Pero cuando llegó la 19ª noche

siguiente anterior


Ella dijo:

He llegado a saber ¡oh rey afortunado! que el califa juró que no mataría más que al negro, puesto que el joven tenía una disculpa. Después, volviéndose hacia Giafar, le dijo: "¡Trae a mi presencia al pérfido negro que ha sido la causa de esta muerte! Y si no puedes dar con él, perecerás en su lugar".

Y Giafar salió llorando, y diciéndose: "¿Dónde lo podré hallar para traerlo a su presencia? Si es extraordinario que no se rompa un cántaro al caer, no lo ha sido menos el que yo haya podido escapar de la muerte. Pero ¿y ahora... ? ¡Indudablemente El, que me ha salvado la primera vez, me salvará, si quiere, la segunda! Así, pues, me encerraré en mi casa los tres días de plazo. Porque ¿para qué voy a emprender pesquisas inútiles? ¡Confío en la voluntad del Altísimo!"

Y en efecto, Giafar no se movió de su casa en los tres días del plazo. Y al cuarto día mandó llamar al kadí, e hizo testamento ante él, y se despidió de sus hijos llorando. Después llegó el enviado del califa, para decirle que el sultán seguía dispuesto a matarle si no aparecía el negro. Y Giafar lloró más todavía, y sus hijos con él. Después quiso besar por última vez a la más pequeña de sus hijas, que era la preferida entre todas, y la apretó contra su pecho, derramando muchas lágrimas por tener que separarse de ella. Pero al estrecharla contra él, notó algo redondo en el bolsillo de la niña, y le preguntó:

"¿Qué llevas ahí?"

Y la niña contestó: "¡Oh, padre! una manzana. Me la ha dado nuestro negro Rihán(28). Hace cuatro días que la tengo. Pero para que me la diese tuve que pagar a Rihán dos dinares".

Al oír las palabras "negro y manzana", Giafar sintió un gran júbilo, y exclamó: "¡Oh Libertador!" Y en seguida mandó llamar al negro Rihán. Y Rihán llegó, y Giafar le dijo: "¿De dónde has sacado esta manzana?" Y contestó el negro:

"¡Oh mi señor! hace cinco días que, andando por la ciudad, entré en una calleja, y vi jugar a unos niños, uno de los cuales tenía esa manzana en la mano. Se la quité y le di un golpe, mientras el niño me decía llorando: "Es dé mi madre, que está enferma. Se le antojó una manzana, y mi padre ha ido a buscarla a Bassra, y esa y otras dos le han costado tres dinares de oro. Y yo he cogido esa para jugar". Y siguió llorando. Pero yo, sin hacer caso de sus lágrimas, vine con la manzana a casa, y se la he dado por dos dinares a mi ama más pequeña".

Y Giafar se asombró de este relato, viendo sobrevenir tantas peripecias y la muerte de una mujer por culpa de su negro Rihán. Por lo tanto, dispuso que lo encerrasen en seguida en un calabozo. Y después, muy contento por haberse librado de la muerte, recitó estas dos estrofas:

Si tu esclavo tiene la culpa de tus desdichas, ¿por qué no piensas en deshacerte de él?

¿Ignoras que abundan los esclavos, y que sólo tienes un alma, sin que puedas sustituírla?

Pero luego pensó otra cosa, y cogió al negro, y lo llevó ante el califa, a quien contó la historia.

Y el califa Harún Al-Raschid se maravilló tanto, que dispuso se escribiese tal historia en los anales para que sirviera de lección a los humanos.

Entonces Giafar le dijo: "No tienes para qué maravillarte tanto de esa historia, ¡oh Comendador de los Creyentes! pues no puede igualarse a la del visir Nureddin y su hermano Chamseddin".

Y el califa exclamó: "¿Y qué historia es esa, más asombrosa que la que acabamos de oír?" Y Giafar dijo: "¡Oh príncipe de los Creyentes! no te la contaré sino a cambio de que perdones su irreflexión a mi negro Rihán". Y el califa respondió: "¡Así sea! Te hago gracia de su sangre".



Historia del visir Nureddin, de su hermano el visir Chamseddin y de Hassan Badreddin

siguiente anterior


Entonces, Giafar Al-Barmaki, dijo:

"Sabe, ¡oh Comendador de los Creyentes! que había en el país de Mesr(29) un sultán justo y benéfico. Este sultán tenía un visir sabio y prudente, versado en las ciencias y las letras. Y este visir, que era muy viejo, tenía dos hijos, que parecían dos lunas. El mayor se llamaba Chamseddin(30) y el menor Nureddin(31); pero Nureddin, el más pequeño, era ciertamente más guapo y mejor formado que Chamseddin, el cual, por otra parte, era perfecto. Pero nadie igualaba en todo el mundo a Nureddin.

Era tan admirable, que en ninguna comarca se ignoraba su hermosura, y muchos viajeros iban a Egipto, desde los países más remotos, sólo por el gusto de contemplar su perfección y las facciones de su rostro.

Pero quiso el Destino que falleciera su padre el visir. Y el sultán se condolió mucho. En seguida mandó llamar a los dos jóvenes, hizo que se aproximaran a él, y les regaló trajes de honor, y les dijo: "Desde ahora desempeñaréis junto a mí el cargo de vuestro padre". Entonces ellos se alegraron, y besaron la tierra entre las manos del sultán. Después hicieron que duraran todo un mes las exequias fúnebres de su padre, y en seguida empezaron a desempeñar su nuevo cargo de visires, y cada uno ejercía durante una semana las funciones del visirato. Y cuando el sultán salía de viaje, sólo llevaba consigo a uno de los dos hermanos.

