Pero cuando llegó la 55ª noche

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He llegado a saber, ¡oh rey afortunado! que el encargado del hammam alquiló un asno en el cual hizo subir a Daul'makán. Y él y su esposa caminaron detrás del borrico, hasta que divisaron la ciudad de Damasco. Y entraron en ella al caer la noche, yendo a alojarse en el khan. Y el encargado se apresuró a marchar al zoco a comprar de comer y beber para los tres. Y así siguieron las cosas, viviendo todos en el zoco, hasta que al quinto día aquella mujer se sintió enferma, extenuada por el cansancio del viaje, y cogió unas calenturas, de resultas de las cuales murió en pocos días. Y falleció en la gracia y misericordia de Alah.

Daul'makán se afectó mucho, pues se había acostumbrado a aquella caritativa mujer, que le había servido con tanta abnegación. Y le llevó luto en el alma, y se volvió hacia el pobre encargado, que lloraba su pesar, y le dijo: "No te aflijas, ¡oh padre! pues todos hemos de seguir ese camino, y atravesar la misma puerta". Y el encargado se volvió hacia Daul'makán, y le dijo: "Que Alah recompense tu compasión, ¡oh hijo mío! ¡Y ojalá un día convierta en alegrías nuestras penas y aparte de nosotros la amargura!

De todos modos, ¿para qué afligirnos tanto tiempo, cuando todo está escrito? ¡Levantémonos, pues, recorramos esta ciudad de Damasco, que aún no hemos visto, pues quiero que se dilate tu pecho y se alegre tu espíritu!"

Y Daul'makán dijo: "¡Tu pensamiento es para mí una orden!"

Entonces el encargado cogió de la mano a Daul'makán, y salió con él. Y se pusieron a recorrer los zocos y las calles de Damasco. Y acabaron por llegar frente a un edificio, donde estaban las cuadras del walí. Y a la puerta vieron gran número de caballos y mulos, y muchos camellos arrodillados que los camelleros cargaban de almohadones, colchones, fardos, cajones y toda clase de carga. Y había una muchedumbre de esclavos y servidores jóvenes y viejos. Y toda aquella gente gritaba, y hablaba, y armaba un gran tumulto. Y Daul'makán pensó: "¿A quién pertenecerán todos estos esclavos, todos estos caballos y todas estas cajas?"

Y se lo preguntó a uno de los servidores, que le dijo: "Es un regalo del walí de Damasco para el rey Omar Al-Nemán. Y todo eso otro es el tributo anual de la ciudad al mismo rey Omar".

Y Daul'makán sintió que los ojos se le llenaban de lágrimas, y recitó en voz baja estas estrofas:

Si los amigos que están lejos me acusan por mi silencio y lo interpretan mal, ¿cómo podré contestarles?

Si mi ausencia ha matado en ellos la antigua amistad, ¿qué podré hacer?

Y si sobrellevo mis penas con paciencia, cuando todo lo he perdido, ¿podré seguir respondiendo de la paciencia que me queda?

Después acudieron a su memoria estos otros versos:

Levantó su tienda y se fué muy lejos, huyendo de mis ojos, que lo adoraban.

Huyó de mis ojos, que lo adoraban, cuando todas mis entrañas se estremecían al verle.

Se ha ido muy lejos el hermoso. ¡Oh mi vida! ¡Pero mi deseo está aquí y no se ha marchado!

¡Ay de mí! ¿Te volveré a ver? Y entonces, ¿qué de reproches tendré que hacerte?

Y Daul'makán, recordando estas estrofas, lloró mucho. Y el encargado le dijo: "¡Oh, hijo mío, sé razonable! ¡Ya sabes cuánto ha costado que recuperaras la salud, y ahora vas a recaer con todas esas lágrimas que viertes! ¡Cálmate y no llores más, pues mi pena es grande!" Pero Daul'makán no podía reprimirse, y recordando a su hermana Nozhatú y a su padre, recitó estos versos:

Goza de la tierra y de la vida, pues si la tierra se queda, la vida se marcha.

Ama la vida y goza de la vida, y para eso piensa que la muerte es inevitable.

¡Goza, pues, de la vida! ¡La dicha no tiene más que su tiempo marcado! ¡Apresúrate a gozarla! Y piensa que todo lo demás nada vale.

