Cuento del cuervo y el gato de Algalia

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He llegado a saber que un cuervo y un gato de Algalia habían trabado una firme amistad y se pasaban las horas retozando y jugando a varios juegos. Y un día que hablaban de cosas realmente interesantes, pues no hacían caso de lo que pasaba a su alrededor, fueron devueltos a la réalidad por el rugido espantoso de un tigre, que resonaba en el bosque.

Inmediatamente, el cuervo, que estaba en el tronco de un árbol al lado de su amigo, se apresuró a ganar las ramas altas. En cuanto al gato, de espantado no sabía dónde ocultarse, pues ignoraba el sitio de donde acababa de salir el rugido del tigre.

En tal perplejidad, dijo al cuervo: "¿Qué haré, amigo mío? Dime si puedes indicarme algún medio o si puedes prestarme algún socorro eficaz". El cuervo respondió: "¿Qué no haría yo por ti, buen amigo? Estoy dispuesto a afrontarlo todo para sacarte de apuros; pero antes de acudir en tu socorro, déjame recordarte lo que dijo el poeta:


¡La verdadera amistad es la que nos impulsó a arrojarnos al peligro para salvar al objeto amado, arriesgándonos a sucumbir!


¡Es la que nos hace abandonar bienes, padres y família, para ayudar al hermano de nuestra amistad!"


Enseguida el cuervo se apresuró a volar hacia un rebaño que pasaba por allí, guardado por enormes perros, más imponentes que leones. Y se fué derecho a uno de los perros, se precipitó sobre su cabeza y le dió un fuerte picotazo. Después se lanzó sobre otro perro e hizo lo mismo; y habiendo excitado así a todos los perros, echó a volar a una altura suficiente para que le fueran persiguiendo, pero sin que le alcanzaran sus dientes. Y graznaba a toda voz, como para mofarse de ellos. De modo que los perros le fueron siguiendo cada vez más furiosos, hasta que los atrajo hacia el centro del bosque. Y cuando los ladridos hubieron resonado en todo el bosque, el cuervo supuso que el tigre, espantado, había debido huir; entonces el cuervo se remontó cuanto pudo, y habiéndolo perdido de vista los perros, regresaron al rebaño. El cuervo fué a buscar a su amigo el gato, al cual había salvado de aquel peligro, y vivió con él en paz y felicidad.


Y ahora deseo contarte, ¡oh rey afortunado! -prosiguió Schehrazada- la historia del cuervo y el zorro.



Cuento del cuervo y el zorro

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Se cuenta que un zorro viejo, cuya conciencia estaba cargada de no pocas fechorías, se había retirado al fondo de un monte abundante en caza, llevándose consigo a su esposa. Y siguió haciendo tanto destrozo que acabó por despoblar completamente la montaña, y para no morirse de hambre, empezó por comerse a sus propios hijos y por estrangular una noche traidoramente a su esposa, a la cual devoró en un momento. Y hecho esto no le quedó nada a qué hincar el diente.

Era demasiado viejo para cambiar de residencia y no era bastante ágil para cazar liebres y coger al vuelo las perdices. Mientras estaba absorto en estas ideas, que le ennegrecían el mundo delante del hocico, vió posarse en la copa de un árbol a un cuervo que parecía muy cansado.

Y enseguida pensó: "¡Si pudiera hacerme amigo de ese cuervo, sería mi felicidad! ¡Tiene buenas alas que le permiten hacer lo que no pueden mis patas baldadas! ¡Así, me traería el alimento, y además me haría compañía en esta soledad que empieza a serme tan pesada!" Y pensado y hecho, avanzó hasta el pie del árbol en que estaba posado el cuervo, y después de las zalemas acostumbradas, le dijo:

"¡Oh mi vecino! ¡No ignoras que todo buen musulmán tiene dos méritos para su vecino! ¡El de ser musulmán y el de ser su vecino! ¡Reconozco en ti esos dos méritos, y me siento conmovido por la atracción invencible de tu gentileza y por las buenas disposiciones de amistad fraternal que te supongo!

Y tú, ¡oh buen cuervo! ¿qué sientes hacia mí?"

Al oír estas palabras, el cuervo se echó a reír de tan buena gana que le faltó poco para caerse del árbol. Después dijo: "¡No puedo ocultarte que es muy grande mi sorpresa! ¿De cuándo acá, ¡oh zorro! esa amistad insólita? ¿Y cómo ha entrado la sinceridad en tu corazón, cuando sólo estuvo en la punta de tu lengua? ¿Desde cuándo dos razas tan distintas pueden fundirse tan perfectamente, siendo tú de la raza de los animales y yo de la raza de las aves? Y sobre todo, ¡oh zorro! ya que eres tan elocuente, ¿sabrías decirme desde cuándo los de tu raza han dejado de ser de los que comen y los de mi raza los comidos? ¿Te asombras? ¡Pues ciertamente no hay por qué! ¡Vamos, zorro! ¡viejo malicioso, vuelve a guardar todas esas hermosas palabras en tu alforja, y dispénsame de una amistad respecto a la cual no me has dado pruebas!"

