Y cuando llegó la 206ª noche

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Ella dijo:

"... y -te daré de beber un poco de agua de rosas mezclada con jugo de otras flores".

Kamaralzamán contestó: "Tenemos que marcharnos mañana, ¡oh Budur!, a mi país, cuyo rey, mi padre está enfermo. ¡Acaba de aparecérseme en sueños, y me aguarda allá llorando!"

Budur contestó: "¡Escucho y obedezco!" Y aunque todavía era de noche, se levantó enseguida y fué en busca de su padre, el rey Ghayur, que estaba en el harem, y a quien con el eunuco mandó recado de que tenía que hablarle.

El rey Ghayur, al ver aparecer la cabeza del eunuco a aquellas horas, se quedó estupefacto, y le dijo: "¿Qué desastre vienes a anunciarme, ¡oh cara de alquitrán!?"

El eunuco contestó: "¡La princesa Budur desea hablar contigo!" El contestó: "Aguarda que me ponga el turbante". Después de lo cual salió, y dijo a Budur: "Hija mía, ¿qué clase de pimienta has tragado para estar en movimiento a estas horas?"

Ella contestó: "¡Oh padre mío! ¡ vengo a pedirte permiso para salir al amanecer hacia el país de Khaledán, reino del padre de mi esposo Kamaralzamán!" El rey dijo: "¡No me opongo, con tal de que vuelvas pasado un año!" Ella dijo: "¡Sí, por cierto!" Y dió las gracias a su padre por el permiso besándole la mano, y llamó a Kamaralzamán, que también le dió las gracias.

Y al amanecer del día siguiente estaban hechos los preparativos, enjaezados los caballos y cargados los dromedarios y camellos. Entonces el rey Ghayur se despidió de su hija Budur y la recomendó mucho a su esposo, y les regaló numerosos presentes de oro y diamantes y los acompañó durante algún tiempo. Tras de lo cual regresó a la ciudad, no sin haberles encargado, llorando, que se cuidaran mucho, y les dejó seguir su camino.

Entonces Kamaralzamán y Sett Budur, después del llanto de la despedida, no pensaron más que en la alegría de ver al rey Schahramán. Y viajaron el primer día, y el segundo y el tercero, y así sucesivamente hasta el día trigésimo. Llegaron entonces a un prado muy agradable, que les gustó hasta el punto de que mandaron armar el campamento allí para descansar un día o dos. Y no bien estuvo dispuesta y armada junto a una palmera la tienda de Sett Budur, cansada ésta entró en seguida en ella, tomó un bocado y no tardó en dormirse.

Cuando Kamaralzamán acabó de dar órdenes y de mandar armar las otras tiendas mucho más lejos, para que él y Budur pudieran disfrutar del silencio y la soledad, penetró a su vez en la tienda, y vió dormida a su joven esposa. Y al verla se acordó de la primera noche milagrosa pasada con ella en la torre.

Porque en aquel momento Sett Budur aparecía tendida en la alfombra de la tienda, colocada la cabeza en un almohadón de seda escarlata. No tenía encima más que una camisa de color claro, de gasa fina, y el ancho calzón de tela de Mosul. Y de cuando en cuando la brisa entreabría hasta el ombligo la ligera camisa; y todo el hermoso vientre surgía blanco como la nieve, ostentando en los sitios delicados hoyuelos y lo bastante anchos para contener cada uno una onza de nuez moscada.

Y Kamaralzamán, encantado, no pudo dejar de recordar estos versos deliciosos del poeta:


¡Cuando duermes en la púrpura, tu rostro claro es como la aurora, y tus ojos como los cielos marinos!


¡Cuando tu cuerpo vestido de narcisos y rosas se yergue o se alarga flexíble, no lo igualaría la palmera que crece en Arabia!


¡Cuando tu fina cabellera, en la cual arden las pedrerías, cae maciza o se despliega leve, no hay seda que valga lo que su tejido natural!


Después recordó asimismo este poema admirable, que acabó de llevarlo al límite del éxtasis:


¡Durmiente! ¡magnífica es la hora en que las palmas abiertas beben la claridad! ¡Mediodía sin aliento! ¡Un zángano de oro aspira una rosa desfallecida! ¡Sueñas! ¡Sonríes! ¡No te muevas!


¡No te muevas! ¡Tu delicada piel dorada colorea con sus reflejos la gasa diáfana; y los rayos del sol, vencedores de las palmas, te penetran, ¡oh diamante! al atravesarte te ilumina! ¡Ah! ¡No te muevas!


¡No te muevas! ¡Deja respirar así a tus senos, que se alzan y descienden como las olas del mar! ¡Oh! ¡Tus senos nevados! ¡Quiero aspirarlos como la espuma marina y la sal blanca! ¡Ah! ¡Deja respirar a tus senos!

¡Deja respirar a tus senos! ¡El arroyo risueño reprime sus risas; el zángano interrumpe su zumbido en la flor; y mi mirada quema las dos uvas color granate de tus pechos! ¡Oh! ¡Deja que mis ojos ardan!


¡Deja que mis ojos ardan! ¡Pero que mi corazón se ensanche bajo las palmas afortunadas, con tu cuerpo macerado en las rosas y el sándalo, con todo el beneficio de la soledad y la frescura del silencio!


Después de haber recitado estos versos, Kamaralzamán sintió ardiente deseo de su esposa dormida, de la cual no podía cansarse, así como el sabor fresco del agua pura es siempre delicioso para el paladar del sediento. Inclinóse, pues, hacia ella, y le desató el cordón de seda que le sujetaba el calzón; y alargaba ya la mano hacia la sombra cálida de los muslos, cuando notó que un cuerpecillo duro le rodaba por entre los dedos. Lo cogió y vió que era una cornalina atada a una hebra de seda precisamente encima del valle de las rosas. Y Kamaralzamán quedó muy asombrado, y dijo para sí: "¡Si esta cornalina no tuviera virtudes extraordinarias, y no fuera un objeto muy querido para Budur, no lo habría conservado con tanto esmero, ni lo habría ocultado precisamente en el sitio más precioso de su cuerpo! ¡Será para no separarse de él! ¡Sin duda le ha debido dar esta piedra su hermano Marzauán para preservarla del mal de ojo y los abortos!"

Luego Kamaralzamán, sin proseguir las caricias empezadas, sintió tal tentación de examinar mejor la piedra, que desató la seda que la sujetaba, la sacó, y salió de la tienda para mirarla a la luz. Y vió que la cornalina, tallada en cuatro facetas, estaba grabada con caracteres talismánicos y figuras desconocidas. Y al colocársela a la altura de los ojos, para examinar mejor sus pormenores, un ave grande se precipitó de pronto desde lo alto de los aires, y en un giro rápido como el relámpago, se la arrancó de la mano...


