Pero cuando llegó la 144ª noche

siguiente anterior

Ella dijo:

Y ellos contestaron: "Tu idea es admirable, ¡oh venerable visir de nuestro padre!" Y convinieron cómo había de ser la cosa. Entonces para festejar aquel día tan feliz, volvió sobre sus pasos el rey Rumzán y regresó a la ciudad, cuyas puertas mandó abrir al ejército musulmán. Después dispuso que los pregoneros publicasen que desde entonces el Islam sería la religión oficial de aquel pueblo, pero que a todos los cristianos se les permitiría perseverar en su error. Pero ninguno de los habitantes quiso seguir siendo descreído, y en un día solo, el acto de fe se pronunció por mil y mil nuevos creyentes. ¡Glorificado sea para siempre Aquel que envió a su Profeta para ser símbolo de paz entre todas las criaturas de Oriente y Occidente!

Ambos reyes dieron grandes fiestas y banquetes con tal motivo, reinando alternativamente un día cada uno. Y así permanecieron durante algún tiempo en Kaissaria, en el límite de la alegría y de la satisfacción.

Después pensaron en vengarse de la vieja Madre de todas las Calamidades. A ese efecto, el rey Rumzán, con anuencia del rey Kanmakán, se presuró a enviar un correo a Constantinia, con una carta para la Madre de todas las Calamidades, que ignoraba aquel nuevo estado de cosas y seguía creyendo que el rey de Kaissaria era cristiano como su abuelo materno, el difunto rey Hardobios, padre de Abriza.

Y esta carta decía lo siguiente:

"A la gloriosa y venerable dama Schauahi Omm El-Dauhai, la formidable, la terrible, el azote pesado de calamidades sobre las cabezas enemigas, el ojo que vela sobre la ciudad cristiana, la perfumada de virtudes y sabiduría, la olorosa del santo incienso supremo y verídico del gran patriarca, la columna de Cristo en medio de Constantinia.

"De parte del señor de Kaissaria, Rumzán, de la posteridad de Hardobios el Grande, de fama extendida por el Universo.


"He aquí, ¡oh madre de todos nosotros! que el Señor del cielo y la tierra ha hecho triunfar nuestras armas contra las de los musulmanes, y hemos aniquilado su ejército, haciendo prisionero a su rey en Kaissaria, y reduciendo igualmente a cautiverio al visir Dandán y a la princesa Nozhatú, hija de Omar Al-Nemán y de la reina Safía, hijo del difunto rey Afridonios de Constantinia.

"Aguardamos, pues, tu venida entre nosotros para festejar juntos nuestra victoria, y mandar cortar, delante de ti, la cabeza al rey Kanmakán, al visir Dandán y a todos los jefes musulmanes.

"Y puedes venir a Kaissaria sin escolta numerosa, pues desde hoy todos los caminos están seguros, y todas las provincias pacificadas desde el Irak hasta el Sudán y desde Mossul y Damasco hasta los límites extremos de Oriente y Occidente.

"Y no dejes de traer contigo de Constantinia a la reina Safía madre de Nozhatú, para darle la alegría de volver a ver a su hija, a quien se honra, como mujer, en nuestro palacio.

"¡Y que el Cristo, hijo de Mariam, te guarde y conserve como una esencia pura preciadamente contenida en oro inalterable!"


Después firmó la carta, le puso su sello regio, y la entregó a un correo, que salió enseguida para Constantinia.

Y hasta el momento de llegar la malhadada vieja, pasaron algunos días, durante los cuales los dos reyes tuvieron el gusto de saldar cuentas atrasadas. He aquí, en efecto, lo que ocurrió:

Un día que los dos reyes, el visir Dandán y la dulce Nozhatú, que nunca se tapaba la cara en presencia del visir Dandán, al cual consideraba como un padre, estaban sentados hablando de la próxima llegada de la vieja calamitosa y de la suerte que se le reservaba, entró uno de los chambelanes para anunciar a los reyes que estaba allí fuera un anciano mercader a quien habían asaltado unos bandoleros, los cuales habían sido encadenados después de su fechoría.

Y el chambelán dijo: ¡Oh reyes! este mercader solicita audiencia de vuestra magnanimidad, pues tiene dos cartas que entregaros". Y contestaron los dos reyes: "¡Dejadle entrar!"

Entonces entró un anciano, cuya cara ofrecía las huellas de la bendición. Besó la tierra entre las manos de los reyes, y dijo: "¡Oh reyes del tiempo! ¿Es posible que un musulmán no sea respetado y lo despojen en un país en que reina la concordia y la justicia?"

Y los reyes preguntaron: "¿Pero qué te ha sucedido, ¡oh respetable mercader!?" Y él contestó: "¡Oh señores! Sabed que tengo dos cartas que siempre me han atraído el respeto y la consideración en todos los países musulmanes, pues me sirven de salvoconducto y me eximen de pagar los diezmos y derechos de entrada sobre mis mercancías. Y una de estas cartas, ¡oh señores míos! además de esa virtud preciosa, me sirve también de consuelo en la soledad, pues está escrita en versos tan admirables, que preferiría perder el alma a separarme de ella".

Entonces los dos reyes exclamaron: "¡Oh mercader! ¿quieres permitirnos ver esa carta o leernos siquiera su contenido?" Y el anciano mercader, muy tembloroso, alargó las dos cartas a los reyes, que se las entregaron a Nozhatú, diciéndole: "¡Tú que sabes leer las letras más complicadas y dar a los versos entonación más propia, apresúrate por favor a deleitarnos con esta lectura!"

Pero apenas hubo Nozhatú desatado la cinta que sujetaba el rollo y echado una mirada a las dos cartas, exhaló un gran grito, se puso más amarilla que el azafrán, y cayó desmayada.

Entonces se apresuraron a rociarla con agua de rosas, y cuando volvió en sí, se levantó inmediatamente, y arrasados sus ojos en lágrimas, corrió hacia el mercader, y cogiéndole la mano, se la besó. Entonces todos los presente! llegaron al límite de la estupefacción ante aquel acto tan contrario a las costumbres de los reyes y de los musulmanes.

Y el anciano mercader, emocionadísimo, vaciló y estuvo a punto de caer de espaldas. La reina Nozhatú se apresuró a sostenerle, y llevándole de la mano, le hizo sentar en la misma alfombra en que ella estaba sentada, y le dijo: "¿Ya no me conoces, padre mío? ¿Tan vieja soy?"

Al oír estas palabras el mercader creyó soñar, y exclamó: "¡Conozco la voz! Pero ¡oh mi señora! mis ojos tienen muchos años, y ya no pueden distinguir nada".

Y la reina dijo: "¡Oh padre mío! soy la misma que te escribió la carta en verso, soy Nozhatú-zamán". Y el anciano mercader se desmayó entonces por completo. Y mientras el visir Dandán echaba agua de rosas en la cara del anciano mercader, Nozhatú, volviéndose hacia su hermano Rumzán y su sobrino Kanmakán, les dijo: "¡Este es el buen mercader que me arrancó de las manos de aquel bárbaro beduíno que me robó en las calles de la Ciudad Santa!"

