Y cuando llegó la 444ª noche

siguiente anterior


Ella dijo:

"...Oye, hermano, ¿qué es lo mejor que hiciste durante tu estancia en la maravillosa Bagdad? Después de una pausa, contestó el otro: "¡Por Alah! ¡he comido deliciosos buñuelos de miel y crema, que tanto me gustan! ¡Y ahí tienes lo mejor que hice en Bagdad!"

Entonces exclamó su interlocutor como venteando por el aire el olor de imaginarios buñuelos fritos en aceite y rellenos de crema y endulzados con miel: "Por el honor de los árabes, que ahora mismo me vuelvo a Bagdad para comer ese delicioso bocado que no probé en mi vida durante mis correrías por el desierto!" . A la sazón, el beduino que ya había comido, buñuelos rellenos de crema y miel se despidió de su engolosinado compañero para seguir su camino, en tanto el otro, volviendo sobre sus pasos a Bagdad, llegaba al poste y descubría allí a Dalila atada por los cabellos y con los cinco hombres dormidos en torno suyo.

Al ver aquello, se aproximó a la vieja y le preguntó: "¿Qué te ocurre? ¿Y por qué estás ahí?" Ella dijo llorando: "¡Oh jeique de los árabes, bajo tu protección me pongo!" Dijo él: "¡No hay mayor Protector que Alah! Pero, ¿por qué estás atada a ese poste?" Ella contestó: "Has de saber, ¡oh jeique árabe! ¡oh honorabilísimo! que tengo por enemigo a un pastelero vendedor de buñuelos rellenos de crema y miel, que sin duda es el más reputado de Bagdad por lo a punto que confecciona y fríe esos buñuelos. Pues bien; para vengarme de una injuria que me había inferido, el otro día me acerqué a su mostrador y escupí en sus buñuelos. Entonces el pastelero fué a querellarse contra mí al walí el cual me condenó a estar atada a este poste y permanecer en él mientras no pueda comerme de una sentada diez bandejas enteramente llenas de buñuelos. Y mañana por la mañana es cuando deben presentarme las diez bandejas de buñuelos. Pero el caso es ¡por Alah! ¡oh jeique de los árabes! que a mi alma siempre la disgustaron todos los dulces, y principalmente es refractaria a los buñuelos rellenos de crema y miel. ¡Ay de mí!" Al oír estas palabras, exclamó el beduíno: "¡Por el honor de los árabes! ¡no me separé de mi tribu y no volví a Bagdad más que para satisfacer mi deseo de buñuelos! ¡Si quieres, mi buena tía, yo me comeré por ti los de las bandejas!" Ella contestó: "¡No te dejarán, a no ser que estés atado en mi lugar a este poste! ¡Y como precisamente he llevado velado siempre el rostro, no me ha visto nadie ni sabrán adivinar el cambio! ¡No tienes más que trocar tus trajes por los míos después de desatarme!" El beduído, que no deseaba otra cosa, se apresuró a desatarla, y luego de cambiar de traje con ella, hizo que le atara al poste en lugar suyo, tras de lo cual, vestida con el albornoz del beduíno y ceñida la cabeza con sus cordones negros de pelo de camello, la vieja saltó al caballo y desapareció en la lejanía camino de Bagdad.

Al día siguiente, cuando abrieron los ojos, los cinco recomenzaron con sus invectivas de la noche para dar los buenos días a la vieja. Pero les dijo el beduíno: "¿Dónde están los buñuelos? ¡Mi estómago los anhela ardientemente!"

Al oír aquella voz, exclamaron los cinco: "¡Por Alah! ¡si es un hombre! ¡Y habla como los beduínos!"

Y el arriero saltó sobre sus pies y se acercó a él, y le preguntó: "¡Ya Badawi! ¿qué haces ahí? ¿Y cómo te atreviste a desatar a la vieja?"

El interpelado contestó: "¿Dónde están los buñuelos? ¡En toda la noche no he comido! ¡Sobre todo, no economicéis la miel! Ella, la pobre vieja, tenía un alma que aborrecía las confituras; pero a la mía le gustan mucho".

Al oír estas palabras, comprendieron los cinco que, como a ellos, también había chasqueado la vieja al beduíno, y después de golpearse la cara con fuerza en su desesperación, exclamaron: "¡Nadie puede rehuír su Destino ni evitar que se cumpla lo que está escrito por Alah!"

Y mientras permanecían indecisos sin saber qué hacer, llegó el walí acompañado de sus guardias al paraje en que se encontraban y se acercó al poste. Entonces le preguntó el beduíno: "¿Dónde están las bandejas con buñuelos de miel?" Al oír estas palabras, el walí alzó la vista hacia el poste y vió al beduíno en lugar de la vieja; y preguntó a los cinco: "¿Qué es esto?"

Le contestaron: "¡Es el Destino!" Y añadieron: "La vieja se escapó embaucando a este beduíno. Y a ti es ¡oh walí! a quien hacemos responsable ante el califa de su fuga; porque si nos hubieras dado guardias para vigilarla, no hubiera conseguido escaparse. ¡Nosotros no somos guardias, como tampoco somos esclavos a quienes se vende o se compra!"

Entonces el walí se encaró con el beduíno y le preguntó qué había pasado; y éste, con un sin fin de exclamaciones de deseo, le contó su historia, y terminó diciendo: "¡Pronto, que me traigan los buñuelos!" Al oír tales palabras, el walí y los guardias lanzaron una carcajada considerable, mientras los cinco, con los ojos rojos de sangre y de venganza, le decían: "¡No nos separaremos de ti más que ante nuestro amo el Emir de los Creyentes!" Y acabando de comprender que se habían burlado de él, el beduíno dijo igualmente al walí: "¡Yo a ti solo te hago responsable de la pérdida de mi caballo y de mi traje!" Entonces el walí se vio en la precisión de llevarlos con él a Bagdad, al palacio del Emir de los Creyentes, el califa Harún Al-Raschid...


En este momento de su narración, Schehrazada vio aparecer la mañana, y se calló discreta.



Y cuando llegó la 445ª noche

siguiente anterior


Ella dijo:

... de llevarlos con él a Bagdad, al palacio del Emir de los Creyentes, el califa Harún Al-Raschid.

Se les concedió audiencia y entraron al diwán, donde ya se había adelantado a ellos el capitán Azote-de-las-Calles, que era uno de los primeros querellantes.

El califa, que obraba por sí mismo siempre, empezó por interrogarles uno tras de otro, al arriero el primero y al walí el último. Y cada cual contó al califa su historia con todos los detalles.

Entonces el califa, extremadamente maravillado con aquel asunto, les dijo a todos: "¡Por el honor de mis abuelos los Bani-Abbas, os doy seguridad de que todo lo que se os robó os será devuelto! ¡Tú, arriero, tendrás tu burro y una indemnización! ¡Tu, barbero, tendrás todos tus muebles y utensilios! ¡Tú, mercader, tu bolsa y tus vestiduras! ¡Tú, judío, tus alhajas! ¡Tú, tintorero, una tienda nueva! ¡Y tú, jeique árabe, tu caballo, tu traje y tantas bandejas de buñuelos de miel como pueda anhelar la capacidad de tu alma! ¡Pero lo que hace falta ante todo es encontrar a la vieja!"

Y se encaró con el walí y con el capitán Azote, y les dijo: "¡A ti, emir Khaled, te serán igualmente restituidos tus mil dinares! Y a ti, emir Mustafá, las alhajas y los vestidos de tu esposa, amén de una indemnización. ¡Pero tenéis que encontrar a la vieja! Os dejo encargados de ello.

Al oír estas palabras, el emir Khaled sacudió sus vestiduras y alzó al cielo los brazos, exclamando: "¡Por Alah, excúsame, oh Emir de los Creyentes! ¡No me atrevo a volver a encargarme de semejante tarea! ¡Después de todas las jugarretas que me ha hecho esa vieja, no respondo que no dé ella con algún otro medio para lucrarse a mis expensas!"

