Y cuando llegó la 423ª noche

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Ella dijo:

¡... Y esto en cuanto al rey y su hija la princesa Schamsennahar! ¡Pero he aquí ahora lo relativo al príncipe Kamaralakmar! Cuando se elevó muy alto por los aires, hizo volver la cabeza a su caballo en dirección a su tierra natal, y puesto ya en el buen camino, se dedicó a soñar con la belleza de la princesa, con sus encantos y con los medios de que se valdría para volver a encontrarla. Y le parecía muy difícil la cosa, aunque tuvo cuidado de que ella le informara acerca del nombre de la ciudad de su padre. Así había sabido que aquella ciudad se llamaba Sana y era la capital del reino de Al-Yamán.

Mientras duró el viaje continuó él pensando en todo aquello, y merced a la gran rapidez de su caballo, acabó por llegar a la ciudad de su padre. Entonces hizo ejecutar a su caballo un círculo aéreo por encima de la ciudad, y fue a echar pie a tierra en la terraza del palacio. Dejó entonces a su caballo en la terraza y bajó al palacio, donde notó por todas partes un ambiente de duelo y vio regadas de ceniza todas las habitaciones, y creyendo que habría muerto alguien de su familia, penetró, como tenía por costumbre, en los aposentos privados, y encontró a su padre, a su madre y a sus hermanas vestidas con trajes de luto, y muy amarillos de cara, y enflaquecidos, y demudados, y tristes, y desolados. Y he aquí que, cuando entró él, su padre se levantó de pronto al advertirle, y cierto ya de que aquel era verdaderamente su hijo, lanzó un gran grito y cayó desmayado; luego recobró el sentido y se arrojó en los brazos de su hijo, y le abrazó y le estrechó contra su pecho con trasportes de la más loca alegría y emocionado hasta el límite de la emoción; y su madre y sus hermanas, llorando y sollozando se le comían a besos a cual más, y bailaban y saltaban en medio de su dicha.

Cuando se calmaron un poco le interrogaron acerca de lo que había acaecido; y les contó él la cosa desde el principio hasta el fin; pero no hay para qué repetirla. Entonces exclamó su padre: "¡Loores a Alah por tu salvación, ¡oh frescura de mis ojos y mucho de mi corazón!"

E hizo celebrar grandes fiestas populares y grandes regocijos durante siete días enteros, y repartió dádivas al son de pífanos y címbalos, e hizo adornar todas las calles y proclamar un indulto general para todos los presos, haciendo abrir de par en par las puertas de cárceles y calabozos. Luego, acompañado de su hijo, recorrió a caballo los diversos barrios de la ciudad para dar a su pueblo la alegría de volver a ver al joven príncipe, a quien se creyó perdido para siempre.

Pero una vez terminadas las fiestas, Kamaralakmar dijo a su padre: "¡Oh padre mío! ¿qué ha sido del persa que te dio el caballo?" Y contestó el rey: "¡Confunda Alah a ese sabio! y retire su bendición para él y para la hora en que mis ojos le vieron por vez primera, pues él fue causa de que te separaras de nosotros, ¡oh hijo mío! ¡En este momento está encerrado en un calabozo, y es el único a quien no perdoné!" Pero como se lo suplicó su hijo, el rey le hizo salir de la prisión, y ordenándole que fuera a su presencia, le volvió a la gracia, y le dió un ropón de honor y le trató con gran liberalidad, concediéndole toda clase de honores y riquezas; pero no le mencionó siquiera a su hija ni pensó dársela en matrimonio. Así es que el sabio rabió hasta el límite de la rabia y se arrepintió mucho de la imprudencia que había cometido dejando montar en el caballo al joven príncipe, ¡pues comprendió que se había descubierto el secreto del caballo, como también su manejo!

En cuanto al rey, que no estaba muy tranquilo todavía con respecto al caballo, dijo a su hijo: "¡Soy de opinión, hijo mío, de que no debes acercarte en adelante a ese caballo de mal agüero, y sobre todo de que nunca más le montes, ya que estás lejos de conocer las cosas misteriosas que puede contener aún, y no te hallas sobre él seguro!" Por su parte, Kamaralakmar contó a su padre su aventura con el rey de Sana y su hija, y cómo había escapado a la furia de este rey; y contestó su padre: "¡Si debiera matarte el rey de Sana, hijo mío, te hubiera matado: pero el Destino no habría fijado todavía tu hora!"

Durante este tiempo, a pesar de los regocijos y festines que su padre continuaba dando con motivo de su regreso, Kamaralakmar estaba lejos de olvidar a la princesa Schamsennahar, y lo mismo cuando comía que cuando bebía, pensaba siempre en ella. Y he aquí que un día, el rey, que tenía esclavas muy expertas en el arte del canto y en el de tocar el laúd, les ordenó que hicieran resonar las cuerdas de los instrumentos y cantaran algunos versos hermosos. Y tomó una de ellas su laúd, y apoyándoselo en las rodillas cual podría una madre colocar en su regazo a su hijo, cantó, acompañándose, estos versos entre otros versos:


¡Tu recuerdo ¡oh bienamado! no se borrará de mi corazón ni con la ausencia ni con la distancia!


¡Pueden pasar los días y morir el tiempo, pero jamás podrá morir en mi corazón tu amor!


¡Con este amor quiero morir yo misma, y con este amor resucitar!


Cuando hubo oído el príncipe estos versos, en su corazón chispeó el fuego del deseo, redoblaron su calor las llamas de la pasión, las tristezas le llenaron de duelo el espíritu y el amor le trastornó las entrañas. Así es que, sin poder ya resistir a los sentimientos que le animaban con respecto a la princesa de Sana, se levantó en aquella hora y aquel instante, subió a la terraza del palacio, y a pesar del consejo de su padre, saltó a lomos del caballo de ébano y dió una vuelta a la clavija que servía para subir. Al punto se elevó por los aires como un pájaro el caballo con él, remontando su vuelo hacia las altas regiones del cielo.

Y he aquí que al día siguiente por la mañana le buscó por el palacio su padre el rey, y como no le encontró, subió a la terraza y quedó consternado al notar la desaparición del caballo; y se mordió los dedos, arrepentido de no haber hecho trizas aquel caballo, y se dijo: "¡Por Alah, que si vuelve a regresar mi hijo, destruiré ese caballo para que pueda estar tranquilo mi corazón y no se alarme mi espíritu!" Y bajó de nuevo a su palacio, donde estalló en llantos, sollozos y lamentaciones. ¡Y esto por lo que atañe a él!

En cuanto a Kamaralakmar, prosiguió su rápido viaje aéreo, y llegó a la ciudad de Sana. Echó pie a tierra en la terraza del palacio, bajó por la escalera sin hacer ruido y se dirigió hacia el aposento de la princesa. Allí encontróse al eunuco dormido, como de costumbre, delante de la puerta; pasó por encima de él, y cuando hubo penetrado en el interior de la estancia, llegó a la segunda puerta. Se acercó entonces muy sigilosamente a la cortina, y antes de levantarla escuchó con atención.