En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y como era discreta, se calló.



Pero cuando llegó la 207ª noche

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Ella dijo:

... y en un giro rápido como el relámpago, se la arrancó de la mano. Después fué a posarse, algo más lejos, en la copa de un árbol alto, y lo miró, inmóvil y burlona, sujetando con el pico el talismán.

Ante aquel desastroso accidente, la estupefacción de Kamaralzamán fué tan honda, que abrió la boca y estuvo algún rato sin poder moverse, pues a su vista pasó todo el dolor con que presentía afligida a Budur al saber la pérdida de una cosa que indudablemente debía estimar mucho. Así es que Kamaralzamán, repuesto de su sorpresa, no vaciló un instante. Cogió una piedra y corrió hacia el árbol en que se había posado el ave. Llegó a la distancia necesaria para tirarle la piedra al ladrón, y ya levantaba la mano apuntándole, cuando el ave saltó del árbol y fué a posarse en otro algo más lejano.

Entonces Kamaralzamán la persiguió, y el ave voló y fué al tercer árbol.

Y Kamaralzamán dijo para sí: "¡Ha debido ver que llevo una piedra en la mano! Voy a tirarla para que comprenda que no quiero hacerle daño" Y tiró la piedra a lo lejos.

Cuando el ave vió que Kamaralzamán tiraba la piedra, saltó al suelo, pero manteniéndose de todos modos a cierta distancia. Y Kamaralzamán pensó: "¡Ahí me está esperando!" Y se acercó a ella con rapidez, pero al ir a tocarla con la mano, el ave saltó algo más lejos. Y Kamaralzamán saltó detrás de ella. Y el ave saltó y Kamaralzamán saltó y el ave saltó. Y Kamaralzamán salto, y así sucesivamente, horas y horas, de valle en valle y de collado en collado, hasta que anocheció. Entonces Kamaralzamán exclamó: "¡No hay más recurso que Alah Todopoderoso!" Y se paró, sin aliento. Y el ave también se paró, pero algo más lejos, en la cima de un montecillo.

En aquel momento, Kamaralzamán notó humedad en la frente, más de desesperación que de cansancio, y pensó que tal vez haría mejor en regresar al campamento. Pero dijo para sí: "Mi amada Budur sería capaz de morirse de pena si le anunciase la pérdida irremediable de este talismán, de virtudes desconocidas para mí, pero que para ella deben ser esenciales. Y además, si me volviera ahora que la tiniebla es tan espesa, me expondría a extraviarme, o a que me atacasen las alimañas nocturnas".

Sumido entonces en pensamientos tan desconsoladores, no sabía qué resolución tomar, y se tendió en el suelo, llegando al límite del aniquilamiento.

Sin embargo, no dejó de observar al ave, cuyos ojos brillaban de una manera extraña entre la sombra; y cada vez que hacía un ademán o se levantaba pensando sorprenderla, el ave sacudía las alas y daba un chillido como para avisarle que le veía. De modo que Kamaralzamán, vencido por la fatiga y la emoción, se dejó dominar del sueño hasta por la mañana.

En cuanto despertó, decidió pillar a todo trance al ave ladrona, y empezó a perseguirla: y se repitió la misma carrera, con igual resultado que en la víspera. Y Kamaralzamán, cuando anocheció, empezó a golpearse, exclamando: "¡La perseguiré mientras me quede un hálito de vida!" Y recogió algunas plantas y hierbas, conformándose con alimentarse de ellas. Y se durmió, acechando al ave, y acechado también por los ojos que brillaban entre la sombra.

Y al día siguiente se reprolujo la misma persecución, y así continuaron hasta el décimo día, desde por la mañana hasta por la noche; pero al amanecer el undécimo día, atraído sin cesar por el vuelo del ave, Kamaralzamán llegó a las puertas de una ciudad situada junto al mar.

Al ver aquello, Kamaralzamán se sintió presa de una ira tal, que se tiró al suelo de bruces, y lloró durante largo tiempo, sacudido por los sollozos.

Pasadas algunas horas en tal estado de angustia, se decidió a levantarse, y fué hasta el arroyo que corría cerca de allí para lavarse las manos y la cara y hacer sus abluciones; después se encaminó a la ciudad, pensando en el dolor de su amada Budur y en todas las suposiciones que estaría haciendo sobre su desaparición y la del talismán. Y se recitaba poemas acerca de la separación y las penas de amor, como el siguiente, entre otros mil:


Para no escuchar a los envidiosos que me censuraban y me decían: ¡Sufres porque amas a un ser demasiado hermoso! ¡Quien es tan hermoso como ese ser, se antepone a todo amor!


Para no escucharlos, me he tapado todas las aberturas de los oídos, y les he dicho: ¡La he escogido entre mil, es verdad! ¡Cuando el Destino nos tiene en su poder, perdemos la vista y hacemos la elección entre tinieblas!


Después Kamaralzamán traspuso las puertas y entró en la ciudad. Empezó a andar por las calles sin que ninguno de los numerosos habitantes con quienes se cruzaba le mirara con afabilidad, como ascostumbran a hacer los musulmanes con los extranjeros. Siguió, pues, su camino, y llegó de tal modo a la puerta opuesta de la ciudad, por la cual se salía para ir a los jardines.

Como encontró abierta la puerta de un jardín más grande que los demás, entró en él, y vió que se le acercaba el jardinero, que fué el primero que le saludó, según la fórmula de los musulmanes. Y Kamaralzamán correspondió a sus deseos de paz, y respiró a gusto oyendo hablar en árabe. Y después del cambio de zalemas, Kamaralzamán preguntó al viejo: "Pero ¿por qué tienen unas caras tan hurañas y unas maneras tan frías, tan heladas y tan poco hospitalarias todos esos habitantes?"