Y el califa se echó a reír y le dijo: "¡Encarga a otro de esa misión entonces!" El walí dijo: "En ese caso, ¡oh Emir de los Creyentes! da tú mismo la orden de buscar a la vieja al hombre más hábil de Bagdad, que es el propio jefe de policía de Tu Derecha, Ahmad-la-Tiña! ¡Hasta ahora no ha tenido nada que hacer, no obstante su habilidad, los servicios que puede prestar y el importante sueldo que cobra!"

Entonces llamó el califa: "¡Ya mokaddem Ahmad!" Y al punto avanzó Ahmad-la-Tiña entre las manos del califa, y dijo: "A tus órdenes, ¡oh Emir-de los Creyentes!"

El califa dijo: "¡Escucha, capitán Ahmad! ¡hay una vieja que hace tales y cuales cosas! ¡Y tú eres el encargado de encontrarla y traérmela!" Y dijo Ahmad-la-Tiña: "Te garanto de que te la traeré, ¡oh Emir de los Creyentes!" Y salió seguido de sus cuarenta alguaciles, mientras el califa hacía que se quedaran con él los cinco y el beduíno.

Y he aquí que el jefe de los alguaciles de Ahmad-la-Tiña era un hombre ducho en esta clase de pesquisas, y que se llamaba Ayub Lomo-de-Camello. Como estaba acostumbrado a hablar con libertad a su jefe el antiguo ladrón Ahmad-la-Tiña, se acercó a él, y le dijo: "Capitán Ahmad, en Bagdad hay más de una vieja, ¡y por mi barba, que va a ser difícil la captura!" Y Ahmad-la-Tiña le preguntó: "¿Qué quieres decirme con eso, ¡oh Ayub Lomo-de-Camello!?" El otro contestó: "Jamás seremos lo bastante numerosos para conseguir atrapar a la vieja, y opino que debemos convencer al capitán Hassán-la-Peste para que nos acompañe con sus cuarenta alguaciles, pues él tiene más experiencia que nosotros en esta clase de expediciones". Pero Ahmad-la-Tiña, que no quería compartir con su colega la gloria de la captura, contestó en alta voz para que le oyese Hassán-la-Peste, que estaba en la puerta principal del palacio: "¡Por Alah! ¡oh Lomo-de-Camello! ¿desde cuándo tenemos necesidad de otro para resolver nuestros asuntos?" Y pasó orgullosamente a caballo, con sus cuarenta alguaciles, por delante de Hassán-la-Peste, a quien mortificó mucho aquella respuesta y también la elección que el califa hizo escogiendo sólo a Ahmad-la-Tiña y desdeñándole a él, a Hassán. Y se dijo: "¡Por la vida de mi cabeza afeitada, que tendrán necesidad de mí!"

Volviendo a Ahmad-la-Tiña, una vez que llegó a la plaza enclavada delante del palacio del califa, arengó a su hombres para animarlos y les dijo: "¡Oh bravos míos! vais a dividiros en cuatro grupos para hacer indagaciones en los cuatro barrios de Bagdad. ¡Y mañana a mediodía tornaréis a reuniros conmigo en la taberna de la calle Mustafá para darme cuenta de lo que hicisteis o encontrasteis!" Y tras de acordar de esta manera el punto de cita, se dividieron en cuatro grupos, cada uno de los cuales fué a recorrer un barrio diferente, mientras que por su parte, Ahmad-la-Tiña se dedicaba a husmear el aire a su paso.

En cuanto a Dalila y su hija Zeinab no tardaron en enterarse, por el rumor público, de las indagaciones que el califa encargó a Ahmad-la-Tiña con objeto de detener a una vieja bribona cuyas bellaquerías eran la comidilla de todo Bagdad. Al saber tal noticia, Dalila dijo a su hija: "¡Oh hija mía! nada tengo que temer de todos ellos no yendo en su compañía Hassán-la-Peste! porque Hassán es en Bagdad el único hombre cuya perspicacia me pone en cuidado, pues sólo él me conoce y te conoce, y en cuanto quisiera, hoy mismo, podía venir a detenernos, sin que nos fuera posible la menor estratagema para escaparnos de él. ¡Demos, pues, gracias al Protector que nos protege!" Su hija Zeinab contestó: "¡Oh madre mía! ¡qué buena ocasión es ésta para jugarles alguna mala pasada a ese Ahmad-la-Tiña y a sus cuarenta idiotas! ¡qué alegría, oh madre mía!"

Dalila contestó: "¡Oh hija de mis entrañas! como hoy me siento un poco indispuesta, cuento contigo para mofarnos de esos cuarenta y un bandidos. ¡La cosa es fácil, y no dudo de tu sagacidad!"

Entonces Zeinab, que era una joven graciosa y esbelta, con ojos oscuros en un rostro encantador y claro...


En este momento de su narración, Schehrazada vio aparecer la mañana, y se calló discreta.



Pero cuando llegó la 446ª noche

siguiente anterior


Ella dijo:

...Entonces Zeinab, que era una joven graciosa y esbelta con ojos oscuros en un rostro encantador y claro, se levantó al punto y se vistió con gran elegancia y se veló la cara con una ligera muselina de seda, de modo que el brillo de sus ojos era más aterciopelado y subyugante. Adornada a la sazón de esta manera, fué a abrazar a su madre, y le dijo:

"¡Oh madre! ¡juro por la integridad de mi candado intacto y cerrado, que me adueñaré de los cuarenta y uno y serán mi juguete!" Y salió de la casa y se fue a la calle Mustafá, y entró en la taberna de Hagg-Karim el de Mossul.

Empezó por hacer una zalema muy amable al tabernero Hagg-Karim, quien se la devolvió con creces, encantado. Entonces le dijo ella: "¡Ya Hagg-Karim! ¡he aquí cinco dinares para ti si quieres alquilarme hasta mañana la sala interior grande, adonde voy a invitar a algunos amigos, sin que puedan penetrar allí tus parroquianos habituales!"

El tabernero contestó: "¡Por tu vida!, ¡oh mi ama! y por la vida de tus ojos, hermosos ojos, que consiento en alquilarte por nada mi sala grande, con la sola condición de que no escatimes las bebidas a tus invitados!" Ella sonrió, y le dijo: "¡Aquellos a quienes invito son jarras cuyo fondo se olvidó de cerrar el alfarero que hubo de construírlas, y por ellas pasarán todos los líquidos de tu tienda! ¡No tengas cuidado por eso!" Y volvió en seguida a su casa cogiendo el burro del arriero y el caballo del beduíno, cargándolos con colchones, alfombras, taburetes, manteles, bandejas, platos y otros utensilios, y a toda prisa regresó a la taberna, descargando al asno y al caballo de todas aquellas cosas para colocarlas en la sala grande que había alquilado. Extendió los manteles, puso en orden los frascos de bebidas, las copas y los platos que compró, y cuando hubo acabado este trabajo, fué a apostarse en la puerta de la taberna.

No hacía mucho tiempo que se hallaba allí, cuando vio asomar por las inmediaciones a diez de los alguaciles de Ahmad-la-Tiña llevando a la cabeza a Lomo-de-Camello, que tenía un aspecto muy feroz. Y precisamente se encaminaba él a la tienda con los otros nueve; y a su vez vio a la bella joven, que había tenido cuidado de levantarse, como por inadvertencia, el ligero velo de muselina que le cubría la cara. Y Lomo-de-Camello quedó deslumbrado y a la par que encantado de aquella tierna belleza tan agradable, y le preguntó: "¿Qué haces ahí, ¡oh jovenzuela!?"

Ella contestó, asestándole de soslayo una mirada lánguida: "¡Nada! ¡Espero mi Destino! ¿Acaso eres el capitán Ahmad?" El dijo: "¡No, por Alah! Pero puedo reemplazarle si se trata de hacerte algún servicio que tengas que pedirle, porque soy el jefe de sus alguaciles, Ayub Lomo-de-Camello, tu esclavo, ¡oh ojos de gacela!"

