Y cuando llegó la 433ª noche

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Ella dijo:

"¡Por la vida de tu cabeza, ¡oh hija mía! te prometo hacer en Bagdad algunas jugarretas de primera calidad, que superarán con mucho a las hechas por Ahmad-la-Tiña y Hassán-la-Peste!" Y se irguió en aquella hora y aquel instante, se tapó la cara con litham, se vistió como un pobre sufi, poniéndose un gran hábito de mangas tan prodigiosas que le bajaban hasta los talones, y se ciñó el talle con un ancho cinturón de lana; luego cogió una jarra, que llenó de agua hasta el cuello, y metió tres dinares en la abertura, que obstruyó con un tapón hecho de fibras de palmera; luego se rodeó los hombros y el cuello con varias sartas de rosarios grandes de cuentas tan pesadas como una carga de leña, y tomó en la mano una bandera semejante a la que llevan los sufis pordioseros, hecha con jirones de trapo encarnado, amarillo y verde; y ataviada de este modo, salió de su casa, diciendo en alta voz: "íAlah! ¡Alah!" Orando así con la lengua mientras su corazón corría por el hipódromo de los demonios y su pensamiento se obstinaba en buscar estratagemas perversas y temibles.

De esta manera recorrió los diversos barrios de la ciudad, pasando de una calle a otra calle, hasta que llegó a un callejón sin salida, pavimentado de mármol y barrido y regado, en el fondo del cual vió una puerta grande rematada por una magnífica cornisa de alabastro, y en el umbral estaba sentado el portero, un moghrabín (Marroquí) vestido con mucha limpieza. Y aquella puerta era de madera de sándalo, guarnecida con sólidas anillas de bronce y con un candado de plata. Y he aquí que aquella casa pertenecía al jefe de los guardias del califa, que era un hombre muy considerado y propietario de grandes bienes, muebles e inmuebles, a quien se habían señalado importantes emolumentos para subvenir a las funciones propias de su cargo; pero al mismo tiempo era un hombre muy violento y de malos modales; y por eso se le llamaba Mustafá Azote-de-las-Calles, porque hacía preceder siempre los golpes a las palabras.

Estaba casado con una joven encantadora, a la que amaba mucho, y a quien había jurado, desde la noche de su penetración primera, que nunca tomaría segunda mujer mientras ella viviese, ni dormiría nunca fuera de su casa ninguna noche. Y así ocurrió, hasta que un día en que Mustafá Azote-de-las-Calles vio en el diván que cada emir tenía consigo un hijo o dos.

Y precisamente aquel día fue al hammam luego, y mirándose en un espejo, vió que los pelos blancos de su barba eran más numerosos que los pelos negros, a los que cubrían completamente, y dijo para sí: "¿Acaso El que se llevó a tu padre no va a gratificarte al fin con un hijo?"

Y fué en busca de su esposa, y se sentó de muy mal humor en el diván, sin mirarla ni dirigirle la palabra. Entonces se acercó ella a él y le dijo: "¡Buenas noches!"

El contestó: "¡Quítate de mi vista! ¡Desde el día en que te conocí no me ha sucedido nada bueno!"

Ella preguntó: "¿A qué viene eso?" El dijo: "La noche de mi penetración en ti me hiciste prestar juramento de que jamás tomaría otra mujer. ¡Y te escuché! Y he aquí que hoy, en el diván, vi a cada emir con un hijo y hasta con dos hijos, y entonces me vino el pensamiento de la muerte, y me afectó en extremo porque no fui gratificado con un hijo, ni siquiera con una hija!

¡Y no ignoro que quien no deja posteridad no deja memoria de sí! Y tal es el motivo de mi mal humor, ¡oh estéril que hiciste caer mi semilla en una tierra de rocas y guijarros!"

A estas palabras replicó la ruborosa joven: "¡Y eres tú quien habla! ¡El nombre de Alah sobre mí y alrededor de mí! ¡No está en mí el retraso! Y la cosa no es por culpa mía. ¡Me he medicinado de tal modo, que acabé por estropear y agujerear los morteros a fuerza de machacar en ellos especies, pulverizar cuerpos simples y triturar raíces preconizadas contra la esterilidad! ¡Pero el retraso está en ti! ¡No eres más que un mulo impotente, de nariz chata y tus compañones son transparentes, con semilla sin consistencia y grano que no fecunda!"

El contestó: "¡Está bien! ¡En cuanto regrese de un viaje que voy a emprender, tomaré una segunda mujer!"

Ella contestó: "Mi destino y mi suerte están con Alah!" Entonces salió él de su casa; pero al llegar a la calle se arrepintió de lo que había pasado; y su esposa, la joven, se arrepintió también de las palabras un poco vivas que dirigió a su dueño. ¡Y esto es lo referente al propietario de la casa situada en el callejón sin salida pavimentado de mármol!

¡Pero he aquí ahora lo que atañe a Dalila la Taimada! Cuando llegó al pie de los muros de la casa, vio de pronto a la joven esposa del emir acodada a su ventana, como una recién casada, ¡tan bella y tan brillante cual un verdadero tesoro, con todas las joyas que la adornaban, y luminosa cual una cúpula de cristal con las blancas ropas de nieve que la vestían!

Al ver aquello la vieja, alcahueta de mal augurio dijo para sí: "¡Oh Dalila, he aquí que te llegó el momento de abrir el saco de tus trapacerías! Veremos si consigues atraer a esta joven fuera de la casa de su dueño, y despojarla de sus alhajas y desnudarla de sus hermosos vestidos, para apoderarte de todo ello!" Entonces se paró debajo de la ventana del emir, y se puso a invocar en alta voz el nombre de Alah, diciendo: "Alah! ¡Alah! ¡Y vosotros todos, los amigos de Alah, los walíes bienhechores, iluminadme!"

Al oír estas invocaciones, y al ver a aquella santa vieja vestida como los sufis pordioseros, todas las mujeres del barrio acudieron a besar la orla de su hábito y a pedirle su bendición; y pensó la joven esposa del emir Azote-de-las-Calles: "¡Alah nos concederá sus gracias por intercesión de esa santa vieja!" Y con los ojos húmedos de emoción, la joven llamó a su servidora y le dijo: "Vé a buscar a nuestro portero el jeique Abu-Alí, bésale la mano, y dile: "¡Mi ama Khatún te ruega que dejes entrar en nuestra casa a esa santa vieja, con el fin de que obtenga para nosotros los favores de Alah!" Y la servidora bajó en busca del portero y le besó la mano, y le dijo: "¡Oh jeique Abu-Alí! mi ama Khatún te dice: "¡Deja entrar en nuestra casa a esa santa vieja, con el fin de que obtenga para nosotros los favores de Alah! ¡Y quizá su bendición se extienda sobre todos nosotros!"

Entonces se acercó el portero a la vieja y quiso primeramente besarle la mano; pero ella retrocedió con viveza y se lo impidió, diciendo: "¡Aléjate de mí! ¡Tú que rezas tus plegarias sin abluciones, como todos los criados, me mancharías con tu contacto impuro y haría nula y vana mi ablución! Alah te libre de tu servidumbre, ¡oh portero Abu-Alí! porque te distinguen los santos de Alah y los walíes".

Y he aquí que tal deseo conmovió en extremo al portero Abu-Alí, porque precisamente el terrible emir Azote-de-las-Calles le debía el salario de tres meses, y tenía él una ansiedad con tal motivo y no sabía qué medio emplear para recobrarlo.

Así es que dijo a la vieja: "¡Oh madre mía, dame a beber un poco de agua de tu jarra, para que con ello pueda ganar tu bendición!" Entonces ella cogió la jarra que llevaba al hombro y la volteó en el aire varias veces, de modo que el tapón de fibras de palmera se escapó del cuello del cacharro y los tres dinares rodaron por el piso como si cayesen del cielo. Y el portero se apresuró a recogerlos, y dijo para su ánima: "¡Gloria a Alah! ¡Esta vieja pordiosera es una santa entre los santos que tienen a su disposición tesoros ocultos! Y acaba de revelársela que soy un pobre portero que no ha cobrado su salario y tiene mucha necesidad de dinero para atender a los gastos indispensables, y ha hecho conjuros a fin de obtener para mí tres dinares, atrayéndolos del espacio".