Y una noche entre las noches, ocurrió que el sultán tenía que salir a la mañana siguiente, y habiéndole tocado el cargo de visir aquella semana a Chamseddin, el mayor, los dos hermanos departían sobre asuntos diversos para entretener la velada. En el transcurso de la conversación, el mayor dijo al menor: "¡Oh, hermano mío! creo que debemos pensar en casarnos, y mi intención es que nos casemos la misma noche". Y Nureddin contestó: "Hágase según tu voluntad, ¡oh hermano mío! pues estoy de acuerdo contigo en ésta y en todas las cosas".

Y convenido ya entre los dos este primer punto, Chamseddin dijo a Nureddin: "Cuando, gracias a Alah, nos hayamos unido con dos jóvenes, y la misma noche nos acostemos con ellas, y hayan parido el mismo día, y -¡si Alah lo quiere!- tu esposa dé a luz un niño y la mía una niña, tendremos que casar uno con otro a los dos primos".

Y Nureddin repuso: "¡Oh hermano mío! y ¿qué piensas pedir entonces como dote a mi hijo para darle a tu hija?" Y Chamseddin dijo: "Pediré a tu hijo, como precio de mi hija, tres mil dinares de oro, tres huertos y tres de los mejores pueblos de Egipto. Y realmente esto será bien poca cosa, comparado con mi hija. Y si tu hijo no quiere aceptar ese contrato, no habrá nada de lo dicho".

Al oírlo respondió Nureddin: "Pero ¿estás soñando? ¿Qué dote quieres pedirle a mi hijo? ¿Has olvidado que somos dos hermanos, y hasta dos visires en uno solo? En vez de esas exigencias deberías ofrecer como presente tu hija a mi hijo, sin pensar en pedirle ninguna dote. Además, ¿no sabes que el varón vale siempre más que la hembra? Y he aquí que el varón es mi hijo, y ¿aun aspiras a que lleve la dote cuando es tu hija quien debiera traerla? Obras como aquel comerciante que no quiere vender su mercancía, y para asustar al parroquiano empieza por pedirle cuatro veces su precio". Entonces dijo Chamseddin: "Sin duda te figuras que tu hijo es más noble que mi hija, lo cual demuestra que careces en absoluto de razón y sentido común y sobre todo de agradecimiento. Porque al hablar del visirato, olvidas que tan altas funciones me las debes a mí solo, y si te asocié conmigo, fué por lástima únicamente, para que pudieses ayudarme en mi labor.

¡Pero, en fin, ya está dicho! Puedes creer lo que gustes; porque yo, desde el momento en que piensas así, ¡ya no quiero casar a mi hija con tu hijo ni aun a peso de oro!"

Mucho le dolieron estas palabras a Nureddin, que contestó: "¡Tampoco yo quiero casar a mi hijo con tu hija!" Y Chamseddin replicó entonces: "Pues no hay para qué hablar más del asunto. Y como mañana tengo que marchar con el sultán, no dispongo de tiempo para que comprendas lo inconveniente de tus palabras. Pero después, ¡ya verás! ¡Cuando regrese, si Alah lo permite, sucederá lo que ha de suceder!"

Entonces Nureddin se alejó, muy apenado por esta escena, y se fué a dormir solo, con sus tristes pensamientos.

A la mañana siguiente salió de viaje el sultán, acompañado del visir Chamseddin, y se dirigió hacia la ribera del Nilo, lo atravesó en barca para llegar a Guesirah, y desde allí hasta las Pirámides.

En cuanto a Nureddin, después de haber pasado aquella noche contrariadísimo por el modo de proceder de su hermano, se levantó casi al amanecer, hizo sus abluciones, dijo la primera oración matinal, y después se dirigió a su armario, del cual sacó una alforja, y la llenó de oro, pensando siempre en las palabras despectivas de Chamseddin y en la humillación sufrida.

Y entonces recitó estas estrofas:

¡Marcha, amigo mío! ¡Abandónalo todo, y marcha! ¡Otros amigos encontrarás en vez de los que dejas! ¡Marcha! ¡Deja la ciudad y arma tu tienda de campaña! ¡Y vive en ella! ¡Allí, y nada más que allí, encontrarás las delicias de la vida!

¡En las moradas civilizadas y estables, no hay fervor ni hay amistad! ¡Créeme! ¡Huye de tu patria! ¡Arráncate del suelo de tu patria! ¡Intérnate en países extranjeros!

¡Escucha! ¡He comprobado que el agua que se estanca se corrompe; podría librarse de su podredumbre corriendo nuevamente! ¡Pero de otro modo es incurable!

¡He observado también la luna llena, y pude averiguar el número de sus ojos, de sus ojos de luz! ¡Pero si no hubiese seguido sus revoluciones en el espacio, no habría podido conocer los ojos de cada cuarto de luna, los ojos que me miraban!

¿Y el león? ¿Sería posible cazar al león si no hubiera salido del espeso bosque...?

¿Y la flecha?; ¿Mataría la flecha si no escapara violentamente del arco tenso?

¿Y el oro y la plata? ¿No serían polvo vil si no hubiesen salido de sus yacimientos?

¿Y el armonioso laúd? ¡Ya sabes! ¡Sólo sería un pedazo de leño si el obrero no lo arrancase de la tierra para darle, forma!

Cuando acabó de recitar estos versos, mandó a uno de sus esclavos que le ensillase una mula torda, poderosa y rápida para la marcha. Y el esclavo preparó la mejor de todas las mulas, le puso una silla guarnecida de brocado y de oro, con estribos indios y una gualdrapa de terciopelo de Hispahan.

