Y cuando llegó la 328ª noche

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Ella dijo:

... Cuando se despertó ya era de día, y los mercaderes empezaban a abrir el zoco. Asombrado Alischar al verse tendido en aquella calle, se llevó la mano a la frente, y vio que había desaparecido el turbante, lo mismo que el albornoz. Entonces empezó a comprender la realidad, y corrió muy alborotado a contar su desventura a la buena vieja, a quien rogó que fuera a averiguar noticias. Ella consintió de grado y salió para volver al cabo de una hora con la cara y la cabellera trastornada, a enterarle de la desaparición de Zumurrud y decirle: "Creo, hijo mío, que ya puedes renunciar a volver a ver a tu amada. ¡En las calamidades, no hay fuerza ni recurso más que en Alah Omnipotente! ¡Todo lo que te ocurre es por culpa tuya!"

Al oír esto, Alischar vio que la luz se convertía en tinieblas en sus ojos, y desesperó de la vida y deseó morir, y se echó a llorar y sollozar en brazos de la buena vieja, hasta que se desmayó. Después, a fuerza de cuidados, recobró el sentido; pero fue para meterse en la cama, presa de una grave enfermedad que le hizo padecer insomnios, y sin duda le habría llevado directamente a la tumba, si la buena anciana no le hubiera querido, cuidado y alentado. Muy enfermo estuvo un año entero, sin que la vieja le dejara un momento; le daba las medicinas y le cocía el alimento, y le hacía respirar los perfumes vivificadores. Y en un estado de debilidad extrema, se dejaba cuidar, y recitaba versos muy tristes sobre la separación, como estos entre otros mil:


¡Acumúlanse las zozobras, se aparta el amor, corren las lágrimas y el corazón arde!


¡El peso del dolor cae sobre una espalda que no puede soportarlo, sobre un corazón extenuado por el deseo de amar, por la pasión sin rumbo y por las continuadas vigilias!


¡Señor! ¿queda algún medio de ayudarme? ¡Apresúrate a socorrerme, antes de que el último aliento de vida se exhale de un cuerpo agotado!


En tal estado permaneció Alischar sin esperanza de restablecerse, lo mismo que sin esperanza de volver a ver a Zumurrud, y la buena vieja no sabía cómo sacarle de aquel letargo, hasta que un día le dijo: "¡Hijo mío, el modo de volver a encontrar a tu amiga no es seguir lamentándote sin salir de casa! Si quieres hacerme caso, levántate y repón tus fuerzas, y sal a buscarla por las ciudades y comarcas. ¡Nadie sabe por qué camino puede venir la salvación!" Y no dejó de alentarle de tal manera ni de darle esperanza, hasta que le obligó a levantarse y a entrar en el hammam, en el cual ella misma le bañó, y le hizo tomar sorbetes y comerse un pollo. Y le estuvo cuidando de la misma manera un mes, hasta que le dejó en situación de poder viajar.

Entonces Alischar se despidió de la anciana y se puso en camino para buscar a Zumurrud.

Y así fue como acabó por llegar a la ciudad en donde Zumurrud era rey, y por entrar en el pabellón del festín, y sentarse delante de la fuente de arroz con leche salpicado de azúcar y canela.

Como tenía mucha hambre, se levantó las mangas hasta los codos, dijo la fórmula "Bismilah", y se dispuso a comer. Entonces, sus vecinos, compadecidos al ver el peligro a que se exponía, le advirtieron que seguramente le ocurriría alguna desgracia si tenía la mala suerte de tocar aquel manjar. Y como se empeñaba en ello, el comedor de haschich le dijo: "¡Mira que te desollarán y ahorcarán!"

Y Alischar contestó: "¡Bendita sea la muerte que me libre de una vida llena de infortunios! ¡Pero antes probaré este arroz con leche!" Y alargó la mano y empezó a comer con gran apetito.

Eso fue todo.