Luego ofreció los tres dinares a la vieja, y le dijo: "¡Toma, tía mía, los tres dinares que creo se han caído de tu jarra!" Ella contestó: "¡Aléjate de mí con ese dinero! ¡No, nunca fui de las que se ocupan de las cosas mundanas! ¡Puedes guardarte ese dinero y mejorarte con él un poco la existencia, resarciéndote de los salarios que te debe el emir!" Entonces el portero alzó los brazos, y exclamó: "¡Loores a Alah por su ayuda! ¡He ahí una revelación!"

Entretanto, ya se había acercado a la vieja la servidora, y después de besarle la mano, se apresuraba a conducirla a presencia de su señora. Cuando la vieja estuvo ante la joven, quedó estupefacta de su hermosura; porque la esposa del emir era verdaderamente cual un tesoro descubierto, cuyos sellos talismánicos se hubiesen roto para mostrarlo así en su gloria...


En este momento de su narración, Schehrazada vio aparecer la mañana, y se calló discretamente.



Pero cuando llegó la 434ª noche

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Ella dijo:

... Cuando la vieja estuvo ante la joven, quedó estupefacta de su hermosura; porque la esposa del emir era verdaderamente cual un tesoro descubierto, cuyos sellos talismánicos se hubiesen roto para mostrarlo así en su gloria. Y por su parte, la bella Khatún se apresuró a arrojarse a los pies de la vieja y a besarle las manos; y la vieja le dijo: "¡Oh hija mía! ¡no vengo más que porque he adivinado, con la inspiración de Alah, que tienes necesidad de mis consejos!" Y Khatún comenzó primeramente por servirle de comer, según costumbre establecida con los santos pordioseros; pero la vieja no consintió en tocar los manjares, y dijo: "¡Ya no quiero comer más que manjares del Paraíso, y ayuno siempre, excepto cinco días al año! ¡Pero te veo afligida ¡oh hija mía! y deseo que me cuentes la causa de tu tristeza!" La joven contestó: "¡Oh madre mía! el día de la penetración hice jurar a mi esposo que nunca tomaría después de mí una segunda mujer; pero ve él a los hijos de los demás, y anhela tener hijos también, y me dice: «¡Eres estéril!» Y le contesto: «¡Y tú eres un mulo que no fecundas a la hembra!» Entonces sale él encolerizado, y me dice: «¡A la vuelta de un viaje que voy a emprender, volveré a casarme!» Y yo ¡oh madre mía! tengo ahora miedo de que se realice su amenaza y tome una segunda mujer que le dé hijos! Y es rico, pues posee tierras, casas, emolumentos y poblados enteros; y si de la segunda mujer tuviera hijos, ¡me quedaría yo privada de todos esos bienes!"

La vieja contestó: "¡Bien se ve, hija mía, cuán ignorante estás de las virtudes de mi señor el jeique Padre-de-los-Asaltos, el poderoso Maestro-de-las-Cargas, el Multiplicador-de los-Embarazos! ¿Acaso no sabes que una sola visita a ese santo hace de un pobre deudor un rico acreedor y de una mujer estéril un granero de fecundidad?"

La bella Khatún contestó: "¡Oh madre mía! ¡desde el día de mi matrimonio no he salido una sola vez de casa, y ni siquiera he podido hacer visitas de felicitación o pésame!" La vieja dijo: "Oh, hija mía! quiero conducirte a casa de mi señor el jeique Padre-de-los-Asaltos y Multiplicador-de-los-Embarazos. Y no temas confiarle la pesadumbre que te oprime, y hazle una promesa. Y puedes estar segura entonces de que a su regreso del viaje tu esposo se acostará contigo, uniéndose a ti por la copulación; y por obra suya quedarás encinta de una niña o de un niño. ¡Pero sea tu hijo varón o hembra, has de hacer la promesa de consagrarle como derviche al servicio de mi señor el Padre-de-los-Asaltos!"

Al oír estas palabras, la bella Khatún se vistió con sus trajes más hermosos y se adornó con sus más hermosas alhajas; luego dijo a su servidora: "¡Cuida bien de la casa!" Y la servidora contestó: "¡Escucho y obedezco, ¡oh mi ama!"

Entonces Khatún salió con Dalila, y a la puerta encontró al viejo portero mograbín Abu-Alí, que le preguntó: "¿Adónde vas, ¡oh mi ama!?" Ella contestó: "¡Voy a visitar al jeique Multiplicador-de-los-Embarazos!"

El portero dijo: "¡Qué bendición de Alah es esta santa vieja, oh mi alma! ¡A su disposición tiene tesoros enteros! Me ha dado tres dinares de oro rojo; y adivinó lo que me ocurre y conoció mi situación sin hacerme ninguna pregunta, ¡y ha sabido que estaba yo apurado de dinero! ¡Ojalá caiga sobre mi cabeza el beneficio de su ayuno de todo el año!"

Mientras tanto, Dalila la Taimada se decía a sí misma: "¿Cómo voy a arreglarme para quitarle sus alhajas y dejarla desnuda en medio de la muchedumbre de transeúntes que van y vienen?"

Luego dijo de pronto: "¡Oh hija mía! echa a andar detrás de mí y a distancia, aunque sin perderme de vista; porque yo, tu madre, soy una vieja a la que cargan con fardos cuyo peso no pueden soportar los demás; y a todo lo largo del camino hay gente que viene a entregarme ofrendas piadosas consagradas a mi mejor jeique, y me ruegan que se las lleve. ¡Así, pues, es mejor que vaya yo sola por el momento!"

Y la joven echó a andar detrás de la vieja taimada, hasta que llegaron ambas al zoco principal de los mercaderes. ¡Y desde lejos se oía resonar el zoco abovedado, al paso de la joven, el ruido de los cascabeles de oro de sus pies delicados y el tintineo de los cequíes de su cabellera, tan melodioso y cadencioso, que se diría una música de cítaras y timbales sonoros!

Ya en el zoco, pasaron por delante de la tienda de un mercader joven que se llamaba Sidi-Mohsen, y era un muchacho muy lindo con un bozo naciente en las mejillas. Y notó la belleza de la joven y se puso a lanzarle de soslayo ojeadas, que no tardó mucho en adivinar la vieja. Así es que se volvió hacia la joven, y le dijo: "¡Vas a sentarte un momento separada de mí para que descanses, hija mía, mientras yo hablo de un asunto con ese mercader joven que está allá!"

Y obedeció Khatún y se sentó cerca de la tienda del hermoso mozo, que así pudo mirarla mejor, y creyó volverse loco a la primera mirada que le dirigió ella. Cuando le pareció que estaba él en punto, se le aproximó la vieja alcahueta y le dijo, después de las zalemas: "¿No eres Sidi-Mohsen el mercader?" El contestó: "¡Sí, por cierto! ¿Quién ha podido decirte mi nombre?...


En ese momento de su narración, Schehrazada vio aparecer la mañana, y se calló discretamente.



Pero cuando llegó la 435ª noche

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Ella dijo:

"¡... Sí, por cierto! ¿Quién ha podido decirte mi nombre?" Ella dijo: "Es gente de bien quien me ha enviado a ti. Y vengo, hijo mío, a enterarte de que esa joven que ves ahí es hija mía; y su padre, que era un gran mercader, murió, dejándole riquezas considerables. Sale hoy de casa por primera vez, porque hace poco tiempo que es púber, y sé que ha entrado en la edad de casarse, porque he visto en ella señales que no dejan lugar a duda. Y he aquí que me apresuré a hacer que salga, pues dicen los prudentes: "¡Ofrece en matrimonio tu hija, pero no ofrezcas tu hijo!" Y ahí tienes cómo, advertida por una inspiración divina y por un presentimiento secreto, me he decidido a venir para ofrecértela en matrimonio. Y no te preocupes por lo demás, si eres pobre, te daré todo su capital y en vez de una tienda, te abriré dos tiendas. ¡De esta manera no solamente serás gratificado por Alah con una encantadora joven, sino con tres cosas deseables que empiezan con C y son a saber: Capital, Comodidad y Culo!"