Y he aquí que oyó a su bienamada sollozar amargamente y recitar versos quejumbrosos, mientras trataban de consolarla sus mujeres, y la decían: "¡Oh ama nuestra!...


En este momento de su narración, Schehrazada vio aparecer la mañana, y se calló discretamente.



Y cuando llegó la 424ª noche

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Ella dijo:

"¡... Oh ama nuestra! ¿por qué lloras a quien seguramente no te llora a ti?"

Ella contestó: "¿Qué decís, ¡oh faltas de juicio!? ¿Acaso creéis que el encantador a quien amo y por quien lloro es de los que olvidan o de aquellos a quienes se puede olvidar?" Y redobló en sus llantos y gemidos, y lo hizo tan fuerte y durante tanto tiempo, que le dió un desmayo. Entonces el príncipe sintió que se le partía a causa de ello el corazón y que la vejiga de la hiel le estallaba en el hígado. Así es que levantó la cortina sin tardanza y penetró en la habitación. Y vio a la joven acostada en su lecho, con su cabellera por toda camisa y con su abanico de plumas blancas por toda sábana. Y como parecía amodorrada, se acercó a ella y le hizo una caricia muy dulcemente. Al punto abrió ella los ojos y le vió de pie a su lado, inclinado con una actitud interrogante de ansiedad, y murmurando: "¿A qué vienen esas lágrimas y esos gemidos?"

Al ver aquello, reanimada con una vida nueva, se irguió de pronto la joven, y arrojándose a él, le rodeó el cuello con sus brazos y empezó a cubrirle de besos el rostro, diciéndole: "¡Todo era por causa de tu amor y de tu ausencia, ¡oh luz de mis ojos!" El contestó: "¡Oh dueña mía! ¡pues si supieras en qué desolación estuve yo sumido por causa tuya durante todo este tiempo!" Ella añadió: "¡Pues y yo! ¡qué desolada por tu ausencia estuve también! ¡Si hubieras tardado algo más en volver, sin duda me habrías encontrado muerta!"

El dijo: "¡Oh dueña mía! ¿qué te parece lo que me ocurrió con tu padre y la manera que tuvo de tratarme? ¡Por Alah, que si no hubiera sido por tu amor, ¡oh seductora de la Tierra, del Sol y de la Luna, y tentadora de los habitantes del Cielo, de la Tierra y del Infierno! le hubiera degollado seguramente, dando así ejemplo y enseñanza a todos los observadores! ¡Pero, como te amo, le amo a él también ahora!"

Ella preguntó: "¿Qué te decidió a abandonarme? ¿Crees que la vida podría parecerme dulce sin ti?" El dijo: "Ya que me amas, ¿quieres escucharme y seguir mis consejos?" Ella contestó: "¡No tienes más que hablar, y te obedeceré y escucharé tus consejos y me conformaré con todas tus opiniones!" El dijo: "¡Empieza, entonces, por traerme de comer y de beber, porque tengo hambre y sed! ¡Y después hablaremos! "

Entonces dió orden la joven a sus servidoras de que le llevaran manjares y bebidas; y se pusieron ambos a comer y a beber y a charlar hasta que casi hubo transcurrido toda la noche. Entonces, como comenzaba a apuntar el día, Kamaralakmar se levantó para despedirse de la joven y marcharse antes de que se despertara el eunuco; pero le preguntó Schamsennahar: "¿Y adónde vas a ir así?" El contestó: "¡A casa de mi padre! ¡Pero me comprometo bajo juramento a volver a verte una vez a la semana!"

Al oír estas palabras, ella rompió en sollozos y exclamó: "¡Oh! ¡te conjuro por Alah el Todopoderoso a que me cojas y me lleves contigo adonde quieras, antes que hacerme saborear de nuevo la amargura de la coloquíntida de la separación!"

Y exclamó él, entusiasmado: "¿Quieres verdaderamente venir conmigo?" Ella contestó: "¡Sí! El dijo: "¡Entonces, levántate y partamos!" De modo que se levantó ella, abrió un cofre lleno de vestidos suntuosos y de objetos de valor, y se arregló y se puso encima todo lo más rico y precioso que había entre las cosas hermosas de su pertenencia, sin olvidar collares, sortijas, brazaletes y diversas joyas engastadas con las más bellas pedrerías; luego salió en compañía de su bienamado, sin que ni por pienso lo impidieran sus servidoras.

Entonces la condujo Kamaralakmar, y tras de hacerla subir a la terraza del palacio, saltó a lomos de su caballo, la sentó a ella en la grupa, le recomendó que se sujetara con fuerza y la ató a él con cuerdas sólidas. Tras de lo cual dio vuelta a la clavija que servía para subir, y remontó el vuelo el caballo y se elevó con ellos por los aires.

Al ver aquello, empezaron a gritar tan alto las servidoras, que el rey y la reina acudieron a la terraza a medio vestir, mal despiertos aún, y sólo tuvieron tiempo para ver al caballo mágico emprender su vuelo aéreo con el príncipe y la princesa. Y el rey, emocionado y consternado hasta el límite de la consternación, tuvo alientos, no obstante, para gritar al joven, que cada vez se elevaba más: "¡Oh hijo de rey! ¡te conjuro a que tengas compasión de mí y de mi esposa, que es esta anciana que aquí ves, y no nos prives de nuestra hija!"

Pero no le contestó el príncipe. Sin embargo, por si acaso la joven sentía pena al dejar así a su padre y a su madre, le preguntó: "Dime, ¡oh esplendor! ¡oh entusiasmo de tu siglo y de mis ojos! ¿quieres volver con tu padre y con tu madre?...


En este momento de su narración, Schehrazada vio aparecer la mañana, y se calló discretamente.



Pero cuando llegó la 425ª noche

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Ella dijo:

"¡...Oh esplendor! ¡oh entusiasmo de tu siglo y de mis ojos! ¿quieres volver con tu padre y con tu madre?" Ella contestó: "¡Por Alah, ¡oh mi dueño! que no es ése mi deseo! Lo único que anhelo es estar contigo donde estés tú, ¡porque el amor que por ti siento me hace despreciar todo y olvidarlo todo, incluso a mi padre y a mi madre!"

Al oír estas palabras, el príncipe se alegró hasta el límite de la alegría, e hizo volar a su caballo con la mayor rapidez posible, sin que inquietara semejante cosa a la joven; y no tardaron de aquel modo en llegar a la mitad del camino, a un paraje en que se extendía una magnífica pradera regada por aguas corrientes, en la que echaron pie a tierra por un instante. Comieron, bebieron y descansaron algo, para volver inmediatamente después a montar en su caballo mágico y a partir a toda velocidad con dirección a la capital del rey Sabur, a la vista de la cual llegaron una mañana. Y el príncipe se regocijó mucho por haber arribado sin accidentes, ¡y de antemano sintió un gran placer al pensar que por fin iba a poder mostrar a la princesa las propiedades y territorios que poseía en su mano, y hacerle observar el poderío y la gloria de su padre el rey Sabur, probándole con ello cuánto más rico y más ilustre que el rey de Sana, padre de la joven, era el rey Sabur!