Y Zumurrud, que lo observaba muy conmovida. dijo para sí: "¡Quiero empezar por dejarlo saciar el hambre antes de llamarle!" Y cuando vió que había acabado de comer y que había pronunciado la fórmula ¡Gracias a Alah!", dijo a los guardias: "Id a buscar afablemente a ese joven que está sentado delante de la fuente de arroz con leche, y rogadle con muy buenos modales que venga a hablar conmigo, diciéndole: "¡El rey te llama para hacerte una pregunta y una respuesta, nada más!"

Y los guardias fueron y se inclinaron ante Alischar, y le dijeron: "¡Señor, nuestro rey te llama para hacerte una pregunta y una respuesta, nada más!" Alischar contestó: "¡Escucho y obedezco!" Y se levantó y les acompañó junto al rey.

En tanto, la gente del pueblo hacía entre sí mil conjeturas. Unos decían: "¡Qué desgracia para su juventud! ¡Dios sabe lo que le ocurrirá!" Pero otros contestaban: "Si fueran a hacerle algo malo, el rey no le habría dejado comer hasta hartarse. ¡Le hubiera mandado prender al primer bocado!" Y otros decían: "¡Los guardias no le llevaron arrastrándole por los pies ni por la ropa! ¡Le acompañaron siguiéndole respetuosamente a distancia!"

Entretanto, Alischar se presentaba delante del rey. Allí se inclinó y besó la tierra entre las manos del rey, que le preguntó con voz temblorosa y muy dulce: "¿Cómo te llamas, ¡oh hermoso joven!? ¿Cuál es tu oficio? ¿Y qué motivo te ha obligado a dejar tu país por estas comarcas lejanas?"

El contestó: "¡Oh rey afortunado! me llamo Alischar, hijo de Gloria, y soy vástago de un mercader en el país de Khorasán. Mi profesión era la de mi padre; pero hace tiempo que las calamidades me hicieron renunciar a ella. En cuanto al motivo de mi venida a este país...


En este momento de su narración, Schehrazada vio aparecer la mañana y se calló discretamente.



Y cuando llegó la 329ª noche

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Ella dijo:

"... En cuanto al motivo de mi venida a este país ha sido la busca de una persona amada a quien he perdido, y a quien quería más que a mi vida, a mis oídos y a mi alma. ¡Y tal es mi lamentable historia!" Y Alischar, al terminar estas palabras, prorrumpió en llanto, y se puso tan malo, que se desmayó.

Entonces, Zumurrud, en el límite del enternecimiento, mandó a sus dos eunucos que le rociaran la cara con agua de rosas. Y los dos esclavos ejecutaron enseguida la orden, y Alischar volvió en sí al oler el agua de rosas. Entonces Zumurrud dijo: "¡Ahora, que me traigan la mesa de arena y la pluma de cobre!" Y cogió la mesa y la pluma, y después de haber trazado renglones y caracteres, reflexionó durante una hora, y dijo con dulzura, pero de modo que todo el pueblo oyera: "¡Oh, Alischar, hijo de Gloria! la arena adivinatoria confirma tus palabras. Dices la verdad. Por eso puedo predecirte que Alah te hará encontrar pronto a tu amada! ¡Apacígüese tu alma y refrésquese tu corazón!" Después levantó la sesión y mandó a los esclavos que condujeran a Alischar al hammam, y después del baño le pusieron un traje del armario regio, y montándole en un caballo de las caballerizas reales se lo volvieran a presentar al anochecer. Y los dos eunucos contestaron oyendo y obedeciendo, y se apresuraron a ejecutar las órdenes del rey.

En cuanto a la gente del pueblo, que había presenciado toda aquella escena y oído las órdenes dadas, se preguntaban unos a otros: "¿Qué oculta causa habrá movido al rey a tratar a ese hermoso joven con tanta consideración y dulzura?" Y otros contestaron: "¡Por Alah! El motivo está bien claro: ¡el muchacho es muy hermoso!" Y otros dijeron: "Hemos previsto lo que iba a pasar sólo con ver al rey dejarle saciar el hambre en aquella fuente de arroz con leche, ¡Ualah! ¡Nunca habíamos oído decir que el arroz con leche pudiera producir semejantes prodigios!"