Y lo hizo tan bien, que la mula parecía una recién casada con su traje nuevo y brillante. Después todavía dispuso Nureddin que le echasen encima de todo un tapiz grande de seda y otro más pequeño de raso, terminado lo cual, colocó entre los dos tapices la alforja llena de oro y de alhajas.

En seguida dijo a este esclavo y a todos los demás: "Me voy a dar una vuelta por fuera de la ciudad, hacia la parte de Kaliubia, donde pienso pasar tres noches. Siento una opresión en el pecho, y voy a dilatar mis pulmones respirando el aire libre. Pero prohibo a todo el mundo que me siga".

Y provisto de víveres para el camino, montó en la mula y se alejó rápidamente. No bien salió de El Cairo, anduvo tan ligero, que al mediodía llegó a Belbeis, donde se detuvo. Bajó de la mula para descansar y dejarla descansar, comió algo, compró en Belbeis cuanto podía necesitar para él y para la mula, y reanudó el viaje. Dos días después, precisamente al mediodía, merced al paso de su mula, entró en Jerusalén, la ciudad santa. Allí se apeó de la mula, descansó y la dejó reposar, extrajo del saco algo de comida, y después de alimentarse colocó el saco en el suelo para que le sirviese de almohada, luego de haber extendido el tapiz grande de seda, y se durmió, pensando siempre con indignación en la conducta de su hermano.

Al otro día, al amanecer, montó de nuevo y no dejó de caminar a buen paso, hasta llegar a la ciudad de Alepo. Allí se hospedó en uno de los khanes de la ciudad y dejó transcurrir tranquilamente tres días, descansando y dejando descansar a la mula, y cuando hubo respirado bien el aire puro de Alepo, pensó en continuar el viaje. Y al efecto, montó otra vez en la mula, después de haber comprado los maravillosos dulces que se hacen en Alepo, rellenos de piñones y almendras, cubiertos de azúcar, y que le gustaban mucho desde la niñez.

Y dejó que la mula se encaminase por donde quisiese, pues al salir de Alepo ya no sabía adónde dirigirse. Y cabalgó día y noche, hasta que una tarde, después de puesto el sol, se encontró en la ciudad de Bassra, pero no sabía que aquella ciudad fuese Bassra. Y no supo su nombre hasta después de llegado al khan, donde se lo dijeron. Se apeó entonces de la mula, la descargó de los dos tapices, de las provisiones y de la alforja, y encargó al portero del khan que la paseara un poco para que no se enfriase por descansar en seguida. Y en cuanto a Nureddin, él mismo tendió su tapiz, y se sentó en el khan para reposar.

El portero del khan cogió la mula de la brida, y se fué con ella. Pero ocurrió la coincidencia de que precisamente entonces el visir de Bassra hallábase sentado a la ventana de su palacio, contemplando la calle. Y al divisar una mula tan hermosa, con sus magníficos jaeces de gran valor, sospechó que esta mula pertenecía indudablemente a algún visir entre los visires extranjeros o acaso a algún rey entre los reyes. Y se puso a mirarla, sintiendo una gran perplejidad. Y después ordenó a uno de sus esclavos que le trajesen en seguida al portero que paseaba a la mula. Y el esclavo corrió en busca del portero y lo llevó ante el visir. Entonces el portero avanzó un paso, y besó la tierra entre las manos del visir, que era un anciano de mucha edad y muy respetable. Y el visir dijo al portero: "¿Quién es el amo de esta mula, y qué posición tiene?" El portero contestó: "¡Oh mi señor! el amo de esta mula es un joven muy hermoso, lleno de seducciones, ricamente vestido, como hijo de algún gran mercader, y todo su aspecto impone el respeto y la admiración".

Al oírle, el visir se puso de pie, montó a caballo y marchando apresuradamente al khan, entró en el patio. Cuando lo vió Nureddin, corrió a su encuentro y le ayudó a apearse del caballo. Entonces el visir le dirigió el saludo acostumbrado, y Nureddin se lo devolvió y lo recibió muy cordialmente. Y el visir se sentó a su lado, y le dijo: "¡Oh hijo mío! ¿de dónde vienes, y por qué estás en Bassra?" Y Nureddin contestó: "¡Oh mi señor! vengo de El Cairo, mi ciudad natal. Mi padre era visir del sultán de Egipto, pero murió al ser llamado a la misericordia de Alah". Después contó toda su historia, desde el principio hasta el fin. Y luego añadió: "No he de volver a Egipto hasta después de haber recorrido el mundo, visitando todas las ciudades y todas las comarcas".

Y el visir contestó a Nureddin: "Hijo mío, prescinde de esas ideas de continuo viaje, porque causarán tu perdición. Sabe que el viajar por países extranjeros es la ruina y lo último de lo último. Atiende esta advertencia, pues temo que te perjudiquen los percances de la vida y del tiempo".

Después el visir ordenó a sus esclavos que desensillaran la mula y le quitasen los tapices y las sedas y se llevó consigo a Nureddin, alojándole en su casa, y lo dejó descansar, luego de haberle proporcionado todo lo que necesitaba.

Nureddin permaneció algún tiempo en casa del visir, y el visir le veía diariamente y le colmaba de consideraciones y favores. Y acabó por estimarle enormemente, hasta el punto de que un día le dijo: "Hijo mío, ya soy muy viejo, y no tengo ningún hijo varón. Pero Alah me ha concedido una hija que te iguala en belleza y perfecciones. Y hasta ahora se la he negado a cuantos me la pidieron en matrimonio. Pero a ti, a quien quiero con todo el cariño de mi corazón, he de preguntarte si consientes en aceptarla como esclava tuya. Porque yo deseo fervientemente que seas el esposo de mi hija. Y si quieres aceptar, marcharé en busca del sultán y le diré que eres un sobrino mío, recién llegado de Egipto, y que has venido a Bassra expresamente para pretender a mi hija en matrimonio. Y el sultán, por cariño a mí, te dará el visirato, porque yo ya estoy muy viejo y necesito descansar. Y así podré encerrarme muy a gusto en mi casa para no salir de ella".