Empezó, pues, por aterrizar en medio de un hermoso jardín, situado fuera de la ciudad, donde su padre, el rey, tenía costumbre de ir para distraerse y respirar el aire libre; condujo a la joven al pabellón de verano, coronado por una cúpula que el rey había hecho construir y acondicionar para él mismo, y le dijo: "¡Voy a dejarte aquí un momento para ir a prevenir a mi padre de nuestra llegada. Mientras esperas, ten cuidado del caballo de ébano, que dejo a la puerta, y no le pierdas de vista. ¡Y en seguida te enviaré a un mensajero para que te saque de aquí y te conduzca al palacio especial que voy a hacer que preparen para ti sola!" Y la joven quedó en extremo encantada con estas palabras, y comprendió que, efectivamente, no debía entrar en la ciudad más que entre los honores y homenajes propios de su rango. Luego se despidió de ella el príncipe, y encaminóse al palacio de su padre el rey.

Cuando el rey Sabur vió llegar a su hijo, creyó morirse de alegría y de emoción, y después de los abrazos y bienvenidas, le reprochó, llorando, su marcha, que les puso en las puertas de la tumba a todos. Tras de lo cual le dijo Kamaralakmar: "¿A que no adivinas a quién traje de allá conmigo?" El rey contestó: "¡Por Alah, no lo adivino!"

El joven dijo: "¡A la propia hija del rey de Sana, a la joven más perfecta de Persia y de Arabia! ¡La he dejado, por el pronto, fuera de la ciudad, en nuestro jardín, y vengo a avisarte para que hagas que dispongan al punto el cortejo que ha de ir a buscarla, y que deberá ser lo más espléndido posible, para darle de antemano una alta idea de tu poderío, de tu grandeza y de tus riquezas!" Y contestó el rey: "¡Con alegría y generosidad, por darte el gusto!"

E inmediatamente dio orden de que adornaran la ciudad y la embellecieran con el decorado más hermoso y los más hermosos ornamentos; y después de organizar un cortejo extraordinario, él mismo se puso a la cabeza de sus jinetes vestidos de gala, y a banderas desplegadas salió al encuentro de la princesa Schamsennahar, cruzando por todos los barrios de la ciudad entre la aglomeración de los habitantes, que se alineaban en varias filas, precedido por tañedores de pífanos, clarinetes, timbales y tambores, y seguido por la multitud inmensa de guardias, soldados, gente del pueblo, mujeres y niños.

Por su parte, el príncipe Kamaralakmar abrió sus cofres, sus arquillas y sus tesoros, y sacó de ellos lo más hermoso que había, como joyas, alhajas y otras cosas maravillosas con que se atavían los hijos de los reyes para hacer ostentación de su fausto, sus riquezas y su esplendor; e hizo preparar para la joven un inmenso palio de brocados rojos, verdes y amarillos, debajo del cual se alzaba un trono de oro resplandeciente de pedrerías; y en las gradas del inmenso trono coronado por un pabellón de sedas doradas, hizo que se alinearan esclavas indias, griegas y abisinias, sentadas unas y de pie otras, mientras que a los cuatro lados del trono se mantenían cuatro esclavas blancas que hacían aire con grandes abanicos de plumas de aves de especie extraordinaria. Y dos negros desnudos hasta la cintura llevaron a hombros el estrado aquel en pos del cortejo, rodeados por una muchedumbre más densa aún que la anterior, y entre los gritos jubilosos de todo un pueblo y los lú-lú-les estridentes que salían de las gargantas de las mujeres sentadas al pie del trono y de todas las que se aglomeraban a su alrededor, emprendieron el camino de los jardines.

En cuanto a Kamaralakmar, no tuvo paciencia para acompañar el cortejo al paso, y lanzando su caballo a la carrera, tomó por el atajo más corto y en algunos instantes llegó al pabellón donde había dejado a la princesa, hija del rey de Sana. Y la buscó por todas partes; pero ni encontró a la princesa ni al caballo de ébano.

Entonces, en el límite de la desesperación, Kamaralakmar se abofeteó con ira el rostro, rompió sus vestidos y echó a correr y a vagar como un loco por el jardín, gritando mucho y llamando con toda la fuerza de su garganta. ¡Pero fué en vano!

Al cabo de cierto tiempo, hubo de calmarse un poco y volver a la razón, y se dijo: "¿Cómo ha podido dar con el secreto para el manejo del caballo de ébano, si no le revelé nada que con ello se relacionase? ¡Como no sea que el sabio constructor del caballo haya caído sobre ella de improviso y se la haya llevado para vengarse del tratamiento que le infligió mi padre!" Y al punto corrió en busca de los guardas del jardín, y les preguntó...


En este momento de su narración, Schehrazada vio aparecer la mañana, y se calló discretamente.



Pero cuando llegó la 426ª noche

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Ella dijo:

... Y al punto corrió en busca de los guardas del jardín, y les preguntó: "¿Habéis visto pasar por aquí o cruzar el jardín a alguien? ¡Decidme la verdad, o haré saltar vuestras cabezas al instante!" Aterrados con sus amenazas quedaron los guardas, y contestaron como una sola voz: "¡Por Alah, que nadie vimos entrar en el jardín, a no ser el sabio persa, que vino aquí para coger hierbas curativas, y a quien no vimos salir aún!"

Al oír estas palabras, el príncipe tuvo ya certeza de que era el sabio persa quien le arrebató a la joven, y llegó al límite de la consternación y de la perplejidad; y muy conmovido y desconcertado salió al paso del cortejo, y encarándose con su padre, le contó lo que había sucedido, y le dijo:

"Vuélvete a tu palacio con tus tropas; en cuanto a mí, ¡no volveré hasta que no haya aclarado este asunto negro!"

Al oír estas palabras y enterarse de la determinación tomada por su hijo, el rey empezó a llorar, a lamentarse y a golpearse el pecho, y le dijo: "Por favor, ¡oh hijo mío! calma tu cólera, reprime tu pena y vuélvete a casa con nosotros. ¡Y escogerás entonces a la hija del rey o del sultán que quieras, y te la daré en matrimonio!" Pero Kamaralakmar no se avino a prestar la menor atención a las palabras de su padre ni a escuchar sus ruegos, le dijo algunas frases de despedida y se marchó montado en su caballo, mientras el rey, en el límite de la desesperación, regresaba a la ciudad con llantos y gemidos. Y así fué como su alegría se tornó en tristeza, en sobresaltos y en tormentos. ¡Y esto en cuanto a ellos!

¡Pero he aquí ahora lo que aconteció al mago y a la princesa!

