Y cuando llegó la 182ª noche

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Ella dijo:

... sorprendióse en gran manera al encontrar en Dahnasch tanto talento unido a tanta fealdad; como, aunque mujer, estaba dotada de cierta dosis de buen juicio, no dejó de felicitar a Dahnasch, que se ensanchó en extremo. Y le dijo: "¡Verdaderamente, ¡oh Dahnasch! tienes un alma bastante delicada dentro de esa armazón que habitas; pero no creas que vences en el arte de los versos, ni Sett Budur vence tampoco en hermosura a Kamaralzamán!"

Y Dahnasch, sofocado, exclamó: "¿Lo crees así de veras?"

Ella dijo: "¡Seguramente!"

El dijo: "¡No lo creo!"

Ella dijo: "¡Toma!" Y de un aletazo le hinchó un ojo.

El dijo: "¡Eso no prueba nada!"

Ella dijo: "¡Bueno! ¡Mírame el trasero!"

El dijo: "¡Está bastante flaco!"


Al oír estas palabras, Maimuna, doblemente irritada, quiso precipitarse sobre Dahnasch y estropearle alguna parte de su individuo; pero Dahnasch, que lo había previsto, de pronto se convirtió en pulga y se refugió sigilosamente en la cama debajo de los dos jóvenes; y como Maimuna temía despertarlos, se vió obligada, para resolver aquel caso, a jurar a Dahnasch que ya no le haría más daño; y Dahnasch, oído el juramento, recobró su forma, pero se mantuvo en guardia.

Entonces Maimuna le dijo: "¡Oye, Dahnasch: no encuentro más medio para terminar esta disputa que recurrir al arbitraje de un tercero!" El dijo: "¡Me avengo a ello!"

Entonces Maimuna dió con el pie en el suelo, que se entreabrió y dió salida a un efrit espantoso, inmensamente horrible. En la cabeza tenía seis cuernos, cada uno de 4.430 codos de longitud; ostentaba tres rabos ahorquillados no menos extensos.

Uno de sus brazos tenía 5.555 codos de largo, y el otro medio codo nada más; era cojo y jorobado, y sus ojos estaban colocados en el centro de la cara y en sentido longitudinal; las manos, más anchas que calderos, acababan en garras de león; las piernas, rematadas con cascos, le hacían renguear; y su zib, cuarenta veces más gordo que el de un elefante, daba la vuelta por la espalda y surgía triunfador.

Se llamaba Kaschkasch ben-Fakhrasch ben-Atraseh, de la posteridad de Eblis Abú-Hanfasch.

Y cuando la tierra se volvió a cerrar, el efrit Kaschkasch distinguió a Maimuna, y en seguida besó la tierra entre sus manos, quedándose delante de ella humildemente con los brazos cruzados, y le preguntó: "¡Oh mi dueña Maimuna, hija de nuestro rey Domriatt! soy el esclavo que aguarda tus órdenes".

Ella dijo: "¡Quiero, Kaschkasch, que seas juez en la disputa que ha surgido entre ese maldito Dahnasch y yo! Ocurre tal y cual cosa. Te corresponde ser imparcial, y después de echar una mirada a ese lecho, decirnos quién te parece más hermoso, si mi amigo o esa joven".

Entonces Kaschkasch se volvió hacia la cama en que ambos jóvenes dormían tranquilos y desnudos, y al verlos, fué tal su emoción, que se agarró con la mano izquierda la herramienta que se le erguía por encima de la cabeza, y se puso a bailar, cogido con la mano derecha al triple rabo ahorquillado.

Después de lo cual dijo a Maimuna y a Dahnasch: "¡Por Alah! Bien mirado, me parecen iguales en belleza y diferentes sólo en el sexo. ¡Pero de todos modos, sé de un medio, único que puede dirimir la contienda!"

Ellos dijeron: "¡Date prisa a comunicárnoslo!" El contestó: "Dejadme primero cantar algo en honor a esa joven, que me alborota en extremo!"

Maimuna dijo: "¡Poco tiempo hay para eso! ¡Como no quieras decirnos versos acerca de ese hermoso adolescente!"

Y Kaschkasch dijo: "¡Acaso resulte algo extraordinario!"

Ella contestó: "¡Canta de todas maneras, siempre que los versos sean bien medidos y breves!"

Entonces Kaschkasch cantó estos versos oscuros y complicados:


¡Adolescente, me recuerdas que al consagrarte a un amor único, el cuidado y la zozobra ahogarían el fervor! ¡Sé prudente, corazón mío!


¡Gusta el azúcar de los besos en el labio virginal; pero para que el porvenir sea propicio, no dejes que se enmohezca la puerta de salida! ¡El sabor a sal es delicioso en los labios menos fáciles!


Entonces Maimuna dijo: "No quiero tratar de entender. ¡Pero dinos pronto el medio para saber quién acierta!" Y el efrit Kaschkasch dijo: "Mi opinión es que el único medio que se ha de emplear consiste en despertarlos sucesivamente, mientras nosotros tres permanecemos invisibles. ¡Y acordemos que aquel de los dos que manifieste amor más ardiente hacia el otro y demuestre más pasión en sus ademanes y actitud, será ciertamente el menos hermoso, pues se reconocerá subyugado por los encantos de su compañero!"