Al oír estas palabras, el joven mercader Sidi-Mohsen contestó a la vieja: "¡Oh madre mía! Todo eso es excelente, y jamás pude anhelar tanto. Así es que te doy las gracias, y no dudo de tus palabras en lo que concierne a las dos primeras C. Pero en cuanto a la tercera C; te confieso que no estaré tranquilo mientras no lo haya visto y comprobado por mis propios ojos; porque antes de morir me lo recomendó mucho mi madre, y me dijo: "¡Cuánto hubiera deseado casarte, hijo mío, con una joven a la que pudiera juzgar con mis propios ojos!" ¡Y la juré que no dejaría de hacerlo yo por ella! ¡Y se murió tranquila ya!"

Entonces contestó la vieja: "¡En ese caso, levántate y sígueme! Yo me encargo de mostrártela completamente desnuda. Pero has de tener cuidado de ir a distancia de ella, aunque sin perderla de vista. ¡Y yo iré a la cabeza para enseñarte el camino!"

Entonces se levantó el joven mercader y llevó consigo una bolsa con mil dinares, diciéndose: "No se sabe lo que ha de ocurrir, y así podré depositar en el momento el importe de los gastos del contrato". Y siguió de lejos a la vieja zorra, que abría la marcha y se decía a sí misma: "¿Cómo vas a arreglarte ahora ¡oh Dalila llena de sagacidad para desvalijar a ese ternero joven!?"

Caminando de tal suerte, seguida por la joven, a la que a su vez seguía el lindo mercader, llegó a la tienda de un tintorero que se llamaba Hagg-Mohammad y era hombre conocido en todo el zoco por la duplicidad de sus gustos. En efecto, era como el cuchillo del vendedor de colocasias, que a la vez perfora las partes masculinas y femeninas del tubérculo; y le gustaba lo mismo el sabor dulce del higo y el sabor ácido de la granada.

Y he aquí que al oír el tintineo de cequíes y cascabeles, Hagg-Mohammad levantó la cabeza y divisó al lindo mozo y a la hermosa joven. ¡Y sintió lo que sintió.

Pero ya Dalila se había acercado a él, y tras de las zalemas, le había dicho, sentándose: "¿Eres Hagg-Mohammad el tintorero?" El contestó: "¡Sí, soy Hagg-Mohammad! ¿Qué deseas?" Ella contestó: "¡Me ha hablado de ti gente de bien! ¡Mira a esa jovenzuela encantadora, que es mi hija, y a ese gracioso jovenzuelo imberbe, que es mi hijo! ¡Les he educado a ambos, y su educación me costó bastantes dispendios! Y ahora has de saber que nuestra vivienda es un vasto y viejo edificio ruinoso, que últimamente me he visto obligada a reparar con vigas de madera y puntales grandes; pero me ha dicho el maestro arquitecto: "¡Harás bien en irte a vivir a otra casa, porque corres mucho riesgo de que se desmorone ésta encima de ti! Y cuando la hayas hecho reparar, podrás volver a habitarla, ¡pero no antes!"

Entonces salí en busca de una casa donde vivir transitoriamente con esos dos hijos; y me ha encaminado a ti gente de bien. ¡Desearía, por tanto, alojarme en tu casa con esos dos hijos que ves ahí! ¡Y no dudes de mi generosidad!"

Al oír estas palabras de la vieja, el tintorero sintió bailarle el corazón en medio de las entrañas, y dijo para sí: "¡Ya Hagg-Mohammad! ¡He aquí que se te pone al alcance de los dientes un pedazo de manteca encima de un pastel!" Luego dijo a Dalila: "Cierto es que tengo una casa con una habitación grande en el piso superior; pero no puedo disponer de ningún cuarto, porque yo vivo en la planta baja, y la habitación de arriba me sirve para recibir a mis invitados los aldeanos que me traen índigo". Ella contestó: "Hijo mío, la reparación de mi casa sólo exigirá un mes a dos a lo más, y conocemos a poca gente aquí. Te ruego, pues, que dividas en dos la habitación grande de arriba y nos des la mitad para nosotros tres. Y ¡por tu vida, ¡oh hijo mío! si quieres que tus invitados los cultivadores de índigo sean invitados nuestros, bienvenidos sean! ¡Estamos dispuestos a comer con ellos y a dormir con ellos!"

Entonces el tintorero se apresuró a entregarle las llaves de su casa; eran tres: una grande, una pequeña y una torcida. Y le dijo: “La llave grande es de la puerta de la casa, la llave pequeña es la del vestíbulo, y la llave torcida es la de la habitación de arriba. ¡De todo puedes disponer, mi buena madre!" Entonces cogió las llaves Dalila y se alejó seguida por la joven, a la que seguía el joven mercader, y de tal suerte llegó a la callejuela donde se entraba a la casa del tintorero, cuya puerta se apresuró ella a abrir con la llave grande...


En este momento de su narración, Schehrazada vio aparecer la mañana y se calló discretamente.



Pero cuando llegó la 436ª noche

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Ella dijo

... Cuya puerta se apresuró a abrir con la llave grande.

Ante todo empezó por entrar la primera e hizo entrar a la joven, diciendo al mercader que esperase. Y llevó a la bella Khatún a la habitación de arriba, diciéndole: "Hija mía, en el piso bajo vive el venerable jeique Padre-de-los-Asaltos. Tú espérame aquí, y por lo pronto, quítate ese velo tan grande. ¡No tardaré en volver a buscarte!" Y bajó a abrir la puerta al joven mercader, y le introdujo en el vestíbulo, diciéndole: "¡Siéntate aquí y espérame a que vuelva a buscarte con mi hija, para que compruebes lo que quieres comprobar con tus propios ojos!"

Luego subió de nuevo a ver a la bella Khatún, y le dijo: "¡Ahora vamos a visitar al Padre-de-los-Asaltos!" Y exclamó la jovenzuela: "¡Qué alegría, oh madre mía!" La vieja añadió: "¡Pero me atemoriza por ti una cosa!" La joven preguntó: "¿Y cuál es ¡oh madre mía!?" La vieja contestó: "Abajo está un hijo mío idiota, que es representante y ayudante del jeique Padre-de-los-Asaltos. ¡No sabe diferenciar el frío del calor, y continuamente va desnudo! ¡Pero cuando entra en casa del jeique una visitante noble como tú, la vista de las galas y sedas con que está vestida le pone furioso, y se precipita sobre ella y le rompe los vestidos y le tira de sus arracadas, desgarrándole las orejas, y la despoja de todas sus alhajas. Por consiguiente, harás bien en empezar por quitarte aquí tus alhajas y desnudarte de todos tus vestidos y camisas; y te lo guardaré yo todo hasta que regreses de tu visita al jeique Padre-de-los-Asaltos". Entonces se quitó la joven todas sus alhajas, se desnudó de todos sus vestidos, sin quedarse más que con la camisa interior de seda, y lo entregó todo a Dalila, que le dijo: "¡En honor tuyo, voy a colocar esto debajo de la ropa del Padre-de-los-Asaltos, para que con su contacto vaya a ti la bendición!" Y bajó con todo hecho un lío, y por el momento lo escondió en el hueco de la escalera, luego fue a ver al joven mercader y le encontró esperando a la jovenzuela.

Y le preguntó él: "¿Dónde está tu hija, para que yo pueda examinarla?" Pero de improviso comenzó la vieja a golpearse el rostro y el pecho en silencio. Y le preguntó el joven mercader: "¿Qué te pasa?" Ella contestó: "¡Ah! ¡Ojalá se murieran las vecinas malintencionadas y envidiosas y calumniadoras! ¡Acaban de verte entrar conmigo, y me han preguntado quién eres; y les dije que te había escogido para esposo futuro de mi hija. Pero probablemente, por envidia y celosas de mi suerte para contigo, han ido en busca de mi hija y le han dicho: "¿Tan cansada está de mantenerte tu madre que quiere casarte con un individuo atacado de sarna y de lepra?" ¡Entonces le he jurado yo, como tú mismo lo hiciste a tu madre, que no se uniría a ti sin haberte visto completamente desnudo!"

Al oír estas palabras, exclamó el joven mercader: "¡Recurro a Alah contra los envidiosos y malintencionados!" Y así diciendo, se quitó toda su ropa, y surgió desnudo e intacto y blanco como la plata virgen. Y le dijo la vieja: "¡En verdad que con lo hermoso y puro que eres no tienes nada que temer!" Y exclamó él: "¡Que venga a verme ahora!" Y amontonó a un lado su magnífico capote de marta, su cinturón, su puñal de plata y oro y el resto de su ropa, ocultando en los pliegues la bolsa con los mil dinares.