Porque todo lo demás nada vale. ¡Y fuera del amor a la vida nada recogerás en la tierra!

Porque el mundo debe ser como la habitación del jinete viajero. ¡Amigo, sé el jinete viajero de la tierra!

Cuando acabó de recitar estos versos, que el encargado del hammam había oído extático, y que trató de aprenderlos repitiéndolos varias veces, Daul'makán se quedó muy pensativo. Entonces el encargado, aunque no le quería importunar, acabó por decirle: "¡Oh mi joven señor! creo que todavía piensas en tu país y en tu familia!" Y Daul'makán exclamó: "Sí, ¡oh padre mío! Y como no puedo permanecer aquí un instante más, voy a despedirme de ti, para marcharme con esta caravana, y llegar a cortas jornadas, sin cansarme mucho, a Bagdad, mi ciudad".

Entonces el encargado del hammam dijo: "¡Y yo iré contigo! Porque no puedo dejarte solo, y como ya he empezado a ser tu guardián, no quiero abandonarte en la mitad del camino". Y Daul'makan exclamó: "¡Alah pague tu abnegación con toda clase de dones!" Y se alegró muchísimo de aquella buena suerte.

Entonces el encargado rogó a Daul'makán que montara en el borrico. Y dijo: "Irás montado todo el tiempo que quieras, y cuando estés cansado de esa postura, podrás, si quieres, bajar y andar un poco". Y Daul'makán le dió las gracias, y le dijo: "¡Verdaderamente, lo que haces por mí no lo hace el hermano por su hermano!". Y después aguardaron que se pusiese el sol y viniese la frescura de la noche, para ponerse en camino con la caravana y salir de Damasco con rumbo a Bagdad.

Y esto es lo que pasó en cuanto a Daul'makán y el encargado del hammam.

Pero en cuanto a la joven Nozhatú, hermana gemela de Daul-makán, he aquí que había salido del khan de Jerusalén en busca de una colocación para servir en casa de algún notable, y ganar algún dinero con que cuidar a su hermano, y comprarle los trozos de carnero asado que deseaba. Y se había cubierto la cabeza con el viejo manto de pelo de camello, y había comenzado a recorrer las calles, sin saber adónde dirigirse. Pero su espíritu y su corazón estaban muy preocupados por la enfermedad de su hermano y por lo lejos que estaban de su familia y de su tierra. Y elevaba su pensamiento a Alah Misericordioso, recordando estos versos:

Las tinieblas se condensan para envolver completamente mi alma. La llama inexorable me consume. El deseo grita en mí dolorosamente y hace que se dibujen en mi cara los sufrimientos interiores.

El dolor de la separación vive despiadadamente en mis entrañas y me mortifica Es una pasión que no encuentra ninguna esperanza.

El insomnio es mi compañero y el deseo mi alimento. ¿Cómo podré callar el secreto de mi alma?

No conozco el arte ni los medios de ocultar todo el dolor que hay en mi corazón. En este corazón consumido por las llamas del amor, cuyo torrente me anega.

¡Oh noche! Ve a decir como mensajera al que conoce lo intenso de mi sufrimiento, que en la calma de tus horas no me viste nunca cerrar los ojos en tus brazos.

Y mientras la joven Nozhatú se dirigía a través de las calles, he aquí que se le acercó un jefe beduíno, a quien acompañaban cuatro hombres. Y este jefe la miró largo rato, y sintió un violento deseo de poseer a la hermosa joven, cuya cabeza cubría un pedazo de manto viejo y cuyos encantos realzaban bajo aquella tela tosca y destrozada. Aguardó que llegase a una calleja solitaria y muy angosta, se detuvo ante ella, y le dijo: "¡Oh joven! ¿Eres libre o esclava?"

Y la joven Nozhatú contestó: "¡Oh transeúnte! no me dirijas preguntas que aumenten mi dolor y mi desgracia". Y el beduíno repuso: "¡Oh joven! si te dirijo esta pregunta es porque tenía seis hijas, y he perdido ya cinco de ellas y no me queda más que la sexta, que vive completamente sola en mi casa. Y quisiera encontrar una joven que le hiciese compañía a mi hija y la ayudase a pasar el tiempo agradablemente. Y desearía que estuvieras libre para pedirte que aceptaras la hospitalidad de mi casa, y fueras de mi familia, como la hija adoptiva, para hacer olvidar a mi hijita el luto que lleva desde la muerte de sus hermanas".