Al oír esta proposición, bajó los ojos Nureddin, y después dijo: "Escucho y obedezco".

Entonces el visir llegó al colmo de la alegría, e inmediatamente ordenó a sus esclavos que preparasen el festín, y adornasen e iluminasen la sala de recepción, la más espaciosa de todas, reservada especialmente al más grande entre los emires.

Después reunió a todos sus amigos, e invitó a todos los nobles del reino y a todos los mercaderes de Bassra, y todos acudieron a presentarse entre sus manos. Entonces el visir, para explicarles el haber elegido a Nureddin con preferencia a todos los demás, les dijo: "Yo tenía un hermano que era visir en Egipto, y Alah le había favorecido con dos hijos, como a mí me favoreció con una hija, según sabéis. Mi hermano, poco antes de morir, me encargó que casara a mi hija con uno de sus hijos, y yo se lo prometí. Y precisamente este joven a quien véis es uno de los dos hijos de mi hermano, el visir de Egipto. Ha venido a Bassra con tal objeto. ¡Y mi mayor anhelo es que se escriba su contrato con mi hija, y que viva con ella en mi casa!"

Entonces contestaron todos: "¡Sea como dices! ¡Ponemos sobre nuestra cabeza cuanto hagas!"

Y todos tomaron parte en el gran festín, bebieron toda clase de vinos, y comieron una cantidad prodigiosa de pasteles y confituras. Y después, rociada la sala con agua de rosas, según costumbre, se despidieron del visir y de Nureddin.

Entonces el visir mandó a sus esclavos que llevasen a Nureddin al hammam y le diesen un baño. Y el visir le regaló uno de sus mejores trajes entre sus trajes, y después le envió toallas, palanganas de cobre, pebeteros y todas las demás cosas necesarias para el baño. Y Nureddin se bañó y salió del hammam con su traje nuevo y estaba más hermoso que la luna llena en la más bella de las noches. Después Nureddin cabalgó en su mula torda, encaminándose hacia el palacio del visir, y al pasar por las calles le admiraban todos, elogiando su hermosura y la obra de Alah. Y descendió de la mula, entró en casa del visir y le besó la mano. Entonces el visir...

En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.

Pero cuando llegó la 20ª noche

siguiente anterior


Ella dijo:

He llegado a saber, ¡oh rey afortunado!, que entonces el visir se levantó, acogiendo con júbilo al hermoso Nureddin y diciéndole: "Entra, ¡oh hijo mío! en la cámara de tu esposa, y sé dichoso. Mañana te llevaré a ver al sultán. Y ahora sólo me resta implorar de Alah que te conceda todos sus favores y todos sus bienes".

Entonces Nureddin besó otra vez la mano del visir, su suegro, y entró en el aposento de la doncella. ¡Y sucedió lo que había de suceder!

¡Y esto fué referente a Nureddin!

En cuanto a Chamseddin, su hermano... he aquí lo que ocurrió. Terminada la expedición que hizo con el sultán de Egipto, hacia el lado de las Pirámides, regresó inmediatamente a su casa. Y se inquietó mucho al no encontrar a su hermano Nureddin. Y preguntó por él a sus esclavos, que le respondieron: "Núestro amo Nureddin, el mismo día que te fuiste con el sultán, montó en una mula enjaezada con gran lujo, como en los días solemnes, y nos dijo: "Me voy hacia la parte de Kaliubia, estaré fuera unos días, pues noto opresión en el pecho y necesito aire libre; pero que no me siga nadie.

Y desde entonces no hemos vuelto a tener noticias suyas".


Entonces Chamseddin deploró mucho la ausencia de su hermano y fué aumentando su dolor de día en día, hasta que acabó por convertirse en una aflicción inmensa. Y pensaba: "Seguramente, el motivo de que se haya marchado no es otro que aquellas palabras tan duras que le dije la víspera de mi viaje con el sultán. Y esto y no otra cosa le ha obligado a huir. Pero es preciso que repare la falta cometida contra él y que disponga que lo busquen".

Y Chamseddin fué inmediatamente a ver al sultán, y le refirió lo que ocurría. Y el sultán mandó escribir mensajes autorizados con su sello y los envió con emisarios de a caballo en todas direcciones a todos sus lugartenientes de todas las comarcas, y les decía en estos pliegos que Nureddin había desaparecido y que precisaba buscarle fuese donde fuese.

Pero transcurrido algún tiempo, todos los correos regresaron sin ninguna noticia, porque ni uno solo había ido a Bassra, donde estaba Nureddin. Entonces Chamseddin, lamentándose hasta el límite de las lamentaciones, exclamó: "¡Mía es toda la culpa! ¡Todo esto me ocurre por mi poco tacto y mi falta de discreción!"

Pero como todo tiene su término, Chamseddin acabó por consolarse, y un día pidió en matrimonio a la hija de un gran comerciante de El Cairo, hizo su contrato con ella y con ella se casó. ¡Y sucedió lo que había de suceder!

Y se dió la coincidencia de que la misma noche que penetró Chamseddin en la cámara nupcial, fué justamente la misma en que Nureddin penetró en el aposento de la hija del visir de Bassra. Y permitió Alah esta coincidencia del matrimonio de los dos hermanos en la misma noche, para demostrar que manda en el destino de las criaturas.