Oídas estas palabras del efrit Kaschkasch...


En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y como era discreta, se calló.



Y cuando llegó la 183ª noche

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Ella dijo:

Oídas estas palabras del efrit Kaschkasch, Maimuna exclamó: "¡Admirable idea!" Y Dahnasch también exclamó: "¡Me parece muy bien!" E inmediatamente se convirtió otra vez en pulga, pero esta vez para picar en el cuello al hermoso Kamaralzamán.

Al sentir tal picadura, que fué terrible, Kamaralzamán se despertó con sobresalto y se llevó la mano rápidamente al sitio picado: pero nada pudo coger, pues el veloz Dahnasch, que se había vengado algo en la piel del adolescente de todas las afrentas de Maimuna, soportadas en silencio, pronto recobró su forma de efrit invisible para ser testigo de lo que iba a suceder.

En efecto, Kamaralzamán, todavía soñoliento, dejó caer la mano que no había podido cazar la pulga, y la mano fué precisamente a tocar el muslo desnudo de la joven. Aquella sensación le hizo abrir los ojos, e inmediatamente los volvió a cerrar, deslumbrado y conmovido. Y sintió junto a él aquel cuerpo más tierno que la manteca y aquel aliento más grato que el perfume del almizcle. De modo que su sorpresa fué extremada, pero no desprovista de atractivos, y acabó por levantar la cabeza y contemplar la incomparable belleza de la desconocida que dormía a su lado.

Apoyó, pues, el codo en las almohadas, y olvidándose en un momento de la aversión que experimentó por el otro sexo hasta entonces, empezó a detallar con miradas de deleite las perfecciones de la joven. Primero la comparó mentalmente con una hermosa ciudadela coronada por una cúpula, después con una perla, luego con una rosa, ya que de primera intención no podía establecer comparaciones muy exactas, porque siempre se había negado a mirar a las mujeres, y era ignorante en cuanto a sus formas y sus gracias. Pero no tardó en comprender que su última comparación era la más precisa y la más cierta la penúltima; y en cuanto a la primera, pronto lo hizo sonreír.

De modo que Kamaralzamán se inclinó hacia la rosa, y vio que el perfume de su carne era tan delicioso, que pasó la nariz por toda su superficie. Y le agradó tanto aquello, que dijo para sí: "¡Voy a tocarla para enterarme!"

Y paseó los dedos por todos los contornos de la perla, y comprobó que aquel contacto le abrasaba el cuerpo, y provocaba movimientos y latidos en diversas partes de su individuo; de tal modo, que experimentó violento deseo de dar libre carrera a aquel instinto natural tan espontáneo.

Y exclamó: "¡Todo sucede mediante la voluntad de Alah!" Y se dipuso a la copulación. Cogió, pues, a la joven, pensando: "¡Cuánto me asombra que esté sin calzón!" Y le dió vueltas y más vueltas, y la palpó, y después dijo maravillado: "¡Ya Alah! ¡Qué trasero tan gordo!" Luego le acarició el vientre, y dijo: "¡Es una maravilla de ternura!" Después le tentó los pechos, y los cogió, y al llenarse las dos manos, sintió tal estremecimiento voluptuoso, que exclamó: "¡Por Alah!" ¡No tengo más remedio que despertarla para hacer bien las cosas! Pero ¿cómo no se ha despertado en el tiempo que llevo tocándola?"

Y lo que impedía despertarse a la joven era la voluntad del efrit Dahnasch, que la había sumido en aquel sueño tan pesado para facilitar la acción de Kamaralzamán.

Y Kamaralzamán puso sus labios en los de la princesa, y le dió un prolongado beso; y como no se despertara, le dió el segundo, y el tercero, sin que ella manifestara percatarse.

Entonces empezó a hablarle, diciendo: "¡Oh corazón mío! ¡Ojos míos! ¡Hígado mío! ¡Despiértate! ¡Soy Kamaralzamán!" Pero la joven no hizo el menor movimiento. Entonces Kamaralzamán, al ver lo inútil de sus llamamientos, dijo para sí: "¡Por Alah! ¡Ya no puedo aguardar más! ¡Todo me impulsa a entrar en ella! ¡Veré si lo puedo lograr mientras duerme!" Y se tendió encima de la joven.

A todo eso, Maimuna, y Dahnasch y Kaschkasch miraban. Y Maimuna empezaba a alarmarse y se apresuraba ya, en caso de consumarse el acto, a decir que aquello no valía.

Kamaralzamán se tendió, pues, encima de la joven, que dormía boca arriba...


En este momento de su narración, Schehrazada vió que aparecía la mañana, y como era discreta, se calló.