Cuando Nozhatú oyó estas palabras, se quedó muy confusa, y dijo: "¡Oh jeique! soy una doncella extranjera, y tengo un hermano enfermo, con el cual he venido al país del Hedjaz. Y acepto el ir a tu casa para acompañar a tu hija, pero con la condición de quedar en libertad para volver por las noches adonde está mi hermano". Y el beduíno dijo: "Aceptado, ¡oh joven! Harás compañía a mi hija durante el día. Y por la noche cuidarás de tu hermano. Y si quieres, lo transportaremos a mi casa, para que no esté nunca solo". Y tanto habló el beduíno, que decidió a la joven a acompañarle. Pero el malvado sólo pensaba en seducirla, pues no tenía hijos, ni albergue, ni casa. Y no tardó en llegar con Nozhatú y los otros cuatro beduínos a las afueras de la ciudad, donde estaban los camellos ya cargados y los odres llenos de agua. Y el jefe de los beduínos subió en su camello, hizo que Nozhatú montase a la grupa detrás de él, y dió la señal de marcha. Y se alejaron velozmente.

Entonces la pobre Nozhatú comprendió que el beduíno la había engañado completamente. Y empezó a lamentarse y a llorar por ella y por su hermano abandonado y sin socorro. Pero el beduíno sin conmoverse por sus súplicas, caminó toda la noche sin detenerse hasta el amanecer, y acabó por llegar a un lugar seguro, alejado de toda vivienda, en pleno desierto. Entonces el beduíno detuvo a su cuadrilla, y bajó del camello. Y como Nozhatú siguiera llorando, se acercó a ella muy furioso, y le dijo: "¡Oh maldita, de corazón de liebre! ¿Quieres acabar de llorar, o prefieres que te mate a latigazos?" Y al oír estas palabras brutales, la pobre Nozhatú deseó la muerte para acabar de una vez, y exclamó: "¡Malvado jefe de bandidos del desierto, tizón del infierno! ¿Cómo te atreves a hacer traición a tu fe y renegar de tus promesas?"

Entonces el beduíno se acercó a ella con el látigo levantado, y gritó: "¡ya veo que quieres sentir los latigazos en tu trasero! ¡Si no cesa tu llanto y sigues con tus insolencias, te arrancaré la lengua y te la hundiré en esa cosa que tienes entre los muslos! ¡Y esto te lo juro por mi gorro!"

Y ante amenaza tan horrible, la pobre joven, no acostumbrada a estas brutalidades, se echó a temblar y se tapó la cara con el velo, suspirando estas estrofas:

¡Oh! ¡Quién pudiera volver a la morada querida en que yo habitaba! ¿Cómo podría lograr que llegasen mis lágrimas a su destinatario?

¡Ay de mí! ¿Podré soportar más tiempo mi desgracia en esta vida llena de amargura y de dolor?

¡Ay de mí! ¡Haber vivido tanto tiempo feliz y mimada, para caer ahora en este estado de miseria lastimosa!

¡Oh! ¡Quién pudiera volver a la morada querida en que yo habitaba! ¿Cómo podría lograr que llegasen mis lágrimas a su destinatario?

Al oír estos versos, admirablemente rimados, el beduíno, que adoraba instintivamente la poesía, se sintió conmovido de piedad hacia la bella desventurada, y se acercó a ella, le limpió las lágrimas, le dio a comer una galleta de cebada, y le dijo: "Otra vez no me contestes cuando esté encolerizado, porque mi genio no sabe soportar eso. Y para que te enteres de lo que pienso hacer contigo, sabe que quería hacerte mi concubina, pero ahora quiero venderte a algún rico mercader, que te tratará con dulzura y te dará una vida feliz, como lo habría hecho yo. Y para venderte, te llevaré a Damasco".

Y Nozhatú dijo: "Hágase tu voluntad". Y en seguida volvieron a montar en los camellos, y reanudaron la marcha, dirigiéndose a Damasco. Y Nozhatú iba montada a la grupa detrás del beduíno. Pero como el hambre la apremiaba, se comió un pedazo de aquella galleta que le había dado su raptor.