Y cuando el mercader volvió en sí, los dos reyes se levantaron en honor suyo, y lo abrazaron; y a su vez, él besó las manos de la reina Nozhatú y al visir Dandán; y todos se felicitaron mutuamente por aquel suceso, y dieron gracias a Alah que los había reunido. Y el mercader levantó los brazos, y exclamó: "¡Bendito y glorificado sea Aquel que modela los corazones que no olvidan, y los perfuma con el admirable incienso de la gratitud!"

Después de lo cual los dos reyes nombraron al anciano mercader jeique de todos los khanes y zocos de Kaissaria y Bagdad, y le dieron entrada libre en palacio de noche y de día.

Después le dijeron: "¿Pero quiénes te han atacado?" Y el mercader contestó: "Unos bandidos del desierto, de los que despojan a los mercaderes sin armas, me asaltaron súbitamente. ¡Eran más de ciento! Pero sus jefes son tres. ¡Uno es un negro horrible; otro un kurdo espantoso, y el tercero un beduído muy forzudo! Me habían atado a un camello y me arrastraban, cuando quiso Alah que les atacasen vuestros soldados y los capturaran, y a mí con ellos".

Oídas estas palabras, los dos reyes dijeron a uno de los chambelanes: "¡Que entre primero el negro!" Y el negro entró. Era más feo que el trasero de un mono viejo, y sus ojos más feroces que los del tigre.

Y el visir Dandán le preguntó: "¿Cómo te llamas? ¿Y por qué eres bandolero?" Pero antes de que el negro tuviese tiempo de contestar, Grano de Coral, la antigua doncella de la reina Abriza, entró entonces para llamar a su ama Nozhatú, y sus ojos se encontraron con los del negro; y enseguida lanzó un grito horrible, y se precipitó como una leona sobre el negro, le hundió los dedos en los ojos, se los sacó de un tirón, y dijo: "¡Este es el bandido que mató a mi pobre señora Abriza!" Después, arrojando al suelo los dos ojos ensangrentados que acababa de hacer saltar de las órbitas del negro como si fuesen huesos de fruta, añadió: "¡Loado sea el Justo y el Altísimo, que me permiten por fin vengar a mi ama con mis manos!"

Entonces el rey Rumzán dirigió una seña, y en seguida avanzó el verdugo, y de un solo tajo hizo dos negros de uno. Enseguida los eunucos arrastraron el cuerpo por los pies y lo fueron a arrojar a los perros, sobre los montones de basura fuera de la ciudad.

Después los reyes dijeron: "¡Que entre el kurdo!" Y el kurdo entró. Era más amarillo que un limón, y estaba más sarnoso que un burro de molino, y seguramente más piojoso que un búfalo que se pasa un año sin sumergirse en el agua. Y el visir Dandán le preguntó: "¿Cómo te llamas? ¿Y por qué eres bandolero?" Y el otro respondió: "Yo era camellero de oficio en la Ciudad Santa. Y un día me encargaron que transportase al hospital de Damasco a un joven enfermo ..."

Al oír estas palabras, el rey Kanmakán, y Nozhatú, y el visir Dandán, sin darle tiempo para seguir, exclamaron: "¡Este el camellero traidor que abandonó al rey Daul'makán sobre el montón de estiércol a la puerta del hammam!" Y de pronto el rey Kanmakán se levantó, y dijo: "¡Se debe devolver mal por mal, y duplicado! ¡Si no, aumentaría el número de los impíos y de los malhechores que infringen las leyes! ¡Y para los malos, no debe haber piedad en la venganza, pues la piedad como la entienden los cristianos es virtud de eunucos, enfermos e impotentes!"

Y el rey Kanmakán, con su propia mano, de un solo tajo hizo de un camellero dos. Pero luego mandó a los esclavos que enterraran el cuerpo según los ritos religiosos.

Entonces los dos reyes dijeron al chambelán: "¡Que entre ahora el beduíno!"


En este momento de su narración Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.



Pero cuando llegó la 145ª noche

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Ella dijo:

Entonces los dos reyes dijeron al chambelán: "¡Que entre ahora el beduíno!" Y fué introducido el beduíno. Pero apenas apareció por la abertura de la puerta su cabeza de bandido, cuando la reina Nozhatú exclamó: "¡Ese es el beduíno que me vendió a este buen mercader!"

Al oír estas palabras, el beduíno dijo: "¡Soy Hamad! ¡Y no te conozco!" Entonces Nozhatú se echó a reír, y exclamó: "¡Verdaderamente es él, pues nunca se verá un loco semejante a éste! Mírame, pues, ¡oh beduído Hamad! ¡Soy aquella a quien robaste en las calles de la Ciudad Santa, y a quien maltrataste tanto!"

Cuando el beduíno oyó estas palabras, exclamó: "¡Por Alah! ¡Es la misma! ¡Mi cabeza va a desaparecer ahora mismo de encima de mi cuello!" Y Nozhatú se volvió hacia el mercader, que estaba sentado, y le preguntó: "¿Le conoces ahora, mi buen padre?

El mercader dijo: "¡Es el mismo! ¡Y está más loco que todos los locos de la tierra!" Entonces dijo Nozhatú: "Pero este beduino, a pesar de todas sus brutalidades, tenía una buena cualidad: le gustaban los bellos versos y las hermosas historias". Enseguida el beduído exclamó: "¡Oh mi señora! Así es, ¡por Alah! Y sé una buena historia, sobremanera extraña, que me ha ocurrido a mí.

Ahora bien; si la cuento y agrada a todos los circunstantes, me perdonarás, y me concederás el indulto de mi sangre". Y la dulce Nozhatú sonrió, y dijo: "¡Sea! Cuéntanos tu historia, ¡oh beduíno!"

Entonces el beduído Hamad dijo:

"¡Verdaderamente, soy un gran bandido, la corona de la cabeza de todos los bandidos! Pero la cosa más sorprendente de mi vida en las ciudades y en el desierto es la que vais a oír:

"Una noche que estaba echado sobre la arena junto a mi caballo, sentí oprimida mi alma por el peso de los maléficos hechizos de mis enemigas las brujas. Fué para mí una noche terrible entre todas las noches, pues tan pronto ladraba como un chacal, o rugía como un león, o me quejaba sordamente, echando baba como un camello. ¡Qué noche! ¡Y con qué impaciencia aguardaba yo su fin y la aparición de la mañana! Al fin se aclaró el cielo y se calmó mi inquietud. Y entonces, para librarme de los últimos vestigios de aquellos sueños malditos, me levanté enseguida, me ceñí el alfanje, cogí mi lanza, salté sobre mi corcel y lo lancé al galope, más rápido que la gacela.

"Y mientras galopaba de tal suerte, vi delante de mí un avestruz que me miraba. Estaba plantado muy tranquilo frente a mi caballo, y me disponía a llegar sobre él; pero cuando iba a darle con la lanza, se volvió rápidamente, abrió sus grandes alas, y salió como una saeta a través del desierto. Le perseguí de aquella manera, y me arrastró hasta una soledad toda desolada y llena de espanto, pues allí no había más presencia que la de Alah.

Sólo se veían las piedras peladas.

No se oía más que el silbido de las víboras, los gritos de los genios del aire y de la tierra, y los aullidos de los vampiros que buscan una presa. ¡Y el avestruz desapareció como por un agujero invisible o por algún sitio que yo no podía ver! ¡Y se estremeció toda mi carne! ¡Mi caballo se encabritó enseguida, y retrocedió resollando!