Y le dijo la vieja: "No conviene dejar en el vestíbulo todas estas cosas tentadoras. ¡Voy a ponerlas en lugar seguro!" E hizo un lío con todo aquello, como había hecho con la ropa de la jovencita, y abandonando al joven mercader lo encerró con llave, cogió debajo de la escalera el primer lío y salió sin ruido de la casa, llevándoselo todo.

Una vez en la calle, empezó por poner, efectivamente, en lugar seguro los dos líos, depositándolos en casa de un mercader de especias conocido suyo, y volvió a casa del tintorero libidinoso, que la esperaba con impaciencia, y hubo de preguntarle en cuanto la divisó: "¿Que hay, tía mía? ¡Inschalah creo que te habrá convenido mi casa! Ella contestó: "¡Tu casa es una casa bendita! Estoy satisfecha hasta el límite de la satisfacción. ¡Ahora voy a buscar a un cargador para que transporte nuestros muebles y nuestros efectos! Pero como estoy tan ocupada y mis hijos no han comido nada desde esta mañana, aquí tienes un dinar, que te ruego admitas, para comprarles con él una empanada rellena y cubierta con picadillo de carne, y vé a la casa para almorzar con ellos y hacerles compañía". El tintorero contestó: "Pero ¿quién tendrá, mientras, cuidado de mi tienda, y de los efectos de mis clientes?" Ella dijo: "¡Por Alah! ¡tu dependiente!"

El contestó: "¡Sea!" Y cogió un plato y una fuente y se marchó para comprar y llevar la consabida empanada rellena. ¡Y he aquí lo referente al tintorero, al que, por cierto, volveremos a encontrar!

Pero en cuanto a Dalila la Taimada, corrió a recoger los dos líos que había dejado en casa del tendero de especias, y regresó inmediatamente a la tintorería para decir al mozo del tintorero: "¡Tu amo me manda a decirte que vayas a reunirte con él en casa del fabricante de empanadas! Yo cuidaré de la tienda hasta tu regreso. ¡No tardes!"

El mozo contestó: "¡Escucho y obedezco!" Y salió de la tienda, en tanto que la vieja se dedicaba a meter mano en los efectos de los clientes y en cuanto pudo coger de la tienda. Mientras estaba ella ocupada en aquello, acertó a pasar por allí con un burro un arriero que desde hacía una semana no encontraba trabajo y que era un terrible tragador de haschisch. Y la vieja zorra le llamó, gritando: "¡Eh, arriero, ven!" Y el arriero se paró a la puerta con su burro, y la vieja le preguntó: "¿Conoces a mi hijo el tintorero?" El otro contestó: "¡Ya Alah! ¿quién le conocerá mejor que yo, ¡oh mi ama!?"

Ella le dijo: "Entonces has de saber ¡oh arriero de bendición! que el pobre mozo...


En este momento de su narración, Schehrazada vio aparecer la mañana, y se calló discretamente.



Y cuando llegó la 437ª noche

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Ella dijo:

"...Entonces has de saber ¡oh arriero de bendición! que el pobre mozo es insolvente, y siempre que le han metido en la cárcel conseguí sacarle de ella. Pero hoy, para acabar de una vez quiero que se declare en quiebra al fin. Y en este momento estaba dedicándome a recoger los efectos de los clientes para llevárselos a sus propietarios. Deseo, pues, que me prestes tu borrico para cargarle con todas estas ropas, y aquí tienes un dinar por el alquiler del asno.

Mientras yo vuelvo, dedícate tú aquí a desbaratarlo todo, rompiendo las cubas de tinta y destruyendo las tinas, con objeto de que cuando venga la gente enviada por el kadí para comprobar la quiebra no encuentre en la tienda nada que llevarse". (antiguamente la quiebra de un negocio era la ruptura de todos los artefactos del mismo, eso demostraba la falta de dinero del comerciante, de ahí su nombre actual)

El arriero contestó: "¡Por encima de mi cabeza y de mis ojos, ¡oh mi ama! Porque tu hijo, el maestro tintorero, me colmó de mercedes, y como le estoy agradecido, quiero hacerle de balde este servicio y romper y destruir todo lo de la tienda, ¡por Alah!"

Entonces le dejó la vieja, y después de cargar todo encima del burro, se encaminó a su casa, llevando del ronzal al asno.

Con la ayuda y protección del Protector, llegó sin incidentes a su casa y entró a ver a su hija Zeinab, que estaba en ascuas esperándola, y que le dijo: "¡Contigo estuvo mi corazón, oh madre mía! ¿Cuántos chascos has dado? Dalila contestó: "¡En este primer día he jugado cuatro malas pasadas a cuatro personas: un mercader joven, la esposa de un capitán terrible, un tintorero libidinoso y un arriero! ¡Y te traigo todas sus ropas y efectos en el asno del arriero!

Y exclamó Zeinab: "¡Oh madre mía! ¡en lo sucesivo no vas a poder circular por Bagdad a causa del capitán, a quien dejaste desnudo, del tintorero a quien arrebataste los efectos de sus clientes, y del arriero amo del burro!" Dalila contestó: "¡Bah! ¡todos me tienen sin cuidado, menos el arriero, que me conoce!" Y he aquí lo que por el momento concierne a Dalila.

En cuanto al maestro tintorero, una vez que hubo comprado las consabidas empanadas rellenas, se las dió a su mozo y tomó con él el camino de su casa, pasando de nuevo por delante de su tintorería. ¡Y he aquí lo que pasó! Vió al arriero en la tienda dedicado a demolerlo todo y romper las cubas grandes y las tinas; y ya no era la tienda más que un montón de escombros y de barro azul que corría por todas partes. Y exclamó al ver aquello: "¡Detente, oh arriero!" Y el arriero interrumpió su tarea, y dijo el tintorero: "¡Loores a Alah por tu salida de la cárcel, ¡oh maestro tintorero! ¡Contigo estaba mi corazón verdaderamente!"

El otro preguntó: "¿Qué dices, ¡oh arriero! y qué significa todo esto?" El arriero dijo: "¡Durante tu ausencia se ha declarado tu quiebra!" Con el gaznate apretado y los labios temblorosos y los ojos desorbitados, preguntó el tintorero: "¿Quién te lo ha dicho?" El arriero replicó: "¡Me lo ha dicho tu propia madre, y por interés tuyo me ha ordenado que lo destruyera todo y lo rompiera todo aquí, para que los enviados del kadí no puedan llevarse nada!"

En el límite de la estupefacción, contestó el tintorero: "¡Alah confunda al Lejano-Maligno! ¡Hace ya mucho tiempo que está muerta mi madre!" Y se dio en el pecho fuertes golpes, gritando con toda su alma: "¡Ay! ¡he perdido lo mío y lo de mis clientes!" Y el arriero, por su parte, empezó a llorar y a gritar: "¡Ay! ¡he perdido mi borrico!" Luego dijo al tintorero: "¡Oh tintorero de mi trasero, devuélveme mi borrico, que me lo ha robado tu madre!"

Y el tintorero se arrojó sobre el arriero, lo cogió por la nuca y empezó a molerle a puñetazos, exclamando: "¿Dónde está tu zorra vieja?" Pero el arriero se puso a gritar desde el fondo de sus entrañas: "¡Mi borrico! ¿dónde está mi borrico? ¡Devuélveme mi borrico!"

Y vinieron a las manos ambos, mordiéndose, insultándose, administrándose golpes a cual más, y cabezazos en el estómago y tratando cada uno de agarrar por los compañones al adversario para espachurrárselos entre los dedos.

Entretanto, se aglomeraba alrededor de ellos una multitud que iba engrosando más cada vez; y por fin lograron separarlos, aunque no ilesos, y preguntó al tintorero uno de los circunstantes: "¡Ya Hagg-Mohammad! ¿qué ha pasado entre vosotros?" Pero el arriero se apresuró a contestar contando a voces su historia, y terminó así: "¡Yo todo lo hice por servir al tintorero!"