Y cuando llegó la 184ª noche

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Ella dijo:

Kamaralzamán se tendió, pues, encima de la joven, que dormía boca arriba, sin otra vestidura que su cabellera suelta, y la enlazó con sus brazos; e iba a practicar el primer ensayo de lo que pensaba hacer, cuando de pronto se estremeció, desenlazóse, y pensó meneando la cabeza: "Seguramente es el rey, mi padre, quien ha mandado traer a esta joven a mi cama para experimentar conmigo el efecto del contacto de las mujeres; y ahora debe de estar detrás de esa pared con los ojos aplicados a algún agujero para ver si esto sale bien. Y mañana entrará aquí y me dirá: "¡Kamaralzamán, decías que te inspiraban horror el matrimonio y las mujeres! Pues ¿qué has hecho esta noche con una joven? ¡Ah, Kamaralzamán! ¡quieres fornicar secretamente, pero te niegas a casarte, aunque sepas lo feliz que me haría ver mi descendencia asegurada y mi trono transmitido a mis hijos!" Y entonces me considerarán falso y embustero. Más vale que me abstenga esta noche de fornicar, a pesar de la mucha gana que tengo, y aguardar a mañana; y entonces pediré a mi padre que me case con esta bella adolescente. ¡Y así él se pondrá contento, y yo podré usar a gusto ese cuerpo bendito!"

Y en el acto, con gran alegría de Maimuna, que había empezado a sentir terribles inquietudes, y con gran disgusto de Dahnasch, que en cambio había pensado que el príncipe copularía y se puso a bailar de gusto, Kamaralzamán se inclinó otra vez hacia Sett Budur, y después de haberla besado en la boca, le quitó del dedo meñique una sortija adornada con un hermoso diamante, y se la puso en su propio dedo meñique, para denotar que desde aquel momento disputaba a la joven por esposa; y luego de haber puesto en el dedo de la joven su propia sortija, le volvió la espalda, aunque con gran pesar, y no tardó en tornar a dormirse.

Maimuna, al ver aquello, se entusiasmó, y Dahnasch quedó muy confuso; pero no tardó en decir a Maimuna: "¡Esto no es más que la mitad de la prueba; ahora te toca a ti!"

Entonces Maimuna se convirtió en seguida en pulga, y saltó al muslo de Sett Budur; y de allí subió al ombligo, retrocediendo después como unos cuatro dedos, y se paró precisamente en la cumbre del montecillo que domina el valle de las rosas; y allí, con una sola picadura, en la cual puso todos sus celos y su venganza, hizo saltar de dolor a la joven, que abrió los ojos y se incorporó a escape, llevándose las dos manos a la delantera. Pero enseguida lanzó un grito de terror y asombro al ver junto a ella al joven tendido de costado. Pero a la primera mirada que le dirigió, no tardó en pasar del espanto a la admiración, y de la admiración al placer, y del placer a un desahogo de alegría que pronto hubo de llegar al delirio.

Efectivamente; al primer susto, dijo para sí: "¡Desventurada Budur, hete aquí comprometida para siempre! ¡En tu cama hay un extraño a quien no viste nunca! ¡Qué audacia la suya! ¡Ah! ¡Voy a llamar a los eunucos, para que acudan y le arrojen por la ventana al río! Y sin embargo, ¡oh Budur! ¿quién sabe si éste será el marido que tu padre escogió para ti? ¡Mírale, oh Budur, antes de acudir a la violencia! "

Y entonces fué cuando Budur dirigió al joven una mirada, y con aquel rápido examen quedó deslumbrada por su gentileza, y exclamó: "¡Oh corazón mío! ¡Qué hermoso es!" Y desde aquel mismo instante quedó tan por completo cautivada, que se inclinó hacia aquella boca que sonreía en sueños, y le dió un beso en los labios, exclamando: "¡Qué dulce es! ¡Por Alah! ¡A éste sí que le quiero como esposo! ¿Por qué ha tardado tanto mi padre en traérmelo?"

Después cogió temblando la mano del joven y la conservó entre las suyas, y le habló afablemente para despertarle, diciendo: "¡Gentil amigo! ¡Oh luz de mis ojos! ¡Oh alma mía! ¡Levántate, levántate! ¡Ven a besarme, querido mío, ven, ven! ¡Por mi vida sobre ti! ¡despierta!"

Pero como Kamaralzamán, a causa del encanto a que le había sometido la vengativa Maimuna, no hacía un movimiento indicador de que se despertara, la hermosa Budur supuso que era por culpa de ella, que no le llamaba con bastante ardor. Y sin preocuparse de que la miraran o no, entreabrió la camisa de seda que al principio se había apresurado a echarse encima, y se deslizó lo más cerca posible del joven, y le rodeó con sus brazos, y juntó los muslos con los suyos, y le dijo frenéticamente al oído: "¡Toma! ¡Poséeme toda! ¡Verás cuán obediente y amable soy! ¡He aquí los narcisos de mis pechos y el vergel de mi vientre, que es muy suave, mira! ¡He aquí mi ombligo, que gusta, de la caricia delicada; ven a disfrutar de él! ¡Después saborearás las primicias de la fruta que poseo! ¡La noche no será bastante larga para nuestros juegos! ¡Y gozaremos hasta que sea de día...!


En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y como era discreta, hubo de callar.



Pero cuando llegó la 185ª noche

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Ella dijo:

"¡Y gozaremos hasta que sea de día!"