Y todo se verificó, además, según lo habían combinado los dos hermanos antes de su querella, pues las dos esposas quedaron preñadas la misma noche: parieron el mismo día y a la misma hora, y la de Chamseddin, visir de Egipto, parió una niña cuya hermosura no tuvo igual en todo el país, y la de Nureddin, de Bassra, dió a luz un niño tan hermoso que no había otro como él en todo el mundo.

Ya lo dijo el poeta:

¡El niño! ... ¡Cuán delicado es! ... ¡Y qué gentil! ¡Y qué gracioso!... ¡Beber su boca! ¡Beber esta boca hace olvidar las copas llenas y los vasos desbordantes!

¡Beber en sus labios, apagar la sed en la frescura de sus mejillas y mirarse en el manantial de sus ojos, es olvidar la púrpura de los vinos, sus aromas, su sabor y toda su embriaguez!

¡Si viniese la misma Belleza a compararse con este niño, bajaría humillada la cabeza!

Y si le preguntáseis: "¡Oh Belleza! ¿Qué te parece? ¿Viste jamás nada semejante?" Ella contestaría:

"¡Como él, verdaderamente, ninguno!"

Al hijo de Nureddin se le llamó Hassan Badreddin(32), a causa de su hermosura. Su nacimiento motivó grandes regocijos públicos. Y el séptimo día se dieron fiestas y banquetes dignos de príncipes.

Terminados los festejos, el visir de Bassra fué con Nureddin a ver al sultán. Entonces Nureddin besó la tierra entre las manos del sultán, y como estaba dotado de una gran elocuencia y era muy versado en las bellezas literarias, le recitó estos versos del poeta:

¡Ante él se inclina y se eclipsa el mayor de los bienechores; pues ha conquistado el corazón de todos los seres elegidos!

¡Canto sus obras, aunque no son sus obras, sino cosas tan bellas que debería formarse con ellas un collar que adornara su cuello!

¡Y si beso la plata de tus dedos, es porque no son dedos, sino la llave de todos los beneficios!

Tanto gustaron al sultán estos versos, que obsequió espléndidamente a Nureddin y a su suego el visir, ignorando aún lo del matrimonio y cuanto se relacionaba con su existencia, por lo cual preguntó al visir, después de haber felicitado a Nureddin: "¿Quién es este joven tan hermoso y tan elocuente?"

Entonces el visir contó al sultán toda la historia, desde el principio al fin, y le dijo: "Este joven es sobrino mío". Y el sultán exclamó: "¿Y cómo no había yo oído hablar de él?"

Y el visir dijo: "¡Oh mi soberano y señor! Sabe que un hermano mío era visir de Egipto. Al morir dejó dos hijos, el mayor de los cuales heredó el cargo, y el otro, que es éste, ha venido a buscarme, pues prometí y juré a mi hermano que casaría a mi hija con uno de mis sobrinos. Así es que apenas llegó lo casé con mi hija. Este sobrino mío es joven, como ves, y yo ya soy demasiado viejo y estoy sordo y no puedo atender a los negocios del reino. Por eso vengo a pedir a mi soberano el sultán que se digne nombrar a mi sobrino, que es también mi yerno, para el cargo de visir. Y puedo asegurarte que merece este cargo, pues es hombre de buen consejo, pródigo en ideas excelentes y muy ducho en el modo de despachar los asuntos.

Entonces el sultán miró con más detenimiento a Nureddin, y quedó encantado de este examen, aceptó el consejo de su anciano visir y nombró para el cargo a Nureddin en lugar de su suegro, y le regaló un magnífíco traje de honor, el mejor de todos los que pudo encontrar, y una mula de sus propias caballerizas y le señaló sus guardias y sus chambelanes.

Nureddin besó entonces la mano del sultán, y salió con su suegro. y ambos regresaron a su casa en el colmo de la alegría y besaron al recién nacido Hassan Badreddin y dijeron: "El nacimiento de esta criatura nos trajo buena suerte".

Al día siguiente, Nureddin fué a palacio a desempeñar sus nuevas funciones, y al llegar besó la tierra entre las manos del sultán, y recitó estas dos estrofas:

¡Para ti sean nuevas las felicidades todos los días, las prosperidades también! ¡ Y que el envidioso se consuma de despecho!

¡Ojalá sean blancos para ti todos los días, y negros los días de todos los envidiosos!

Entonces el sultán le permitió que se sentara en el diwán del visirato, y Nureddin se sentó en el diwán del visirato. Y empezó a desempeñar su cargo, despachando los asuntos pendientes y administrando justicia como si llevara muchos años de visir, y lo hizo tan a conciencia ante el sultán, que se maravilló de su inteligencia, de su comprensión para aquellos asuntos y de su admirable manera de administrar justicia, y le distinguió más aún, entrando en gran intimidad con él.

Y Nureddin siguió desempeñando a maravilla sus elevadas funciones; pero no por eso olvidó la educación de su hijo Hassan Badreddin, a pesar de todos los asuntos del reino. Porque Nureddin era cada día más poderoso y más favorecido del sultán, que aumentó el número de sus chambelanes, servidores, guardias y correos. Y llegó a ser tan rico, que pudo dedicarse al comercio en gran escala, fletando naves mercantes que recorrían todo el mundo; construyendo molinos y ruedas elevadoras de agua y plantando magníficos huertos y jardines. Y todo esto antes de que su hijo cumpliera los cuatro años.

Falleció entonces el anciano visir, suegro de Nureddin, y éste le hizo un entierro solemne, al cual asistieron él y todos los grandes del reino.