El buen anciano contestó: "¡Bendito sea Alah, hijo mío, por haberte sacado sin detrimento de sus manos! Los que habitan en esta ciudad son invasores procedentes de los países negros de Occidente; llegaron un día por mar desembarcando de improviso, y mataron a todos los musulmanes, que vivían en nuestra ciudad. Adoran cosas extraordinarias e incomprensibles; hablan en un lenguaje oscuro y bárbaro, y comen cosas podridas que huelen mal, como el queso corrompido y la caza pasada; y no se lavan nunca, porque al nacer, unos hombres muy feos y vestidos de negro les riegan el cráneo con agua, y esta ablución, acompañada por ademanes extraños, les dispensa de cualquiera otra ablución durante el resto de sus días. De modo que esta gente, para no sentir nunca la tentación de lavarse, empezaron por destruir todo hammam y toda fuente pública, y en el lugar que ocupaban edificaron tiendas servidas por zorras, que venden como bebida un líquido amarillo con espuma, que debe ser orines fermentados, o cosa peor todavía. ¡En cuanto a sus mujeres, ¡oh hijo mío! son la calamidad más abominable! Tampoco se lavan, lo mismo que los hombres; pero en cambio se blanquean las caras con cal apagada, y cascarones de huevo pulverizados; además, tampoco llevan paño ni pantalón que las libre por abajo del polvo del camino; así es que resulta pestilente acercarse a ellas, y todo el fuego del infierno no bastaría a limpiarlas. He aquí, hijo mío entre qué gente acabo una existencia que me costó gran trabajo salvar del desastre: ¡Pues aquí donde me ves, soy el único musulmán que queda vivo!

¡Pero demos gracias al Altísimo, que nos hizo nacer con creencias tan puras como el cielo del cual proceden!"

Dichas estas palabras, el jardinero se figuró, por el aspecto cansado del joven, que debía tener hambre; le llevó a su modesta casa, al fondo del jardín, y con sus propias manos le dió de comer y beber. Después de lo cual le interrogó discretamente por la causa de su llegada...


En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y como era discreta, se calló.



Y cuando llegó la 208ª noche

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Ella dijo:

... por la causa de su llegada.

Kamaralzamán, lleno de agradecimiento a la bondad del jardinero, no le ocultó nada de su historia, y acabó su relato prorrumpiendo en llanto.

El viejo hizo cuanto pudo por consolarle, y le dijo:

"Hijo mío, la princesa Budur te habrá precedido seguramente en el reino de tu padre, el país de Khaledán. Aquí en mi casa encontrarás buena acogida, asilo y reposo, hasta que algún día Alah envíe una nave que pueda transportarte a la isla más cercana de aquí, que se llama la isla de Ebano. Y entonces, como de la isla de Ebano hasta el país de Khaledán la distancia no es muy grande, encontrarás muchos barcos para llegar a él. De modo que desde hoy iré diariamente al puerto hasta que encuentre un mercader que consienta en hacer contigo el viaje a la isla de Ebano, pues para encontrar uno que quisiera ir al país de Khaledán, habría que aguardar años y años.

Y el jardinero no dejó de hacerlo como había dicho; pero pasaron días y meses sin que pudiese encontrar un barco que saliera para la isla de Ebano.

¡Esto en cuanto a Kamaralzamán!


Pero respecto a Sett Budur, le ocurrieron cosas tan maravillosas y sorprendentes, ¡oh rey afortunado! que me apresuro a hablarte de ella. ¡Verás!


Efectivamente, en cuanto Sett Budur se despertó, su primer movimiento fué abrir los brazos para estrechar entre ellos a Kamaralzamán. Y su asombro fué muy grande al no encontrarle a su lado, y extraordinaria su sorpresa al enterarse de que el calzón se le había desatado y el cordón de seda había desaparecido con la cornalina talismánica. Pero creyó que Kamaralzamán, que todavía no la había visto, la habría sacado afuera para mirarla mejor. Y aguardó pacientemente.

Cuando, pasado buen rato, vio que Kamaralzamán no volvía, empezó a alarmarse mucho, y pronto apoderóse de ella una aflicción inconcebible. Y cuando llegó la noche sin que hubiera regresado Kamaralzamán, ya no supo qué pensar de aquella desaparición, pero dijo para sí: "¡Ya Alah! ¿Qué cosa tan extraordinaria habrá podido obligar a Kamaralzamán a alejarse, cuando no puede pasar una hora apartado de mí? ¿Pero por qué se habrá llevado el talismán? ¡Maldito talismán! ¡tú eres la causa de nuestra desdicha! ¡Y a ti, maldito Marzauán, confúndate Alah por haberme regalado cosa tan funesta!"

Pero cuando Sett Budur vió que pasados dos días no regresaba su esposo, en vez de aturdirse, como lo habría hecho cualquier mujer en tales circunstancias, encontró dentro de la desgracia una firmeza de la cual no suelen estar provistas las personas de su sexo.

Nada quiso decir a nadie respecto a tal desaparición, por temor de que sus esclavas le traicionasen o la sirvieran mal; ocultó su dolor dentro del alma, y prohibió a la doncella que la acompañaba que dijera palabra de ello. Después, como sabía que se parecía a Kamaralzamán, abandonó su traje de mujer, cogió de un cajón la ropa de Kamaralzamán, y empezó a vestírsela.

Lo primero que se puso fué un hermoso ropón rayado, bien ajustado a la cintura, y que dejaba el cuello al aire; se ciñó un cinturón de filigrana de oro, en el cual colocó un puñal con mango de jade, incrustado de rubíes; envolvióse la cabeza con un pañuelo de seda del muchos colores, que se apretó a la frente con una triple cuerda de pelo sedoso de camello joven, y hechos tales preparativos cogió un látigo, cimbreó la cintura, y mandó a su esclava que se vistiera con la ropa que Budur acababa de quitarse, y que anduviera detrás de ella. De tal modo, todo el mundo, al ver a la doncella, podía decir: "¡Es Sett- Budur!"

Salió entonces de la tienda, y dió la señal de marcha.

Sett -Budur, disfrazada de Kamaralzamán, se puso a viajar, seguida por su escolta, durante días y noches, hasta que llegó a una ciudad situada a orillas del mar. Entonces mandó armar las tiendas a las puertas de la plaza y preguntó: "¿Cuál es esta ciudad?" Y le contestaron: "Es la capital de la isla de Ebano".

Preguntó otra vez: "¿Cuál es su rey?" Y le contestaron: "Se llama el rey Armanos". Volvió a preguntar: "¿Tiene hijos?" Y le contestaron: "Tiene sólo una hija, la virgen más hermosa del reino, y su nombre es Hayat-Alnefus... (Vida de las Almas)

En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana y se calló discretamente.



Y cuando llegó la 209ª noche

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Ella dijo:

"Tiene sólo una hija, la virgen más hermosa del reino, y su nombre es Hayat-Alnefus".

Entonces Sett Budur envió un correo con una carta al rey Armanos, para anunciarle su llegada; y esta carta la firmaba como príncipe Kamaralzamán, hijo del rey Schahramán, señor del país de Khaledán.