Y se marcharon, diciendo cada cual lo que le parecía o insinuando una frase picaresca.

Volviendo a Zumurrud, aguardó con una impaciencia indecible que llegase la noche para poder al fin aislarse con el amado de su corazón. De modo que apenas desapareció el sol y los almuédanos llamaron a los creyentes a la oración, Zumurrud se desnudó y se tendió en la cama, sin más ropa que su camisa de seda. Y bajó las cortinas para quedar a oscuras, y mandó a los dos eunucos que hicieran entrar a Alischar, el cual aguardaba en el vestíbulo.

Por lo que respecta a los chambelanes y dignatarios de palacio, ya no dudaron de las intenciones del rey al verle tratar de aquel modo desacostumbrado al hermoso Alischar. Y se dijeron: "Bien claro está que el rey se prendó de ese joven. ¡Y seguramente, después de pasar la noche con él, mañana le nombrará chambelán o general del ejército!"

Eso en cuanto a ellos.

He aquí, por lo que se refiere a Alischar. Cuando estuvo en presencia del rey, besó la tierra entre sus manos, ofreciéndole sus homenajes y votos, y aguardó que le interrogaran. Entonces Zumurrud dijo para sí: "No puedo revelarle de pronto quién soy, pues si me conociera de improviso, se moriría de emoción". Por consiguiente, se volvió hacia él, y le dijo: "¡Oh gentil joven! ¡Ven más cerca de mí! Dime: ¿has estado en el hammam?" El contestó: "¡Sí, oh señor mío!" Ella preguntó: "¿Te has lavado, y refrescado, y perfumado por todas partes?"

El contestó: "¡Sí, oh señor mío!"

Ella preguntó: "¡Seguramente el baño te habrá excitado el apetito, oh Alischar! Al alcance de tu mano, en ese taburete, hay una bandeja llena de pollos y pasteles. ¡Empieza por aplacar el hambre!" Entonces Alischar respondió oyendo y obedeciendo, y comió lo que le hacía falta, y se puso contento. Y Zumurrud le dijo: "¡Ahora debes de tener sed! Ahí en otro segundo taburete, está la bandeja de las bebidas. Bebe cuanto desees y luego acércate a mí".

Y Alischar bebió una taza de cada frasco, y muy tímidamente se acercó a la cama del rey.

Entonces el rey le cogió de la mano, y le dijo: "¡Me gustas mucho, oh joven! ¡Tienes la cara muy linda, y a mí me gustan las caras hermosas! Agáchate y empieza por darme masaje en los pies".

Al cabo de un rato, el rey le dijo: "¡Ahora dame masaje en las piernas y en los muslos!". Y Alischar, hijo de Gloria, empezó a dar masajes en las piernas y en los muslos del rey. Y se asombró y maravilló a la vez de encontrarlas suaves y flexibles, y blancas hasta el extremo. Y decía para sí: "¡Ualah! ¡Los muslos de los reyes son muy blancos! iY además no tienen pelos!"

En este momento Zumurrud le dijo: "¡Oh lindo joven de manos tan expertas para el masaje, prolonga los movimientos hasta el ombligo, pasando por el centro!" Pero Alischar se paró de pronto en su masaje, y muy intimidado, dijo: "Dispénsame, señor, pero no sé hacer masaje del cuerpo más que hasta los muslos. Ya he hecho cuanto sabía...


En este momento de su narración, Schehrazada vio aparecer la mañana, y se calló discretamente.



Pero cuando llegó la 330ª noche

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Ella dijo:

"... más que hasta los muslos. Ya he hecho cuanto sabía".

Al oír estas palabras, Zumurrud exclamó con acento muy duro: "¡Cómo! ¿Te atreves a desobedecerme? ¡Por Alah! ¡Como vaciles otra vez, la noche será bien nefasta para tu cabeza! ¡Apresúrate, pues, a inclinarte y a satisfacer mi deseo! ¡Y yo, en cambio, te convertiré en mi amante titular, y te nombraré emir entre los emires, y jefe del ejército entre mis jefes de ejército!"