Pero como Kamaralzamán, cada vez más sumido en el sueño, seguía sin contestar, la hermosa Budur creyó por un momento que era una ficción de aquél para sorprenderla más, y medio riéndose, le dijo: "¡Vamos; vamos, gentil amigo, no seas tan falso! ¿Es que mi padre te ha dado esas lecciones de malicia para vencer mi orgullo? ¡Inútil trabajo, en verdad! ¡Pues tu belleza, por sí sola, oh joven gamo, esbelto y encantador, me ha convertido en la más sumisa de las esclavas de amor!"

Pero como Kamaralzamán seguía inmóvil, Sett Budur, cada vez más subyugada, añadió: "¡Oh señor de la belleza, mira! ¡Yo también paso por hermosa; a mi alrededor todo vive admirando mis encantos fríos y serenos! ¡Tú fuiste el único que ha logrado encender el deseo en la mirada tranquila de Budur! ¿Por qué no te despiertas, adorable joven? ¿Por qué no te despiertas, di? ¡Heme aquí! ¡Me siento morir!"

Y la joven escondió la cabeza debajo del brazo del príncipe, y le mordió mimosamente en el cuello y en una oreja, pero sin resultado. Entonces, como ya no podía resistir a la llama encendida en ella por vez primera, empezó a rebuscar con la mano por entre las piernas y los muslos del joven, y los encontró tan lisos y redondos, que no pudo evitar que la mano resbalase por su superficie. Entonces, como por casualidad, encontró por el camino y entre ellos un objeto tan nuevo para ella, que lo miró con los ojos muy abiertos, y vió que entre sus manos cambiaba de forma a cada momento. Al principio se asustó mucho; pero rápidamente comprendió su uso particular; pues así como el deseo es mucho más intenso en las mujeres que en los hombres, su inteligencia es también más veloz para apreciar las relaciones entre los órganos encantadores. ¡Lo cogió, pues, a mano llena, y mientras besaba los labios del joven con ardor, sucedió lo que sucedió!

Tras de lo cual, Sett Budur cubrió de besos a su amigo dormido, sin dejar un sitio en que no pusiera los labios. Después, algo calmada, le cogió las manos y se las besó una tras otra en la palma; después le levantó y se lo puso en el regazo, y le rodeó el cuello con los brazos, y así enlazados, cuerpo contra cuerpo, mezclando sus alientos, se durmió sonriendo.

¡Esto fué todo! ¡Y en tanto los tres genios seguían invisibles, sin perder un ademán! Consumada la cosa tan pronto, Maimuna traspuso el límite del júbilo, Dahnasch reconoció sin dificultad que Budur había llegado mucho más allá en las manifestaciones de su ardor y le había hecho perder la apuesta

Pero Maimuna, segura ya de la victoria, fué magnánima, y dijo a Dahnasch: "¡En cuanto a la apuesta que me debes, te la perdono, oh maldito! Y hasta voy a darte un salvoconducto, que en adelante te asegurará la tranquilidad. ¡Pero cuida de no abusar de él, ni vuelvas a faltar a la corrección!"

Después de lo cual la joven efrita se volvió hacia Kaschkasch, y le dijo afablemente: "¡Kaschkasch, te doy mil gracias por tu consejo! ¡Y te nombro jefe de mis emisarios, y de mi cuenta corre que mi padre Domriatt apruebe mi decisión!"

Luego añadió: "¡Ahora, avanzad ambos y coged a esa joven, y transportadla pronto al palacio de su padre Ghayur, señor de El-Budur y El-Kussur! ¡Vistos los rápidos progresos que acababa de hacer delante de mis ojos, le otorgo mi amistad, y tengo ya completa confianza en su porvenir! ¡Ya veréis cómo realiza grandes cosas!"

Y los dos genios respondieron: "¡Inschalah!" y después...


En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.



Y cuando llegó la 186ª noche

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Ella dijo:

Y los dos genios respondieron: "¡Inschalah!" Y después se acercaron al lecho, cogieron a la joven, que se echaron a cuestas, y volaron con ella hasta el palacio del rey Ghayur, al cual no tardaron en llegar y la depositaron con delicadeza en su cama para irse en seguida cada cual por un lado.

En cuanto a Maimuna, se volvió a su pozo, después de haber depositado un beso en los ojos de su amigo.

Eso en cuanto a los tres.

Pero en cuanto a Kamaralzamán, por la mañana despertó del sueño con el cerebro todavía turbado por su aventura nocturna. Y se volvió hacia la derecha y hacia la izquierda; pero, como era natural, sin encontrar a la joven.

Entonces dijo para sí: "¡Bien adiviné que era mí padre el que había preparado todo esto para probarme, e impulsarme al matrimonio! De modo que he hecho bien en aguardar para pedirle el consentimiento, como buen hijo".

Después llamó al esclavo echado a la puerta, gritándole: "¡Eh, tumbón, levántate!" Y el esclavo se levantó sobresaltado, y medio dormido aún se apresuró a llevar a su amo el jarro y la palangana. Y Kamaralzamán cogió la jofaina y el jarro, y se fué al retrete a hacer sus necesidades, verificando luego sus abluciones con cuidado, y volvió para cumplir su rezo por la mañana, y comió un bocado, y leyó un versículo del Korán. Después, tranquilamente, y como de pasada, preguntó al esclavo: "Sauab, ¿adónde llevaste a la muchacha de esta noche?"