Cuando el rey Armanos supo esta noticia, como siempre había mantenido excelentes relaciones con el poderoso rey Schahramán, se alegró mucho de poder hacer los honores de su ciudad al príncipe Kamarazalmán. Inmediatamente, seguido de una comitiva compuesta de los principales de su corte, fué hacia las tiendas al encuentro de Sett Budur, y la recibió con todos los miramientos y honores que creía ofrecer al hijo de un rey amigo. Y a pesar de las vacilaciones de Budur, que trató de no aceptar el alojamiento que graciosamente le ofrecían en palacio, el rey Armanos la decidió a acompañarle. E hicieron juntos su entrada solemne en la población. Y durante tres días obsequiaron a la corte toda con magníficos festines de suntuosidad extraordinaria.

Y después el rey Armanos se reunió con Sett Budur para hablarle de su viaje y preguntarle qué pensaba hacer. Y aquel día, Sett Budur, siempre disfrazada de Kamaralzamán, había ido al hammam del palacio, en el cual no quiso aceptar los servicios de ningún masajista. Y había salido de él tan milagrosamente bella y brillante, y sus encantos tenían bajo aquel aspecto de hombre un atractivo tan sobrenatural, que todo el mundo se detenía a su paso sin respirar y bendecía al Creador.

El rey Armanos, pues, se sentó al lado de Sett Budur, y habló con ella largo rato. Y tanto le subyugaron sus encantos y elocuencia, que le dijo: "¡Oh hijo mío, verdaderamente fué Alah quien te envió a mi reino para que seas el consuelo de mi ancianidad y ocupes el lugar de un hijo a quien pueda dejar mi trono! ¿Quieres, hijo mío, darme esa satisfacción, aceptando un casamiento con mi única hija Hayat-Alnefus? No hay en el mundo nadie tan digno como tú de sus destinos y belleza. Acaba de llegar a la nubilidad, pues durante el mes pasado entró en los quince años. ¡Es una flor exquisita, y yo quisiera que la aspiraras! ¡Acéptala, hijo mío, y en el acto abdicaré en ti el trono, cuya pesada carga es ya insoportable para mi mucha edad!"

Semejante proposición, tan generosa y espontánea, puso en molesto apuro a la princesa Budur. Al principio no supo qué hacer para no delatar la turbación que la agitaba: bajó los ojos y reflexionó un buen rato, mientras un sudor frío le helaba la frente. Y pensó: "Si contesto que como Kamaralzamán, estoy ya casado con la princesa Sett Budur, responderá que el Libro permite hasta cuatro mujeres legítimas; si le digo la verdad acerca de mi sexo, es capaz de obligarme a casarme con él; y todo el mundo se enteraría de ello, y me daría mucha vergüenza; si rechazo esa oferta paternal, su afecto hacia mí se convertiría en odio feroz, y en cuando haya abandonado yo su palacio, es capaz de prepararme una emboscada para quitarme la vida. ¡De modo que vale más aceptar la proposición y dejar que se cumpla el Destino! ¿Y quién sabe lo que me oculta lo insondable? Verdaderamente, al ocupar el trono, habré adquirido un reino muy hermoso para cedérselo a Kamaralzamán cuando regrese. Y en cuanto a consumar el matrimonio con mi esposa la joven Hayat-Alnefus, quizá se encuentre remedio. Ya lo pensaré".

Levantó, pues, la cabeza, y con el rostro coloreado por un sonrojo que el rey atribuyó a modestia y cortedad, naturales en un adolescente tan candoroso, contestó: "¡Soy el hijo sumiso que responde oyendo y obedeciendo a los menores deseos de su rey!"

Estas palabras transportaron al rey Armanos al límite de la satisfacción, y quiso que la ceremonia del casamiento se verificase el mismo día. Empezó por abdicar el trono en favor de Kamaralzamán delante de todos sus emires, personajes, oficiales y chambelanes; mandó que se anunciara este suceso a toda la ciudad por medio de los pregoneros, y despachó correos a todo su Imperio para que se enteraran de ello las poblaciones.

Entonces organizó en un momento una fiesta sin precedentes en la ciudad y en palacio, y entre gritos de júbilo y al son de pífanos y címbalos, se extendió el contrato de casamiento del nuevo rey con Hayat-Alnefus.

Cuando llegó la noche, la reina madre, rodeada de sus doncellas, que lanzaban "lu-lu-lúes" de alegría, llevó a la recién casada Hayat-Alnefus a la habitación de Sett Budur, a quien seguían tomando por Kamaralzamán. Sett Budur, en su aspecto de rey adolescente, avanzó con gentileza hacia su esposa, y por primera vez le levantó el velillo del rostro.

Entonces, todos los circunstantes, al ver pareja tan hermosa, quedaron tan cautivados, que palidecieron de placer y emoción. Terminada la ceremonia, la madre de Hayat-Alnefus y todas las doncellas, después de haber expresado millares de deseos de felicidad y haber encendido todos los candelabros, se retiraron prudentemente, y dejaron solos en la cámara nupcial a los recién casados...


En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y como discreta, se calló.



Y cuando llegó la 210ª noche

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Ella dijo:

... solos en la cámara nupcial a los recién casados.

Sett Budur quedó encantada del aspecto lleno de frescura da la joven Hayat-Alnefus, y con rápida ojeada la juzgó verdaderamente deseable, por sus grandes ojos negros asustados, su tez límpida, sus senos que se dibujadan infantiles debajo de la gasa. Y Hayat-Alnefus sonrió tímidamente por haber agradado a su esposo, aunque temblaba de emoción reprimida y bajaba los ojos, sin atreverse apenas a moverse bajo sus velos y pedrerías. Y también había podido notar la hermosura soberana de aquel joven de mejillas vírgenes de pelo, que le parecía más perfecto que todas las jóvenes más hermosas de palacio. De modo que se conmovió todo su ser cuando le vió acercarse muy despacio y sentarse a su lado en el gran colchón tendido encima de la alfombra. Sett Budur cogió con las suyas las manos de la joven, y se inclinó lentamente, y la besó en la boca. Y Hayat-Alnefus no se atrevió a devolverle aquel beso tan delicioso; pero cerró los ojos por completo y exhaló un suspiro de honda felicidad. Y Sett Budur le puso la cabeza en la curva de sus brazos, se la apoyó contra el pecho, y a media voz le cantó versos de un ritmo tan propio para mecer, que la joven durmióse a poco con una sonrisa de dicha en los labios.