Alischar preguntó: "No comprendo exactamente lo qué quieres ¡oh rey! ¿Qué he de hacer para obedecerte?"

Ella contestó: "¡Desátate el calzón y tiéndete boca abajo!" Alischar exclamó: "¡Se trata de una cosa que no he hecho en rni vida, y si me quieres obligar a cometerla, te pediré cuenta de ello el día de la Resurrección!". ¡Por lo tanto, déjame salir de aquí y marcharme a mi tierra!"

Pero Zumurrud replicó con tono más furioso: "¡Te ordeno que te quites el calzón y te tiendas boca abajo, si no, inmediatamente mandaré que te corten la cabeza! ¡Ven enseguida, oh joven! y acuéstate conmigo! ¡No te arrepentirás de ello!"

Entonces, desesperado Alischar, no tuvo más remedio que obedecer.

Y se desató el calzón y se echó boca abajo. Enseguida Zumurrud le cogió entre sus brazos, y subiéndose encima de él, se tendió a lo largo sobre la espalda de Alischar.

Cuando Alischar sintió que el rey le pesaba con aquella impetuosidad sobre su espalda, dijo para sí: "¡Va a estropearme sin remedio!" Pero pronto notó encima de él ligeramente algo suave que le acariciaba como seda o terciopelo, algo a la vez tierno y redondo, blando y firme al tacto a la vez, y dijo para sí: "¡Ualah! Este rey tiene una piel preferible a la de todas las mujeres".

Y aguardó el momento temible. Pero al cabo de una hora de estar en aquella postura sin sentir nada espantoso ni perforador, vio que el rey se separaba de pronto de él y se echaba de espaldas a su lado.

Y pensó: "¡Bendito y glorificado sea Alah, que no ha permitido que el zib se enarbolase! ¡Qué habría sido de mí en otro caso!"

Y empezaba a respirar más a gusto, cuando el rey le dijo: "¡Sabe, oh Alischar! que mi zib no acostumbra a encabritarse como no lo acaricien con los dedos! ¡Por lo tanto, tienes que acariciarlo, o eres hombre muerto! ¡Vamos, venga la mano!"

Y tendida de espaldas, Zumurrud le cogió la mano a Alischar, hijo de Gloria, y se la colocó suavemente sobre la redondez de su historia.

Y Alischar, al tocar aquello notó una exuberancia alta como un trono, y gruesa como un pichón, y más caliente que la garganta de un palomo, y más abrasadora que un corazón quemado por la pasión; y aquella exuberancia era lisa y blanca, y suave y amplia.

Y de pronto sintió que al contacto de sus dedos se encabritaba aquello como un mulo pinchado en los hocicos, o como un asno aguijado en mitad del lomo.

Al comprobarlo, Alischar dijo para sí en el límite del asombro: "¡Este rey tiene hendidura! ¡Es la cosa más prodigiosa de todos los prodigios!"

Y alentado por este hallazgo, que le quitaba los últimos escrúpulos, empezó a notar que el zib se le sublevaba hasta el extremo límite de la erección.

¡Y Zumurrud no aguardaba más que aquel momento! Y de pronto se echó a reír de tal modo, que se habría caído de espaldas si no estuviera ya echada. Después le dijo a Alischar: "¿Cómo es que no conoces a tu servidora? ¡oh mi dueño amado!"

Pero Alischar todavía no lo entendía, y preguntó: "¿Qué servidora ni qué dueño ¡oh rey del tiempo!?" Ella contestó: "¡Oh, Alischar, soy Zumurrud tu esclava! ¿No me conoces en todas estas señas?"

Al oír tales palabras, Alischar miró más atentamente al rey, y conoció a su amada Zumurrud. Y la cogió en brazos y la besó con los mayores transportes de alegría.

Y Zumurrud le preguntó: "¿Opondrás todavía resistencia?"

