis pesquisas, recorro todos los países de la tierra con objeto de encontrar en casa de algún mercader o en algún vendedor o transeúnte uno de los amuletos que sólo sabía dotar de virtudes curativas y exorcizantes el jeique Saadalah de Babilonia. ¡Y la suerte quiso ponerte en mi camino y hacer que encontrara y comprara en tu tienda este objeto que ya desesperaba de encontrar nunca!"

"Luego, ¡oh huéspedes míos! tras de haberme contado esta historia, el extranjero se puso su cinturón y se marchó. ¡Y tal es, como ya os he dicho, la causa a que obedece el color amarillo de mi rostro!"

"En cuanto a mí, realicé en dinero cuanto poseía vendiendo mi tienda, y rico para en lo sucesivo, partí a toda prisa con rumbo a Bagdad, y no bien llegué, volé al palacio del anciano blanco, padre de mi bien amada. Porque desde que me separé de ella, llenaba ella mis pensamientos día y noche; y el móvil de mis deseos y de mi vida era volver a verla. Y la ausencia sólo consiguió avivar el fuego de mi alma y exaltarme el espíritu."

"Pregunté, pues, por ella a un mozo que guardaba la puerta de entrada. Y el joven me dijo que levantara la cabeza y mirara. Y vi que la casa estaba en ruinas, que habían derribado la ventana por donde se asomaba de ordinario mi bien amada y que en la morada reinaba un ambiente de tristeza y de profunda desolación. Entonces acudieron las lágrimas a mis ojos, y dije al esclavo: ¿Qué le ha deparado Alah al jeique Taher, ¡oh hermano mío!?" Me contestó: "La alegría abandonó la casa, y cayó sobre nosotros la desgracia desde que hubo de dejarnos un joven del país de Omán que se llamaba Abul-Hassán Al-Omaní. Este joven mercader estuvo aquí un año con la hija del jeique Taher; pero, como al cabo de ese tiempo se quedó sin dinero, nuestro amo el jeique le echó de la casa. Pero a nuestra ama la joven, que le amaba con un amor grande...


En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discreta.



Pero cuando llegó la 525ª noche

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Ella dijo:

"... Pero a nuestra ama la joven, que le amaba con un amor grande, la afectó tanto aquella marcha, que cayó enferma de una grave enfermedad que la tuvo a la muerte. Entonces nuestro amo el jeique Taher, al ver la languidez mortal que padecía su hija, arrepintióse de lo que había hecho; y despachó correos en todas direcciones y para todos los países, a fin de dar con el joven Abul-Hassán, ¡y prometió cien mil dinares de recompensa a quien le trajera! Pero hasta el presente han sido vanos todos los esfuerzos de quienes le buscaron, pues ninguno pudo seguirle las huellas ni saber noticias suyas. ¡Así es que la joven hija del jeique está ahora a punto de exhalar el último suspiro!"

"Con el alma desgarrada de dolor, pregunté entonces al muchacho: "¿Y cómo está el jeique Taher?" Contestó: "¡Con todas esas cosas tiene una pena y un abatimiento tales, que ha vendido las jóvenes y los jóvenes, y se ha arrepentido amargamente ante Alah el Altísimo!"

Entonces dije al joven esclavo: "¿Quieres que te indique dónde se encuentra Abul-Hassán Al-Omaní? ¿Qué dirías, si así fuera?" Contestó él: "¡Por Alah sobre ti, ¡oh hermano mío! hazlo! ¡Y habrás vuelto a la vida una amante, una hija a su padre, un enamorado a su amiga, y habrás sacado de la pobreza a tu esclavo y los padres de tu esclavo!"

Entonces le dije: "Vé en busca de tu amo el jeique Taher, y dile: "¡Me debes la recompensa prometida por la buena noticia! ¡Porque a la puerta de tu casa se encuentra Abul-Hassán Al-Omaní en persona!"

"Al oír estas palabras, el joven esclavo echó a correr con la rapidez del mulo que se escapa del molino; y en un abrir y cerrar de ojos, volvió acompañado del jeique Taher, padre de mi amiga. ¡Y cuán cambiado estaba! ¡Y cómo tenía ya la tez, tan fresca en otro tiempo y tan joven entonces, a pesar de su edad! En dos años había envejecido más de veinte.