Ella le sonrió otra vez, y le dijo: "¡Por Alah!, ¡oh jefe alguacil! que si la cortesía y las buenas maneras quisieran elegir un domicilio seguro, tomarían como guías a vuestros cuarenta! ¡Entrad, pues, aquí y bienvenidos seáis! ¡La acogida amistosa que encontraréis en mí no es más que un homenaje merecido por tan encantadores huéspedes!" Y les introdujo en la sala dispuesta de antemano, e invitándoles a que se sentaran en torno a las bandejas grandes con bebidas, les dió de beber vino mezclado con el narcótico bang. Así es que a las primeras copas que vaciaron los diez se cayeron de espaldas como elefantes borrachos o como búfalos poseídos por el vértigo, y se sumergieron en un profundo sueño.

Entonces Zeinab los arrastró de los pies uno por uno y los arrojó a lo último de la tienda, amontonándolos unos sobre otros, y escondiéndolos debajo de una manta grande, corrió por delante de ellos una amplia cortina, y salió para apostarse de nuevo en la puerta de la taberna.

Enseguida apareció la segunda patrulla de diez alguaciles, que también quedó hechizada por los ojos oscuros y el rostro claro de la bella Zeinab, y sufrió el mismo trato que la patrulla anterior, e igual hubo de ocurrirles a la tercera y a la cuarta patrullas. Y después de haber amontonado unos encima de otros detrás de la cortina a todos los alguaciles, la joven puso en orden la sala y salió a esperar la llegada del propio Ahmad-la-Tiña.

No hacía mucho que se encontraba allí, cuando apareció en su caballo Ahmad-la-Tiña, amenazador y con los ojos relampagueantes y los pelos de la barba y del bigote erizados cual los de la hiena hambrienta. Llegado que fue a la puerta, se apeó de su caballo y ató la brida del animal a una de las anillas de hierro empotradas en los muros de la taberna, y exclamó: "¿Dónde están todos esos hijos de perro? ¡Les ordené que me esperasen aquí! ¿Los has visto?

Entonces Zeinab balanceó sus caderas, asestó una mirada dulce a la izquierda, luego a la derecha, sonrió con los labios, y dijo: "¿A quién, ¡oh mi amo!?"

Y he aquí que tras las dos miradas que le lanzó la joven, Ahmad sintió que sus entrañas le trastornaban el estómago y que gemía el niño, única herencia que le quedaba como capital e intereses.

Entonces dijo a la sonriente Zeinab, que permanecía inmóvil en una postura candorosa: "¡Oh jovenzuela, a mis cuarenta alguaciles!"

Como súbitamente poseída por un sentimiento de respeto al oír estas palabras, Zeinab se adelantó hacia Ahmad-la-Tiña y le besó la mano, diciendo: "¡Oh capitán Ahmad, jefe de la Derecha del califa! los cuarenta alguaciles me han encargado que te diga que al extremo de la callejuela han visto a la vieja Dalila que buscas y que iban en su persecución sin pararse aquí; pero aseguraron que volverían con ella pronto; y ya no tienes más que esperarles en la sala grande de la taberna, donde yo misma te serviré con mis ojos".

Entonces, precedido por la joven, Ahmad-la-Tiña entró en la tienda, y embriagado con los encantos de aquella bribona y subyugado por sus artificios, no tardó en ponerse a beber copa tras copa, cayendo como muerto bajo el efecto operado en su razón por el bang adormecedor con las bebidas.

A la sazón Zeinab, sin pérdida de tiempo, empezó por quitar a Ahmad-la-Tiña toda la ropa y cuanto llevaba encima de él, no dejándole sobre el cuerpo más que la camisa y el amplio calzoncillo; luego fue adonde estaban los otros y les despojó de la propia manera. Tras de lo cual recogió todos sus utensilios y todos los efectos que acababa de robar, los cargó en el caballo de la-Tiña en el del beduíno y en el burro del arriero, y enriquecida así con aquellos trofeos de su victoria, regresó sin incidentes a su casa, y se lo entregó todo a su madre Dalila, que hubo de abrazarla llorando de alegría.

En cuanto a Ahmad-la-Tiña y sus cuarenta compañeros...


En este momento de su narración, Schehrazada vio aparecer la mañana, y se calló discreta.



Pero cuando llegó la 447ª noche

siguiente anterior


Ella dijo:

...En cuanto a Ahmad-la-Tiña y sus cuarenta compañeros, estuvieron durmiendo durante dos días y dos noches, y cuando por la mañana del tercer día despertaron de su sueño extraordinario, no supieron explicarse al pronto su presencia allí dentro, y a fuerza de suposiciones, acabaron por no dudar ya de la jugarreta de que habían sido víctimas. Aquello les humilló mucho, especialmente a Ahmad-la-Tiña, que había mostrado tanta seguridad en presencia de Hassán-la-Peste y que estaba muy avergonzado a la sazón por tener que salir a la calle de aquella manera. Sin embargo, hubo de decidirse a abandonar la taberna, y precisamente la primera persona con quien se encontró por su camino fué Hassán-la-Peste, quien al verle vestido sólo con la camisa y el calzoncillo y seguido por sus cuarenta alguaciles ataviados como él, comprendió al primer golpe de vista la aventura que acababa de ocurrirles.

Ante semejante espectáculo, Hassán-la-Peste se regocijó hasta el límite del regocijo, y se puso a cantar estos versos:


¡Las jóvenes candorosas creen parecidos a todos los hombres! ¡No saben que no nos parecemos más que en nuestros turbantes!


¡Entre nosotros, unos son sabios y otros imbéciles! ¿No hay en el cielo estrellas sin fulgor y otras como perlas?


¡Las águilas y los halcones no comen carne muerta, en tanto que los buitres impuros se posan sobre los cadáveres!


Cuando Hassán-la-Peste hubo acabado de cantar, se aproximó a Ahmad-la-Tiña, y habiéndolo reconocido , le dijo:

"¡Por Alah, mokaddem Ahmad, las mañanas son frescas a orillas del Tigris, y cometéis una imprudencia al salir así sólo con la camisa y el calzoncillo!"

Y contestó Ahmad-la-Tiña: "¡Y tú, ya Hassán, eres aun más pesado y más frío de ingenio que la mañana! Nadie escapa a su suerte, y nuestra suerte fué vernos burlados por una joven. ¿Acaso la conoces?"

Hassán contestó: "¡La conozco y conozco a su madre! Y si quieres, al instante te las capturaré".

Ahmad preguntó: "¿Y cómo?" Hassán contestó: "¡No tienes más que presentarte al califa, y para hacer patente tu incapacidad, agitarás tu collar, y has de decirle que me encargue a mí de la captura en lugar tuyo!"

Entonces Ahmad-la-Tiña, después de vestirse, fué al diwán con Hassán-la-Peste, y el califa le preguntó: "¿Dónde está la vieja, mokaddem Ahmad?" El aludido agitó su collar y contestó: "¡Por Alah, ¡oh Emir de los Creyentes! que no la encuentro! ¡El mokaddem Hassán cumplirá mejor esa misión! ¡La conoce, y hasta afirma que la vieja no ha hecho todo eso más que para que se hable de ella y atraerse la atención de nuestro amo el califa!"

Entonces Al-Raschid se encaró con Hassán, y le preguntó: "¿Es cierto, mokaddem Hassán? ¿Conoces a la vieja? ¿Y crees que no ha hecho todo eso más que para merecer mis favores?" El interpelado contestó: "¡Es cierto, oh Emir de los Creyentes!"

Entonces exclamó el califa: "¡Por la tumba y el honor de mis antecesores, que perdonaré a la tal vieja si restituye a todos éstos lo que les ha robado!"

Y dijo Hassán-la-Peste: "Si así es, ¡oh Emir de los Creyentes! dame para ella el salvoconducto de seguridad". Y el califa tiró su pañuelo a Hassán-la-Peste en prenda de seguridad para la vieja.