Entonces el zorro exclamó: "¡Oh cuervo juicioso, cuán perfectamente razonas! Pero sabe que nada es imposible para Aquel que formó los corazones de sus criaturas, y ha engendrado en el mío ese generoso sentimiento hacia ti.

¡Y para demostrarte que individuos de distinta raza pueden estar de acuerdo, y para darte las pruebas que con tanta razón me reclamas, no encuentro nada mejor que contarte la historia que he llegado a saber, la historia de la pulga y el ratón, si es que quieres escucharla!"

El cuervo repuso: "Puesto que hablas de pruebas, dispuesto estoy a oír esa historia de la pulga y el ratón, que desconozco".

Y el zorro la narró de este modo:

"¡0h amigo, lleno de gentileza! los sabios versados en los libros antiguos y modernos nos cuentan que una pulga y un ratón fueron a vivir en la casa de un rico mercader, cada cual en el lugar que fué más de su agrado.

"Ahora bien; cierta noche, la pulga, harta de chupar la sangre agria del gato de la casa, saltó a la cama donde estaba tendida la esposa del mercader, se deslizó entre la ropa, se escurrió por debajo de la camisa para llegar a los muslos, y desde allí brincó hasta el pliegue de la ingle, precisamente en el sitio más delicado. Y notó realmente que aquel sitio era muy delicado, muy suave, muy blanco y liso a pedir de boca: No tenía ni arrugas ni pelos indiscretos. ¡Al contrario, ¡oh cuervo amigo! al contrario! Y fué el caso que la pulga se encastilló en aquel paraje y se puso a chupar la deliciosa sangre de la mujer hasta llegar a la hartura. Sin embargo, puso tan poca discreción en su trabajo, que la mujer se despertó al sentir la picadura, y llevó la mano velozmente al sitio picado, y habría aplastado a la pulga si ésta no se hubiese escurrido diestramente por el calzón, corriendo a través de los innumerables pliegues de esa prenda especial de la mujer, y saltando desde allí al suelo para refugiarse en el primer agujero que encontró. ¡Esto en cuanto a la pulga!

"En cuanto a la mujer, como lanzase un alarido de dolor que hizo acudir a todas las esclavas, advertidas éstas de la causa del sufrir de su señora, se apresuraron a remangarse los brazos y a buscar la pulga entre las ropas. Dos esclavas se encargaron de las faldas, otra de la camisa, y otras dos del amplio calzón, cuyos pliegues examinaron escrupulosamente uno tras otro. Entretanto, la mujer se hallaba completamente en cueros, y a la luz de los candelabros se registraba la parte delantera mientras que la esclava favorita le inspeccionaba minuciosa mente la trasera. ¡Pero ya te puedes figurar, ¡oh cuervo! que no encontraron nada! ¡Y esto es todo en cuanto a la mujer!"

El cuervo exclamó: "Pero a todo eso, ¿en dónde están las pruebas de que me hablabas?" El zorro repuso: "¡Precisamente vamos a ello!"

Y prosiguió de esta manera:

"He aquí que el agujero en que se había refugiado la pulga era la madriguera del ratón...


En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.



Y cuando llegó la 151ª noche

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Ella dijo:

"He aquí que el agujero en que se había refugiado la pulga era la madriguera del ratón; de modo que cuando el ratón vió entrar a la pulga en su casa se indignó extraordinariamente, y le dijo: "¿Qué vienes a hacer aquí, ¡oh pulga! ya que no eres de mi especie ni de mi esencia? ¿Qué buscas aquí, ¡oh parásito! del cual sólo se puede esperar algo desagradable?"

Y la pulga contestó: "¡Oh ratón hospitalario entre los ratones! sabe que si he invadido tan indiscretamente tu domicilio, ha sido contra mi voluntad, pues lo he hecho para librarme de la muerte con que me amenazaba la dueña de esta casa. ¡Y todo por un poco de sangre que le he chupado! ¡Verdad es que era de primera calidad, suave, tibia y de maravillosa digestión!

Vengo, pues, a ti, confiada en tu bondad, para rogarte que me tengas en tu casa hasta que haya pasado el peligro. Lejos de atormentarte y obligarte a huir de tu domiclio, te demostraré una gratitud tan señalada, que darás las gracias a Alah por haberme admitido en tu compañía". Entonces, convencido el ratón por el acento sincero de la pulga; dijo: "Si realmente es así, ¡oh pulga! puedes compartir mi albergue y vivir aquí tranquila. ¡Serás mi compañera en la próspera y adversa fortuna! ¡Y en cuanto a la sangre bebida en el muslo de la mujer, no te apures! ¡Digiérela gozosamente en la paz de tu corazón y con delicia! ¡Cada cual encuentra su alimento donde puede, y nada hay en ello de reprensible; y si Alah nos ha dado la vida, no ha sido para que nos dejemos morir de hambre ni de sed! Y a este propósito, he aquí los versos que oí recitar un día por las calles a un santón:


¡Nada tengo en la tierra que me sujete: ni muebles, ni esposa que me gruña, ni casa! ¡Oh corazón mío, cuán libre estás!