En cuanto despertó Sett Budur, que se había acostado casi completamente vestida, y hasta con el turbante puesto, se apresuró a hacer rápidamente abluciones someras, puesto que además tomaba numerosos baños en secreto para no descubrirse; se adornó con sus atributos regios, y fué a la sala del trono a recibir los homenajes de toda la corte, despachar los negocios, suprimir abusos, nombrar y destituir.

Entre otras supresiones que le parecieron urgentes, abolió los consumos, las aduanas y las cárceles, y repartió grandes liberalidades a los soldados, al pueblo y a las mezquitas. Por eso le quisieron mucho sus nuevos súbditos, e hicieron votos por su prosperidad y larga vida.

En cuanto al rey Armanos y a su esposa, se apresuraron a ir a saber de su hija Hayat-Alnefus, y le preguntaron si su esposo había estado cariñoso, y si ella estaba muy cansada, pues no querían empezar por interrogarla acerca del asunto más importante. Hayat-Alnefus contestó: "¡Mi esposo estuvo delicioso! ¡Me ha besado en la boca y me he dormido en sus brazos al ritmo de sus canciones! ¡Ah, qué amable es!" Entonces Armanos dijo: "¿Y no ha pasado nada más hija mía?" Ella contestó: "¡Nada más!" Y la madre preguntó: "Entonces, ¿ni siquiera te has desnudado del todo?" Ella respondió: "¡Claro que no!" Entonces el padre y la madre se miraron; pero no dijeron nada y se fueron. Eso en cuanto a ellos.

En cuanto a Sett Budur, ya despachados los asuntos, volvió a su habitación a buscar a Hayat-Alnefus, y le preguntó: "¿Qué te han dicho, ¡oh mi muy querida! tu padre y tu madre?" Ella contestó: "¡Me han preguntado por qué no me había desnudado!" Budur contestó: "¡No hay que apurarse por eso! ¡ Ya te ayudaré!" Y prenda por prenda le quitó la ropa, hasta la última camisa, y la cogió desnuda en brazos, y se tendió con ella en el colchón.

Entonces Budur depositó un beso suavísimo en los hermosos ojos de la joven, y le preguntó: "Hayat-Alnefus, cordera mía, ¿te gustan mucho los hombres?" La otra respondió: "No los he visto nunca, como no sean los eunucos de palacio, como es natural. ¡Pero me han dicho, que sólo son hombres a medias! ¿Qué les falta para estar completos?" Budur contestó: "Precisamente lo mismo que te falta a ti, ojos míos". Hayat-Alnefus, sorprendida, contestó: "¿A mí? ¿Y qué me falta a mí, ¡por Alah!?" Budur contestó: "¡Un dedo!"

Al oír tales palabras, Hayat-Alnefus, asustada, lanzó un grito ahogado, y sacó las manos de debajo de la colcha y extendió los diez dedos, mirándolos con ojos dilatados por el terror. Pero Budur la estrechó contra su pecho, y la besó en el pelo, y le dijo: "¡Por Alah! ¡Ya Hayat-Alnefus, todo era broma!" Y siguió cubriéndola de besos, hasta que la calmó completamente. Entonces le dijo: "¡Oh mi muy querida, bésame!" Y Hayat-Alnefus acercó sus frescos labios a los labios de Budur, y ambas, así enlazadas, se durmieron hasta por la mañana...


En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y como era discreta, se calló.



Y cuando llegó la 211ª noche

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Ella dijo:

... Y ambas, así enlazadas, se durmieron hasta por la mañana. Entonces Budur salió a despachar los asuntos del reino; y el padre y la madre de Hayat-Alnefus entraron a saber noticias de su hija.

El rey Armanos fué el primero en preguntar: "Bueno, hija mía, ¡bendito sea Alah! ¡Todavía estás en la cama! ¿No estás muy rendida?" Ella contestó: "¡Nada de eso! ¡He descansado muy bien en brazos de mi hermoso esposo, que esta vez me dejó completamente desnuda, y me besó todo el cuerpo con besos muy delicados! ¡Ya Alah! ¡Qué delicioso era aquello! ¡Por todas partes sentí hormigueos numerosos y estremecimientos! ¡Sin embargo una vez me asustó diciéndome que me faltaba un dedo! ¡Pero fué en broma! ¡Y sus caricias me dieron luego tanto gusto, y sus manos se me antojaban tan suaves a mi piel, y tan cálidos se unían sus labios a mis labios, que me ha parecido soñar hasta por la mañana, creyéndome en el paraíso!"

Entonces la madre preguntó: "¿Pero en dónde están las toallas? ¿Has perdido mucha sangre, hija mía?" Y la joven, asombrada, contestó: "¡No he perdido ninguna!"

Al oír estas palabras, el padre y la madre, en el colmo de la desesperación, se abofetearon, gritando: "¡Oh vergüenza y desgracia para nosotros! ¿Por qué nos desprecia tanto tu esposo y te desdeña hasta tal punto?"

Después el rey enfurecióse paulatinamente, y se retiró gritando a su esposa con voz bastante fuerte para que le oyera la joven: "¡Si esta noche no cumple Kamaralzamán su deber quitando la virginidad a nuestra hija y salvando así el honor de todos nosotros, sabré castigar su indignidad! ¡Le expulsaré de palacio, después de hacerle bajar del trono que le he dado, y no sé si le someteré a castigo más terrible todavía!" Y dichas estas palabras, el rey Armanos salió del aposento de su consternada hija, seguido de su esposa, cuya nariz se le había alargado hasta los pies.

Y cuando llegó la noche y Sett-Budur entró en la habitación de Hayat-Alnefus, la encontró muy triste, con la cabeza metida entre las almohadas, y sacudida por los sollozos. Se acercó a ella, besándole en la frente, secándole las lágrimas, y al preguntarle el motivo de su pesar, Hayat-Alnefus le dijo con voz conmovida: "¡Oh mi amado señor! ¡mi padre quiere desposeerte del reino que te ha dado, y despedirte de palacio, y no sé qué más pretenden hacer contigo! Y todo porque no quieres quitarme la virginidad, salvando así el honor de su nombre y de su raza! ¡Se ha empeñado en que eso se haga esta noche misma! ¡Y yo, ¡oh dueño amado! te lo digo, no para impulsarte a tomar lo que debes tomar, sino para librarte del peligro que te amenaza! ¡Pues todo el día mi padre premedita contra ti! ¡Ah! ¡Por favor, date prisa a quitarme la virginidad, y haz de modo que, como dice mi madre, las toallas blancas se pongan todas rojas! ¡Yo me confío por completo a tu saber, y pongo todo mi cuerpo y mi alma en tus manos! ¡Pero tú has de decidir lo que tengo que hacer para eso!"