Y Alischar, por toda respuesta, se echó encima de ella como el león sobre la oveja, y reconociendo el camino; metió el palo del pastor en el saco de provisisones, y echó adelante sin importarle lo estrecho del sendero. Y llegado al término del camino, permaneció largo tiempo tieso y rígido, como portero de aquella puerta e imán de aquel mirab

Y ella, por su parte, no se separaba ni un dedo de él, y con él se alzaba, y se arrodillaba, y rodaba, y se erguía, y jadeaba, siguiendo el movimiento.

Y al amor respondía el amor, y a un arrebato un segundo arrebato, y diversas caricias y distintos juegos.

Y se contestaban con tales suspiros y gritos, que los dos pequeños eunucos, atraídos por el ruido, levantaron el tapiz para ver si el rey necesitaba sus servicios.

Y ante sus ojos espantados apareció el espectáculo de su rey tendido de espaldas, con el joven cubriéndole íntimamente, en diversas posturas, contestando a ronquidos con ronquidos, a los asaltos con lanzazos, a las incrustaciones con golpes de cincel, y a los movimientos con sacudidas.

Al ver aquello, los dos eunucos...


En este momento de su narración, Schehrazada vio aparecer la mañana y se calló discretamente.



Pero cuando llegó la 331ª noche

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Ella dijo:

... Al ver aquello, los dos eunucos se apresuraron a alejarse silenciosamente, diciendo: "¡La verdad es que esta manera de obrar del rey no es propia de un hombre, sino de una mujer delirante!"

Por la mañana, Zumurrud se puso su traje regio, y mandó reunir en el patio principal de palacio a sus visires, chambelanes, consejeros, emires, jefes de ejército y personajes notables de la ciudad, y les dijo: "Os permito a vosotros todos, mis súbditos fieles, que vayáis hoy mismo a la carretera en que me habéis encontrado y busquéis a alguien a quien nombrar rey en mi lugar. ¡Pues he resuelto abdicar la realeza e irme a vivir al país de ese joven, al cual he elegido por amigo para toda la vida, pues quiero consagrarle todas mis horas, como le he consagrado mi afecto! ¡Uasalam!"

A estas palabras, los circunstantes contestaron oyendo y obedeciendo, y los esclavos se apresuraron rivalizando en celo, a hacer los preparativos de marcha, y llenaron para el camino cajones y cajones de provisiones, de riquezas, de alhajas, de ropas, de cosas suntuosas, de oro y de plata, y las cargaron en mulos y camellos. Y en cuanto estuvo todo dispuesto, Zumurrud y Alischar subieron a un palanquín de terciopelo y brocado colocado en un dromedario, y sin más séquito que los dos eunucos volvieron a Khorasán, la ciudad en que se encontraban su casa y sus parientes. Y llegaron con toda felicidad. Y Alischar, hijo de Gloria, no dejó de repartir grandes limosnas a los pobres, las viudas y los huérfanos, ni de entregar regalos extraordinarios a sus amigos, conocidos y vecinos. Y ambos vivieron muchos años, con muchos hijos que les otorgó el Donador. ¡Y llegaron al límite de las alegrías y felicidades, hasta que los visitó la Destructora de placeres y la Separadora de los amantes! ¡Gloria a Aquel que permanece en su eternidad! ¡Y bendito sea Alah en todas ocasiones!


Pero -prosiguió Schehrazada dirigiéndose al rey Schahriar- no creas ni un momento que esta historia sea más deliciosa que la Historia de las Seis Jóvenes de Distintos Colores. ¡Y si sus versos no son mucho más admirables que los que ya has oído, mándame cortar la cabeza sin demora!