En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.



Pero cuando llegó la 56ª noche

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Ella dijo:

He llegado a saber, ¡oh rey afortunado! que Nozhatú se comió un pedazo de aquella galleta que le había dado su raptor. Y llegaron a Damasco, y fueron a albergarse en el khan Sultaní, situado cerca de Bab El-Malek. Y como Nozhatú estaba muy triste y seguía llorando, el beduíno le dijo muy furioso: "Como no ceses de llorar, vas a perder tu hermosura, y ya no podré venderte más que a algún judío asqueroso.

Piensa en esto, ¡oh desventurada!" Después la encerró en una de las habitaciones del khan, y se apresuró a ir al mercado en busca de los mercaderes de esclavos; y les propuso la compra de la hermosa joven, diciéndoles: "Puedo ofreceros una hermosa joven que he traído de Jerusalén. Tiene un hermano enfermo, pero lo he dejado en casa de unos parientes míos para que lo cuiden bien. De modo que el que quiera comprarla tendrá que decirle, para tranquilizarla, que su hermano enfermo está muy bien cuidado en Jerusalén. Y sólo con esta condición me prestaré a cederla en un precio muy prudente".

Entonces se levantó uno de los mercaderes, y dijo: "¿Qué edad tiene esa esclava?" Y contestó el beduíno: "Es muy joven, pues es virgen todavía, pero ya núbil. Y es bella, inteligente, cortés y llena de perfecciones. Pero como ha enflaquecido desde la enfermedad de su hermano, ha perdido algo de la plenitud de sus formas. Sin embargo, todo esto es fácil de recuperar con un poco de cuidado".

Entonces dijo el mercader: "Iré a ver esa esclava, y si es como dices, me quedaré con ella, pero te la pagaré cuando la haya revendido, porque la destino al rey Omar Al-Nemán, cuyo hijo, el príncipe Scharkán, es gobernador de Damasco, nuestra ciudad. Y este príncipe me dará una carta de presentación para el rey Omar Al-Nemán, el cual tiene una gran pasión por las esclavas vírgenes, y me la comprará muy bien. Y entonces te pagaré el precio que convengamos". Y el beduíno contestó: "Acepto esas condiciones".

Y se dirigieron hacia el khan donde se hallaba encerrada Nozhatú, y el beduíno llamó en alta voz a la joven, que estaba detrás del tabique. Y le dijo: "¡Oh Nahia ! ¡oh Nahia!", porque éste era el nombre que daba a su esclava. Y al oírlo Nozhatú, se echó a llorar y no contestó.

Entonces el beduíno invitó al mercader a que entrase. Y el mercader entró, y adelantándose hacia la joven, le dijo: "¡La paz sea contigo!" Y Nozhatú respondió con voz dulce como el azúcar: "¡Y contigo la paz y las bendiciones de Alah!"

El mercader quedó encantadísimo, y pensó: "¡Qué pureza de lenguaje!" Y ella miró al mercader, y se dijo: "Este venerable anciano tiene un aspecto muy simpático. ¡Haga Alah que me tome por esclava, y así podré librarme de ese feroz beduíno! Le hablaré cortésmente, para que resalten mis modales".

Y el mercader preguntó: "¿Cómo te encuentras, ¡oh joven!?" Y ella respondió con dulzura:

"¡Oh venerable jeique! me preguntas por mi estado, y mi estado no es para desearlo al peor de los enemigos. Pero toda persona lleva su destino colgado al cuello, como dice nuestro profeta Mohamed (¡sean con él la plegaria y la paz de Alah!)".

Y al oír estas palabras, el mercader se asombró hasta el límite del asombro, y dijo para sí: "Estoy seguro de que sus facciones deben ser arrebatadoras, como su talento. Es una gran adquisición para el rey Omar Al-Nemán". Y volviéndose hacia el beduíno, exclamó: "¡Esta esclava es admirable! ¿Cuánto pides por ella?" Y el beduíno se enfureció, y dijo: "¿Cómo te atreves a llamarla admirable, cuando es la más vil de las criaturas? ¿No comprendes que se figurará que es realmente admirable y ya no tendré ninguna autoridad sobre ella?