¡Un pedazo de pan, un sorbo de agua y un poco de sal bastan para mi alimento, pues estoy completamente solo! ¡Un raído ropón me sirve de traje, y aún me sobra!


¡Tomo el pan donde lo encuentro, y acato el destino conforme viene! ¡Nada me pueden quitar! ¡Lo que cojo a los demás para vivir es lo que les sobra! ¡Corazón mío, cuán libre estás!


"Cuando la pulga oyó este discurso del ratón, se sintió muy conmovida; y le dijo: "¡Oh ratón, hermano mío, qué vida tan deliciosa vamos a pasar juntos! ¡Alah apresure el momento en que pueda agradecer tus bondades!"

"Y el tal momento no tardó en llegar. Efectivamente, la misma noche, el ratón, que había ido a dar una vuelta por la casa del mercader, oyó un rumor metálico, y sorprendió al mercader que contaba uno por uno los numerosos dinares guardados en un saquito, y cuando hubo echado la cuenta, los escondió bajo la almohada, se tumbó en la cama, y se durmió.

Entonces el ratón fué a buscar a la pulga, le contó lo que acababa de ver, y le dijo: "Ha llegado la ocasión de que me ayudes a transportar esos dinares de oro desde la cama del mercader hasta mi albergue".

Al oír estas palabras, la pulga estuvo a punto de desmayarse de emoción, por lo exorbitante que le pareció todo aquello, y exclamó con tristeza: "No debes pensar en eso, ¡oh ratón! ¿Cómo he de llevar yo a cuestas un dinar, cuando mil pulgas juntas no podrían ni siquiera moverlo? En cambio puedo ayudarte de otro modo, pues tan pulga como me ves, me encargo de sacar al mercader de su habitación ahuyentándole de la casa; y entonces serás el amo del terreno, y sin apresurarte y a tu gusto podrás transportar los dinares a tu madriguera".

El ratón exclamó: "¡Eres en verdad una pulga excelente, y no había caído en ello hasta ahora! ¡Mi madriguera es lo suficientemente grande para encerrar todo el oro, y he abierto setenta puertas para poder salir en el caso de que quisieran emparedarme en ella! ¡Date prisa a ejecutar lo que has ofrecido!"

"Entonces la pulga, dando brincos, saltó a la cama en que dormía el mercader, fué rectamente hacia las posaderas, y en ellas le picó como nunca había picado pulga alguna en trasero humano. El mercader, al sentir la picadura y el agudísimo dolor que le produjo, se levantó rápidamente, llevándose la mano al honroso sitio, del cual ya se había apresurado a alejarse la pulga. Y el mercader empezó a lanzar mil maldiciones, que resonaban en el vacío de la casa silenciosa. Después de dar mil vueltas, trató de volverse a dormir. ¡Pero no contaba con su enemigo! En vista de que el mercader se empeñaba en seguir acostado, la pulga volvió a la carga más enfurecida que antes, y esta vez le picó con todas sus fuerzas en el sensible lugar que se llama perineo.

"Entonces el mercader, sobresaltado y rugiendo, rechazó las mantas y las ropas, y bajó corriendo al lugar donde estaba el pozo, y allí se remojó insistentemente con agua fría, a fin de calmar el escozor. Y ya no quiso volver a su alcoba, sino que se echó en un banco del patio para pasar el resto de la noche.

"De esta suerte el ratón pudo transportar a su madriguera sin ninguna dificultad todo el oro del comerciante, y cuando amaneció ya no quedaba un dinar en el saco.

"¡Y de este modo, supo agradecer la pulga la hospitalidad del ratón, recompensándole con creces!


"Y tú, amigo cuervo -prosiguió el zorro-, espero que pronto verás mi abnegación en cambio del pacto de amistad que sellemos".

Pero el cuervo dijo: Verdaderamente, ¡oh mi señor zorro! tu historia no me ha convencido ni mucho menos. Al cabo y al fin cada cual puede libremente hacer o dejar de hacer el bien, sobre todo cuando este bien amenaza convertirse en causa de varias calamidades. Y éste es el caso presente. Hace mucho tiempo que eres famoso por tus perfidias y por el incumplimiento de la palabra empeñada. ¿Cómo ha de inspirarme ninguna confianza un ser como tú, de mala fe, y que ha sabido últimamente traicionar y hacer perecer a su primo el lobo? Porque ¡oh traidor entre los traidores! estoy bien enterado de esa fechoría tuya cuyo relato es sabido a toda la gente animal.