El esclavo, estupefacto, exclamó: "¿Qué muchacha, ¡oh amo Kamaralzamán!?"

Este dijo levantando la voz: "¡Te ordeno, bribón, que me respondas sin rodeos! ¿Dónde está la ioven que ha pasado la noche conmigo en la cama?" El esclavo contestó: "¡Por Alah! ¡Oh señor, no he visto ni muchacha ni muchacho! ¡Y además, nadie ha podido entrar aquí, estando yo echado delante de la puerta!" Kamaralzamán gritó: "¡Eunuco malhadado, también tú te atreves a contrariarme y a disgustarme! ¡Ah maldito, te han enseñado ardides y mentiras! ¡Por última vez te intimo a que me digas la verdad!" Entonces el esclavo levantó los brazos al cielo, y exclamó: "¡Alah es el único grande! ¡Oh amo Kamaralzamán, no entiendo una palabra de lo que me preguntas!"

Entonces Kamaralzamán le gritó: "¡Acércate, maldito!" Y habiéndose acercado el eunuco, le agarró del cuello y lo tiró al suelo, y le pateó con tanta furia, que el eunuco soltó un pedo. Entonces Kamaralzamán siguió dándole patadas y puñetazos hasta que le dejó medio muerto. Y como el eunuco por toda explicación lanzaba gritos inarticulados, Kamaralzamán le dijo: "¡Aguarda un poco!" Y corrió a buscar la soga de cáñamo que servía para sacar el agua del pozo, se la pasó al esclavo por debajo de los sobacos, la ató fuertemente, y le arrastró hasta el orificio del pozo, descolgándole hasta que le sumergió del todo en el agua.

Y como era en invierno, y el agua estaba muy desagradable y corría un viento muy frío, el eunuco empezó a estornudar y pedir perdón. Pero Kamaralzamán le zambulló varias veces, gritando cada vez: "¡No saldrás hasta que confieses la verdad! ¡Si no, te ahogo!"

Entonces el eunuco pensó: "¡Seguramente lo hará como lo dice!" Y después gritó: "¡Amo Kamaralzamán, sácame de aquí y te diré la verdad! Entonces el príncipe lo sacó, y le vió que temblaba como caña al viento, y castañeteaba los dientes de frío y miedo, y presentaba un aspecto asqueroso, chorreando agua y sangrando por la nariz.

El eunuco, al sentirse momentáneamente fuera de peligro, no perdió un instante, y dijo al príncipe: "¡Permíteme que vaya primero a mudarme de ropa y a limpiarme las narices!"

Y Kamaralzamán le dijo: "¡Vete, pero no pierdas tiempo! ¡Y vuelve pronto a darme noticias!" Y el eunuco salió corriendo, y se fué a palacio a buscar al padre de Kamaralzamán.

Y en aquel momento el rey Schahramán conversaba con su gran visir, diciendo: "¡Oh visir mío! ¡he pasado muy mala noche por lo inquieto que está mi corazón respecto a mi hijo Kamaralzamán! ¡Y temo mucho que le haya ocurrido alguna desgracia en esa torre vieja, tan mal acondicionada para un joven tan delicado como mi hijo!"

Pero el visir le contestó: "¡Tranquilízate! ¡Por Alah! ¡Nada ha de sucederle allí! ¡Así se domará su arrogancia y se reducirá su orgullo!

Y en el acto se presentó el eunuco en el estado en que le habían puesto, y cayó a los pies del rey, y exclamó: "¡Oh señor nuestro y sultán! ¡La desventura ha entrado en tu casa! ¡Mi amo Kamaralzamán acaba de despertarse completamente loco! ¡Y para darte una prueba de su locura, sabe que me dijo tal y cual cosa, y me hizo tal y cual otra! ¡Y yo, por Alah, no he visto entrar en el aposento del príncipe muchacha ni muchacho!"

Oídas tales palabras, el rey Schahramán ya no tuvo duda de sus presentimientos, y gritó a su visir: "¡Maldición! ¡Tuya es la culpa, oh visir de perros! ¡Tú me sugeriste la idea calamitosa de encerrar a mi hijo, a la llama de mi corazón! ¡Ah, hijo de perro! ¡levántate y corre pronto a ver lo que pasa, y vuelve aquí a darme cuenta de ello inmediatamente!

Enseguida salió el gran visir, acompañado del eunuco, y se dirigió a la torre, pidiendo pormenores, que el esclavo le dió, y bien alarmantes. Así es que el visir no entró en la habitación sin precauciones infinitas, metiendo poco a poco primero la cabeza y después el cuerpo. ¡Y cuál no fué su sorpresa al ver a Kamaralzamán sentado tranquilamente en la cama y leyendo con atención el Korán...


En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.



Pero cuando llegó la 187ª noche

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Ella dijo:

... Kamaralzamán sentado tranquilamente en la cama y leyendo con atención el Korán! Se acercó a él, y después de la zalema más respetuosa, se sentó en el suelo cerca del lecho, y le dijo: "¡Cómo nos ha alarmado este eunuco de betún! ¡Figúrate que este hijo de zorra se presentó trastornado y con facha de perro sarnoso a asustarnos, contándonos cosas que sería indecente repetir delante de ti! ¡Turbó nuestra quietud de tal manera, que estoy alborotado todavía!"