"Entonces sentí una inquietud y un terror muy grandes, y quise volver riendas para retroceder. ¿Pero adonde podría ir cuando el sudor brotaba de los flancos de mi caballo, y el calor de mediodía era insoportable? Una sed atormentadora me abrasaba la garganta y hacía jadear al caballo, cuyo vientre subía y bajaba como un fuelle de fragua. Y pensé: "¡Oh Hamad! aquí morirás. ¡Y tu carne servirá de alimento a los cachorros de los vampiros y a las fieras del espanto! Aquí está la muerte, ¡oh beduíno!"

Pero cuando me disponía a decir mi acto de fe y a morir, vi dibujarse a lo lejos una línea de frescura, poblada de palmeras: ¡Y mi caballo relinchó, sacudió la cabeza y se lanzó hacia adelante! Y en un galope me vi fuera del horror de aquel pelado y ardoroso desierto de piedra. Y delante de mí, cerca de un manantial que corría al pie de las palmeras, se levantaba una tienda magnífica, junto a la cual dos yeguas soberbias pacían la hierba húmeda y gloriosa.

"Me apresuré a apearme y a abrevar mi caballo, cuyo hocico echaba fuego, y a beber también aquella agua límpida y dulce hasta hacer morir. Después saqué de mi alforja una cuerda muy larga, y até mi caballo para que pudiese refrescarse libremente en aquella pradera. Y hecho esto, me incitó la curiosidad hacia la tienda para ver lo que era aquello.

Y he aquí lo que vi: "Sobre una estera muy blanca estaba sentado un joven de imberbes mejillas, tan hermoso como la luna en cuarto creciente; y a su derecha se hallaba en todo el esplendor de su hermosura una joven deliciosa, de cintura tan fina y flexible como la rama tierna del sauce.

"En aquel mismo momento me enamoré hasta el límite más extremo de la pasión, pero no sé exactamente si de la joven o del imberbe muchacho. Porque ¡por Alah! ¿qué es más hermoso: la luna o el cuarto creciente?

"Y les dije: "¡La paz con vosotros!" En seguida la muchacha se cubrió el rostro, y el joven se volvió hacia mí, se levantó, y dijo: "¡Y por ti la paz!" Entonces proseguí: "¡Soy Hamad ben-El-Fezarí, de la tribu principal del Eufrates! ¡El guerrero famoso, el jinete formidable, aquel cuya valentía y temeridad vale por quinientos jinetes! ¡He dado caza a un avestruz, y la suerte me ha traído hasta aquí, por lo que vengo a pedirte un sorbo de agua!"

Entonces el joven se volvió hacia la muchacha, y le dijo: "¡Tráele de beber y comer!" ¡Y la joven se levantó! ¡Y anduvo! ¡Y el ruido armonioso de los cascabeles de oro de sus tobillos marcaba cada paso suyo! ¡Y detrás de ella, su cabellera suelta la cubría por completo, y se balanceaba pesadamente hasta el punto de hacerla tropezar!

Y yo, a pesar de las miradas del joven, contemplé con toda mi alma a aquella hurí, para no separar ya de ella mis ojos. Y volvió llevando en su mano derecha una vasija llena de agua fresca, y en la izquierda una bandeja con dátiles, tazas de leche y platos de carne de gacela.

"Pero la pasión me poseía de tal modo, que no pude alargar la mano ni tocar ninguna de aquellas cosas. No supe sino mirar a la joven y recitar estos versos:


"¡La nieve de tu piel, oh joven incomparable! ¡La negra tintura de henne está todavía fresca en tus dedos y en la palma de tus manos!


"¡Creo ver, delante de mis ojos maravillados, que en la blancura de tus manos se dibuja la figura de algún ave brillante de negro plumaje!

"Cuando el joven oyó estos versos y notó el fuego de mis miradas, se echó a reír de tal modo, que le faltó poco para desplomarse. Después me dijo: "¡Veo verdaderamente que eres un guerrero sin par y un caballero extraordinario!" Y yo contesté: "Por tal me tengo. Pero tú, ¿quién eres?" Y alcé la voz para asustarle y hacerme respetar.

Y el joven dijo: "Soy Ebad ben-Tamim ben-Thalaba, de la tribu de los Bani-Thalaba, y esta joven es hermana mía". Entonces exclamé: "¡Apresúrate a darme tu hermana por esposa, porque la amo con todo mi amor y soy de noble estirpe!" Pero él contestó: "Sabe que ni mi hermana ni yo nos casaremos jamás. Hemos elegido este oasis en medio del desierto para vivir en él tranquilamente nuestra vida, lejos de todo cuidado". Dije: "¡Necesito a tu hermana por esposa, o de lo contrario, gracias al filo de mi espada, cuéntate con los muertos!"

"Oídas estas palabras, el joven saltó hacia el fondo de su tienda, y me dijo: "¡Guárdate, miserable, que desconoces la hospitalidad! Luchemos, pero a condición de que el vencido quedará a merced del vencedor". Y descolgó su alfanje y su escudo, mientras que yo corría en busca de mi caballo, saltaba a la silla y me ponía en guardia. Y el joven montó en su caballo, y se disponía a emplearlo cuando su hermana apareció con los ojos arrasados en lágrimas, y se abrazó a sus rodillas, recitando estos versos:


¡Oh hermano mío! ¡He aquí que por defender a tu hermana te expones al peligro de la lucha y a los golpes de un enemigo que desconoces!


¿Qué puedo hacer sino pedir al Ordenador de las victorias que triunfes y me guarde intacta de toda mancha, conservando para ti sólo la sangre de mi corazón?


¡Pero si el feroz Destino te arrebata, no creas que ningún país me verá viva, aunque sea el más bello de todos los países y se acumulen en él los productos de toda la tierra!


¡Y no creas que te sobreviva un instante! ¡La tumba encerrará nuestros cuerpos, unidos en la muerte como en la vida!


"Cuando el joven oyó estos versos de su hermana, se le llenaron de lágrimas los ojos, se inclinó hacia la doncella, levantó un momento el velo que le cubría la cara, y la besó entre los ojos. Entonces pude ver las facciones de la joven, tan bellas como el sol que aparece surgiendo de una nube. Después el joven contuvo un instante su caballo, y recitó estos versos:


¡Tranquilízate, ¡oh hermana mía! y mira los prodigios que va a realizar mi brazo!


Si no combato por ti, ¡oh hermana mía! ¿para qué quiero armas y caballo?


Y si no lucho para defenderte, ¿para qué quiero la vida?


Si retrocedo cuando está en peligro tu hermosura, ¿no será señal para que las aves de rapiña se lancen sobre un cuerpo desde ahora sin alma?


¡En cuanto a ese que se dice formidable, y nos pondera la firmeza de su ánimo, le voy a dar delante de ti un golpe que le perforará desde el corazón hasta los talones!


"Después se volvió hacia mí, y me dijo:


¡Y tú, que deseas mi muerte, verás cómo a tu costa realizo una hazaña que llenará los anales del porvenir!


¡Porque después de componer estos versos, voy a arrancarte él alma antes de que puedas advertirlo!