Como lo había decretado de antemano el Destino, el mago persa fué aquel día al jardín, para coger, efectivamente, hierbas curativas y simples y plantas aromáticas y sintió un olor delicioso de almizcle y otros perfumes admirables; así es que, venteando con la nariz, se encaminó hacia el lado por donde llegaban hasta él aquel olor extraordinario. Y aquel olor era precisamente el que despedía la princesa, embalsamando con él todo el jardín. De modo que, guiado por su olfato perspicaz, no tardó el mago tras algunos tanteos en llegar al propio pabellón en que se encontraba la princesa. ¡Y cuán no sería su alegría al ver desde el umbral, de pie sobre las cuatro patas, al caballo mágico; obra de sus manos! ¡Y cuáles no serían los estremecimientos de su corazón al ver aquel objeto cuya pérdida le había quitado la gana de comer y de beber y el reposo y el sueño!

Se puso entonces a examinarlo por todas partes y lo encontró intacto y en buen estado. Luego, cuando se disponía a saltar encima y hacerlo volar, dijo para sí: "¡Antes conviene que vea qué ha podido traer en el caballo y dejar aquí el príncipe!" Y penetró en el pabellón. Entonces vio perezosamente tendida en el diván a la princesa, a quien tomó primero por el sol cuando sale de un cielo tranquilo. Y ni por un instante dudó ya de que tenía ante sus ojos a alguna dama de ilustre nacimiento y de que el príncipe la había llevado en el caballo y la dejó en aquel pabellón para ir a la ciudad él mismo a preparar un cortejo espléndido. Así es que, por su parte, se adelantó el sabio, se prosternó delante de ella y besó la tierra entre sus manos, a tiempo que la joven levantaba a él los ojos, y encontrándole extraordinariamente horrible y repulsivo, se apresuró a volver a cerrarlos para no verle, y le preguntó: "¿Quién eres?"

El sabio contestó: "¡Oh mi dueña! soy el mensajero que te envía el príncipe Kamaralakmar para que te conduzca a otro pabellón más hermoso que éste y más próximo a la ciudad; porque hoy está un poco indispuesta mi ama la reina, madre del príncipe, y como no quiere, sin embargo, que se la adelante nadie a verte, pues tu llegada ha producido mucho júbilo, ha dispuesto este pequeño cambio que la ahorrará una caminata prolongada". La joven preguntó: "¿Pero dónde está el príncipe?" El persa contestó: "¡Está en la ciudad con el rey, y pronto vendrá a tu encuentro con gran aparato y en medio de un cortejo espléndido!"

Ella dijo: "Pero dime, ¿es que no ha podido el príncipe encontrar otro mensajero un poco menos repulsivo que tú para enviármele?" Al oír estas palabras, aunque le mortificaron mucho, el mago se echó a reír con el mandil arrugado de su cara amarilla, y contestó: "¡Ciertamente, ¡por Alah, oh mi dueña! que no hay en el palacio otro mameluco tan repulsivo como yo! ¡Pero acaso la mala apariencia de mi fisonomía y la abominable fealdad de mi cara te induzcan a error con respecto a mi valer! ¡Y ojalá puedas un día comprobar mi capacidad y aprovecharte, como el príncipe, del don precioso que poseo! ¡Y al saber entonces cómo soy, me alabarás! ¡En cuanto al príncipe, si me escogió para que viniera a tu lado, lo ha hecho precisamente a causa de mi fealdad y de mi odiosa fisonomía, y con el fin de que sus celos no tengan nada que temer con tus encantos y tu belleza! Y no son mamelucos, ni esclavos jóvenes, ni hermosos negros, ni eunucos, ni servidores, lo que faltan en palacio! ¡Gracias a Alah, su número es incalculable, y son todos a cual más seductores...


En este momento de su narración, Schehrazada vio aparecer la mañana, y se calló discretamente.



Pero cuando llegó la 427ª noche

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Ella dijo:

"... Y son todos a cuál más seductor!" Y he aquí que estas palabras del mago tuvieron el poder de persuadir a la joven, que se levantó al punto, puso su mano en la mano del viejo sabio, y le dijo: "¡Oh padre mío! ¿qué cabalgadura me trajiste contigo para que la monte?" El persa contestó: "¡Oh mi dueña, montarás en el caballo en que viniste!" Ella dijo: "¡Pero si yo no sé montar ahí sola!" Entonces sonrió él y comprendió que la tendría a merced suya en adelante y contestó: "¡Yo mismo montaré contigo!" Y saltó a su caballo, sentó en la grupa a la joven, sujetándola contra él y atándola sólidamente con cuerdas, en tanto que la princesa estaba muy ajena de lo que con ella iba a hacer. Dio vuelta entonces él a la clavija que servía para subir, y súbito el caballo llenó de viento su vientre, se movió y, se agitó saltando como las olas del mar; remontó el vuelo, elevándose por los aires cual un pájaro, y en un instante dejó detrás de sí en la lejanía, la ciudad y los jardines.

Al ver aquello, exclamó la joven, muy sorprendida: "¡Oye! ¿adónde vas sin ejecutar las órdenes de tu amo?" El sabio contestó: "¡Mi amo! ¿Y quién es mi amo?" Ella dijo: "¡El hijo del rey!" El sabio preguntó: "¿Qué rey?" Ella dijo: "¡No sé cuál!" Al oír estas palabras se echó a reír el mago, y dijo: "Si te refieres al joven Kamaralakmar, ¡confunda Alah a ese bribón estúpido, que en suma no es más que un pobre muchacho!"

Ella exclamó: "¡La desgracia sobre ti, ¡oh barba de mal agüero! ¿Cómo te atreves a hablar así de tu amo y a desobedecerle?" El mago contestó: "¡Te repito que ese jovenzuelo no es mi amo! ¿Sabes quién soy?"

La princesa dijo: "¡No sé de ti más que lo que tú mismo me has contado!" El sabio sonrió y dijo: "¡Lo que te conté sólo era una estratagema ideada por mí en contra tuya y del hijo del rey! Porque has de saber que ese canalla logró robarme este caballo en que estás ahora, y que es obra de mis manos; y me quemó durante mucho tiempo el corazón haciéndome llorar tal pérdida. ¡Pero he aquí que de nuevo soy dueño de lo mío, y a mi vez quemo el corazón a ese ladrón y hago que sus ojos lloren por haberte perdido! Reanima, pues, tu alma y seca y refresca tus ojos, porque seré para ti yo más provechoso que ese joven alocado. Además, soy generoso poderoso y rico; mis servidores y mis esclavos te obedecerán como a su ama; te vestiré con los más hermosos vestidos y te engalanaré con las galas más hermosas, ¡y realizaré el menor de tus deseos antes de que me lo formules!"

Al oír estas palabras, la joven se golpeó el rostro y empezó a sollozar; luego dijo: "¡Ah, qué desgracia la mía! ¡Ay! ¡Acabo de perder a mi bienamado, y antes perdí a mi padre y a mi madre!" Y siguió vertiendo lágrimas muy amargas y muy abundantes por lo que le sucedía, en tanto que el mago guiaba el vuelo de su caballo hacia el país de los rums, y después de un largo aunque veloz viaje, aterrizó sobre una verde pradera rica en árboles y en aguas corrientes.