Entonces preguntaron al tintorero: "¡Ya Hagg-Mohammad! ¡tú, sin duda, conocerás a esa vieja para confiarle de ese modo la custodia de tu tienda!" El interpelado contestó: "¡Hasta hoy no la conocí! ¡Pero ha ido a habitar en mi casa con su hijo y su hija!" Entonces opinó uno de los circunstantes: "¡Yo creo en conciencia que el tintorero debe responder por el asno del arriero; porque si el arriero no advirtiese que el tintorero había confiado la custodia de su tienda a la vieja, no hubiera él a su vez confiado a tal vieja su burro!" Y añadió un tercero: "¡Ya Hagg-Mohammad! ¡desde el momento en que alojaste a esa vieja en tu casa, debes devolver al arriero el borrico o pagarle una indemnización!"

Luego, con los dos adversarios, se encaminaron todos a casa del tintorero. ¡Eso fue todo!...


En este momento de su narración, Schehrazada vio aparecer la mañana, y se calló discretamente.



Pero cuando llegó la 438ª noche

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Ella dijo:

¡...Eso fue todo!

¡Pero he aquí ahora lo que respecta a la jovenzuela y al joven mercader!

Mientras el joven mercader esperaba en el vestíbulo la llegada de la jovenzuela para examinarla, ésta por su parte, esperaba en la habitación de arriba a que la vieja santa regresase con el permiso del idiota representante del Padre-de-los-Asaltos, a fin de visitar al Padre-de-los-Asaltos ella. Pero como la vieja tardaba en volver, la bella Khatún salió de la habitación y bajó la escalera, vestida solamente con su sencilla camisa fina. Entonces oyó en el vestíbulo al joven mercader, quien al reconocer el tintineo de los cascabeles que no pudo ella quitarse de los tobillos, le decía: "¡Date prisa y ven aquí con tu madre, que te trajo para casarte conmigo!" Pero la joven contestó: "¡Mi madre ha muerto Eres el idiota!, ¿verdad? ¿Y no eres también el representante del Padre-de-los-Asaltos?" El contestó inmediatamente: "¡No, ¡por Alah! ¡oh ojos míos! no estoy todavía idiota del todo. ¡En cuanto a lo de ser Padre-de-los-Asaltos, estoy reputado como tal!" Al oír estas palabras no supo cómo comportarse la ruborizada jovenzuela, y a pesar de las objeciones del joven mercader, a quien seguía tomando ella por el idiota representante del Multiplicador-de-los-Embarazos, resolvió esperar en la escalera a que se presentase la santa vieja.

Mientras tanto, llegó la gente que acompañaba al tintorero y al arriero; y llamaron a la puerta y estuvieron mucho tiempo esperando que les abriesen desde dentro. Pero como no contestaba nadie, echaron la puerta abajo y se precipitaron primeramente al vestíbulo, donde vieron al joven mercader completamente desnudo y tratando de ocultar y abarcar con las dos manos su mercancía al aire. Y le dijo el tintorero: ¡Ah, hijo de zorra! ¿dónde está tu calamitosa madre?"

El otro contestó: "¡Hace ya mucho tiempo que murió mi madre! La vieja que vive en esta casa sólo es mi futura suegra. Y contó al tintorero y al arriero y a toda la muchedumbre su historia con todo género de detalles. Y añadió: "¡En cuanto a la joven que yo debía contemplar, está ahí detrás de esa puerta!"

Al oír estas palabras derribaron la puerta y encontraron detrás a la asustada jovenzuela, que con sólo la camisa procuraba cubrir hasta lo más abajo posible sus muslos de gloria. Y el tintorero le preguntó: "¡Ah hija adulterina! ¿dónde está tu madre, la alcahueta?" Ella contestó muy avergonzada: "Mi madre murió hace mucho tiempo. ¡Pero la vieja que me condujo aquí es una santa al servicio de mi señor el jeique Multiplicador!"

Al oír estas palabras, todos los circunstantes, incluso el tintorero, a pesar de su tienda destruida, y el arriero, a pesar de su borrico robado, y el joven mercader, a pesar de la pérdida de su bolsa y sus trajes, se echaron a reír de tal manera, que se cayeron de trasero.

Después, comprendiendo que la vieja se había burlado de ellos, los tres chasqueados por ella decidieron vengarse; y empezaron por dar ropa a la asustada jovenzuela, que se vistió y apresuróse a regresar a su casa, donde volveremos a encontrarla al retorno del viaje de su esposo.

En cuanto al tintorero Hagg-Mohammad y al arriero, se reconciliaron, pidiéndose perdones mutuamente, y en compañía del joven mercader fueron en busca del walí de la ciudad, el emir Khaled, a quien contaron su aventura, demandando de él venganza contra las vieja calamitosa

Y les contesto el wali: ¡Oh, que historia tan prodigiosa me contáis, buena gente!" Ellos contestaron: "¡Oh amo nuestro! ¡por Alah, y por la vida de la cabeza del Emir de los Creyentes, que no te decimos más que la verdad!"

Y les dijo el Walí: “!Oh buena gente! ¿cómo queréis que encuentre a una vieja determinada entre todas las viejas de Bagdad? ¡Ya sabéis que no podemos mandar que nuestros hombres recorran los harenes levantando el velo a las mujeres!"

Ellos exclamaron: "¡Qué calamidad! ¡ay de mi tienda!; ¡ay de mi burro!; ¡ay de mi bolsa con mil dinares!" Entonces, compadecido de su suerte, les dijo el walí: "¡Oh buena gente! ¡recorred toda la ciudad y procurad encontrar a esa vieja y capturarla! Y si lo conseguís, os prometo que la someteré a tortura en honor vuestro, y la obligaré a que declare!"

Y las tres víctimas de Dalila la Taimada se dispersaron en diferentes direcciones, a la busca y captura de la maldita vieja. ¡Y los dejaremos por el momento, pues ya volveremos a encontrarlos!

En cuanto a la vieja Dalila la Taimada, dijo a su hija Zeinab: "¡Oh hija mía, todo esto no es nada! ¡Voy a hacer algo mejor!" Y le dijo Zeinab: "¡Oh madre mía, tengo miedo por ti ahora!" La vieja contestó: "No temas nada por mi suerte. ¡Soy como el haba en su vaina, invulnerable por el fuego y por el agua!...


En este momento de su narración, Schehrazada vio aparecer la mañana y se calló discretamente.



Pero cuando llegó la 439ª noche

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Ella dijo:

"¡... Soy como el haba en su vaina, invulnerable por el fuego y por el agua!" Y se levantó, quitóse sus vestiduras de sufi para ponerse un traje de servidora entre las servidoras de los ricos, y salió reeditando la nueva fechoría que iba a perpetrar en Bagdad.

Y llegó de tal modo a una calle retirada, muy adornada y empavesada a todo lo largo y a todo lo ancho con telas hermosas y linternas multicolores; y el suelo estaba cubierto de ricas alfombras. Y oyó dentro voces de cantarinas y tamborilazos de dufufs y golpetear de darabukas sonoras y estridor de címbalos. Y vio en la puerta de la morada empavesada a una esclava que llevaba a horcajadas en su hombro un tierno niño vestido con telas espléndidas de tisú de oro y plata, y tocado con un tarbush rojo adornado con tres sartas de perlas, llevando al cuello un collar de oro incrustado de pedrerías y con los hombros cubiertos por una manteleta de brocado.

Y los curiosos e invitados que entraban y salían la enteraron de que aquella casa pertenecía al síndico de los mercaderes de Bagdad y que aquel niño era hijo suyo. Y también se enteró que el síndico tenía una hija virgen y púber, cuyos esponsales se celebraban aquel día precisamente; y tal era el motivo de semejante alarde de ornamentación. Y como la madre del niño estaba muy ocupada en recibir a las damas invitadas por ella y hacerles los honores de su casa, había confiado el niño, que la importunaba pegándosele a las faldas de continuo, a aquella joven esclava recomendándole que le distrajera y jugara con él hasta que las invitadas se marchasen. Cuando la vieja Dalila vió a aquel niño montado en el hombro de la esclava y se informó con respecto a los padres y a la ceremonia que tenía lugar, dijo para sí: "¡Oh, Dalila, lo que tienes que hacer por el momento es escamotear a ese niño, arrebatándoselo a esa esclava!" Y se adelantó hacia ella, exclamando: "¡Qué vergüenza para mí haber llegado con tanto retraso a casa de la digna esposa del síndico!" Luego dijo a la esclava, que era una infeliz, poniéndole en la mano una moneda falsa: "¡Aquí tienes un dinar por el trabajo! Sube, hija mía, en busca de tu ama y dile: "¡Tu vieja nodriza Omm Al-Khayr te felicita de muy buen grado, como cumple a quien tantas bondades tiene que agradecerte! ¡Y el día de la gran reunión vendrá a verte con sus hijas, y no dejará de poner generosas ofrendas nupciales, como es costumbre, en manos de las azafatas!"