"Y precipitando su caballo contra el mío, del primer golpe lanzó mi espada a lo lejos, y sin darme tiempo para espolear mi caballo y huir al desierto, me levantó de la silla como quien levanta un saco vacío, me lanzó cual una pelota por el aire, y me recogió al vuelo con la otra mano. Y así me sostuvo con el brazo tendido, como quien sostiene en un dedo un pájaro domesticado. Yo no sabía ya si todo aquello era un sueño, o si aquel joven de mejillas sonrosadas era un genio que vivía en aquella tienda con una hurí. Y lo que después pasó me hizo suponer que debería ser eso.

"Efectivamente, cuando la joven vió el triunfo de su hermano, se precipitó hacia él, le besó en la frente, y se colgó muy dichosa del cuello de su caballo, al cual guió hacia la tienda. Y una vez allí, descabalgó el joven, llevándome debajo del brazo como quien lleva un paquete. Y me dejó en el suelo, me mandó poner de pie, y cogiéndome de la mano me hizo entrar en la tienda. Pero en vez de aplastarme la cabeza con el pie, le dijo a su hermana:

"Desde ahora es el huésped que está bajo nuestra protección. Tratémosle con dulzura". Y me hizo sentar en la esterilla, y la joven me puso detrás un cojín, para que descansara mejor; y fué a colgar en su sitio las armas de su hermano, y a traerle agua perfumada para lavarle la cara y las manos. Después lo vistió con un ropón blanco, y le dijo: "¡Que Alah, ¡oh hermano mío! haga llegar tu honor al límite más alto, y te ponga como un lunar en la faz gloriosa de nuestras tribus!"

Y el joven contestó:


¡Oh hermana mía, de la raza de los Bani-Thalaba! ¡Me has visto combatir por tus ojos!

"Y ella dijo:

¡Los relámpagos de tu cabellera esparcida por tu frente, te coronaban con su claridad como una aureola, ¡oh hermano mío!


"Y replicó él:


¡He aquí los leones de las soledades infinitas! ¡Oh hermana mía! ¡Aconséjales que desanden lo andado! ¡No quisiera que la vergüenza los sepulte en el polvo que morderán sus dientes!

"Ella contestó:

¡Oh todos vosotros! ¡Este es mi hermano Ebad! ¡Todos los del desierto le conocen por sus hazañas, por su valentía y por la nobleza de tus antepasados! ¡Retroceded ante él!


¡Y tú, beduído Hamad, has querido luchar contra un héroe que te ha hecho ver la muerte arrastrándose hacia ti como una serpiente pronta a lanzarse sobre su presa!


"Y yo, viendo todo aquello y oyendo tales versos, me sentí muy confuso, y advertí mi insignificancia y cuánta era mi fealdad comparada con la belleza de aquellos dos jóvenes. Y vi que la hermosa joven traía una bandeja cubierta de manjares y frutas, y se la presentó a su hermano sin dirigirme una sola mirada, ni siquiera una mirada despreciativa, pues me consideraba como un perro, cuya presencia debía pasar inadvertida. Y a pesar de todo, yo seguía encantado, admirando su belleza incomparable, sobre todo cuando servía la comida a su hermano, sin cuidarse de ella para que a él no le faltase nada.

Entonces el joven, volviéndose hacia mí, me invitó a compartir la comida, y respiré tranquilamente, porque ya estaba seguro de salvar la vida. Me alargó un tazón de leche y un plato de un cocimiento de dátiles y agua aromatizada. Comí y bebí con la cabeza baja, y le hice mil y quinientos juramentos de que sería el más fiel de sus esclavos y el más devoto entre ellos.

Y me sonrió e hizo una seña a su hermana, que fué a abrir un cajón muy grande y sacó de él uno tras uno diez ropones admirables, tan hermosos los unos como los otros. Metió nueve de ellos en un paquete, y me obligó a aceptarlos. Y después me obligó a ponerme el décimo; ¡y ese décimo ropón, tan suntuoso y admirable, es el que en este momento me veis todos vosotros!

"En seguida el joven hizo otra seña, y la hermana salió para volver muy pronto; y ambos me ofrecieron una camella cargada de toda clase de víveres y de regalos, que he conservado cuidadosamente hasta hoy. Y habiéndome colmado de toda clase de consideraciones y presentes, sin haber hecho nada para merecerlos, ¡al contrario!, me invitaron a usar de su hospitalidad todo el tiempo que quisiera. Pero yo, no queriendo abusar, me despedí de ellos besando siete veces la tierra entre sus manos. Después, montando en mi corcel, cogí la camella del ramal y me apresuré a emprender el camino del desierto, por donde había venido.

"Y entonces, habiendo llegado a ser el más rico de mi tribu, me erigí en jefe de una gavilla de bandoleros salteadores de caminos. ¡Y sucedió lo que sucedió!

"¡Tal es la historia que os había prometido, y que merece la remisión de todos mis crímenes, aunque no son, en verdad, muy leves!"

Cuando el beduíno Hamad acabó su historia, Nozhatú dijo a los dos reyes y al visir Dandán: "Hay que respetar a los locos, aunque imposibilitándolos de hacer daño. Ahora bien; este beduído tiene irremediablemente perdida la cabeza, pero hay que perdonarle sus fechorías en atención a su entusiasmo por los bellos versos y a su memoria asombrosa". Al oír estas palabras, el beduído se sintió tan profundamente emocionado, que se desplomó sobre la alfombra. Y llegaron los eunucos y lo cogieron.

Y apenas acababan de retirar el beduído, cuando entró un correo, y besando la tierra entre las manos de los reyes, exclamó: "¡La Madre de todas las Calamidades está a las puertas de la ciudad, pues no dista de ellas más que un parasange!"

Al oír esta noticia, aguardada tanto tiempo, los dos reyes y el visir se estremecieron de alegría, y pidieron pormenores al correo. Y éste les dijo: "La Madre de todas las Calamidades, al abrir la carta de nuestro rey y ver su firma al final del pliego, se alegró extraordinariamente; y al momento hizo sus preparativos de marcha, e invitó a la reina Safia para que viniese con ella, lo mismo que cien de los mejores guerreros de los rumís de Constantinia. Y después me ordenó que me adelantara para anunciaros su llegada".

Entonces el visir Dandán se levantó, y dijo a los dos reyes: "Es más prudente, para burlar las perfidias y las asechanzas que aun pudiera utilizar esa vieja descreída, que vayamos a su encuentro disfrazados de cristianos, llevando con nosotros mil guerreros vestidos también a la antigua moda de Kaissaria". Y ambos reyes hicieron lo que les aconsejaba el gran visir. Y Nozhatú, cuando los vió con tales atavíos, les dijo: "¡Verdaderamente, que si no os conociera os creería rumís!" Y salieron al encuentro de la Madre de todas las Calamidades.

Y ésta apareció bien pronto. Entonces Rumzán y Kanmakán dijeron al visir Dandán que desplegara a los guerreros en un gran círculo, y los hiciera avanzar lentamente, de modo que no pudiera escapar ninguno de los guerreros de Constantinia. Después el rey Rumzán dijo a Kanmakán: "¿Déjame que avance al encuentro de esa vieja maldita, pues me conoce y no desconfiará!"

Y espoleó su caballo. Y a los pocos momentos estuvo al lado de la Madre de todas las Calamidades.