¡De modo que si te prestaste a sacrificar a uno que si no era de tu especie era de tu raza, si lo has traicionado después de tratarle como amigo tanto tiempo y de adularle de mil maneras, es seguro que para ti será un juego la perdición de cualquier otro animal que sea de raza diferente de la tuya!

Esto me recuerda una historia muy aplicable al caso".

El zorro preguntó: "¿Qué historia?"

Y el cuervo dijo: "¡La del buitre!" Entonces exclamó el zorro: "No conozco nada de esa historia del buitre. ¡Cuéntamela!"


Y el cuervo habló de este modo:

"Había un buitre cuya tiranía sobrepasaba todos los límites conocidos. No se sabía de ave alguna, ni chica ni grande, que estuviese libre de sus vejaciones. Había sembrado el terror entre todos los lobos del aire y de la tierra, y de tal modo se le temía, que las alimañas más feroces, al verle llegar, soltaban lo que tuvieran y huían espantadas de su pico formidable y de sus plumas erizadas. Pero llegó un tiempo en que los años, acumulados sobre su cabeza, se la desplumaron del todo, le gastaron las garras y le hicieron caer a pedazos las quijadas amenazadoras. La intemperie ayudó también a dejarle el cuerpo baldado y las alas sin virtud. Entonces se convirtió en tal objeto de lástima, que sus antiguos enemigos no quisieron devolverle sus tiranías y sólo lo trataron con desprecio. ¡Y para comer tenía que contentarse con las sobras que dejaban las aves y los animales!

"Y he aquí, ¡oh zorro! que tú has perdido ahora tus fuerzas, pero te queda aún la alevosía.

Quieres, viejo e imposibilitado como estás, aliarte conmigo que, gracias a la bondad del Hacedor, conservo intacto el empuje de mis alas, lo agudo de mi vista y lo acerado de mi pico: ¡No quieras hacer conmigo lo que hizo el gorrión!"

Pero el zorro, lleno de asombro, preguntó: "¿De qué gorrión hablas?"


Y el cuervo dijo:

"He llegado a saber que un gorrión habitaba un prado en el cual pacía un rebaño de corderos. Rayaba la tierra con el pico, siguiendo a los carneros, cuando de pronto vió que un águila enorme se precipitaba sobre un corderillo, se lo llevaba en las garras y desaparecía con él a lo lejos.

El gorrión sintiéndose acometido de una extrema arrogancia, extendió las alas poseído de vanidad, y dijo para sí: "También yo sé volar, y por lo tanto podré arrebatar un carnero de los más grandes". inmediatamente eligió el carnero más gordo que pudo hallar entre todos: tenía una lana abundante y añeja, y por debajo del vientre, empapada con los orines de por la noche, no era más que una masa pegajosa y putrefacta.

El gorrión se lanzó sobre el lomo del carnero, y quiso llevárselo. Pero al primer impulso, las patas se le quedaron enredadas en las vedijas de lana, y entonces él fué el que quedó prisionero.

Acudió el pastor, se apoderó de él, le arrancó las plumas de las alas, y atándole una pata con un bramante, se lo dió a sus hijos para que jugasen con él, y les dijo: "¡Mirad bien este pájaro! Ha querido, por desgracia suya, habérselas con quien es más fuerte que él, ¡y por eso ha sido castigado con la esclavitud!"

"Y tú, ¡oh zorro inválido! quieres compararte conmigo, pues tienes la audacia de proponerme tu alianza. ¡Vamos, viejo taimado, vuelve las espaldas enseguida!"

Comprendió el zorro entonces que era inútil querer engañar a un individuo tan listo como el cuervo. Y dominado por la rabia, empezó a rechinar tan de recio las mandíbulas, que se rompió un diente. Y el cuervo, burlonamente, dijo: "¡Siento de veras que te hayas roto un diente por mi negativa!"

Pero el zorro le miró con un respeto sin límites, y le dijo: "No es por tu negativa por lo que se me ha roto el diente, sino por la vergüenza de haber dado con uno más listo que yo!"

Y dichas estas palabras, el zorro se apresuró a largarse para ir a esconderse.


Y tal es, ¡oh rey afortunado! -prosiguió Schehrazada- la historia del zorro y el cuervo. Acaso haya sido un poco larga; pero ahora me propongo, si Alah me otorga vida hasta mañana, y tienes gusto en ello, contarte la historia de la bella Schamsennahar con el príncipe Alí ben-Bekar.

Y el rey Schahriar exclamó: "¡Oh Schehrazada! no creas que me hayan aburrido las historias de los animales y las aves, ni que me hayan parecido largas, pues me han encantado. ¡Y si supieras otras, me agradaría oírlas, aunque sólo fuese por lo que me podrían aprovechar!