Y desde entonces Nureddin se consagró exclusivamente a la educación de su hijo. Y lo confió al sabio más versado en leyes religiosas y civiles. Este sabio venerable iba todos los días a dar lecciones de lectura al niño Hassan Badreddin, y poco a poco, con método, le inició en la interpretación del Corán, que acabó por aprenderse de memoria, y después el sabio siguió años y años enseñando a su discípulo todos los conocimientos útiles. Y Hassan no dejaba de crecer en hermosura, gracia y perfección, como dice el poeta:

¡Este joven! ¡Es la luna y, como ella, resplandece de hermosura, aunque el sol tome el esplendor de sus rayos de las anémonas de sus mejillas!

¡Es el rey de la hermosura por su distinción sin igual! ¡Y habrá que suponer que prestó su lozanía a las flores y las praderas!

Durante todo aquel tiempo, el joven Hassan Badreddin no abandonó un instante el palacio de su padre Nureddin, pues el sabio le exigía una gran atención a sus lecciones. Pero cuando Hassan cumplió los quince años y ya no tuvo que aprender nada más del viejo maestro, su padre le llamó, le puso el traje más lujoso que encontró entre los suyos, le hizo que montara en la mejor de sus mulas y se dirigió con él al palacio del sultán, atravesando con numeroso séquito las calles de Bassra.

Y todos los habitantes, al ver al joven Hassan Badreddin, prorrumpían en gritos de admiración, por su hermosura, la esbeltez de su talle, su gracia y sus modales encantadores. Y exclamaban: "¡Por Alah! ¡Es hermoso como la luna! ¡Que Alah lo libre del mal de ojo!" Y aquello duró hasta la llegada de Badreddin y su padre al palacio.

Cuando el sultán vió la hermosura del joven Hassan Badreddin, quedó tan sorprendido, que perdió la respiración y se olvidó de respirar durante un buen rato. Y le mandó acercarse, y le estimó mucho, le hizo su favorito, colmándole de regalos, y dijo a su padre Nureddin: "Visir, es absolutamente indispensable que me lo envíes todos los días, pues comprendo que no podría pasarme sin él". Y el visir Nureddin tuvo que contestar: "Escucho y obedezco".

Cuando Hassan Badreddin hubo llegado a ser amigo y favorito del sultán, su padre Nureddin cayó gravemente enfermo, y sospechando que no tardaría Alah en llamarle a Su misericordia, mandó a buscar a su hijo y le dirigió las últimas advertencias, diciéndole: "Sabe, ¡oh hijo mío! que este mundo es para nosotros una morada pasajera, porque el mundo futuro es eterno. Por eso antes de morir quiero darte algunas instrucciones; óyelas bien y ábreles tu corazón". Y Nureddin explicó a su hijo Hassan las mejores normas para conducirse como es debido con sus semejantes y guiarse en la vida.

Luego se acordó Nureddin de su hermano Chamseddin, el visir de Egipto, y de su país y de sus parientes y de todos sus amigos de El Cairo, y al recordarlos no pudo dejar de llorar por no haberlos vuelto a ver. Pero en seguida se acordó de que tenía que aconsejarle algo más a Hassan, y le dijo: "Hijo mío, conserva en tu memoria las palabras que voy a decirte, porque son muy importantes. Sabe que tengo en El Cairo un hermano llamado Chamseddin, que es tío tuyo, y además visir de Egipto. Hace tiempo que nos separamos algo disgustados, y yo estoy aquí, en Bassra, sin licencia suya. Voy, pues, a dictarte mis últimas disposiciones sobre esto. Toma un papel y un cálamo y escribe lo que dicte"

Entonces Hassan Badreddin cogió una hoja de papel, extrajo el tintero del cinturón, sacó del estuche el mejor cálamo, que era el que estaba mejor cortado, lo mojó en la estopa empapada en tinta sobre la mano izquierda, y cogiendo el cálamo con la derecha, le dijo a Nureddín: "¡Oh padre mío, escucho tus palabras!" Y Nureddín empezó a dictar: "En nombre de Àlah el Clemente, el Misericordioso..."

Y continuó dictando en seguida a su hijo toda su historia, desde el principio hasta el fin, y además le dictó la fecha de su llegada a Bassra, y de su casamiento con la hija del viejo visir, y le dictó su genealogía completa, sus ascendientes directos e indirectos, con sus nombres; el nombre de su padre y de su abuelo, su origen, su grado de nobleza personal adquirida, y en fin, todo su linaje paterno y materno.

Después le dijo: "Conserva cuidadosamente ese pliego de papel. Y si por mandato del Destino te ocurriese alguna desgracia en tu vida, regresa al país de origen de tu padre, en donde nací yo, o sea El Cairo, la ciudad próspera; pregunta allí por tu tío el visir, que vive en nuestra casa, y salúdale de mi parte deseándole la paz, y dile que he muerto afligido por morir en el extranjero, lejos de él, y que antes de morir no tenía más deseo que verle. He aquí, ¡oh mi hijo Hassan! los consejos que quería darte. ¡Te conjuro a que no los olvides!"

Entonces Hassan Badreddin dobló cuidadosamente el papel, después de echarle arenilla, secarlo y sellarlo con el sello de su padre el visir, y luego lo colocó en el forro de su turbante, y lo cosió allí, habiéndolo envuelto en un pedazo de hule para preservarlo de la humedad.

Hecho esto, no pensó más que en llorar, besando la mano de su padre Nureddin y afligiéndose al comprender que se quedaba solo, siendo tan joven, y privado de la compañía de su padre. Y Nureddin no dejó de dar consejos a su hijo Hassan Badreddin hasta que entregó el alma.

Entonces Hassan Badreddin sintió un pesar grandísimo, así como el sultán y todos los emires, y los grandes y los humildes. Y enterraron a Nureddin según su rango.