Entonces Rumzán se apeó inmediatamente, y la vieja, al verle, se apeó también y le echó los brazos al cuello. Y el rey Rumzán, apretándola entre sus brazos, la miró con los ojos en los ojos, y la estrechó tan recio y por tanto tiempo, que la vieja despidió un cuesco formidablemente sonoro, pues hizo encabritarse a todos los caballos y saltar guijarros del camino a la cabeza de los jinetes.

Y en este momento los mil guerreros estrecharon a todo galope su círculo, y gritaron a los cien cristianos que rindieran las armas; y en un abrir y cerrar de ojos los capturaron hasta el último. Mientras tanto el visir Dandán se acercaba a la reina Safía, y besando la tierra entre sus manos, la enteró de todo lo ocurrido. La vieja Madre de todas las Calamidades, amarrada fuertemente, comprendió por fin su perdición, y comenzó a orinarse de firme en los vestidos.

Después todos volvieron a Kaissaria, y desde allí marcharon inmediatamente a Bagdad sin ningún contratiempo.

Los reyes mandaron iluminar la ciudad e invitaron a los habitantes, por medio de los pregoneros, a reunirse delante del palacio. Y cuando toda la plaza y todas las calles estuvieron invadidas por la muchedumbre, mujeres y niños, salió de la puerta principal un asno sarnoso, y sobre él y mirando al rabo iba amarrada la Madre de todas las Calamidades, con la cabeza cubierta por una tiara roja y coronada de estiércol. Y delante de ella marchaba un pregonero, que enumeraba en alta voz las fechorías de aquella maldita vieja, causa de tantas calamidades sobre Oriente y Occidente.

Y cuando todas las mujeres y todos los niños le hubieron escupido a la cara, la ahorcaron por los pies en la puerta principal de Bagdad. Y así pereció, devolviendo a Eblis su alma fétida por el ano, la pedorra calamitosa, la vieja de fabulosos cuescos, la taimada y perversa descreída Schauahi Omm El-Dauahi. La suerte la traicionó como ella había traicionado. Y esto fué para que su muerte pudiera servir de presagio de la toma de Constantinia por los creyentes y del definitivo y futuro triunfo en Oriente del Islam sobre la tierra de Alah, a lo largo y a lo ancho.

En cuanto a los cien guerreros cristianos, no quisieron volver a su país y prefirieron abrazar la fe de los musulmanes.

Y los reyes y el visir Dandán mandaron a los escribas más hábiles que apuntaran esmeradamente en los anales todos estos pormenores y acontecimientos, a fin de que pudieran servir de ejemplo saludable a las generaciones futuras.


"Y tal fué, ¡oh rey afortunado! -siguió diciendo Schehrazada diigiéndose al rey Schahriar la espléndida historia del rey Omar All-Nemán, la de sus maravillosos hijos Scharkán y Daul'makán, las de las reinas Abriza, Fuerza del Destino y Nozhatú; y las del gran visir Dandán, y los reyes Rumzán y Kanmakán".


Después se calló Schehrazada.


Entonces el rey Schahriar la miró por primera vez con ternura, y le dijo:


"¡Oh Schehrazada, la muy discreta! ¡Cuánta razón tiene tu hermana, esa pequeña que te está escuchando, cuando dice que tus palabras son deliciosas por su interés y sabrosas por su frescura! Empiezas a hacerme lamentar la matanza de tanta joven, y acaso hagas que olvide, el juramento que hice de matarte como a todas las otras".

Y la pequeña Doniazada se levantó del tapiz en que había estado escuchando, y exclamó: "¡Oh hermana mía! ¡Cuán admirable es esa historia! ¡Y cómo me han encantado Nozhatú y sus palabras, y las palabras de las jóvenes! ¡Y qué contenta estoy con la muerte de la Madre de todas las Calamidades! ¡Cuán maravilloso es todo eso!"

Entonces Schehrazada miró amorosamente a su hermana, sonrió, y le dijo: "¿Qué dirías entonces si oyeras las palabras de los animales y las aves?"

Y Doniazada exclamó: "¡Ah hermana mía! ¡Dinos algunas palabras de los animales y las aves! ¡Porque deben ser exquisitas, sobre todo repetidas por tu boca!"

Y Schehrazada dijo: "¡Con toda la voluntad de mi corazón! ¡Pero no sin que antes me lo permita nuestro señor el rey!"

Y el rey Schahriar quedó extraordinariamente asombrado, y preguntó: "¿Pero qué podrán decir los animales y las aves? ¿En qué lengua hablan?" Y Schehrazada dijo: "Hablan en prosa y en verso, expresándose en árabe puro". Entonces el rey Schahriar exclamó: "¡Oh Schehrazada! Nada quiero decidir todavía acerca de tu suerte, sin que me hayas contado esas cosas que desconozco. Porque hasta ahora no he oído más que palabras de los humanos, y me alegraría muchísimo saber lo que piensan esos seres a quienes no entienden la mayoría de los hombres".


Y como iba transcurriendo la noche, Schehrazada rogó al rey que aguardase hasta el día siguiente. El rey Schahriar, a pesar de la impaciencia que sentía, se avino a darle su consentimiento. Y cogiendo en brazos a la bella Schehrazada, se enlazaron hasta que brilló la mañana del otro día.



Historia encantadora de los animales y de las aves

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Pero cuando llegó la 146ª noche

Cuento de la oca, el pavo real y la pava real


He llegado a saber, ¡oh rey afortunado! que había en la antigüedad del tiempo y en lo pasado de la edad y el momento, un pavo real muy aficionado a recorrer en compañía de su esposa las orillas del mar y a pasearse por una selva que allí había toda llena de arroyos y poblada por el canto de las aves.

Durante el día, el pavo y la pava buscaban tranquilamente su alimento, y al llegar la noche se encaramaban a lo alto del árbol más frondoso, para no tentar los deseos de algún vecino que fuese poco escrupuloso en su admiración hacia la hermosura de la pava. Y eran felices de este modo, bendiciendo al Bienhechor, que les dejaba vivir en la paz y la dulzura.

Pero un día el pavo real invitó a su esposa para que le acompañase a una isla que se veía desde la playa, y de este modo podrían cambiar de aires y de perspectivas. La pava le contestó oyendo y obedeciendo, echaron a volar los dos, y llegaron a la isla.

Aquella isla estaba cubierta de árboles cargados de frutas y regada por multitud de arroyos. El pavo y su esposa quedaron extraordinariamente encantados de su paseo por aquella frescura, y permanecieron allí algún tiempo para probar todas las frutas y beber aquella agua tan dulce y tan fina.

Cuando se disponían a regresar a su casa, vieron venir hacia ellos una oca, que batía las alas llena de espanto. Y temblándole todas sus plumas, fué a pedirles ayuda y protección. El pavo real y su esposa la recibieron muy cordialmente, y la pava, hablándole con toda su afabilidad, le dijo: "¡Sé bien venida entre nosotros! ¡Aquí encontraréis el calor de la familia y cuanto necesites!"

Entonces la oca empezó a tranquilizarse, y el pavo, muy convencido de que la historia de la oca sería una historia verdaderamente asombrosa, le preguntó: "¿Qué te ha ocurrido y cuál es la causa de tu espanto?" Y respondió la oca: "Aun estoy enferma de lo que acaba de sucederme y del terror horrible que me inspira Ibn-Adán. ¡Alah nos guarde y nos libre de Ibn-Adán!"