¡Y ya que me anuncias una historia, que por el título me parece completamente admirable, estoy dispuesto a oírla!"


En aquel momento Schehrazada vió aparecer la mañana, y rogó al rey que aguardara hasta el día siguiente.



Historia de Alí Ben-Bekar y la bella Schamsennahar

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He llegado a saber, ¡oh rey afortunado! Que había en Bagdad, durante el reinado que transcurrió del califa Harún Al-Raschid, un joven mercader muy bien formado y muy rico que se llamaba Abalhassan ben-Taher. Era seguramente el más hermoso y afable y el más ricamente vestido de todos los mercaderes del Gran Zoco. Así es que había sido elegido por el jefe de los eunucos de palacio para proveer a las favoritas de todas las cosas, telas o pedrerías que pudieran necesitar. Y tales damas se atenían ciegamente a su buen gusto y sobre todo a su discreción, muchas veces puesta a prueba en los encargos que le hacían. Nunca dejaba de servir toda clase de refrescos a los eunucos que iban a hacerle los encargos, ni olvidaba obsequiarles con un regalo adecuado al puesto que ocupaban cerca de sus dueñas.

Así es que el joven Abalhassan era adorado de todas las mujeres y de todos los esclavos del palacio, y de tal modo le apreciaban, que el mismo califa acabó por notarlo. Y apenas le vió, le apreció también por sus buenos modales y la hermosura agradable y sencilla. Le dió libre entrada en el palacio a todas horas del día o de la noche; y como el joven Abalhassan unía a sus cualidades el don del canto y la poesía, el califa, que no encontraba quien superase la hermosa voz y bella dicción de este poeta, le mandaba con frecuencia acompañarle a comer a fin de que improvisase versos de perfecto ritmo.

De suerte que la tienda de Abalhassan era la más conocida de cuantos jóvenes había en Bagdad, hijos de emires o notables, y asimismo la conocían las mujeres de nobles dignatarios y chambelanes.

Uno de los más asiduos concurrentes a la tienda era un joven que se había hecho muy amigo de Abalhassan, por lo hermoso y atrayente que era. Se llamaba Alí Ben-Bekar, y descendía de los antiguos reyes de Persia. Su apostura encantaba, sus mejillas estaban sonrosadas y frescas, las cejas perfectamente trazadas, la dentadura sonriente y el habla deliciosa.

Un día que el príncipe Alí ben-Bekar estaba sentado en la tienda al lado de su amigo Abalhassan ben-Taher y ambos conversaban y reían, vieron llegar a diez muchachas, hermosas como lunas, y escoltando a una joven montada en una mula que llevaba jaeces de brocado y estribos de oro.

Esta joven iba tapada con un izar de seda de color de rosa, sujeto a la cintura con un cinturón bordado de oro de cinco dedos de ancho, incrustrado de grandes perlas y pedrería. Su rostro lo cubría un velillo transparente, ¡y sus ojos irradiaban espléndidos a través del velillo! La piel de sus manos era tan suave como la misma seda, y sus dedos cargados de diamantes, parecían así más bien formados. Su talle y sus formas podían adivinarse como maravillosos, a pesar de lo poco que de ellos se podía ver.

Cuando la comitiva llegó a la puerta de la tienda descabalgó la joven, apoyándose en los hombros de las esclavas. Entró en la tienda, deseó la paz a Abalhassan, que le devolvió el saludo con el más profundo respeto, y se apresuró a arreglar los almohadones y el diván para invitarla a sentarse. Después se retiró unos pocos pasos para esperar sus órdenes. Y la joven se puso a elegir pausadamente unas telas de fondo de oro, algunos objetos de orfebrería y varios frascos de esencia de rosas. Y como no temía que la molestasen en casa de Abalhassan, se levantó un momento el velillo de la cara, y brilló sin ningún obstáculo toda su belleza.

Apenas el joven príncipe Alí ben-Bekar vió aquel semblante tan hermoso, quedó pasmado de admiración, y una pasión inmensa se encendió en el fondo de su hígado. Después, discretamente, hizo ademán de alejarse, y entonces la hermosa joven, que se había fijado en él y también se había sentido conmovida, dijo a Abalhassan con una voz admirable: "No quiero ser causante de que se vayan tus parroquianos. ¡Invita a ese joven a quedarse!" Y sonrió admirablemente.

Al oír estas palabras, el príncipe Alí ben-Bekar llegó al límite de la alegría, y no queriendo ser menos galante, dijo a la joven: "¡Por Alah! ¡Oh señora mía! si me alejaba no era sólo por temor de ser importuno, sino porque al verte pensé en estos versos del poeta:


"¡Oh tú, que miras al sol! ¿No ves que habita en alturas que ninguna mirada humana podrá medir?