Hassan Badreddin hizo durar dos meses las ceremonias del luto, y durante todo este tiempo no salió un instante de su casa y hasta olvidó la visita a palacio para saludar al sultán según costumbre.

Y el sultán no comprendió que era la aflicción la que retenía al hermoso Hassan Badreddin lejos de él, sino que pensó que Hassan lo abandonaba y lo menospreciaba. Y entonces se indignó mucho, y en vez de nombrar a Hassan sucesor de su padre el visir Nureddin, nombró a otro para este cargo haciendo privado suyo a un joven chambelán. No contento con esto, hizo más el sultán contra Hassan Badreddin. Mandó sellar y confiscar todos sus bienes, todas sus casas y todas sus propiedades, y después dispuso que prendiesen a Hassan Badreddin y se lo llevasen encadenado.

Y en seguida el nuevo visir, en compañía de varios chambelanes, se dirigió a la casa del joven Hassan, que no podía sospechar la desgracia que le amenazaba.

Pero afortunadamente, había entre los esclavos de su palacio un joven mameluk que quería mucho a Hassan Badreddin. En cuanto supo lo que pasaba, echó a correr, y llegó a casa del joven Hassan, al cual halló muy triste, con la cabeza baja y el corazón dolorido, sin dejar de pensar en la muerte de su padre. Y el esclavo le enteró entonces lo que ocurría. Y Hassan le preguntó: "¿Pero no tendré tiempo para coger algo con qué subsistir durante mi huída al extranjero?" Y el mameluk le dijo: "El tiempo urge. No pienses más que en salvar tu persona".

Al oirle, el joven Hassan, vestido tal como estaba, y sin llevar nada consigo, salió apresuradamente, después de echarse la orla de su túnica por encima de la cabeza para que no lo conociesen. Y siguió caminando hasta que se vió fuera de la ciudad.

Al saber los habitantes de Bassra que se había intentado prender a Hassan Badreddin, hijo del difunto visir Nureddin, y la confiscación de sus bienes y su probable sentencia de muerte, se afligieron en extremo y exclamaron: "¡Qué lástima de hermosura y de joven tan agradable!" Y Hassan, al recorrer las calles sin que le conociesen, oía estos lamentos y exclamaciones. Pero aun se apresuró más, y siguió andando, hasta que la suerte y el destino hicieron que precisamente pasase por el cementerio donde estaba la turbeh (tumba) de su padre. Entonces entró en el cementerio, y caminando por entre las tumbas llegó a la turbeh de su padre. Y se quitó la ropa que le cubría la cabeza, entró bajo la cúpula de la turbeh, y resolvió pasar allí la noche.

Pero mientras permanecía sentado y sumido en sus pensamientos, vió que se le acercaba un judío de Bassra, mercader conocidísimo en la ciudad. Este mercader judío regresaba de un pueblo cercano, encaminándose a Bassra. Y al pasar cerca de la turbeh de Nureddin, miró hacia el interior, y vió al joven Hassan Badreddin, a quien conoció en seguida. Entonces entró, se acercó a él respetuosamente y le dijo: "¡Oh mi señor! ¡qué mal semblante tienes y qué desmejorado estás, siendo tan hermoso! ¿Te ha ocurrido alguna nueva desgracia además del fallecimiento de tu padre el visir Nureddin, a quien respeté, y que tanto me quería y estimaba? ¡Téngale Alah en Su misericordia!"

Pero Hassan Badreddin no quiso revelarle el verdadero motivo de su trastorno, y le contestó:

"Esta tarde, mientras estaba durmiendo, se me presentó mi difunto padre, y me ha reconvenido porque no visitaba su turbeh. De pronto me desperté, lleno de terror y remordimiento, y me vine aquí en seguida. Y aun estoy bajo aquella impresión tan penosa".

Entonces el judío le dijo: ";.0h mi señor! Hace tiempo que pensaba ir en tu busca para hablarte de un asunto, y ahora me favorece la casualidad, puesto que te encuentro. Sabes, pues, ¡oh mi joven señor! que tu padre el visir, con quien estaba yo en relaciones mercantiles, había fletado naves que ahora vuelven cargadas de mercancías. Estas naves vienen consignadas a él. Si quisieras cederme su carga, te ofrecería mil dinares por cada una, y te pagaría al contado".

Y el judío sacó de su bolsillo un monedero lleno de oro, contó mil dinares, y se los ofreció en seguida a Hassan, que no dejó de aceptar este ofrecimiento ordenado por Alah para sacarlo del apuro en que se hallaba. Y el judío añadió: "Ahora. ¡oh mi señor! ponme el recibo, provisto de tu sello". Y Hassan Badreddin cogió el papel que le alargaba el judío, así como el cálamo, mojó éste en el tintero de cobre, y escribió en el papel:

"Declaro que quien ha escrito este papel es Hassan Badreddin, hijo del difunto visir Nureddin (¡Alah lo haya acogido en su misericordia), y que ha vendido al judío N., hijo de N., mercader de Bassra, el cargamento de la primera nave que llegue a la ciudad de Bassra y forme parte de las pertenecientes a mi padre Nureddin. Y vendo esto por mil dinares, y nada más". Luego puso su sello en la parte inferior de la hoja, y se la entregó al judío, que lo saludó respetuosamente, y se fué.

Entonces Hassan rompió a llorar, pensando en su padre, en su posición pasada y en su suerte presente; pero como ya se había hecho de noche, le venció el sueño y se quedó dormido en la turbeh. Y así siguió hasta que salió la luna, y como en aquel momento se le había escurrido la cabeza encima de la piedra de la turbeh, hubo de dar una vuelta completa, echándose de espaldas, y la luna iluminó por completo su rostro, que resplandecía con toda su belleza.