Y el pavo, muy afligido, dijo: "¡Cálmate, mi buena oca, cálmate!" Y preguntó la pava: "¿Cómo es posible que ese Ibn-Adán logre llegar hasta esta isla? Desde la playa no puede saltar. Y no hay medio de atravesar de otro modo tanto espacio de agua". Entonces exclamó la oca: "¡Bendito sea el que os ha puesto en mi camino para calmar mis terrores y devolver la paz a mi corazón!" Y la pava dijo: "¡Oh hermana mía! cuéntame ahora el motivo de ese terror que te inspira Ibn-Adán, y no calles nada de tu historia, que ha de ser muy interesante". Y la oca contó lo que sigue:

"Sabe, ¡oh pavo real lleno de gloria, y tú, dulce pava, la más hospitalaria entre todas las pavas! que habito en esta isla desde mi niñez, y he vivido siempre en ella sin ningún contratiempo y sin que nada agobiase mi alma ni molestara mi vista. Pero anoche, cuando estaba durmiendo con la cabeza debajo del ala, vi que se me aparecía en sueños ese Ibn-Adán, que quiso entablar conversación conmigo. Iba á contestarle, pero oí una voz que me gritaba: "¡Cuidado, ten mucho cuidado! ¡Desconfía de Ibn-Adán y de la dulzura de sus palabras, pues ocultan sus perfidias! ¡Y no olvides lo que dijo el poeta:


¡Te da a gustar la dulzura que hay en la punta de su lengua, para sorprenderte de improviso como el zorro!


"Porque sabe, pobre oca, que Ibn-Adán posee tal grado de astucia, que logra atraer a los habitantes del seno de las aguas y a los monstruos más feroces del mar, y puede derribar como una masa desde lo alto de los aires las águilas que se ciernen tranquilas, sólo con tirarles un puñado de barro. En fin, es tan pérfido, que siendo tan débil, sabe vencer al elefante y utilizarlo como siervo suyo y arrancarle los colmillos para hacer con ellos sus armas. ¡Ah, pobre oca, huye enseguida!"

"Entonces me desperté llena de espanto, y huí sin mirar atrás, alargando el cuello y desplegando las alas. Seguí corriendo hasta que las fuerzas me abandonaron. Luego, como había llegado al pie de una montaña, me oculté detrás de una roca. Y mi corazón latía de miedo y de cansancio, presa del temor que me inspiraba Ibn-Adán. ¡Y como no había comido ni bebido, me atormentaban el hambre y la sed! Pero no sabía qué hacer ni me atrevía a moverme, cuando divisé enfrente de mí, a la entrada de una caverna, un león rojo, de mirada dulce, qué inspiraba confianza y simpatía.

Y aquel león, que era muy joven, denotó una gran satisfacción al verme, encantado de mi timidez, pues mi aspecto le había seducido. Así es que me llamó de este modo: "¡Oh chiquita gentil, acércate y ven a conversar conmigo un rato!" Y yo, muy agradecida a su invitación, me aproximé a él humildemente. Y él me dijo: "¿Cómo te llamas y de qué raza eres?" Y le contesté: "¡Me llaman oca y soy de la raza de las aves!" Y me dijo: "¿Por qué estás tan temblorosa?"

Entonces le conté cuanto había visto y cuanto había oído en sueños. Y se asombró muchísimo, y exclamó: "¡Yo también he tenido un sueño análogo, y al contárselo a mi padre me ha puesto sobre aviso contra Ibn-Adán, diciéndome que desconfiara de sus ardides y perfidias! Pero hasta ahora no me he encontrado con ese Ibn-Adán".

"Al oír estas palabras, aumentó mi espanto, y dije apresuradamente al león: "No vacilemos en hacer lo que más nos conviene. Ha llegado el momento de acabar con esa plaga, y a ti, ¡oh hijo del sultán de los animales! te corresponde la gloria de matar a Ibn-Adán, pues haciéndolo así se acrecentará tu fama a los ojos de todas las criaturas del cielo, del agua y de la tierra". Y seguí lisonjeando al león, hasta que le decidí a ponerse en busca de nuestro enemigo.

"Salió entonces de la caverna, y me dijo que le siguiese. Y yo iba detrás de él. Y el león avanzaba arrogante, yo detrás de él y sin poder apenas seguirle, hasta que vimos a lo lejos una gran polvareda, y al disiparse apareció un burro en pelo, sin albarda ni ronzal, que brincaba, coceaba, se echaba al suelo y se revolcaba en el polvo, con las cuatro patas al aire.

"Al ver esto, mi amigo el león se quedó muy asombrado, pues sus pádres casi no le habían permitido hasta entonces salir de la caverna. Y el león llamó al burro: "¡Eh! ¡Tú! ¡Ven por aquí!" Y el otro se apresuró a obedecerle. Y el león le dijo: "¿Por qué obras así, animal loco? ¿De qué especie de animales eres?" Y contestó el otro: "¡Oh mi señor! soy el borrico tu esclavo, de la especie de los borricos". Y el león preguntó: "¿Por qué corrías hacia aquí?" Y el burro respondió: "¡Oh hijo del sultán de los animales! venía huyendo de Ibn-Adán.

Entonces el joven león se echó a reír, y dijo: "¿Cómo con esa alzada tan respetable y esas anchuras temes a Ibn-Adán?" Y el borrico, meneando la cola, denotando penetración dijo: "¡Oh hijo del sultán! ya veo que no conoces a ese maldito. Si le temo no es porque desee mi muerte, pues sus intenciones son peores. Mi terror proviene del mal trato que me haría sufrir.

Sabe que hace que le sirva de cabalgadura, y para ello me pone en el lomo una cosa que llama la albarda; después me aprieta la barriga con otra cosa que llama la cincha, y debajo del rabo me pone un anillo cuyo nombre he olvidado, pero que hiere cruelmente mis partes delicadas. Por último, me mete en la boca un pedazo dei hierro que me ensangrienta la lengua y el paladar, y que llama bocado. Entonces me monta, y para hacerme andar más aprisa, me pica en el cuello y en el trasero con un aguijón. Y si el cansancio me hace retrasar la marcha, lanza contra mí las más espantosas maldiciones y las más horribles palabras, que me hacen estremecer, a pesar de ser un borrico, pues me llama delante de todo el mundo:

"¡Alcahuete! ¡hijo de zorra! ¡hijo de bardaje! ¡el culo de tu hermana!" ¡y qué sé yo qué otras cosas más! Y si por desgracia me peo, para desahogarme algo del pecho, entonces su furor ya no conoce límites, y vale más, por consideración a ti, i oh hijo de mi sultán! que no repita todo lo que me hace y me dice en semejantes circunstancias. ¡Así es que no me entrego a tales desahogos más que cuando sé que está muy lejos y tengo la seguridad de hallarme solo!

¡Pero hay más! Cuando yo llegue a viejo, me venderá a cualquier aguador, que poniéndome sobre el lomo un baste de madera, me cargará de pesados pellejos y enormes cántaros de agua hasta que, no pudiendo más con los malos tratos y privaciones, reviente míseramente. ¡Y entonces echará mi esqueleto a los perros que vagan por los vertederos! Y tal es la suerte que me reserva Ibn-Adán.