Márchate, que ya no la vendo". Y comprendiendo el mercader que el beduino era un bruto rematado, emprendió otro camino, y dijo: "La acepto, ¡oh jeique! aunque sea la más vil de las criaturas, y te la compro a pesar de sus tachas". Y el beduíno, algo calmado, preguntó: "¿Y cuánto me ofreces?" Y contestó el mercader: "El proverbio dice que el padre es quien da nombre a su hijo. Pide lo que te parezca".

Pero el beduino insistió: "Tú eres quien ha de ofrecer". Y entonces el mercader, pensando que un bruto como aquel beduino no sabría apreciar el mérito de aquella joven, ofreció doscientos dinares, además de las arras y de los derechos de venta que correspondían al Tesoro. Pero el beduino lo rechazó: "¡No daría por doscientos dinares ni el pedazo de arpillera con que se cubre! ¡No quiero venderla ya; me la llevaré al desierto, para que apaciente mis camellos y muela el grano!"

Y gritó a la joven: "¡Ven acá, podrida, que vamos a marcharnos!" Y como no se moviese el mercader, se volvió hacia él, y exclamó: "¡Por mi gorro! He dicho que ya no vendo nada! ¡Vuelve la espalda y márchate, o si no, oirás cosas que no han de agradarte!"

Y el mercader dijo para sí: "¡Este beduíno que jura por su gorro es un bruto extraordinario! Pero le haré soltar su presa". Y sujetándole de la capa, exclamó: "¡Oh jeique! no te impacientes de ese modo. Ya veo que no tienes costumbre de vender. Se necesita mucha paciencia y mucha habilidad en estos asuntos.

Te daré lo que tú quieras; pero como se acostumbra en estos negocios, necesito ver el rostro y las facciones de la esclava".

Y el beduino dijo: "¡Mírala todo lo que quieras, y ponla, si quieres, completamente desnuda, pálpala y tócala por todas partes tanto como te dé la gana!" Pero el mercader levantó las manos al cielo, y exclamó: "¡Que Alah me libre de ponerla desnuda, como a las esclavas! No quiero más que verle el rostro".

En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.



Pero cuando llegó la 57ª noche

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Ella dijo:

He llegado a saber, ¡oh rey afortunado! que el mercader dijo: "No quiero más que verle la cara". Y se adelantó hacia Nozhatú, pidiéndole que le dispensase, y lleno de confusión se sentó a su lado, y le preguntó dulcemente: "¡Oh señora mía! ¿cuál es tu nombre?" Y ella, suspirando, dijo: "¿Me preguntas el nombre que llevo ahora, o mi nombre de los tiempos pasados?"

Y él, asombrado, exclamó: "¿Tienes un nombre nuevo y un nombre antiguo?" Y ella dijo: "Sí, ¡oh anciano! ¡Mi nombre antiguo es Delicias del Tiempo, y el nuevo es Opresión del Tiempo!" Al oír estas palabras llenas de amargura, el mercader notó que las lágrimas le bañaban los ojos.

Y la joven Nozhatú tampoco pudo contener sus lágrimas, y recitó estas estrofas:

Mi corazón te guarda, ¡oh viajero! ¿Hacia qué tierras desconocidas has partido, en qué pueblos, en qué moradas habitas?

¿En qué manantial bebes, ¡oh viajero!? Yo que te lloro, me alimento con las rosas de mi recuerdo y apago la sed en la abundante fuente de mis ojos.

Nada tan duro para mi pensamiento como tu ausencia, porque todo lo demas, comparado con esto, es cosa para mí risueña.

Pero al beduino le pareció que aquella conversación duraba mucho, y se acercó a Nozhatú con el látigo levantado, y le dijo: "¿Para qué charlar tanto? ¡Levántate el velo de la cara, y acabemos!" Y Nozhatú, desolada, suplicó al mercader: "¡Oh venerable jeique! líbrame de las manos de este bandido, porque si no, esta misma noche me mataré".

Y el mercader habló de este modo al beduíno: "Esta joven es un estorbo para ti. ¡Véndemela al precio que quieras!" Pero el heduíno insistió: "Has de ofrecer tú, o si no, la llevaré al desierto para que haga pastar a los camellos y recoja los excrementos del ganado".