Al oír estas palabras, Sett Budur dijo para sí: "¡Llegó el momento! ¡Ya veo que no hay medio de aplazar las cosas! ¡Pondré mi fe en Alah!" Y dijo a la joven: "Ojos míos, ¿me quieres mucho?" La otra contestó: "¡Tanto como el cielo!" Budur la besó en la boca, y preguntó: "¿Y como a qué más?" La joven respondió, estremecida ya por el beso: "¡No lo sé, pero mucho!" Budur le preguntó otra vez: "Ya que me quieres tanto, ¿habrías sido feliz si en vez de ser tu esposo hubiese sido sólo tu hermano?" La joven palmoteó, y contestó: "¡Me habría muerto de dicha!" Budur dijo: "Y si yo, mi muy querida, no hubiera sido tu hermano, sino tu hermana; si hubiera sido una muchacha como tú, en lugar de ser hombre, ¿me habrías querido lo mismo?" HayatAlnefus dijo: "¡Todavía más, porque habría estado siempre contigo, habría jugado siempre contigo, y dormido en la misma cama, sin separarnos nunca!" Entonces Budur atrajo hacia sí a la joven, le cubrió de besos los ojos, y le dijo: "Vamos, Hayat-Alnefus, ¿serías capaz de guardar para ti sola un secreto, dándome así una prueba de tu amor?" La joven exclamó: "¡Queriéndote tanto, todo me es fácil!"

Entonces Budur la cogió en brazos y aplicó los labios a los suyos, hasta perder las dos el aliento, y después se levantó del todo, y dijo: "¡Mírame, Hayat-Alnefus, y sé, pues, mi hermana!"

Y al mismo tiempo, con ademán rápido, se entreabrió la ropa desde el cuello hasta la cintura e hizo salir dos pechos deslumbradores coronados por sus rosas; después dijo: "¡Ya ves que soy una mujer como tú, mi muy querida! iY si me he disfrazado de hombre, ha sido a consecuencia de una aventura extrañísima que te voy a contar sin demora!"

Entonces se sentó de nuevo, se puso a la joven en las rodillas, y le refirió toda su historia, desde el principio hasta el fin. Pero sería inútil repetirla.

Cuando Hayat-Alnefus oyó la historia, llegó al límite del asombro, y como seguía sentada en el regazo de Sett Budur, le cogió la barbilla con la mano, y le dijo: "¡Oh hermana mía, que vida tan deliciosa vamos a pasar juntas aguardando el regreso de tu amado Kamaralzamán! ¡Alah apresure su llegada, para que nuestra dicha sea completa!" Y Budur le dijo: "¡Atienda Alah tus deseos, mi muy querida, y te entregaré a él como segunda esposa! ¡Y así disfrutaremos los tres la felicidad más perfecta!"

Después se dieron largos besos, y jugaron a mil juegos, y Hayat-Alnefus se maravillaba de todos los pormenores de belleza que encontraba en Sett Budur. Y le cogía los pechos, y decía: "¡Oh hermana mía, qué hermosos son tus pechos! ¡Mira! ¡Son mucho mayores que los míos! ¡Mira los míos cuán pequeños son! ¿Te parece que crecerán?" Y la registraba por todas partes, y la interrogaba acerca de los descubrimientos que hacía. Y Budur, entre mil besos, le contestaba, instruyéndola con perfecta claridad, y Hayat-Alnefus exclamaba: ¡Ya Alah! ¡Ahora lo entiendo! ¡Figúrate que cuando preguntaba yo a las esclavas: "¿Para qué sirve esto? ¿Para qué sirve aquello? guiñaban el ojo, pero no respondían. Otras veces, con mucha ira por mi parte, chasqueaban la lengua pero no contestaban. Y yo, llena de cólera, me arañaba las mejillas, y gritaba cada vez más fuerte: "¿Para qué sirve eso?" Entonces acudía mi madre a los gritos, y preguntaba, y todas las esclavas le decían: "¡Grita porque quiere obligarnos a explicarle para qué sirve eso!" Entonces la reina, mi madre, en el límite de la indignación, a pesar de mis protestas de arrepentimiento, me ponía el trasero al aire y me daba una azotaina furiosa, gritando: "¡Para esto sirve eso!" Y yo acabé por convencerme de que eso no servía más que para proporcionar una azotaina; y así con todo lo demás".

Después siguieron ambas diciendo y haciendo mil locuras, de tal modo, que por la mañana a Hayat-Alnefus no le quedaba nada que aprender, y se había enterado de la misión encantadora que en adelante había de corresponder a todos sus órganos delicados...


En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y como discreta, se calló.



Pero cuando llegó la 212ª noche

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Ella dijo:

... se había enterado de la misión encantadora que en adelante había de corresponder a todos sus órganos delicados.

Entonces, como se acercaba la hora en que los padres iban a entrar, Hayat-Alnefus dijo a Budur: "Hermana mía, ¿qué hay que decirle a mi madre, que me pedirá que le enseñe la sangre de mi virginidad?" Budur sonrió, y dijo: "¡La cosa es fácil!" Y fué a hurtadillas a coger un pollo y lo mató, y embadurnó con su sangre los muslos de la joven y las toallas, y le dijo: "¡No tienes más que enseñarles eso! Tal es la costumbre, que no permite investigaciones más hondas". La joven le preguntó: "Pero hermana mía, ¿por qué no quieres quitármelo tú misma, por ejemplo, con el dedo?" Budur contestó: "¡Ojos míos, porque, según te dije ya, te reservo para Kamaralzamán!"

Entonces entraron a ver a su hija el rey y la reina, pronto a estallar de furor contra ella y su esposo si no se hubiera consumado todo. Pero al ver la sangre, y los muslos enrojecidos, se alegraron ambos, y se esponjaron, y abrieron de par en par las puertas del aposento. Entonces entraron todas las mujeres, y resonaron gritos de júbilo, y el "Iu- lu-lú" de triunfo, y la madre, en el colmo del orgullo, colocó en un almohadón las toallas rojas, y seguida de toda la comitiva, dió así la vuelta al harem. Y todo el mundo se enteró así del fausto acontecimiento; y el rey dió una gran fiesta, y mandó sacrificar para los pobres un número considerable de carneros y camellos pequeños.