¿Habrá entre todas las criaturas quien sea más, desgraciado que yo? Responde, ¡oh buena y tierna oca!"

"Entonces, ¡oh señores míos! sentí un estremecimiento de horror y de piedad, y en el límite de la emoción, del espanto y del temblor, exclamé: "¡Oh mi señor león! verdaderamente el burro es muy desgraciado. ¡Porque yo, sólo con oírle, me muero de lástima!" Y el joven león, viendo al borrico dispuesto a largarse, le dijo: "¡Pero no tengas prisa, compañero! ¡Quédate otro poco, porque realmente me interesas! ¡Y me gustaría que me sirvieses de guía para llegar hasta Ibn-Adán!"

El burro contestó: "¡Lo siento, señor mío! Pero prefiero poner entre ambos la distancia de una buena jornada de camino, pues le he dejado ayer cuando se dirigía hacia este lugar. Y ahora busco un sitio seguro para resguardarme de sus perfidias y de su astucia. Además, con licencia tuya, ahora que estoy convencido de que no me oye, quiero desahogarme a gusto y gozar de la vida".

Y dichas estas palabras, el burro lanzó un prolongado rebuzno, al que siguieron trescientos pedos magníficos, que disparó coceando. Se revolcó después por la hierba durante un buen rato, y al fin se levantó. Entonces, como viese una polvareda que se levantaba a lo lejos, enderezó una oreja, luego la otra, miró fijamente, y volviendo la grupa echó a correr y desapareció.

"Una vez disipada la polvareda, apareció un caballo negro, con la frente marcada por una mancha blanca como un dracma de plata, hermoso, altivo, reluciente, y con las patas adornadas de una corona de pelos blancos. Venía hacia nosotros relinchando de un modo muy arrogante. Y cuando vió a mi amigo el joven león, se detuvo en honor suyo, y quiso retirarse discretamente. Pero el león, encantado de su elegancia y seducido por su aspecto, le dijo: "¿Quién eres, hermoso animal? ¿Por qué corres de ese modo, como si algo te inquietase en esta inmensa soledad?"

El otro contestó: "¡Oh rey de los animales! ¡Soy un caballo entre los caballos! ¡Y huyo para evitar la proximidad de Ibn-Adán!"

"El león, al oír estas palabras, llegó al límite del asombro, y dijo al caballo: "No hables de ese modo, ¡oh caballo! pues en realidad es vergonzoso que sientas miedo hacia Ibn-Adán, siendo fuerte como eres, y estando dotado de esa robustez y esas alturas, y pudiendo con una sola coz hacerle pasar de la vida a la muerte. ¡Mírame! No, soy tan grande como tú, y sin embargo, he prometido a esta oca gentil librarla para siempre de sus terrores, matando a Ibn-Adán y devorándolo por completo. Entonces podré tener el gusto de llevar nuevamente a esta pobre oca a su casa y al seno de su familia".

"Cuando el caballo oyó estas palabras de mi amigo, le miró con sonrisa triste, y le dijo: "Arroja lejos de ti esos pensamientos, ¡oh hijo del sultán de los animales! y no te hagas ilusiones acerca de mi fuerza, y mi alzada, y mi velocidad, pues todo eso es insignificante para la astucia de Ibn-Adán. Y sabe que cuando estoy en sus manos, logra domarme a su gusto, pues me pone en las patas trabones de cáñamo y de crin, y me ata por la cabeza a un poste en lo más alto, de una pared, y de este modo no puedo moverme ni echarme.

¡Pero hay más! Cuando quiere montarme, me coloca sobre el lomo una cosa que llama silla, me oprime el vientre con dos cinchas muy duras que me mortifican, y me mete en la boca un pedazo de acero, del cual tira mediante unas correas con las que me dirige por donde le place. Y montado en mí, me pincha y me perfora los costados con, las puntas de unas espuelas, y me ensangrienta todo el cuerpo. ¡Pero no acaba ahí! Cuando soy viejo, y mi lomo ya no es bastante flexible y resistente, ni mis músculos pueden llevarle todo lo aprisa qué él quisiera, me vende a algún molinero que me hace rodar día y noche la piedra del molino, hasta que sobreviene mi completa decrepitud.

¡Entonces me entrega al desollador, que me degüella, y me despelleja, y vende mi piel a los curtidores y mi crin a los fabricantes de crines, tamices y cedazos! ¡Y tal es la suerte que me espera con ese Ibn-Adán!"

"Entonces el joven león, muy emocionado con lo que acababa de oír, dijo al caballo: "Veo que es preciso desembarazar a la creación de ese malhadado ser a quien todos llaman Ibn-Adán. Di, amigo mío: ¿cuándo y dónde has visto a Ibn-Adán?" El caballo dijo: "Huí de él hacia el mediodía. ¡Y ahora me persigue corriendo tras de mí!" "Y apenas acababa de decir estas palabras, se alzó una gran polvareda que le inspiró un terror inmenso, y sin darle tiempo para disculparse huyó a todo galope. Y vimos en medio de la polvareda aparecer y venir hacia nosotros, a paso largo, un camello muy asustado que llegaba alargando el cuello y mugiendo desesperadamente.

"Al ver a este animal tan grande y tan desmesuradamente colosal, el león se figuró que debía ser Ibn-Adán y nadie más que él y sin consultarme, se arrojó contra el camello, e iba a dar un salto y a estrangularlo, cuando le grité con toda mi voz: "¡Oh hijo del sultán, detente! ¡No es Ibn-Adán, sino un pobre camello, el más inofensivo de los animales! ¡Y seguramente huye también de lbn-Adán!"

Entonces el joven león se detuvo muy pasmado, y preguntó al camello: "¿Pero de veras temes también a ese ser llamado Ibn- Adán, ¡oh animal prodigioso!? ¿Para qué te sirven tus pies enormes si no puedes aplastarle con ellos?" Y el camello levantó lentamente la cabeza, y con la mirada extraviada como en una pesadilla, repuso tristemente: "¡Oh hijo del sultán! mira las ventanas de mi nariz. ¡Todavía están agujereadas y hendidas por el anillo de crin que me puso Ibn-Adán para domarme y dirigirme, y a este anillo que aquí ves estaba sujeta una cuerda que Ibn-Adán confiaba al más pequeño de sus hijos, el cual, montado en un borriquillo, podía guiarme a su gusto, a mí y a todo un tropel de camellos colocados en fila! ¡Mira mi lomo! ¡Todavía conserva las heridas causadas por los fardos con que me carga desde hace siglos! ¡Mira mis patas! ¡Están callosas y molidas por las largas carreras y los forzados viajes a través de la arena y de las piedras! ¡Pero hay más! ¡Sabe que cuando me hago viejo, después de tantas noches sin dormir y tantos días sin descanso, explota mi pobre piel y mis huesos viejos, vendiéndome a un carnicero que revende mi carne a los pobres, y mi cuero en las tenerías, y mi pelo a los que hilan y tejen! ¡Y he aquí el trato que me hace sufrir Ibn-Adán!"