Al punto salió del diwán Hassán, tras de haber recogido la prenda de seguridad, y corrió directamente a casa de Dalila, a quien conocía de larga fecha. Llamó a la puerta y fué a abrirle la propia Zeinab. Preguntó él: "¿Dónde está tu madre?" Ella dijo: "¡Arriba!" Dijo él: "Vé a decirle que abajo está Hassán, el mokaddem de la Izquierda, que trae para ella de parte del califa el pañuelo de seguridad, pero con la condición de que restituya todo cuanto ha robado. ¡Y dile que baje por buenas, pues si no me veré obligado a emplear con ella la fuerza!"

Y he aquí que Dalila, la cual había oído estas palabras, exclamó desde dentro: "¡Tírame el pañuelo de seguridad! ¡Y te acompañaré a la presencia del califa con todas las cosas robadas!" Entonces Hassán-la-Peste le tiró el pañuelo, que Dalila hubo de anudarse al cuello; luego ayudada por su hija, empezó a cargar al burro del arriero y a los dos caballos con todos los objetos robados. Cuando acabaron, Hassán dijo a Dalila: "¡Todavía faltan los efectos de Ahmad-la-Tiña y sus cuarenta hombres!" Ella contestó: "¡Por el Nombre Más grande, que no fui yo quien se apoderó de ellos!"

Hassán se echó a reír y dijo: "¡Es verdad! ¡Fué tu hija Zeinab la que hizo esa jugarreta! ¡Guárdalos, pues!" Luego, seguido por las tres acémilas, que guiaba él en reata con una cuerda, se llevó a Dalila y la condujo al diwán entre las manos del califa...


En este momento de su narración, Schehrazada vio aparecer la mañana, y se calló discreta.



Pero cuando llegó la 448ª noche

siguiente anterior


Ella dijo:

... se llevó a Dalila y la condujo al diwán entre las manos del califa.

Cuando Al-Raschid vió entrar a aquella vieja diabólica, no pudo por menos de ordenar en alta voz que la arrojaran inmediatamente en la alfombra de la sangre para ejecutarla. Entonces, exclamó ella: "Estoy bajo tu protección, ¡oh Hassán!"

Y Hassán-la-Peste se levantó y besó las manos del califa, y le dijo: "Perdónala, ¡oh Emir de los Creyentes! Le has dado la prenda de seguridad. ¡Mírala en su cuello!" El califa contestó: "¡Es cierto! ¡Así que la perdono por consideración hacia ti!" Luego se encaró con Dalila, y le dijo: "Ven aquí, ¡oh vieja! ¿Cuál es tu nombre?" Ella contestó: "¡Mi nombre es Dalila, y soy la esposa del antiguo director de tus palomares!"

Dijo él: "En verdad que eres astuta y estás llena de estratagemas. ¡Y en adelante te llamarás Dalila la Taimada!" Luego le dijo: "¿Puedes decirme, por lo menos, con qué objeto hiciste todas esas jugarretas a esta gente que ves aquí y levantaste tanto ruido, fatigándonos los corazones?" Entonces Dalila se arrojó a los pies del califa, y contestó: "¡Oh Emir de los Creyentes! créeme que no fué por avaricia por lo que obré así. ¡Pero cuando oí hablar de las pasadas estratagemas y jugarretas hechas en otro tiempo en Bagdad por los jefes de Tu Derecha y de Tu Izquierda Ahmad-la-Tiña y Hassán-la-Peste, se me ocurrió hacer lo mismo que ellos a mi vez, y aun superarlos, a fin de poder obtener de nuestro amo el califa los sueldos y el cargo de mi difunto marido, padre de mis pobres hijas!"

Al escuchar estas palabras, el arriero se levantó con viveza, y exclamó: "¡Juzgue y sentencie Alah entre esta vieja y yo! ¡No solamente no se ha contentado ella en robarme el borrico, sino que impulsó al barbero moghrabín que está aquí a que me arrancara las dos últimas muelas y me cauterizara las sienes con clavos al rojo!"

Y también el beduíno se levantó, y exclamó: "¡Juzgue y sentencie Alah entre esta vieja y yo! ¡No solamente no se ha contentado ella con atarme al poste en su lugar y robarme el caballo, sino que me impidió satisfacer mi deseo de buñuelos rellenos de miel!"

Y a su vez el tintorero, el barbero, el joven mercader, el capitán Azote, el judío y el walí se levantaron pidiendo a Alah reparación de los daños que les causó la vieja. Así es que el califa, que era magnánimo y generoso, empezó por devolver a cada cual los objetos que se le habían robado, y les indemnizó ampliamente por cuenta de su peculio particular. Y especialmente al arriero, pues hizo que le dieran mil dinares de oro, a causa de la pérdida de sus dos muelas y de las cauterizaciones sufridas, y le nombró jefe de la corporación de arrieros. Y todos salieron del diwán felicitándose de la generosidad del califa y de su justicia, y olvidaron sus tribulaciones.

En cuanto a Dalila, le dijo el califa: "¡Ahora, ¡oh Dalila! puedes pedirme lo que anheles!" Ella besó la tierra entre las manos del califa, y contestó: "¡Oh Emir de los Creyentes! ¡no anhelo de tu generosidad más que una cosa, y es ser reintegrada en el cargo y sueldo de mi difunto marido, el director de las palomas mensajeras! Y sabré llenar estas funciones, pues en vida de mi marido era yo quien, ayudada por mi hija Zeinab, daba de comer a las palomas y les ataba al cuello las cartas y limpiaba el palomar. Y era yo igualmente quien cuidaba el khan grande que hiciste construir para las palomas y que guardaban de día y de noche cuarenta negros y cuarenta perros, los mismos que tomaste al rey de los afghans, descendientes de Soleimán, cuando venciste a aquel soberano".

Y contestó el califa: "¡Sea, oh Dalila! Al instante voy a hacer que se te adjudique la dirección del khan grande de las palomas mensajeras y el mando de los cuarenta negros y los cuarenta perros ganados al rey de los afghans, descendientes de Soleimán. Y con tu cabeza responderás entonces la pérdida de cualquiera de esas palomas que para mí son más preciosas que la misma vida de mis hijos. ¡Pero no dudo de tus aptitudes!" A la sazón añadió Dalila: "También quisiera ¡oh Emir de los Creyentes! que mi hija Zeinab habitara conmigo en el khan para que me ayudase en la vigilancia general". Y el califa le dió autorización para ello.

Entonces, después de haber besado las manos del califa, Dalila regresó a su casa, y ayudada por su hija Zeinab, hizo transportar sus muebles y efectos al khan grande, y escogió para habitación el pabellón construido a la misma entrada del khan. Y el propio día tomó el mando de los cuarenta negros, y vestida con traje de hombre y tocada la cabeza con un casco de oro, se presentó a caballo ante el califa para tomar órdenes e informarse de los mensajes que tenía que expedir él a las provincias. Y cuando llegó la noche, soltó en el patio principal del khan, para que lo guardaran, a los cuarenta perros de la raza de aquellos que sirvieron a los pastores de Soleimán. Y siguió presentándose a caballo en el diwán todos los días, tocada con el casco de oro rematado por una paloma de plata, y acompañada por el cortejo de sus cuarenta negros vestidos de seda roja y de brocado. Y para adornar su nueva vivienda, colgó en ella los trajes de Ahmad-la-Tiña, de Ayub Lomo-de-Camello y de sus cuarenta compañeros.

¡Y así fué como Dalila la Taimada y su hija Zeinab la Embustera obtuvieron en Bagdad, merced a su destreza y a sus artificios, el honorable cargo de la dirección de los palomares y el mando de los cuarenta negros y los cuarenta perros guardianes nocturnos del khan grande! ¡Pero Alah es más sabio!


Pero ya es hora ¡oh rey afortunado! -continuó Schehrazada- de hablar de Alí Azogue y de sus aventuras con Dalila y su hija Zeinab, y con Zaraik, el hermano de Dalila, que era vendedor de pescado frito, y con el mago judío Azaria. ¡Porque esas aventuras son infinitamente más asombrosas y más extraordinarias que todas las oídas hasta el presente!"

Y dijo para sí el rey Schahriar: "¡Por Alah, que no la mataré mientras no haya oído las aventuras de Alí Azogue!" Y al ver aparecer la mañana, Schehrazada se calló discretamente.