La esclava contestó: "Mi buena madre, con mucho gusto cumpliría tu encargo; pero mi amo pequeño, que es este niño, cada vez que ve a su madre no quiere separarse de ella y se coge a sus vestidos". La vieja contestó: "¡Pues déjale conmigo mientras vas y vienes!" Y la esclava se guardó la moneda falsa y entregó el niño a la vieja para subir inmediatamente a cumplir su encargo.

En cuanto a la vieja, se apresuró a huir con el niño, metiéndose en una callejuela oscura, donde le quitó todas las cosas preciosas que llevaba él encima y dijo para sí: "¡Todavía no lo has hecho todo, ¡oh Dalila! ¡Si verdaderamente eres sutil entre las sutiles, hay que sacar de este monigote todo el partido posible, negociándole, por ejemplo, para proporcionarte una cantidad respetable!"

Cuando se le ocurrió aquella idea, saltó sobre ambos pies y fué al zoco de los joyeros, donde vió en una tienda a un gran lapidario judío que estaba sentado detrás de su mostrador; y entró en la tienda del judío, diciéndose: "¡Ya hice negocio!" Cuando el judío la vio por sus propios ojos entrar, miró al niño que llevaba ella y conoció al hijo del síndico de los mercaderes. Y aunque muy rico, aquel judío no dejaba de envidiar a sus vecinos cuando hacían una venta si, por casualidad, no hacía él otra en el mismo momento. Así es que, muy contento con la llegada de la vieja, le preguntó: "¿Qué deseas, ¡oh mi ama!?" Ella contestó: "Eres maese Izra el judío?"

El contestó: "¡Naam!" Ella le dijo: "La hermana de este niño, hija del schahbandar de los mercaderes, se ha casado hoy, y en este momento se celebra la ceremonia de los esponsales. ¡Y he aquí que necesita ciertas alhajas, como dos pares de pulseras de oro para los tobillos, un par de brazaletes corrientes de oro, un par de arracadas de perlas, un cinturón de oro afiligranado, un puñal con puño de jade incrustado de rubíes y una sortija de sello!" Enseguida se apresuró el judío a darle lo que pedía, y cuyo precio se elevaba a mil dinares de oro, por lo menos. Y Dalila le dijo: "¡Me lo llevo todo esto con la condición de que mi ama escoja en casa lo que mejor le parezca! Luego volveré para traerte el importe de lo que escoja. Mientras tanto, quédate con el niño hasta que yo vuelva!" El judío contestó: "¡Como gustes!" Y se llevó ella las joyas, dándose prisa por llegar a su casa.

Cuando la joven Zeinab la Embustera vio a su madre, le dijo: "¿Qué hazaña acabas de emprender, ¡oh madre mía!?" La vieja contestó: "Por esta vez solamente una nimiedad. ¡Me he contentado con robar y desvalijar al hijo pequeño del schahbandar de los mercaderes, dejándolo en prenda por varias alhajas que valdrán mil dinares, en casa del judío Izra!"

Entonces exclamó su hija: "¡Esta vez es seguro que se acabó ya todo para nosotras! ¡No vas a poder salir y circular por Bagdad!" La vieja contestó: "¡Todo lo que hice no es nada, ni siquiera la milésima parte de lo que pienso hacer! ¡No tengas por mí ningún cuidado, hija mía!"

Volviendo a la infeliz esclava joven, es el caso que entró en la sala de recepción y dijo: "¡Oh ama mía, tu nodriza Omm Al-Khayr te envía sus zalemas y sus votos y te felicita, diciendo que vendrá aquí con sus hijas el día del matrimonio y será generosa con las azafatas!"

Su ama le preguntó: "¿Dónde dejaste a tu amo pequeño?" La esclava contestó: "¡Lo he dejado con ella para que no se agarrase a ti! ¡y aquí tienes una moneda de oro que me dió tu nodriza para las cantarinas!" Y ofreció la moneda a la cantarina principal, diciendo: "¡He aquí el aguinaldo!" Y la cantarina cogió la moneda y vio que era de cobre. Entonces gritó el ama a la servidora: "¡Ah, perra! ¡vete ya a buscar a tu amo pequeño!" Y la esclava apresuróse a bajar; pero no encontró ya ni al niño ni a la vieja. Entonces lanzó un grito estridente y se cayó de bruces, mientras acudían todas las mujeres de arriba, tornándose la alegría en duelo dentro de sus corazones. Y he aquí que precisamente entonces llegaba el propio síndico y su esposa, con el semblante demudado de emoción, se apresuró a ponerle al corriente de lo que acababa de pasar. Al punto salió el padre en busca del niño, seguido por todos los mercaderes a quienes había invitado, que por su parte se pusieron a hacer pesquisas en todas direcciones. Y después de mil incidencias, acabó el síndico por encontrar al niño casi desnudo a la puerta de la tienda del judío y loco de alegría y de cólera se precipitó sobre el judío gritando: "¡Mi maldito! ¿Qué querías hacer con mi hijo? ¿Y por qué le has quitado sus vestidos?"

Temblando y en el límite de la estupefacción, contestó el judío: "¡Por Alah, ¡oh mi amo! que yo no tenía necesidad de semejante rehén! ¡Pero la vieja se empeñó en dejármelo tras de haberse llevado para tu hija alhajas por valor de mil dinares!"

El síndico exclamó, cada vez más indignado: "¿Pero crees, maldito, que mi hija no tiene alhajas y necesita recurrir a ti? ¡Devuélveme ahora los vestidos y adornos que le quitaste a mi hijo! Al oír estas palabras, exclamó el judío, aterrado: "¡Socorro, oh musulmanes!" Y precisamente, viniendo de diferentes direcciones, aparecieron en aquel momento los tres chasqueados antes: el arriero, el joven mercader y el tintorero. Y se informaron de la cosa, y al enterarse de lo que se trataba, no dudaron ni por un instante que aquello era una nueva hazaña de la vieja calamitosa y exclamaron: "¡Nosotros conocemos a la vieja! ¡Es una estafadora que nos ha engañado antes que a vosotros!"

Y contaron su historia a los presentes, que se quedaron estupefactos, y el síndico exclamó, conformándose: "Después de todo, he tenido suerte al encontrar a mi hijo! ¡Ya no quiero preocuparme de sus ropas perdidas, pues que bien valen su rescate! ¡Pero me gustaría poder reclamárselas a la vieja!" Y no quiso faltar más de su casa, y corrió a participar con su esposa de la alegría de haber recuperado su hijo.

En cuanto al judío, preguntó a los otros tres: "¿Qué pensáis hacer ahora?" Le contestaron: "¡Vamos a continuar nuestras pesquisas!" El les dijo: "¡Llevadme con vosotros!" Luego preguntó: "¿Hay entre vosotros alguno que la conociera antes de esta hazaña?"

El arriero contestó: "¡Yo!"

El judío dijo: "¡Entonces vale más que no vayamos juntos y que hagamos pesquisas por separado para no ponerla alerta!" Entonces contestó el arriero: "¡Muy bien!; y para encontrarnos, nos citaremos a mediodía en la tienda del barbero moghrabín Hagg-Mass'ud!" Se citaron, y cada uno púsose en camino por su parte.

Pero estaba escrito que el arriero sería el primero que se encontrase con la vieja taimada...


En este momento de su narración, Schehrazada vio aparecer la mañana, y se calló discretamente.



Pero cuando llegó la 441ª noche

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Ella dijo:

... Pero estaba escrito que el arriero sería el primero que se encontrase con la vieja taimada, mientras recorría ella la ciudad en busca de alguna nueva estratagema. En efecto, no bien la divisó el arriero, la reconoció, a pesar de su disfraz, y se abalanzó a ella, gritando: "¡Maldita seas, vieja decrépita, astilla seca! ¡Por fin te encuentro!" Ella preguntó: ¿Qué te ocurre hijo mío?"

El exclamó: "!El burro! ¡Devuélveme el burro!"

Ella contestó con voz enternecida: "¡Hijo mío, habla bajo y cubre lo que Alah ha cubierto con su velo! ¡Veamos! ¿Qué pides? ¿Tu burro o los efectos de los otros?"