Y Kamaralzamán dijo: "¡Verdaderamente, no os habrá molestado más de lo que me ha molestado a mí hace poco! ¡Pero, oh visir de mi padre, me alegraría mucho saber lo que os pudo contar!" El visir contestó: "¡Alah preserve a tu juventud! ¡Alah robustezca tu entendimiento! ¡Aleje de ti las acciones no mesuradas y libre a tu lengua de las palabras sin sal! ¡Este hijo de bardaje afirma que te has vuelto loco de repente, y le has hablado de una joven que pasó la noche contigo, y que luego te acaloraste con otras insensateces semejantes, y que has acabado por molerle a golpes y echarle al pozo!

¡Oh Kamaralzamán! ¿No es verdad que todo se reduce a una osadía de ese negro podrido?"

Oídas tales palabras, Kamaralzamán sonrió con aire de superioridad, y dijo al visir: "¡Por Alah! ¿Has acabado con las chanzas, viejo sucio, o quieres también enterarte de si el agua del pozo sirve para el hammam? ¡Te advierto que si ahora mismo no me dices lo que mi padre y tú habéis hecho con mi amante, la joven de hermosos ojos negros y mejillas frescas y sonrosadas, me pagarás tus astucias más caras que el eunuco!" Entonces, sobrecogido otra vez el visir por una inquietud sin límites, se levantó andando hacia atrás, y dijo: "¡El nombre de Alah sobre ti y alrededor de ti! ¡Ya Kamaralzamán! ¿por qué hablas de esa manera? ¡Si es que has soñado eso a consecuencia de una mala digestión, apresúrate por favor a disipar el sueño! ¡Ya, Kamaralzamán, esta conversación no es razonable!"

Al oír tales palabras, el joven exclamó: "¡Para demostrarte, oh jeique de maldición, que no he visto a la joven con las orejas, sino con este ojo y este otro, y que no he palpado y olido las rosas de su cuerpo con los ojos, sino con estos dedos y esta nariz, toma!"

Y le dió un cabezazo en el vientre que lo tiró al suelo, y después le agarró las barbas que llevaba muy largas y se las enrolló alrededor de la muñeca y seguro de que no podía escaparse, empezó a darle recios golpes todo el tiempo que se lo permitieron sus fuerzas.

El desdichado gran visir, viendo que perdía las barbas pelo a pelo, y que también el alma estaba a punto de despedirse, se dijo para sí: "¡Ahora tengo que mentir! ¡Es el único medio de librarme de las manos de este loco!"

Por lo tanto, le dijo: "¡Oh mi señor! ¡Te ruego que me perdones por haberte engañado! La culpa es de tu padre, que me encargó mucho, so pena de horca inmediata, que no te revelara todavía el sitio en que se ha depositado a la joven consabida. Pero si quieres soltarme, voy a escape a suplicar al rey tu padre que te saque de esta torre, y le daré cuenta de tu deseo de casarte con la joven. ¡Lo cual le alegrará hasta el límite de la alegría!"

Al oír estas palabras, Kamaralzamán le soltó y le dijo: "¡En tal caso, vé pronto a avisar a mi padre, y vuelve a traerme inmediatamente la contestación!"

En cuanto el visir se vió libre, se precipitó fuera del aposento, cuidando de cerrar la puerta con doble vuelta de llave, y corrió, fuera de sí y con la ropa hecha pedazos, a la sala del trono.

Al ver el rey Schahramán a su visir en aquel estado lamentable, le dijo: "¡Te hallo muy abatido y sin turbante! ¡Y pareces muy mortificado! ¡Bien se ve que ha debido de ocurrirte algo desagradable que ha trastornado tus sentidos!" "¡Es por lo que le sucede a tu hijo; oh rey!"

Este preguntó: "Pues entonces, ¿qué es?" El visir dijo: "¡No cabe duda de que está completamente loco!"

A estas palabras, el rey vió que la luz se convertía en tinieblas delante de sus ojos, y dijo: "¡Alah me asista ! ¡Dime pronto los caracteres de la locura que ataca a mi hijo!" Y el visir contestó: "¡Escucho y obedezco!" Y refirió al rey todos los pormenores de la escena, sin olvidar cómo escapó de manos de Kamaralzamán.

Entonces el rey se encolerizó en extremo, y gritó: "¡Oh el más calamitoso de los visires! ¡Esta noticia que me anuncias vale tu cabeza! ¡Por Alah! ¡Si es realmente ése el estado de mi hijo, te mandaré crucificar encima del minarete más alto, para enseñarte a no darme consejos tan detestables como los que fueron la primera causa de esta desdicha!" Y se precipitó hacia la torre, y seguido del visir penetró en la habitación de Kamaralzamán.

Cuando Kamaralzamán vió entrar a su padre, se levantó rápidamente en honor suyo, y saltó de la cama, y se quedó respetuosamente a fuer de buen hijo. Y el rey, contentísimo al ver a su hijo tan pacífico, delante de él, cruzado de brazos, después de haberle besado la mano, le echó los brazos con ternura alrededor del cuello, y le besó entre los dos ojos, llorando de alegría.