Aquel cementerio era frecuentado por efrits de la buena especie, efrits musulmanes y creyentes. Y por casualidad, aquella noche, una encantadora efrita volaba por allí, tomando el fresco, y vió a la luz de la luna al joven Hassan que estaba durmiendo, y observó su belleza y sus hermosas proporciones, y quedándose maravillada, dijo: "¡Gloria a Alah! ¡Oh, qué hermoso joven! ¡Cómo me enamoran sus hermosos ojos, que me figuro muy negros y de una blancura ... !" Pero después pensó: "Mientras se despierta, voy a seguir mi paseo por los aires". Y echó a volar, subió muy arriba buscando el fresco, y se encontró en lo más alto con uno de sus compañeros, un efrit también musulmán. Le saludó muy gentilmente y él le devolvió el saludo con mucha deferencia. Entonces ella le preguntó: "¿De dónde vienes, compañero?" Y él le contestó: "De El Cairo". Y la efrita volvió a preguntar: "¿Les va bien a los buenos creyentes de El Cairo?" Y el efrit contestó: "Gracias a Alah, les va bien". Entonces la efrita le dijo: "Compañero, ¿quieres venir conmigo para admirar la hermosura de un joven que está durmiendo en el cementerio de Basrra?" Y el efrit dijo: "Estoy a tus órdenes".

Entonces se cogieron de la mano, descendieron juntos al cementerio, y se pararon delante de Hassan, dormido. Y la efrita dijo al efrit, guiñándole el ojo: "¿Eh? ¿Tenía yo razón?" Y el efrit, asombrado por la maravillosa hermosura de Hassan Badreddin, exclamó: "¡Por Alah! ¡No he visto cosa parecida! ¡Ha sido creado para poner en combustión todas las vulvas!" Después reflexionó un momento, y dijo: "Sin embargo, hermana mía, he de decirte que he visto a otra persona que puede compararse con este joven tan hermoso". Y la efrita exclamó: "¡No es posible!" Y dijo el efrit: "¡Por Alah, que la he visto. Ha sido bajo el clima de Egipto, en El Cairo, y es la hija del visir Chamseddin". La efrita dijo: "Pues no la conozco". Y el efrit le replicó: "Escucha. He aquí la historia de esa joven:

"Su padre, el visir Chamseddin, ha caído en desgracia por causa de ella. Habiendo oído el sultán de Egipto hablar a sus mujeres de la belleza extraordinaria de la hija del visir, se la pidió en matrimonio a su padre. Pero el visir Chamseddin, que había pensado otra cosa para su hija, se vió en una gran confusión, y,dijo al sultán: "¡Oh, mi señor y soberano! Ten la bondad de permitirme que me excuse, y perdóname por ello. Ya sabes la historia de mi pobre hermano Nureddin, que era visir conmigo. Ya sabes que desapareció un día, sin que hayamos vuelto a saber de él. Y el motivo de su marcha no pudo ser más leve". Y contó al sultán detalladamente este motivo. Y después añadió: "He jurado ante Alah, el día que nació mi hija, que ocurriera lo que ocurriera, no la casaría más que con el hijo de mi hermano Nureddin. Y han transcurrido desde entonces dieciocho años. Pero afortunadamente, he sabido hace pocos días que mi hermano Nureddin se había casado con la hija del visir de Bassra, y que había tenido un hijo. Por lo tanto, mi hija, nacida de mis obras con su madre, está destinada y escriturada a su primo, el hijo de mi hermano Nureddin. En cuanto a ti, ¡oh mi señor y soberano! puedes elegir otra joven. El Egipto está lleno de ellas. ¡Y muchas son bocado de rey!"

Pero el sultán, al oírle, se enfureció mucho, y gritó: "¡Qué has dicho, miserable visir! ¡Te quise honrar descendiendo hasta ti para casarme con tu hija, y aun te atreves a negármela, alegando ese pretexto tan estúpido! ¡Está muy bien! Pero juro por mi cabeza que te obligaré a casarla, a despecho de tu nariz, con el último de mis servidores". Y el sultán tenía un palafrenero contrahecho y jorobado, con una joroba delante y otra joroba detrás, y le mandó llamar en seguida y dispuso que se escribiese su contrato de matrimonio con la hija del visir Chamseddin, a pesar de las súplicas del padre. Y ordenó al jorobado que se acostara aquella misma noche con la joven. Además, mandó que la boda se celebrase lujosamente y con música".

Así los he dejado, ¡oh hermana mía! en el momento en que los esclavos de palacio rodeaban al jorobado y le dirigían bromas egipcias muy graciosas, llevando cada uno en la mano las velas de la boda para acompañar al novio. Y éste tomaba el baño en el hammam, entre las risas y las burlas de los esclavos, que decían: "¡Mejor quisiéramos tener la herramienta pelada de un borrico, que el asqueroso zib de este jorobeta!" Y efectivamente, hermana mía, el jorobado es muy feo y repulsivo".

Y el efrit, al recordarle, escupió en el suelo con un gesto de repugnancia. Después dijo: "En cuanto a la joven, es la criatura más bella que he visto en mi vida. Puedo asegurarte que es todavía más hermosa que este mancebo. La llaman Sett El-Hosn, (Soberana de la Belleza) y se merece el nombre. Ha quedado llorando amargamente, alejada de su padre al cual se le ha prohibido asistir a la ceremonia. Y está sola, en medio de los festejos, entre los músicos, danzarinas y cantadoras. Y el repugnante palafrenero no tardará en salir del hammam, y le aguardan para empezar la fiesta.

En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.

siguiente anterior