Y dijo Schehrazada:



Historia de las Seis Jóvenes de Distintos Colores

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Cuentan que un día entre los días el Emir de los Creyentes El-Mamún tomó asiento en el trono que había en la sala de su palacio, e hizo que se congregaran entre sus manos, además de sus visires, a sus emires y a los principales jefes de su imperio, a todos los poetas y a cuantas gentes de ingenio delicioso se contaban entre sus íntimos. Por cierto que el más íntimo entre los más íntimos reunidos allí era Mohammad El Bassri. Y el califa El-Mamún se encaró con él y le dijo: "¡Oh, Mohammad, tengo deseos de oírte contar alguna historia nunca oída!" El aludido contestó: "¡Fácil es complacerte, oh Emir de los Creyentes! Pero ¿quieres de mí una historia oída con mis orejas, o prefieres el relato de un hecho que yo presenciara y observara con mis ojos?" Y dijo El-Mamún: "¡Me da lo mismo, oh Mohammad! ¡Pero quiero que sea de lo más maravilloso!" Entonces dijo Mohammad El-Bassri.

"Sabe ¡oh Emir de los Creyentes! que en estos últimos tiempos conocí a un hombre de fortuna considerable, nacido en el Yamán, que dejó su país para venir a habitar en Bagdad, nuestra ciudad, con objeto de llevar en ella una vida agradable y tranquila. Se llamaba Alí El-Yamaní. Y como al cabo de cierto tiempo encontró las costumbres de Bagdad absolutamente de su gusto, hizo venir del Yamán todos sus efectos, así como su harem, compuesto de seis jóvenes esclavas, hermosas cual otras tantas lunas.

La primera de estas jóvenes era blanca, la segunda morena, la tercera gruesa, la cuarta delgada, la quinta rubia y la sexta negra. Y en verdad que las seis alcanzaban el límite de las perfecciones, avalorando su espíritu con el conocimiento de las bellas letras y sobresaliendo en el arte de la danza y de los instrumentos armónicos.

La joven blanca se llamaba...


En este momento de su narración, Schehrazada vio aparecer la mañana, y se calló discretamente.



Y cuando llegó la 332ª noche

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Ella dijo:

La joven blanca se llamaba Cara-de-Luna; la morena se llamaba Llama-de-Hoguera; la gruesa, Luna-Llena; la delgada, Hurí-del-Paraíso; la rubia, Sol-del-Día; la negra, Pupila-del-Ojo.

Un día feliz, Alí El-Yamaní, con la quietud disfrutada por él en la deleitosa Bagdad, y sintiéndose en una disposición de espíritu mejor aún que de ordinario, invitó a sus seis esclavas a un tiempo a ir a la sala de reunión para acompañarle, y a pasar el rato bebiendo, departiendo y cantando con él. Y las seis se le presentaron enseguida, y con toda clase de juegos y diversiones se deleitaron juntos infinitamente.

Cuando la alegría más completa reinó entre ellos, Alí El-Yamaní cogió una copa, la llenó de vino, y volviéndose hacia Cara-de-Luna, le dijo: "¡Oh blanca y amable esclava! ¡Oh Cara-de-Luna! ¡Déjanos oír algunos acordes delicados de tu voz encantadora!" Y la esclava blanca, Cara-de-Luna, cogió un laúd, templó sus sonidos y ejecutó algunos preludios en sordina que hicieron bailar a las piedras y levantarse los brazos. Y después se acompañó el canto con estos versos que hubo de improvisar:


Esté lejos o cerca, el amigo que tengo ha impreso para siempre su imagen en mis ojos, y para siempre ha grabado su nombre en mis miembros fieles!


¡Para acariciar su recuerdo, me convierto, por completo en un corazón, y para contemplarle, me convierto completamente en un ojo!


El censor que me reconviene de continuo me ha dicho: "¿Olvidarás por fin ese amor inflamado?" Y yo le digo: "¡Oh censor severo, déjame y vete! ¿No ves que te alucinas pidiéndome lo imposible?"


Al oír estos versos, el dueño de Cara-de-Luna se conmovió de gusto, y después de haber mojado los labios en la copa, se la ofreció a la joven, que se la bebió. La llenó él por segunda vez, y con ella en la mano se volvió hacia la esclava morena, y le dijo: "¡Oh Llama-de-Hoguera, remedio de las almas! ¡Procura, sin besarme, hacerme oír los acentos de tu voz, cantando los versos que te plazcan!" Y Llama-de-Hoguera cogió el laúd y lo templó en otro tono; y preludió con unos tañidos que hacían bailar a las piedras y a los corazones y enseguida cantó:


¡Lo juro por esa cara querida! ¡Te quiero, y a nadie más que a ti querré hasta morir! ¡Y nunca haré traición a tu amor!