Pero aquella pradera estaba situada cerca de una ciudad donde reinaba un rey muy poderoso. Y precisamente aquel día salió de la ciudad el rey para tomar el aire, y encaminó su paseo por el lado de la pradera. Y divisó al sabio junto al caballo y la joven. Y antes de que el mago tuviese tiempo de evadirse, los esclavos del rey habíanse precipitado sobre él, la joven y el caballo y los habían llevado entre las manos del rey.

Cuando vio el rey la horrible fealdad del viejo y su horrible fisonomía, y la belleza de la joven y sus encantos arrebatadores, dijo: "¡Oh mi dueña! ¿qué parentesco te une a este viejo tan horroroso?" Pero el persa se apresuró a responder: "¡Es mi esposa y la hija de mi tío!" Entonces, a su vez se apresuró la joven a contestar, desmintiendo al viejo: "¡Oh rey! ¡por Alah, que no conozco a este adefesio! ¡Qué ha de ser mi esposo! ¡No es sino un pérfido hechicero que me ha raptado a la fuerza y con astucias!"

Al oír estas palabras de la joven, el rey de los rums dió orden a sus esclavos de que apalearan al mago; y tan a conciencia lo hicieron, que estuvo a punto de expirar bajo los golpes. Tras de lo cual mandó el rey que se lo llevaran a la ciudad y le arrojaran en un calabozo, mientras él mismo conducía a la joven y hacía transportar el caballo mágico, cuyas virtudes y manejo secreto estaba muy lejos de suponer.

¡Y he aquí lo referente al mago y a la princesa!

En cuanto al príncipe Kamaralakmar, se vistió de viaje, tomó consigo los víveres y el dinero de que tenía necesidad, y emprendió el camino, con el corazón muy triste y el espíritu en muy mal estado. Y se puso en busca de la princesa, viajando de país en país y de ciudad en ciudad; y en todas partes pedía noticias del caballo de ébano, y aquellos a quienes interrogaban se asombraban en extremo de su lenguaje y encontraban sus preguntas de lo más extrañas y extravagantes...


En este momento de su narración, Schehrazada vio aparecer la mañana, y se calló discretamente.



Pero cuando llegó la 428ª noche

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Ella dijo:

... y encontraban sus preguntas de lo más extrañas y extravagantes. Y así continuó durante mucho tiempo, haciendo pesquisas más activas cada vez y pidiendo cada vez más datos, sin llegar a saber ninguna noticia que lo orientase. Tras de lo cual acabó por llegar a la ciudad de Sana, donde reinaba el padre de Schamsennahar, y pidió informes al llegar; pero nadie había oído nada relacionado con la joven, ni pudieron decirle lo que fue de ella desde su rapto; y le enteraron del estado de aniquilamiento y desesperación en que se hallaba sumido el viejo rey.

Entonces continuó su ruta y se encaminó al país de los rums, inquiriendo siempre nuevas de la princesa y del caballo de ébano en todos los sitios por donde pasaba y en todas las etapas del viaje.

Y he aquí que durante su caminata se detuvo cierto día en un khan donde vio a un grupo de mercaderes sentados en corro y charlando entre sí; y se sentó a su lado y oyó que decía uno de ellos: "¡Oh amigos míos! ¡acaba de sucederme muy recientemente la cosa más prodigiosa entre las cosas prodigiosas!" Y todos le preguntaron: "¿De qué se trata?"

El mercader aquel dijo: "Había ido yo con mis mercancías a la ciudad tal (y dijo el nombre de la ciudad donde se hallaba la princesa), en la provincia de cual, y oí que los habitantes se contaban unos a otros una cosa muy extraña que acababa de suceder. ¡Decían que, habiendo salido un día de cacería con su séquito el rey de la ciudad, se había encontrado a un viejo muy repulsivo que estaba de pie junto a una joven de belleza incomparable y junto a un caballo de ébano y marfil!" Y el mercader contó a sus compañeros, que se maravillaron extremadamente, la historia consabida, que no tiene ninguna utilidad repetir ahora.

Cuando Kamaralakmar hubo oído esta historia, no dudó ni por un instante de que se trataba de su bienamada y del caballo mágico. Así es que, tras de informarse bien del nombre y situación de la ciudad, se puso en camino enseguida, dirigiéndose hacia aquel lado, y viajó sin dilación hasta que llegó allá. Pero cuando quiso franquear las puertas de la ciudad aquella, los guardias se apoderaron de él para conducirle a presencia de su rey, según los usos en vigor dentro de aquel país, a fin de interrogarle por su condición, por la causa de su ida al país y por su oficio. Y he aquí que ya era muy tarde el día en que llegó el príncipe; y como sabían que el rey estaba muy ocupado, los guardias dejaron para el día siguiente la presentación del joven y le llevaron a la cárcel para que pasase allí la noche. Pero cuando los carceleros vieron la belleza y gentileza del joven, no pudieron determinarse a encerrarle, y le rogaron que se sentara con ellos y les hiciese compañía; y le invitaron a compartir con ellos su comida.

Cuando hubieron comido, se pusieron a charlar y preguntaron al príncipe: "¡Oh jovenzuelo! ¿de qué país eres?" El príncipe contestó: "¡Del país de Persia, tierra de los Khosroes!" Al oír estas palabras se echaron a reír los carceleros, y uno de ellos dijo al joven: "¡Oh natural del país de los Khosroes! ¿acaso eres un embustero tan prodigioso como ese compatriota tuyo que está encerrado en nuestros calabozos?" Y dijo otro: "¡En verdad que conocí gentes y escuché sus discursos e historias, y observé su manera de ser; pero nunca tropecé con nadie tan extravagante como ese viejo loco que tenemos encerrado!" Y añadió otro: "¡Y jamás ¡por Alah! vi yo nada tan repulsivo como su cara ni tan feo y odioso como su fisonomía!"

El príncipe preguntó: "¿Y qué sabéis de sus mentiras?" Le contestaron: "¡Dice que es un sabio e ilustre médico! El rey se encontró con él durante una partida de caza, y el viejo iba en compañía de una joven y de un caballo maravilloso de ébano y marfil. Y prendóse el rey en extremo de la belleza de la joven, y quiso casarse con ella ¡pero ella se volvió loca de pronto! Así, pues, si ese viejo sabio fuera un ilustre médico, como pretende, hubiera hallado modo de curarla; porque el rey ha hecho todo lo posible para descubrir un remedio que cure la enfermedad de esa joven, y ya hace un año que a tal fin derrocha inmensas riquezas en pagar a médicos y astrólogos, ¡aunque sin resultado! En cuanto al caballo de ébano, está guardado con los tesoros del rey; y el viejo asqueroso está encerrado aquí; y en toda la noche no deja de gemir y lamentarse, ¡hasta el punto de que nos impide conciliar el sueño!"