"Oídas estas palabras del camello, el joven león sintió un furor sin límites, y rugió, arañó el suelo con las garras, y después dijo al camello: "¡Apresúrate a decirme en dónde has dejado a Ibn-Adán!" Y el camello respondió: "Viene buscándome, y no tardará en presentarse. Así, pues, ¡oh hijo del sultán! déjame huir a otros países, lo más lejos a que pueda escaparme. ¡Pues ni las soledades del desierto ni las tierras más remotas servirán para librarme de su persecución!"

Entonces el león le dijo: "¡Oh buen camello! aguarda un poco, y verás cómo derribo a Ibn-Adán, y trituro sus huesos, y me bebo su sangre!" Pero el camello, estremecido por el espanto, contestó: "Dispénsame, ¡oh hijo del sultán! Prefiero huir, porque ya lo dijo el poeta:

Si bajo la misma tienda que te alberga y en tu mismo país llega a habitar un rostro desagradable. Sólo una determinación has de tomar: ¡déjale tu tienda y tu país y apresúrate a marcharte!"


"Y después de recitar esta estrofa tan acertada, el buen camello besó la tierra entre las manos del león, se levantó, y le vimos huir, tambaleándose en lontananza.

"Apenas había desaparecido, se presentó un vejete, de aspecto muy débil y de piel arrugada, llevando a cuestas un canasto con herramientas de carpintero, y sobre la cabeza ocho tablas grandes.

"Al verle, ¡oh señores míos! no tuve fuerzas ni para avisar a mi joven amigo, y caí como muerta al suelo. En cambio el joven león, muy divertido con el aspecto de aquel vejete tan raro, se le acercó para examinarlo más de cerca.

Y el carpintero se postró entonces delante de él, y le dijo sonriendo con acento muy humilde: "¡Oh poderoso rey, lleno de gloria, que ocupas el primer puesto en la creación! ¡Te deseo horas muy felices, y ruego a Alah que te ensalce más todavía en el respeto del universo, acrecentando tus fuerzas y virtudes! ¡Yo soy un desgraciado que viene a pedirte ayuda y protección en las desdichas que le persiguen por parte de un gran enemigo!" Y se puso a llorar, a gemir y a lamentarse.

"Entonces el joven león, muy conmovido con las lágrimas y el aspecto tan desdichado de aquel hombre, suavizó la voz y le dijo: "¿Quién te persigue de esa manera? ¿Y quién eres tú, el más elocuente de los animales que conozco, y el más cortés, aunque seas el más feo de todos?"

El otro respondió: "¡Oh señor de los animales! pertenezco a la especie de los carpinteros, y mi opresor es Ibn-Adán. ¡Ah, señor león! ¡Alah te guarde de las perfidias de Ibn-Adán! ¡Todos los días, desde que amanece, me hace trabajar para su provecho y nunca me paga; así es que, muriéndome de hambre, he renunciado a trabajar para él, y he huido de las ciudades que habita!"

"Al oír estas palabras, el león sintió un furor enorme; rugió, brincó, resolló, echó espuma y sus ojos lanzaron chispas; y exclamó: "Pero ¿dónde está ese Ibn-Adán? Quiero triturarlo con mis dientes, y vengar a todas sus víctimas". El hombre respondió: "No tardará en presentarse, pues me viene persiguiendo, enfurecido por no tener quien le haga la casa".

El león dijo: "Pero tú, ¡oh animal carpintero! que andas a pasos tan cortos y que vas tan inseguro sobre dos patas, ¿hacia dónde te diriges?" Y Contestó el carpintero: "Voy a buscar al visir de tu padre, al señor leopardo, que me ha llamado por medio de un emisario suyo para que le construya una cabaña sólida en que pueda albergarse y defenderse contra los ataques de Ibn-Adán, pues quiere prevenirse, desde que se ha esparcido el rumor de la próxima llegada de Ibn-Adán a estos parajes. ¡Y por eso me ves cargado con estas tablas y estas herramientas!"

"Cuando el joven león oyó estas palabras, tuvo envidia al leopardo, y dijo al carpintero: "¡Por vida mía! ¡Extremada audacia sería por parte del visir de mi padre pretender que se ejecuten sus encargos antes que los nuestros! ¡Vas a detenerte aquí, levantando para mi defensa esa cabaña! ¡En cuanto al señor visir, que se aguarde!"

Pero el carpintero, haciendo como que se marchaba, contestó: "¡Oh hijo del sultán! te prometo volver en cuanto acabe la cabaña del leopardo, porque temo mucho sus iras. ¡Y entonces te construiré, no una cabaña, sino un palacio!" Pero el león no quiso hacerle caso, y hasta se enfureció, y se arrojó sobre el carpintero para asustarle, y a manera de chanza le apoyó una pata en el pecho. Y sólo con aquella caricia, el hombrecillo perdió el equilibrio, y fué al suelo con sus tablas y herramientas. Y el león se echó a reír al ver el terror y la facha aturdida de aquel hombre. Y éste, aunque muy mortificado por dentro, no lo dió a entender y hasta comenzó a sonreír, y humilde y cobardemente empezó su trabajo.

"Tomó, pues, las medidas del león en todas direcciones y en pocos instantes construyó un cajón sólidamente armado, al cual sólo dejó una abertura angosta; y clavó en el interior grandes clavos cuyas puntas estaban vueltas hacia dentro, de adelante hacia atrás; y dejó a trechos unos agujeros no muy grandes. Hecho esto, invitó respetuosamente al león a tomar pesesión de su propiedad. Pero el león vaciló al principio, y dijo al hombre: "¡La verdad es que eso me parece muy estrecho, y no sé cómo. podré penetrar ahí!" Y el vejete repuso: "¡Bájate y entra arrastrándote, pues una vez dentro te encontrarás muy a gusto!" Entonces el león se agachó, y su cuerpo flexible se deslizó en lo interior, sin dejar fuera más que la cola. Pero el vejete se apresuró a enrollar aquella cola, y meterla rápidamente con lo demás, y en un abrir y cerrar de ojos tapó la abertura y la clavó con solidez.

"Entonces el león intentó moverse y retroceder, pero las puntas aceradas de los clavos le penetraron en la carne, y le pincharon por todos lados. Y se puso a rugir de dolor, y exclamó: "¡Oh carpintero! ¿Qué viene a ser esta casa tan angosta que has construido, y estas puntas que me hieren cruelmente?"

"Oídas estas palabras, el hombre lanzó un grito de triunfo, y empezó a saltar y a reír, y dijo al león: "¡Son las puntas de Ibn-Adán! ¡Oh perro del desierto! así aprenderás a tu costa que yo, Ibn-Adán, a pesar de mi fealdad, de mi cobardía y mi debilidad, puedo triunfar de la fuerza y de la belleza".

"Y dichas estas espantosas palabras, el miserable encendió una antorcha, hacinó leña en torno del cajón, y le prendió fuego. Y yo, más paralizada que nunca de terror, vi a mi pobre amigo arder vivo, muriendo con la muerte más cruel. Y el maldito Ibn-Adán, sin haberme visto, porque estaba tendida en el suelo, se alejó triunfante. "Entonces, pasado bastante tiempo, me pude levantar, y me alejé con el alma llena de espanto. Y así pude llegar hasta aquí, donde el Destino hizo que os encontrara, ¡oh señores míos, de alma compasiva!"

Cuando el pavo real y la pava hubieron oído el relato de la oca...


En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.

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