¡Oh rostro brillante que la belleza envuelve con sus velos, a los más bellos seres enseñas lo que puede ser una cosa bella!


¡Con tu gentileza has conquistado todos los corazones, pues eres la obra pura salida de manos del Creador!

Al oír estos versos, el dueño de Llama-de-Hoguera se conmovió de gusto, y después de haber mojado los labios en la copa, se la ofreció a la joven, que se la bebió. La llenó él entonces otra vez, y con ella en la mano se volvió hacia la esclava gruesa, y le dijo: "¡Oh Luna-Llena, pesada en la superficie, pero de sangre tan simpática y ligera! ¿Quieres cantarnos una canción de hermosos versos claros como tu carne?" Y la joven gruesa cogió el laúd y lo templó, y preludió de tal modo, que hacía vibrar las almas y las duras rocas, y tras de algunos gratos murmullos, cantó con voz pura:


¡Si yo pudiera lograr agradarte, objeto de mi deseo, desafiaría a todo el universo y a su ira, sin aspirar a otro premio que tu sonrisa!


¡Si hacia mi alma que suspira avanzaras con tu altivo paso cimbreante, todos los reyes de la tierra desaparecerían sin que yo me enterase!


¡Si aceptaras mi humilde amor, mi dicha sería pasar a tus pies toda mi vida, oh tú hacia quien convergen los atributos y adornos de la belleza!


Al oír estos versos, el dueño de la gruesa Luna-Llena se conmovió de gusto, y después de haber mojado los labios en la copa, se la ofreció a la joven, que se la bebió. Entonces la llenó él otra vez, y con ella en la mano se volvió hacia la esclava delgada, y le dijo: "¡Oh esbelta Hurí-del-Paraíso! ¡Ahora te toca a ti proporcionarnos el éxtasis con hermosos cantos!" Y la esbelta joven se inclinó hacia el laúd, como una madre hacia su hijo, y cantó los siguientes versos:


¡Extremado es mi ardor por ti, y lo iguala tu indiferencia! ¿dónde rige la ley que aconseja sentimientos tan opuestos?


¿En casos de amor, hay un Juez supremo para recurrir a él? ¡Dejaría a ambas partes iguales, dando el exceso de mi ardor al amado, y dándome a mí el exceso de su indiferencia!


Al oír estos versos, el dueño de la delgada y esbelta Hurí-del-Paraíso se conmovió de gusto, y después de haber mojado los labios en la copa, se la ofreció a la joven, que se la bebió. Después de lo cual la llenó él otra vez, y con ella en la mano se volvió hacia la esclava rubia, y le dijo...


En este momento de su narración, Schehrazada vio aparecer la mañana, y se calló discretamente.



Y cuando llegó la 333ª noche

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Ella dijo:

... se volvió hacia la esclava rubia, y le dijo: "¡Oh Sol-del-Día, cuerpo de ámbar y oro! ¿quieres bordarnos más versos sobre un delicado motivo de amor?" Y la rubia joven inclinó su cabeza de oro hacia el sonoro instrumento, cerró a medias sus ojos claros como la aurora, preludió con algunos acordes melodiosos, que hicieron vibrar sin esfuerzo las almas y los cuerpos por dentro como por fuera, y tras de haber iniciado los transportes con un principio no muy fuerte, dio a su voz, tesoro de los tesoros, su mayor arranque y cantó:


¡Cuando me presento ante él, el amigo que tengo.

Me contempla y asesta a mi corazón

La cortante espada de sus miradas

Y yo le digo a mi pobre corazón atravesado:

¿Por qué no quieres curar tus heridas?

¿Por qué no te guardas de él?

¡Pero mi corazón no me contesta, y cede siempre a la inclinación que le arrastra hacia debajo de los pies del amado!