¿Piensas poder alcanzarlo sin alas o crees ¡oh candoroso! Que va a bajar hasta ti? "


Cuando la joven oyó esta estrofa, recitada con amargo tono, quedó impresionada por el sentimiento que en ella había, y le sedujo el aspecto de su enamorado. 'Le dirigió sonriente una larga mirada, hizo una seña al mercader para que se acercase, y le preguntó a media voz: "Abalhassan, ¿quién es ese joven, y de dónde viene?"

El otro contestó: "Es el príncipe Alí ben-Bekar, descendiente de los reyes de Persia. Tan noble como hermoso. Y es mi mejor amigo".

"Verdaderamente gentil -repuso la joven-. Y no te asombre, ¡oh Abalhassan! que poco después de marcharme veas llegar a una de mis esclavas, para invitaros a los dos a venir a verme. Porque quisiera demostrarle que hay en Bagdad palacios más hermosos, mujeres más bellas y almas más expertas que en la corte de los reyes de Persia".

Y Abalhassan, que necesitaba poco para entender las cosas, se inclinó y dijo: "¡Sobre mi cabeza y sobre mis ojos!"

Entonces la joven se echó de nuevo el velillo a la cara y salió, dejando en pos de sí el sutil perfume de la ropa guardada entre jazmín y sándalo.

Y Alí ben-Bekar, después de salir la joven, permaneció un buen rato sin saber lo que decía, hasta el punto de que Abalhassan tuvo que advertirle que los parroquianos notaban su agitación y empezaban a extrañarla.

Y Àlí ben-Bekar respondió: "¡Oh Ben-taher! ¿Cómo no he de estar agitado, si el alma quiere escapárseme del cuerpo para unirse a esa luna que ha rendido mi corazón y lo ha hecho entregarse sin consultar a la razón?"

Después añadió: "¡Oh Ben-Taher! ¡Por favor! ¿Quién es esa joven a quien pareces conocer? ¡Apresúrate a decírmelo!"

Y Abalhassan respondió: "¡Es la favorita predilecta del Emir de los Creyentes! ¡Se llama Schamsennahar! (Sol de un Día Hermoso).

El califa la trata con consideraciones que apenas se otorgan a la misma Sett Zobeida, su legítima esposa. Tiene un palacio propio, en el que manda como dueña absoluta, sin que la vigilen los eunucos, pues el califa tiene en ella una confianza ilimitada. Y lleva razón al obrar de este modo, pues siendo la más hermosa de todas las mujeres del palacio, es la que da menos que hablar con guiños de ojos a los esclavos y eunucos".

Apenas acababa Abalhassan de dar estas explicaciones a su amigo Alí ben-Bekar, cuando entró una esclava jovencita que, aproximándose a Abalhassan, le dijo al oído: "¡Mi señora Schamsennahar os llama a ti y a tu amigo!" Y enseguida Abalhassan se levantó, hizo seña a Alí ben-Bekar, y después de cerrar la puerta de la tienda siguieron a la esclava, que los guió al palacio de Harún Al-Raschid.

Y entonces el príncipe Alí se creyó transportado a la misma morada de los genios, donde todas las cosas son tan bellas que la lengua del hombre criaría pelos antes de poder describirlas. Pero la esclava. sin darles tiempo a expresar su encanto, dió unas palmadas y apareció una negra, cargada con una gran bandeja cubierta de manjares y frutas, y la colocó en un taburete. Sólo el perfume que exhalaban era ya un admirable bálsamo para la nariz y el corazón.

La esclava se puso a servirlos con extremada consideración, y cuando estuvieron ahitos, les presentó una jofaina y una vasija de oro llena de agua perfumada para que se lavasen las manos; luego les presentó un jarro maravilloso incrustado de rubíes y diamantes y lleno de agua de rosas, les echó en una y en otra mano para la barba y el rostro, y después les llevó perfume de áloe en una cazoleta de oro, y les perfumó el traje, según costumbre. Y hecho esto, abrió una puerta y les rogó que la siguieran. Y los introdujo en un salón de una arquitectura deslumbrante.

Hallábase coronado por una cúpula sostenida por ochenta columnas del mármol más transparente y más puro; las bases y capiteles estaban esculpidos con arte exquisito y adornados con aves de oro y animales de cuatro pies. Y la cúpula tenía pintados sobre fondo de oro unos dibujos coloreados y como vivientes, que representaban los mismos adornos que los de la gran alfombra que cubría la sala. En los espacios que quedaban entre las columnas, había grandes jarrones con flores, o sencillamente unas grandes ánforas, hermosas con su propia belleza y su carne de jaspe, ágata o cristal. Y aquella sala daba a un jardín, cuya entrada reproducía, con guijarros de colores, los mismos dibujos de la alfombra; de modo que la cúpula, el salón y el jardín se continuaban bajo el cielo tranquilo y azul.

Y mientras el príncipe Alí ben-Bekar y Abalhassan admiraban esta delicada combinación, vieron sentadas en corro, con los pechos turgentes, los ojos negros y las mejillas sonrosadas, diez muchachas que tenían cada una en la mano un instrumento de cuerda.