Me reconoció al punto, y se arrojó a mi cuello y se puso a besarme llorando, y me dijo: "¡Oh mi señor! ¿qué fue de ti en tan larga ausencia? Por causa tuya está a las puertas de la tumba mi hija. ¡Ven! ¡Entra conmigo en la casa!" Y me hizo entrar, y empezó por ponerse de rodillas en el suelo para dar gracias a Alah por haber permitido nuestra reunión; y se apresuró a entregar al joven esclavo la recompensa de cien mil dinares prometida. Y el joven esclavo se retiró invocando sobre mí las bendiciones.

"Tras de lo cual el jeique Taher entró primero solo en el aposento de su hija para anunciarle sin brusquedad mi llegada. Le dijo pues: "Vengo a anunciarte la buena nueva, ¡oh hija mía! ¡Si consientes en comer un bocado y en ir a tomar un baño al hammam, te haré ver de nuevo, hoy mismo, a Abul-Hassán!"

Ella exclamó: "¡Oh padre! ¿es cierto lo que dices?" El contestó: "¡Por Alah el Gloriosís¡mo, que es cierto lo que digo!" Entonces exclamó ella: "¡Ualahí!" Entonces el anciano se volvió hacia la puerta detrás de la cual estaba yo, y me gritó: "¡Entra ya, Abul-Hassán!" Y entré.

"Y he aquí ¡oh huéspedes míos! que no bien me advirtió y me reconoció ella, cayó desmayada, y transcurrió mucho tiempo sin que recobrara el sentido. Por fin pudo levantarse, y entre llantos de alegría y risas nos arrojamos uno en brazos de otro, y permanecimos mucho tiempo abrazados así, en el límite de la emoción y de la felicidad. Y cuando pudimos prestar atención a lo que pasaba en torno nuestro, vimos en medio de la sala de recepción al kadí y a los testigos, a quienes había llamado a toda prisa el jeique, y que acto seguido extendieron nuestro contrato de matrimonio. Y se celebraron nuestras nupcias con un fausto inusitado, entre regocijos que duraron treinta días y treinta noches.

"Y desde entonces ¡oh huéspedes míos! la hija del jeique Taher es mi esposa querida. ¡Y a ella fué a quien oísteis cantar esos aires melancólicos que le gustan y con los que recuerda las horas dolorosas de nuestra separación, sintiendo mejor la dicha perfecta en que transcurren los días de nuestra unión bendecida por el nacimiento de un hijo tan hermoso como su madre! Y voy a presentároslo en persona, ¡oh huéspedes míos...!


En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discreta.



Y cuando llegó la 526ª noche

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Ella dijo:

"... Y voy a presentároslo en persona, ¡oh huéspedes míos!"

Y así diciendo, Abul-Hassán, el joven amarillo, salió un momento y volvió llevando de la mano a un niño de diez años, hermoso como la luna en su décimocuarto día. Y le dijo: "¡Desea la paz a nuestros huéspedes!" Y el niño desempeñó su cometido con una gracia exquisita. Y el califa y sus acompañantes, disfrazados siempre, quedaron tan encantados de su belleza, de su gracia y de su amabilidad como de la historia extraordinaria de su padre. Y después de despedirse de su huésped, salieron maravillados de lo que acababan de ver y oír.

Y al día siguiente por la mañana, el califa Harún Al-Raschid, que no había cesado de pensar en aquella historia, llamó a Massrur, y le dijo: "¡Oh Massrur!" El interpelado contestó: "A tus órdenes, ¡Oh mi señor!" El califa dijo: "¡Vas a reunir inmediatamente en esta sala todo el tributo anual de oro que hemos percibido de Bagdad, todo el tributo de Bassra y todo el tributo de Khorassán!" Y al momento hizo Massrur llevar ante el califa y amontonar en la sala los tributos de oro de las tres grandes provincias del imperio, que ascendían a una suma que sólo Alah podría enumerar. Entonces el califa dijo a Giafar: "¡Oh Giafar!" El aludido contestó: "Aquí estoy, ¡oh Emir de los Creyentes!" El califa dijo: "¡Ve Ya a buscar a Abul-Hassán Al-Omaní!" Giafar contestó: "¡Escucho y obedezco!" Y al punto fué a buscar al joven, y le llevó todo tembloroso ante el califa, entre cuyas manos besó la tierra el recién llegado, manteniéndose con los ojos bajos e ignorante del crimen que habría podido cometer o el del motivo que reclamaba su presencia.

Entonces le dijo el califa: "¡Oh Abul-Hassán! ¿sabes los nombres de los mercaderes que fueron tus huéspedes ayer por la noche?" El joven contestó: "No, por Alah, ¡oh Emir de los Creyentes!" El califa se encaró entonces con Massrur, y le dijo: "¡Levanta el tapete que oculta los montones de oro!" Y cuando estuvo levantado el tapete, el califa dijo al joven: "¿Puedes decirme, al menos, si estas riquezas son más considerables que las que perdiste con la venta precipitada del trozo de concha, sí o no?"