Al oír estos versos, el dueño de la esclava rubia Sol-del-Día se conmovió de gusto, y después de haber mojado sus labios en la copa, se la ofreció a la joven, que se la bebió. Tras de lo cual la llenó él otra vez, y con ella en la mano se volvió hacia la esclava negra, y le dijo: "¡Oh Pupila-del-Ojo, tan negra en la superficie y tan blanca por dentro! ¡tú, cuyo cuerpo lleva el color de luto y cuyo rostro cordial causa la dicha de nuestros umbrales, di algunos versos que sean maravillas tan rojas como el sol!"

Entonces la negra Pupila-del-Ojo cogió el laúd y tocó variantes de veinte maneras diferentes. Después de lo cual volvió a la primera música y entonó esta canción que cantaba a menudo, y que había compuesto al modo impar:


¡Ojos míos, dejad correr abundantemente las lágrimas, pues ha sido asesinado mi corazón por el fuego de mi amor!


¡Todo este fuego que me abrasa, toda esta pasión que me consume, se los debo al amigo cruel que me hace languidecer, al cruel que constituye la alegría de mis rivales!


¡Mis censores me reconvienen y me animan a renunciar a las rosas de sus mejillas floridas!

Pero ¿qué voy a hacer si tengo el corazón sensible a las flores y a las rosas?


¡Ahora, he aquí la copa de vino que circula allá lejos!


¡Y los sonidos de la guitarra invitan al placer a nuestras simas, y a la voluptuosidad a nuestros cuerpos!...


Pero a mí no me gusta más que su aliento!


¡Mis mejillas ¡ay de mí! están marchitas por el fuego de mis deseos! Pero ¡qué me importa! ¡He aquí las rosas del paraíso: sus mejillas!


¡Qué me importa, puesto que le adoro! ¡A no ser que mi crimen resulte demasiado grande por querer a la criatura!


Al oír estos versos, el dueño de Pupila-del-Ojo se conmovió de gusto, y después de mojar los labios en la copa, se la ofreció a la joven, que se la bebió.

Tras de lo cual, las seis se levantaron a un tiempo, y besaron la tierra entre las manos de su amo, y le rogaron que les dijera cuál le había encantado más y qué voz y versos le habían sido más gratos. Y Alí El-Yamaní se vio en el límite de la perplejidad, y estuvo contemplándolas mucho rato, admirando sus hechizos y sus méritos con miradas indecisas, y pensaba en su interior que sus formas y colores eran igualmente admirables.

Y acabó por decidirse a hablar, y dijo:

"¡Loor a Alah, el Distribuidor de gracias y belleza, que me ha dado en vosotras seis mujeres maravillosas, dotadas de todas las perfecciones! Pues bien; declaro que os prefiero a todas por igual, y que no puedo faltar a mi conciencia otorgando a una de vosotras la supremacía! ¡Venid, pues, corderas mías, a besarme todas a un tiempo!"

Al oír estas palabras de su amo, las seis jóvenes se echaron en sus brazos, y durante una hora le hicieron mil caricias, a las que correspondió él.

Y luego las formó en corro ante sí, y les dijo: "¡No he querido cometer la injusticia de determinar mi elección de una de vosotras, concediéndole la preferencia entre sus compañeras. Pero lo que no he hecho yo, podéis hacerlo vosotras. Todas estáis versadas igualmente en la lectura del Korán y en la literatura; habéis leído los anales de los antiguos y la historia de nuestros padres musulmanes; por último, estáis dotadas de elocuencia y dicción maravillosas. Quiero, pues, que cada cual se prodigue las alabanzas que crea merecer; que realce sus artes y cualidades y rebaje los hechizos de su rival. De modo que la lucha ha de trabarse, por ejemplo, entre dos rivales de colores o formas diferentes, entre la blanca y la negra, la gruesa y la delgada, la rubia y la morena; pero en esa lucha no se han de usar más armas que las máximas hermosas, las citas de sabios, la autoridad de los poetas y el auxilio del Korán...


En este momento de su narración, Schehrazada vio aparecer la mañana y se calló discretamente.

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