Pero cuando llegó la 449ª noche

siguiente anterior


Ella dijo:

He llegado a saber ¡oh rey afortunado! que en tiempos de Ahmad-la-Tiña y Hassán-la-Peste, había en Bagdad otro ladrón tan sagaz y tan escurridizo que jamás consiguió capturarle la policía; pues no bien creía tenerle ya cogido, se le escapaba como se escurre entre los dedos una bola de azogue que se quisiera sujetar. A eso obedecía que en El Cairo, su patria, le pusieran el apodo de Alí Azogue.

Porque antes de su llegada a Bagdad, Alí Azogue vivía en El Cairo, y partió de allí para ir a Bagdad con motivo de cosas memorables que merecen ser mencionadas al comienzo de esta historia.

Un día estaba sentado, triste y ocioso, en medio de sus compañeros, dentro del subterráneo que les servía de punto de reunión, y viendo los demás que tenía el corazón apretado y oprimido el pecho, trataban de distraerle; pero él seguía adusto en su rincón con el semblante enfurruñado, contraídas las facciones y fruncidas las cejas. Entonces le dijo uno de ellos: "¡Oh jefe nuestro! ¡para dilatarte el pecho, nada hay mejor que un paseo por las calles y zocos de El Cairo!" Y Alí Azogue acabó por levantarse y salir, caminando sin rumbo por los barrios de El Cairo, aunque no se le aclaró su negro humor. Y llegó de tal suerte a la calle Roja, mientras a su paso la gente se retiraba presurosa en prueba de consideración y respeto hacia él.

Cuando desembocaba en la calle Roja y se disponía a entrar en una taberna donde acostumbraba a embriagarse, vio cerca de la puerta a un aguador con su odre de piel de cabra a la espalda y el cual seguía por su camino haciendo tintinear, al chocar una con otra, las dos tazas de cobre en que echaba de beber a los sedientos. Y canturreaba su pregón, diciendo unas veces que su agua era como miel y otras veces que era como vino, a medida de todos los deseos. Y aquel día, acompasando su pregón al tintineo de las dos tazas que se entrechocaban, cantaba de este modo:


¡De la uva se saca el licor mejor! ¡No hay dicha sin un amigo de corazón! ¡La dicha duplica su valor en él! ¡Y el sitio de honor es para el que habla bien!


Cuando vio el aguador a Alí Azogue, hizo tintinear en honor suyo las dos tazas sonoras, y cantó:


¡Oh transeúnte! ¡he aquí la pura, la dulce, la deliciosa, la fresca agua! ¡mi agua, que es el ojo del gallo! ¡mi agua, que es el cristal! ¡mi agua, que es el ojo, la alegría de las gargantas, el diamante! ¡agua, agua, mi agua!


Luego preguntó: "¿Quieres una taza, mi señor?" Azogue contestó: "¡Dámela!" Y el aguador le llenó una taza, que tuvo cuidado de enjuagar previamente, y se la ofreció, diciendo: "¡Es una delicia!" Pero Alí Azogue cogió la taza, la miró un instante, la volcó y tiró el agua al suelo, diciendo: "¡Dame otra!" Entonces se puso serio el aguador, considerándole con la mirada, y exclamó: "¡Por Alah! ¿y qué encuentras en esta agua, más clara que el ojo del gallo, para tirarla al suelo así?" Alí contestó: "¡Me da la gana! ¡Échame otra taza!" Y el aguador llenó de agua por segunda vez la taza y se la ofreció religiosamente a Alí Azogue, quien la cogió y la vertió de nuevo, diciendo: "¡Llénamela otra vez!" Y exclamó el aguador: "¡Ya sidi, si no quieres beber, déjame proseguir mi camino!" Y le brindó una tercera taza de agua. Pero aquella vez Azogue vació de un sorbo la taza y se la entregó al aguador, depositando en ella como gratificación un dinar de oro. Y he aquí que el aguador, lejos de mostrarse satisfecho por semejante ganancia, midió con la mirada a Azogue y le dijo con tono zumbón: "¡Que tengas buena suerte, mi señor, y que yo tenga buena suerte! ¡Una cosa es la gentuza, y los grandes señores son otra cosa muy distinta!"

Al oír estas palabras, Alí Azogue, que no necesitaba tanto para que le hiciese estornudar la cólera, cogió de la ropa al aguador, le administró una andanada de puñetazos, zarandeándoles a él y a su odre, le arrinconó contra el muro de la fuente pública de la calle Roja, y le gritó: "¡Ah hijo de alcahuete! ¿te parece que un dinar de oro es poco por tres tazas de agua? ¡Ah! ¿conque es muy poco? ¡Pues si tal como está tu odre valdrá apenas tres monedas de plata, y la cantidad de agua que he tirado al barro no llega ni a una pinta!"

El aguador contestó: "¡Así es, mi señor!" Azogue preguntó: "Pues entonces, ¿por qué me hablaste de esa manera? ¿Habrás encontrado en tu vida a alguien más generoso de lo que yo fui contigo?"

El aguador contestó: "¡Sí, por Alah! He encontrado en mi vida a alguien más generoso que tú! ¡Porque mientras estén encinta las mujeres y engendren hijos, habrá siempre sobre la tierra hombres de corazón generoso!" Azogue preguntó: "¿Y podrías decirme quién es ese hombre que encontraste más generoso que yo?"

El aguador contestó: "¡Ante todo, suéltame, y siéntate ahí, en el escalón de la fuente! ¡Y te contaré mi aventura, que es extremadamente extraña!"

Entonces soltó Azogue al aguador; y después de sentarse ambos en una de las gradas de mármol de la fuente pública, junto al odre que dejaron en el suelo, el aguador contó...


En este momento de su narración, Schehrazada vio aparecer la mañana, y se calló discretamente.



Pero cuando llegó la 450ª noche

siguiente anterior


Ella dijo:

... Y después de sentarse ambos en una de las gradas de mármol de la fuente pública, junto al odre, que dejaron en el suelo, el aguador contó:

"Has de saber ¡oh mi generoso amo! que mi padre era el jeique de la corporación de aguadores de El Cairo, no de los aguadores que venden agua al por mayor en las casas, sino de los que, como yo, la venden al por menor, llevándola a la espalda y despachándola por las calles.

"Cuando murió mi padre, me dejó de herencia cinco camellos, una mula, la tienda y la casa. ¡Aquello era más de lo que necesitaba para vivir dichoso un hombre de mi condición! Pero ¡oh mi amo! el pobre nunca está satisfecho, ¡y el día en que por casualidad se siente satisfecho al fin, muere! Así, pues, yo pensaba para mi ánima: "¡Voy a aumentar mi herencia con el tráfico y el comercio!" Y al punto fui en busca de diversos prestamistas que me confiaron mercancías. Cargué aquellas mercancías en mis camellos y en mi mula, y me marché a traficar en Hedjaz durante la época de peregrinación a la Meca. Pero ¡oh mi amo! el pobre no se enriquece nunca, ¡y si se enriquece, muere! Fui tan desgraciado con mi tráfico, que antes de terminarse la peregrinación perdí cuanto poseía, y me vi obligado a vender mis camellos y mi mula para atender a las necesidades del momento. Y me dije: «¡Si vuelves a El Cairo, te cogerán tus acreedores y te meterán en la cárcel!» Entonces me agregué a la caravana de Siria, y fui a Damasco, a Alepo y de allí a Bagdad.

"Una vez llegado a Bagdad, pregunté por el jefe de la corporación de aguadores y me presenté a él. Como buen musulmán, empecé por recitarle el capítulo liminar del Korán y le deseé la paz. A la sazón me interrogó por mi estado, y le conté todo lo que me había sucedido. Y sin tardanza me dió un ajustador, un odre y dos tazas para que pudiese ganarme la vida. Y salí una mañana por el camino de Alah, con mi odre a la espalda, y empecé a circular por los diversos barrios de la ciudad, cantando mi pregón, como los aguadores de El Cairo. Pero ¡oh mi amo! el pobre permanece pobre porque tal es su destino!