Al oír estas palabras, se dijo Kamaralakmar: "Heme aquí, por fin, sobre la pista tan deseada. ¡Ahora necesito un medio de conseguir mis propósitos!" Pero al ver que se acercaba la hora de dormir, no tardaron los carceleros en conducirle al interior de la prisión y cerrar tras él la puerta.

Entonces oyó el joven al sabio, que lloraba y gemía y deploraba en lengua persa su desdicha, diciendo: "¡Ay! ¡en qué calamidad caí, por no haber sabido combinar mejor mi plan, perdiéndome yo mismo sin haber realizado mis anhelos ni satisfecho mi deseo en esa joven! ¡Todo esto me sucede por culpa de mi poco juicio y por ambicionar lo que no estaba destinado para mí!"

Entonces Kamaralakmar se dirigió a él en persa, y le dijo: "¿Hasta cuándo van a durar esos llantos y esas lamentaciones? ¿Acaso crees ser el único que ha sufrido desventuras? Y animado por estas palabras, el sabio se puso en conversación con él, ¡y empezó a quejársele de sus penas e infortunios, sin conocerle!

Y así pasaron la noche, hablando como dos amigos.

Al día siguiente por la mañana, los carceleros fueron a sacar de la prisión a Kamaralakmar, y le llevaron a presencia del rey diciendo: "¡Este joven...


En este momento de su narración, Schehrazada vio aparecer la mañana, y se calló discretamente.



Pero cuando llegó la 429ª noche

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Ella dijo:

... y le llevaron a presencia del rey, diciendo: "¡Este joven llegó ayer por la noche muy tarde, y no pudimos traerle a tu presencia antes, ¡oh rey! para que sea sometido a interrogatorio!"

Entonces le preguntó el rey: "¿De dónde vienes? ¿Cómo te llamas? ¿Cuál es tu profesión? ¿Y a qué obedece tu venida a nuestra ciudad?" El príncipe contestó: "¡Respecto a mi nombre, me llamo en persa Harjab! ¡En cuanto a mi país, es Persia! Y por lo que afecta a mi oficio, soy un sabio entre los sabios, especialmente versado en la medicina y en el arte de curar a locos y alienados.

¡Y con tal objeto recorro comarcas y ciudades para ejercer mi arte y adquirir nuevos conocimientos que añadir a los que poseo ya! Y hago todo esto sin ataviarme como por lo general lo hacen los astrólogos y los sabios; no ensancho mi turbante ni aumento el número de sus vueltas, no me alargo las mangas, no llevo bajo el brazo un gran paquete de libros, no me ennegrezco los párpados con kohl negro, no me cuelgo al cuello un inmenso rosario con millares de cuentas grandes, y curo a mis enfermos sin musitar palabras en un lenguaje misterioso, sin soplarles en la cara y sin morderles el lóbulo de la oreja. ¡Y tal es ¡oh rey! mi profesión!"

Cuando el rey hubo oído estas palabras, se regocijó con una alegría considerable, y le dijo: "¡Oh excelentísimo médico, llegas a nosotros en el momento en que más necesidad tenemos de tus servicios!" Y le contó el caso de la joven, y añadió:

"¡Si quieres ponerla en tratamiento y la curas de la locura en que la sumieron gentes perversas, no tienes más que pedir lo que desees y te será concedido!"

El príncipe contestó: "¡Conceda Alah sus gracias y favores a nuestro amo el rey! ¡Pero ante todo es preciso que me cuentes detalladamente cuanto hayas notado en su locura, y me digas los días que hace que se encuentra en tal estado, sin olvidarte de contarme cómo la trataste a ella, al viejo persa y al caballo de ébano!"

Y el rey le contó toda la historia desde el principio hasta el fin, y añadió: "¡En cuanto al viejo, está en el calabozo!"

El príncipe preguntó:. "¿Y el caballo?"

El rey contestó: "¡Le tengo cuidadosamente guardado en uno de los pabellones de mi morada!"

Y Kamaralakmar dijo para sí: "Antes que nada, me conviene ver el caballo y asegurarme por mis propios ojos del estado en que se halla. Si está intacto y en buen estado, todo irá bien y conseguiré mi propósito; pero si se ha deteriorado su mecanismo, tendré que pensar en libertar de otra manera a mi bienamada".

Entonces se encaró con el rey y le dijo: "¡Oh rey! primeramente es necesario que vea yo el caballo, pues quizás examinándole encuentre algo que me sirva para curar a la joven". El rey contestó: "¡Con mucho gusto y de buena gana!" Y le cogió de la mano y le condujo al recinto donde se hallaba el caballo de ébano. Y el príncipe empezó a dar vueltas alrededor del caballo, le examinó atentamente, y encontrándolo intacto y en buen estado, se alegró mucho, y dijo al rey: "¡Alah favorezca y exalte al rey! ¡Heme aquí dispuesto a ir en busca de la joven para ver lo que tiene! ¡Y espero llegar a curarla con la ayuda de Alah y valiéndome de este caballo de madera!"

Y mandó a los guardias que vigilasen bien el caballo, y se dirigió con el rey al aposento de la princesa.

En cuanto penetró en la estancia donde estaba ella, la vió que se retorcía las manos, y se golpeaba el pecho, y se arrojaba al suelo revolcándose, y hacía jirones sus vestidos, como tenía por costumbre. Y comprendió que no se trataba más que de una locura simulada, sin que ni genn ni hombres la hubiesen trastornado la razón, sino al contrario.

¡Y advirtió que no hacía todo aquello más que con el fin de impedir cualquier asechanza!

Al darse cuenta, Kamaralakmar se adelantó hacia ella, y le dijo: "¡Oh encantadora de los Tres Mundos, lejos de ti penas y tormentos!" Y cuando le hubo mirado, reconocióle ella enseguida, y llegó a una alegría tan enorme, que lanzó un gran grito y cayó sin conocimiento.

Y el rey no dudó que aquella crisis era efecto del temor que le inspiraba el médico. Pero Kamaralakmar se inclinó sobre ella, y tras de reanimarla, le dijo en voz baja: "¡Oh Schamsennhar! ¡oh pupila de mis ojos, núcleo de mi corazón! cuida de tu vida y de mi vida y ten valor y un poco de paciencia aún; porque nuestra situación reclama gran prudencia y precauciones infinitas, si queremos evadirnos de las manos de ese rey tiránico.

Por lo pronto, voy a afirmarle en su idea con respecto de ti, diciéndole que estabas poseída por los genn, y que a eso obedecía tu locura; pero le aseguraré que acabo de curarte en el instante por medio de medicinas misteriosas que poseo. ¡Tú no tienes más que hablarle con calma y amenidad para probarle así tu curación con mi ciencia! ¡Y de ese modo lograremos nuestro deseo y podremos realizar nuestro plan!" Y contestó la joven: "¡Escucho y obedezco!"