En cuanto a la reina y a las invitadas, volvieron a la habitación de Hayat-Alnefus, a la cual besaron todas entre los ojos, llorando y se estuvieron con ella hasta la noche, después de haberla llevado al hammam, envuelta en sedas, para que no pasara frío. ''

Y Sett Budur siguió sentándose todos los días en el trono de la isla de Ebano, haciéndose querer por sus súbditos, que la creían hombre, y le deseaban larga vida. Pero al llegar la noche iba a buscar con mucho gusto a su joven amiga Hayat-Alnefus, la cogía en brazos, y se tendía con ella en el colchón. Y ambas, enlazadas hasta por la mañana, como esposo y esposa, se consolaban con toda clase de juegos y retozos delicados, aguardando la vuelta de su amado Kamaralzamán. ¡Eso en cuanto a ellas!

Y vamos ahora con Kamaralzamán. Se había quedado en la casa del buen jardinero musulmán, situada a extramuros de la ciudad habitada por los invasores inhospitalarios y sucios procedentes de los países de Occidente. Y su padre, el rey Schahramán, en las islas de Khadelán, al ver en el bosque los despojos ensangrentados, ya no dudó de la pérdida de su amado Kamaralzamán; y se puso de luto, lo mismo que todo el reino; y mandó edificar un monumento funerario, en el cual se encerró, para llorar en silencio la muerte de su hijo.

Y por su parte, Kamaralzamán, a pesar de la compañía del anciano, jardinero, que hacía cuanto podía por distraerle hasta la llegada de un barco que le llevase a la isla de Ebano, vivía triste, y recordaba con dolor los hermosos tiempos pretéritos.

Pero un día que el jardinero había ido, según costumbre, a dar una vuelta por el puerto con objeto de encontrar un barco que quisiera llevarse a su huésped, Kamaralzamán estaba sentado muy triste en el jardín, y se recitaba versos viendo jugar a las aves, cuando de pronto llamaron su atención los gritos roncos de dos aves grandes. Levantó la cabeza hacia el árbol del cual procedía el ruido, y vió una riña encarnizada a picotazos, arañazos y aletazos. Pero pronto cayó sin vida, precisamente delante de él, una de las aves, mientras la vencedora emprendía el vuelo.

Y he aquí que en el mismo instante dos aves mucho mayores, que habían visto el combate posadas en un árbol vecino, fueron a colocarse a los lados de la muerta; una se puso a la cabeza y otra a los pies, y después ambas abatieron tristemente el cuello, y echáronse a llorar.

Al ver aquello, Kamaralzamán se conmovió en extremo, y pensó en su esposa Sett Budur, y luego, por simpatía hacia las aves, se echó a llorar también.

Pasado un rato, Kamaralzamán vió a las dos aves abrir con las uñas y los picos una huesa, y enterrar a la muerta. Luego echaron a volar, y a los pocos momentos volvieron adonde estaba el hoyo, pero llevando agarrado, una por una pata y otra por una ala, el ave matadora, que hacía grandes esfuerzos para huir y daba gritos espantosos. La colocaron sin soltarla en la tumba de la difunta, y con pocos y rápidos picotazos la despanzurraron para vengar su crimen, le arrancaron las entrañas, y tendieron el vuelo, dejándola en tierra palpitante y agónica...


En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y como discreta, se calló.



Y cuando llegó la 216ª noche

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... y tendieron el vuelo, dejándola en tierra palpitante y agónica. ¡Eso fué todo! Y Kamaralzamán había permanecido inmóvil de sorpresa ante un espectáculo tan extraordinario. Después, cuando las aves se fueron, impulsado por la curiosidad, acercóse al sitio en que yacía el ave criminal sacrificada, y al mirar el cadáver, vió en el estómago desgarrado una cosa colorada que le llamó mucho la atención. Se inclinó, y habiéndola recogido, cayó desmayado de emoción. ¡Acababa de encontrar la cornalina talismánica de Sett Budur!

Cuando volvió de su desmayo, estrechó contra su corazón el precioso talismán, causa de tanto suspiro, zozobra, pena y dolor, y exclamó: "¡Plegue a Alah que sea éste un presagio de dicha y la señal de que también encontraré a mi muy amada Budur!" Después besó el talismán y se lo llevó a la frente, y enseguida lo envolvió con esmero en un pedazo de tela, y se lo ató alrededor del brazo, para evitar que se le perdiera otra vez. Y empezó a brincar de alegría.

Cuando se tranquilizó, recordó que el buen jardinero le había encargado que desarraigase un algarrobo añoso que ya no daba hojas ni fruto. Se ajustó, pues, un cinturón de cáñamo, se levantó las mangas, cogió una azada y un canasto, y puso inmediatamente manos a la obra, dando grandes golpes a las raíces del añoso árbol a ras de tierra. Pero de pronto notó que el hierro del instrumento chocaba con un cuerpo metálico y resistente, y oyó como un ruido sordo que se propagaba por debajo del suelo. Separó entonces velozmente la tierra y los guijarros, dejando al descubierto una gran chapa de bronce, que se apresuró a quitar. Entonces columbró una escalera de diez peldaños bastante altos abierta en la roca; y tras de haber pronunciado las palabras propiciatorias la ilah il'Alah, se dió prisa en bajar, y vió una ancha cueva cuadrada, de construcción muy antigua, de los tiempos remotos de Thammud y Aad; y en aquella cueva abovedada encontró veinte tinajas enormes, colocadas en orden a ambos lados. Levantó la tapa de la primera, y comprobó que estaba completamente llena de barras de oro rojo; levantó entonces la segunda tapa, y advirtió que la segunda tinaja estaba repleta de polvo de oro. Y abrió las otras dieciocho, y las encontró llenas alternativamente de barras y polvo de oro.

Repuesto de su sorpresa, Kamaralzamán salió entonces de la cueva, volvió a poner la chapa, acabó el trabajo, regó los árboles, según costumbre adquirida de ayudar al jardinero, y no acabó hasta por la noche, cuando volvió su anciano amigo.

Las primeras palabras que el jardinero dijo a Kamaralzamán fueron para darle una buena noticia. Díjole así: "¡Oh hijo mío! tengo la alegría de anunciarte tu próximo regreso al país de los musulmanes. He encontrado, en efecto, un barco fletado por mercaderes ricos que se dará a la vela dentro de tres días. He hablado con el capitán, que está conforme en darte pasaje hasta la isla de Ebano". Al oír estas palabras, Kamaralzamán se alegró mucho, y besó la mano al jardinero, y le dijo: "¡Oh padre mío! ¡puesto que acabas de darme una buena nueva, yo te he de dar también, a mi vez, otra noticia que creo ha de contentarte...