"En efecto, no tardé en ver cuán grande era la diferencia entre los habitantes de Bagdad y los de El Cairo. En Bagdad, ¡oh mi amo! la gente no tiene sed; ¡y los que por casualidad se deciden a beber no pagan! ¡Porque el agua es de Alah! Al oír las respuestas de los primeros individuos a quienes hice mis ofertas cantadas, advertí todo lo malo que era el tal oficio. Pues cuando a uno de ellos le brindé mi taza, hubo de contestarme: "¿Pero acaso me diste de comer, para darme de beber ahora?"

Yo continué entonces mi camino, asombrándome de la funesta manera de comenzar allí en mi oficio, y brindé la taza a otro; pero me contestó: "¡La ganancia está en Alah! Sigue tu camino ¡oh aguador!" No quise desalentarme, y continué caminando por ¡os zocos, parándome delante de las tiendas bien acreditadas; pero nadie me hizo seña de que le sirviera agua ni quiso dejarse tentar por mis ofertas y el tintineo de mis vasos de cobre. Y así permanecí hasta mediodía, sin haber ganado con qué comprarme una bizcochada de pan y un cohombro. Porque ¡oh mi amo! el destino del pobre le obliga a tener a veces hambre. ¡Pero el hambre, oh mi amo! es menos dura que la humillación! Y el rico experimenta bastantes humillaciones y las soporta peor que el pobre, que no tiene nada que perder ni que ganar. Así yo, por ejemplo, si me he enfadado por tu cólera, no es por mí, sino por mi agua, que es un don excelente de Alah. Pero tu cólera para conmigo ¡oh mi amo! se debe a motivos que afectan a tu persona.

"El caso es que, al ver que mi estancia en Bagdad comenzaba de manera tan triste, pensé para mi ánima: "¡Más te hubiera valido ¡oh pobre! morir en una cárcel dentro de tu país que en medio de esas gentes a quienes no les gusta el agua!" Y mientras me obstinaba en tales pensamientos, vi de pronto levantarse en el zoco una gran polvareda y correr gente en cierta dirección. Entonces, como mi oficio consiste en ir a donde va muchedumbre, corrí con todas mis fuerzas, llevando mi odre a la espalda, y me dejé llevar por la corriente. Y a la sazón vi un cortejo espléndido compuesto por dos filas de hombres que llevaban en la mano bastones, ostentaban gorros enriquecidos con perlas, iban vestidos con hermosos albornoces de seda y al costado les colgaban magníficos alfanjes incrustados ricamente. Y marchaba al frente de ellos un jinete de aspecto terrible, ante el cual todas las cabezas se inclinaban hasta la tierra. Entonces pregunté: «¿A qué se debe este cortejo? ¿Y quién es ese jinete?» Me contestaron: «¡Bien se ve, por tu acento egipcio y tu ignorancia, que no eres de Bagdad! Ese cortejo es el del mokaddem Ahmad-la-Tiña, jefe de policía de la Derecha del califa, que está encargado de mantener el orden por los arrabales. Y el que ves a caballo es él mismo. ¡Disfruta de muchos honores y de un sueldo de mil dinares al mes, exactamente igual que su colega. Hassán-la-Peste, jefe de la Izquierda! ¡Y cada uno de sus hombres cobra cien dinares mensuales! ¡Precisamente acaban de salir del diwán ahora, y van a su casa para hacer la comida de mediodía!»

"Entonces ¡oh mi amo! me puse a vocear mi pregón a estilo egipcio, tal como me viste hace poco, acompañándome con el tintineo de mis vasos sonoros. Y lo hice de modo que me oyó y me vió el mokaddem Ahmad, y guiando hacia mí su caballo me dijo: "¡Oh hermano de Egipto, por tu canto te reconozco! ¡Dame una taza de tu agua!" Y cogió la taza que le brindé, la volcó y tiró al suelo el contenido para hacérmela llenar por segunda vez y verterla en el suelo de nuevo, exactamente igual que tú, ¡oh mi amo! y beber de un sorbo la tercera taza que me hizo que le llenase. Luego exclamó en alta voz: «¡Viva El Cairo con sus habitantes, ¡oh aguador, hermano mío! ¿Por qué viniste a esta ciudad en donde no se estima y remunera a los aguadores?» Y le conté mi historia y le hice comprender que estaba sin dinero y huido a causa de mis deudas y de mis apuros. Entonces exclamó: «Bien venido seas, pues, a Bagdad!» Y me dió cinco dinares de oro, y encarándose con todos los hombres de su cortejo les dijo, «¡Por el amor de Alah, recomiendo a vuestra liberalidad este hombre de mi patria!» ¡Al punto cada hombre del cortejo me pidió una taza de agua, y después de bebérsela, dejó en ella un dinar de oro! De modo que al cabo de aquella ronda tenía yo más de cien dinares de oro en la caja de cobre que colgaba de mi cinturón. Luego me dijo el mokaddem Ahmad-la-Tiña: «¡Esta será tu remuneración cada vez que nos sirvas de beber durante tu estancia en Bagdad!» Así es que en pocos días se llenó varias veces mi caja de cobre; y conté los dinares y vi que poseía mil y pico.

Entonces pensé para mi ánima: «Ya te llegó la hora de volver a tu país, ¡oh aguador! pues por muy bien que se esté en tierra extraña, se encuentra uno en su patria mejor todavía. ¡Y además, tienes deudas, y has de pagarlas!» Entonces me dirigí al diwán, donde ya me conocían y me trataban con muchos miramientos; y entré a despedirme de mi bienhechor, recitándole estos versos...


En este momento de su narración, Schehrazada vio aparecer la mañana y se calló discretamente.



Y cuando llegó la 451ª noche

siguiente anterior


Ella Dijo:

"... y entré a despedirme de mi bienhechor, recitándole estos versos:


¡La morada del extranjero en tierra extranjera es semejante a un edificio construído en el aire!


¡Sopla el viento, se derrumba el edificio, y el extranjero lo abandona! ¡Más le hubiera valido no construirlo!


Luego le dije: "¡He aquí que parte para El Cairo una caravana, quisiera agregarme a ella para volver con los míos!" Entonces me dio él una mula y cien dinares, y me dijo: "A mi vez ¡oh jeique! quisiera encargarte una comisión de confianza. ¿Conoces a mucha gente en El Cairo?" Yo contesté: "¡Conozco a toda la gente generosa que allá habita!" El me dijo: "Entonces toma esta carta y entrégasela en propia mano a mi antiguo compañero Alí Azogue, de El Cairo; y dile de mi parte: "¡Tu jefe te envía sus zalemas y sus votos! ¡Ahora está con el kalifa Harún Al-Raschid!"

"Cogí la carta, besé la mano del mokaddem Ahmad, y abandoné Bagdad para venir a El Cairo, donde llegué hace cinco días apenas. Empecé por buscar a mis acreedores, a quienes pagué religiosamente con todo el dinero que había ganado en Bagdad merced a la generosidad de Ahmad-la-Tiña. Tras de lo cual volví a ponerme mi ajustador de cuero, cargué mi odre a la espalda y me hice aguador como antes, tal cual me ves, ¡oh mi amo! ¡Pero en vano busco por todo El Cairo al amigo de Ahmad-la-Tiña, a Alí Azogue, pues no puedo dar con él para entregarle la carta que llevo siempre entre los pliegues de mi ropa!

"Y tal es ¡oh mi amo! la aventura que me acaeció con el más generoso de mis clientes".

Cuando el aguador hubo acabado de contar su historia, Alí Azogue se levantó y le abrazó como el hermano abraza al hermano, y le dijo: "¡Oh aguador, semejante mío, perdóname mi cólera de hace poco para contigo! ¡Sin duda el hombre que encontraste en Bagdad y era más generoso que yo, el único más generoso que yo, es mi antiguo jefe! ¡Porque el Alí Azogue a quien buscas, el primer compañero de Ahmad-la-Tiña, soy yo mismo! ¡Regocija, pues, tu alma, refresca tus ojos y tu corazón y dame la carta de mi superior!" Entonces el aguador hubo de entregarle la carta, abriéndola el otro, y leyendo en ella lo que sigue:


"¡La zalema del Mokaddem Ahmad-la-Tiña al más ilustre y al primero de sus hijos, Alí Azogue!