Entonces Kamaralakmar se acercó al rey, que se mantenía en un extremo de la estancia, y con un semblante de buen augurio le dijo:

"¡Oh rey afortunado! merced a tu buena suerte, he podido conocer la enfermedad y dar con el remedio de la dolencia. ¡Y la he curado! Puedes, pues, acercarte a ella y hablarle dulcemente y con bondad, y prometerle lo que tienes que prometerle, ¡y se cumplirá cuanto desees de ella!"

Y en el límite de la maravilla, acercóse el rey a la joven, que se levantó al punto y besó la tierra entre sus manos, dándole luego la bienvenida, y le dijo:

"¡Tu servidora está confundida por el honor que le haces visitándola hoy!"

Y al oír y ver todo aquello, el rey estuvo a punto de volverse loco de alegría...


En este momento de su narración, Schehrazada vio aparecer la mañana, y se calló discretamente.



Y cuando llegó la 430ª noche

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Ella dijo:

... estuvo a punto de volverse loco de alegría, y dió orden a las servidoras, a las esclavas y a los eunucos para que se pusieran al servicio de la joven, la condujeran al hammam y le prepararan trajes y atavíos. Y entraron las mujeres y las esclavas, y le hicieron zalemas; y les devolvió ella las zalemas de la manera más amable y con el más dulce tono de voz. Entonces la vistieron con vestiduras rojas, le rodearon el cuello con un collar de pedrerías y la condujeron al hammam, donde la bañaron y la arreglaron para llevarla a su aposento luego, igual que la luna en su décimocuarto día.

¡Eso fué todo!

De modo que el rey, con el pecho dilatado en extremo y satisfecha el alma, dijo al joven príncipe: "¡Oh prudente! ¡oh sabio médico! ¡oh tú el dotado de filosofía! ¡Toda esta dicha que nos llega ahora se la debemos a tus méritos y a tu bendición! ¡Aumente Alah en nosotros los beneficios de tu soplo curativo!"

El joven contestó: "¡Oh rey! para dar cima a la curación, es preciso que con todo tu séquito, tus guardias y tus tropas vayas al paraje donde encontraste a la joven, llevándola contigo y haciendo transportar allá el caballo de ébano que estaba al lado suyo y que no es otra cosa que un genn demoníaco; y él es precisamente el que la poseía y la había vuelto loca. Y allí haré entonces los exorcismos necesarios, sin lo cual tornaría ese genni a poseerla a primeros de cada mes, y no habríamos conseguido nada; ¡mientras que ahora, en cuanto me haya adueñado de él, le acorralaré y le mataré!"

Y exclamó el rey de los rums: "¡De todo corazón y como homenaje debido!" Y acompañado por el príncipe y la joven y seguido de todas sus tropas, el rey emprendió inmediatamente el camino de la pradera consabida.

Cuando llegaron allá, Kamaralakmar dió orden de que montaran a la joven en el caballo de ébano y se mantuvieran todos a bastante distancia, con objeto de que ni el rey ni sus tropas pudiesen fijarse bien en sus manejos. Y se ejecutó la orden al instante.

Entonces dijo él al rey de los rums: "¡Ahora con tu permiso y tu venia, voy a proceder a las fumigaciones y a los conjuros, apoderándome de ese enemigo del género humano para que no pueda ser dañoso en adelante! Tras de lo cual también yo me montaré en ese caballo de madera que parece de ébano, y pondré detrás de mí a la joven. Y verás entonces cómo se agita el caballo en todos sentidos, vacilando hasta decidirse a echar a correr para detenerse entre tus manos. Y de este modo te convencerás de que le tenemos por completo a nuestro albedrío. ¡Después podrás ya hacer con la joven cuanto quieras!"

Cuando el rey de los rums oyó estas palabras, se regocijó, en tanto que Kamaralakmar subía al caballo y sujetaba fuertemente detrás de sí a la joven. Y mientras todos los ojos estaban fijos en él y le miraban maniobrar, dio vuelta a la clavija que servía para subir; y el caballo, emprendiendo el vuelo, se elevó con ellos en línea recta, desapareciendo por los aires en la altura.

El rey de los rums, que estaba lejos de sospechar la verdad, continuó en la pradera con sus tropas, esperando durante medio día a que regresaran. Pero como no les veía volver, acabó por decidirse a esperarles en su palacio. Y su espera fué igualmente vana. Entonces pensó en el horrible viejo que estaba encerrado en el calabozo, y haciéndole ir a su presencia, le dijo: "¡Oh viejo traidor! ¡oh posaderas de mono! ¿cómo te atreviste a ocultarme el misterio de ese caballo hechizado y poseído por los genn demoníacos?

He aquí que acaba de llevarse por los aires ahora al médico que ha curado de su locura a la joven, y hasta a la propia joven. ¡Y quién sabe lo qué les ocurrirá! ¡Además, te hago responsable por la pérdida de todas las alhajas y cosas preciosas con que hice que la ataviaran a ella al salir del hammam, y que valen un tesoro! ¡Así, pues, al instante va a saltar de tu cuerpo tu cabeza!" Y a una señal del rey, se adelantó el portaalfanje, ¡y de un solo tajo hizo del persa-dos persas!

¡Y he aquí lo concerniente a todos éstos!

Pero en cuanto al príncipe Kamaralakmar y la princesa Schamsennahar, prosiguieron tranquilamente su veloz viaje aéreo, y llegaron con toda seguridad a la capital del rey Sabur.

Aquella vez no aterrizaron ya en el pabellón del jardín, sino en la misma terraza del palacio. Y el príncipe se apresuró a dejar en sitio seguro a su bienamada, para ir cuanto antes a avisar a su padre y a su madre de su llegada.

Entró, pues, en el aposento donde se hallaban el rey, la reina y sus hermanas las tres princesas, sumidos en lágrimas y desesperación, y les deseó la paz y les abrazó, mientras ellos, al verle, sentían que se les llenaba de felicidad el alma y se les aligeraba el corazón del peso de aflicciones y tormentos.

Entonces, para conmemorar aquel regreso y la llegada de la princesa hija del rey de Sana, el rey Sabur dio a los habitantes de la ciudad grandes festines, y festejos, que duraron un mes entero. Y Kamaralakmar entró en la cámara nupcial y se regocijó con la joven en el transcurso de largas noches benditas.

Tras de lo cual, para estar en lo sucesivo con el espíritu tranquilo, el rey Sabur mandó hacer añicos el caballo de ébano y él mismo destruyó su mecanismo.

Por su parte, Kamaralakmar escribió al rey de Sana, padre de su esposa, una carta...


En este momento de su narración, Schehrazada vio aparecer la mañana, y se calló discretamente.



Y cuando llegó la 432ª noche

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Ella dijo:

... Por su parte, Kamaralakmar escribió al rey de Sana, padre su esposa, una carta, en la que le ponía al corriente de toda su história, anunciándole su matrimonio y la completa dicha en que vivían ambos. Y envió esta carta con un mensajero acompañado por criados que llevaban presentes magníficos y cosas raras de gran valor. Y llegó el mensajero a Sana, en el Yamán, y entregó la carta y los regalos al padre de la princesa, que cuando leyó la carta se alegró hasta el límite de la alegría y aceptó los obsequios. Tras de lo cual preparó a su vez presentes muy ricos para su yerno, el hijo del rey Sabur, y se los envió con el mensajero.