En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y como discreta, se calló.


el capitán que había acompado...

Pero cuando llegó la 219ª noche

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Ella dijo:

"... otra noticia que creo ha de contentarte, aunque ignores la avidez de los hombres del siglo, y tu corazón esté puro de toda ambición! ¡Tómate el trabajo de venir conmigo al jardín, y te enseñaré, ¡oh padre mío! la fortuna que te envía la suerte misericordiosa!"

Llevó entonces al jardinero al sitio en que se erguía el algarrobo desarraigado, levantó la chapa, y sin reparar en la sorpresa y espanto de su amigo, le hizo bajar a la cueva, y destapó delante de él las veinte tinajas llenas de oro en barras y en polvo. Y el buen jardinero, como atontado, levantaba las manos y abría extremadamente los ojos ante cada tinaja, diciendo: "¡Ya Alah!" Después Kamaralzamán le dijo: "¡He aquí ahora tu hospitalidad recompensada por el Dador! ¡La propia mano que el extranjero te alargaba para que le socorrieras en la adversidad, con el mismo ademán hace correr por tu morada el oro! ¡Así lo quieren los destinos propicios a las raras acciones animadas por la belleza pura y por la bondad de los corazones espontáneos!"

Al oír estas frases, el anciano jardinero, que no podía articular palabra, se echó a llorar, y las lágrimas resbalaban silenciosas por su larga barba y hasta por su pecho. Logró, por fin, hablar y dijo: "Hijo mío, ¿qué quieres que haga un viejo como yo con este oro y estas riquezas? ¡Verdad es que soy pobre; pero con mi dicha me basta, y será completa si quieres darme sólo un dracma o dos para comprar un sudario, que al morir en mi soledad dejaré a mi lado, a fin de que el caminante caritativo envuelva en él mis despojos para el día de juicio!"

Y esta vez le tocó llorar a Kamaralzamán. Luego dijo al viejo: "¡Oh padre de la sabiduría! ¡oh jeique de manos perfumadas! ¡la santa soledad en que pasas tus años pacíficos borra ante tus ojos las leyes que dictó el rebaño adánico acerca de lo justo y de lo injusto, de lo falso y lo verdadero! ¡Pero yo he de volver a vivir entre los humanos feroces, y no puedo olvidar tales leyes, so pena de ser devorado! ¡Así, pues, si quieres, repartámonoslo! ¡Tomaré la mitad y tú la otra mitad. ¡Si no, no tocaré absolutamente nada!"

Entonces el anciano jardinero contestó: "Hijo mío, mi madre me parió aquí mismo hace noventa años, y después murió; mi padre murió también. Y el ojo de Alah ha seguido mis pasos, y he crecido a la sombra de este jardín y escuchado el rumor del arroyuelo natal. Tengo cariño a este jardín y a este arroyo, ¡oh hijo mío! y al murmurador follaje, y a este sol, y a esta tierra materna en que mi sombra se alarga en libertad y se conoce a sí misma, y a la luna, que de noche me sonríe por encima de los árboles hasta la mañana. ¡Todo esto habla conmigo, ¡oh hijo mío! Te lo digo para que sepas la razón que me sujeta aquí y me impide partir en tu compañía hacia los países musulmanes. Soy el único musulmán de este país en que vivieron mis antepasados. ¡Blanqueen, pues, en él mis huesos, y que el último musulmán muera con la cara vuelta hacia el sol que ilumina una tierra inmunda ahora, mancillada por los hijos bárbaros del oscuro Occidente!"

Así habló el anciano de las manos temblorosas. Después añadió: "En cuanto a esas tinajas preciosas que te preocupan, toma, si lo deseas las diez primeras, y deja las otras diez en la cueva. Serán el premio de aquel que entierre el sudario en que yo duerma.

"Pero hay más. Lo difícil no es eso, sino embarcar las vasijas en el navío sin llamar la atención y excitar la codicia de los hombres de alma negra que habitan en la ciudad. Ahora bien; en mi jardín hay olivos cargados de fruto y en el sitio adonde vas, en la isla de Ebano, las aceitunas son cosa rara y muy estimada. De modo que ahora mismo voy a comprar veinte tarros grandes, que llenaremos a medias de barras y polvo de oro, acabándolas de llenar con las aceitunas de mi jardín. Y entonces será cuando podamos llevarlos sin temor al barco que va a salir."

Este consejo fué seguido inmediatamente por Kamaralzamán, que se pasó el día preparando los tarros comprados. Y cuando no le quedaba por llenar más que uno, dijo para sí: "Este talismán milagroso, no está bastante seguro arrollado a mi brazo; pueden robármelo mientras duermo o perderse de otra manera. Lo mejor es, seguramente, colocarlo en el fondo de este tarro; después'lo cubriré con las barras y el polvo de oro, y encima colocaré las aceitunas!" Y enseguida ejecutó su proyecto; y terminado que fué aquello, tapó el último tarro con su tapa de madera blanca, y para distinguirlo de los otros en caso necesario, le hizo una muesca en la base, y después, enardecido por aquel trabajo, grabó con una navaja todo su nombre, Kamaralzamán, en hermosos caracteres enlazados. Concluída tal tarea, rogó a su anciano amigo que avisase a los hombres de la nave para que al día siguiente fueran a recoger los tarros. Y el viejo desempeñó enseguida el encargo, y regresó a casa un tanto fatigado, y se acostó con un poco de calentura y algunos escalofríos.

A la mañana siguiente, el anciano jardinero, que en su vida había estado enfermo, notó que se acrecentaba el mal de la víspera, pero no quiso decírselo a Kamaralzamán, para no amargarle la salida. Se quedó en el colchón, presa de una gran debilidad, y comprendió que iba a llegar su último momento.

Durante el día, los hombres de la nave fueron al jardín a recoger los tarros, y dijeron a Kamaralzamán, que les había abierto la puerta, que les indicase lo que tenían que recoger.

El joven les llevó junto a la verja y les enseñó los veinte tarros, bien colocados, diciéndoles: "¡Están llenos de aceitunas de primera calidad! ¡Os ruego, pues, que tengáis cuidado para no estropearlas!" Luego, el capitán que había acompañado a sus hombres, dijo a Kamaralzamán: "¡Sobre todo, señor, no dejes de ser puntual; porque mañana el viento soplará de tierra y nos daremos a la vela enseguida!"

Y cogieron los tarros y se fueron...


En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y como discreta, se calló.

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