Y el mercader dijo: "Para acabar de una vez, te ofrezco cincuenta mil dinares de oro". Pero aquel bruto testarudo lo rechazó: "!Alah nos asista! ¡Eso no me tiene cuenta!" Y el mercader dijo: "¡Sesenta mil dinares!" Pero el beduíno insistió: "¡Alah nos asista! ¡Eso no cubre ni siquiera el capital que gasté en alimentarla y en comprarle galletas de cebada! Porque sabe, ¡oh mercader! que me he gastado en ella, sólo en galletas de cebada, noventa mil dinares de oro".

Entonces el mercader, atolondrado por las locuras de aquel bruto, le dijo: "¡Ni tú, ni tu familia, ni todos los de vuestra tribu, habéis comido en toda vuestra vida por valor de cien dinares! Pero voy a hacerte la última oferta, y si la rechazas, iré a ver al príncipe Scharkán y le daré cuenta de los malos tratos sufridos por esta joven, que seguramente has robado, ¡oh miserable saqueador!

Te ofrezco pues, cien mil dinares". Entonces el beduíno dijo: "Te cedo la esclava a ese precio, pero es porque tengo necesidad de ir al zoco para comprar un poco de sal". Y el mercader no pudo dejar de reírse. Y todos marcharon a casa del mercader, que abonó al beduíno la cantidad convenida, después de haber hecho pesar moneda por moneda. Y el beduíno montó en su camello y emprendió el camino de Jerusalén, diciendo: "Si la hermana me ha producido cien mil dinares, el hermano me ha de producir otro tanto, por lo menos. Voy, pues, en busca suya".

Y efectivamente, al llegar a Jerusalén se puso a buscar a Daul'makán en todos los khanes, pero como ya se había marchado con el encargado del hammam, no pudo dar con él. Esto en cuanto al beduíno. Por lo que se refiere a la joven Nozhatú...

En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.



Pero cuando llegó la 58ª noche

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Ella dijo:

Por lo que se refiere a la joven Nozhatú, he aquí que el buen mercader la llevó a su casa, le dió vestidos muy ricos, los más Hermosos que había, y después fué con ella al zoco de los orífices y joyeros, para que escogiese las alhajas y joyas que le agradasen, y las metió en una bolsa de seda, las llevó a su casa y se las entregó.

Después dijo: "Ahora te ruego que cuando te lleve a palacio no dejes de decir al príncipe Scharkán el precio en que te he comprado, para que no se olvide mencionarlo en la carta de recomendación que deseo pedirle para el rey Omar Al-Nemán. Y además, quisiera que el príncipe me diese un salvoconducto, para que las mercancías que en lo sucesivo lleve a Bagdad no paguen derechos de entrada".

Y al oírlo, suspiró Nozhatú y los ojos se le llenaron de lágrimas. Entonces el mercader le dijo: "¡Oh hija mía! ¿por qué cada vez que pronuncio el nombre de Bagdad te veo suspirar y acuden las lágrimas a tus ojos? ¿Tienes allí algún ser amado, un pariente, o conoces a algún mercader?

No temas decirlo, pues conozco a todos los mercaderes de Bagdad y a todos los otros". Entonces Nozhatú dijo: "¡Por Alah! ¡No conozco a nadie más que al rey Omar Al-Nemán en persona, señor de Bagdad!"

Cuando el mercader de Damasco oyó aquella cosa tan extraordinaria, no pudo reprimir un suspiro de satisfacción, y dijo para sí: "Ya tengo lo que buscaba". Y preguntó a la joven: "¿Le fuiste propuesta antes de ahora por algún mercader de esclavos?"

Ella respondió: "No es eso, sino que me he criado en palacio, con su hija. Y me quería mucho. Así, pues, si pretendes alcanzar de él algún favor, no tienes más que traerme una pluma, un tintero y una hoja de papel, y te escribiré una carta, que entregarás en propia mano al rey Omar Al-Nemán, y le dirás: "Tu humilde esclava Nozhatú ha sufrido las vicisitudes de la suerte y del tiempo y los padecimientos de las noches y los días. Y ha sido vendida y revendida, ha cambiado de amos y de casas, y se encuentra ahora en la morada de tu representante en Damasco. Y te trasmite su saludo de paz".