Tras de lo cual le hizo sentarse junto a él, encima de la cama, y se volvió indignado hacia el visir, y le dijo: "¡Ya ves cómo eres el último de los últimos entre los visires! ¿Cómo osaste venir a contarme que mi hijo estaba de esta o la otra manera, llenando de espanto mi corazón y haciéndome añicos el hígado?" Luego añadió: "¡Además, vas a oír con tus propios oídos las respuestas llenas de sentido común que me dará mi amado hijo!"

Miró entonces paternalmente al joven, y le preguntó: "Kamaralzamán, ¿sabes qué día es hoy?" El otro respondió: "¡Seguramente! ¡Es sábado!" El rey dirigió una mirada llena de ira y triunfo al visir aterrarlo, y le dijo: "Lo oyes, ¿verdad?"

Después prosiguió: "Y mañana, Kamaralzamán, ¿qué día será? ¿Lo sabes?" El príncipe contestó: "¡Sí, por cierto...!


En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y como era discreta, se calló.



Y cuando llegó la 188ª noche

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Ella dijo:

"¡Sí, por cierto! ¡Será domingo, y después lunes, luego martes, miércoles, jueves, y finalmente viernes, día santo!" Y el rey, en el colmo de la dicha, exclamó: "¡Oh hijo mío! ¡oh Kamaralzamán! ¡lejos de ti todo mal agüero! Pero dime también cómo se llama en árabe el mes en que estamos". El príncipe respondió: "Se llama en árabe mes de Zul-Kiidat. Después viene el mes de Zul-Hidjat, luego vendrá Moharram, seguido de Safar, de Rabialaual, de Rabialthaní, de Gamadial-luala, de Gamadialthania, de Ragb, de Schaaban, de Ramadán, y por fin, de Schaual".

Entonces el rey llegó al límite extremo de la alegría, y tranquilizado ya acerca del estado de su hijo, se volvió hacia el visir y le escupió en la cara, diciéndole: "¡Aquí no hay más loco que tú, viejo visir malhadado!" Y el visir meneó la cabeza y quiso contestar; pero se calló, y dijo: "¡Aguardemos al final"

Y el rey dijo enseguida a su hijo: "¡Hijo mío, figúrate que este jeique y ese eunuco de betún han ido a contarme tales y cuales palabras que les habías dicho respecto a una supuesta joven que había pasado la noche contigo! ¡Diles en la cara que han mentido!"

Al oír estas palabras Kamaralzamán se sonrió amargamente, y dijo al rey: "¡Oh padre mío! ¡sabe que en verdad ya no tengo ni ganas ni paciencia para soportar más tiempo esa broma que me parece ha durado bastante! Por fávor, ahórrame tal mortificación, y no digas más palabras de ello, pues noto que se me han secado mucho los humores con todo lo que me has hecho pasar! Sin embargo, ¡oh padre mío! sabe que ahora estoy bien resuelto a no desobedecerte más, y consiento en casarme con la hermosa joven que has tenido a bien mandarme esta noche para que me acompañara en la cama. La he encontrado perfectamente deseable, y sólo con verla se me ha puesto toda la sangre en movimiento".

Al oír estas palabras de su hijo, el rey exclamó: "¡El nombre de Alah sobre ti y alrededor de ti, y ¡oh hijo mío! ¡El te guarde de los maleficios y la locura! ¡Ah, hijo mío! ¿Qué pesadilla has tenido para usar semejante lenguaje? ¿Qué manjares pesados comiste anoche para que la digestión ejerciera un influjo tan funesto en tu cerebro? ¡Por favor, hijo mío, tranquilízate! ¡No volveré en mi vida a contrariarte! ¡Y malditos sean el casamiento, y la hora del casamiento, y cuantos me vuelvan a hablar de casamiento!"

Entonces Kamaralzamán dijo a su padre: "Tus palabras sobre mi cabeza, ¡oh padre mío! ¡Pero júrame antes con el gran juramento que no te has enterado de mi aventura de esta noche con la hermosa joven, que como te probaré, dejó en mí más de una huella de la acción compartida!"

Y el rey Schahramán exclamó: "¡Te lo juro por la verdad del santo nombre de Alah, dios de Muza y de Ibrahim, que envió a Mohammed entre las criaturas como prenda de paz y salvación! ¡Amín!" Y Kamaralzamán repitió: "¡Amín!"

Pero le dijo a su padre: "¿Qué dirías ahora si te diera pruebas de que la joven ha pasado por mis brazos?" Y el rey dijo: "¡Te escucho!"

Y Kamaralzamán prosiguió: "Si alguien, ¡oh padre mío! te dijera: "La noche pasada me desperté sobresaltado y vi delante de mí a uno dispuesto a luchar conmigo de un modo sangriento. Entonces yo, aunque sin querer atravesarle, hice inconscientemente un movimiento que impulsó a mi espada hacia su vientre desnudo. ¡Y por la mañana me desperté y vi que mi espada estaba, en efecto, teñida de sangre y espuma! ¿Qué dirías, ¡oh padre mío! al que después de hablarte así, te enseñara la espada ensangrentada?" El rey dijo: "Le diría que la sangre sola, sin el cuerpo del adversario, no era más que media prueba".