En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.



Y Cuando llegó la 153ª noche

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Ella dijo:

Y a una señal de la esclava favorita, aquellas jóvenes tocaron a un tiempo un preludio dulcísimo. Y el príncipe Alí, cuyo corazón estaba lleno del recuerdo de Schamsennahar, sintió que los ojos se le llenaban de lágrimas.

Y dijo a su amigo Abalhassan: "¡Ah, hermano mío, cuán conmovida siento mi alma! ¡Estos acordes me hablan en un lenguaje que la hace llorar, sin saber a punto fijo por qué!"

Abalhassan dijo: "¡Mi joven señor, tranquiliza tu alma y presta toda tu atención a este concierto, que promete sea admirable, gracias a la hermosa Schamsennahar, que seguramente llegará pronto!"

Y, en efecto, apenas Abalhassan había pronunciado estas palabras, cuando las diez mujeres se levantaron a la vez, y unas pulsando las cuerdas, y agitando otras rítmicamente sus panderetillas, entonaron este canto:


¡Azul, nos miras con sonrisa de felicidad! ¡Y he aquí que la luna levanta sus lienzos de nube, para velarse confusa! ¡Y el sol, vencedor, huye también y no brilla!


Y el coro se detuvo aguardando la respuesta, que cantó una de las diez jóvenes:


¡He aquí nuestra luna que avanza! ¡Y viene porque el sol nos ha visitado, un sol juvenil y principesco, que ha venido a rendir tributo a Schamsennahar!


Entonces el príncipe Alí, que representaba aquel sol, miró a la parte opuesta, y vió acercarse doce negras jóvenes, que llevaban en hombros un trono de plata maciza, cubierto con un dosel de terciopelo, y en el cual estaba sentada una joven tapada con un gran velo de seda que flotaba por delante del trono. Y aquellas negras llevaban el pecho desnudo y las piernas desnudas; y una faja de seda y oro, ajustada a la cintura, hacía resaltar las opulentas nalgas de las cargadoras. Y cuando llegaron adonde estaban las cantarinas, dejaron suavemente en el suelo el trono de plata, y retrocedieron hasta debajo de los árboles.

Entonces una mano apartó el velo de seda, y brillaron unos ojos en un rostro de luna: era Schamsennahar.

Llevaba un gran manto azul en fondo de oro, constelado de perlas, diamantes y rubíes, todo ello de una calidad y un precio incalculables. Apartadas las cortinas del trono, Schamennahar se despojó completamente del velo de seda, y miró sonriendo al príncipe Alí, e inclinó levemente la cabeza. Y el príncipe Alí, suspirando, la miró, y con el lenguaje mudo de los ojos se dijeron en pocos instantes más cosas de las que hubieran podido decirse en mucho tiempo.

Schamsennahar pudo por fin separar sus miradas de los ojos de Alí ben-Bekar, para mandar a sus doncellas que cantaran.

Entonces una de ellas se apresuró a templar el laúd, y cantó:


¡Oh Destino! Cuando dos amantes, atraídos entre sí, se encuentran dignos el uno del otro y se unen en un beso, ¿quién tiene la culpa más que tú?


Y la amante dice: ¡Oh corazón mío, dame otro beso! ¡Te lo volveré con el mismo calor que tenga el tuyo! ¡Y si quisieras que tuviera más calor, cuán fácil me sería complacerte!


Entonces Schamsennahar y Alí ben-Bekar suspiraron; y otra joven cantó, obedeciendo a una seña de la hermosa favorita:


¡Oh muy amado! ¡Luz que iluminas el espácio en que están las flores, como los ojos del muy amado!


¡Oh carne que filtras la bebida de mis labios,oh carne tan dulce para mis labios!


¡Oh muy amado¡ Cuando te encontré la Belleza me detuvo para decirme entusiasmada:


¡Helo aquí! ¡Ha sido modelado por dedos divinos! ¡Es una carícia, es como un bordado magnífico!


Al oír estos versos, el príncipe Alí ben-Bekar y la hermosa Schamsennahar se miraron largo rato, pero ya una tercera cantarina decía:


¡Las horas dichosas, ¡oh jóvenes! corren como el agua, rápidas como el agua! ¡Creedme, enamorados, no aguardéis más!


¡Aprovechad la dicha! ¡Sus promesas son fugaces! I Aprovechad la belleza de vuestros años y el momento que os une!


Cuando la cantarina hubo acabado su estrofa, el príncipe Alí exhaló un prolongado suspiro, y sin poder reprimir por más tiempo su emoción, rompió en sollozos. Schamsennahar, que no estaba menos conmovida, se echó a llorar también, y no pudiendo sobreponerse a su pasión, se levantó del trono y se dirigió hacia la puerta de la sala.