Al oír estas palabras, el mercader llegó al límite de la alegría y del asombro, y su afecto hacia Nozhatú aumentó considerablemente; y lleno de respeto, le preguntó: "Indudablemente, ¡oh joven maravillosa! has debido ser robada de tu palacio y vendida, pues debes estar versada en las letras y en la lectura del Corán".

Y Nozhatú dijo: "En efecto, ¡oh venerable jeique! conozco el Corán, los preceptos de la sabiduría, las ciencias médicas, la Introducción a los arcanos, los comentarios de las obras de Hipócrates y de Galeno, los libros de filosofía y lógica, las virtudes de los cuerpos simples y las explicaciones de Ibn-Bitar; he discutido con los sabios el Kanun de Ibn-Sina; he dado con la explicación de las alegorías, y he estudiado la geometría y la arquitectura, la higiene y los libros Chafiat, la sintaxis, la gramática y las tradiciones del idioma, y he frecuentado la sociedad de los sabios y eruditos en todos los ramos. Soy autora de varios libros sobre la elocuencia, la retórica, la aritmética y el silogismo puro; conozco las ciencias espirituales y divinas, ¡y me acuerdo de todo lo que he aprendido! Y ahora dame pluma y papel para que escriba la carta en versos bien rimados y puedas leerla durante el camino, ahorrándote de llevar libros de viaje, pues será para ti una dulzura en la soledad y un amigo discreto en los ratos de ocio".

Y el pobre mercader, completamente atolondrado, exclamó: "¡Ya Alah! ¡Ya Alah! ¡Dichosa la morada que te sirva de albergue! ¡Cuán dichoso el que la habite contigo!" Y le llevó respetuosamente la escribanía con los accesorios. Y Nozhatú cogió la pluma, la mojó en la almohadilla empapada de tinta, la probó en la uña, y escribió estos versos:

"Esta carta es la de la propia mano de aquella cuyos pensamientos igualan al tumulto de las olas".

"Aquella cuyos párpados ha quemado el insomnio y cuya belleza han gastado las vigilias".

"Aquella que en su dolor ya no distingue el día de la noche y se retuerce en el lecho solitario".

"Y que no tiene por confidentes más que a los astros silenciosos en la soledad de las noches".

"He aquí mi queja, tejida en versos cadenciosos y de buena rima, en memoria de tus ojos".

"No he sentido vibrar en mi alma ninguna cuerda de las delicias de la vida.

"Mi juventud no ha gozado ninguna alegría, ni mis labios han sonreído dichosos en un día de felicidad".

"Porque tu ausencia ha enseñado a mis ojos las vigilias y me ha arrebatado para siempre el sueño".

"Por más que he confiado a la brisa mis suspiros, nunca los llevó hacia aquel a quien los dirigiera".

"Así es que estoy desesperada y no me atrevo a insistir. Pero quiero firmar esta queja con mi nombre".

"Yo la dolorosa, la apartada de su familia y de su país, la torturada de corazón y de espíritu Nozhatú zaman".

Cuando acabó de escribir, echó arenilla, dobló con mucho cuidado la hoja, y la entregó al mercader, que la cogió muy respetuoso y se la llevó a los labios y después a la frente. La guardó en una bolsa de raso, y exclamó: "¡Gloria al que te ha modelado, ¡oh maravillosa criatura!"

En estos momentos de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.



Pero cuando llegó la 59ª noche

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Ella dijo:

He llegado a saber, ¡oh rey afortunado! que el mercader exclamó: "Gloria al que te ha modelado, ¡oh maravillosa criatura!" Y le rindió todos los honores y le prodigó todas las manifestaciones de respeto y admiración. Y después la acompañó hasta el hammam, yendo delante de ella, llevando en una bolsa de terciopelo la ropa con que había de vestirse después del baño. Y mandó llamar a la mejor amasadora del hammam, y le dijo: "En cuanto haya terminado, vendrás a llamarme". Y mientras Nozhatú tomaba el baño, el anciano mercader fué a comprar toda clase de frutas y sorbetes, y los depositó en la tarima a la cual había de ir Nozhatú a vestirse.