El contestó: "¡Mi burro solamente!"

Ella dijo: "Hijo mío, sé que eres pobre y no he querido, por tanto, privarte de tu burro. Le he dejado en casa del barbero moghrabín Hagg-Mass'ud, que tiene su tienda ahí enfrente. Voy a buscarle ahora mismo y a rogarle que me entregue el asno. ¡Espérame un instante!" Y se adelantó a él, y entró llorando en casa del barbero Hagg-Mass'ud, le cogió de la mano, y dijo: "¡Ay de mí!"

El barbero le preguntó: "¿Qué te pasa, buena tía?" Ella contestó: "¿No ves a mi hijo que está de pie ahí enfrente de tu tienda? Tenía el oficio de arriero conductor de burros. Pero cayó malo un día a consecuencia de un aire que le corrompió y trastornó la sangre, ¡y ha perdido la razón y se ha vuelto loco! Desde entonces no cesa de pedirme su asno. Al levantarse, grita: "¡Mi burro!"; al acostarse, grita: "¡Mi burro!", vaya por donde vaya, grita: "¡Mi burro!" Y he aquí que me ha dicho el médico entre los médicos: "Tu hijo tiene la razón dislocada y en peligro. ¡Y nada podrá curarle y volverle a ella, como no le saquen las dos últimas muelas de la boca y le cautericen en las sienes con dos cantáridas o con un hierro candente! Aquí tienes, pues, un dinar por tu trabajo, y llámale y dile: "Tengo tu burro en mi casa. ¡Ven!".

Al oír estas palabras contestó el barbero: "¡Que me quede un año sin comer si no le pongo su burro entre las manos, tía mía!" Luego, como tenía a su servicio dos oficiales de barberos acostumbrados a todos los trabajos propios del oficio, dijo a uno de ellos: "¡Pon al rojo dos clavos!" Después gritó al arriero: "¡Oye, hijo mío, ven aquí! ¡Tengo tu burro en mi casa!" Y al tiempo que el arriero entraba en la tienda, salía la vieja y se paraba a la puerta.

Así, pues, una vez que hubo entrado el arriero, el barbero le cogió de la mano y le llevó a la trastienda, dentro de la cual le aplicó un puñetazo en el vientre, echándole la zancadilla, y le hizo caer de espalda en el suelo, donde los dos ayudantes le agarrotaron sólidamente pies y manos y le impidieron hacer el menor movimiento. Entonces se levantó el maestro barbero y empezó por meterle en el gaznate dos tenazas como las de los herreros, que le servían para dominar los dientes recalcitrantes; luego, dando una vuelta a las tenazas le extirpó las dos muelas a la vez. Tras de lo cual, a pesar de los rugidos y contorsiones del paciente, cogió con unas pinzas, uno después de otro, los dos clavos al rojo, y le cauterizó a conciencia las sienes, invocando el nombre de Alah para que la cosa tuviese éxito.

Cuando el barbero hubo terminado ambas operaciones, dijo al arriero: "¡Ualahí!" ¡bien contenta estará de mí tu madre! ¡Voy a llamarla para que compruebe la eficacia de mi trabajo y tu curación!" Y en tanto que el arriero se debatía entre los puños de los ayudantes, el barbero entró en su tienda y allí... ¡vió que la tienda estaba vacía y limpia como por una ráfaga de viento! ¡No quedaba ya nada! ¡Navajas, espejos de nácar de mano, tijeras, suavizadores, bacías, jarros, paños, taburetes, todo había desaparecido! ¡No quedaba ya nada! ¡Ni la sombra de todo aquello! ¡Y también había desaparecido la vieja! ¡Nada! ¡Ni siquiera el olor de la vieja! Y además, la tienda estaba muy barrida y regada, como si acabasen de alquilarla de nuevo en aquel instante.

Al ver aquello, el barbero, en el límite del furor, se precipitó a la trastienda, y cogiendo por el cuello al arriero, le zarandeó como a una banasta, y le gritó: "¿Dónde está la alcahueta de tu madre?"

Loco de dolor y de rabia, le dijo el pobre arriero: "¡Ah hijo de mil zorras! ¿Mi madre? ¡Pero si mi madre está en el país de Alah!" El otro siguió zarandeándole, y le gritó: "¿Dónde está la vieja zorra que te trajo aquí y que se ha ido después de haberme robado toda la tienda?" Iba el arriero a responder, agitado su cuerpo por temblores, cuando de pronto entraron en la tienda, de vuelta de sus pesquisas infructuosas, los otros tres chasqueados: el tintorero, el joven mercader y el judío. Y los vieron riñendo, al barbero con los ojos fuera de las órbitas y al arriero con las sienes cauterizadas e hinchadas por dos anchas ampollas, y con los labios espumeantes de sangre, y colgándole aún a ambos lados de la boca las dos muelas. Entonces exclamaron: "¿Qué sucede?" Y el arriero gritó con todas sus fuerzas: "¡Oh musulmanes, justicia contra este marica!"

Y les contó lo que acababa de ocurrir. Entonces preguntaron al barbero: "¿Por qué has obrado así con este arriero, ¡oh maese Massud!?"

Y el barbero les contó a su vez cómo acababa la vieja de limpiarle la tienda. A la sazón ya no dudaron que era también la vieja quien había hecho aquel nuevo desaguisado, y exclamaron: "¡Por Alah, la causante de todo es la vieja maldita!" Y acabaron por explicarse todo y ponerse de acuerdo. Entonces el barbero se apresuró a cerrar su tienda, uniéndose a los cuatro burlados para ayudarles en sus pesquisas. Y el pobre arriero no cesaba de gimotear: "¡Ay de mi burro! ¡Ay de mis muelas perdidas!...


En este momento de su narración, Schehrazada vio aparecer la mañana y se calló discretamente.



Y cuando llegó la 442ª noche

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Ella dijo:

"¡... Ay de mi burro! ¡Ay de mis muelas perdidas!"

De esta manera estuvieron recorriendo durante mucho tiempo los diversos barrios de la ciudad; pero de improviso, al volver una esquina el arriero fué también el primero en divisar y reconocer a Dalila la Taimada, cuyo nombre y cuya vivienda ignoraban todos ellos. Y no bien la vió, se abalanzó a ella el arriero, gritando: "¡Hela aquí! ¡Ahora va pagarnos todo!" Y la arrastraron a casa del walí de la ciudad, que era el emir Khaled.

Llegados que fueron al palacio del walí, entregaron la vieja a los guardias, y les dijeron: "¡Queremos ver al walí! Los guardias contestaron: "Está durmiendo la siesta. ¡Esperad un poco a que se despierte! Y los cinco querellantes esperaron en el patio, mientras los guardias hacían entrega de la vieja a los eunucos para que la encerraran en un cuarto del harén hasta que se despertase el walí.

En cuanto llegó al harén, la vieja taimada consiguió escurrirse hasta el aposento de la esposa del walí, y después de las zalemas y de besarla la mano, dijo a la dama, que estaba lejos de suponer la verdad: ¡Oh ama mía, desearía ver a nuestro amo el walí!" La dama contestó: "¡El walí está durmiendo la siesta! Pero, ¿qué quieres de él?" La vieja dijo: "Mi marido, que es mercader de muebles y esclavos, antes de partir para un viaje me entregó cinco mamelucos con encargo de vendérselos al mejor postor. Y precisamente los vió conmigo nuestro amo el walí, y me ofreció por ellos mil doscientos dinares, consintiendo yo en dejárselos por ese precio. ¡Y vengo ahora a entregárselos!" Y he aquí que, efectivamente, el walí tenía necesidad de esclavos, y la misma víspera, sin ir más lejos, había dado a su esposa mil dinares para que los comprara. Así es que no dudó ella de las palabras de la vieja, y le preguntó: "¿Dónde están los cinco esclavos?" La vieja contestó: "¡Ahí, en el patio del palacio, debajo de tus ventanas!" Y la dama se asomó al patio y vio a los cinco chasqueados que esperaban a que el walí se despertase. Entonces dijo: "¡Por Alah! ¡son muy hermosos, y especialmente uno de ellos vale él sólo los mil dinares!" Luego abrió su cofre y entregó a la vieja mil dinares, diciéndole: "Mi buena madre, te debo todavía doscientos dinares para completar el precio. Pero, como no los tengo, espérate a que se despierte el walí". La vieja contestó: "¡Oh ama mía! ¡de esos doscientos dinares te rebajo ciento en gracia a la jarra de jarabe que me has dado a beber, y ya me pagarás los otros ciento en mi próxima visita! ¡Ahora te ruego que me hagas salir del palacio por la puerta reservada para el harén, con el fin de que no me vean mis antiguos esclavos!" Y la esposa del walí la hizo salir por la puerta secreta, y el Protector la protegió y la dejó llegar sin obstáculos a su casa.