Y estupefacto de ver al califa al corriente de aquella historia, Abul-Hassán murmuró, abriendo sus ojos dilatados: "¡Ualah! ¡oh mi señor, estas riquezas son infinitamente más considerables!" Y el califa le dijo: "¡Pues has de saber que tus huéspedes de ayer por la noche eran el quinto de los Bani-Abbas y sus visires y sus íntimos, y que todo ese oro amontonado ahí es de tu propiedad, como regalo de parte mía para indemnizarte de lo que perdiste en la venta del trozo de concha talismánica!"

Al oír estas palabras, se emocionó tanto Abul-Hassán, que dentro de él operóse otra revolución, y se le bajó del rostro el color amarillo para ser reemplazado en el instante por la sangre roja que afluyó a su cara y le devolvió su antigua tez blanca y sonrosada, resplandeciente cual la luna en la noche de su plenitud. Y haciendo que llevaran un espejo, se lo puso el califa delante del semblante a Abul-Hassán, que hubo de caer de rodillas para dar gracias al Liberador. Y después de hacer transportar a la morada de Abul-Hassán todo el oro acumulado, el califa le invitó a que fuera con frecuencia a hacerle compañía entre sus íntimos, y exclamó: "¡No hay otro Dios que Alah! ¡Gloria a Quien puede producir cambio y es el Único que permanece Incambiable e Inmutable! "


Y tal es, ¡oh rey afortunado -continuó Schehrazada- la Historia del joven amarillo. ¡Pero no puede sin duda compararse con la Historia de Flor-de-Granada y de Sonrisa-de-Luna!

Y exclamó el rey Schahriar: "¡Oh Schehrazada, no dudo de tus palabras! ¡Date prisa a contarme la historia de Flor-de-Granada y de Sonrisa-de-Luna, porque no la conozco!"



Historia de Flor-de-Granada y de Sonrisa-de-Luna

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Y dijo Schehrazada:

He llegado a saber ¡oh rey afortunado! que en la antigüedad de las edades y los años y los días de hace mucho tiempo, había en los países anamitas un rey llamado Schahramán, que residía en el Khorassán. Y aquel rey tenía cien concubinas, aquejadas de esterilidad todas, pues ninguna de ellas pudo tener un hijo, ni siquiera del sexo femenino. Y he aquí que estando un día el rey sentado en la sala de recepción en medio de sus visires, de sus emires y de los grandes del reino, y mientras charlaba con ellos no de enojosos asuntos de gobierno, sino de poesía, de ciencia, de historia y de medicina, y en general de cuanto pudiera hacerle olvidar la tristeza de su soledad sin posteridad y su dolor por no poder dejar a sus descendientes el trono que le legaron sus padres y sus antepasados, entró en la sala un joven mameluco, y le dijo: "¡Oh mi señor, a la puerta hay un mercader con una esclava joven y bella como jamás se vió!"

Y dijo el rey: "¡Qué me traigan, pues, al mercader y a la esclava!" Y el mameluco apresurose a introducir al mercader y a su hermosa esclava.

Al verla entrar, el rey la comparó en su alma con una fina lanza de un solo cuento; y como le envolvía la cabeza y le cubría el rostro un velo de seda azul listado de oro, el mercader se lo quitó; y al punto iluminóse con su belleza la sala, y su cabellera rodó por su espalda en siete trenzas macizas que le llegaron a las pulseras de los tobillos; se dirían las crines espléndidas de una yegua de raza noble, barriendo el suelo por debajo de la grupa. Y era real y tenía curvas maravillosas y desafiaba en flexibilidad de movimientos al tallo delicado del árbol ban. Sus ojos, negros y naturalmente alargados, estaban repletos de relámpagos destinados a atravesar los corazones; y sólo con mirarla curaríanse los enfermos y dolientes. En cuanto a su grupa bendita, cima de anhelos y deseos, era tan fastuosa, en verdad, que ni el propio mercader pudo encontrar un velo lo bastante grande para envolverla...

En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discreta.



Y cuando llegó la 527ª noche

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Ella dijo:

"... En cuanto a su grupa bendita, cima de anhelos y deseos, era tan fastuosa, en verdad, que ni el propio mercader pudo encontrar un velo lo bastante grande para envolverla.