"Te escribo ¡oh adorno de los más hermosos! en una hoja que volará hacia ti con el viento.


"¡Si fuese pájaro, yo mismo a tus brazos volaría transportado por el deseo! Pero, ¿podrá volar aún el pájaro a quien cortaron las alas? "Porque has de saber ¡oh el más hermoso! que estoy ahora a la cabeza de los cuarenta alguaciles de Ayub Lomo-de-Camello, todos ellos, como nosotros, antiguos bravos, autores de mil soberbias hazañas. Y fui nombrado por nuestro amo el califa Harún Al-Raschid, jefe de policía de Su Derecha, encargado de custodiar la ciudad y los arrabales, con un sueldo de mil dinares al mes, sin contar los ingresos extraordinarios y ordinarios por parte de las gentes que desean congraciarse conmigo. "Si tú ¡oh el más querido! quieres dar un vasto meidán al vuelo de tu genio y abrirte la puerta de las bienandanzas y las riquezas no tienes más que venir a Bagdad para reunirte con tu amigo. Aquí acometerás altas empresas, y te prometo obtenerte entonces los favores del califa, una plaza digna de ti y de nuestra amistad y un tratamiento tan considerable como el mío.


"¡Ven, pues, hijo mío, a reunirte conmigo y a dilatarme el corazón con tu presencia deseada!

"¡Y sean contigo la paz de Alah y sus bendiciones, ¡ya Alí!"


Cuando Alí Azogue hubo leído esta carta de su jefe Ahmad-la-Tiña, se estremeció de alegría y de emoción, y blandiendo su largo bastón en una mano y la carta en la otra mano, ejecutó una danza fantástica sobre los escalones de la fuente, atropellando a las viejas y a los mendigos. Después besó varias veces la carta, llevándosela a la frente luego; y se quitó su cinturón de cuero y lo vació, dejando en las manos del aguador todas las monedas de oro que contenía, para darle gracias por la buena noticia y la comisión. Y se apresuró a reunirse en el subterráneo con los bergantes de su banda para anunciarles su inmediata partida a Bagdad.

Cuando estuvo entre ellos, les dijo: "¡Hijos míos, os dejo encomendados unos a otros!" Entonces exclamó su lugarteniente: "¿Cómo, maestro? ¿Es que nos abandonas?" Alí contestó: "¡Me espera mi destino en Bagdad, entre las manos de mi jefe Ahmad-la-Tiña!" el otro dijo: "¡Precisamente nos hallamos en un momento de apuro! ¡Nuestro almacén de provisiones está vacío! ¿Y qué va a ser de nosotros sin ti?" Alí contestó: "Antes de llegar a Bagdad, en cuanto entre en Damasco, ya encontraré la manera de enviaros algo con que podáis atender a todas vuestras necesidades. ¡No temáis, pues, hijos míos!" Luego se quitó la ropa que llevaba, hizo sus abluciones y se vistió con un traje ceñido a la cintura y con un largo capote de viaje de amplias mangas; guardó en su cinturón de cuero dos puñales y un machete; se puso a la cabeza un tarbusch extraordinario y empuñó una inmensa lanza de cuarenta y dos codos de longitud, y hecha con nudos de bambú que podían meterse a voluntad unos con otros. Después saltó a lomos de su caballo y se marchó.

Apenas había salido de El Cairo, cuando divisó...


En este momento de su narración, Schehrazada vio aparecer la mañana y se calló discretamente:



Y cuando llegó la 452ª noche

siguiente anterior


Ella dijo:

... Apenas había salido de El Cairo, cuando divisó una caravana, a la cual se agregó al enterarse que se dirigía a Damasco y a Bagdad. Aquella caravana era del síndico de los mercaderes de Damasco, hombre muy rico que volvía desde la Meca a su país. Y he aquí que Alí, que era joven, hermoso y todavía no tenía pelo en las mejillas, le gustó en extremo al síndico de los mercaderes, a los camelleros y a los muleteros, y a la vez que se defendía de sus diversos atentados nocturnos, supo hacerle una porción de servicios apreciables, protegiéndolos centra los beduínos salteadores y los leones del desierto; de modo que a su llegada a Damasco le demostraron su agradecimiento gratificándole cada cual con cinco dinares. Y Alí, que no se olvidaba de sus compañeros de El Cairo, se apresuró a enviarles todo aquel dinero, sin guardar para él más que lo estrictamente necesario para continuar su camino y llegar a Bagdad por fin.

Y así fué como Alí Azogue, de El Cairo, abandonó su país para ir a Bagdad, buscando su destino entre las manos de su maestro Ahmad-la-Tiña, el antiguo jefe de aquellos bravos.

No bien hubo entrado en la ciudad, se dedicó a buscar la vivienda de su amigo preguntando a varias personas que no supieron o no quisieron indicársela. Y llegó de tal suerte a una plaza llamada Al-Nafz, donde vio a unos muchachos que estaban jugando bajo la dirección de otro más pequeño que todos ellos y al que llamaban Mahmud el Aborto. Y precisamente se trataba de aquel Mahmud el Aborto que era hijo de la hermana casada de Zeinab. Y Alí Azogue pensó para sí: "¡Ya Alí! las nuevas de las personas nos las facilitan sus hijos!"

Y para atraerse a los chicos, al punto se dirigió a la tienda de un confitero y compró un pedazo grande de halawa con aceite de sésamo y azúcar; luego se acercó a los pequeñuelos que jugaban, y les dijo: "¿Cuál de vosotros quiere halawa todavía caliente?" Pero Mahmud el Aborto no dejó acercarse a los demás chicos, y fué a ponerse delante de Alí él solo, y le dijo: "¡Dame halawa!" Entonces Alí le dió el pedazo, deslizándole en la mano al mismo tiempo una moneda de plata. Pero cuando el Aborto vió el dinero, creyó que aquel hombre se lo daba para atentar contra él y seducirle, y le gritó:

"¡Vete! ¡Yo no me vendo! ¡Yo no hago cosas feas! ¡Pregunta a los demás por mí y te lo dirán!"

Alí Azogue, que en aquel momento no pensaba en liviandades ni en nada semejante, dijo al pequeño pervertido: "Hijo mío, lo que te doy es para pagarte un informe que deseo de ti; y si te pago es porque los bravos pagan siempre los servicios que sean de otros bravos. ¿Puedes decirme solamente dónde está la vivienda del mokaddem Ahmad-la-Tiña?" El Aborto contestó: "¡Si no es más que eso lo que deseas de mí, la cosa es fácil! Echaré a andar delante de ti, y cuando llegue frente a la casa-de Ahmad-la-Tiña, con mis pies descalzos lanzaré contra la puerta un guijarro. De este modo nadie me verá hacerte la indicación. ¡Y así sabrás cuál es la vivienda de Ahmad-la-Tiña!" Y efectivamente, echó a correr delante de Azogue, y al cabo de cierto tiempo cogió con sus pies descalzos un guijarro, y sin moverse, lo lanzó contra la puerta de una casa. Y maravillado de la puntería, de la precocidad, de la destreza, de la desconfianza, de la malicia y de la sutileza del pillastre, exclamó Azogue: "¡Inschalah, ya Mahmud! el día en que también me nombren jefe de policía, te escogeré para que seas el primero entre mis bravos!" Luego Alí llamó a la puerta de Ahmad-la-Tiña.