Inmediatamente Alí ben-Bekar corrió en la misma dirección, y al llegar detrás del cortinaje que cubría la puerta se encontró con su amada. Fué tan grande su emoción al besarse y tan intenso su delirio, que se desmayaron uno en brazos de otro; y seguramente se habrían caído al suelo si no los hubiesen sostenido las doncellas que habían seguido a cierta distancia a su ama.

Las esclavas se apresuraron a llevarlos a un diván, donde les hicieron volver en sí a fuerza de rociarlos con agua y flores y con perfumes vivificantes.

Y Schamsennahar, al volver en sí, sonrió dichosa al ver a su amigo Alí ben-Bekar; pero como no viese a Abalhassan ben-Taher, preguntó ansiosamente por él.

Y Abalhassan, por discreción, se había retirado de allí temiendo las consecuencias desagradables que pudiese tener aquella aventura si llegaba a divulgarse por el palacio. Pero en cuanto se enteró de que la favorita preguntaba por él, avanzó respetuosamente y se inclinó ante ella.

Y Schamsennahar dijo: "¡Oh Abalhassan! ¿cómo podré agradecerte tus buenos oficios? ¡Gracias a ti he conocido lo más digno de ser amado que hay entre las criaturas, y he gozado unos instantes incomparables en que el alma se llena de felicidad! ¡Sabe, oh Ben-Taher, que Schamsennahar no será ingrata!"

Y Abalhassan se inclinó profundamente ante la favorita, pidiendo a Alah que le concediese todos los deseos que pudiera sentir su alma.

Entonces Schamsennahar se volvió hacia su amigo Alí ben-Bekar, y le dijo: "¡Oh mi señor! ya no dudo de tu cariño, aunque el mío supere a todo lo que puedas sentir hacia mí! Pero ¡ay! ¡El Destino es muy cruel al tenerme sujeta a este palacio, y no serme posible dar entera satisfacción a mi ternura!"

Alí ben-Bekar contestó: "¡Oh mi señora! ¡tu amor ha penetrado en mí de tal suerte, que forma parte de mi alma, hasta el punto que después de mi muerte seguirá unido a ella! ¡Cuán desdichados somos al no podernos amar libremente!"

Y dicho esto, las lágrimas inundaron como una lluvia las mejillas del príncipe Alí y las de Schamsennahar. Pero Abalhassan se acercó a ellos discretamente, y les dijo: "¡Por Alah! No entiendo nada de ese llanto, ahora que estáis juntos! ¿Qué sería si estuvierais separados? ¡El momento no es para estar tristes, sino para alegraros y pasar el tiempo agradablemente!"

Y la bella Schamsennahar, al oír estas palabras de Abalhassan, cuyos consejos estimaba en mucho, se secó las lágrimas e hizo señas a una de sus esclavas, que salió en seguida, volviendo después con varias criadas que llevaban grandes bandejas de plata con toda clase de viandas de aspecto tentador. Y colocadas las bandejas en la alfombra entre Alí ben-Bekar y Schamsennahar, se alejaron las criadas y permanecieron inmóviles junto a la puerta.

Entonces Schamsennahar invitó a Abalhassan a sentarse con ellos frente a los platos de oro cincelado, donde aparecían las frutas redondas y maduras y los sabrosos pasteles. Y con sus propias manos, la favorita se puso a servirles de cada plato, y colocaba los bocados en los labios de su amigo Alí ben-Bekar.

Cuando hubieron comido, apresuráronse los criados a llevarse las fuentes de oro, y les presentaron un jarro de oro fino en una palangana de plata cincelada, y se lavaron las manos con el agua perfumada que les echaron. Después se sentaron de nuevo, y las esclavas negras les ofrecieron copas de ágata de varios colores llenas de un vino exquisito, que alegraba los ojos y ensanchaba el alma. Lo bebieron lentamente mirándose largo rato, y vacías ya las copas, Schamsennahar despidió a todas las esclavas, quedando solamente las cantarinas y tañedoras de instrumentos.

Entonces, teniendo deseos de cantar, la favorita mandó a una de las esclavas que preludiase el tono, y la esclava templó su laúd, y cantó dulcemente:


¡Alma mía, cómo te agotas! ¡Las manos del amor te agitaron en todos los sentidos, arrojando a todos los vientos tu misterio!


¡Alma mía! ¡Te guardaba delicadamente en mi pecho, y te escapas para correr hacia el que te hace sufrir!


¡Corred, lágrimas mías! Os escapáis de mis párpados, para correr hacia el cruel! ¡Lágrimas mías, vosotras estáis enamoradas de mi muy amado!


Entonces Schamsennahar alargó el brazo, llenó una copa, bebió de ella, y luego se la ofreció al príncipe Alí que bebió también, poniendo los labios en el mismo sitio que habían tocado los labios de su amiga...


En este momento de su narración, Schehrazada vió aproximarse la mañana, y se calló discretamente.

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