Entonces Kamaralzamán dijo: "¡Oh padre mío! yo también, esta mañana, al despertarme, me encontré el bajo vientre cubierto de sangre; la palangana, que está todavía en el retrete, te lo demostrará. ¡Pero como prueba más convincente todavía, he aquí la sortija de la adolescente! ¡En cuanto a mi sortija, ha desaparecido, como ves!"

Al oír aquello, el rey corrió al retrete y vió que efectivamente la palangana consabida contenía...


En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y como era discreta, se calló.



Y cuando llegó la 191ª noche

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Ella dijo:

... el rey corrió al retrete y vió que, efectivamente, la palangana consabida contenía una cantidad enorme de sangre, y dijo para sí:" ¡Este es un indicio de que la contrincante tiene una salud maravillosa y una expansión leal y franca!" Y pensó también: "¡Advierto con certeza en todo esto la mano del visir!"

Después volvió apresuradamente junto a Kamaralzamán, exclamando: "¡Veamos ahora la sortija! Y la cogió, y le dió vueltas y más vueltas, y luego se la devolvió a Kamaralzamán, diciendo: "Es una prueba que me confunde por completo". Y permaneció una hora sin decir palabra. Después se lanzó pronto sobre el visir, y le gritó: "¡Tú eres el que ha armado toda esta intriga, viejo alcahuete!"

Pero el visir cayó a los pies del rey, y juró, por el Libro Noble y por la Fe, que no se había metido en nada de aquello. Y el eunuco hizo el mismo juramento.

Entonces el rey, que cada vez lo entendía menos, dijo a su hijo: "¡Sólo Alah puede aclarar este misterio!" Pero Kamaralzamán muy conmovido, replicó: "¡Oh padre mío! ¡te suplico que hagas pesquisas y gestiones para devolverme a la deliciosa joven cuyo recuerdo me alborota el alma, y te conjuro a que tengas compasión de mí y hagas que se la encuentre, o moriré!"

El rey se echó a llorar, y dijo a su hijo: "¡Ya Kamaralzamán! ¡Sólo Alah es grande, y sólo él conoce lo desconocido! ¡A nosotros no nos queda sino afligirnos ambos: tú por ese amor sin esperanza, y yo por tu propia aflicción y por mi impotencia para remediarla!"

Enseguida el rey, muy desconsolado, cogió de la mano a su hijo y se lo llevó desde la torre hasta el palacio, en donde se encerró con él. Y se negó a ocuparse en los asuntos de su reino para quedarse llorando con Kamaralzamán, que se había metido en la cama lleno de desesperación por amar a una joven desconocida, que después de tan señaladas pruebas de amor, había desaparecido.

Después, el rey, para verse más libre aun de las cosas y gente de palacio, y no preocuparse más que en cuidar a su hijo, a quien tanto quería, mandó edificar en medio del mar un palacio, unido sólo a la tierra por una escollera de veinte codos de anchura, y lo hizo amueblar para su uso y el de su hijo. Y ambos lo habitaban solos, lejos del mundo y de las preocupaciones, para no pensar más que en su desgracia. Y a fin de consolarse un tanto, Kamaralzamán no encontraba nada como la lectura de buenos libros acerca del amor y el recitar versos de los poetas inspirados, como los siguientes entre otros mil:

¡Oh guerrera hábil en el combate de las rosas! ¡La sangre delicada de los trofeos que adornan tu frente triunfal tiñe de púrpura tu profunda cabellera, y el vergel natal de todas sus flores se inclina para besar tus pies infantiles!


¡Tan suave es ¡oh princesa! tu cuerpo sobrenatural, que el aire encantado, se aromatiza al tocarlo; y si la brisa curiosa penetrase debajo de tu túnica, en ella se eternizaría!


¡Tan bella es tu cintura, ¡oh hurí! que el collar de tu garganta desnuda se queja de no ser tu cinturón! ¡Pero tus piernas sutiles, cuyos tobillos están cercados de cascabeles, hacen crujir de envidia a las pulseras de tus muñecas!


Todo eso en cuanto a Kamaralzamán y a su padre el rey Schahramán.

Vamos ahora con la princesa Budur.

Cuando los dos genios la dejaron en su lecho del palacio de su padre el rey Ghayur, casi había transcurrido la noche. A las tres horas apareció la aurora, y Budur se despertó. Sonreía todavía a su amado y se desperezaba de gusto, en ese momento delicioso de semisueño al lado del amante, a quien creía junto a ella. Y al alargar los brazos vagamente para rodearle el cuello antes de abrir los ojos, no cogió más que el vacío. Entonces se despertó del todo y ya no vió al hermoso adolescente, al cual había amado aquella noche, y le tembló el corazón hasta casi perder el juicio, y exhaló un grito agudo que hizo acudir a las diez mujeres encargadas de su custodia, y entre ellas a su nodriza.

Rodearon ansiosas el lecho, y la nodriza le preguntó con acento asustado: "¿Qué ocurre, ¡oh mi señora!?"


En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y como era discreta, se calló.

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