Cuando Ahmad-la-Tiña oyó los golpes dados en la puerta, saltó sobre ambos pies en el límite de la emoción, y dijo a voces a su lugarteniente Lomo-de-Camello: "¡Oh Lomo-de-Camello! ¡ve a abrir en seguida al más hermoso entre los hijos de los hombres! ¡El que llama a mi puerta no es otro que Alí Azogue, mi antiguo lugarteniente de El Cairo! ¡Lo conozco por su manera de llamar!" Y Lomo-de-Camello ni por un instante dudó que fuese precisamente Alí Azogue quien estaba al otro lado de la puerta, y se apresuró a abrirla y a introducirle donde esperaba Ahmad-la-Tiña. Y abrazáronse tiernamente los dos antiguos amigos; y después de las primeras efusiones y las zalemas reiteradas como si se tratase de un hermano suyo, Ahmad-la-Tiña le vistió con un traje magnífico, diciéndole: "¡Cuando el califa me nombró jefe de Su Derecha y me dio ropas para mis hombres, reservé este traje para ti, pensando que te encontraría un día u otro!"

Luego le hizo sentarse en medio de ellos, en el sitio de honor; e hizo servir un festín prodigioso para festejar su encuentro; y se pusieron todos a comer, a beber y a regocijarse durante toda aquella noche.

Al día siguiente por la mañana, cuando llegó para Ahmad la hora de ir al diwán al frente de sus cuarenta, dijo a su amigo Alí: "¡Ya Alí! tienes que ser prudente al comienzo de tu estancia en Bagdad. ¡Guárdate, pues, de salir de casa para no atraerte la curiosidad de estos habitantes, que son pegajosos! ¡No creas que Bagdad es El Cairo! ¡Bagdad es la corte del califa, y los espías hormiguean aquí como en Egipto las moscas, y los estafadores y sacadineros pululan por aquí como por allá las ocas y los sapos!"

Y contestó Alí Azogue: "¡Oh maestro! ¿acaso vine a Bagdad para encerrarme como una virgen entre las cuatro paredes de una casa?" Pero Ahmad le aconsejó que tuviera paciencia, y se marchó al diwán al frente de sus alguaciles.

En cuanto a Alí Azogue...


En este momento de su narración, Schehrazada vio aparecer la mañana, y se calló discreta.



Y cuando llegó la 453ª noche

siguiente anterior


Ella dijo:

... En cuanto a Alí Azogue, tuvo paciencia para permanecer encerrado tres días en casa de su amigo. Pero al cuarto día, sintió que se le contraía el corazón y se le oprimía el pecho, y preguntó a Ahmad si era ya tiempo de comenzar las hazañas que debían ilustrarle y hacerle merecedor de los favores del califa. Ahmad contestó: "Cada cosa a su hora, hijo mío. ¡Déjame a mí solo el cuidado de ocuparme de ti y predisponer para contigo al califa antes de que emprendas tus hazañas!"

Pero en cuanto salió Ahmad-la-Tiña, Alí Azogue no pudo estarse quieto, y se dijo: "¡Voy a tomar un poco de aire nada más para dilatarme el pecho!" Y dejó la casa y empezó a recorrer las calles de Bagdad, trasladándose de un lugar a otro y deteniéndose a veces en casa de un pastelero o en la tienda de un cocinero para tomar un bocado o devorar cualquier cosa de pastelería. Y he aquí que divisó un cortejo de cuarenta negros vestidos de seda roja, cubiertos con gorros altos de fieltro blanco y armados de grandes machetes de acero. Iban ordenados de dos en dos; y detrás de ellos, montada en una mula con ricos jaeces; cubierta con un casco de oro coronado por una paloma de plata, y vestida con una cota de malla de acero, avanzaba, en medio de su gloria y su esplendor, la directora de las palomas, Dalila la Taimada.

... Precisamente acababa de salir del diwán y volvía al khan. Pero al pasar por delante de Alí Azogue, a quien no conocía y que no la conocía a ella, quedó asombrada de su belleza, de su juventud, de su buen aspecto, de su apostura elegante, de su apariencia agradable y sobre todo de su semejanza en la expresión de la mirada con el propio Ahmad-la-Tiña, su enemigo. Y al punto dijo unas palabras a uno de sus negros, que fue a informarse a hurtadillas, entre los mercaderes del zoco, acerca del nombre y la condición del hermoso joven; pero ninguno pudo decirle nada. Así es que cuando Dalila regresó a su pabellón del khan, llamó a su hija Zeinab y le dijo que le llevara la mesa de la arena adivinatoria; luego añadió: "¡Hija mía, acabo de encontrarme en el zoco con un joven tan hermoso, que la belleza le reconocería como uno de sus favoritos! ¡Pero ¡oh hija mía! su mirada se asemeja de un modo muy extraño a la de nuestro enemigo Ahmad-la-Tiña! ¡Y mucho me temo que ese extranjero a quien nadie en el zoco conoce, haya venido a Bagdad para jugarnos alguna mala pasada! ¡Por eso voy a consultar acerca de él a mi mesa adivinatoria!"

Tras estas palabras, agitó la arena a estilo cabalístico, murmurando palabras talismánicas y leyendo al revés unos renglones de escritura hebrea; luego en un libro mágico combinaciones algebráicas y químicas de números y letras, y encarándose con su hija, le dijo: "Oh hija mía! ese hermoso joven se llama Alí Azogue y viene de El Cairo! ¡Es amigo de nuestro enemigo Ahmad-la-Tiña, que no le ha hecho venir a Bagdad más que para jugarnos una mala pasada y vengarse así de la que tú misma le jugaste emborrachándole y quitándole el traje a él y a sus cuarenta. Además, sé que vive en casa de Ahmad-la-Tiña".

Pero le contestó su hija Zeinab: "¡Oh madre mía! y después de todo; ¿qué nos importa el tal individuo? ¡No hagas caso de ese jovenzuelo imberbe!"

La vieja contestó: "¡La arena adivinatoria acaba de revelarme también que la suerte de ese joven sobrepujará con mucho a mi suerte y a la tuya!" Zeinab dijo: "Ahora vamos a verlo, ¡oh madre!" Y enseguida se puso su ropa mejor, después de haberse sombreado la mirada con su barrita de kohl y juntado las cejas con su pasta negra fumada, y salió para ver si encontraba al consabido joven.

Empezó a recorrer lentamente los zocos de Bagdad balanceando sus caderas y guiñando los ojos por debajo de su velo, y lanzando miradas destructoras de corazones, y prodigando a su paso sonrisas para unos, promesas tácitas para otros, coqueterías, mimos, arrumacos, respuestas con las pupilas, preguntas con las cejas, asesinatos con las pestañas, despertares con los brazaletes, música con sus cascabeles y fuego en todas las entrañas, hasta que ante el escaparate de un vendedor de kenafa se encontró con el propio Alí Azogue, a quien conoció por su hermosura. Entonces se acercó a él, y como por inadvertencia le dio con él hombro un golpe que le hizo vacilar, y fingiéndose enfadada porque la habían tropezado, le dijo: "¡Vivan los ciegos! ¡oh clarividente!"

Al oír estas palabras, Alí Azogue se limitó a sonreír junto a la bella joven cuya mirada le traspasaba ya de una parte a otra, y contestó: "¡Oh, cuán hermosa eres, jovenzuela! ¿A quién perteneces?" Ella entornó por debajo del velo sus ojos magníficos, y contestó: "¡A todo ser bello que se parezca a ti!" Azogue preguntó: "¿Estás casada o eres virgen?" Ella contestó: "¡Casada para suerte tuya!" El dijo: "¿Será, entonces, en mi casa o en tu casa?" Ella contestó: "Prefiero en mi casa. Sabe que estoy casada con un mercader, y soy hija de un mercader. Y hoy es la vez primera que por fin puedo salir de casa, porque mi esposo acaba de ausentarse por una semana. Y he aquí que en cuanto él marchó quise divertirme, y dije a mi servidora que guisara para mí manjares muy apetitosos. ¡Pero como los más apetitosos manjares no serían deliciosos sin la sociedad de los amigos, he salido de casa en busca de alguien tan hermoso y tan bien educado como tú para que comparta mi comida y pase conmigo la noche! Y te he visto, y se me entró en el corazón tu amor. ¿Te dignarás, pues, regocijarte el alma, aliviarte el corazón y aceptar un bocado de comida en mi casa...


En este momento de su narración, Schehrazada vio aparecer la mañana, y se calló discreta.

siguiente anterior