Así es que el rey quedó maravillado de todo aquello hasta el límite de la maravilla, y preguntó al mercader: "¡Oh jeique! ¿cuánto cuesta esta esclava?" El mercader contestó: "¡Oh mi señor! yo se la compré a su primer amo por dos mil dinares; pero después he viajado con ella durante tres años para llegar hasta aquí, y he invertido en ella tres mil dinares más; ¡de modo que no es una venta lo que vengo a proponerte, sino un regalo que te ofrezco de mí para ti!" Y el rey quedó encantado con el lenguaje del mercader, y le puso un espléndido ropón de honor y mandó que le dieran diez mil dinares de oro. Y el mercader besó la mano del rey, y le dió gracias por su bondad y su munificencia, y se marchó por su camino.

Entonces dijo el rey a las intendentas y a las mujeres de palacio: "Conducidla al hammam y arregladla, y cuando hayáis hecho desaparecer en ella las huellas del viaje, no dejéis de ungirla con nardo y perfumes y de darle por aposento el pabellón de las ventanas que miran al mar". Y en aquella hora y aquel instante ejecutáronse las órdenes del rey.

Porque la capital en que reinaba el rey Schahramán se encontraba situada a la orilla del mar, efectivamente, y se llamaba la Ciudad Blanca. Y por eso, después del baño, las mujeres de palacio pudieron conducir a la joven extranjera a un pabellón con vistas al mar.

Entonces el rey, que sólo esperaba este momento, penetró en las habitaciones de la esclava. Pero se sorprendió mucho al ver que ella no se levantaba en honor suyo y no hacía de él más caso que si no estuviese allí. Y pensó él para sí: "¡Deben haberla educado gentes que no le enseñaron buenos modales!" Y la miró con más detenimiento, y ya no pensó en su falta de cortesía, pues tanto le encantaban su belleza y su rostro, que era una luna llena o una salida de sol en un cielo sereno.

Y dijo: "¡Gloria a Alah, que ha creado la Belleza para los ojos de sus servidores!" Luego sentóse junto a la joven, y la oprimió contra su pecho tiernamente. Después la sentó en sus rodillas y la besó en los labios, y saboreó su saliva, que hubo de parecerle más dulce que la miel. Pero ella no decía una palabra y le dejaba hacer, sin oponer resistencia ni mostrar ningún deseo. Y el rey mandó que sirvieran en la estancia un festín magnífico, y él mismo se dedicó a servirle de comer y a llevarle los bocados a los labios.

De cuando en cuando la interrogaba dulcemente por su nombre y por su país. Pero ella permanecía silenciosa, sin pronunciar una palabra y sin levantar la cabeza para mirar al rey, el cual la encontraba tan hermosa, que no podía decidirse a encolerizarse con ella. Y pensó: "¡Acaso sea muda! ¡Pero es imposible que el Creador haya formado semejante belleza para privarla de la palabra! ¡Sería una imperfección indigna de los dedos del Creador!"

Luego llamó a las servidoras para que le vertieran agua en las manos; y se aprovechó del momento en que le presentaban el jarro y la jofaina para preguntarles en voz baja: "¿La oísteis hablar cuando estuvisteis cuidándola?"

Ellas contestaron: "Lo único que podemos decir al rey es que en todo el tiempo que estuvimos junto a ella sirviéndola, bañándola, perfumándola, peinándola y vistiéndola, ni siquiera la hemos visto mover los labios para decirnos: "¡Esto está bien! ¡Esto otro no está bien!" Y no sabemos si será desprecio para nosotras o ignorancia de nuestra lengua o mudez; ¡pero lo cierto es que no hemos conseguido hacerla hablar ni una sola palabra de gratitud o de censura!"

Al oír este discurso de las esclavas y de las matronas, el rey llegó al límite del asombro, y pensando que aquel mutismo se debería a alguna pena íntima, quiso tratar de distraerla. A tal fin, congregó en el pabellón a todas las damas de palacio y a todas las favoritas, con objeto de que se divirtiese y se distrajera ella con las demás; y las que sabían tocar instrumentos de armonía los tocaron, en tanto que las otras cantaban, bailaban o hacían ambas cosas a la vez. Y aparecía satisfecho todo el mundo, excepto la joven, que continuó inmóvil en su sitio, con la cabeza baja y los brazos cruzados, sin reír ni hablar.

Al ver aquello, el rey sintió oprimírsele el pecho y ordenó a las mujeres que se retiraran. Y se quedó solo con la joven.

Después de intentar en vano sacarle una respuesta o una palabra, se acercó a ella y se puso a desnudarla...


En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.

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