Al recibir los presentes del padre de su esposa, el hermoso príncipe Kamaralakmar se regocijó extremadamente, porque le era penoso saber que el viejo rey de Sana estaba descontento de la conducta de ambos. Y hasta tomó la costumbre de mandarle cada año una nueva carta y nuevos presentes. Y continuó obrando así hasta la muerte del rey de Sana.

Luego, cuando su propio padre el rey Sabur murió a su vez, le sucedió en el trono del reino, y comenzó su reinado casando a su hermana más joven, a la que tanto quería, con el rey del Yamán. Después de lo cual gobernó a su reino con sabiduría y a sus súbditos con equidad; y de tal manera adquirió en todas las comarcas supremacía y la felicidad de corazón de todos los habitantes. Y continuaron su esposa y él viviendo la vida más deliciosa, la más dulce, la más serena y la más tranquila, ¡hasta que fué a verles la Destructora de delicias, la Separadora de sociedades y de amigos, la Saqueadora de palacios y cabañas, la Constructora de tumbas y la Proveedora de los cementerios!


Y ahora, ¡gloria al Único Viviente que no muere nunca y tiene en Sus manos la dominación de los Mundos y el imperio de lo Visible y de lo Invisible!


Y cuando hubo terminado así esta historia, se calló Schehrazada, la hija del visir. Entonces le dijo el rey Schahriar: "¡Prodigiosa es esa historia, Schehrazada! ¡Y en verdad que quisiera saber el mecanismo extraordinario de aquel caballo de ébano!"

Schehrazada dijo: "¡Ay, se destruyó!" Y dijo Schahriar: "¡Por Alah, que he torturado mucho mi espíritu tratando de averiguarlo!"

Schehrazada contestó: "Entonces, ¡oh rey afortunado! para que descanse tu espíritu estoy dispuesta, si tú me lo permites, a contarte la historia más dilatadora que conozco, aquella que trata de Dalila la Taimada y de su hija Zeinab la Embustera!"

Y el rey Schahriar exclamó: "¡Por Alah, puedes hablar! ¡Porque no conozco esa historia!

¡Después ya pensaré lo que debo hacer con tu cabeza!"


Entonces dijo Schehrazada:



Historia de los artificios de Dalila la Taimada y de su hija Zeinab la Embustera con Ahmad-la-Tiña, Hassán-la-Peste y Alí Azogue

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Cuentan ¡oh rey afortunado! que en tiempo del califa Harún Al-Raschid había en Bagdad un hombre llamado Ahmad-la-Tiña y otro hombre llamado Hassán-la-Peste, y estaban reputados ambos por su maestría en estratagemas y latrocinios. Sus hazañas a este respecto eran completamente prodigiosas, por lo cual, el califa, que sabía sacar partido de los talentos de cualquier clase que fueran, les llamó y les nombró jefes de policía. A tal fin les invistió con su cargo, dándole a cada uno un ropón de honor, mil dinares de oro mensuales como emolumentos, y una guardia de cuarenta jinetes sólidos.

Ahmad-la-Tiña quedó encargado de la seguridad de la ciudad en su parte terrestre, y Hassán-la-Peste del lado del río. Y en las grandes ceremonias marchaban ambos a los lados del califa, uno a su derecha y otro a su izquierda.

Y he aquí que el día de su nombramiento para este empleo salieron con el walí de Bagdad, el emir Khaled, acompañados por sus cuarenta bizarros guardias de a caballo y precedidos de un heraldo que pregonaba el decreto del califa, y decía: "¡Oh vosotros todos, habitantes de Bagdad! ¡Por orden del califa sabed que el jefe de policía de la Mano Derecha no será en adelante otro que Ahmad-la-Tiña, y el jefe de policía de la Mano Izquierda no será otro que Hassán-la-Peste! ¡Y en toda ocasión les deberéis obediencia y respeto!"

Por aquel entonces vivía en Bagdad una vieja temible, llamada Dalila, y además conocida con el nombre de Dalila la Taimada, que tenía dos hijas: una estaba casada y era madre de un bribonzuelo al que llamaban Mahmud el Aborto, y la otra estaba soltera y se la conocía con el nombre de Zeinab la Embustera.

El marido de la vieja Dalila fué en otra época un gran personaje, el director de las palomas que servían para llevar por todo el Imperio mensajes y cartas, y cuya vida era para el califa, a causa de los servicios que hacía, más cara y preciosa que la de sus propios hijos. Así es que el esposo de Dalila tenía honores y prerrogativas, y emolumentos de mil dinares mensuales. ¡Pero murió y se le olvidó!, y había dejado a aquella vieja con aquellas dos hijas. Y en verdad que la tal Dalila era una vieja experta en astucias, artificios, latrocinios, trapisondas y recursos de toda especie, una bruja capaz de engañar a la serpiente, atrayéndola fuera de su guarida, y de dar al mismo Eblis lecciones de astucia y de embaucamientos.

Así, pues, el día de la investidura de Ahmad-la-Tiña y de Hassán-la-Peste en las funciones de jefes de policía, la joven Zeinab oyó que el pregonero anunciaba la cosa a la población, y dijo a su madre:

"¡Mira ¡oh madre! a ese miserable de Ahmad-la-Tiña! Vino a Bagdad antaño fugitivo, expulsado de Egipto, y no hay trapacería y hazaña importante que no haya cometido aquí desde que llegó. ¡Y de esta manera se ha hecho tan famoso, que el califa acaba de investirle con el cargo de jefe de policía de su Mano Derecha, mientras que a su compadre Hassán-la-Peste, ese sarnoso, de jefe de policía de la Mano Izquierda! Y cada uno de ellos tiene el mantel puesto de día y de noche en el palacio del califa, y una guardia, y mil dinares de emolumentos mensuales, y honores y todo género de prerrogativas. ¡Y nosotros, en tanto, ¡ay! permanecemos dentro de nuestra casa, sin empleo y olvidadas, sin honores ni privilegios, y sin que nadie se preocupe por nuestra suerte!" Y la vieja Dalila meneó la cabeza, y dijo "¡Así es, ¡por Alah! hija mía".

Entonces le dijo Zeinab: "¡Levántate, pues, ¡oh madre! y a ver si encontramos un recurso capaz de darnos renombre o realizamos una trastada que nos haga famosas y notorias en Bagdad hasta el punto de que llegue la voz de ello a oídos del califa y nos devuelva éste los gajes y prerrogativas de que nuestro padre disfrutaba!"

Cuando Zeinab la Embustera dijo estas palabras a su madre, le contestó Dalila la Taimada:

"¡Por la vida de tu cabeza!, ¡oh hija mía!...


En este momento de su narración, Schehrazada vio aparecer la mañana, y se calló discretamente.

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