Cuando la vio entrar su hija Zeinab, le preguntó: "¡Oh, madre mía!, ¿qué hiciste hoy?" La vieja contestó: "Hija mía, he jugado una mala pasada a la esposa del walí, vendiéndole por mil dinares, como esclavos, ¡al arriero, al tintorero, al judío, al barbero y al joven mercader! Sin embargo, hija mía, entre todos ellos no hay más que uno que me preocupe y cuya perspicacia temo: ¡el arriero! ¡Siempre me reconoce ese hijo de zorra!" Y le dijo su hija: "¡Entonces, madre mía, déjate ya de salidas!" Cuida ahora de la casa, y no olvides el proverbio que dice:


¡No es cierto que el jarro no se rompa nunca, por mucho que le tiren!


Y trató de convencer a su madre de que no saliese en lo sucesivo; pero inútilmente.

¡He aquí lo que les ocurrió a los cinco! Cuando el walí se despertó de su siesta, le dijo su esposa: "¡Ojalá te haya endulzado la dulzura del sueño! ¡Me tienes muy contenta con los cinco esclavos que compraste!"

El preguntó: "¿Qué esclavos?" Ella dijo: "¿Por qué me lo quieres ocultar? ¡Así te engañen ellos como tú me engañas!" El dijo: "¡Por Alah, que no he comprado esclavos! ¿Quién te ha informado tan mal?" Ella contestó: "¡La misma vieja a quien se los compraste por mil doscientos dinares los trajo aquí y me los enseñó en el patio, vestido cada cual con un traje que por sí solo vale mil dinares!" El preguntó: "¿Y le has dado el dinero?" Ella dijo: "¡Si, por Alah!" Entonces el walí bajó al patio, donde no vio a nadie más que al arriero, al barbero, al judío, al joven mercader y al tintorero, y preguntó a sus guardias: "¿Dónde están los cinco esclavos que la vieja comerciante acaba de vender a vuestra ama?" Le contestaron: "¡Durante toda la siesta de nuestro amo, no hemos visto más que a esos cinco que están ahí!" Entonces el walí se encaró con los cinco y les dijo: "¡Vuestra ama, la vieja, acaba de venderos a mí por mil dinares! ¡Vais a dar comienzo a vuestro trabajo limpiando los pozos negros!" Al oír estas palabras, exclamaron los cinco querellantes, en el límite de la estupefacción: "¡Si así es como haces justicia, no nos queda más remedio que recurrir a nuestro amo el califa para quejarnos de ti! ¡Somos hombres libres que no se nos puede vender ni comprar! ¡Yalah! ¡Ven con nosotros a ver al califa!...


En este momento de su narración, Schehrazada vio aparecer la mañana, y se calló discretamente.



Y cuando llegó la 443ª noche

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Ella dijo:

"... ¡Yalah! ¡Ven con nosotros a ver al califa!" Entonces el walí les dijo: "¡Si no sois esclavos, seréis estafadores y ladrones! ¡Porque vosotros fuisteis quienes trajisteis a la vieja y combinásteis con ella semejante estafa! Pero ¡por Alah, que a mi vez os venderé a extranjeros por cien dinares cada uno!"

Mientras tanto, entró en el patio del palacio el capitán Azote de-las-Calles, que venía a querellarse ante el walí de la aventura acaecida a su esposa la jovenzuela. Porque, al regreso de su viaje, había visto en cama a su esposa, enferma de vergüenza y de emoción, y por ella había sabido cuanto le sucedió, y añadió ella: "¡Todo esto me ha pasado sólo por culpa de tus palabras duras, que me decidieron a recurrir a los buenos oficios del jeique Multiplicador!"

Así es que cuando el capitán Azote divisó al walí, hubo de gritarle: "¿Eres tú quien así permite que las viejas alcahuetas penetren en los harenes y estafen a las esposas de los emires? ¿Para eso nada más tienes tu oficio? Pero ¡por Alah!, que te hago responsable de la estafa cometida conmigo y de los daños y perjuicios causados a mi esposa!"

Al oír estas palabras del capitán Azote-de-las-Calles, los cinco exclamaron: "¡Oh, emir! ¡Oh valiente capitán Azote! ¡También nosotros ponemos nuestro pleito entre tus manos!" Y les preguntó él: "¿Qué tenéis que reclamar también vosotros?" Entonces le contaron ellos toda su historia, que es inútil repetir. Y les dijo el capitán Azote: "¡Ciertamente, también fuisteis burlados vosotros! ¡Y está muy equivocado ahora el walí si cree que va a poder encarcelaros!"

Cuando el walí hubo oído todas estas palabras dijo al capitán Azote: "¡Oh emir! ¡De mi cuenta corre el pago de las indemnizaciones que te corresponden y la restitución de los efectos de tu esposa, y me comprometo a dar con la vieja estafadora!" Luego se encaró con los cinco, y les preguntó: "¿Quiénes de vosotros sabrá reconocer a la vieja?" El arriero contestó, coreado por los demás: "¡Todos sabremos reconocerla!" Y añadió el arriero: "¡Entre mil zorras la conocería yo por sus ojos azules y brillantes! ¡Danos solamente diez de tus guardias para que nos ayuden a apoderarnos de ella!" Y cuando el walí les dio los diez guardias pedidos salieron del palacio.

Y he aquí que apenas habían andado por la calle algunos pasos, con el arriero a la cabeza, cuando se tropezaron precisamente con la vieja que acababa de evadírseles. Pero consiguieron atraparla y le ataron las manos a la espalda y la arrastraron a presencia del walí, que le preguntó: "¿Qué has hecho de todas las cosas que robaste?" Ella contestó: "¿Yo? ¡Nunca he robado nada a nadie! ¡Y nada he visto ni comprendo lo que dices!" Entonces el walí se encaró con el celador mayor de las prisiones, y le dijo:

"¡Métela hasta mañana en el calabozo más húmedo que tengas!"

Pero contestó el carcelero: "¡Por Alah, que me guardaré muy mucho de cargar con semejante responsabilidad! ¡Estoy seguro de que sabrá dar con alguna estratagema para escaparse de mi custodia!"

Entonces se dijo el walí: "¡Lo mejor será tenerla expuesta a todas las miradas para que no pueda escaparse, y hacer que la vigilen durante toda esta noche para que podamos juzgarla mañana!" Y montó a caballo, y seguido por toda la banda hizo que la arrastraran fuera de las murallas de Bagdad y la ataran por los cabellos a un poste en pleno campo. Después, para tener mayor seguridad, encargó a los cinco querellantes que la vigilaran por sí mismos aquella noche hasta la mañana.

Así es que los cinco, principalmente el arriero, empezaron por vengar su resentimiento en ella motejándola con todos los dicterios que les sugerían las vejaciones y engaños sufridos por ellos.

Pero como todo tiene fin, hasta el fondo del saco de maldiciones de un arriero, y la bacía de malicias de un barbero, y el túnel de ácidos de un tintorero, y como les tenía, además, rendidos la falta de sueño durante tres días y las emociones experimentadas, los cinco querellantes, una vez terminada su cena, acabaron por amodorrarse al pie del poste en que estaba sujeta por los cabellos Dalila la Taimada.

Y he aquí que ya había transcurrido gran parte de la noche, y alrededor del poste roncaban los cinco individuos, cuando acertaron a pasar por el paraje en que se hallaba presa Dalila dos beduinos a caballo, que iban al paso charlando uno con otro. Y la vieja oyó que cambiaban impresiones. Porque uno de los beduinos preguntaba a su compañero: "Oye; hermano, ¿qué es lo mejor que hiciste durante tu estancia en la maravillosa Bagdad?...


En este momento de su narración, Schehrazada vio aparecer la mañana, y se calló discretamente.

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