Y cuando se terminó el baño, la amasadora acompañó a Nozhatú hasta la tarima, la envolvió en paños y toallas perfumadas, y se comieron las frutas y bebieron sorbetes, dando lo que sobró a la guardesa del hammam.

En este momento llegó el mercader con un cofrecillo de sándalo, lo abrió invocando el nombre de Alah, y ayudado por la amasadora procedió a vestir a Nozhatú, para llevarla al palacio del príncipe Sharkán.

Y empezó por entregar a Nozhatú una banda de oro para cubrir la cabeza, y esta banda costaba mil dinares. Después una falda a la moda turca, bordada de hilos de oro, y unas botas rojas perfumadas con almizcle, cubiertas de lentejuelas de oro con bordados de flores que llevaban incrustadas perlas y pedrerías. Le puso en las orejas unos pendientes de perlas finas, que costaba cada uno mil dinares, y al cuello un collar de oro afiligranado, y le rodeó los pechos con redes de pedrería. Luego le ajustó el talle por encima del ombligo con un cinturón de diez hileras de bolas de ámbar y medias lunas de oro, y en cada bola de ámbar iba inscrustado un rubí, y en cada media luna nueve perlas y diez diamantes. De suerte que la joven Nozhatú llevaba encima más de cien mil dinares en alhajas y joyas.

El mercader le rogó que le siguiera, y salió con ella del hammam, y marchaba delante de ella con andar grave y ceremonioso, apartando a los transeúntes. Y todos los transeúntes se asombraban de aquella belleza, y exclamaban: "¡Gloria a Alah en sus criaturas! ¡Cuán dichoso el hombre que la posea!" Y el mercader seguía andando, y ella detrás de él, hasta que llegaron al palacio del príncipe Sharkán.

Y el mercader se adelantó para entrar en las habitaciones de Scharkán, besó la tierra entre sus manos, y dijo: "¡He aquí que te traigo un presente incomparable, la cosa más bella y más extraordinaria de estos tiempos, el resumen de todos los encantos y todos los dones, la suma de todas las cualidades y de todas las delicias!" Y el príncipe Scharkán dijo: "¡Apresúrate a enseñármelo!" Y el mercader salió en seguida y trajo de la mano a Nozhatú, presentándola al príncipe. Y el príncipe Scharkán no podía reconocer en aquella maravilla a su hermana Nozhatú, a la cual nunca había visto, a causa de los recelos que sintió cuando su nacimiento y el de su hermano Daul-makán. Y llegó hasta el límite del entusiasmo al ver aquel talle y aquellas formas exquisitas. Y el mercader dijo: "Esta es la maravilla incomparable, única en el siglo. Además de la hermosura, don natural suyo, posee todas las virtudes y está versada en todas las ciencias religiosas, civiles, políticas y matemáticas. ¡Y está dispuesta a contestar a todas las preguntas de los sabios más ilustres de Damasco y del imperio!"

Entonces el príncipe Scharkán se apresuró a decir al mercader: "¡Déjala aquí, busca al tesorero para que te pague su precio y vé en paz!"

Y al oírlo, dijo el mercader: "¡Oh príncipe valeroso! he aquí que la había destinado al rey Omar Al-Nemán, tu padre, y venía a rogarte que me dieras una carta de recomendación para él; pero puesto que te agrada, que se quede aquí. ¡Y tu deseo está sobre mi cabeza y sobre mis ojos! Pero en cambio, te rogaré únicamente que me otorgues en adelante el derecho de franquicia para todas mis mercancías y el privilegio de no volver a pagar impuestos de ninguna clase". El príncipe contestó: "Te lo otorgo. Y ahora dime lo que te ha costado esta joven, para que te reintegre su precio". Y el mercader repuso: "Me ha costado cien mil dinares de oro, pero lo que lleva encima vale otros cien mil dinares". Entonces el príncipe mandó llamar a su tesorero, y le dijo: "Paga en seguida a este venerable jeique doscientos mil dinares de oro, y además, otros ciento veinte mil. Y por añadidura, dale el mejor ropón de honor de mis armarios. Y que se sepa en adelante que es mi protegido y que no se le deberá reclamar ningún impuesto".

Después el príncipe Scharkán mandó llamar a los cuatro grandes kadíes de Damasco, y les dijo...

En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana. y se calló discretamente.

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